Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo

Roberto Belarmino, Santo

Memoria Litúrgica, 17 de septiembre

Obispo y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia, miembro de la Compañía de Jesús, que intervino de modo preclaro, con modos sutiles y peculiares, en las disputas teológicas de su tiempo. Fue cardenal, y durante algún tiempo también obispo entregado al ministerio pastoral de la diócesis de Capua, en Italia, desempeñando finalmente en la Curia romana múltiples actividades en defensa doctrinal de la fe (1621).

Etimológicamente: Roberto = Aquel que brilla por su fama, es de origen germánico.
Etimológicamente: Belarmino = Aquel querrero que tiene todas las armas, es de origen germánico.

Fecha de beatificación: 13 de mayo de 1923 por el Papa Pío XI
Fecha de canonización: 29 de junio de 1930 por S.S. Pío XI

Breve Biografía

Este santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo responderle".

San Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el futuro".

Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal.

Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.

Uno de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas. Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.

Ya de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían inspiradas desde lo alto.

Belarmino era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego: "Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente bien, como habla el padre Roberto".

Era el predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo y escucharlo.

Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.

Después de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla. Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55 idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.

Se llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual cada contendor va presentando los argumentos que tiene contra el otro y los argumentos que defienden lo que él dice.

Los protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica".

Los protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su propio cerebro.

El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente: "Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".

Belarmino se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de Jesús prohiben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo cuando era un simple sacerdote.

Al llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres, diciendo: "Las paredes no sufren de frío".

Los superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que fue mi discípulo".

En los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan humildemente como si fuera un sencillo novicio.

En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.

Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.

Murió el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.

Antiguamente se lo festejaba el 13 de mayo, en la actualidad su fiesta es el 17 de septiembre, día de su nacimiento al Reino de Dios.

ORACIÓN
Señor Dios,
tú que, para defender la fe de la Iglesia
y promover su renovación espiritual,
diste a San Roberto Belarmino
una ciencia y una fortaleza admirables,
concédenos,
por la intercesión de este insigne
doctor de la Iglesia,
conservar y vivir siempre
en toda su integridad el mensaje evangélico
al que él consagró toda su vida.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Amén.

El Señor sufre con nosotros

Santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17. Martes XXIV del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Padre, dame el don de siempre sentirme acompañado por ti, de manera especial en los momentos donde tengo más dificultad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.

Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: “Joven, yo te lo mando: Levántate”.

Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.

Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.

La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

A muchos de nosotros se nos ha muerto un ser querido, uno que se ha ido ya para encontrarse con el Padre celestial en la ciudad eterna. Quiero tomar de este Evangelio una frase, incluso más que una frase es un sentimiento de Jesús que se refleja en este pasaje: «al Señor le dio lástima». Cristo al ver a esta mujer que sufría por la muerte de su hijo, que muy probablemente era lo único que le quedaba en la tierra, pues el Evangelio nos dice que era viuda, siente lástima. El corazón de Cristo se llenó de tristeza al ver que esta mujer había perdido a su hijo único. No es descabellado pensar que en ese momento puedo tener la prefiguración de lo que se sería su muerte y de como su Madre sufriría al ver que lo había «perdido».

No podemos olvidar que el Corazón de nuestro Señor sufre cuando el nuestro sufre también, bien sea en una enfermedad, en las dificultades del hogar, del trabajo o del estudio. Incluso en la muerte de un ser querido, cuando pensamos que nadie puede comprender nuestro dolor, nos equivocamos porque si hay alguien, y ese alguien es Jesús, que siempre está con nosotros en los momentos buenos y malos, en las alegrías y en los sufrimientos, Él siempre estará con nosotros en cada momento.

«Jesús se acercó. La compasión lo empujó a acercarse. Acercarse es una señal de compasión. Yo puedo ver tantas cosas, pero no acercarme. Igual siento un dolor... pero, pobre gente... A mí me gusta pensar que “el Señor, cuando decía esto a aquella mujer, la acariciaba; Él tocó a la mujer y tocó el ataúd. Es necesario, acercarse y tocar la realidad. Tocar. No mirarla desde lejos. Jesús no dice: “Hasta pronto, yo continúo el camino”, sino  toma al chico y ¿qué dice? “lo devolvió a su madre”. He aquí la tercera palabra clave: restituir. Jesús hace milagros para restituir, para poner en el lugar preciso a las personas. Y es eso lo que ha hecho con la redención. Dios tuvo compasión, se acercó a nosotros en su hijo y nos restituyó a todos en la dignidad de hijos de Dios. Nos ha recreado a todos».

(Homilía de S.S. Francisco, 19 de septiembre de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Voy a poner la dificultad que esté pasando hoy en manos de Dios nuestro Señor para que la lleve a su corazón y asi pueda alentar mi carga.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La cruz y el amor

¿Qué significa tomar la cruz cada día, como condición para seguir a Jesucristo?

Si consideramos superficialmente y a la luz humana “las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: “Si alguno quiere venir en pos de mí - Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23)” (14-II-2001, n.2), parecería que el sufrimiento es una condición para ser buen cristiano. En cambio la lógica divina es muy diversa de la humana. ¿Cómo ve Dios la relación entre lo bueno y lo malo, entre la felicidad y el sufrimiento, entre la cruz y la resurrección? ¿Qué significa tomar la cruz cada día, como condición para seguir a Jesucristo?

Debe quedar muy claro que “con esta expresión Jesús no pone como centro de su doctrina la mortificación y la renuncia. Ni se refiere, como cosa prioritaria, al deber de soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias; menos aún, pretende ser una exaltación del dolor como medio para agradar a Dios” (n. 5).

Se entiende fácilmente que Dios no goza con el dolor ajeno; si así fuera, no sería un Dios bueno sino un sádico. También parece claro que el centro de la doctrina de Cristo no es el dolor sino el mandamiento del amor.

En cambio, el cristiano entiende que tomar la cruz significa “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”. Pero, precisa el Papa, esto no es lo prioritario en el cristianismo.

Veamos si un ejemplo nos ayuda a entender mejor el significado de la cruz. Un señor se quejaba del dolor y el cansancio que le ocasionaba su cruz. “¿Qué puedo hacer, se preguntaba, para no cansarme tanto?”. Reflexionó brevemente y se dijo: “ya sé, cortaré un pedazo de la cruz y, de ese modo, no será tan pesada”. Tomó la sierra y prescindió de la parte inferior de la cruz. Ahora era más ligera y se podía llevar mejor. Pasado un tiempo, se le hizo otra vez pesada la cruz. “¿Y si le corto otro pedazo?”, se preguntó. Nuevamente aserró la cruz. Y así, tres, cuatro, cinco veces. La cruz cada vez era más fácil de llevar y soportar. Llegó a las inmediaciones del cielo a donde muchas otras personas se acercaban cargando con su cruz. Vio que el paraíso estaba rodeado de un río.

Las personas se aproximaban, tendían cada uno su cruz sobre la corriente y, haciendo un puente con ella, pasaban a la otra orilla, alcanzando el cielo. El buen señor miró su cruz muy recortada,excesivamente recortada, tanto que no llegaba a la otra orilla y no pudo atravesar el río.

El ejemplo nos ayuda a entender que la cruz es el medio, la condición necesaria para obtener la salvación. Pero debemos precisar más. ¿Qué significa que la cruz sea condición necesaria para la salvación? Otro ejemplo nos puede ayudar.

Imagínate una persona que desea adquirir un coche usado pero no tiene dinero y no sabe manejar. El vendedor le ofrece la oportunidad de trabajar en su jardín durante un año como pago del coche. Para usarlo se requieren dos condiciones por parte del comprador: trabajar un año en el jardín y aprender a manejar. Pero fíjate que las dos condiciones son muy diversas. La primera es una verdadera condición que pone el vendedor: “si no trabajas en mi jardín no te doy el coche”. En cambio la segunda no es una condición, sino una necesidad exigida por la misma naturaleza del coche: para usar un coche es necesario saber manejar. Tanto es así, que si le regalaran el coche, ahí se quedaría sin usarse mientras no aprenda a manejar.

De modo parecido, la cruz no es una condición que me pone Dios. Él no me dice: “si quieres entrar al cielo tienes que cargar durante unos años con la cruz”. No. Dios me regala el cielo. Ahí está, pero al cielo no se puede entrar si no se sabe manejar la cruz. El Santo Padre lo expresa de otro modo: “No se puede hablar de cruz sin considerar el amor de Dios por nosotros, el hecho que Dios nos quiere colmar de sus bienes”.

En efecto, “el cristiano no busca el sufrimiento en sí mismo, sino el amor”. El amor matrimonial y el amor a los hijos nos pueden ayudar a entender este punto. Un esposo no se sacrifica primero y después ama al cónyuge, por el contrario es el amor lo que mueve a renunciar al propio gusto y a aceptar el modo de ser del amado. Una madre no sufre primero las incomodidades del embarazo y del parto, se levanta en la noche a dar de comer al bebé y una vez superadas estos sufrimientos comienza a amar. Es el amor de madre lo que mueve a sobrellevar las molestias, más aún las molestias no son tales sino algo propio, una característica del amor materno. No se da primero el sacrificio para después amar. Porque amo y quiero el bien del amado estoy dispuesto a renunciar al propio bien. Esto es la cruz.

En consecuencia, sólo el que ama a Dios y desea entregarse a Él, toma la cruz como lo más normal del amor. En cambio, el que ve la cruz como una condición para amar a Dios, no le queda más remedio que “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”.

¿Es necesario creer en los sacerdotes?

Creer en los sacerdotes significa creer en el sacerdocio: en la necesidad del sacerdote como mediador entre Dios y los hombres

Pregunta:

Estimado Padre:
Me parece que mi problema es el de muchos católicos: me cuesta creer en los sacerdotes. He tenido muchas malas experiencias conociendo sacerdotes muy poco dignos de su misión: poco preocupados de los fieles, o inquietos sólo por sus propios intereses, o simplemente «mundanos». Esto me ha producido el efecto de que no pueda mirarlos sin desconfianza. ¿Qué puedo hacer?

Respuesta:

Estimado:

En las Memorias de Don Bosco se relata que él acostumbraba a decir a sus salesianos: «El sacerdote siempre es sacerdote y debe manifestarse así en todas sus palabras. Ser sacerdote quiere decir tener continuamente la obligación de mirar por los intereses de Dios y la salvación de las almas. Un sacerdote no ha de permitir nunca que quien se acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra que manifieste el deseo de la salvación eterna de su alma»[1].

Pero el mismo Don Bosco, cuando oía hablar de defecciones o de escándalos públicos de personas importantes o sacerdotes, también decía a sus discípulos: «No debéis sorprenderos de nada; donde hay hombres, hay miserias»[2].

Me parece que en estas dos referencias se contiene el justo equilibrio para juzgar al sacerdote y para regular nuestra relación con el mismo.

El sacerdote está llamado, por su vocación, a una gran santidad; pero sigue siendo un hombre, y en cuanto tal, frágil y rodeado de flaqueza. Entre los apóstoles del mismo Cristo, uno lo traicionó (Judas), otro lo negó (Pedro), y los demás lo abandonaron durante su Pasión. Pero esto no los hizo menos sacerdotes; y a ellos dio poder de consagrar su Cuerpo y su Sangre (Haced esto en memoria mía: Lc 22,19), y de perdonar los pecados en su nombre (cf. Jn 20,23).

Debemos orar por nuestros sacerdotes, para que sean santos y para que sean fiel reflejo del Sumo y Eterno Sacerdote, que es Jesucristo. Pero debemos mirar al sacerdote como a un «sacramento» de Cristo; es decir, que mientras vemos a un hombre, con defectos y miserias, la fe nos debe hacer «descubrir» al mismo Cristo. Por eso preguntaba San Agustín: «¿Es Pedro el que bautiza? ¿Es Judas el que bautiza? Es Cristo quien bautiza». Es Cristo quien consagra para nosotros en el altar, y es Cristo quien nos perdona los pecados. La eficacia viene de Cristo; no del ministro. Las palabras de Cristo (Haced esto en memoria mía; A quienes perdonéis los pecados..) conservan siempre toda su lozanía y eficacia, a pesar de que el ministro que las pronuncia sea un pecador empedernido. Por eso Inocencio III condenó a quienes afirmaban que el sacerdote que administra los sacramentos en pecado mortal obraba inválidamente[3]; y lo mismo repitió el Concilio de Trento[4].

A todo esto se suma algo que tal vez no sea el caso que Usted me plantea, pero que se da con cierta frecuencia, y es el hecho de que gran parte de los que dicen: yo no creo en los sacerdotes, o: yo no creo en los curas…, ocultan con esta acusación algún problema personal de fondo. Más que no creer su problema es que no quieren creer. Y no quieren porque no viven limpiamente su noviazgo, o su matrimonio, o sus negocios. Y el problema que tienen es que creer en los sacerdotes significa creer en el sacerdocio: en la necesidad del sacerdote como mediador entre Dios y los hombres; en la necesidad de recurrir a él para que nos perdone los pecados, en la necesidad de asistir a la Misa dominical, en la necesidad de cumplir los mandamientos. Creer en el sacerdocio implica aceptar todas estas cosas como una obligación personal, independientemente de si esos sacerdotes que celebran Misa y perdonan los pecados son o no son ellos mismos santos.

Cuando los diez leprosos se acercaron a Jesús para pedirle curación, el Señor les dijo: Id y presentaros a los sacerdotes, como prescribía la ley (Lc 17,14), aunque sabía que aquellos sacerdotes dejaban mucho que desear, como lo demostró la oposición que los mismos hicieron a Cristo.

Jesucristo nos pedirá cuenta a cada uno de nosotros, por lo que nosotros hayamos hecho, según los mandamientos que nos dio a cada uno de nosotros. No nos juzgará por los pecados de nuestros sacerdotes o la santidad de los mismos.

Nos queda siempre la obligación de rezar por nuestros pastores, para que tengan un corazón como el del Divino Pastor.

Mira a tu cónyuge a través de los ojos de Dios

Si hubiera visto a cónyuge como alguien que Dios creó especialmente para mí, nunca la habría faltado al respeto tan a menudo como lo hice

Hace muchos años, Karen y yo estuvimos una al lado del otro frente al altar del Señor, prometiendo amarnos y honrarnos el uno al otro "hasta que la muerte nos separe". Les aseguro que yo no tenía ni idea de en qué me estaba metiendo.

Había hecho (y roto) promesas antes, y debo admitirlo: esos votos eran poco más que las palabras que tenía que decir si quería casarme. Estaba repitiendo lo que debía repetir en el altar. Mi mente estaba centrada solo en la parte divertida de la boda que estaba por venir. El beso y la luna de miel...

No es que tuviera la intención de tomar mis votos a la ligera. Comprendí que el matrimonio era algo sagrado y tenía la intención de mantener mi parte del trato. Después de todo, yo estaba enamorado de Karen hasta lo más profundo.

Pero el concepto de Dios uniendo sobrenaturalmente nuestros corazones y almas en alianza, les confieso que fue extraño para mí.

Dios fue quien nos unió en matrimonio

Por mucho que nos amamos, nunca se me ocurrió que Dios fue quien nos unió. A los ojos de Dios, nuestra historia fue mucho más significativa que dos niños pequeños que se enamoraron y decidieron engancharse.

La Escritura nos enseña que Dios está íntimamente involucrado en nuestras vidas. La historia de Adán y Eva nos muestra que nuestro compañero es alguien creado por Dios específicamente con nosotros en mente.

Dios formó a Adán y Eva para construir una relación de amor para toda la vida, caminar juntos de la mano en el jardín, mantenerse mutuamente abrigados por la noche, resolver problemas cuando no estaban de acuerdo, crecer en amor y aprender a navegar la vida juntos como una pareja casada.

Dios trajo a Karen a mi vida con el mismo propósito. Ella fue creada para mí. Yo fui creado para ella. Dios nos imaginó como una pareja mucho antes de que nos conociéramos.

Dios sabía exactamente lo que yo necesitaba en una compañera de vida. Él creó a Karen con los dones, talentos y atributos que yo más necesitaba en una esposa. Él me creó a mí además para satisfacer las necesidades de ella también y entregarme por ella.

Dios nos unió y empujó nuestra relación para lograr las metas que ninguno de nosotros estaba preparado para lograr por nuestra cuenta. Cuando nos paramos ante Él en el altar, Él unió de manera sobrenatural nuestros corazones y nuestras vidas en la sagrada alianza del matrimonio.

Ahora puedo verlo con mayor claridad. Pero mirando hacia atrás, veo lo poco preparados que estábamos, lo inmaduros que éramos y lo poco que entendíamos sobre lo que nos estábamos metiendo. Apenas sobrevivimos esos primeros años.

Mira a tu cónyuge a través de los ojos de Dios

Pero esto es lo que sé: si hubiera visto a Karen como alguien que Dios creó especialmente para mí, nunca la habría faltado al respeto tan a menudo como lo hice en nuestros primeros años juntos. Nunca la hubiera tomado por sentado. La habría amado más, la habría tratado mejor y habría sido más paciente, considerado y tierno.

Hubiera escuchado mejor y hubiera trabajado más para satisfacer sus anhelos necesidades. La habría apreciado, nutrido, alentado, atesorado y ayudado a convertirme en lo que Dios quería que fuera.

Si hubiera visto nuestra relación desde la perspectiva de Dios, la diferencia habría sido asombrosa.

Hoy, te desafío a mirar a tu pareja a través de los ojos del Dios que te unió por una razón.

La Didaché

Documento cristiano más antiguo que habla de las comunidades cristianas más antiguas

Un escrito del siglo I que resulta muy actual: La Didaché o Didakhé.

La Didaché o la Enseñanza del Señor transmitida a las naciones por los Doce Apóstoles es el documento cristiano más antiguo. Procede del año 70/75 d.C., da a conocer las formas más primitivas de catequesis moral, explica cómo vivir. Es un documento anónimo, sugestivo y “fresco”. Se redescubrió en Constantinopla en 1873 por un monje ortodoxo llamado Filoteo Bryennios, en un legajo que tenía escritos del Nuevo Testamento, y al final venía la Didaché. Filoteo arranca el texto —lo roba— y lo lleva a Jerusalén, donde se publica diez años después, en 1883.

La Didaché habla de las comunidades cristianas más primitivas. Casi no habla de Cristo porque el anuncio de Cristo ya se había hecho y la Didaché supone que los oyentes son conversos, de otro modo no entenderían su enseñanza moral.

Los dos caminos

La parte más interesante, a nuestro modo de ver, es la que se refiere a la moral de los dos caminos (caps. 1-6). Parte de una sentencia de la Sagrada Escritura que dice: “Considera que hoy he puesto a tu vista la vida y el bien, de una parte, y de otra, la muerte y el mal” (Deuteronomio 30, 15).

Las primeras palabras de la Didaché son:

“Existen dos caminos, entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte. He aquí el camino de la vida: en primer lugar, Amarás a Dios que te ha creado; y en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo; es decir, que no harás a otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo”.

Es una propuesta para una moral de la responsabilidad. El hombre es libre, por tanto, es responsable. Se opone al dualismo ontológico —propio de la mentalidad antigua—, donde todo está determinado y lleva al fatalismo. En este dualismo se considera que hay dos principios en un ser: El principio del bien, que es luz, verdad y vida, y el principio del mal, que es oscuridad, mentira y muerte. Según esto, los seres han sido creados por uno u otro principio.

En cambio, el mensaje judeocristiano dice que hay un único principio que ha hecho todo bien y ha hecho todo bueno, pero a cada ser humano le ha dado libertad para buscar el bien; sin embargo, el ser humano es falible y se puede equivocar. El dualismo moral, propio de la espiritualidad cristiana, no tiene nada que ver con el dualismo ontológico.

Jesucristo dice que todo es bueno. Nada de fuera que entra en el hombre puede hacerle inmundo; pero las cosas que salen del hombre, ésas son las que lo manchan (cfr. Marcos 7,15-23). Lo que mancha es lo que sale de dentro del hombre: sus vicios y sus decisiones. Nuestra vida depende de nuestras decisiones.

La Didaché reconoce que la metanoia —el cambio de mentalidad — es fundamental. ¿Ya aceptaste a Cristo? Ahora tienes que pensar como Cristo.

Aunque la santificación es obra enteramente de Dios, Él, en su bondad infinita, ha hecho necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la acción de Dios. Mediante el cultivo de las virtudes humanas nos disponemos a la acción del Espíritu Santo. ¿Cuáles virtudes? La sinceridad, la generosidad, la abnegación, el optimismo, la perseverancia, la capacidad de trabajo y la pureza de corazón, entre otras.

En el siglo XXI la moral más elaborada es la moral personalista. La Didaché la tiene. Dios no te va a exigir más de lo que puedes dar pero haz tu esfuerzo máximo. Por contraste está la moral relativista que te dice: “Haz lo que quieras”. La moral personalista es constructiva. La moral relativista es destructiva. ¿En orden a qué? A un ideal de perfección.

Como nos cuesta mucho trabajo alcanzar los ideales, el relativismo borra los ideales y dice: Haz lo que quieras. Y renuncia a una moral de exigencia. Vas a caer en la muerte porque así lo decidiste, entonces no te quejes.

La moral relativista es individualista, y pone los derechos, libertades o caprichos del individuo por encima de todo. La moral personalista pone los derechos de la vida, del matrimonio y de la familia por encima de las libertades y caprichos sexuales del individuo.

Y continúa la Didaché:

“He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir. No desearás los bienes de tu prójimo, ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso; no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas. No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la concupiscencia. No prestes atención a lo que se diga de tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a los demás, los amarás más que a tu propia alma”.

Dice claramente: “no te entregarás a la magia, ni a la brujería”. Si aceptaste a Cristo ponlo en tu mente, piensa como Él. Las estrellas no van a definir tu vida, eso es incapacidad de orientar la propia vida, es tener mente mágica. La vida depende de nuestras decisiones, no de los astros; eso es anticuado, primitivo... Vivimos con la tecnología del siglo XXI y con mentalidad precristiana cuando creemos en fatalismos.

Después la Didaché expone una serie de indicaciones de esta moral de responsabilidad donde resalta la responsabilidad social. Todo el capítulo IV habla de ayudar al necesitado y de compartir lo que se posee: “No vuelvas la espalda al indigente; reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo tuyo te pertenece, porque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta mayor razón deberá serlo lo perecedero?...”. En cambio, —dice Juan Luis Lorda— el mundo comunista quiere solucionar los problemas montando revoluciones; y el mundo burgués, repartiendo anticonceptivos.

En el capítulo V hace un resumen del camino que conduce a la muerte:

He aquí el camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber que es un camino malo, que está lleno de maldiciones. Su término es el asesinato, los adulterios, la codicia, la fornicación, el robo, la idolatría, la práctica de la magia y de la brujería. El rapto, el falso testimonio, la hipocresía, la doblez, el fraude; la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la concupiscencia, el lenguaje obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la fanfarronería (...).

Es posible leer el texto completo en algún libro sobre los Padres Apostólicos o en el libro de José Vives, Los Padres de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona 2002. Agradezco la guía del Dr. Mario Ángel Flores Ramos para la elaboración de este escrito.

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