El mensajero no es más grande que el que lo envía
- 26 Abril 2018
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Evangelio según San Juan 13,16-20.
Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
"Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió".
San Isidoro de Sevilla
San Isidoro de Sevilla, obispo y doctor de la Iglesia
Queridos hermanos y hermanas: Hoy quisiera hablar de san Isidoro de Sevilla: era hermano menor de Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa Gregorio Magno. Esta observación es importante, pues constituye un elemento cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de Isidoro. En efecto, le debe mucho a Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por los ritmos de trabajo exigidos por una seria entrega al estudio.
Además, Leandro se había preocupado por disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio Romano.
Era necesario conquistarlos a la romanidad y al catolicismo. La casa de Leandro y de Isidoro contaba con una biblioteca sumamente rica de obras clásicas, paganas y cristianas. Isidoro, que sentía la atracción tanto de unas como de otras, aprendió bajo la responsabilidad de su hermano mayor una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discernimiento. En la sede episcopal de Sevilla se vivía, por tanto, en un clima sereno y abierto.
Lo podemos deducir a partir de los intereses culturales y espirituales de Isidoro, tal y como emergen de sus mismas obras, que comprenden un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana. De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a Agustín, de Cicerón a Gregorio Magno.
La lucha interior que tuvo que afrontar el joven Isidoro, que se convirtió en sucesor del hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, en el año 599, no fue ni mucho menos fácil. Quizá se debe a esta lucha constante consigo mismo la impresión de un exceso de voluntarismo que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado como el último de los padres cristianos de la antigüedad.
Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el Concilio de Toledo (653) le definió: "Ilustre maestro de nuestra época, y gloria de la Iglesia católica". Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. E incluso, en su vida personal, experimentó un conflicto interior permanente, sumamente parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía encargado, como obispo.
Por ejemplo, sobre los responsables de la Iglesia escribe: "El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus) por una parte tiene que dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne, y por otra, tiene que aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo" (Libro de las Sentencias III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).
Y añade un párrafo después: "Los hombres de Dios (sancti viri) no desean ni mucho menos dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades... Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan aquello que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran así en el secreto del corazón y allí, adentro, tratan de comprender qué es lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios.
Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, agachan la cabeza del corazón bajo el yugo de la decisión divina" (Libro de las Sentencias III, 33, 3: PL 83, col. 705-706). Para comprender mejor a Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, que antes mencionaba: durante los años de la niñez había tenido que experimentar la amargura del exilio.
A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo: experimentaba la pasión de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba finalmente su unidad, tanto a nivel político como religioso, con la conversión providencial del heredero al trono, el visigodo Ermenegildo, del arrianismo a la fe católica. Sin embargo, no hay que minusvalorar la enorme dificultad que supone afrontar de manera adecuada los problemas sumamente graves, como los de las relaciones con los herejes y con los judíos.
Toda una serie de problemas que resultan también hoy muy concretos, si pensamos en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI. La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Más que el don precioso de la síntesis, parece que tenía el de la collatio, es decir, la recopilación, que se expresaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.
En todo caso, hay que admirar su preocupación por no dejar de lado nada de lo que la experiencia humana produjo en la historia de su patria y del mundo. No hubiera querido perder nada de lo que el ser humano aprendió en las épocas antiguas, ya fueran éstas paganas, judías o cristianas.
Por tanto, no debe sorprender el que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como él hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, según las intenciones de Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, defendida por él con firmeza. Percibe la complejidad en la discusión de los problemas teológicos y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a creyentes a través de los siglos hasta nuestros días servirse con gratitud de sus definiciones. Un ejemplo significativo en este sentido es la enseñanza de Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa.
Escribe: "Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación tienen que entrenarse antes en el estadio de la vida activa; de este modo, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar ese corazón puro que permite ver a Dios" (Diferencias II, 34, 133: PL 83, col 91A). El realismo de auténtico pastor le convence del riesgo que corren los fieles de vivir una vida reducida a una sola dimensión. Por este motivo, añade: "El camino intermedio, compuesto por una y otra forma de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas cuestiones, que con frecuencia se agudizan con la opción por un sólo tipo de vida; sin embargo, son mejor moderadas por una alternancia de las dos formas" (o.c., 134: ivi, col 91B). Isidoro busca la confirmación definitiva de una orientación adecuada de vida en el ejemplo de Cristo y dice: "El Salvador Jesús nos ofreció el ejemplo de la vida activa, cuando durante el día se dedicaba a ofrecer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración" (o.c. 134: ivi).
A la luz de este ejemplo del divino Maestro, Isidoro ofrece esta precisa enseñanza moral: "Por este motivo, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra manera no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Es imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra" (o.c., 135: ivi, col 91C). Considero que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que nos deja el gran obispo de Sevilla a los cristianos de hoy, llamados a testimoniar a Cristo al inicio del nuevo milenio.
Benedicto XVI; San Isidoro de Sevilla,
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana
Oremos
Escucha, Señor, las súplicas que te dirigimos al celebrar hoy la festividad de San Isidoro de Sevilla; haz que tu Iglesia, que tuvo en este santo obispo un maestro insigne de vida espiritual, encuentre ahora en él un poderoso intercesor ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora Treves, Italia (746). Se le apareció a San Jerónimo Emiliani, 1530
Papa Francisco
Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium / La alegría del evangelio” § 24 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
“El mensajero no es más grande que el que lo envía”
La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,19); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos (cf. Lc 14,23). Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!
Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz (cf. Jn 10,3).
Los pequeños dones con grande aprecio
Santo Evangelio según San Juan 13, 16-20. Jueves IV de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Mi Señor, yo te pido que me laves no sólo los pies, sino todo mi pecado, para que me pueda poner siempre en tu presencia, y te ame, te experimente, te quiera...
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Qué pobre soy. Me enfada que se puedan burlar de mí en el colegio, en la universidad, con mis amigos; que me digan mocho, anticuado.
¡Qué ridículo soy! ¿Qué me pueden decir los demás…? Que digan lo que quieran, Tú lo dejaste bien claro, no he muerto yo, Tú moriste por mí, Tú eres quien diariamente es ofendido cada vez que yo insinúo pronunciar tu nombre, vivir tu mensaje, ¿y me siento la víctima de las ofensas?
Tú has dicho que quien te recibe a Ti, recibe a quien te ha enviado, quien me recibe a mí, recibe a quien me ha enviado… soy enviado tuyo, no puedo quedarme indiferente ante tanto mal, ante tanta tristeza, ante tanto dolor…
Más de alguna vez me he sentido solo, sin nadie que me acompañase, y en vez de abandonarme en mi tristeza y soledad, Tú mandaste alguien que me consoló, alguien que me dio la mano cuando nadie confiaba en mí, alguien que me mostró tu rostro con una sonrisa, con un gesto, con unas palabras de aliento; y luego viene un «que Dios te bendiga.» Les daré el mismo nombre que tenían en la antigüedad: Ángeles, pues no se contentan con mi bien corporal, sino que Tú les das la gracia de ser mensajeros y, sin embargo, ¿cuántas veces no los ofendo con las mismas palabras que tengo miedo de escuchar sobre mí…?
El Señor nos escucha: llamadlo. Señor, mira esto. Mira cuánta pobreza, cuánta indiferencia, cuánto se mira para otro lado. «Esto, no me concierne a mí, no me importa». Hablad con el Señor: «Señor, ¿por qué? Señor, ¿por qué? ¿Por qué soy tan débil y tú me has llamado a este servicio? Ayúdame, dame fuerza y humildad». El núcleo de la misericordia es este diálogo con el corazón misericordioso de Jesús.
(Homilía del Papa Francisco, 3 de septiembre de 2016)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré a un lado el respeto humano y bendeciré los alimentos delante de mis amigos, familia, compañeros...
Despedida
Jesús manso y humilde de Corazón, -Escúchame.
Del deseo de ser alabado, Líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, Líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, Líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros, Líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, Líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, Líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, Líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, Líbrame Jesús
Del temor de ser reprendido, Líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, Líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, Líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,Líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado,Líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con maliciaLíbrame Jesús
Que otros sean más amados que yo, Has, Jesús, que lo desee
Que otros sean más estimados que yo, Has, Jesús, que lo desee
Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse, Has, Jesús, que lo desee
Que otros sean alabados y de mí no se haga caso, Has, Jesús, que lo desee
Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil, Has, Jesús, que lo desee
Que otros sean preferidos a mí en todo, Has, Jesús, que lo desee
Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda,Has, Jesús, que lo desee
Oración y despedida:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo.
Amén.
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¿Somos hipócritas o servidores?
Este discurso de Jesús se dirige a los cristianos de todos los tiempos. Se dirige a las autoridades de la Iglesia y se dirige igualmente a cada uno de nosotros.
En las Sagradas Escrituras, frecuentemente, Jesús ataca a los escribas y fariseos. Invita a los suyos a hacer y cumplir lo que enseñan, pero no imitarlos en su conducta. Son críticas duras que les hace a los dirigentes espirituales de su pueblo. En concreto les echa en cara lo siguiente:
1. No cumplen lo que enseñan
2. Imponen cargas pesadas a la gente, pero ellos ni las tocan
3. Quieren aparentar ante los demás
4. Buscan los primeros puestos y los saludos en las plazas
Ahora, uno podría pensar que estas actitudes fueron propias de esta gente y que con su muerte se acabaron. Lastimosamente no es así. Este discurso de Jesús se dirige, por eso, también a los cristianos de todos los tiempos. Se dirige a las autoridades de la Iglesia y se dirige igualmente a cada uno de nosotros.
Porque los fariseos no son una categoría de personas. Se trata, más bien, de una categoría del espíritu de una postura interior. Es un bacilo siempre dispuesto a infectar nuestra vida religiosa.
Todos somos fariseos:
a. Cuando reducimos la religión a una cuestión de prácticas espirituales, a un legalismo estéril;
b. Cuando pretendemos llegar a Dios dejando de lado al prójimo;
c. Cuando nos preocupamos más de “parecer” que de “ser”;
d. Cuando nos consideramos mejores que los demás.
Toda esta plaga tiene un único y solo nombre: hipocresía. Por eso, con toda justicia, fariseísmo se ha convertido para nosotros en sinónimo de hipocresía.
Los hipócritas tienen una “doble cara”, una vuelta hacia Dios y la otra hacia los demás. Y, sin duda, la cara que mira a Dios es horrible, espantosa.
Para Cristo, la ley no era un ídolo, sino que era un medio. Tenía la tarea de empujar al hombre hacia adelante, de ayudarle para crecer. El desafío que hoy nos presenta Jesús es, entonces: amor o hipocresía. Porque amar significa servir. Quien ama realmente, sirve a los demás, se entrega a los hermanos.
Es la actitud de Cristo. Toda su vida en esta tierra no fue sino un servicio permanente a los demás. Y al final entrega hasta su vida por nosotros, para liberarnos y salvarnos.
Y es también la actitud de María. En la hora de la Anunciación se proclama la esclava del Señor. Nosotros muchas veces creemos que estamos sirviendo a Dios porque le rezamos una oración o cumplimos una promesa. Miremos a María: Ella le entrega toda su vida, para cumplir la tarea que Dios le encomienda por medio del ángel. Cambia en el acto todos sus planes y proyectos, se olvida completamente de sus propios intereses.
Lo mismo le pasa con Isabel. Sabe que su prima va a tener un hijo y parte en seguida, a pesar del largo camino de unos cien kilómetros. No busca pretextos por estar encinta y no poder arriesgar un viaje tan largo. Y se queda tres meses con ella, sirviéndola hasta el nacimiento de Juan Bautista.
Hace todo esto, porque sabe que en el Reino de Dios los primeros son los que saben convertirse en servidores de todos. Cuando el ángel le anuncia que Ella será Madre de Dios, entonces María comprende que esta vocación le exige convertirse en la primera servidora de Dios y de los hombres.
Pidamos a Jesús y a María que nos regalen ese espíritu de servicio desinteresado y generoso, que ellos han vivido tan ejemplarmente. Sólo con ese espíritu podremos enfrentar los desafíos del mundo de hoy. Sólo con ese espíritu podremos ser instrumentos aptos para construir un mundo nuevo.
Preguntas para la reflexión
1. ¿En qué grupo estoy, hipócritas o servidores?
2. ¿Cómo podemos servir a los demás?
3. ¿Qué actitud de María puedo adoptar?
La “fuerza de vencer el mal”
Papa Francisco invita a luchar contra el mal: Toda la vida cristiana es un combate
La última catequesis del Papa Francisco sobre el Bautismo en la Audiencia General del miércoles fue sobre la “fuerza de vencer el mal” y explicó cómo este sacramento es un arma eficaz para ello.
Francisco habló de los catecúmenos que de adultos se preparan también para recibir el Bautismo y que se encuentran realizando la iniciación cristiana. “Educados en la escucha de Jesús, de su enseñanza y de sus obras, los catecúmenos reviven la experiencia de la mujer samaritana sedienta de agua viva, del ciego de nacimiento que abre los ojos a la luz, de Lázaro que sale del sepulcro”.
“El Evangelio lleva consigo la fuerza de transformar a quien lo acoge con fe, arrancándolo del maligno para que aprenda a servir al Señor con alegría y novedad de vida”.
El Pontífice destacó que “a la pila bautismal no se va nunca solos, sino acompañados por la oración de toda la Iglesia, como recuerdan las letanías de los santos que preceden a la oración del exorcismo y la unción prebautismal con el óleo de los catecúmenos”.
“Son gestos que desde la antigüedad aseguran a cuántos se prestan a renacer como hijos de Dios a que la oración de la Iglesia los asiste en la lucha contra el mal, los acompaña en el camino del bien, los ayuda a sustraerse del pecado para pasar del reino de la gracia divina”.
El Papa recordó que este es el motivo por el que el camino de los catecúmenos adultos “está marcado por repetidos exorcismos pronunciados por el sacerdote, es decir, oraciones que invocan la liberación de todo aquello que separa de Cristo e impide la íntima unión con Él”.
También destacó que el Bautismo “no es una fórmula mágica”, sino “un don del Espíritu Santo que habilita a quien lo recibe a luchar contra el espíritu del mal, creyendo que Dios ha mandado al mundo a su Hijo para destruir el poder de satanás y transferir al hombre de las tinieblas en su reino de luz infinita”.
“La vida cristiana está siempre sujeta a las tentaciones de separarse de Dios, de su querer, de la comunión, con él, para recaer en los lazos de la seducción mundana”.
En el Bautismo, el catecúmeno también es ungido con el óleo, que significa que “la potencia de Cristo Salvador fortifica para luchar contra el mal y vencerlo”.
A su vez, reconoció que “es fatigoso combatir contra el mal, huir de sus engaños, volver a tomar fuerzas después de una lucha agotadora, pero tenemos que saber que toda la vida cristiana es un combate”.
¿Por qué la Iglesia celebra concilios ecuménicos?
Conoce los 9 más importantes de la historia
En sus veinte siglos de historia, la Iglesia ha atravesado numerosas crisis, ya sea por divisiones internas o por amenazas externas, y todas ellas las ha superado con la especial asistencia del Espíritu Santo. Cada vez que un error doctrinal generó confusión en los fieles, cada vez que los miembros de la Iglesia se mundanizaron relajando su disciplina, o toda vez que fue necesario corregir la estructura eclesiástica para recomponer su función de madre y maestra; allí hallamos la labor de un concilio ecuménico que aportó aire y nuevo impulso evangélico a la Nave de Pedro.
En estas situaciones, y cuando la problemática involucró a la Iglesia universal, el Papa –o en los siete primeros concilios, el emperador con legitimación papal–, convocó a los obispos del mundo a un concilio ecuménico que tomó las medidas para superar la coyuntura.
Según el derecho canónico, solo el Romano Pontífice puede convocar a este tipo de concilio, presidirlo personalmente o por medio de otros, trasladarlo, suspenderlo o disolverlo, y aprobar sus decretos (338 § 1). De igual forma, solo él tiene la potestad de determinar qué cuestiones de van a tratar y bajo qué reglamento (338 § 2). A estos temas los obispos pueden agregar otros con la aprobación papal. Los obispos que forman parte del Colegio Episcopal tienen el derecho y el deber de asistir al concilio ecuménico con voto deliberativo (339 § 1), aunque otras personas que carecen de la dignidad episcopal pueden también ser llamados a participar en el Concilio por la autoridad suprema de la Iglesia, a la que corresponde determinar la función que deben tener en el Concilio (339 § 2).
En 2000 años de existencia, la Iglesia ha realizado veintiún concilios universales que abordaron los más diversos temas y respondieron a las más complejas circunstancias. En este post te acercamos los nueve concilios ecuménicos que a nuestro juicio son los más importantes y célebres en la historia de la Iglesia. Esperamos que el recurso te sirva para conocer, amar y confiar aún más en Cristo y su Iglesia
*Si quieres ampliar tu información sobre estos y otros concilios puedes consultar las siguientes obras de la colección: «Historia de la Iglesia» de la Biblioteca de Autores Cristianos, «Edad Antigua» de Jesús Álvarez Gómez, «Edad Media» de José Sánchez Herrero, «Edad Moderna» de José García Oro y «Época Contemporánea» de Juan María Laboa.
Concilio de Nicea
Este célebre concilio celebrado en el año 325 dC y organizado por el emperador Constantino fue convocado para contrarrestar le expansión de la herejía arriana. Arrio, entonces presbítero de Alejandría, promovía una concepción según la cual Cristo no era Dios y hombre sino un ser intermedio, una encarnación de una criatura intermediaria (Logos) entre Dios y el mundo material, pero no la Segunda Persona de la Trinidad.
Frente a la extensión de esta doctrina, cerca de 200 obispos –mayoritariamente orientales– fueron convocados en una gran asamblea para discutir el problema durante cerca de dos meses. El resultado de este concilio fue el Credo niceno que afirmó categóricamente que el Hijo era “Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre”. Al utilizar esta definición se apartaba la noción de una criatura creada desde la nada, y se enfatizaba que el Hijo era Dios en sentido pleno, procedente del Padre y existente desde la eternidad. De esta manera se establecía un criterio ortodoxo y una uniformidad en las creencias que evitaran la propagación del error.
Concilio de Constantinopla
En 381 dC se llamó a un segundo concilio ecuménico para tratar una serie de dificultades que habían surgido con posterioridad al Concilio de Nicea. Del arrianismo que negaba la divinidad del Hijo se derivaron otras doctrinas como el macedonianismo que negaba la divinidad del Espíritu Santo y que habían conseguido adeptos en las regiones de Tracia y Bitinia. Ante esta situación el emperador Teodosio cedió a la insistencia de los obispos orientales y convocó a un concilio al cual asistieron 150 representantes. La asamblea aprobó el Credo niceno-constantinopolitano que agregaba al Credo niceno cláusulas sobre la divinidad de Espíritu Santo y su obra salvífica.
Concilio de Éfeso
Celebrado en 431 dC fue establecido por el emperador de Oriente Teodosio II para facilitar la conciliación entre posturas divergentes que habían surgido en torno al título “Madre de Dios” aplicado a la Virgen María y a las dos naturalezas de Cristo.
Nestorio, obispo de Constantinopla, era partidario de referirse a María como “Madre de Cristo” para distinguir su maternidad respecto a la naturaleza humana de Jesús. La comunidad cristiana de Alejandría, encabezada por el patriarca Cirilo, se opuso a esta definición por considerar que recaía en una negación de las dos naturalezas de Cristo y afirmaron “una es la naturaleza del Logos divino encarnado”. La solución que propusieron generó otra división porque terminaba por disolver la humanidad de Cristo en la divinidad. Frente a estas posturas, la iglesia oriental se dividió entre los partidarios de Antioquía que reprocharon a Cirilo no hacer hincapié en la dualidad de Dios y de hombre de Cristo, los partidarios de Alejandría que condenaban las tesis de Nestorio y, finalmente, los nestorianos que pujaban por imponer su concepción. Así, tres posturas se enfrentaban en esta comunidad primitiva. El concilio terminó por condenar la tesis de Nestorio y confirmar el título de “Madre de Dios” aplicado a María.
Concilio de Calcedonia
Como consecuencia de la afirmación de Cirilo y la comunidad alejandrina surgió una corriente denominada monofisismo que sostenía que en Cristo solo había una naturaleza divina, es decir que, según sus términos, en Cristo la humanidad se disolvía en la divinidad como una gota de agua dulce en el océano salado.
En este contexto, la corte imperial de oriente se contactó con el Papa y se preparó un nuevo concilio al que asistieron más de 500 obispos en el año 451 dC. El corazón doctrinario de la asamblea estuvo inspirado en el Tomus Lonis, un tratado dogmático sobre el problema cristológico escrito por el Papa León I. El resultado del concilio fue una fórmula que acentuaba la unidad y la dualidad en Cristo, esto es, una persona en dos naturalezas. Los dos conceptos decisivos fueron el de persona (prosopon) y el de naturaleza (physis), ambos de orden filosófico. Además reconfirmó como “Madre de Dios” a la Virgen María.
Segundo concilio de Nicea
El séptimo concilio ecuménico que se organizó en 787 dC intentó cerrar el conflicto oriental por el culto a las imágenes que había dividido a Bizancio en iconoclastas e iconódulos. Los primeros se oponían a la utilización de imágenes mientras que los segundos la defendían.
El resultado del concilio fue la declaración del culto a las imágenes como doctrina ortodoxa y la condena de la iconoclasia. Introdujo una cuidadosa distinción entre el culto de veneración (prokynesis), lícito hacia las imágenes por la relación que se establece con la persona representada, y el culto de adoración (latreía) solo debido a Dios. Además, se trató del último concilio ecuménico en el que participaron las comunidades orientales que luego del cisma de 1054 se conformarían como la Iglesia Ortodoxa.
Cuarto concilio de Letrán
La reforma de la Iglesia y la Cruzada para recuperar Tierra Santa fueron los dos objetivos que se trazo el Papa Inocencio III al convocar a este concilio que fue determinante para la vida religiosa del cristianismo occidental durante la Edad Media, y uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. A esta gran asamblea fueron invitados obispos, superiores de las órdenes religiosas y de las órdenes militares (templarios, hospitalarios), soberanos y muchas autoridades civiles de ciudades italianas. La lista oficial contó con la asistencia de 402 cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos y 800 prelados inferiores (abades, priores, deanes).
El concilio se realizó en 1215 dC y su resultado fueron al menos 70 decretos conciliares o constituciones. Lo más importante en relación a la doctrina fue la condena de los errores de los valdenses que negaban la existencia del purgatorio, las indulgencias y las oraciones por los difuntos, y de los albigenses o cátaros que afirmaban la existencia de dos principios opuestos entre sí, uno bueno y el otro malo, y condenaban el matrimonio. De ello se derivó la ampliación en la enunciación de la fe católica, abarcando definiciones en relación a la Trinidad, la creación, Cristo Redentor, los sacramentos, la Iglesia y otros temas. En relación a los sacramentos, se introdujo la palabra transubstanciación para explicar la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. También precisó que todo pecador puede alcanzar, después del bautismo, la remisión de los pecados por una verdadera penitencia y que el matrimonio junto al celibato es un camino de salvación.
Concilio de Trento
Quizás sea el más célebre de los concilios ecuménicos y pilar de la Contrarreforma, es decir, la reafirmación de la ortodoxia católica frente al avance de la Reforma Protestante. Es sin duda el concilio más largo de la historia, pues transcurrieron 18 años entre su inicio en diciembre de 1545 y su conclusión en diciembre de 1563, aunque fue interrumpido en varias ocasiones.
Los grandes temas doctrinales fueron revisados y reformulados en respuesta a los planteamientos protestantes: la definición de la Iglesia en la perspectiva medieval y escolástica; el valor de la Escritura y de la Tradición como fuentes de la doctrina cristiana y la versión llamada Vulgata de la Biblia como texto oficial, la validez de todos los sacramentos, la confirmación de la antropología cristiana prestando atención a los efectos del pecado original y la justificación por la fe y la obras, y todo lo relacionado al purgatorio, los santos, las reliquias, el culto a las imágenes y las indulgencias. Tambiéntomó medidas disciplinares para favorecer la formación del clero y eliminar los abusos. Entre esta gran cantidad de medidas encontramos la función de las catedrales como centros de promoción cristiana mediante la enseñanza de la Escritura, la función de prelados y curas en su ministerio ordinario en la invitación a llevar una vida religiosa irreprochable, la labor catequética que debía llegar a las comunidades utilizando la lengua vulgar y los recursos didácticos; la residencia de los prelados y el gobierno directo en las diócesis con la obligación de visitar las comunidades, de controlar la rectitud del culto, de enderezar la vida y las costumbres de la clerecía y de inspeccionar el funcionamiento de los cabildos catedralicios y colegiales.
Concilio Vaticano I
Transcurrieron 300 años desde el Concilio de Trento hasta que el Papa Pío IX decidió convocar a un nuevo concilio ecuménico que se desarrolló entre los años 1869 y 1870. El motivo era el peligroso movimiento anticatólico que se iba extendiendo por Europa inspirado en las teorías naturalistas, racionalistas y materialistas del momento. El laicismo se fue imponiendo en numerosos países y la Iglesia fue despojada de su bienes en variadas desamortizaciones mientras los registros de nacimientos, matrimonios y defunciones pasaban al poder secular. A la par, en los círculos intelectuales proliferaron teorías que negaban la divinidad de Cristo y atacaban al cristianismo, incentivando conductas fervientemente anticlericales.
En este contexto, Pío IX llamó a un nuevo concilio al que asistieron obispos de todo el mundo: 224 italianos, 81 franceses, 40 españoles, 27 ingleses, 19 irlandeses, 16 alemanes, 19 de pequeños estados europeos, 49 de Estados Unidos, 60 de América hispana y Brasil, 9 de Canadá y 172 inpartibus, generalmente de países de misión, además de 42 de rito oriental. También se extendió una invitación dirigida a las iglesias ortodoxas que fue declinada.
El concilio aprobó la constitución «Dei Filius» que constaba de cuatro capítulos. En el primero de ellos se proclamó la existencia de un Dios personal, libre, creador de todas las cosas y absolutamente independiente de las criaturas por Él creadas. El segundo afirma la existencia de dos órdenes de verdades: el de la naturaleza, accesible al conocimiento racional humano, y el sobrenatural, accesible solo por la revelación divina. El tercer capítulo trata la cuestión de la fe, viendo en ella un acto de Dios y acto libre del hombre, además de señalar a la Iglesia como su depósito. Finalmente el cuarto capítulo delimita los campos de la fe y la razón y enfatiza la no oposición entre la religión y la ciencia. El documento estuvo dirigido al conjunto de errores de la época, a saber, el ateísmo, el panteísmo, el racionalismo absoluto, el fideísmo, el tradicionalismo, que se oponía a la racionalidad humana como forma de alcanzar la verdad, y el hermesianismo, que pretendía demostrar racionalmente los dogmas.
Sin embargo, la formulación de mayor trascendencia fue la definición de la infalibilidad papal como dogma de fe cuando el Sumo Pontífice se pronuncia “Ex Cathedra”, es decir, cuando define una cuestión de fe o de moral haciendo uso de su suprema autoridad apostólica como pastor y maestro de todos los cristianos.
Concilio Vaticano II
A casi un siglo de celebrado el penúltimo concilio ecuménico, el papa Juan XXIII invitó a una nueva asamblea que tendría un objetivo más pastoral que dogmático y que buscaría promover la participación de la Iglesia en la búsqueda de una humanidad mejor, el aggiornamento de las estructuras y de la presentación del mensaje cristiano, y la preparación de los caminos de la unidad. Se desarrolló entre octubre de 1962 y diciembre de 1965, siendo el concilio con mayor cantidad de asistentes -2557 padres con derecho a voto de diversas naciones- además de ser presidido por dos Papas, Juan XXIII y tras su muerte, Pablo VI.
El concilio expidió dieciséis documentos de los cuales cuatro fueron constituciones, nueve decretos conciliares y tres declaraciones conciliares. En relación a lo litúrgico se aprobó la constitución «Sacrosantum Concilium» que diseño una liturgia entendible para los creyentes adaptándola a las necesidades del espíritu contemporáneo. La constitución «Lumen Gentium», recuperó la dimensión mistérica de la Iglesia como signo de la unión de los hombres con Dios en Cristo, afirmó la colegialidad episcopal y revalorizó el laicado. En «Dignitats Humanae» se reconoció el derecho natural del hombre a seguir el dictamen de su conciencia en materia religiosa y proclamó que este derecho debe ser asegurado por la sociedad y en particular por el poder civil, mientras la constitución pastoral «Gaudium et Spes» abordó cinco temas que consideraba de extrema urgencia como la situación de la familia y el matrimonio, el valor de la cultura, la vida económico-social, la política y la internacional.
En síntesis, el último concilio ecuménico entregó una Iglesia distinta, más espontánea y realista, más juvenil y esperanzada, más atenta y cercana a los problemas angustiosos del momento. Sin falsear la Revelación y en el estricto respeto a la Tradición promovió el desarrollo de la fe católica, propició la renovación moral de la vida cristiana de los fieles y adaptó la disciplina eclesiástica a las necesidades de nuestro tiempo.
¿Qué hay de verdad en el maleficio?
Comunmente se entiende por maleficio, la capacidad de una persona de realizar un mal sobre otra, en base a metodologías mágicas
Pregunta:
¿Qué hay de verdad en el maleficio?
Respuesta:
Estimado:
Puede serle de utilidad el siguiente artículo del Lic. José María Baamonde, de la Fundación SPES.
En muchas sectas y nuevos movimientos religiosos, como así también en varias de las disciplinas promovidas por la New Age o Nueva Era, puede observarse que subyace en mayor o menor medida, una concepción mágica.
Definición:
La palabra magia, deriva del vocablo persa mag, cuya una de sus ascepciones es el de sabiduría. La magia consiste en una concepción mecanicista basada en el convencimiento de que existiría una fuerza en la naturaleza, susceptible de ser captada merced a diversos rituales, y utilizada en beneficio o detrimento de los hombres.
En base a lo expuesto podemos sostener, de manera sencilla, que el concepto de la magia se asienta en la creencia paralela y recíproca de dos mundos (visible e invisible), con sus respectivas fuerzas y correspondencias. De tal manera que lo actuado en uno de estos mundos (visible), tendrá una correspondencia determinada en el otro (invisible), y viceversa.
Tipos de Magia
Si bien son muchas las posibles clasificaciones de la magia, popularmente se conocen dos variantes, especialmente en lo que hace a su metodología o formas de operación y sus fines.
En lo que respecta a la metodología se destacan las de carácter homeopático o analógico, y las de carácter transitivo o de contigüidad.
La primera se basa en el principio de similitud o concepción de que lo semejante actúa sobre lo semejante. Un ejemplo de ella sería aquel ritual en el que para curar una afección cardíaca, se realiza un emplasto con una planta cuyas hojas tienen forma similar al corazón. Es importante destacar que el ejemplo dado en la magia homeopática o analógica, no debe ser confundido con aquellos tratamientos que, basados en una vieja sabiduría popular, reconoce el efecto terapéutico de los componentes de ciertos vegetales y que es denominado como fitoterapia.
Por su parte la segunda, se basa en el principio que sostiene que los elementos una vez en contacto, continúan operando uno sobre otro. Este es el tipo quizás, más popularmente conocido y un ejemplo sería cuando se confecciona una figura de arcilla a la que se anexa algún elemento u objeto de la persona sobre la que se quiere actuar (v.gr.: un cabello, una uña, una foto o un pañuelo). Estos elementos u objetos de la persona, por pertenecer a ella, la implicarían en su totalidad. De esta manera las acciones realizadas sobre la figura de arcilla (presionarla, clavarle alfileres, quemarla con fuego), producirían efectos similares sobre la persona de la que se ha tomado el elemento u objeto y puesto en contacto con la figura.
Finalmente y en lo que respecta a su fines, habría basicamente dos tipologías, conocidas como magia blanca y negra, aunque algunos autores sostienen que esta definición es artificiosa. La primera de ellas tendría fines positivos, mientras que la restante, sólo fines negativos y es la asociada a la brujería y los maleficios.
El Maleficio
Comunmente se entiende por maleficio, la capacidad de una persona de realizar un mal sobre otra, en base a metodologías mágicas.
En nuestra sociedad y no distinguiendo clases o niveles intelectivos, la pregunta de si existe la posibilidad del maleficio, surge de tanto en tanto. Esta pregunta suele venir convenientemente respaldada, de un folklore que hunde sus raíces en creencias populares, cuentos, películas, libros e historias, que han creado un campo fértil a la fantasía o la exageración y, siempre, a un sordo temor que se manifiesta en el dicho popular: ‘¡Las brujas no existen, pero que las hay, las hay!’
A esta pregunta debemos responder que, sin descartar la posibilidad de una intervención preternatural, sólo que esta ocurre en rarísimas ocasiones, sólo cuando es permitido por Dios y nunca con la asiduidad con que se cree, la concreción del maleficio debe ser generalmente descartada.
No obstante ello ciertas prácticas tienden a confundir a muchos, por los efectos que parecen derivar de ellas y que, ante el desconocimiento, fácilmente son atribuidas a consecuencias de un maleficio.
Tanto la Iglesia como la ciencia, sostienen un principio de economía, que al mismo tiempo es de prudencia y objetividad, y que estipula que ‘frente a un hecho extraordinario, nunca debe darse una respuesta de orden preternatural o sobrenatural, si puede ser explicado naturalmente’. Sólo cuando se acaban las posibilidades de una explicación natural, se puede empezar a pensar en la posibilidad, y no certeza, de una de orden no natural.
De esta manera podemos decir que el maleficio surte un efecto, entre otras razones, por autosugestión. Si uno cree en la posibilidad de un maleficio, es muy posible que le termine ocurriendo algo. O para decirlo de otra manera: todo lo malo que nos pasa a todos, todos los días, si creemos en el maleficio, se lo adjudicaremos a él.
Si una persona cree que han ejercido sobre ella un maleficio, aumentará su tensión nerviosa, manteniendo una situación de alerta constante, lo que repercutirá en una secreción mayor de lo habitual de adrenalina y un aceleración del ritmo cardiorespiratorio, contracciones musculares, gastritis, insomnio, angustia, ansiedad y demás disfunciones, que pueden llegar a provocar cuadros clínicos serios.
Otra de las formas por las que el maleficio suele surtir un efecto, es a raíz de algún engaño encubierto. En ocasiones los objetos que se utilizan, cuentan con sustancias tóxicas que al tomar contacto con la persona, producen una serie de efectos que fácilmente pueden ser adjudicados a lo preternatral, cuando las causas son perfectamente naturales.
Al respecto se suele mencionar como ejemplo cuando se colocan cánulas de bambú embadurnadas en curare, entre las plumas de algún gallo muerto. La persona a la que está destinada el maleficio, al tomar el gallo con sus manos se pincha con las cánulas de bambú, ingresando el curare a su organismo. El curare es un veneno que actúa sobre el sistema nervioso y puede producir la muerte por paro cardiorrespirtorio. En otras ocasiones, las sustancias tóxicas son preparadas en pócimas o infusiones que, sin conocimiento del afectado, se dan a beber produciendo diversos efectos.
Algunas consideraciones
La creencia popular en la magia y el temor atávico frente a la posibilidad de un maleficio, es explotado por numeros nuevos movimientos religiosos de características sectarias y los clasificados de los periódicos dan sobrada prueba de ello.
Movimientos relacionados con la New Age o Nueva Era y, especialmente, cultos afrobrasileños de lo más diversos que prometen solución a todos los problemas, laborales, familiares y sentimentales, recurren a la concepción mágica en su proselitismo.
¿Cuántas veces escuchamos a diario a personas que desesperadas por dificultades económicas y laborales, acuden a estos movimientos y por respuesta no reciben explicaciones relacionadas con la actual situación socio-económica, sino que les han hecho un maleficio y que, para deshacerlo, deben oblar sumas que van desde los doscientos a los cinco mil dolares o más? O, preocupados por la enfermedad propia o de algún familiar cercano, reciben igual respuesta, abandonando tratamientos médicos con graves consecuencias.
En el mejor de los casos sólo pierden el dinero, en otros, se puede perder también la vida del alma y del cuerpo
* Algunas referencias Bíblicas para el esclarecimiento: Dt.18,10; Jr. 27,9 y 29,8; Sab. 13,1-9; Is. 2,6 y 57,3; Os. 4,2; Mi. 5,11; Ml. 3,5; Hch. 8,9-25; 13,8-12 y 19,19.
* Algunas referencias del Catecismo: Adivinación y Magia: 2115, 2116 y 2117.
Bibliografía para profundizar
– CAPANNA, Pablo, ‘La Tentación de la Magia’, Ed. Claretiana. Trabajo donde de manera sencilla se introduce al tema de la magia, su psicología y el cristianismo frente a dicho fenómeno.
– VERNETTE, Jean, ‘Ocultismo, Magia y Hechicerías’, Ed. CCS. Interesante tabajo donde se tratan las materias enunciadas en el título, su resurgimiento con el movimiento de la New Age o Nueva Era y su incompatibilidad con la fe cristiana.
Lic. José María Baamonde
Fundación S.P.E.S.
Necesidades emocionales en los últimos días
En los últimos días de vida, nuestra necesidades cambian, y dejando a un lado la parte médica, las emociones juegan un rol fundamental
Carmen es una de esas oncólogas con sala de espera llena, respetada por sus colegas, admirada por sus pacientes. Siempre se ha caracterizado por su buen ojo clínico y su sensibilidad en el trato con el paciente. Ella, aunque siempre muy modesta, se considera a sí misma como una gran profesional y buen ser humano. Es por esto que, cuando luego de muchas semanas de exámenes, diferentes opiniones médicas y largas noches en vela no logró dar con la razón por la que uno de sus pacientes no se estabilizaba, se preocupo y mucho.
Tipos de necesidades
Las necesidades de los pacientes en fase terminal dejan de ser cada vez mas médicas para pasar a ser mas emocionales, espirituales y psicológicas. Claro está que estos síntomas “del alma” no son tan visibles pero si crean síntomas físicos sin razón aparente.
Se pueden encontrar pacientes con diferentes tipos de reacciones y posturas, pero las necesidades casi siempre suelen ser las mismas:
Asumir y aceptar sus pérdidas, estas pueden ser físicas, familiares, de su propia vida, etc.
Asumir y aceptar el cambio de roles, en especial cuando el paciente representa un rol de autoridad.
Asumir y aceptar la posible disfuncionalidad y falta de autonomía.
Sentirse útil, buscando la forma de que, pese a la enfermedad, existan ciertas cosas que pueda cumplir bajo un propósito.
Delegar
Llevar a cabo asuntos pendientes, y esta necesidad es la que más se puede percibir en los pacientes. El poder finiquitar planes comenzados, el poder expresar a otros como se siente, si necesita perdonar, ser personado, agradecer, etc.
Que su equipo médico y cuidadores sean fuente de descanso gracias al buen manejo de síntomas y buenos cuidados.
Satisfacer sus necesidades espirituales.
Para esto, el paciente necesita ser escuchado. Parece sencillo, es verdad, pero no es lo mismo escuchar, que escuchar activamente. Es la capacidad de escuchar mas allá de las palabras, es poder ver gestos, percibir emociones, atender y entender el lenguaje no verbal. Justo eso que, en ese momento, Carmen necesitaba para poder entender que era lo que le pasaba a su paciente.
La idea está en poder acompañar (ya sea desde el rol de profesional de la salud, de familiar o de cuidador) al paciente durante su proceso de descubrir lo que necesita y de que forma satisfacer estas necesidades. Es poder reducir las sensaciones de soledad, ayudarlos a aumentar la sensación de control sobre el entorno y su autonomía. A reducir esa percepción de amenaza que tienen hacia la enfermedad o la incertidumbre en sí, a reducir niveles de tensión y sentimientos de ansiedad, miedo o tristeza.