El Esposo está con ellos

Magno de Füssen, Santo

Abad, 6 de septiembre

Martirologio Romano: En el monasterio de Füssen, en Baviera (Alemania), san Magno, abad (s. VIII).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

Breve Biografía

SAN MAGNO DE FÜSSEN nació cerca de St. Gallen, en la actual Suiza, aunque son pocos los datos biográficos que se conocen de este santo.

Las referencias que tenemos de la vida de San Magno provienen primordialmente de comentarios de sus compañeros San Columbano y San Galo.

Junto con ellos, San Magno fue designado por Witkerp, el obispo de Augsburgo, para evangelizar rincones de Alemania que todavía eran paganos. Hacia 746 San Magno estuvo activo en la región de Algovia, o Allgäu, en el sur de Baviera, donde fundó el monasterio de Füssen.

Según la tradición, San Magno habría recibido el bastón de San Columbano cuando falleció. En el camino de vuelta se le habría aparecido un dragón, pero por medio del bastón lo habría derrotado fácilmente.

También se narra que con el mismo bastón San Magno sometió a un oso que había invadido su huerto, y que con el bastón era capaz de ahuyentar víboras y alimañas.

Durante su vida, San Magno, abad de Füssen, presenció las pugnas que concluyeron con la victoria de los francos sobre los alamanes.

A pesar de la actividad política de Witkerp, obispo y superior suyo, San Magno siempre prefirió fomentar actividades que beneficiaran a la población local, como la minería.

A San Magno de Füssen se le ha considerado tradicionalmente el “Apóstol de Algovia”. Se le venera todavía en el sur de Baviera y Suavia, en el Tirol y en Suiza, se le invoca en la labranza como protector contra insectos y animales perniciosos.

La alegría de estar con el Señor

Santo Evangelio según san Lucas 5, 33-39. Viernes XXII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, dame la gracia de darme cuenta de tu presencia y de aprender a valorarla con la alegría de quien se siente amado; ayúdame a crecer cada día más en un amor profundo hacia ti. Amen

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 5, 33-39

En aquel tiempo, los fariseos y los escribas le preguntaron a Jesús: “¿Por qué los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oración, igual que los discípulos de los fariseos, y los tuyos, en cambio, comen y beben?”.

Jesús les contestó: “¿A caso pueden ustedes obligar a los invitados a una boda a que ayunen, mientras el esposo está con ellos? Vendrá un día en que les quiten al esposo, y entonces sí ayunarán”.

Les dijo también una parábola: “Nadie rompe un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque echa a perder el nuevo, y al vestido viejo no le queda el remiendo del nuevo.

Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo revienta los odres y entonces el vino se tira y los odres se echan a perder. El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos y así se conservan el vino y los odres. Y nadie, acabando de beber un vino añejo, acepta uno nuevo, pues dice: ‘El añejo es mejor’”.

Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El Señor es un Dios que se preocupa por nuestra felicidad, no quiere que estemos tristes, ni que nos quedemos solo en lo difícil y doloroso de la vida, quiere que seamos plenamente felices. Dios mismo nos da la clave de la felicidad, es decir, Él mismo. Si estamos en compañía del Señor no podemos estar sufrimiento que no pueda ser superado.

Sin embargo, todos somos conscientes de que hay momentos de sufrimiento en nuestras vidas, momentos en los que no sentimos la presencia de Dios, parecería que Él estuviera ausente. Y es, en esos momentos, cuando nos podemos dejar ahogar por el sufrimiento y las dificultades. Dios quiere que ofrezcamos esos sufrimientos por los demás, Él no está realmente ausente, pero quiere que sintamos cierto tipo de soledad para que podamos crecer y no nos hagamos dependientes de las consolaciones de su amor.

«El Señor te ha ofrecido el vino nuevo, pero tú no has cambiado los odres, no los has cambiado. La mundanidad, la mundanidad que es lo que arruina a tanta gente, ¡a tanta gente! Gente buena pero que entra en este espíritu de la vanidad, de la soberbia, del hacerse ver… No hay humildad y la humildad forma parte del estilo cristiano. Debemos aprenderla de Jesús, de la Virgen, de san José, eran humildes».
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de enero de 2019, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Pedirle al Señor que me renueve para que pueda sentir su presencia y consuelo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Un vestido nuevo

“No vivas de las apariencias, siempre cambian. No vivas de las mentiras, al final se descubren…”

“No vivas de las apariencias, siempre cambian. No vivas de las mentiras, al final se descubren…”, son las palabras del Papa Francisco expresadas a través de su cuenta en Twitter.

Estamos viviendo una época en la que nos empapamos de bienes materiales mostrándolos al mundo para obtener quizás ciertas “seguridades”: obtener reconocimiento, alimentar nuestro ego personal, tener amistades seleccionadas o para reservar un lugar en el escalafón a lo menos medio alto de los niveles socioeconómicos de la sociedad. Viajes, lujos, marcas, consumismo, todo eso se apodera de nuestras mentes a la hora de aparentar lo que no somos, pues nuestros niveles de endeudamiento aumentan, así como la carga de trabajo y el estrés. Todo ello para generar bienes que nos permitan aparentar un buen poder adquisitivo y no perder esas “seguridades”.

Muchos otros ejemplos pueden venir a la mente para demostrar que hoy, nuestra sociedad ha privilegiado el “parecer” antes del “ser”.

Sí Jesús, el Rey de Reyes, entró a Jerusalén en un pollino como señal de sencillez y de humildad (Mateo 21, 1-11), ¿quiénes somos nosotros para engrandecernos con lo que ni siquiera tenemos?

Hermoso mensaje nos deja Jesús en la Parábola de Los Convidados a las Bodas, al relatar cómo los invitados escogían los primeros lugares en la celebración: “… Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado” (Lucas 14,11).

Jesús muere en la Cruz por nosotros, muere por nuestros pecados, muere por servirnos a nosotros. “… Y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Marcos 10,44-45).

Jesús, nuestro Salvador, el hijo de Dios, humilde y humillado, pues fue juzgado, muerto y sepultado como el peor de los malvados, como la peor persona que pueda existir. Ese es el ejemplo que debemos seguir. Estamos llamados a hacernos niños para alcanzar el reino de los cielos (Mateo 18, 1-6). Hacernos pequeños, humildes, reconocernos débiles, pecadores y por supuesto no fingir lo que no somos a través del consumismo.

En una sociedad cada vez más materialista, el Señor quiere que usemos un vestido nuevo, dejando atrás la vestidura de las apariencias. Tomar una actitud de autenticidad, resaltar los valores y dones que cada uno tenemos para el bien de nuestros hermanos; tener una nueva forma de ser, la de Jesucristo. Guardemos el vestido de las apariencias del cual cuelgan adornos materiales y cambiémonos por un vestido nuevo.

La Sagrada Escritura nos invita a vestirnos con La Armadura de Dios: “…Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el Poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo” (Efesios 6,10-11). La seguridad, la fortaleza, el poder y la audacia la encontraremos en esta nueva vestidura: en La Armadura de Dios.

Desde aquí podremos mostrarnos tal cual somos. Personas dotadas de dones, talentos y virtudes que debemos utilizarlos para nosotros y nuestro prójimo por medio de obras concretas. Seguir el claro ejemplo de humildad de Jesús. Ser rectos de corazón, justos con nuestros hermanos y por cierto, educar a nuestros hijos con valores éticos y cristianos para que siempre utilicen el vestido nuevo, el vestido de Jesucristo.

Aquí está puesta la mirada del Señor: “El hombre se fija en apariencias, pero yo me fijo en el corazón” (1 Samuel 16,7).

¿Cómo me debo vestir para ir a Misa?

Era domingo por la tarde y me dirigía a Misa, al entrar a mi parroquia observé cómo una señora encargada de la liturgia reprochaba a una joven sobre el modo de vestir con el que acudía esa tarde al templo. La joven, por su parte, alegaba que a Dios no le importaban esos detalles, que Él miraba su corazón y la amaba, más allá de las apariencias. No puedo estar más de acuerdo contigo, le dijo la señora. Pero, también le dijo: pero no olvides que demostramos lo que hay en nuestro corazón con la manera en que vestimos. La joven, se quedó callada.

Quedé sorprendido por la respuesta de esta señora, pues tenía razón. Tantas personas que acuden cada domingo a Misa sin guardar un poco de respeto por la casa del Señor. Muchos son los que acuden con shorts, minifaldas, escotes pronunciados, gorras o, incluso, en chanclas, como si se tratara de una reunión sin importancia.

Me ha tocado ver en algunas parroquias anuncios que antes de entrar, recuerdan a los fieles que es la casa de Dios y, por lo tanto, se debe ingresar a ella adecuadamente vestidos. Pero pareciera que no muchos ponen atención a este recordatorio.

Dice El santo cura de Ars, San Juan María Vianney: “Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella”. Y yo añadiría: asistir a ella “apropiadamente vestidos.” Y es que participar de la celebración eucarística no es para menos, es el acto más importante en la vida del católico.

Dios mismo se hace presente entre nosotros. El creador de cielo y tierra, nuestro Padre, baja del firmamento para convertirse en pan, alimento de vida. Y no sólo nosotros participamos de este momento, sino que también, junto con los ángeles y santos, somos testigos de este gran milagro único. Por lo tanto, ¿Sería correcto participar de este momento en short y chanclas? ¿No vale la pena vestirse bien por aquel que nos ha dado todo?

Un joven que tiene su primera cita de amor, acude bien bañado y bien vestido para así demostrarle a la chica lo mucho que le interesa, pues de lo contrario, si decide presentarse con chanclas y short,  daría muestras de un poco o nulo interés. Igualmente, cuando acudimos a una fiesta o evento social, procuramos ir lo más presentables posible, nos gusta vernos bien. Además, de no acudir así, podríamos ser motivo de críticas y señalamientos. Y qué decir de una entrevista de trabajo. Mucho tiene que ver el cuidado que tengas en tu presentación personal para que decidan contratarte o no.

En consecuencia, si podemos vestir bien para ir a una fiesta o a un evento social, en definitiva también podríamos hacerlo para acudir a la casa de Dios. Y es que, nuestra forma de vestir, dice mucho de la estima que tenemos por los demás y por la que guardamos de nosotros mismos. Del mismo modo, cuando acudimos a Misa de tal o cual modo de vestir, demostramos cuánto aprecio y respeto guardamos a Dios y a nuestra relación con Él.

Con esto, no intento establecer un reglamento de cómo vestir para ir a Misa, sino que sólo quiero invitarte a que reflexiones en qué y cuánto amor guardas a Dios y se lo expresas en tu forma de vestir. Pues en definitiva, Él mira nuestro corazón y nos ama, pero ese amor se muestra también con actos externos.

¿Eres humilde?

20 señales te ayudarán a descubrirlo

Un autor católico decidió crear un listado para ayudar a los fieles en su camino hacia la santidad, identificando aquellas señales de falta de humildad que alejan al hombre de Dios.

Inspirado en las reflexiones de los santos, Angelo Stagnaro presenta su lista en un artículo publicado en el National Catholic Register, y recuerda que “nada destruye el crecimiento espiritual como un odioso caso de narcisismo” y que “Jesús es el mejor ejemplo para los cristianos que buscan seguir humildemente el plan de Dios para su vida”.

“La humildad es la virtud de dejar de lado nuestro orgullo, vanidad, narcisismo y arrogancia. Así como algunos dicen que el orgullo es la principal raíz de los siete pecados capitales, la humildad es su cura”, aseguró.

Aquí la lista con las 20 señales para detectar la falta de humildad. Las 12 primeras han sido tomadas del libro “Surco” de San Josemaría Escrivá.

1. Pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás
2. Querer salirte siempre con la tuya.
3. Disputar sin razón o —cuando la tienes— insistir con tozudez y de mala manera.
4. Dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad.
5. Despreciar el punto de vista de los demás.
6. No mirar todos tus dones y cualidades como prestados.
7. Excusarte cuando se te reprende.
8. Oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti.
9. Dolerte de que otros sean más estimados que tú.
10.Negarte a desempeñar oficios inferiores.
11. Insinuar palabras de alabanza hacia uno mismo o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional.
12. Avergonzarte porque careces de ciertos bienes.
13. No estar dispuesto a admitir el error o la derrota.
14. Creer que no es necesario arrepentirse de los pecados del pasado y del presente.
15. Olvidar, a veces intencionalmente, que Dios ama a todos los seres humanos por igual.
16. Insistir en tener la última palabra.
17.Estar más preocupado por tus propios sentimientos que por los de los demás.
18. Negarse a perdonar a los demás.
19. Mentir para obtener un beneficio.
20. Presumir de la “gran fortuna” obtenida en la vida.

Carta de un seminarista en defensa de la Iglesia

Iñigo de Alfonso Mustienes, seminarista de la Archidiócesis de Barcelona, envió esta carta a los medios

La Iglesia Católica está viviendo durante las últimas semanas momentos muy convulsos ante los escándalos de abusos por parte del clero, la participación de algún importante miembro de la Iglesia y el encubrimiento de otros.

Como en otras ocasiones se ha puesto el foco en el celibato como uno de los causantes de estos casos. Y así se han hecho eco distintos medios de comunicación. Para dar otra versión y ofrecer su testimonio en estos tiempos difíciles, Iñigo de Alfonso Mustienes, seminarista de la Archidiócesis de Barcelona, ha enviado una carta al director de algunos de estos medios. Y El Periódico o El País la han publicado. Esto es lo que dice:

Sobre el celibato

“Tengo 32 años y soy seminarista en Barcelona. Antes del seminario estudié Derecho y me dediqué a temas legales internacionales.

Llevamos unos años en los que se van haciendo públicos hechos asquerosos de obispos, sacerdotes y religiosos que han abusado de niños y adultos indefensos. Esos abusadores deben ser puestos, como muchos ya lo están, ante las autoridades judiciales para que recaiga sobre ellos todo el peso de las leyes. Y, por supuesto, como también se está haciendo, deben ser expulsados de los ministerios que desempeñan.

Es un error pensar que con abolir el celibato o permitir que las mujeres se puedan ordenar, como piensan algunos, se soluciona el problema. Hay muchos más abusos y violencia doméstica en un matrimonio y nadie piensa en poner celibato opcional entre los esposos, que ya lo es, según libertad de cada uno.

Yo sentí la llamada de Dios. Yo libremente escogí seguirle aceptando una decisión que sé que no se entiende. Es una vida de amor y entrega. Una vida en la que debemos ver, y para eso nos forman, a las personas que se nos encomiendan a través de la Iglesia como nuestra verdadera esposa.

Una vida de entrega que solo en la verdadera vida de piedad y entrega a los demás puede funcionar. Pero teniendo muy claro que el sacerdocio no es un derecho de nadie. Es la Iglesia quien debe discernir sobre si yo soy apto o no. Y soy yo quien debo ser 100% sincero para esta vida de entrega y de amor fraterno”.

Homilía del Papa en la Misa celebrada en el Estadio de Zimpeto

Último evento de su viaje apostólico a Mozambique

Por: Papa Francisco | Fuente: Vaticano 

Queridos hermanos y hermanas.

Hemos escuchado en el evangelio de Lucas un pasaje del sermón de la llanura. Después de elegir a sus discípulos y haber proclamado las bienaventuranzas, Jesús dice: «a vosotros los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos» (Lc 6,27). Una palabra dirigida también a nosotros hoy que lo escuchamos en este estadio.

Y lo dice con claridad, sencillez y firmeza señalando un sendero, un camino estrecho que necesita de algunas virtudes. Porque Jesús no es un idealista que desconoce la realidad, él está hablando del enemigo concreto, del enemigo real; el que ha descripto en la bienaventuranza anterior (6,22): de aquel que nos odia, excluye, insulta y proscribe como infame.

Muchos de vosotros todavía podéis contar en primera persona historias de violencia, odio y desencuentros; algunos en carne propia, otros de alguien conocido que ya no está, otros incluso por el miedo de que heridas del pasado se repitan e intenten borrar el camino recorrido de paz, como en Cabo Delgado.

Jesús no nos invita a un amor abstracto, etéreo o teórico, redactado en escritorios y para discursos. El camino que nos propone es el que Él recorrió primero, el que lo hizo amar a los que lo traicionaron y juzgaron injustamente, a los que lo mataron.

Es difícil hablar de reconciliación cuando las heridas causadas en tantos años de desencuentro están todavía frescas o invitar a dar ese paso de perdón que no significa ignorar el dolor o pedir que se pierda la memoria o los ideales (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 100).

Aun así, Jesucristo invita a amar y a hacer el bien; que es mucho más que ignorar al que nos hizo daño o hacer el esfuerzo para que no se crucen nuestras vidas: es un mandato a una benevolencia activa, desinteresada y extraordinaria con respecto a quienes nos hirieron.

Pero no se queda allí, también nos pide que los bendigamos y oremos por ellos; es decir, que nuestro decir sobre ellos sea un bien-decir, generador de vida y no de muerte, que pronunciemos sus nombres no para el insulto o la venganza sino para inaugurar un nuevo vínculo para la paz. La vara que el Maestro nos propone es alta.

Con esta invitación, Jesús quiere clausurar para siempre la práctica tan corriente —de ayer y de hoy— de ser cristianos y vivir bajo la ley del talión. No se puede pensar el futuro, construir una nación, una sociedad sustentada en la “equidad” de la violencia. No puedo seguir a Jesús si el orden que promuevo y vivo es el “ojo por ojo, diente por diente”.

Ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente legales. «Las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos» (ibíd., 60).

La “equidad” de la violencia siempre es un espiral sin salida y su costo es muy alto. Otro camino es posible porque es crucial no olvidar que nuestros pueblos tienen derecho a la paz. Vosotros tenéis derecho a la paz.

Para hacer más concreta su invitación y aplicable al día a día, Jesús propone una primera regla de oro al alcance de todos —«como queráis que la gente se porte con vosotros, de igual manera portaos con ella» (Lc 6,31)— y nos ayuda a descubrir qué es lo más importante de ese trato mutuo: amarnos, ayudarnos y prestar sin esperar nada a cambio.

“Amarnos”, nos dice Jesús; y Pablo lo traduce como “revestirnos de compasión entrañable y de bondad” (cf. Col 3,12). El mundo desconocía —y sigue sin conocer— la virtud de la misericordia, de la compasión, al matar o abandonar a su suerte a discapacitados y ancianos, eliminar heridos y enfermos, o gozar con los sufrimientos de los animales. Tampoco practicaba la bondad, la amabilidad, que nos mueve a que el bien del prójimo sea tan querido como el propio.

Superar los tiempos de división y violencia supone no sólo un acto de reconciliación o la paz entendida como ausencia de conflicto, sino el compromiso cotidiano de cada uno de nosotros de tener una mirada atenta y activa que nos lleve a tratar a los demás con esa misericordia y bondad con la que queremos ser tratados; misericordia y bondad especialmente hacia aquellos que, por su condición, son rápidamente rechazados y excluidos.

Se trata de una actitud de fuertes y no de débiles, una actitud de hombres y mujeres que descubren que no es necesario maltratar, denigrar o aplastar para sentirse importantes, sino al contrario. Y esta actitud es la fuerza profética que Jesucristo mismo nos enseñó al querer identificarse con ellos (cf. Mt 25,35-45) y mostrarnos que el servicio es el camino.

Mozambique es un territorio lleno de riquezas naturales y culturales, pero paradójicamente con una enorme cantidad de su población bajo la línea de pobreza. Y a veces pareciera que quienes se acercan bajo el supuesto deseo de ayudar, tienen otros intereses. Y es triste cuando esto se constata entre hermanos de la misma tierra que se dejan corromper; es muy peligroso aceptar que este sea el precio que tenemos que pagar ante la ayuda extranjera.

«No será así entre vosotros» (Mt 20,26; cf. vv. 26-28). Con sus palabras, Jesús nos impulsa a ser protagonistas de otro trato: el de su Reino. Aquí y ahora, semillas de alegría y esperanza, paz y reconciliación. Lo que el Espíritu viene a impulsar no es un activismo desbordante, sino, ante todo, una atención puesta en el otro, a reconocerlo y valorarlo como hermano hasta sentir su vida y su dolor como nuestra vida y nuestro dolor. Este es el mejor termómetro para descubrir todas las ideologías de cualquier tipo que intentan manipular a los pobres y a las situaciones de injusticia para el servicio de intereses políticos o personales (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199). Sólo así seremos, allí donde nos encontremos, semillas e instrumentos de paz y reconciliación.

Queremos que reine la paz en nuestros corazones y en el palpitar de nuestro pueblo. Queremos un futuro de paz. Queremos «que la paz de Cristo reine en vuestros corazones» (Col 3,15), como bien lo decía la carta de san Pablo. Él utiliza un verbo que viene del campo de los deportes; es la palabra que se refiere al árbitro que decide las cosas discutibles: “que la paz de Cristo sea el árbitro en vuestros corazones”.

Si la paz de Cristo es el árbitro en nuestros corazones, entonces, cuando los sentimientos estén en conflicto y nos sintamos impulsados ante dos sentidos opuestos, “juguémonos” por Cristo. La decisión de Cristo nos mantendrá en el camino del amor, en la senda de la misericordia, en la opción por los más pobres, en la preservación de la naturaleza.

En el camino de la paz. Si Jesús es el árbitro entre las emociones conflictivas de nuestro corazón, entre las decisiones complejas de nuestro país, entonces Mozambique tiene un futuro de esperanza garantizado; entonces nuestro país cantará a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cantos inspirados (cf. Col 3,16).

Lo que un alma descubrió al visitar al Santísimo

¿Te imaginas solo a solas con Jesús?

El mundo de hoy presiona a todos a correr siempre. Con las actividades, el trabajo, el estudio, responsabilidades, problemas, angustias siempre creemos nos falta una cosa: TIEMPO. Ese ajetreo nos lleva, incluso a nosotros cristianos, a decir “NO TENGO TIEMPO” y por ende, a no buscar a Jesús en el Santísimo Sacramento y a su Iglesia de la mejor manera.

Y si hoy te preguntara a ti: ¿Quisieras tomarte un tiempo para ir a visitar a Jesús sacramentado? Esa pregunta, un día llegó a mí… y respondí con dudas, “un día de estos iré”, al final, con excusas; sin embargo, me ganó la curiosidad, hice la prueba: un día decidí visitar a Jesús en el sagrario y descubrí algo tan maravilloso que debo compartir contigo.

La primera impresión que tuve al entrar en esa capilla escondida en esta pequeña ciudad francesa fue la certeza inexplicable que Jesús está verdaderamente presente en la hostia consagrada. Sin embargo, me sorprendió verle SOLO. No había nadie quien le acompañara, pero, Él estaba ahí, humilde, escondido, sencillo… como si esperase a alguien importante.

Entré y extrañamente descubrí que no sabía que decirle, ¿te imaginas solo a solas con Jesús?, ese día descubrí que hay silencios que hablan de amor.

Descubrí que mi oración no debe ser elaborada o ensayada, no debo esperar a estar “bien” o “convertida” para decidir irle a ver, No. Él me espera, tal cual soy. Incluso cuando estoy sin ánimos, Él siempre me sorprende con su paz, viéndolo a Él. Él conoce mi realidad, sea cual sea. En el silencio he ido aprendiendo que si Él es mi centro, todo adquiere el lugar indicado. Viéndolo a Él, me conozco a mí. Viéndolo a Él, sana hasta lo más profundo de mí. Descubrí que Él quiere que le comparta hasta los detalles más sencillos, sin pena ni miedo – incluso si estoy enojada – porque hablándolos con El, iré descubriendo Su voluntad.

Al verle en la hostia consagrada, me di cuenta lo afortunados que somos los católicos al tenerlo presente TODOS LOS DÍAS. El cumple la palabra que dijo a sus Apóstoles: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Descubrí que Él es el amigo que espera paciente, en silencio, con tanta ilusión que se le visite. Cada vez que he ido con un corazón dispuesto, a compartir con El un momento de mi día, mi ser cambia. Los problemas y los ajetreos son los mismos pero mi corazón es otro, es un corazón fortalecido, con el solo hecho de visitarle unos minutos con entera devoción, he sido capaz de ver con esperanza mi vida, porque me doy cuenta que Él no deja solos a sus hijos. Con Él siempre hay tiempo y una solución para todo.

En conclusión, descubrí que el Amor de los Amores está presente en un trozo de pan, esperando a sus hijos que vayan a visitarle, para mostrarnos que Todo lo podemos en ÉL que nos fortalece.

No lo dejes solo. Visítalo y verás cómo Su Corazón transforma tu vida porque Él REALMENTE te escucha y vive por ti. 

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