Levántate y vete. Tu fe te ha salvado

Leandro de Sevilla, Santo

Memoria litúrgica, 13 de noviembre

Obispo

Martirologio Romano: En Sevilla, en Hispania, san Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que con su predicación y diligencia convirtió, contando con la ayuda de su rey Recaredo, a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica (c. 600).

Breve Biografía

¿Qué secreto poseía aquella familia de Cartagena que supo poner en los altares a sus tres hijos? Porque no hay duda de la influencia de los padres en la vida de sus hijos tanto para bien como para mal. Eso no quiere decir que los hijos que han nacido en buena y cristiana familia tengan una póliza de seguro que les garantice la fidelidad a los principios que mamaron ni tampoco que quienes conocieron a unos padres mediocres estén condenados irreparablemente a la desgracia moral. No. Pero, hechas las salvedades y sabiendo que el uso de la libertad es privado y personal, no cabe duda -es testigo la historia- de la impronta que deja en los retoños el estilo de quienes los engendraron y educaron. En este caso, Leandro tuvo otros dos hermanos que están como él en los altares, Isidoro que le sucedió en el arzobispado de Sevilla, y santa Florentina.

Su nacimiento fue en torno al 535. La familia emigra a Sevilla y, cuando tiene la edad, Leandro entra el un monasterio. Es nombrado metropolitano de Sevilla. Funda una escuela de artes y ciencia que la concibe como instrumento para difundir la doctrina ortodoxa en medio de una España que está inficcionada de arrianismo, particularmente en la corte visigoda. Dos hijos del rey arriano Leovigildo están formándose en su escuela, Hermenegildo y Recaredo.

Leovigildo asienta en Toledo la capital del reino visigodo. Su hijo Hermenegildo será su igual en la Bética y residirá en Sevilla; por su ciencia, bondad y celo Hermenegildo se convierte a la fe nicena con el ejemplo y apoyo de su esposa Igunda. Pero en Toledo hay reales aires de grandeza; el rey piensa que el principio de unidad y estabilidad está en la religión arriana; se enciende la persecución contra la fe católica con fuego y espada, incluidos los territorios de la Bética, en la que su propio hijo Hermenegildo morirá mártir.

Leandro ha sido obligado a abandonar su Iglesia y su patria. Aprovecha el destierro para pedir ayuda al emperador de Bizancio. En Constantinopla se encuentra con Gregorio, que ha sido enviado por el papa Pelagio -lo sucederá luego en la Sede romana- con quien traba una gran amistad; le anima a poner por escrito los libros Morales -comentario al libro de Job- que influirán de un modo decisivo en la ascética de todo el Medievo.

Vuelve a Sevilla su Arzobispo al disminuir la tensión del rey Leovigildo y lo verá morir. Leandro, en el 589, convoca el III Concilio de Toledo donde Recaredo, que ha sucedido a su padre en el trono, abjura de los errores arrianos y hace profesión de fe católica lográndose la unidad del reino visigodo y la paz. Sobreviene como esperada consecuencia una renovación en la vida religiosa, un resurgir de las letras y una fresca ganancia en el terreno de las artes.

La conversión paulatina a la fe católica de los arrianos visigodos del reino es sincera y la deseada unidad ha encontrado el vínculo de cohesión en la unidad de la fe. Lo que intuyó el rey Leovigildo, pero con signo contrario; en esta ocasión, triunfó la verdad.

Ahora y hasta su muerte en el año 600, el sabio y santo Arzobispo deja de ser un hombre influyente en la política del reino. Le ocupa el alma el ansia de hacer el bien. Mucha oración, atención a las obligaciones pastorales, estudio de la Sagrada Escritura, penitencia por los pecados de su vida, y la carta que escribe a su hermana Florentina que llega a servir de pauta para la vida monástica femenina hasta el punto de ser llamada «la regla de San Alejandro» le llenaron su tiempo.

Sevilla tiene motivos para mostrar orgullo con un santo así ¿verdad? Hay quien afirma que los santos pertenecen a todos y posiblemente no les falte razón, pero ¿no podrán pertenecer a algunos un poco más?

Lo que Jesús ve

Santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19. Miércoles XXXII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ayúdame a ver mi realidad con tu mirada.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando leemos este pasaje, lo más habitual es que nos veamos como los leprosos. Después de todo, somos más o menos conscientes de la lepra del pecado que carcome nuestro interior. Si nos sentimos particularmente bendecidos, tal vez lleguemos a identificarnos con el leproso que regresó a agradecer. Sin embargo, adentrémonos en esta ocasión desde una óptica diversa. Adoptemos los ojos de Cristo.

¿Qué es lo que Él ve? Un grupo de hombres que, sabedores de su desgracia, no se atreven a acercarse demasiado a su persona. Al mismo tiempo, no obstante, esto no les impide elevar su súplica hasta sus oídos. Les han hablado de los milagros que Jesús hace, y algo muy dentro de su corazón les impulsa a confiar que quizás puede suceder también con ellos.

Jesús siente misericordia; se conmueve. Lo llaman ‘maestro’, es cierto. Todavía no lo reconocen como ‘Señor’. Pero de todos modos Él es magnánimo: desea curarles. Da una indicación sencilla, la de presentarse ante las autoridades del templo. Es una invitación a dar un paso más, aunque aún no está claro. Ellos, no sin cierto asombro, obedecen. Y de camino quedan curados.

Jesús aguarda ansioso que regresen, pero sus ojos distinguen a sólo uno de los diez. ¿Se entristece? Quizás, mas no porque no hayan actuado como esperaba, sino porque se han perdido del verdadero milagro, que es el paso de la fe. Ahora todo está claro. Por eso, al llegar este leproso curado a sus brazos, Jesús lo acogió y lo envío, asegurándole que era su fe la que le había salvado.

La caridad de Cristo brota desde su Corazón todos los días para ir a encontrarse con nuestros corazones, siempre y cuando estén rebosantes de esperanza. De ese encuentro brota la fe, que nos da la certeza, y el amor de que la persona en quien confiamos es verdaderamente nuestro Dios y Señor. ¿Qué nos toca hacer, entonces? ¡Asegurarnos que nada nos quite la esperanza!

«Es hermoso ver que ese hombre sanado, que era un samaritano, expresa la alegría con todo su ser: alaba a Dios a grandes gritos, se postra, agradece. El culmen del camino de fe es vivir dando gracias. Podemos preguntarnos: nosotros, que tenemos fe, ¿vivimos la jornada como un peso a soportar o como una alabanza para ofrecer? ¿Permanecemos centrados en nosotros mismos a la espera de pedir la próxima gracia o encontramos nuestra alegría en la acción de gracias? Cuando agradecemos, el Padre se conmueve y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo. Agradecer no es cuestión de cortesía, de buenos modales, es cuestión de fe. Un corazón que agradece se mantiene joven. Decir: “Gracias, Señor” al despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar es el antídoto al envejecimiento del corazón, porque el corazón envejece y se malacostumbra. Así también en la familia, entre los esposos: acordarse de decir gracias. Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa».

(Homilía de S.S. Francisco, 13 de octubre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

No dejaré que las preocupaciones de mi jornada me causen desánimo. Antes bien, cuando sienta que desfallezco, repetiré en mi corazón: ¡Jesús, en ti confío!

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La curación del leproso

Los milagros de Jesús.

Entre los milagros que llevaron a muchos a creer y que mueven a Nicodemo a hablar con Jesús está la curación del leproso. Los evangelistas no señalan expresamente que fue en aquellos días, y lo sitúan de un modo inconcreto en una ciudad, pero parece muy probable que sea el Simón leproso el mismo que invitará a Jesús a comer unos días antes de la tercera pascua en Betania. Debía ser un personaje más o menos importante. La proximidad pudo conmover más a Nicodemo que procura enterarse del mensaje de Jesús y de su misma persona.

"Y vino hacia Él un leproso que, rogándole de rodillas, le decía: Si quieres, puedes limpiarme. Y compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. Y al momento, desapareció de él la lepra y quedó limpio. Le conminó y enseguida lo despidió, diciéndole: Mira, no digas nada a nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio. Sin embargo, una vez que se fue, comenzó a proclamar y a divulgar la noticia, hasta el punto de que ya no podía entrar abiertamente en ciudad alguna, sino que se quedaba fuera, en lugares apartados. Pero acudían a Él de todas partes" (Mc).

Verificar la curación

La lepra es una enfermedad especialmente grave, pues junto a las llagas que deforman el cuerpo y que llevan lentamente a la muerte, se cría que era contagiosa y, por ello el leproso está sometido a prohibiciones como el acercarse a los sanos bajo pena de lapidación. Si se producía una curación tenía que se verificada por los sacerdotes. Era fácil ver en esta enfermedad la triste condición del pecador.

Acto de fe

El leproso acude a Jesús, con riesgo de su vida, con una petición humilde y dolorida: "si quieres, puedes limpiarme" Es un acto de fe, pues afirma que puede curarle, que está en su poder, y desea que esté también en su querer. Jesús no investiga su fe, la ve. Y accede rápidamente, lo toca con todo lo que esto llevaba de contaminarse legal y físicamente, dice "quiero, sé limpio", y se cura. La inmediata petición de discreción sorprende, pues muchos otros milagros son hechos para que crean los presentes; aquí hay silencio, quizá porque, en este caso, la lepra no era aún publica, o por otra razón que los evangelistas callan. Sí se le pide que vaya a los sacerdotes. No dice si siguió como discípulo; pero todo parece indicar que no sólo lo fue, sino que se cuenta entre el grupo de incondicionales, o amigos, si se quiere expresar así. Jesús quiere discreción para que no se malogren el crecimiento de sus primeras acciones en Judea.

El diablo destruye al hombre porque Dios se hizo como nosotros

En la homilía del Papa Francisco de la misa del 12 de noviembre

El diablo existe y por su envidia por el Hijo de Dios que se hizo hombre, siembra odio en el mundo, que provoca la muerte. Así lo reiteró el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, que dedicó al pasaje del Libro de la Sabiduría propuesto por la liturgia del día en su Primera Lectura. Francisco analizó el primer versículo, en el que el profeta recuerda que Dios nos creó a su imagen,  de manera que “somos hijos de Dios", y añadió que " por la envidia del diablo la muerte entró en el mundo".

La envidia del "ángel soberbio" que no acepta la encarnación
Prosiguiendo en su explicación el Santo Padre afirmó que "la envidia de aquel ángel soberbio que no quiso aceptar la Encarnación" lo llevó a "destruir a la humanidad". Y así algo entra en nuestro corazón: "los celos, la envidia, la competición", enumeró el Pontífice mientras, en cambio, "podríamos vivir como hermanos, todos, en paz". Así comienza "la lucha y el deseo de destruir".

El Papa Bergoglio reanudó su diálogo ideal con los fieles, diciendo: "Pero, Padre, yo no destruyo a nadie". "¿No? ¿Y qué hay de las habladurías que haces cuando hablas de otra persona? La destruyes". Y citó al apóstol Santiago: "La lengua es un arma feroz, mata". "Las habladurías matan, calumniar mata". "Pero, padre, fui bautizado, soy un cristiano practicante, ¿cómo puedo convertirme en un asesino? Porque – recordó el Papa – "dentro de nosotros llevamos la guerra", desde el principio. "Caín y Abel eran hermanos – subrayó  Francisco – pero los celos, la envidia de uno destruyó al otro". Es la realidad, basta con ver un programa de noticias: "guerras, destrucciones, personas que mueren por las guerras, incluso por las enfermedades".

Tentación: alguien que siembra odio en nuestro corazón
El Pontífice recordó a Alemania y el aniversario de la caída del Muro de Berlín, pero también a los nazis y "las torturas contra todos aquellos que no eran de “pura raza”. Y otros horrores de las guerras.

Detrás de esto hay alguien que nos mueve a hacer estas cosas. Eso es lo que llamamos la tentación. Cuando vamos a confesarnos, le decimos al padre: "Padre, he tenido esta tentación, esta otra, aquella otra...". Alguien que te toca el corazón para hacerte ir por el camino equivocado. Alguien que siembra destrucción en nuestro corazón, que siembra el odio. Y hoy tenemos que decirlo claramente, hay tantos sembradores de odio en el mundo, que destruyen.

El diablo envidia nuestra naturaleza humana
"Muchas veces – comentó el Papa Francisco – creo que las noticias son un relato del odio para destruir: ataques, guerras”.  Es cierto que "muchos niños mueren de hambre, de enfermedades" porque no tienen agua, instrucción, educación sanitaria. "Pero porque el dinero que se necesitaría para esto – denunció –  va para fabricar las armas y las armas son para destruir". Esto es lo que sucede en el mundo, pero también "en mi alma, en la tuya, y en la tuya". Por la "semilla de la envidia del diablo, del odio". "¿Y de qué tiene envidia el diablo? –  se preguntó el Papa – de nuestra naturaleza humana", respondió.

¿Y ustedes saben por qué? Porque el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. Esto no puede tolerarlo, no logra tolerarlo.

Los políticos que prefieren el insulto a la confrontación limpia
Y entonces destruye. "Ésta – explicó el Papa – es la raíz de la envidia del diablo, es la raíz de nuestros males, de nuestras tentaciones, es la raíz de las guerras, del hambre, de todas las calamidades del mundo". Destruir y sembrar el odio – continuó Francisco – "no es algo habitual, también en la vida política", pero "algunos lo hacen". Porque un político a menudo tiene "la tentación de ensuciar al otro, de destruir al otro", tanto con mentiras como con la verdad, y de este modo no hace una sana y limpia confrontación política "por el bien del país". Prefiere el insulto, para "destruir al otro". "Y soy bueno, ¿pero este parece mejor que yo?", piensa, y luego "lo derribo, con el insulto".

Me gustaría que cada uno de nosotros pensara esto hoy: ¿por qué hoy en el mundo se siembra tanto odio? En las familias, que a veces no pueden reconciliarse, en el barrio, en el lugar de trabajo, en la política... El sembrador del odio es esto. Por la envidia del diablo la muerte ha entrado en el mundo. Algunos dicen: pero padre, el diablo no existe, es el mal, un mal tan etéreo... Pero la Palabra de Dios es clara. Y el diablo se la ha tomado con Jesús, lean el Evangelio: ¿tenemos fe o no la tenemos?

Cristo se hizo hombre para vencer el mal en nuestra carne
Oremos al Señor, fue la invocación final de Francisco, para “que haga crecer en nuestro corazón la fe en Jesucristo, su Hijo", que tomó nuestra naturaleza humana, "para luchar con nuestra carne y vencer en nuestra carne" al diablo y al mal. Y que esta fe "nos dé la fuerza para no entrar en el juego de este gran envidioso, el gran mentiroso, el sembrador del odio".

¿Cómo lograr ser santo?

Todos estamos llamados a ser santos, descubre el camino

Muchas veces se nos olvida que todos estamos llamados a ser santos, o bien, nos da flojera luchar por ser santos, porque nos parece que ser santo es algo aburrido o algo hecho para gente rara, amargada o de otra época. Y no es cierto, al contrario, la santidad es expresión de una vida vivida en plenitud y felicidad.

Los santos, son todas aquellas personas que han llegado al cielo. La santidad se debe vivir todos los días, nos cuesta imaginarnos un santo con pantalón vaquero y una vida tan normal como la nuestra. Ser santo lo hemos identificado con ser raro, aburrido o absurdamente sacrificado. Naturalmente esta figura de santo tiene poco atractivo. En otras ocasiones identificamos al santo con el ser perfecto y concluimos que deben ser cosas de otras épocas, porque hoy en día hay gente buena y hasta muy buena pero perfecto es algo que no podemos decir de nadie que hayamos conocido.

Jesús en el Evangelio de Mt 5, 1-12 nos propone el camino para ser santos:

En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes”.

Todos queremos ser felices, pero buscamos la felicidad conforme tengamos nuestro concepto de felicidad establecido, algunos lo entienden en: riqueza y dinero, éxito y posición social, seguridad y amor, poder y dominio, sexo y placer, etc. Pero hoy Jesús nos propone un camino totalmente diferente y nuevo para alcanzar la felicidad, nos da nueve senderos nuevos para que podamos encontrar la plenitud en nuestro corazón. 

Es una propuesta nueva porque nadie, antes de Jesús, lo había planteado, y es revolucionaria porque a los ojos del mundo es utópico poder vivir lo que Jesús nos presenta. Pero escuchamos que Jesús subió al monte y se sentó, es la actitud de enseñanza. ¿Qué enseña? Cómo hemos de vivir si queremos tener el Reino de los cielos. Es una enseñanza básica, sensata, llena de cordura, pero lo más interesante es que está llena de coherencia de su parte porque él mismo ha vivido todo eso.

Enseña 8 bienaventuranzas básicas que las pueden vivir todos los hombres, incluso un no cristiano pudiera estar de acuerdo con ellas y vivirlas, pero luego llega la novena, bienaventurados son si por mi causa los persiguen, los injurian, ese día alégrense. No se puede entender todo lo que el Señor ha dicho antes sin este pasaje, ya que esto corona y purifica todo lo anterior que hayamos hecho por el Señor, esto nos refiere a un amor de caridad, de entrega, de donación.

Me llama mucho la atención dos bienaventuranzas en particular y es con la que inicia esta carta magna, la pobreza de espíritu. Es la invitación a desprendernos de todas esas falsas posesiones de nuestro corazón, las cuales son presentadas por el mundo como nuestra felicidad, pero en realidad no lo son, y hasta que no las eliminemos, no podremos dejar que Cristo habite en nuestro corazón, no podremos entrar en el camino del Señor hasta que no seamos verdaderamente pobres, hasta que nuestro corazón no tengo ningún tipo de apego. La pobreza de espíritu es el que se sabe necesitado de Dios, es el que no se basta a sí mismo, es el que dice, todo es de Dios, todo te lo debo a ti, etc.

Recordemos que la escritura nos habla de los Anawím que eran los pobres de Yahvé, los que vacíos de sí mismos, esperaban todo de Dios, esta debe ser nuestra primera y principal actitud en la vida para poder dejar a Dios hacer su obra en nosotros, esperarlo todo de Él.

Finalmente me llama mucho la atención la bienaventuranza referida a la limpieza de corazón, ya que es la única bienaventuranza que nos promete la visión de Dios. Esa limpieza nos hace reconocer a Dios en nuestros hermanos, pero cuando no tenemos a Dios, cuando no tenemos pureza en el corazón no ves al mismo Dios, y entonces, utilizas al otro, te servirás de ellos y no como servir a ellos. La pureza nos ayuda a ver y a reconocer a Dios en nuestros hermanos necesitados.

Pidámosle a Dios que nos dé la valentía para saber renunciar a todas las falsas posesiones de nuestro corazón, saber deshacernos de todos aquellos apegos que se han instalado y que no nos dejan tener un corazón limpio y, por lo tanto, no nos permiten ver y reconocer a Dios en nuestros hermanos.

¿Cómo rezar bien el Rosario?

No te apene ni te inquiete cosa alguna, ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?

Tres angustias radicales del ser humano son: perder el sustento, el miedo a la muerte y no encontrar el descanso eterno.

La Virgen María conoce bien a sus hijos, sabe que estas preguntas nos escuecen por dentro y que se nos presentan con mayor o menor fuerza según las circunstancias, los tiempos, la personalidad y la conciencia de cada uno. Por ello hacemos bien en pedirle: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.”

Al rezar el Rosario desde nuestra realidad de hijos, pecadores y en camino, le presentamos esta súplica 50 veces seguidas.

Pensé que el tema podría venir a cuento ahora que estamos en el mes de Mayo, mes de la Madre.

¿Cómo rezar el santo rosario?
No basta aprender una oración, hay que aprender a orar

Cuando se habla del Rosario, muchas veces la atención se centra en la mecánica del rezo del Rosario. Es fácil encontrar buenas explicaciones de cómo se reza el Rosario (por ejemplo en este devocionario y en la página de la Virgen Peregrina de la Familia). Por ello, como he dicho en otro momento, en este blog quisiera fijarme más en la pedagogía de la oración cristiana que en los rezos, y más en las actitudes que en los contenidos.

“La oración es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas, un modo de estar frente a Dios, antes que de realizar actos de culto o pronunciar palabras.” (Benedicto XVI, 11 de mayo de 2011)

1.- Un buen orante, al rezar el Rosario, no repite Avemarías como un loro                              

2.- Un buen orante, al rezar el Rosario, contempla a Cristo con la mirada de María.

3.- El Rosario es una oración mariana centrada en Cristo                                                            

4.- En el Rosario, mientras se honra a la Virgen María con el paso de las Avemarías, se contemplan en la mente y en el corazón los grandes momentos y misterios de la vida de Jesús.

La pregunta principal es: ¿cómo se contemplan? Y la respuesta debe ser: como María. Se trata de aprender de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo.

Nos ayuda La Pietà de Miguel Angel: es toda una lección de oración. Allí queda plasmado cómo la Virgen María meditaba la Palabra en su corazón. En su mirada y en toda su postura interior y exterior se ve cómo toma conciencia y cómo profundiza las palabras, los hechos y los misterios de la vida de Su Hijo Jesucristo.

Al iniciar el Rosario debemos detenernos un momento y pensar en lo que vamos a hacer. Debemos actuarnos y en vez de “poner el disco” para que comience su monótono repetir de Avemarías, hemos de suplicar a Dios que nos conceda la gracia de asimilar el modo de ver y de ser de la Virgen María y tratar de apropiar sus actitudes evangélicas en su relación con Cristo.  “Así la Madre del Señor ejerce una influencia especial en el modo de orar de los fieles.” (Juan Pablo II, 3  de enero de 1996)

Es necesario hacerlo cada vez que se reza el Rosario. De lo contrario es fácil que no resulte bien y venga el desaliento.

Plegaria maravillosa

Si nos metemos en el corazón de la Virgen María y el Espíritu Santo nos concede la gracia de sentir como Ella, conocer como Ella, amar a Cristo como Ella, el Rosario se puede convertir, también para nosotros, en una plegaria maravillosa.

Juan Pablo II, pocos días después de su elección al pontificado, dijo que el Rosario era su oración preferida y nos explicó cómo había que rezarlo:

“El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se asocia la Iglesia entera. (…) Con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través ?se puede decir? del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana”. (Angelus, Juan Pablo II, 29 de octubre de 1978)  

Las palabras clave aquí son: comunión vital con Jesucristo a través del Corazón de su Madre.

El Rosario: una oración marcadamente contemplativa

María es para nosotros un modelo de oración contemplativa (puedes releer: Un ejercicio de contemplación: la oración de María de la A a la Z). Ella guardaba y meditaba en su corazón todo lo que vivía junto a Jesús. (cf. Lc 2, 19 y 51 b).

«Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza» (Rosarium Virginis Mariae, 12)

Entonces ¿cómo sé si rezo bien el Rosario?

Lo rezas bien si en el trasfondo de las cincuenta Avemarías contemplas a Cristo con la mirada de María, Madre de Dios y Madre nuestra.

María, por su parte, te estará viendo a ti y su mirada te llenará de una profunda confianza.

Cuando veo la imagen de la Virgen de Guadalupe siento que María me mira, me toma en sus brazos y me repite como a Juan Diego: “No te apene ni te inquiete cosa alguna, ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en mi regazo? Nada has de temer.” (Nican Mopohua)

¿Qué será de quien muere de improviso sin confesión?

¿Hay que rezar por los que mueren en pecado grave y podrían haberse condenado?

Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio (Hb 9, 27). Y en este juicio particular cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal (2 Co 5, 10).

La doctrina cristiana siempre ha dicho claramente que  cada quien cosechará en la eternidad lo que en esta vida temporal habrá sembrado.

Ante todo, tengamos encuenta una gran verdad: “Dios no predestina a nadie al Infierno” (Catecismo 1037). La Voluntad de Dios es que todos los hombres lleguen a disfrutar de la salvación, de la Visión Beatífica.

Para que alguien realmente se condene, es necesario que tenga un alejamiento voluntario de Dios, una aversión permanente a Él, una rebeldía contra su voluntad o un enfrentamiento contra Él y, además, que persista en esta actitud hasta el último día (Mt 7, 23; Mt 25, 41). Personas así, personas que reúnan estas condiciones, realmente no creo que sean muchas.

En todo caso, aquel que muere en pecado mortal, sin al menos arrepentirse, va al infierno (Catecismo 1033). Y la teología cristiana católica afirma que un alma condenada no puede ser luego salvada con oraciones.

Pero una cosa es la irreversibilidad del destino eterno llamado infierno (Catecismo 1035), labrado en la temporalidad terrenal, y otra muy diferente es, por supuesto, dar a alguien ya por condenado en el infierno.

No es posible pensar o aseverar con rotundidad que alguien, al morir repentinamente, y según nosotros sin estado de gracia, se haya condenado inexorablemente. Nadie debería jamás pensar esto ni del más abyecto de los criminales.

¿Por qué no es posible pensarlo? Sabemos cuál es la vía ordinaria para entrar al cielo directa o indirectamente (a través del purgatorio): Morir en estado de gracia. Sin embargo, existe una posibilidad de salvación para la persona que, estando en pecado grave, muere sin estar reconciliado con Dios a través del sacramento de la confesión; aunque, eso sí, tenga en todo caso que pasar por el purgatorio.

Esta excepción se basa en varios elementos:

1.- Cuando la persona, al momento de morir, no pudo ser atendida por un sacerdote. Supongamos el caso de un accidente aéreo o en un accidente automóvilistico, ¿podría Dios condenar a estas personas por haber muerto sin la presencia de un sacerdote, si de haberlo tenido, quizás hubieran recurrido a él? Ciertamente que no.

En estas circunstancias la Iglesia cree en la Misericordia del Señor para con esas personas que con su último aliento de vida claman un perdón. Si la persona tiene un momento delucidez antes de la muerte, y en ese instante se arrepiente con corazón contrito por la totalidad de sus pecados, y le pide a Dios el perdón, se salvará.

2.- Recordemos que la muerte es un proceso gradual de la vida actual a la muerte aparente (por ejemplo, la muerte clínica), y de ésta a la muerte real. La muerte aparente no coincide siempre con la muerte real, pues la muerte es la separación del alma del cuerpo, y es difícil señalar el momento exacto y preciso de esta separación. Ha habido casos de vuelta a la vida después de una muerte clínica por una acción milagrosa.

Hay testimonios de gente aparentemente muerta que después han manifestado que podían oír lo que pasaba a su alrededor. Por esto, ante la duda acerca de si una persona esté muerta o no, puede actuar el Sacerdote para que le administre el Sacramento de la Unción de los Enfermos (canon 1005) si se cree que la persona lo hubiera querido y/o pedido al menos implícitamente (Canon 1006). “La Unción de los enfermos “no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de morir.

Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez” (Catecismo 1514). Debe administrarse este sacramento, pues uno de sus efectos es el perdón de los pecados, incluso los graves cuando el enfermo no se haya podido confesar y esté imposibilitado para hacerlo; en este caso basta que la persona hubiera realizado un acto de atrición.

3.- En esta misma línea, cuando una persona está en peligro de muerte, y no puede expresarse verbalmente por algún motivo (por ejemplo en coma), se le puede absolver de los pecados de manera condicionada. Esto quiere decir que la absolución está condicionada a las disposiciones que tenga la persona enferma o que se presume tendría, de estar consciente (Canon 976).

La absolución se impartirá ‘bajo condición’ cuando, si se diera absoluta, el sacramento se expondría a peligro de nulidad, y si se negara se expondría en grave peligro la salvación del penitente. El sacerdote procederá de esta manera cuando tenga duda de que la persona esté viva o muerta; si hay duda sobre el uso de razón (por ejemplo en los dementes o en los niños); cuando se duda de si se ha concedido bien una absolución absoluta previa; etc..

4.- No podemos juzgar y dar por condenado a nadie, ni siquiera cuando la Iglesia le haya declarado la excomunión. El hecho de que una persona esté excomulgada no significa que esté condenada irremediablemente al infierno, simplemente se declara que dicha persona ha salido por su propio pie de la comunión de la Iglesia. La Iglesia no condena a nadie; no puede ni debe ni quiere decretar la condenación de nadie. Una persona que esté excomulgada y que, por tanto, no pueda acceder a los sacramentos al momento de su muerte, podría arrepentirse de sus pecados y podría ser suficiente para que se salvara. Así de grande y de espectacular es la misericordia divina.

5.- Tampoco los que desconocen sin culpa elevangelio de Cristo y su Iglesia están privados de salvación, “porque los que desconocen sin culpa el evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (Vat. II, LG 16)”.

6.- No hay que olvidar que Dios es omnisciente y lo sabe todo, incluso antes de que ocurra. Es muy posible que Él, viendo desde la eternidad la oración de sus hijos por si mismos o por otros (por ejemplo la oración de una madre), haya podido haber derramado gracias que les movieran a la conversión antes de morir. Sólo Dios sabe si en el último instante alguna persona se hubo arrepentido de lo que hubiera hecho (con elimplícito amor a Dios y al prójimo).

Si pasa esto y/o hubiera esa persona confesado con su boca que Jesús es Señor y cree en su corazón que Dios lo ha resucitadode entre los muertos, se salvará (Rm 10, 9). Y aun la simple atrición es suficiente para salvarse, aunque tenga menos mérito y por tanto más purgatorio. Se han visto casos de ateos que al verse próximos a la muerte han orado. Alguien ha dicho que “cuando un hombre da un paso hacia Dios, Dios da más pasos hacia el hombre”.

7.- Aun en los casos en que todo parezca sugerir que alguien haya muerto en pecado grave, no hay que dar por sentado que esté ya condenado, porque la última palabra siempre la tiene Dios. Solo Él conoce las circunstancias y las intenciones de cada quien y sólo Él sabe que pasó realmente durante los últimos instantes de la vida. Hasta en el caso de los suicidas no podemos estar seguros de su condenación.

8.- No es fácil saber si quien ha pecado gravemente, lo haya hecho con pleno conocimiento y deliberado consentimiento, como se requiere para que haya pecado mortal. Y aun suponiendo que haya pecado mortal (es decir grave, consciente y libre), no podemos negar que ‘el dedo’ de Dios haya podido tocar al pecador a la hora de la muerte si en aquél momento supremo la persona ha vuelto su mirada a Él con corazón arrepentido.

9.- En el momento de la muerte de alguien no conocemos, por ejemplo, lo que había en su corazón en relación con Dios, no sabemos si tuvo seria intención de confesarse (con acto de contrición incluido) aunque al final no se haya podido confesar;  no sabemos si esa persona instantes previos haya hecho alguna oración… en resumen, no sabemos por qué caminos puede llegar a las almas la acción de misericordiosa de Dios, quien por boca de Jesús sabemos que su interés es buscar a la oveja perdida para salvarla. La misión de Jesús nunca fue ni es condenar, sino salvar (Jn 3, 17); Jesús quiere cumplir con la voluntad del Padre: que no se pierda ninguno de los que Él le ha confiado (Jn 6, 39). “De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (Mt 18, 14).

Él, que escruta los corazones, salvará lo salvable. Lo que para nosotros parece imposible, para Dios no lo es; “porque ninguna cosa es imposible para Dios” (Lc 1, 37). “Lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios” (Mt 19, 26).

10.- La Iglesia no excluye de sus oraciones a ningún fiel difunto. El amor de la Iglesia por sus hijos es universal. Y en cada Eucaristía la Iglesia ora por todos sin excepción. La oración es expresión de la esperanza y de la confianza en la justicia y misericordia divinas. Orar por todos es esperar que Dios, por los caminos que sólo él sabe, puede llevar a muchos hacia sí. Aún por los que, según los criterios humanos, podrían estar condenados, pues nunca debemos olvidar que los criterios y pensamientos de Dios no siempre coinciden con los del ser humano (Is 55, 8).

Este amor universal o católico de la Iglesia, que es madre, se manifiesta en sus oraciones por sus hijos difuntos, especialmente el día de un funeral y el día de todos los fieles difuntos (el 2 de noviembre).

En cada misa la Iglesia ora “por nuestros hermanos que durmieron con la esperanza de la resurrección”, pidiendo a Dios que admita a contemplar la luz de su rostro “a todos los difuntos”. La oración por los difuntos conocidos es importante, pero no se olvidan a todos los demás difuntos. Las oraciones por el eterno descanso de los difuntos, no solo son agradables a Dios, sino que pueden ayudarles.

Nuestro deber como cristianos es rezar por aquellos que han fallecido esperando que la misericordia de Dios les alcance. No debemos negar nuestras oraciones a nadie, aun por el alma de alguien que, según nuestra lógica, no merece nuestra oración o consideremos que la oración por esa alma sea inútil.

Y aun en el supuesto caso que alguna persona se hubiera condenado, la oración no es tiempo ni esfuerzo perdido, le servirá a otras almas. Si rezamos por un alma que ya ha salido del Purgatorio o poralguien que se ha condenado, esa oración no se desperdicia, Dios sabe a quién le podría beneficiar. Es algo semejante al principio de los vasos comunicantes gracias a la comunión de los santos: Dios trasvasa y encauza las oraciones hacia las almas que más lo necesiten.

Si se encuentran en el purgatorio, sabemos que ya no irán al infierno. Nosotros podemos ayudar a esas almas en el purgatorio como consuelo y compañía en ese lugar donde se ‘sufre’ purificación; y lo podemos hacer con nuestras oraciones de sufragio, en particular participando en la Santa Misa y también haciendo celebrar la Santa Misa por ellos, con obras depenitencia y caridad, con las Indulgencias, sacrificios, etc..

Además, la oración tiene otro efecto importante que muchos pasan por alto: la oración retro alimenta. Así pues si hacemos oración por alguien, al mismo tiempo nos estamos ayudando nosotros porque su efecto espiritual nos hace ser más sensibles ante los misterios de Dios y más dispuestos a cumplir su voluntad.

Después de la muerte de alguien sólo podemos influir en su realidad ‘temporal’ que llamamos purgatorio en el que está la gran inmensa mayoría de fieles difuntos, aunque nunca sepamos con lujo de detalles cómo sea ni cuánto ‘tiempo’ dure. Sólo se sabe que, ésta antesala del cielo, es un ‘lugar’ de purificación hasta ser dignos de estar en la presencia de Dios para verlo cara a cara tal cual es (1Jn 3, 2).  

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