La noche de la fe

7 obras de la misericordia, preparando el año santo con papa Francisco: enterrar a los muertos

El primer viaje del Papa fuera del Vaticano fue al cementerio abierto de Lampedusa

ARY WALDIR 

©POOL-OR/CPP

La Misericordia es la punta de diamante del pontificado del papa Francisco, que en los gestos tiene la impronta del ejemplo, además explícito en la convocatoria del año santo convocado entre el 8 de diciembre y el 20 de noviembre 2016.
 
En su primer viaje fuera del Vaticano, el pasado 08 de julio de 2013 (apenas cuatro meses después de su elección), el Papa se conmueve y reza en el lugar donde se calcula en los últimos 20 años han perdido la vida 25.000 personas, entre ellas muchos niños incluso de brazos, mujeres y ancianos, que trataban de llegar a Europa en botes o chalupas fortuitas.
 
En un campo santo hecho de sal y agua, atracando en el barco de auxilio de la Guardia Costera italiana frente a la costa de la isla italiana de Lampedusa, rezó y lanzó una corona de flores al mar, sofocando por voluntad propia cualquier gran recibimiento de políticos o ceremonias pomposas para no profanar esa última ribera fúnebre de desesperados. 
 
En la bula del año santo, el Papa invitó a ser cristianos en las obras para “despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza (…) pues los pobres son “los privilegiados de la misericordia divina” (n.15).
 
Esos mismos que huyendo de la pobreza, el hambre, y las guerras confían sus vidas a traficantes sin escrúpulos y se chocan contra un muro de indiferencia en las fronteras de occidente.
 
El mar que baña las costas de la isla siciliana de Lampedusa (Italia) es un cementerio en sinfín donde aún hoy agonizan y flotan boca abajo inmigrantes que tocan a la puerta de la opulenta, vieja, y tecno-céntrica Europa.
 
El papa anunció el año jubilar, y citó entre otros motivos de la celebración, el Juicio Final del Evangelio de Mateo (Mt, 25, 31-46):Lo que habéis hecho a uno de mis pequeños “a Mí me lo habéis hecho”.
 
Enterrar a los muertos y recordarlos en la oración hace parte de abrazar la Misericordia, pero aún más evitar muertes inútiles. Algo que parece superfluo, y en cambio, toca a las puertas cotidianamente de cualquier ciudad europea o sudamericana enel mendigo que sucumbe en el frió del anden o el migrante que se apaga atravesando el confín.
 
Los pequeños por los que lloró Francisco en Lampedusa y por los que todavía hoy clama la misericordia divina, invitan a actuar. En esa ocasión, Francisco ha visitado a los supervivientes, animado a los habitantes de la Isla para que el mundo crea.
 
En un dolor silente por el naufragio frecuente de los “hermanos y hermanas en extrema necesidad”, Francisco, hijo de inmigrantes italianos, ha sido el primer  papa que visitó Lampedusa, a 100 kilómetros de Túnez, fuera de los protocolos para rezar y pedir para que no hayan más muertos que enterrar sino por sana vejez.  

- Aleteia

Evangelio según San Mateo 14,22-36. 

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. 
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. 
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. 
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. 
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. 
Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". 
Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". 
"Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. 
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". 
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". 
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. 
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". 
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. 
Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados. 

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo 
Comentario sobre el Evangelio de Mateo, libro XI. capítulo 6

La noche de la fe

Si en alguna ocasión llegáramos a caer en el escollo de las tentaciones, acordémonos de que Jesús nos apremió a subir a la barca de la prueba, queriendo que le adelantáramos a la otra orilla. Pues es imposible que quienes no hubieran soportado las tentaciones de las olas y del viento contrario, lleguen a la orilla. Así pues, cuando nos viéramos cercados por un sinfín de dificultades y mediante un moderado esfuerzo hubiéramos logrado en cierto modo esquivarlas, pensemos que nuestra barca se encuentra en un mar abierto., sacudida por las olas, que quisieran vernos «naufragar en la fe»(cf 1Tm1,19) o en otra virtud. Pero cuando viéramos que es el espíritu del mal el que arremete contra nosotros, entonces hemos de concluir que el viento no es contrario.

Ahora bien, cuando soportando el viento contrario hubieran transcurrido las largas horas de la noche, esto es, de las tinieblas que acompañan a la tentación,  procurando escapar al «naufragio de la fe»,... estaremos seguros hacia el fin  de la noche, «cuando la noche está avanzada y el día se echa encima»(cf Rm13,12), el Hijo de Dios se acercará a nosotros, caminando sobre las olas, para calmar nuestro mar agitado.

Del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-36

Oración introductoria
Jesús, creo que verdaderamente eres el Hijo de Dios y hoy, al igual que llamaste a Pedro, me llamas porque quieres tener un encuentro conmigo en la oración. Mi camino no siempre es tu camino, por eso pido la intercesión de María Inmaculada, para seguir su ejemplo, no dudar nunca y seguir siempre el camino que me propones.

Petición
Señor, que tenga el valor de salir de mi zona de confort y responder a tu llamado.

Meditación del Papa Francisco
Pedro con el arrojo que le caracteriza le pide casi una prueba: “Señor si eres tú, hazme caminar hacia ti sobre las aguas”; y Jesús le dice “¡Ven!”. Pedro baja de la barca y pone a caminar sobre el agua, pero el viento fuerte azota y comienza a hundirse. Entonces grita: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le tiende la mano y lo levanta.

Esta narración es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice “Ven”, él reconoce el eco del primer encuentro orillas de aquel mismo lago y en seguida, nuevamente, deja la barca y va hacia el Maestro. ¡Y camina sobre las aguas! La respuesta confiada y pronta al llamado del Señor hace cumplir siempre cosas extraordinarias.

Jesús ahora mismo nos decía que nosotros somos capaces de hacer milagros con nuestra fe: la fe en Él, en su palabra, la fe en su amor.
En cambio, Pedro comienza a hundirse cuando que quita la mirada de Jesús y se deja influenciar por las circunstancias que lo circundan.

Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en medio a las tormentas y peligros del mundo.

Es muy importante también la escena final: “Apenas subieron a la barca en viento cesó. Aquellos que estaban en la barca se postraron delante de Él diciéndole: '¡Realmente eres el Hijo de Dios!'”. (S.S. Francisco, Ángelus, 10 de agosto de 2014).

Reflexión
Caminar sobre las aguas, ¡qué proeza!, está fuera de nuestro alcance. Por eso sucede que cuando leemos estas líneas no lleguemos a penetrar su mensaje hasta el fondo.

Entonces, ¿cuál es la clave de lectura?
Pedro no camina hasta que Jesús le dice: Ven.También Jesús nos dice esa palabra en diversas ocasiones al día: cada vez que nos viene a la mente una buena obra: hacer un favor, dar una limosna, etc. Es posible que no nos demos cuenta de esta realidad, pero es Dios quien nos inspira esos pensamientos.

Las dificultades llegan cuando nos pide algo más, un sacrificio mayor. Es entonces cuando sentimos que nuestras pasiones se rebelan y nos echamos atrás. Aquella posibilidad de avanzar se ha convertido en un fracaso, en un naufragio. ¿Por qué?

Veamos qué le sucedió a Pedro. Al principio se asustó al ver a Jesús, que llegaba de forma tan inesperada. Pero al ver que era Él, se sintió seguro, y a la voz de su Maestro comenzó a dar los primeros pasos. ¿Y luego? Dudó, tuvo miedo, no confió en el poder de Cristo para continuar adelante, y empezó a hundirse. Lo que le faltaba era fe.

Con fe, Pedro hubiera cruzado a pie todo el lago. Con fe, nosotros también seríamos capaces de los mayores milagros.

Si tuviéramos un poquito de fe, nos sorprenderíamos de hasta dónde podemos llegar.

Propósito
Rezar, diariamente, antes de dormir, el credo, para constantemente recordar las verdades de mi fe que me ayudan a recorrer el camino de la salvación.

Diálogo con Cristo
Señor, dame tu gracia porque quiero gozar de la oración como lo hacía Jesús, que te buscaba en el lugar donde sabía que podría encontrarte.

Deseo experimentar la libertad, la paz y el gozo de la auténtica oración al saber apartarme de todo y de todos, para en la soledad de mi propio yo, abrirte mi corazón, con esa firme decisión que rompa mi inercia, mis dudas y mi mediocridad.

 

Juan María Vianney, Santo
Cura de Ars, 4 de agosto

Fuente: EWTN.com 

El Cura de Ars

Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (1859).

Fecha de canonización: 31 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI.

Breve Biografía

Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".

Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.

Anécdotas del Santo Cura de Ars

Algunas anécdotas de la vida del patrono de los párrocos, san Juan María Vianney

Por: Redacción | Fuente: www.recursoscatolicos.com.ar / anecdotasycatequesis.wordpress.com 

Por causa de una intensa niebla la campiña San Juan M. Vianney no encontraba el pueblito de Ars donde el obispo le había asignado como párroco (Feb, 1818).  Entonces el santo encuentra un niño llamado Antoine Givre a quien le dice: "Muéstrame el camino a Ars y yo te mostraré el camino al cielo".

Este monumento, que aparece en la imagen, está a muy corta distancia de Ars.

Son muchas las anécdotas de este santo sacerdote. Presentamos algunas de ellas:

El campesino y el Sagrario
Un campesino de Ars llevaba largo rato delante del Sagrario. Pasó más de una hora, y el reverendo Vianney se le acercó para preguntarle: ¿Qué haces aquí tanto tiempo? Y el buen hombre le contestó: Yo le miro, Él me mira. Nada más.

Vuestro marido se ha salvado
En otra ocasión, al entrar en la iglesia parroquial, vio a una mujer llorando. Se dirigió a ella e iluminado por Dios, le dijo: Vuestra oración, señora, ha sido oída. Vuestro marido se ha salvado. La mujer no salía de su asombro ante esas palabras, porque su marido no había sido practicante de la religión y su muerte fue repentina. El Cura de Ars añadió: Acordaos de que un mes antes de morir, cogió de su jardín la rosa más bella y os dijo: “Llévala a la imagen de la Virgen Santísima…” Ella no lo ha olvidado.

Libro malo
Cuenta el autor de un libro, sobre el Santo Cura de Ars:
En el prólogo, tuve la mala fortuna de trazar a grandes rasgos el cuadro de su vida y de presentarle como un modelo de virtud y de santidad. Al día siguiente, por la mañana me vio en la iglesia y me hizo seña de que le siguiera: su fisonomía revelaba una aflicción y una severidad extraordinarias. Entré con él en la sacristía. Cerró la puerta, y con decisión y derramando abundantes lágrimas, me dijo: “Amigo mío, no le creía capaz de escribir un libro malo".
 -    ¡Oh, señor Cura!...
 -    ¡Es un libro malo… un libro malo...! ¿Cuánto le ha costado a usted? Quiero pagarle en seguida su valor y después iremos a quemarlo.
Estupefacto, preguntábale yo dónde estaba la maldad del libro.
-    Sí, sí… ¡Es un libro malo…, es un libro malo…!
-    ¡Pero, dígame, si quiere, por qué…!
-    Pues bien, por esto, ya que usted se empeña: porque habla de mí como de un hombre virtuoso, como de un santo, siendo así que soy el último de los sacerdotes.
-    Sin embargo, señor Cura, he mostrado el libro a hombres ilustrados; el señor obispo ha revisado las pruebas; lo ha aprobado. No puede en modo alguno ser malo.
Las lágrimas del Cura de Ars iban aumentando.
-    Quite usted, me dijo, todo lo que a mí se refiere y será un buen libro.

Siéntese
Un día el Cura de Ars, sentado en su pequeña cátedra, catequizaba a una multitud de peregrinos. La gente estaba apretujada hasta el umbral de la iglesia, cuando llegó un pobre, cargado con sus alforjas y apoyado en dos muletas. Quería entrar, pero ¡imposible…! El señor Cura advirtió sus inútiles esfuerzos. De repente, el santo se levanta, pasa por entre la multitud, y atravesando las apretadas filas, lleva de la mano al mendigo. En toda la iglesia no queda libre ni un asiento. El Cura de Ars hace subir al hombre a la tarima y lo sienta en su sitio, desde el que daba su catequesis, y le dice: “¡Ea!” Y continúa hablando de pie…

Tal vez, sí...
Cuenta Juana-María Chanay: Le envié una mañana un par de zapatos forrados, enteramente nuevos. iCuál fue mi admiración al verle, por la tarde, con unos zapatos viejos, del todo inservibles! Me había olvidado de quitárselos de su cuarto.
-    ¿Ha dado usted los otros?, le pregunté.
-    Tal vez, sí, me respondió tranquilamente.

Portarse como los muertos
El Santo Cura de Ars contaba la siguiente anécdota:
“Un santo dijo un día a uno de sus religiosos:
-    Ve al cementerio e injuria a los muertos.
El religioso obedeció, y al volver el santo le preguntó:
-    ¿Qué han contestado?
-    Nada.
-    Pues bien, vuelve y haz de ellos grandes elogios.

El religioso obedeció de nuevo.
-    ¿Qué han dicho esta vez?
-    Nada tampoco.
-    ¡Ea!, replicó el santo, tanto si te injurian, como si te alaban, pórtate como los muertos.

Por si acaso...
En cierta ocasión le preguntan al Santo Cura de Ars:
-    ¿Por qué se detiene tanto tiempo, después de la consagración, contemplando la sagrada Hostia?
Su respuesta no carece de ingenuidad y profunda humildad:
-    Por si no tengo la dicha de contemplarlo en el Cielo.

Todo para Ella
Corría el año 1854, cerca de que la Iglesia proclamara el dogma de la Inmaculada Concepción... El Cura de Ars preparaba su parroquia para el solemne acontecimiento.
Cuenta la baronesa de Belvey:
“Algunos días antes de la proclamación de esta verdad de fe, oí cómo el siervo de Dios predicaba un sermón, en el cual recordaba con momentos de alegría, todo lo que había hecho por María Inmaculada.
Un escalofrío pasó por todo el auditorio cuando al terminar, exclamó:
-  ¡Si para dar algo a la Santísima Virgen pudiese venderme, me vendería!”.

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