Recibid el Espíritu Santo

Estanislao de Cracovia, Santo

Memoria Litúrgica, 11 de abril

Obispo y Mártir

Martirologio Romano: Memoria de san Estanislao, obispo y mártir, que en medio de las dificultades de su época fue constante defensor de la humanidad y de las costumbres cristianas, rigió como buen pastor la Iglesia de Cracovia, en Polonia, ayudó a los pobres, visitó cada año a sus clérigos y, finalmente, mientras celebraba los divinos misterios, fue muerto por orden de Boleslao, rey de Polonia, a quien había reprendido severamente. ( 1079)

Fecha de canonización: 17 de agosto de 1253 por el Papa Inocencio IV.

Breve Biografía

La historia recuerda al rey Boleslao II de Polonia (1058-1079) por sus victorias militares que consolidaron su joven Estado y lo ampliaron, por la valorización de las tierras que él promovió con una nueva organización territorial, y por las reformas jurídicas y económicas. Pero el primer historiador polaco, Vicente Kadlubeck, de este rey recuerda también las graves injusticias y la conducta privada inmoral.

Pero en su camino Boleslao se encontró con un severo censor. Como Juan Bautista respecto de Herodes, el valiente obispo de Cracovia, Estanislao, levantó la voz, amonestando al poderoso soberano sobre el deber de respetar los derechos ajenos.
Estanislao nació en Szczepanowski (Polonia) hacia el año 1030, de padres más bien pobres. Hizo sus primeros estudios con los benedictinos de Cracovia, y después los perfeccionó en Bélgica y en París. Cuando regresó a la patria, se distinguió por su celo y por las benéficas iniciativas que realizó con caridad e inteligencia. Muerto el obispo de Cracovia, el Papa Alejandro II lo nombró su sucesor. Su nombramiento fue promovido no sólo por el pueblo y el clero, sino también por el mismo Boleslao II, que en los primeros años colaboró en la obra de evangelización de toda la región y en la formación del clero local, secular, que poco a poco debería ocupar el puesto de los monjes benedictinos en la administración de la Iglesia polaca.

La buena armonía entre el obispo y el soberano duró hasta cuando el valiente Estanislao tuvo que anteponer sus deberes de pastor a la tolerancia para con las faltas del amigo, pues la reprochable conducta del soberano podía fomentar las malas costumbres de los súbditos.

En efecto, las crónicas del tiempo narran que el rey se enamoró de la bella Cristina, esposa de Miecislao y, sin pensarlo dos veces, la hizo raptar con grave escándalo para todo el país. Estanislao lo amenazó con la excomunión y después lo excomulgó; entonces el rey Boleslao se enfureció y ordenó asesinar a Estanislao en Cracovia, en la iglesia de santa Matilde, durante la celebración de la misa. Parece que el horrible “asesinato en la catedral” lo cometió el mismo soberano, después que los guardias se vieron obligados a retirarse por una fuerza misteriosa. Era el 11 de abril de 1079.

Desde el mismo día de su martirio, los polacos comenzaron a venerarlo.
San Estanislao fue canonizado el 17 de agosto de 1253 en la basílica de san Francisco de Asís, y desde entonces se difundió su culto en toda Europa y América.

En el costado de Cristo

Santo Evangelio según san Juan 20, 19-31. Domingo de la Divina Misericordia

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme hacer la experiencia de tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando tenía un año en la Legión de Cristo, un joven me preguntó: ¿Por qué Jesús se dejó las llagas? ¿Acaso Cristo tiene resentimiento? Mi respuesta solamente fue que sin las llagas de Cristo santo Tomás apóstol jamás hubiera creído.

Todo lo que hace Cristo lo hace para nuestro bien, y el bien de santo Tomás fue meter los dedos en la mano de Cristo, fue meter la mano en el costado de Cristo para poder decir: ¡Señor mío, Dios mío! Sólo así Tomás se convirtió en creyente.

Yo soy otro Tomás; en este día Cristo me regala su costado abierto para que meta mi mano y pueda reconocerlo como mi Señor y mi Dios. No debo de tener miedo a tocarlo; no debo tener miedo de experimentar los frutos del amor de Dios, porque las llagas de Cristo solamente son el resultado del amor infinito de Dios que me tiene. No debo temer hacer la experiencia del amor de Cristo y confesar el amor que me tiene y el amor que le tengo.

¿Qué espero para meter mi mano en su costado? ¿Qué espero para hacer la experiencia del amor de Cristo y gritar que Él es mi Señor, que Él es mi Dios? Doy gracias a Dios por todo lo que hace por mí, porque todos los días se me aparece con su costado abierto y me dice, «Ven aquí»; porque todos los días puedo hacer la experiencia de su amor.

«Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso».

(Homilía de S.S. Francisco, 12 de abril de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Acercarme a Cristo hoy para experimentar el inmenso amor que me tiene.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Consejos para recuperar la paz espiritual

Tratamos el problema de la pérdida de la paz espiritual a partir de nuestros propios pecados. ¿A quién no le ha ocurrido?

Hace algunos días terminé el libro “La paz interior” de Jacques Philippe. Es un libro espiritual muy breve, con un lenguaje sencillo y lleno de enseñanzas muy hermosas sobre importancia de cultivar la paz espiritual en la vida cristiana. La obra repasa todas aquellas acciones y situaciones, propias o ajenas, que nos hacen perder la paz interior; por ejemplo, cuando perdemos la paz porque no aceptamos nuestro pasado, porque no nos gusta cómo somos o cómo son los demás, etc. Ofrece además reflexiones y consejos prácticos para mantener esa paz en cada una de las situaciones tratadas.

Entre esos consejos, me parecieron particularmente sugerentes y útiles los que enfrentaban el problema de la pérdida de la paz espiritual a partir de nuestros propios pecados. ¿A quién no le ha ocurrido? Cuando pecamos nos sentimos culpables por nuestras acciones y eso es algo muy sano; sin embargo, no es infrecuente que ese sentimiento de culpa degenere y nos lleve a experimentar remordimientos y angustias que poco o nada tienen que ver con el Dios misericordioso en el que creemos. Por esta razón, quiero repasar con ustedes 11 de los varios consejos que el libro ofrece para enfrentarnos como Dios manda a nuestros propios pecados.

(Quienes quieran comprar el libro en formato electrónico o físico pueden hacerlo en este link)

1. Buscar la paz interior y rechazar la angustia complace al Señor

¿Qué es lo que más agrada a Dios? ¿Cuando después de una caída nos descorazonamos y atormentamos, o cuando reaccionamos diciendo: «Señor, te pido perdón, he pecado otra vez, ¡mira lo que soy capaz de hacer por mí mismo! Pero me abandono confiadamente en tu misericordia y en tu perdón y te doy gracias por no haberme permitido pecar aún más gravemente. Me abandono en ti con confianza porque sé que, un día, me curarás por fin. Mientras tanto, te pido que la experiencia de mi miseria me haga más humilde, más dulce con los otros, más consciente de que no puedo nada por mí mismo, sino que todo lo tengo que esperar solamente de tu amor y tu misericordia.

2. Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Cristo

¿Dónde encontraremos la curación de nuestras faltas sino junto a Jesús? Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Él, pues cuanto más pecadores somos, más necesitamos acercarnos al que dice: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos... No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9, 12-13).

3. Si me dejo tocar por el amor de Dios, mis faltas pueden convertirse en un manantial de misericordia con los demás.

Nuestras faltas pueden convertirse en un manantial de ternura y misericordia para con el prójimo. Yo, que caigo tan fácilmente ¿puedo permitirme juzgar a mi hermano? ¿Cómo no ser misericordioso con él como el Señor lo ha sido conmigo?

4. La ansiedad y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas raramente son sentimientos puros.

La angustia, la tristeza y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas y fracasos raramente son puros y no suelen deberse al simple dolor de haber ofendido a Dios: en ello se mezcla una buena parte de orgullo. Nos sentimos tristes y desalentados, no tanto por haber ofendido a Dios, sino porque la imagen ideal que teníamos de nosotros mismos se ha visto brutalmente destruida. ¡Frecuentemente nuestro dolor es el del orgullo herido! Este dolor excesivo es justamente la prueba de que confiábamos en nosotros mismos y en nuestras fuerzas, y no en Dios.

5. Estar atentos a las armas del demonio: el desaliento.

Hemos de saber que una de las armas que el demonio suele emplear para impedir el camino de las almas hacia Dios consiste precisamente en hacerles perder la paz y llegar a desalentarlas a la vista de sus faltas. Si los sentimientos que experimentamos después del pecado "nos causan angustia, si hacen decaer nuestro ánimo, y si nos vuelven perezosos, tímidos o lentos en el cumplimiento de nuestros deberes, hemos de creer que son sugerencias del enemigo y debemos seguir haciendo las cosas del modo habitual, sin dignarnos a escucharlas" (Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 25)

6. Dios es capaz de sacar frutos hasta de nuestras faltas.

La razón por la que la tristeza y el desaliento no son buenos radica en que no debemos tomar trágicamente nuestras propias faltas, pues Dios es capaz de sacar un bien de ellas. Santa Teresa de Lisieux gustaba mucho de esta frase de San Juan de la Cruz: «El Amor sabe sacar provecho de todo, del bien como del mal que encuentra en mí, y transformar en Él todas las cosas». Nuestra confianza en Dios debe llegar hasta ahí: hasta creer que Él es lo bastante bueno y poderoso como para sacar provecho de todo, incluidas nuestras faltas y nuestras infidelidades. Cuando San Agustín cita la frase de San Pablo: «Todo coopera al bien de los que aman a Dios», añade "Etiam peccata": ¡incluso el pecado! Por supuesto, hemos de luchar enérgicamente contra el pecado y batallar por corregir nuestras imperfecciones. Nada enfría tanto el amor como la resignación ante cierta mediocridad, una resignación que es, además, una falta de confianza en Dios y de su capacidad de santificarnos.

7. Evitar la ilusión de querer presentarnos ante el Señor sólo cuando estamos limpios y bellos.

En esta actitud hay mucho de presunción. A fin de cuentas, nos gustaría no necesitar de su misericordia. Sin embargo, ¿qué clase de naturaleza es la de esa pseudo-santidad a la que aspiramos, a veces inconscientemente, que nos haría prescindir de Dios? Por el contrario, la verdadera santidad consiste en reconocer siempre que dependemos exclusivamente de su misericordia.

8.Después de la confesión no sigas preguntándote si Dios te ha perdonado

Eso significa querer preocuparos en vano y perder el tiempo; y en este procedimiento hay mucho orgullo e ilusión diabólica, que, a través de estas inquietudes del alma, trata de perjudicaros y atormentaros. Así, abandonaos en su misericordia divina y continuad vuestras prácticas con la misma tranquilidad del que no ha cometido falta alguna. Incluso si habéis ofendido a Dios varias veces en un solo día, no perdáis jamás la confianza en Él.

9. Un alma en paz coopera mejor con el auxilio de Dios.

No conseguiremos liberarnos del pecado con nuestras propias fuerzas, eso solamente lo conseguirá la gracia de Dios. En lugar de rebelarnos contra nosotros mismos, será más eficaz que nos encontremos en paz para dejar actuar a Dios.

10. Los humildes no se espantan de sus pecados.

"Existe la ilusión, muy común, de atribuir a un sentimiento de virtud el temor y la turbación que se siente después del pecado. Aunque la inquietud que sigue al pecado vaya siempre acompañada de cierto dolor, procede, sin embargo, de un fondo de orgullo, de una secreta presunción causada por una excesiva confianza en las propias fuerzas. Así, cuando la persona que se cree asentada en la virtud y desprecia las tentaciones llega a reconocer —por la triste experiencia de sus caídas— que es tan frágil y pecadora como las demás, se asombra ante un hecho que no debía haber sucedido y, privada del débil apoyo con el que contaba, se deja invadir por el disgusto y la desesperanza. Esta desdicha no sucede nunca en el caso de los humildes, que no presumen de ellos mismos, y solamente se apoyan en Dios, porque cuando caen, no se sorprenden ni se turban, pues la luz de la verdad que los ilumina les hace ver que su caída es un efecto de su debilidad y su inconstancia" (Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 4 y 5)

11. El color del verdadero arrepentimiento.

Necesitamos saber distinguir el auténtico arrepentimiento, el verdadero deseo de corregirnos - que siempre es tranquilo, apacible y confiado-, del falso arrepentimiento, de sus remordimientos que nos conturban, nos desaniman y nos paralizan. ¡No todos los reproches que proceden de nuestra conciencia están inspirados por el Espíritu Santo! Algunos provienen de nuestro orgullo o del demonio, y tenemos que aprender a discernirlos. Y la paz es un criterio esencial en el discernimiento del espíritu. Los sentimientos que inspira el Espíritu de Dios pueden ser poderosos y profundos, pero no por ello menos sosegados.

"Pidamos a María la gracia de la misericordia"

Regina Coeli, 11 de abril de 2021

En el II Domingo de Pascua, tras haber celebrado la Santa Misa con ocasión de la Fiesta de la Divina Misericordia en el Santuario romano "Santo Spirito in Sassia", el Papa Francisco rezó allí mismo la oración mariana del Regina Coeli, acompañado por un grupo de fieles, respetando siempre las normas de seguridad de distancia social en el marco de la actual pandemia.

"Antes de concluir esta celebración, me gustaría dar las gracias a todos los que han trabajado para prepararla y transmitirla en directo", dijo el Santo Padre saludando a todas las personas que se sumaron a la transmisión conectados a través de los medios de comunicación.

"Dirijo un saludo particular a ustedes, presentes aquí en la iglesia Santo Spirito in Sassia, Santuario de la Divina Misericordia: fieles habituales, personal de enfermería, detenidos, personas con discapacidades, huérfanos y migrantes, Hermanas Hospitalarias de la Divina Misericordia, voluntarios de la Defensa Civil", añadió Francisco, recordando que cada uno de ellos "representa algunas de las realidades en las que la misericordia se hace concreta, se convierte en cercanía, servicio, atención a las personas en dificultad" 14:40

"Espero que se sientan siempre misericordiados para ser, a su vez, misericordiosos. Que la Virgen María, Madre de la Misericordia, obtenga esta gracia a todos nosotros", concluyó el Papa.

¿Cómo se reza la Coronilla de la Divina Misericordia?

Guía paso por paso

Cuenta la historia que Sor Faustina Kowalska, a partir de una visión que tuvo el 13 de Septiembre de 1935 empezó a difundir esta oración que el mismo Jesús le enseñó. En el relato de dicha visión recogido en su diario, afirma que el mismo Jesús le dijo:

«Cuando recen este Tercio junto a los agonizantes, Yo me pondré entre el Padre y el alma agonizante, no como justo Juez, sino como Salvador Misericordioso».

Con estas palabras vemos, una vez más, cómo Jesús nos sale al encuentro una y otra vez. En su amor infinito vemos a lo largo de la historia cómo es que cumple esta promesa de quedarse con nosotros hasta el fin.

Santa Faustina relata en su visión:

«Yo vi un ángel, un ejecutor de cólera de Dios (…) a punto de alcanzar la tierra (…). Comencé a rezar intensamente a Dios por el mundo, con palabras que oía internamente. En la medida en que rezaba así, vi que el ángel quedaba desamparado, y no podía ejecutar el justo castigo».

Al día siguiente una voz en su interior le enseñó la oración que te dejamos aquí:

1. Con el rosario en la mano

Con un rosario común de 5 decenas en la mano, empezamos esta coronilla haciendo la señal de la Cruz: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. 

Iniciamos el rezo de la coronilla con un Padrenuestro, un Ave María y el Credo (puedes utilizar las tres primeras cuentas del rosario).

2. En la cuenta grande

En la cuenta grande, donde usualmente rezamos el Padrenuestro, rezaremos la siguiente oración:

«Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y de los del mundo entero».

3. En las siguientes cuentas

En las siguientes cuentas, donde usualmente rezamos el Ave María, diremos la siguiente oración:

«Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero». Esto lo repetiremos durante las 5 decenas del rosario.

4. Y para terminar

Al finalizar las 5 decenas del rosario, con las oraciones mencionadas, recitaremos la siguiente oración final:

«Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero» (tres veces).

Como todas las oraciones del cristiano, terminamos con la señal de la Cruz: En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, Amén

«Alienta a las personas a decir la Coronilla que te he dado. (…)Quien la recite recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes la recomendarán a los pecadores como su último refugio de salvación. Aún si el pecador más empedernido hubiese recitado esta Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita Misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi Misericordia» (Diario de Santa Faustina).

Divina Misericordia

Cinco pautas para adorar la Divina Misericordia según Santa Faustina Kowalska

Acaba de ver la luz una importante obra que sirve de aproximación al Diario de Santa Faustina Kowalska y al mensaje que recibió de la Divina Misericordia. Lo ha escrito Mauro Carlorosi, sacerdote del Oratorio de San Felipe Neri, y se titula La Divina Misericordia prepara al mundo, editado por Voz de Papel.

Este religioso ha predicado durante más de 15 años retiros espirituales centrados en la devoción a la Divina Misericordia y fruto de esta predicación ha surgido este libro. En declaraciones a Aciprensa, el padre Carlorosi anima a “redescubrir la verdadera imagen de Dios hoy tan ultrajada” y acerca el mensaje de la Divina Misericordia que es “contemplar y vivir de la Confianza en la misericordia de Dios y dejar transformar nuestras vidas en vidas misericordiosas como camino de santidad”.

De este modo, agregó que el libro es “una herramienta” para que a través del Diario de Santa Faustina el lector se acerque “mucho más al misterio divino del inefable amor de Dios”.×

Los tiempos actuales, necesitados de "misericordia"
En el prólogo, firmado por el obispo de Catamarca (Argentina), Luis Urbanc, el prelado confiesa que “particularmente, me hizo mucho bien leer y releer los textos transmitidos por Santa Faustina” y recuerda que “los tiempos que vivimos tienen mucha sed de misericordia”.

Según explica el autor, el libro está estructurado en cuatro partes. A su juicio, “es un modo ordenado de acceder al diario de Santa Faustina Kowalska, para conocer el contenido exacto y objetivo. Porque el diario de Santa Faustina es maravilloso pero está escrito a modo de diario espiritual y se saltean los temas. Este libro pretende ser una presentación, una aproximación ordenada y completa de lo que es la Divina Misericordia”.

Cinco pautas para adorar su misericordia

En más de diez ocasiones, Santa Faustina cita en su diario esta devoción que prepara al mundo para la segunda venida de Cristo. Para conocer más a fondo ese amor infinito que Dios nos tiene, Sor Faustina recogió en su diario cinco pautas “concretas y practicables” para adorar su misericordia.

Esos pasos son:

La veneración de la Imagen de Jesús Misericordioso

La celebración de la Fiesta de la Divina Misericordia

Rezar la Coronilla, así como la hora de la Misericordia

La difusión de esta devoción.

Además el sacerdote recuerda que el Señor prometió proteger “durante toda su vida como una madre cariñosa a su niño recién nacido” a quienes difunden la Divina Misericordia.

Por eso asegura que en estos años de predicación ha presenciado numerosas conversiones gracias a la Divina Misericordia y “también muchísima gente” que en el día en que se celebra esta devoción “se le cumplió lo que habían pedido, incluso curaciones o personas que han muerto en paz después de rezar la coronilla”.

La fe es un don gratuito

A veces se tienen tesoros que no somos capaces de valorar, la fe es un gran tesoro, las dificultades ponen a prueba nuestra fe, y de nada sirve una fe muerta sino viva.

La fe es gratuita y la respuesta también es libre. La fe es un gran tesoro. Tenemos tesoros que no somos capaces de valorar. Es como el que tiene una avioneta arrumbada en un oscuro garaje, llena de polvo y telarañas, que nunca ha usado. La avioneta está ahí sin sospechar lo que es. Cree que es un trasto más del garaje, como la estantería llena de botes o ruedas viejas. Y un día viene alguien y la saca, la limpia, le engrasa el motor, le llena el depósito de gasolina, arranca… y ¡a volar!

¿Os imagináis lo que sentiría la avioneta si fuese capaz de sentir? Creo que lo más grande no sería la emoción de notar el viento de frente con fuerza o de ver pasar a gran velocidad los bosques, los montes y las colinas desde lo alto…, sino descubrir de repente lo que en realidad era, aquello para lo que fue creada… ¡Para volar!

Existe además la fe religiosa, la fe en Dios, en Jesús. El creyente vive de la fe. Vivir la fe es más importante que hablar de ella, y quien oye hablar de ella sin fe, no descubre nada, es como un ciego al que le explican cómo es la luz. Jesús no hace muchas preguntas a sus oyentes, no les exige admitir verdades, sino que les dice: ¿Creéis que puedo hacer esto? ¿Os fiáis de mí? . ¿Por qué no me creéis? ; etc.

Muchas personas, cuando les preguntamos si creen, nos hablan de una fe apoyada en el ambiente, en la tradición: Siempre se ha hecho asíMi familia ha sido siempre católica…. Y reducen su fe a los sacramentos, que tienen más un tinte social que de expresión de fe. Y sin embargo, sabemos que la auténtica fe cristiana brota de una experiencia de Dios, exige creer en Él y una respuesta personal. No basta con creer lo que otros digan, ni siquiera con creer a los curas.

Queremos que la fe sea un seguro de vida ante el dolor o ante los problemas. Ser creyente supone asumir todos los valores personales, familiares y sociales con su realidad actual y sus expectativas de futuro. Jesús no imponía nada, invitaba a seguirlo. Es verdad que a nadie adulaba o pretendía engañar con falsas promesas. Habla de las exigencias del seguimiento, pero en cualquier caso uno es libre de aceptar. Y quien lo siga tendrá la alegría del que ha encontrado un gran tesoro.

Quien tiene fe, ve a Dios en todos los acontecimientos y en todas partes. La fe no es visión, no es conocimiento ni seguridad. La fe es vivir con la firme convicción de que estamos en manos de Dios, que es a la vez Amor y Poder. La fe es desprendernos de nuestras ansiedades y temores, de nuestras dudas y desesperaciones. La fe es un salto, un impulso, un intento, un no aferrarse a las seguridades. La fe es un don, no se gana a puños. Jesús mandará a sus discípulos a dar testimonio de su fe, a anunciar lo que habían visto, oído y vivido (1 Jn 1, 1-4).

La fe, como la esperanza y el amor, puede crecer o perderse. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. ¿Cómo crecer en la fe? Respirando el amor y el poder de Dios.

A veces somos víctimas del miedo, de la duda, de la inseguridad… Y a nuestra mente se asoman pensamientos negativos: no soy…, no puedo…, no quiero. Y esto nos debilita la fe, nos roba las fuerzas y nos quita la paz. La fe se conoce, se profundiza, se defiende, se alimenta y se transmite. Se alimenta con la Palabra de Dios, con la oración, con la confesión periódica, con la eucaristía. El cristiano debe defenderla sin miedo, propagarla y testimoniarla.

La fe es un don gratuito que nos ha hecho Dios. Dios nos amó primero (1 Jn 4, 19). Nosotros hemos de acogerla, cultivarla, hacer fructificar esos talentos. La fe es un don que exige una respuesta humana.

A veces esta respuesta resulta difícil, ya que en muchos momentos nos encontramos en situaciones complicadas que no sabemos cómo resolver, o en momentos difíciles de asumir, o en circunstancias duras, y la vida no es fácil: una enfermedad o la muerte de un ser querido… Cuando las cosas van mal, tendemos a hundirnos, a ponernos tristes, y es entonces cuando deberíamos confiar más en Dios, en los momentos de duda, por la noche, cuando estés cansado y desanimado, cuando aparentemente nada tiene sentido y te sientes confuso y frustrado.

Aunque no sepas adónde lleva el camino, dondequiera que estés y sientas lo que sientas, ¡Dios lo sabe! Y no temas, porque Jesús es tu luz y tu fuerza. Yo soy la luz, el que me sigue no andará en tinieblas (Jn 12, 46).

La fe es un tesoro que hemos recibido de Dios, de la Iglesia y de nuestra familia. Y que algunos no han sabido o no han querido conservar y engrandecer. Sin ella no nos salvamos (Mc 16,16). Según san Juan, la fe consiste en creer en Jesucristo (Jn 3, 15); en recibirlo (1, 12); en escucharlo (5, 40), en seguirlo (8, 12); en permanecer en Él (15, 4-5), en su palabra (8, 31), en su amor (15, 9). Y así es como por la fe conocemos a Dios. Creer en El evangelio es condición indispensable para entrar en el Reino (Mc 1, 15).

La fe en Jesús realiza milagros (Mt 13, 58), sana y salva (Mc 5, 34). Por eso sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6), y quien persevera en ella, obtendrá la vida eterna (Mt 10,22). Por supuesto que nadie está obligado a creer, es un acto libre y amoroso que sólo el hombre es capaz de hacer.

Lo que la Escritura nos dice es que Dios nos llama, pero sin coaccionar a nadie. Es la fe la que nos lleva a abandonarnos en las manos de Dios, pues sabemos de quién nos fiamos, Y dejamos nuestra suerte en sus manos, seguros y ciertos de que su bondad y misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida.

Las dificultades ponen a prueba nuestra fe y esperanza. La fe nos da nuevos ojos, para ver con los ojos de la fe a Jesús como lo vieron los discípulos. Guiarse por la fe es confiar en Dios, creer en lo que dice y hace. La fe compromete nuestra vida con lo que creemos.

No sirve una fe muerta, sino viva (St 2,14-26), por las obras y no por la fe se justifica la persona (St 2,24). Y la fe tiene que estar encarnada en el aquí, en nuestra historia. Es una pena ver como en pueblos cristianos se da una gran incoherencia. Para que sea viva necesita alimentarse de la palabra, de la oración y sacramentos y fortificarla en la vida.

El crecimiento de la fe es un proceso, como lo es el amor y la esperanza.

Papa Francisco: «Hemos sido misericordiados, seamos misericordiosos»

Photo by REMO CASILLI / POOL / AFP

11/04/21

Las palabras del Pontífice hoy en la homilía de la fiesta de la Divina Misericordia

«Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, su perdón, su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás?», es la cuestión que planteó el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada con ocasión de la Fiesta de la Divina Misericordia, correspondiente al II Domingo de Pascua.

El Santo Padre profundizó sobre cómo los discípulos de Jesús «cambian de vida» al encontrarse con Jesús resucitado, quien «los misericordia» ofreciéndoles tres dones: la paz, su Espíritu y sus llagas.

Profundizando sobre el Evangelio del día que relata cómo Jesús resucitado se aparece a los discípulos varias veces y «consuela con paciencia sus corazones desanimados», el Pontífice explicó que ellos, cambian de vida «reanimados por Jesús». 

En este contexto- continuó Francisco- se lleva a cabo el signo de la misericordia: «Jesús los vuelve a levantar con la misericordia. Y ellos, misericordiados, se vuelven misericordiosos».

«Misericordiados»

El Papa utiliza el término «misericordiado» haciendo referencia a la gracia que colma el espíritu de una persona al recibir el perdón de Dios. Por tanto, para el Santo Padre, los discípulos son misericordiados, ante todo, por medio de tres dones: «Primero Jesús les ofrece la paz, después el Espíritu, y finalmente las llagas».

“En primer lugar, les da la paz. Los discípulos estaban angustiados. Se habían encerrado en casa por temor, por miedo a ser arrestados y correr la misma suerte del Maestro. Pero no sólo estaban encerrados en casa, también estaban encerrados en sus remordimientos. Habían abandonado y negado a Jesús. Se sentían incapaces, buenos para nada, inadecuados. Jesús llega y les repite dos veces: «¡La paz esté con ustedes!». No da una paz que quita los problemas del medio, sino una paz que infunde confianza dentro. No es una paz exterior, sino la paz del corazón”

En este punto, Francisco subrayó que para Dios «ninguno es un incompetente, ninguno es inútil, ninguno está excluido» y recordó que Jesús hoy repite una vez más: “Paz a ti, que eres valioso a mis ojos. Paz a ti, que tienes una misión. Nadie puede realizarla en tu lugar. Eres insustituible. Y Yo creo en ti”.

Perdón de los pecados

En segundo lugar -aseveró el Pontífice en su homilía- Jesús «misericordia» a los discípulos dándoles el Espíritu Santo que otorga para la remisión de los pecados (cf. vv. 22-23).

“Los discípulos eran culpables, habían huido abandonando al Maestro. Y el pecado atormenta, el mal tiene su precio. Siempre tenemos presente nuestro pecado, dice el Salmo (cf. 51,5). Solos no podemos borrarlo. Sólo Dios lo quita, sólo Él con su misericordia nos hace salir de nuestras miserias más profundas. Como aquellos discípulos, necesitamos dejarnos perdonar. El perdón en el Espíritu Santo es el don pascual para resurgir interiormente. Pidamos la gracia de acogerlo, de abrazar el Sacramento del perdón”

Al respecto, Francisco hizo hincapié en la importancia de comprender que en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia: «No nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar. Es el Sacramento de la resurrección, es misericordia pura. Y el que recibe las confesiones debe hacer sentir la dulzura de la misericordia».

Sus llagas nos han curado

Después de la paz que rehabilita y el perdón que realza, el Santo Padre indicó el tercer don con el que Jesús «misericordia» a los discípulos: «ofrecerles sus llagas».

“Esas llagas nos han curado (cf. 1 P 2,24; Is 53,5). Pero, ¿cómo puede curarnos una herida? Con la misericordia. En esas llagas, como Tomás, experimentamos que Dios nos ama hasta el extremo, que ha hecho suyas nuestras heridas, que ha cargado en su cuerpo nuestras fragilidades. Las llagas son canales abiertos entre Él y nosotros, que derraman misericordia sobre nuestras miserias. Son los caminos que Dios ha abierto completamente para que entremos en su ternura y experimentemos quién es Él, y no dudemos más de su misericordia”

De esta manera, habiendo sido «misericordiados» por el Señor, los discípulos se volvieron misericordiosos: «Ahora comparten todo -dijo el Papa- ya que los Hechos de los Apóstoles relatan que «nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común» (4,32).

«No es comunismo, es cristianismo en estado puro», añadió Francisco, destacando que este hecho es sorprendente si pensamos que esos mismos discípulos, poco tiempo antes, «habían discutido sobre recompensas y honores, sobre quién era el más grande entre ellos» (cf. Mc 10,37; Lc 22,24) y ahora comparten todo, tienen «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).

Cambia la vida

Ante la pregunta de ¿cómo cambiaron tanto?, el Pontífice puntualizó que vieron en los demás la misma misericordia que había transformado sus vidas: «Descubrieron que tenían en común la misión, el perdón y el Cuerpo de Jesús; compartir los bienes terrenos resultó una consecuencia natural».

Al finalizar su alocución, el Papa invitó a los fieles a preguntarnos: “Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, su perdón, su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que tantas veces me he alimentado con su Cuerpo, ¿qué hago para dar de comer al pobre?”. No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe pero no da, que acoge el don pero no se hace don. Hemos sido misericordiados, seamos misericordiosos. Porque si el amor termina en nosotros mismos, la fe se seca en un intimismo estéril».

«Pidamos la gracia de convertirnos en testigos de misericordia. Sólo así la fe estará viva. Y la vida unificada. Sólo así anunciaremos el Evangelio de Dios, que es Evangelio de misericordia», concluyó.

Preces

Jesús resucitado se apareció a sus apóstoles y les dio la paz. Pidámosle con confianza:

R/M Jesús resucitado, danos tu misericordia.

Tú que entraste en la sala cerrada donde tus apóstoles permanecían con miedo,

– por tu resurrección, líbranos de todo temor.MR/

Tú que mostraste las heridas de tu pasión a Tomás, que no era capaz de creer,

– cura las llagas de nuestra incredulidad.MR/

Tú que otorgaste a tus apóstoles el poder de perdonar los pecados,

– enséñanos a vivir con la libertad de los hijos de Dios.MR/

Tú que insuflaste el Espíritu Santo a tus discípulos,

– haz que él guíe a tu Iglesia por los caminos de la historia.MR/

Tú que no estás lejos de nosotros,

– ayúdanos a reconocerte presente en la Eucaristía.MR/

Intenciones libres

Padre nuestro…

Oración

Dios de misericordia infinita, que reanimas, con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo a ti consagrado, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendan mejor qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer y qué sangre nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo.

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