Fiesta de Todos los Santos

Fiesta de Todos los Santos

Solemnidad litúrgica. 1 de noviembre

Solemnidad de Todos los Santos que están con Cristo en la gloria. En el gozo único de esta festividad, la Iglesia Santa, todavía peregrina en la tierra, celebra la memoria de aquellos cuya compañía alegra los cielos, recibiendo así el estímulo de su ejemplo, la dicha de su patrocinio y, un día, la corona del triunfo en la visión eterna de la divina Majestad.

Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

Comunión de los santos

La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.
Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

¿Como alcanzar la santidad?

- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.

Un poco de historia

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.


Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.

El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral:

Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).

Categorías de culto católico

Los católicos distinguimos tres categorías de culto:
- Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.

- Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.

- Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.

Todos llamados a ser santos
Novena de oración por nuestros difuntos

La actitud del santo

Santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12. Viernes de Todos los Santos

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Permíteme escuchar tu voz, Señor, esa voz que llama a la santidad auténtica, la del día a día.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12

En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:

“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes”.
Palabra de Dios.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Una señora me interpeló muy fuertemente una vez, me dijo: «no es justo que digan que porque tengo dinero no puedo ir al cielo, que porque vivo con un cierto nivel económico me son cerradas las puertas del amor de Dios...» Me sorprendió las expresiones que utilizaba contra algunos sacerdotes que insistían mucho en esto. La verdad le doy la razón, muchos asocian las riquezas con el pecado, pero no necesariamente esto debe ser así.

Después le pregunté: «¿A qué dedica su dinero?» Su respuesta me pareció sana: «pues a mi familia». En ese momento recordé este pasaje del Evangelio que hemos escuchado y le respondo: «Muy bien, pero ¿no le gustaría ser pobre de espíritu para realmente poder llegar al cielo?» «¿Usted también?», responde un poco alterada; simplemente me limité a preguntarle: «¿Sabe quiénes son los pobres de espíritu?».

No se trata de dar todo cuanto tenemos, sino de vivir desprendidos de las cosas materiales que nos rodean. Este es el verdadero llamado a la santidad, el vivir con la actitud de desprendimiento por amor a Dios y a los demás, camino seguro para ser santo.
Si nuestra actitud no nos invita a querer ser santos, por mucho que lloremos, suframos, padezcamos injusticia, seamos pobres o seamos ricos, si no vivimos unidos a Dios, confiando en su Providencia, sabiendo dejar a un lado todo los demás, no viviremos la pobreza de espíritu que nos lleva al Reino de Dios.

«“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Sí, benditos aquellos que dejan de engañarse creyendo que pueden salvarse de su debilidad sin la misericordia de Dios, que es la sola que puede sanar el corazón. Solo la misericordia del Señor sana el corazón. Bienaventurados los que reconocen sus malos deseos y con un corazón arrepentido y humilde no se presentan ante Dios y ante los hombres como justos, sino como pecadores».

(Audiencia de S.S. Francisco, 21 de noviembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Señor, que sea capaz de hacerme pequeño para que pueda estar en tus brazos. Que sea pequeño para poder llegar a ser un gran santo.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Vivir en clave de bienaventuranza mi jornada, pensando en ser un santo en mi vida cotidiana, como dice el Papa.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Las Bienaventuranzas son el camino de realización del hombre

Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús pertenecen al núcleo de la fe y de la existencia cristiana. Manifiestan, en primer lugar la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo y capaces de tener sus sentimientos, de confianza plena en el Padre, de amor y de perdón hacia todos. Las bienaventuranzas son, en efecto, como el retrato que Jesús trazó de sí mismo; son la expresión de la vida que Él encarnó y vivió históricamente; aquella vida que sus discípulos vieron con sus propios ojos y palparon con sus manos; la que les llenó de gozo y de alegría plena. Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad. Nos muestran el Camino que es Cristo para todos los hombres.

El camino de Cristo está resumido en las bienaventuranzas, único camino hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre. El destino que Cristo arrostró y consumó felizmente es programa moral y de vida para sus seguidores. Ser cristiano es vivir en Cristo, vivir la misma vida de Cristo, vivir como Él vivió. Por eso las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el Monte iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana. Son su propia luz, son Jesús mismo, luz que ilumina a todas las naciones. Ellas son la riqueza de la Iglesia, porque su única riqueza y su única fuerza es Cristo.

La Iglesia no tiene otra Palabra que decir que Cristo, ni otra riqueza que Cristo, ni otro poder que el de Cristo que vino a servir y no a ser servido. Pero esta Palabra no la callará jamás, no la silenciará a pesar de los poderes de este mundo que quisieran silenciada o verla reducida a los espacios sacrales, no la dejará morir nunca. Esta riqueza no la dilapidará, ni dejará de compartirla con los hombres, ni cesará de ofrecerla a todos, que no imponerla a nadie. Nunca, además renunciará a esta fuerza o este poder de Jesucristo que es servir a los hombres, ayudar a los hombres, amar a los hombres, defender a los hombres.

Porque no tiene otra palabra, ni otra riqueza, ni otra fuerza que Cristo, no le importará otra cosa más que servir al hombre, apostar por el hombre. Y por eso defenderá la vida humana en todas las fases de su existencia, desde su concepción, hasta su muerte natural, y mostrará como camino y orientación para la sociedad cómo se viola esta suprema y fundamental exigencia del hombre con el aborto, con la eutanasia, con la manipulación de los embriones humanos, o con el terrorismo.

Y por eso mismo, proclamará sin cesar y reivindicará en cualquier circunstancia la dignidad e inviolabilidad de todo ser humano y los derechos fundamentales que le corresponden al hombre, incluidos los de la libertad de conciencia y de libertad religiosa en toda su extensión, así como todos los correspondientes a la libertad de la educación.

Y por lo mismo proclamará a tiempo y a destiempo el evangelio y la verdad de la familia, y pedirá a todos trabajar por la familia, porque trabajar por ella es trabajar por el hombre y no hacerlo es ir contra el hombre, camino de la Iglesia, como lo es Cristo. A la Iglesia, como a Cristo, le importa el hombre de manera fundamental, porque le importa por encima de todo Dios, que en su Hijo ha amado al hombre hasta el extremo y quiere la felicidad para él. Ésa es la raíz de su actuación, aunque esto le traiga sinsabores, insultos, descalificaciones, y aunque así se vea sometida a juicios falsos e injustos que descalifican -lo siento- por sí mismos a quienes los hacen. Ese es el camino de las bienaventuranzas, de la bella y verdadera aventura que recorrió Cristo, verdadero autorretrato suyo.

En las bienaventuranzas, en Jesús, tenemos la afirmación de Dios como Dios, como lo sólo único y necesario, como el único que basta y llena el corazón del hombre, que ama al hombre, que apuesta por él, que quiere su felicidad y le muestra el camino para ella, que quiere que viva y le ofrece un futuro grande, que colma de esperanza verdadera. Inseparablemente, Jesús, en Él y en el camino que nos indica, el suyo, el que Él siguió, el de las bienaventuranzas, nos muestra la verdad del hombre llamado a la dicha plena y total, querido por Él hasta lo insospechado y haciéndole así ver su grandeza y su dignidad, así como a la meta y vocación a la que está convocado.

Las bienaventuranzas son el camino de realización del hombre que camina en la verdad de ser y vivirse como siendo de Dios, perteneciendo a Dios, apoyándose en Dios, confiando en Él; nos muestran el camino de la libertad que no está en el tener y en el acumular sino en el ser hombre criatura de Dios; nos muestran la senda de la esperanza: hay un futuro para el hombre, la vida tiene un sentido. Dios y hombre, la verdad de Dios y la verdad del hombre, inseparables, la unión de Dios y el hombre camino y meta de felicidad, de libertad, de amor, de misericordia, de justicia, de consuelo, de verdadera riqueza humana, de paz, de limpieza de miras y de verdad, de felicidad que se hace eterna.

Ahí, en las bienaventuranzas, está la dicha y la alegría del hombre. Ahí está la vocación a la que hemos sido llamados: hemos sido llamados por Dios a ser felices. Así, las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Deseo que Dios ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer. Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de nuestros actos humanos: Dios, por puro amor y benevolencia infinita, por misericordia eterna, nos llama a su propia bienaventuranza, a su felicidad y a su dicha que no tienen medida, a la alegría completa que en El se encuentra, al amor donde el corazón de todo hombre encuentra su reposo y consuelo.

Las bienaventuranzas, así, son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones y anuncian las bendiciones y las recompensas ya iniciadas por el amor y la misericordia insondable de Dios Padre manifestadas en su Hijo. Aunque el sufrimiento y la desesperanza parezcan llenar el mundo, Dios hace todo lo que hace para la vida y el gozo del hombre: Para la vida y el gozo del hombre, Dios ha creado el mundo, y nos ha dado el ser. Y para nuestra vida y nuestro gozo, destruidos por el pecado, ha venido el Hijo de Dios a nuestra carne, y la ha unido a sí, con un amor esponsal, y la vivifica con su Espíritu Santo y pueda recorrer la bella, dichosa y buena aventura que El mismo recorrió en el camino hacia el Padre.

Las palabras de Cristo hablan de sufrimiento, de pobreza, de hambre, de persecución, de llanto, de falta de paz y de injusticia, de mentira y de insultos. Hablan del sufrimiento del hombre en su vida temporal. Pero no se detienen ahí. Hablan de dicha, de alegría; proclama dichosos y felices, bienaventurados, precisamente, a los pobres, a los sufridos, a los que lloran, a los que tienen hambre de justicia, a los perseguidos, a los que trabajan por la paz, a los sencillos y limpios de corazón, a los calumniados. Y nos hablan de la motivación, de las razones, del porqué de esta dicha. Hasta ocho veces repite ese por qué, enseñándonos las razones por las que son dichosos: "Porque de ellos es el Reino de los cielos", porque de ellos es Dios mismo, amor sin límites, abismo sin fondo de misericordia, plenitud de vida y de gracia, justicia y santidad verdaderas, bondad suprema, paz, reconciliación y perdón para todos, fuente de luz.

Al decir que los que lloran serán consolados, Cristo indica, sobre todo, el consuelo definitivo más allá de la muerte. Lo enseña también la segunda bienaventuranza, porque heredarán la tierra, refiriéndose a la propiedad en sentido escatológico, definitivo y último: la nueva tierra donde habite la justicia, Dios para siempre. Igualmente quedarán saciados los que tienen hambre y sed de justicia, porque en el Reino de los cielos ésa será su herencia. Los que son misericordiosos encontrarán misericordia. Los que son limpios de corazón contemplarán a Dios cara a cara, lo cual, según las enseñanzas del Nuevo Testamento, es la esencia propia de la felicidad propia del Reino de Dios.

A lo mismo se refiere la bienaventuranza de los que trabajan por la paz, llamándolos hijos de Dios. Cuando Jesús enuncia el último de los grupos de los bienaventurados, considerando entre ellos a los perseguidos por causa de la justicia, se repite lo dicho a los primeros, los pobres, los pecadores, los desheredados: "porque de ellos es el Reino de los cielos". Cristo resume las bienaventuranzas dirigiéndose a los que de algún modo son perseguidos y falsamente acusados, exhortándoles a la alegría: "Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos".

Las bienaventuranzas nos abren un horizonte nuevo con relación a la vida y a la conducta humana. Son dichosos, pues, quienes se dejan guiar por el espíritu de las bienaventuranzas y, ciertamente, heredarán la tierra, aunque hayan acabado los días de su vida terrena. Su victoria y su felicidad es el participar de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, ser asociados a la gloria de su pasión y resurrección. ¿Es ésta solamente una promesa de futuro? Las certezas admirables que Jesús da a sus discípulos, ¿se refieren sólo a la vida eterna, a un reino de los cielos más allá de la muerte? Sabemos bien, queridos hermanos, que ese Reino está cerca. Porque ha sido inaugurado con la vida, muerte y resurrección de Cristo. Sí, está cerca, porque también en buena parte depende de nosotros discípulos y seguidores de Jesús. Somos nosotros, bautizados y confirmados en Cristo, los llamados a acercar ese Reino, a hacerlo visible y actual en este mundo, como preparación a su establecimiento definitivo. Y esto se logra con nuestro esfuerzo y conducta concorde con los preceptos del Señor, con nuestra fidelidad a su persona, con nuestra identificación y seguimiento.

La bienaventuranza prometida nos coloca, así, ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malos instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo, a poner en Él la confianza plena, como un niño satisfecho en brazos de su madre, a no esperar de otro la salvación y la dicha definitivas. La bienaventuranza prometida nos enseña que la verdadera felicidad, la auténtica dicha, no reside en la riqueza o en el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, ni en ningún poder, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor, nuestro lote y heredad.

Esta es la verdadera felicidad, la auténtica alegría, la alegría de estar dentro del amor de Dios que nos hace hijos suyos. La alegría de los hijos es una alegría que requiere confianza total en el Padre. Es la alegría que tiene su fundamento no en el tener sino en el ser, no en el poder o en el dominio, no en el goce o disfrute individualista o en el bienestar a toda costa, sino en la entrega y donación de nosotros mismos, en el dar una preferencia absoluta a las cosas del Reino. Es la alegría profunda y exigente de las bienaventuranzas, la de las personas que viven una entrega total a Dios, aquellas para quienes sólo Dios basta. Es la felicidad que sólo en Dios tiene su realización plena: la alegría que nadie podrá quitar, la que es fruto del amor y, por consiguiente, de Dios mismo en persona, que es amor. Las bienaventuranzas, por ello, no son para unos pocos privilegiados, es la enseñanza moral para todos los que siguen a Jesucristo, que asume, además, lo mismo que afirma la razón humana y lo eleva y engrandece; no son un camino para el repliegue sino para que se vea en el mundo y se traduzca en los comportamientos humanos; son como el reverso de los diez mandamientos, son con ellos, la voluntad de Dios, el querer de Dios y el cumplimiento de su voluntad. Todo tiene que ver con este camino.

Esto es lo que enseña la Iglesia, lo que transmite una y otra vez la jerarquía de la Iglesia en España, vuestros Obispos a quienes algunos os pretenden enfrentar y de los que os intentan separar, y a los que no hay día que no se les critique. Esto es lo que hicimos y dijimos, por ejemplo, en la Instrucción Pastoral de hace dos años titulada "Orientaciones Morales ante la situación actual de España", o en aquella otra Instrucción sobre "La valoración moral del terrorismo y sus causas"; y esto es lo que la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal hemos dicho en nuestra reciente Nota de "Orientaciones" ante la próxima convocatoria electoral, que no se trata de imposiciones, sino de exhortaciones, en modo alguno partidistas, ni tampoco se trata de un texto coyuntural, sino que tiene una razón de ser muy profunda y muy en sintonía con sus anteriores enseñanzas, esto es, con lo que es la verdad del Evangelio, que nunca ha de callar por servicio a los hombres, servicio que reclama obedecer a Dios antes que a los hombres mismos.

No puedo olvidar las palabras de san Pablo a los tesalonicenses en las que afirma que "a pesar de sufrimientos e injurias padecidos, que ya conocéis, se ha de tener valor para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones... nunca hemos tenido palabras de adulación, ni codicia disimulada. Dios es testigo. 

El amor de Cristo no es un amor de telenovela

En la Misa matutina del Papa en la Casa Santa Marta del 31 de octubre.

Que el Espíritu Santo nos haga comprender "el amor de Cristo por nosotros" y prepare nuestros corazones para "permitirnos ser amados" por el Señor. Esta es la recomendación del Papa Francisco en la Misa matutina en la Casa Santa Marta, centrada en la primera lectura de hoy, tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos. En su homilía, el Pontífice explica cómo el apóstol de los gentiles podría incluso parecer "un poco soberbio", "demasiado seguro de sí mismo" al afirmar que ni siquiera "la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, ni la espada” lograrán separarnos “del amor de Cristo”.

El amor de una madre
Y, sin embargo, evidencia el Papa al leer a San Pablo, "somos más que ganadores" con el amor del Señor. "San Pablo fue porque desde el momento en que el Señor lo llamó en el camino a Damasco, comenzó a comprender el misterio de Cristo": "se había enamorado de Cristo", tomado - observa el Papa - por "un amor fuerte", "grande", no un "argumento" de "telenovela". Un amor "en serio", hasta el punto de sentir que el Señor "siempre lo acompañaba en lo bueno y en lo malo".

Esto lo sentía con amor. Y yo me pregunto: ¿amo al Señor así? Cuando llegan momentos feos, ¿cuántas veces sentimos el deseo de decir: "El Señor me ha abandonado, ya no me ama" y le gustaría dejar al Señor. Pero Pablo estaba seguro de que el Señor nunca abandona. Él entendió el amor de Cristo en su propia vida. Este es el camino que nos hace ver Pablo: el camino del amor, siempre, en lo bueno y en lo malo, siempre delante. Esta es la grandeza de Pablo.

Dar la vida por los demás
El amor de Cristo, agrega el Pontífice, "no se puede describir", es algo grandioso.

Es precisamente El quien fue enviado por el Padre para salvarnos y lo hizo con amor, dio su vida por mí: no hay amor más grande que dar la vida por el otro. Pensemos en una madre, el amor de una madre, por ejemplo, que da la vida por su hijo, siempre lo acompaña en la vida, en los momentos difíciles pero aún asi es poco ... Es un amor cercano a nosotros, no es un amor abstracto el amor de Jesús, es un amor Yo-tú, yo-tú, cada uno de nosotros, con nombre y apellido.

El llanto por cada uno de nosotros
En el Evangelio de Lucas, el Papa observa "algo del amor concreto de Jesús". Hablando de Jerusalén, Jesús recordó los momentos en que trató de reunir a sus hijos, "como una gallina con sus polluelos debajo de sus alas", y se lo impidieron. Entonces "lloró".

El amor de Cristo lo lleva al llanto, al llanto por cada uno de nosotros. Hay mucha ternura en esta expresión. Jesús podía condenar a Jerusalén, decir cosas malas ... Y se queja porque no se dejan amar como los polluelos de la gallina. Esta ternura del amor de Dios en Jesús. Y esto fue entendido por Pablo. Si no llegamos a sentir, a comprender la ternura del amor de Dios en Jesús por cada uno de nosotros, nunca podremos comprender lo que es el amor de Cristo. Es un amor como este, esperando pacientemente, el amor que juega esa última carta con Judas: "Amigo", le da la salida, hasta el final. Incluso con grandes pecadores, hasta el final Él ama con esta ternura. No sé si pensamos en Jesús asi de tierno, en Jesús que llora, cómo lloró ante la tumba de Lázaro, cómo lloró aquí, mirando Jerusalén.

Un amor que se convierte en lagrima
Por lo tanto, Francisco nos exhorta a preguntarnos si Jesús está llorando por nosotros, Él que nos ha dado "tantas cosas", mientras que a menudo nosotros elegimos ir "por otro camino". El amor de Dios "se convierte en una lágrima, en llanto, llanto de ternura en Jesús", reitera. Por esta razón - concluye el Pontífice - San Pablo "se había enamorado de Cristo y nada podía separarlo de Él".

Fiesta de todos los santos

Una gran fiesta en el cielo

Hoy, primero de noviembre se celebra la fiesta de Todos los Santos. Para toda la Iglesia es una gran celebración porque hay gran fiesta en el cielo. Para nosotros es una gran oportunidad de agradecer todos los beneficios, todas las gracias que Dios ha derramado en personas que han vivido en esta tierra y que han sido como nosotros, con las mismas debilidades, y con las fortalezas que vienen del mismo Dios. Celebremos este día con un corazón agradecido, porque Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

Hoy es un buen día para reflexionar todo el bien espiritual y material que por intercesión de los santos hemos obtenido y tenemos hasta el día de hoy, pues los santos que desearon la Gloria de Dios desde aquí en la tierra lo siguen deseando en la visión beatifica, y comparten el mismo deseo de Nuestro Señor Jesucristo de que todos los hombres se salven, que todos los hombres glorifiquen a Nuestro Señor.

La Iglesia ha instituido la Fiesta de Todos los santos por las siguientes razones:

1.- Para alabar y agradecer al Señor la merced que hizo a sus siervos, santificándolos en la tierra y coronándolos de gloria en el cielo.

2.- Para honrar en este día aun a los Santos de que no se hace fiesta particular durante el año.

3.- Para procurarnos mayores gracias multiplicando los intercesores.

4.- Para reparar en este día las faltas que en el transcurso del año hayamos cometido en las fiestas particulares de los Santos.

5.- Para animarnos más a la virtud con los ejemplos de tantos Santos de toda edad, sexo y condición, y con la memoria de la recompensa que gozan en el cielo.

Ha de alentarnos a imitar a los Santos el considerar que ellos eran tan débiles como nosotros y sujetos a las mismas pasiones; que, fortalecidos con la divina gracia, se hicieron santos por los medios que también nosotros podemos emplear, y que por los méritos de Jesucristo se nos ha prometido la misma gloria que ellos gozan en el cielo.

Se celebra la fiesta de Todos los Santos con tanta solemnidad porque abraza todas las otras fiestas que en el año se celebran en honor de los Santos y es figura de la fiesta eterna de la gloria.

Para celebrar dignamente la fiesta de Todos los Santos debemos:

1.- Alabar y glorificar al Señor por las mercedes que hizo a sus siervos y pedirle que asimismo nos las conceda a nosotros.

2.- Honrar a todos los Santos como a amigos de Dios e invocar con más confianza su protección.

3.- Proponer imitar sus ejemplos para ser un día participantes de la misma gloria.

Es importante en este día tan importante para toda la Iglesia detenernos a pensar en todo el bien que Dios ha dado a la humanidad por medio de tantos hombres y mujeres que fieles a la voluntad de Dios, fieles a su amor fueron testigos del Reino del Señor. La cantidad de santos, santas y mártires que dejaron una huella tan profunda en su paso por esta tierra que ni el tiempo ni los cambios de generaciones han podido borrar. Y si decimos que es de todos los Santos es porque también celebramos a tantos Santos y Mártires que Dios a querido tener en el anonimato, y que nosotros no conocemos por su nombre pero sabemos por la fe que están dando gloria a Dios.

Celebremos con gozo este día, y pidámosle a Dios Nuestro Señor nos conceda disfrutar en esta tierra de la protección de sus santos y que un día nos conceda estar con ellos para glorificarlo en su eternidad.

Que Santa María Reina de los santos nos conceda la alegría de servir con humildad a Dios esta tierra para verle y gozarle en la vida eterna.

Solemnidad de Todos los Santos

Diez claves sobre el sentido y necesidad de la solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre)

El 1 de noviembre es la solemnidad litúrgica de Todos los Santos, que prevalece sobre el domingo. Se trata de una popular y bien sentida fiesta cristiana, que al evocar a quienes nos han precedido en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna bienaventuranza, son ya -por así decirlo- ciudadanos de pleno derecho del cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos.

1.- El día de Todos los Santos cuenta un milenio de popular y sentida historia y tradición en la vida de la Iglesia. Fueron los monjes benedictinos de Cluny quienes expandieron esta festividad.

2.- En este día celebramos a todos aquellos cristianos que ya gozan de la visión de Dios, que ya están en el cielo, hayan sido o no declarados santos o beatos por la Iglesia. De ahí, su nombre: el día de Todos los Santos.

3.- Santo es aquel cristiano que, concluida su existencia terrena, está ya en la presencia de Dios, ha recibido –con palabras de San Pablo- “la corona de la gloria que no se marchita”.

4.- El santo, los santos son siempre reflejos de la gloria y de la santidad de Dios. Son modelos para la vida de los cristianos e intercesores de modo que a los santos se pide su ayuda y su intercesión. Son así dignos y merecedores de culto de veneración.

5.- El día de Todos los Santos incluye en su celebración y contenido a los santos populares y conocidos, extraordinarios cristianos a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año.

6.- Pero el día de Todos los Santos es, sobre todo, el día de los santos anónimos, tantos de ellos miembros de nuestras familias, lugares y comunidades.

7.- El día de Todos los Santos es igualmente una oportunidad para recordar la llamada a la santidad presente en todos los cristianos desde el bautismo. Es ocasión para hacer realidad en nosotros la llamada del Señor a que seamos perfectos- santos- como Dios, nuestro Padre celestial, es perfecto, es santo.

Se trata de una llamada apremiante a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad según nuestros propios estados de vida, de consagración y de servicio. En este tema insistió mucho el Concilio Vaticano II, de cuya clausura se celebran ahora los 40 años. El capítulo V de su Constitución dogmática "Lumen Gentium" lleva por título "Universal vocación a la santidad en la Iglesia".

Y es que la santidad no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el destino de todos, como fue, como lo ha sido para esa multitud de santos anónimos a quienes hoy celebramos.

8.- La santidad cristiana consiste en vivir y cumplir los mandamientos. “El santo no es un ángel, es hombre en carne y hueso que sabe levantarse y volver a caminar. El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que es más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día pues vive para amar”. (Canción de Cesáreo Gabaraín).

"El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo". (Benedicto XVI)

9.- La santidad se gana, se logra, se consigue, con la ayuda de la gracia, en tierra, en el quehacer y el compromiso de cada día, en el amor, en el servicio y en el perdón cotidianos. “El afán de cada día labra y vislumbra el rostro de la eternidad”, escribió certera y hermosamente Karl Rhaner. El cielo, sí, no puede esperar. Pero el cielo –la santidad- solo se gana en la tierra.

10.- Por fin, el día de Todos los Santos nos habla de que la vida humana no termina con la muerte sino que abre a la luminosa vida de eternidad con Dios. El día de Todos los Santos es la catequesis y celebración de los misterios de nuestra fe relativos al final de la vida, los llamados “novísimos”: muerte, juicio, eternidad.

Y por ello, al día siguiente a la fiesta de Todos los Santos, el 2 de noviembre, celebramos, conmemoramos a los difuntos. Es día de oración y de recuerdo hacia ellos. Es día para saber vivir la vida según el plan de Dios. Es día, como el día, en el que la piedad de nuestro pueblo fiel visita los cementerios. Todo el mes de noviembre está dedicado especialmente a los difuntos y a las ánimas del Purgatorio.

Las tradiciones ancestrales en el día de los fieles difuntos

Celebremos conscientemente nuestras tradiciones ancestral, no como espectadores de un ritual anual carente de sentido, sino con la convicción cristiana de renovar nuestra fe y esperanza en la eternidad que Cristo mismo nos ha prometido.

Estamos por celebrar una de las fechas más significativas en el calendario religioso y civil, el próximo 2 de noviembre, la conmemoración de los fieles difuntos. Como cada año, miles de personas visitarán los lugares donde se encuentran los restos de los seres queridos que han terminado su misión en este mundo y que, desde nuestra fe, afirmamos que gozan ya de la presencia de nuestro Señor en el cielo. Esta tradición, tan arraigada en nuestro pueblo, es un momento para recordar a los difuntos, pero también debe ser una oportunidad para orar por su eterno descanso y también para reflexionar en la trascendencia de nuestra existencia ya que, aunque visitamos con devoción y respeto los panteones, debemos ser conscientes de que nuestra vida no termina ahí, sino que ese lugar es sólo el espacio en donde recordamos a quienes compartieron con nosotros parte de su peregrinar por este mundo. La fe cristiana, es una fe que mira más allá de una tumba, es una fe que cree en la vida eterna que Cristo nos ha alcanzado con su resurrección. Por lo que invito a todos los fieles, sobre todo a quienes acostumbran realizar actos de devoción en estos días, para que aprovechen la oportunidad y compartan con los niños y los jóvenes el significado de esta celebración.

Es necesario que valoremos la riqueza de nuestras tradiciones y que las sigamos transmitiendo a las nuevas generaciones. Aliento a quienes realizan los "altares de muertos" en parroquias, escuelas, museos y lugares de trabajo, como una tradición mexicana, para que sigan enriqueciendo la cultura y que esta celebración sea vivida con un espíritu conmemorativo. Es importante que no reduzcamos esta celebración al solo momento de la visita al campo santo y el depósito de las flores en una tumba, sino que profundicemos en la importancia de realizar acciones buenas en nuestra vida, que dejen huella en el corazón de quienes nos rodean, y así como ese día visitamos y hacemos un momento de oración en el lugar donde descansan los restos de un ser querido, que ha marcado de manera especial nuestra vida, así también, al término de nuestro camino, seamos recordados por quienes todavía peregrinarán más tiempo Nuestra fe en Cristo resucitado, nos alienta a vivir el mandamiento del amor con acciones tangibles, que nos fortalecen y motivan para no caer en la desesperanza de quien piensa que con la muerte todo se acaba. Mientras peregrinamos por este mundo, no debemos perder de vista la meta que nos ha sido trazada desde nuestro bautismo: la vida eterna. Celebremos conscientemente esta tradición ancestral, no como espectadores de un ritual anual carente de sentido, sino con la convicción cristiana de renovar nuestra fe y esperanza en la eternidad que Cristo mismo nos ha prometido.

Tradiciones

La tradición de asistir al cementerio para rezar por las almas de quienes ya abandonaron este mundo, está acompañada de un profundo sentimiento de devoción, donde se tiene la convicción de que el ser querido que se marchó y pasará a una mejor vida, sin ningún tipo de dolencia, como sucede con los seres terrenales.

En Francia la gente de todos los rangos y credos decora los sepulcros de sus muertos en la Fête des morts.

México: el altar de muertos

Las ofrendas de muertos las realizaban nuestros antepasados incluso antes de que llegaran los españoles y han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Descubrimos su origen entre los pueblos prehispánicos. Los Aztecas, en particular, tenían dos fiestas para sus difuntos, cada una de ellas duraba un mes de 20 días, que corresponderían a nuestros meses de agosto y septiembre. La fiesta de los difuntos niños se llamaba Miccailhuitontli y la de los adultos Xocohuetzin. Puede ser que éste sea el origen de que mucha gente recuerde el 1 de noviembre a los difuntos niños y al día siguiente a los adultos.

Pero con con la llegada de los españoles llegaron también los misioneros, y con ellos el Evangelio. La costumbre de festejar a los muertos prevaleció mezclada con la doctrina cristiana. ¿Cómo sucedió que los misioneros no la quitaron?

Sería absurdo decir que esta fiesta pasó desapercibida para ellos, pues de ellos recibimos noticias de cómo se celebraba. Debemos pensar, más bien, que reconocieron en ese rito pagano algunos valores que valía la pena conservar y cristianizarlos. No se trataba de un sincretismo (mezcla de dos religiones), sino de una cultura respetada y evangelizada.

La ofrenda a los difuntos y todos los ritos que la rodean encierran una gran riqueza simbólica que constituye un verdadero canto a la vida. No amamos la muerte, amamos la vida y al Dador de ella.

Simbolismo

Flor de cempoalxóchitl: representa al sol, símbolo de Dios que hace florecer la vida de las almas. Proclama la vida eterna como don de Dios.

Cruz de cempoalxóchitl: la cruz florida sobre el altar significa que todos los caminos, los cuatro puntos cardinales, los brazos de la cruz, llevan a Dios, el centro donde se cruzan los brazos. Nos habla también de la redención de Cristo, vencedor de la muerte.

Velas: significan la iluminación del camino para que las almas lleguen a disfrutar de la luz divina. En una vela, la Iglesia simboliza la resurrección de Cristo en la Pascua.

Vaso de agua: es signo del agua viva para nunca tener sed. La gracia, participación de la vida divina, también se simboliza con el agua, de la cual tenemos sed.

Copal: une la tierra con el cielo. Con el incienso, la Iglesia simboliza la oración, la alabanza grata a Dios que llega a su presencia.

Comida: Es un signo de comunión con nuestros seres queridos. Una manera de expresarles que los recordamos y que sigen siendo parte de nosotros.

Pan de muerto: nos recuerda el pan de maíz y amaranto, semilla de la alegría, hecho en forma de huesos, que comían nuestros antepasados para significar que los que morían daban vida a los que quedaban. Hoy comemos el Pan de Vida, la Eucaristía, presencia real de Cristo, que murió para que tuviéramos vida.

Plato con sal: referencia al Bautismo en el que se daba a los niños un poco de sal para saborear a Cristo.

Imágenes: los retratos de los seres queridos a quienes se dedica la ofrenda y las imágenes religiosas manifiestan, una vez más, la comunión de los santos.

Ecuador, Perú y Bolivia: Misa y guaguas de pan

El Día de los Difuntos en estos paises andinos se celebra con una amalgama de tradiciones de las culturas aborígenes y ritos católicos que varían en cada uno de ellos. Personajes, vigilias, oraciones y una diversidad de platos forman parte de esta celebración.

Las vigilias en los cementerios marcan las noches y madrugadas del 1 y 2 de noviembre en muchos poblados.

Costumbres indígenas que incluyen ritos, oraciones y la colocación de alimentos en honor a los que ya partieron todavía se celebran en comunidades autóctonas.

Sin embargo, las ancestrales actividades que realizan estos pueblos en el transcurso de los años han variado, sumándose a ellas otros elementos del cristianismo introducido por los misioneros durante la evangelización.

Misas, vigilias y la colocación de arreglos florales en las tumbas de los cementerios son las actividades que más se realizan. La comida también forma parte importante de la celebración. Guaguas de pan, colada morada y una diversidad de platos se sirven el 1 y 2 de noviembre.

Las guaguas de pan (también conocidas en Bolivia como tantawawas), son hogazas o panes grandes, usualmente de trigo, moldeados y adornados con forma de niño pequeño o bebé, a veces rellenas de dulce.

Muy importante:
Indulgencias para el Día de los Fieles Difuntos
¿Qué son las indulgencias?

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