Yo quiero misericordia y no sacrificios


Mateo Apóstol, Santo

Apóstol y Evangelista, 21 de septiembre


Martirologio Romano: Fiesta de san Mateo, apóstol y evangelista, llamado antes Leví, que al ser invitado por Jesús para seguirle, dejó su oficio de publicano o recaudador de impuestos y, elegido entre los apóstoles, escribió un evangelio en que se proclama principalmente que Jesucristo es hijo de David, hijo de Abrahán, dando plenitud al Antiguo Testamento.

Etimológicamente: Mateo = regalo de Dios, viene de la lengua hebrea

Breve Biografía

Se llamaba también Leví, y era hijo de Alfeo.



Su oficio era el de recaudador de impuestos, un cargo muy odiado por los judíos, porque esos impuestos se recolectaban para una nación extranjera. Los publicanos o recaudadores de impuestos se enriquecían fácilmente. Y quizás a Mateo le atraía la idea de hacerse rico prontamente, pero una vez que se encontró con Jesucristo ya dejó para siempre su ambición de dinero y se dedicó por completo a buscar la salvación de las almas y el Reino de Dios.



Como ejercía su oficio en Cafarnaum, y en esa ciudad pasaba Jesús muchos días y obraba milagros maravillosos, ya seguramente Mateo lo había escuchado varias veces y le había impresionado el modo de ser y de hablar de este Maestro formidable. Y un día, estando él en su oficina de cobranzas, quizás pensando acerca de lo que debería hacer en el futuro, vio aparecer frente a él nada menos que al Divino Maestro el cual le hizo una propuesta totalmente inesperada: "Ven y sígueme".



Mateo aceptó sin más la invitación de Jesús y renunciando a su empleo tan productivo, se fue con El, no ya a ganar dinero, sino almas. No ya a conseguir altos empleos en la tierra, sino un puesto de primera clase en el cielo. San Jerónimo dice que la llamada de Jesús a Mateo es una lección para que todos los pecadores del mundo sepan que, sea cual fuere la vida que han llevado hasta el momento, en cualquier día y en cualquier hora pueden dedicarse a servir a Cristo, y El los acepta con gusto.



Mateo dispuso despedirse de su vida de empleado público dando un gran almuerzo a todos sus amigos, y el invitado de honor era nada menos que Jesús. Y con Él, sus apóstoles. Y como allí se reunió la flor y nata de los pecadores y publicanos, los fariseos se escandalizaron horriblemente y llamaron a varios de los apóstoles para protestarles por semejante actuación de su jefe. "¿Cómo es que su maestro se atreve a comer con publicanos y pecadores?"



Jesús respondió a estas protestas de los fariseos con una noticia que a todos nos debe llenar de alegría: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. Yo no he venido a buscar santos sino pecadores. Y a salvar lo que estaba perdido". Probablemente mientras decía estas bellas palabras estaba pensando en varios de nosotros.



Desde entonces Mateo va siempre al lado de Jesús. Presencia sus milagros, oye sus sabios sermones y le colabora predicando y catequizando por los pueblos y organizando las multitudes cuando siguen ansiosas de oír al gran profeta de Nazaret. Jesús lo nombra como uno de sus 12 preferidos, a los cuales llamó apóstoles (o enviados, o embajadores) y en Pentecostés recibe el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Los judíos le dieron 39 azotes por predicar que Jesús sí había resucitado (y lo mismo hicieron con los otros apóstoles) y cuando estalló la terrible persecución contra los cristianos en Jerusalén, Mateo se fue al extranjero a evangelizar, y dicen que predicó en Etiopía y que allá murió martirizado.




En todo el mundo es conocido este santo, y lo será por siempre, a causa del maravilloso librito que él escribió: "El evangelio según San Mateo". Este corto escrito de sólo 28 capítulos y 50 páginas, ha sido la delicia de predicadores y catequistas durante 20 siglos en todos los continentes. San Mateo en su evangelio (palabra que significa: "Buenas Noticias") copia sermones muy famosos de Jesús, como por ej. El Sermón de la Montaña (el sermón más bello pronunciado en esta tierra), el sermón de las Parábolas, y el que les dijo a sus apóstoles cuando los iba mandar a su primera predicación. Narra milagros muy interesantes, y describe de manera impresionante la Pasión y Muerte de Jesús. Termina contando su resurrección gloriosa.



El fin del evangelio de San Mateo es probar que Jesucristo sí es el Mesías o Salvador anunciado por los profetas y por el Antiguo Testamento. Este evangelio fue escrito especialmente para los judíos que se convertían al cristianismo, y por eso fue redactado en el idioma de ellos, el arameo.



Quizás no haya en el mundo otro libro que haya convertido más pecadores y que haya entusiasmado a más personas por Jesucristo y su doctrina, que el evangelio según San Mateo. No dejemos de leerlo y meditarlo.



A cada uno de los 4 evangelistas se les representa por medio de uno de los 4 seres vivientes que, según el profeta, acompañan al Hijo del hombre (un león: el valor. El toro: la fuerza. El águila: los altos vuelos. Y el hombre: la inteligencia). A San Marcos se le representa con un león. A San Lucas con un toro (porque empieza su evangelio narrando el sacrifico de una res que estaban ofreciendo en el templo). A San Juan por medio del águila, porque este evangelio es el que más alto se ha elevado en sus pensamientos y escritos. Y a San Mateo lo pintan teniendo al lado a un ángel en forma de hombre, porque su evangelio comienza haciendo la lista de los antepasados de Jesús como hombre, y narrando la aparición de un ángel a San José.



Que San Mateo, gran evangelizador, le pida a Jesús que nos conceda un gran entusiasmo por leer, meditar y practicar siempre su santo evangelio.



Decía Jesús "Convertíos y creed en el evangelio" (Mc. 1, 15).
 
¿Qué responderías?

Santo Evangelio según Mateo 9, 9-13. Sábado XXIV del Tiempo Ordinario


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.



Cristo, Rey nuestro.
¡
Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Jesús, gracias por traerme a estar un rato contigo. Gracias por escogerme como amigo y por acompañarme en cada paso que doy. Tú me conoces, dame lo que más necesito. María, que dijiste sí a Dios y confiaste en Él en la luz y en la oscuridad, hazme más como tú.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según Mateo 9, 9-13



En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.

Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús los oyó y les dijo: “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.



Palabra del Señor.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio


Imagina que estás sentado con Mateo en su puesto. Eres un cobrador de impuestos, pero no uno cualquiera. Te has vuelto rico a base de cobrarle el tributo a tus paisanos judíos para dárselo a los opresores romanos. Por tu trabajo, hace tiempo que olvidaste que es ser respetado por la gente que te trata. Tú y Mateo están sentados contando las últimas ganancias, cuando escuchas una voz, viril pero cariñosa: sígueme... Levantas los ojos, y Jesús está a pocos pasos de ti, frente a la mesa de los impuestos. Volteas con Mateo. Él se para en silencio, rodea la mesa y se para junto a Jesús. La gente que está viendo comienza a murmurar.
Ahora, Jesús te mira a ti. ¿Qué pasa en tu interior? ¿Qué sientes? ¿Por qué le sostienes o no la mirada? Mateo, de pie junto a Jesús, calla con la mirada baja. ¿Por qué llamó Jesús a Mateo? ¿Por qué te llamó a ti? ¿Por qué Mateo siguió a Jesús? Y tú, ¿qué vas a responder?
«Jesús lo indica con el dedo. [Mateo] Se aferraba al dinero. Y Jesús lo escoge. Invita a toda la banda a almorzar, a los traidores, los cobradores de impuestos. Al ver esto, los fariseos que se creían justos, que juzgaban a todos y decían: “Pero ¿por qué vuestro Maestro tiene esa compañía?”. Jesús dice: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Esto me consuela mucho, porque creo que Jesús ha venido por mí. Porque todos somos pecadores. Todos. Todos tenemos esta “licenciatura”, somos licenciados. Cada uno sabe cuál es su pecado, su debilidad más fuerte».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de julio de 2017).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Jesús, tú mismo dijiste que no te elegimos, sino que fuiste Tú quien nos escogió. Tú conoces mi corazón, sabes qué me motiva, qué me da miedo, qué es lo que más quiero. Di una sola palabra y mi alma quedará sana. María, reina de los apóstoles, haz que como tú me deje conquistar por Jesús.


Propósito



Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía y le pediré que me haga más como Él. Si lo necesito, voy a buscar una oportunidad para confesarme.


Despedida



Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.



¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!


Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.


¿Es necesario el sacrificio?

Los cristianos le damos un sentido distinto al sacrificio: se hace por amor tal como lo hizo Cristo


 

Las personas más admiradas en la sociedad de hoy son los que saben esforzarse. ¡Cuánto sacrificio se necesita para ganar la medalla de oro en las Olimpiadas! ¡Cuánto sacrificio se invierte en llegar a ser médico, ingeniero o arquitecto de calidad! ¡Cuán admirables son las madres de familia que se sacrifican para que sus hijos tengan un hogar sano, culto y lleno de oportunidades! El sacrificio, en cualquier esfera de la vida, es un valor humano.



Pero estos "sacrificios" exteriores, llamados así por el esfuerzo que conllevan, para ser auténticos deben ser expresión del sacrificio espiritual. Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior o sin amor al prójimo. Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: "Misericordia quiero, que no sacrificio". El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9,13-14). Uniéndonos al de Cristo, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2100)



Para el cristiano, el sacrificio se abre a otra dimensión más profunda. Es un acto de la virtud de la religión: "Adorarás al Señor, tu Dios, y le darás culto". Es la forma más importante del culto externo y público; la manera más solemne y excelente con que puede honrarse a Dios. Los principales actos de esta virtud son adoración, oración, sacrificio, oblación, votos; los pecados contra ella son descuido de la oración, blasfemia, tentar a Dios, sacrilegio, perjurio, simonía, idolatría y superstición.



El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2099)) nos dice que es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión: "Toda acción realizada para unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es un verdadero sacrificio". (San Agustín, civ. 10,6)



Pueden realizarse con distintos fines: por simple adoración a Dios (latréutico); para pedirle beneficios (impetratorio); en reparación por los pecados (satisfactorio); en acción de gracias por los beneficios recibidos (eucarístico).



Pueden ser con efusión de sangre, como los del Antiguo Testamento y el del Calvario (cruento); sin derramamiento de sangre, como la Misa (incruento).



De acuerdo con Santo Tomás, la ley natural nos dicta que el ser inferior se someta al superior honrándolo a su modo, expresándolo con signos sensibles, lo que se confirma por la práctica universal, ya que en todas las religiones hay ritos sacrificiales. Esto exige que el hombre ofrezca a Dios algunas cosas exteriores, como producto de nuestro reconocimiento, no sólo de su majestad soberana, sino también de nuestra absoluta dependencia de Él.



En la Nueva Ley, el único sacrificio verdadero y legítimo es la santa Misa, que perpetúa a través de los siglos el sacrificio del Calvario. En el sentido estricto, es una verdad de fe, expresamente definida por el Concilio de Trento. Los sacrificios del Antiguo Testamento son actualmente ilícitos, por ser meras figuras y símbolos del sacrificio del Calvario, ya que inhabilitan la fe en Cristo, como si el sacrificio redentor no se hubiese verificado aún.




Necesidad del sacrificio



Siendo el sacrificio de la Santa Misa el único verdadero y legítimo e infinitamente superior a los del Antiguo Testamento, los cristianos debemos adorar y dar culto a Dios en ella, ya que el oferente es el mismo Cristo, Hijo de Dios, y la ofrenda, su Cuerpo y su Sangre, y abarca en grado eminente los cuatro fines del sacrificio en general: adoración, de petición, en reparación por los pecados y en acción de gracias por los beneficios recibidos.



La Santa Misa es un sacrificio infinitamente eficaz, por ser el mismo Cristo quien ofrece su Cuerpo y su Sangre, además de ser perfecto y estable, porque no prefigura, anuncia o prepara ningún otro sacrificio, sino que fue prefigurado por todos los de la Antigua Ley, que, por lo mismo, han perdido ya su razón de ser y deben cesar en lo absoluto.



Los cristianos reconocemos que Jesucristo eligió para sí mismo el camino del sacrificio por amor, y como el camino de salvación para los hombres. El sacrificio es la entrega o donación de algo, por amor, en honor de Dios. Aceptando con gozo el sufrimiento, el cristiano sigue el camino de Jesús. El sacrificio cristiano es una imitación por el amor, porque el que ama quiere ser como el amado.




Algunas formas de sacrificio y donación cristianos son:



a. La celebración de la Eucaristía, el sacrificio por excelencia.


b. Las ofrendas u oblaciones: como el diezmo, las limosnas, etc.


c. Las obras de caridad y misericordia: como el apostolado y las misiones.
d. La penitencia: como el ayuno y la abstinencia y la mortificación de las pasiones y los sentidos.


e. La oración




El amor es la condición para seguir a Cristo, el sacrificio es lo que verifica la autenticidad del amor. ¡Y bien vale la pena amarle a Él que tanto nos amó!



Dios no necesita nuestro culto, ni interior ni exterior, nuestro homenaje no añade nada a Su gloria. No es esto por lo que, estrictamente hablando, debamos rendirle tributo y ofrecer sacrificios en su honor, sino porque Él lo merece infinitamente y porque es de inestimable valor para nosotros mismos.

Una organización que contrasta la cultura del descarte

El Papa se dirigió a SOMOS Community Care al final de un simposio.


El Papa recibió a los participantes en el simposio que lleva por tema: «La familia inmigrante y sus exigencias sanitarias», organizado por SOMOS Community Care.

Desde hace varios años, en la ciudad de Nueva York esta organización se dedica a la asistencia y a la atención sanitaria de aquellos que viven al margen de la sociedad, en situaciones de pobreza y carestía. De ese modo, les dijo Francisco, difunden la cultura del encuentro, «donde nadie es descartado ni adjetivado; sino donde todos son buscados, porque son necesarios, para reflejar el Rostro del Señor».

Una asociación que contrasta la cultura del descarte


Su compromiso cotidiano, les dijo, se dirige a contrastar esa cultura del descarte que domina en muchos escenarios sociales. Al hacer eso, son protagonistas de un cuidado global de la persona que pone a disposición con generosidad y altruismo, un servicio integral de médicos y agentes socio-sanitarios, quienes garantizan prestaciones de medicina preventiva, de terapias y rehabilitación. Esta solidaridad con los enfermos es un verdadero tesoro, añadió, y es un signo distintivo del cuidado y la asistencia sanitaria auténtica, que ponen en el centro a la persona y sus necesidades.

“Su organización se distingue por la relación de empatía y de confianza que consigue instaurar con los enfermos y sus familias, compartiendo su vida y acercándose a su cultura y lengua, con el fin de favorecer la relación humana”.

La asistencia sanitaria. Un derecho de algunos pocos


Además, el Papa alabó el compromiso personal que tienen los miembros de SOMOS, con aquellos a los que asisten. Ante una sociedad que tiende a un marcado individualismo, es necesario alentar la actitud de esta asociación, dijo.

“La sociedad actual... tiende a desarrollar dentro de sí «un marcado individualismo que, combinado con la mentalidad utilitarista […] produce la “globalización de la indiferencia”. […] por esta senda, cada sujeto que no responde a los cánones del bienestar físico, mental y social, corre el riesgo de ser marginado y excluido»”.

Hoy, señaló el Papa, la asistencia sanitaria está reconocida como un derecho humano universal y como una dimensión esencial del desarrollo humano integral. “Aun así, en el mundo sigue siendo todavía un derecho garantizado a pocos y vedado a muchos. Y se debe indicar que, con frecuencia, allí donde está garantizada la asistencia al enfermo, la misma está dominada por el tecnicismo, que termina por prevalecer sobre la persona, desnaturalizando el sentido último del cuidado [mismo]”.

Aun cuando no todas las intervenciones médicas producen la curación física, la asistencia sanitaria prestada con un corazón humano tendrá siempre la capacidad de beneficiar la vida, en el espíritu y en el cuerpo. Por eso, el compromiso de cada operador sanitario junto al enfermo encuentra su expresión más madura y también más eficaz cuanto está animado por el amor. Y, a partir de gestos cotidianos, este estilo hace que la cultura del cuidado florezca como elemento esencial del bien común.

¿Por qué no dejamos de pecar?

No hago lo que quiero y hago las cosas que detesto (Rm 7, 15)


Cuando hemos ofendido o lastimado a alguien que queremos, al ser conscientes del daño que ocasionamos, seguramente que no nos quedarán ganas de volverlo a hacer. Incluso, hasta buscamos la forma de reparar el daño y así demostrar cuánto es que nos pesó cometer tal acción. Así también, debería ser nuestra actitud cada que acudimos al sacramento de la confesión y, el sacerdote, al darnos la absolución, nos impone una penitencia.

De hecho, después de que nos hemos confesado, decimos el acto de contrición que dice así: “Dios mío, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de lo bueno que he dejado de hacer; porque pecando te he ofendido a ti, que eres el sumo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas. Propongo firmemente, con tu gracia, cumplir la penitencia, nunca más pecar y evitar las ocasiones de pecado.  Amén”.

Dentro de esa oración me llama la atención cuando decimos: Propongo firmemente, […] nunca más pecar y evitar las ocasiones de pecado”. ¿Es posible dejar de pecar? Y, si no, entonces ¿Por qué lo decimos?

En definitiva, por nuestra debilidad humana es imposible dejar de pecar. Sabemos que volveremos a hacerlo y todo por consecuencia del pecado original y por nuestra fragilidad. San Pablo era consciente de esto, cuando dijo: “Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy hombre de carne y vendido al pecado. No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto” (Rm 7, 14-15).

Por más que lo queramos, no dejaremos de pecar, pues siempre volveremos a caer, aunque esto no deberá ser una excusa para no luchar ni esforzarnos por ser mejores. Por lo tanto, cuando expresamos en el acto de contrición “nunca más pecar”, no damos por hecho que así pasará, pues nadie puede tener esa certeza, ya que, como seres humanos, somos débiles y presa fácil del pecado.

Pero cuidado, no por ser propensos al pecado significa que debamos decir: “Para qué me esfuerzo en no pecar, si al fin y al cabo, seguiré cayendo más veces”. No caigamos en ese extremo, ya que esa actitud de indiferencia sólo nos aleja del verdadero arrepentimiento y del dolor por haber pecado; es como si nos anestesiaran y no sentimos nada por haber pecado. Y es muy triste saber que hay muchos católicos que piensan así y que no se acercan a la confesión.

Cuando hemos pecado, debería pasarnos como cuando hemos ofendido a un ser querido. A quien nos duele ver sufrir por nuestra ofensa, y por ello, nos esforzamos lo más posible para no volverlo a hacer. Así también, con el pecado debemos desear no volverlo a cometer, porque nos duele saber el daño que cometimos.

Hay que estar decididos a no volver a pecar, aún a sabiendas de que podemos cometerlo otra vez. Y para lograrlo debemos evitar las ocasiones que sabes que te pueden hacer caer en el pecado. Algunos de los medios concretos con los que contamos para alejarnos del pecado son: la oración sincera a Dios, fortalecer nuestra voluntad y, por último, como dice aquella frase: “evita la ocasión y evitarás el pecado”.

El Santo Cura de Ars decía: “Piensan que no tiene sentido recibir la absolución hoy, sabiendo que mañana cometerán nuevamente los mismos pecados. Pero Dios mismo olvida en ese momento los pecados de mañana, para darles su gracia hoy”.

Valor del sufrimiento

El dolor y el sufrimiento son un misterio en la vida. ¿Por qué los manda Dios?¿Por qué los permite Dios?


Vamos a dedicar este rato a hablar del sufrimiento. El dolor y el sufrimiento son un misterio en la vida.¿Por qué los manda Dios?¿Por qué los permite Dios?



Hay sufrimientos que Dios no los quiere. Porque son consecuencia de pecados de los hombres. Por ejemplo, las víctimas del terrorismo. Pero otros sufrimientos entran en los planes de Dios. Por ejemplo, las víctimas de un terremoto. Son sufrimientos consecuencia de las leyes de la naturaleza que Dios ha hecho.



Evidentemente que Dios podía haber hecho la naturaleza con otras leyes físicas. Pero toda naturaleza posible sería imperfecta, pues el único ser Omniperfecto es Dios. Fuera de Dios todo es imperfecto, limitado, capaz de mejorar. Y Dios ha pensado que en este mundo, tal como es, con sus imperfecciones, el hombre puede merecer la gloria y salvarse, que es el fin para el cual hemos sido creados.



Otra cosa es el dolor producido por los pecados de los hombres, que Dios no lo quiere. Pero para quitar el dolor, consecuencia de los pecados de los hombres, Dios tendría que quitar la libertad; pues en toda situación de hombres libres es inevitable que alguno use mal de su libertad, peque y haga sufrir a los demás.



Pero un hombre sin libertad, dejaría de ser hombre. La libertad para ser bueno o ser malo es lo que hace meritorio ser bueno. Y hacer méritos para la vida eterna es para lo que Dios nos puesto en esta vida. Dios tiene razones para permitir el mal. A nosotros nos basta saber que Dios tiene Providencia, aunque desconozcamos sus caminos.



Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica1: «La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna». Todas las cosas tienen «pros» y «contras». La electricidad nos trae muchos bienes (iluminación, telecomunicación, motores, informática, etc.), pero también puede provocar un incendio por un cortocircuito y matar por electrocución. A pesar de los peligros que supone la electricidad, no por eso dejamos de poner en casa instalación eléctrica.



El mundo que Dios ha hecho tiene muchas cosas buenas, pero a veces ocurren desgracias que no comprendemos. Sería absurdo querer entender a Dios al modo humano. Dios tiene su Providencia que a veces no entendemos: lo mismo que las hormigas no entienden el juego del ajedrez y no saben por qué se mueve una pieza u otra.



Es lógico que el hombre no entienda a veces el proceder de Dios. Nos debe bastar saber que Dios es Padre y permite el sufrimiento para nuestro bien. Por eso Dios deja actuar las leyes de la naturaleza y la libertad de los hombres. Para los hombres el sufrir es un mal; pero no así para Dios, que ha querido redimir al mundo por el sufrimiento. Si el sufrir fuera malo, Cristo no hubiera sufrido ni hubiera hecho sufrir a su madre. Esto no obsta para que nosotros procuremos mitigar el dolor con los medios que Dios pone a nuestro alcance.



Sin embargo también hay que valorar la mortificación voluntaria y la penitencia. Ha sido una práctica frecuente en toda la Historia de la Iglesia. Muchos santos la han practicado eminentemente. La mortificación debe tener una cierta continuidad. No se trata de hacer un gran sacrificio un día, para luego descansar una temporada. Hay muchos modos de hacer pequeñas mortificaciones.



He aquí algunos ejemplos: mortificar la curiosidad; no discutir, aunque tengamos la razón, cuando se trata de tonterías intrascendentes; no enfadarme, aunque tenga motivos para ello, si mi enfado no es necesario; levantarme de la cama puntualmente, sin conceder minutos a la pereza; acabar bien lo que hago, sin dejarlo a medias por dejadez; dedicar mi tiempo a los demás, aunque esté cansado (a no ser que tenga algo más importante que hacer); no gastar dinero en caprichos; sonreír y saludar amablemente, aunque no tengamos ganas de hacerlo; no hacer ruidos innecesarios que molestan a los demás; ser puntual para no hacer esperar; escoger para mí lo peor, si esto es posible; etc., etc.



Podemos afirmar que todo el mundo se mortifica. Lo que cambia son los motivos. Hay gente que es capaz de sacrificarse mucho por razones nobles, pero humanas: dietas de adelgazamiento, cirugía estética, entrenamientos deportivos, etc. Todas estas cosas hacen sufrir, pero se conllevan de buena gana para conseguir un fin. ¿Nos vamos a extrañar que merezca la pena sufrir por amor a Cristo? ¿Para parecernos a Él? ¿Para colaborar a la salvación del mundo? Sufrir por sufrir, ni es humano ni es cristiano. Pero el cristianismo ha descubierto el valor de sufrir por amor a Dios. No existe cristianismo sin renuncia, sin mortificación, sin imitación a Cristo «que padeció por nosotros dándonos ejemplo»2.



Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica3: «El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación, que conducen gradualmente a vivir en la paz y en el gozo de las bienaventuranzas».



Algunos dicen: «bastantes sufrimientos tiene la vida, ¿para qué buscar más?». Por tres razones:



a) Porque sufriendo por Dios le mostramos nuestro amor, como Él nos lo mostró muriendo por nosotros en la cruz.

b) Porque sufriendo por Dios aumentamos nuestros merecimientos para el cielo.

c) Porque sufriendo uniéndonos a la Pasión de Cristo, colaboramos a la Redención de la Humanidad. Dios quiere que colaboremos a la Redención de la Humanidad. Es doctrina de San Pablo4.



Pero además, el esfuerzo y el dominio propio fortalecen la voluntad y perfeccionan la persona humana. Son ideas de Bernabé Tierno, famoso psicólogo, cuyos artículos se publican en varias revistas periódicamente. En uno publicado en la revista «Familia Cristiana», de Marzo de 1993, dice así:



«En un programa de televisión en el que niños y adolescentes hablan con un presentador, joven y simpático, escuché varias veces la frase “hacer lo que me pide el cuerpo”, como objetivo, como programa de vida. Al presentador, claro está, no se le ocurrió preguntarles a aquellos jóvenes si no les parecía razonable el hacer cosas por el hecho de que son buenas y convenientes para nosotros mismos o para los demás, aunque no nos lo pida el cuerpo, es decir, aunque no sean agradables.



Hablar de fuerza de voluntad, de dominio de uno mismo, de control de las pasiones, de esfuerzo, no sólo no está de moda sino que son temas de los que se habla con indiferencia y desprecio, si los tocamos ante muchos jóvenes y no tan jóvenes. “No diga tonterías, no me hable de rollos”, me decía hace unas cuantas semanas un joven de veinte años al que yo pretendía convencer de que el hombre está capacitado para vivir en la medida en que ha aprendido a esforzarse.



Es necesario, de toda urgencia, que padres y educadores prediquemos con el ejemplo de una firme voluntad, y eduquemos para el esfuerzo a nuestros niños y adolescentes. Que sepan, desde los primeros años, que el gusto o disgusto, el placer o displacer, no son normas de conducta por las que debamos regirnos, sino lo que nos conviene, lo que es bueno para el cuerpo, para la mente y para el espíritu. Educar para el esfuerzo debe ser una constante en todos los hogares desde los primeros años, y que el niño sepa que está haciendo algo simplemente porque es bueno para él, porque le conviene, le prepara para la vida, y le ayuda a “crecer”.



Es el esfuerzo, el tesón en lograr los objetivos propuestos, lo que desarrolla “el músculo de la voluntad”, lo que se llama “voluntad constituyente”. Sin esa voluntad, que se hace día a día por medio del esfuerzo, el hombre no llega jamás a hacerse hombre, por más años que cumpla. El niño o el adolescente empiezan a ser psicológicamente mayores, maduros, cuando saben decidir y elegir por sí mismos aquello que les conviene, aunque no les guste y les exija mucho esfuerzo.



Si tu norma de vida es “hacer lo que pide el cuerpo”, es una señal clara de que sigues siendo un niño, de que no has “crecido”, de que no estás preparado para la vida, porque no son la voluntad y la razón las que te guían».



Todo esto un plan meramente humano. Por encima de esto está el plano sobrenatural.



¿Por qué Dios ha elegido el sufrimiento para redimir al mundo? No lo sabemos. Pero es así. Por eso nuestro sufrimiento unido al de Cristo colabora en la redención del mundo.



Y nuestro sufrimiento, ofrecido Dios es una manifestación de amor a Él. Lo mismo que Él nos manifestó su amor muriendo por nosotros en la cruz. El sufrir por amor a Dios nos enriquece para la vida eterna. Debe ser para nosotros un consuelo saber que, en igualdad de circunstancias, en el cielo gozan más los que más han sufrido en la Tierra por amor a Dios. Y es consolador saber que «el sufrir pasa, pero el premio de haber sufrido por amor a Dios durará eternamente».Por eso el cristiano le encuentra sentido al sufrimiento. El ateo no tiene motivación para sufrir, por eso se desespera.



La sublimación del sufrimiento es uno de los grandes tesoros del cristianismo. Sufrir por un ideal hace más llevadero el sufrimiento: «las espinas pinchan cuando se pisan, no cuando se besan».



Querer quitar de la vida el dolor es una utopía. Todo el mundo tiene que sufrir algo. Es ley de vida. Unos en una cosa y otros en otra. Pero cada uno tiene su cruz. Es inútil querer rechazarla. Eso lleva a la desesperación. Es mucho mejor llevarla con garbo por amor a Dios. Se sufre menos y se merece más.



Debemos aceptar de buena gana la cruz que Dios ha puesto sobre nuestros hombros. Si Dios nos la ha puesto, es porque es la que nos conviene.



Va de cuento: Érase una vez un hombre que siempre iba protestando de la cruz que Dios le había puesto encima. Un día fue a la tienda de cruces a cambiar la suya por otra. Allí las había de todos los colores, formas y tamaños.



Al entrar le dijo al tendero:


- Vengo a cambiar mi cruz, porque la que tengo no me gusta.

- Aquí tiene usted el catálogo. Escoja la que prefiera.
- Deme usted ésta.
Sale a la calle y a los pocos pasos vuelve a la tienda.
- Oiga, que ésta tampoco me gusta. Deme usted aquella.
Sale a la calle y a los pocos pasos vuelve a la tienda.

- Ésta tampoco me gusta. Deme usted aquella otra.
Y después de probar varias, le dice al de la tienda:

- Deme usted la mía que es la que mejor me va.



¡Natural! La tuya es la mejor para ti. Por eso te la ha puesto Dios. La que es a tu medida. La que te va mejor. La cruz que nos pone Dios es la que mejor nos va. Como el zapato hecho a la medida. Si es más pequeño, me hace daño. Si es más grande, se me sale al andar. El que me va bien es el de mi medida.



Lo mismo pasa con la cruz. La que Dios me ha puesto sobre mis hombros es la de mi medida. Aunque me parezca muy pesada puedo llevarla, con la ayuda de Dios. Dice San Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». Dios no pone a nadie una cruz que él no pueda soportar. Sería blasfemo pensar que la cruz que Dios nos pone nos aplasta.



Y San Agustín, ese talento privilegiado que hemos tenido en la Iglesia, tiene una frase preciosa que hizo suya el Concilio de Trento5: «Dios no manda imposibles. Él quiere que hagas lo que puedas y le pidas lo que no puedas, que Él te ayudará para que puedas»6.Hay un aforismo teológico que dice: «a quien hace lo que puede, Dios no le niega su gracia»7. La cruz, con la ayuda de Dios, por amor a Dios, es mucho más llevadera.



Una niña de seis años llevaba en sus brazos a su hermanito de cuatro. Una señora le pregunta:


- ¿Dónde vas con esa carga?
Ella contestó:

- No es una carga. Es mi hermanito.
¡Qué bonito!



Hay que saber aceptar el sufrimiento con amor:



- Primero, porque así manifiesto mi amor a Dios. Dice Trafonten: «Quien no sabe renunciar a sí mismo es incapaz de amar». El sufrimiento se halla estrechamente unido al amor. El sufrimiento sirve para expresar el amor. Dijo Jesús: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos»8. El amor es darse, y quien da su persona, su vida, no tiene nada más que dar.



La cruz es el objeto más besado de la historia. Pero el beso no va dirigido al objeto, sino a Jesús, que está crucificado en ella. Cuando yo amo la cruz, amo a Jesús que está en ella. Por el mundo hay muchos trocitos de la cruz de Cristo. Se llaman «Lignum Crucis». Se guardan en valiosos relicarios. Pero un relicario por valioso que sea, no ama. No sabe amar. No puede amar. Yo puedo ser un relicario que lleva con amor la cruz de Cristo.



El cirineo llevó la cruz de Cristo detrás de Él. Al principio la cargó de mala gana, pero después con amor. Por eso Jesús le premió con la gracia de la fe. Él y su familia se convirtieron al cristianismo, como dice San Pablo.



- Segundo, sufriendo con amor enriquezco mi corona eterna.
- Tercero, sufriendo por amor a Cristo colaboro en la redención del mundo, que es la obra más grande de la Humanidad.



Pero, sobre todo, la respuesta del dolor es Cristo que quiso pasarlo primero para animarnos a sufrir. Como la madre que prueba primero la sopa delante del niño que no quiere comer, para animarle.



Cuando se viven estas ideas, el sufrimiento es mucho más llevadero. Merece la pena sufrir. El sufrimiento es un valor. Por eso Dios, a veces, hace sufrir a sus seres queridos. Como la madre, que pone una inyección a su hijo pequeño, aunque le duela. Porque el bien de la salud, compensa el dolor del pinchazo. La Redención no termina en la cruz, sino en la resurrección.



Si sabemos apreciar el valor del sufrimiento, y sufrimos por amor a Dios, enriqueceremos nuestros méritos para la gloria eterna, y nuestro premio será muy grande, pues Dios no se deja vencer en generosidad: premia con el ciento por uno. Decía San Juan de la Cruz: «Tan grande es el bien que espero, que toda pena me da consuelo».



Que el Señor nos conceda saber sufrir por amor a Él, y de esta manera colaborar con Él a la obra de la Redención de la Humanidad y salvación de las almas.




1Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 324

2Primera carta de SAN PEDRO, 2:21
3Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2015

4Carta a los Colosenses, 1:24

5DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 804. Ed. Herder. Barcelona

6SAN AGUSTÍN: De natura et gratia, XLIII,50. ML,44,27.

7ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Teología de la salvación,nº 119. Ed. BAC. Madrid.

8Evangelio de SAN JUAN,15:13



 

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