El señor del antiguo y del nuevo

El Papa envía su cercanía a los refugiados iraquíes en Jordania

El secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana viaja a Jordania con ocasión del primer aniversario de la llegada de refugiados procedentes de Irak y lleva el mensaje del Santo Padre

Ciudad del Vaticano, 06 de agosto de 2015 (ZENIT.org) Rocío Lancho García

El secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana, monseñor Nunzio Galantino, por invitación del Patriarca Latino de Jerusalén, Su Beatitud Fouad Twal, y del vicario patriarcal para Jordania, monseñor Maroun Lahham, realiza un viaje a esta nación en ocasión del primer aniversario de la llegada de refugiados iraquíes a Jordania, el 8 de agosto de 2014. El viaje de monseñor Galantino será del 6 al 9 de agosto, y en esos días participará en varias iniciativas y encuentros, entre los que se incluyen visitas a centros de acogida a refugiados.

Aprovechando la ocasión, el papa Francisco ha querido enviar un mensaje de cercanía a los refugiados, de gratitud a los que se hacen cargo de sus problemas y un llamamiento a la comunidad internacional para que no permanezca pasiva ante esta dramática situación.

De este modo, en la misiva que el Santo Padre envía a monseñor Lahham quiere llegar “con una palabra de esperanza a cuántos, oprimidos por la violencia, se han visto obligados a abandonar sus casas y su tierra”.

Tal y como recuerda el Pontífice, en más ocasiones ha querido “dar voz a las atroces, deshumanas e inexplicables persecuciones de quien en tantas partes del mundo --y sobre todo entre cristianos-- son víctimas del fanatismo y discriminados por su fidelidad al Evangelio”.

El recuerdo del Papa, que se hace llamamiento solidario, quiere ser “el signo de una Iglesia que no olvida y no abandona a sus hijos exiliados a causa de su fe: sabemos que una oración cotidiana se alza por ellos, junto al reconocimiento por el testimonio que nos ofrecen”.

Del mismo modo, dedica unas palabras a las comunidades que han sabido hacerse cargo de estas personas, “evitando mirar a otro lado”. A ellos el Santo Padre les dice: “Vosotros anunciáis la resurrección de Cristo al compartir el dolor y con la ayuda solidaria que prestáis a cientos de miles de refugiados; con vuestro agacharse por sus sufrimientos, que corren el riesgo de sofocar la esperanza; con vuestro servicio de fraternidad, que correrá también el riesgo en momentos oscuros de la existencia”.  Por esto, el Papa ha deseado que el Señor les recompense, “como solo Él puede hacer, con la abundancia de sus dones”.

A su vez, el Pontífice ha deseado que la opinión pública mundial esté cada vez más atenta, sensible y participativa frente “a las persecuciones que sufren los cristianos y, en general, de las minorías religiosas”.
Finalmente, renueva su exhortación para que la comunidad internacional no permanezca muda e inerte frente a tal crimen inaceptable, “que constituye una preocupante pérdida de los derechos humanos más esenciales e impide la riqueza de la convivencia entre los pueblos, las culturas y las religiones”.

Evangelio según San Marcos 9,2-10. 

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. 
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. 
Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 
Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". 
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. 
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". 
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. 
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 
Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos". 

San Efrén (c. 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia 
Opera omnia, p. 41

El señor del antiguo y del nuevo

En el momento de la Transfiguración, el testimonio que ha dado el Hijo ha sido, a la vez, sellado por la voz del Padre y por la de Moisés y Elías, que aparecen junto a Jesús como sus servidores. Los profetas miran a los apóstoles Pedro, Jaime y Juan; los apóstoles contemplan a los profetas. En un mismo lugar se encuentran los príncipes de la antigua alianza y los de la nueva. El santo Moisés ha visto a Pedro, el santificado; el pastor escogido por el Padre ha visto al pastor escogido por el Hijo. En otro tiempo, el primero había abierto una brecha en el mar para que el pueblo de Dios pudiera pasar entre el oleaje, el segundo ha propuesto de levantar una tienda para albergar a la Iglesia. El hombre virgen del Antiguo Testamento ha visto al hombre virgen del Nuevo: Elías ha podido ver a Juan. Aquel que ha sido subido a lo alto en un carro de fuego ha visto a aquel que ha reclinado su cabeza sobre el pecho del Fuego (Jn 13,23). Y así entonces la montaña ha llegado a ser el símbolo de la Iglesia: Jesús, en su cumbre, unifica a los dos Testamentos que esta Iglesia recoge. Ha hecho conocer quién es el Señor tanto del uno como del otro, del Antiguo y del Nuevo.

Oración introductoria
Qué a gusto estoy contigo en oración, Señor y Padre mío. Pero qué fácil es que convierta mi oración en un necio monólogo, en palabrería centrada en mí mismo… Por eso te pido, humildemente, la luz y la fuerza de tu Espíritu Santo que pueden transfigurar esta meditación en un auténtico momento de contemplación.

Petición
Señor, dame la gracia de tener una fuerte experiencia de tu presencia en este oración.

Meditación del Papa Francisco
Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas, significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria.

La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: 'Escuchadlo'. Escuchen a Jesús. Es él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a 'perder la propia vida', donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna.

El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrá en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino.  (S.S. Francisco, Ángelus 1 de marzo de 2015).

Reflexión
Hoy parece ser el día de la revelación del Señor. Nos ha asegurado que algunos de los presentes no morirían sin ver la gloria de Dios. Pues bien, ya nos lo ha mostrado el evangelio: "...y se transfiguró delante de sus discípulos..."

Durante su vida terrena, no sólo hubo una sola transfiguración, sino que hubo más revelaciones o manifestaciones de su divinidad: el Nacimiento anunciado a los pastores, la voz que clama al salir Él de las aguas después de su bautismo, la entrada en Jerusalén, la Eucaristía, su muerte en la Cruz, su resurrección y ascensión a los cielos...

Pero, ¿cuáles son las transfiguraciones de Cristo en estos días? Parece ser que hay una que todos los días se lleva acabo: la Consagración del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre. Esa es la mayor manifestación que hay en nuestros días. Allí no están presentes ni Elías ni Moisés, sino solamente la Trinidad que nos da la certeza de estar presenciando un acto misterioso y milagroso a la vez.

Cristo nos invita a verle en la Eucaristía con ojos de fe, y decirle como Pedro: ¿qué bien se está aquí, Señor? Él nos está esperando para que le encontremos en el sagrario. Él está allí, y se te transfigurará sólo si estás dispuesto a seguirle con humildad y amor.

Propósito
Invocar a la Virgen María, para que me ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria.

Diálogo con Cristo
Jesús, gracias por invitarme a subir al monte alto de la oración, porque quieres transfigurarte para que pueda comprender la grandeza de tu gloria y pueda así convertirme en ese discípulo y misionero, que con tu gracia, acerca a otras personas, especialmente de mi familia, a experimentar la luz de tu Palabra, el consuelo de tu cercanía, lo maravilloso de tu amor.

Permite que salga de esta oración configurado contigo para revestir con tu amor mis pensamientos, palabras y obras.

Justo y Pastor, Santos
Niños Mártires, 6 de agosto

Fuente: Archidiócesis de Madrid 

Martirologio Romano: En Compluto (hoy Alcalá de Henares), en la Hispania Cartaginense, santos mártires Justo y Pastor. Todavía niños, corrieron voluntariamente al martirio, abandonando en la escuela sus tablillas de escolar y, detenidos por orden del juez e inmediatamente azotados, animándose y exhortándose mutuamente fueron degollados por su amor a Cristo (304).

Convencieron los de la tetrarquía a Diocleciano que los verdaderos enemigos a exterminar del Imperio eran los que se profesaban cristianos y que ya estaban por todas partes. Fueron capaces de convencerlo porque había datos que de ningún modo necesitaban probarse por su evidencia: los cristianos no daban culto a los dioses romanos, se mostraban ausentes en el circo y ponían auténtico reparo a verse en las termas; su matrimonio les dura para toda la vida y a los hijos concebidos no los exponen jamás a la muerte; comparten el pan y las casas, pero no la cama. Estas cosas podrían perdonárseles porque son honestas, pero realizan extrañas prácticas religiosas sólo accesibles a los iniciados y como no ceden en la adoración a los dioses dándoles incienso, y como adoran a un Cristo o Cresto más que a su propia vida son una fuerza potencial inmensa que puede volverse contra el Imperio si se lo propusieran. Son fanáticos que escapan a la influencia y autoridad del César y es precisa su destrucción. El César Galerio ha triunfado en su intento exterminador. Decretos y más decretos promulga Diocleciano que está representado por su gobernador o prefecto Daciano en el extremo occidental del Imperio. La persecución se ha desatado fuerte y cruel desde los Pirineos hacia el sur, dejando un rastro de sangre cristiana: Vicente, Eulalia, tantos y tantos. También los niños Justo y Pastor.

Prudencio, que en su Peristefhanon cantará la gloria de los mártires y de las ciudades que los poseyeron, incluye a los dos niños mártires entre los que forman su corona, afirmando que son la "gloria para Alcalá"; luego serán mencionados por Venancio Fortunato y estarán presentes con veneración en los Santorales y Calendarios visigóticos con san Isidoro en su obra De viris Illustribus y san Ildefonso que retoca, en apéndice, el diálogo entre los hermanos; también en la liturgia Mozárabe aparecen sus nombres al celebrar las fiestas, y son cantados por la literatura posterior como en el soneto de Lope: "Dos corderos al cielo sacrifica, primicias ya de innumerables santos". Llegan con el tiempo a ser nombrados Justo y Pastor los Patronos de Alcalá y de toda la archidiócesis de Madrid.

Las actas son tardías, no auténticas y nada creíbles. Sólo recogen la tradición oral de los hechos transmitidos a lo largo de las generaciones; un autor anónimo los pone por escrito adaptándolos a las necesidades de sus destinatarios o inventándolos para dar una buena catequesis presentándolos adornados con elementos estéticos más o menos plausibles.

Sólo sabemos de Justo y Pastor que eran dos niños, como de siete y nueve años, y que murieron degollados por presentarse espontáneamente ante Daciano, manifestando su condición de discípulos de Cristo; sufrieron martirio los dos hermanos al ser degollados probablemente en las afueras de la ciudad llamada entonces Complutum y ahora Alcalá de Henares.

No quiso Asturio, el obispo de Toledo, dejar ya la ciudad complutense después del hallazgo de sus restos. Así llegó Complutum a ser sede episcopal y él su obispo primero. Allí mismo edificó en su honor la primera basílica.

Pronto se difundió su culto a toda la piel de toro cristiana e incluso más allá de los Pirineos; de hecho, el que en Barcelona se pusiera la diócesis recién erigida bajo su advocación, allá por el siglo IV, es un testimonio bien claro de cómo se comentó el suceso de la muerte de los intrépidos inocentes, de cuánto estimuló su ejemplo a ser leales a la fe y de dónde se sitúa el término o medida del amor a Jesucristo para no decir nunca "basta" a sus exigencias.

En 1567, san Pío V promulgó una bula papal, en la que ordenaba que fuesen trasladadas parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor desde Huesca a Alcalá de Henares, ciudad de su cuna y martirio. En noviembre de ese mismo año, Felipe II y su hijo el príncipe Carlos, enviaron una carta cada uno dirigida al Obispo de Huesca para que cumpliese con lo ordenado por el Papa. Así fue, como parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor, fueron remitidas a la ciudad de Alcalá de Henares de la que son patronos los "Santos Niños". 

El santo no nace, se hace
La vida de oración

La aventura de la santidad comienza con un sí a Dios. (San Juan Pablo II)

Por: Anne Marie Baudrit | Fuente: Catholic.net 

Hace un par de años, estábamos cenando en mi casa y surgió “la vida de los santos” como tema central de la conversación. Luego de una larga y variada lista de temas asociados a este, hablamos del riguroso proceso de estudio de la vida y virtudes de los candidatos, que realiza la Iglesia antes de llegar a la beatificación y a la canonización. Uno de mis hermanos, un tanto inquieto con la idea de que se les proclame como dignos de ser imitados, mencionó que no cualquiera podría llegar a ser santo. Insistió que era casi imposible, pues ellos nacían con un “don especial” que ninguno de nosotros tenía. Se me ocurrió entonces preguntarle: -¿Qué entiende usted por “ser santo”? Y su respuesta fue muy rápida, como aquella que se tiene bien aprendida: -Hacer votos de castidad, pobreza y obediencia, y luego aparecer en las estampitas. Recuerdo este episodio que viene a mi memoria con cariño, pues creo que esas no son las únicas características de un santo. Me animó a aprender más sobre el tema para poder argumentarle a él y a cualquier otro, que no se nace aprendido y por ello todos estamos en “potencia” de llegar a ser santos.

“La aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios.” (San Juan Pablo II).

Un santo es todo aquel que tras su muerte, llega a conseguir la felicidad eterna, en otras palabras, quién llega al Cielo. Muchas personas piensan que los santos son solo aquellos cuyas imágenes han sido colocadas en altares y conmemoramos sus fiestas diferentes días del año. Pero no es verdad, son todos los que en su vida han luchado por alcanzar el máximo regalo, el mejor de los destinos. Como dice San Juan Pablo II, son aquellos que le dieron un “sí” a Dios.

Cumplir la voluntad de Dios no es fácil, pero es algo a lo que todos los creyentes estamos llamados a seguir. ¿Cuál será nuestro destino final?, ¿Qué habrá después de la muerte?, ¿A dónde queremos ir?… Son preguntas que deben estar constantemente en nuestra vida, al tomar decisiones, al estar frente un problema o un desafío.

Benedicto XVI nos da algunos consejos para poder llegar a la felicidad eterna y lo primero es fortalecer el amor con que amamos a Dios. Él tiene que estar al mando del timón de nuestro barco, de nuestro corazón; y ser la primer guía o referencia en cada situación. Para que el amor pueda crecer y dar fruto en el alma, hay que escuchar la palabra de Dios y recibir la Eucaristía. Al escuchar la palabra de Dios, aprendemos más de Jesús y utilizamos como ejemplo, su vida para imitarlo y ser mejor cada día. La Eucaristía tiene un efecto como el de las barritas energéticas que utilizan los deportistas para volver al campo de juego con una buena “carga”. Así funciona la Comunión, nos da energía para seguir luchando en esa misión que tenemos, nos ayuda a no desviarnos del camino con facilidad y a luchar contra las dificultades.

Otro consejo que nos dá, es la oración constante. Esta nos ayuda a mantener una relación más cercana a Dios y aprender a tratarle como un Padre amoroso que está siempre ahí para escuchar nuestras necesidades y preocupaciones, para que contemos de nuestras flaquezas, disgustos, ilusiones y momentos de felicidad. Por último nos pide vivir las virtudes con entusiasmo y constancia, vivirlas de manera heroica. Así es como vamos a lograr ser santos… ¿Suena fácil, no?

San Agustín es uno de mis santos favoritos, su vida es un vivo ejemplo de que nunca es tarde para cumplir con la voluntad de Dios y que uno no nace siendo santo. Su madre, quien llegó a ser después Santa Mónica, procuró inculcarle desde pequeño la doctrina católica. Sin embargo, su padre era pagano y Agustín vivió como un chico normal de su época en una sociedad pagana. Le gustaba disfrutar de los placeres y espectáculos vanales de su época. De una mente brillante y gran aficionado a la Filosofía, se convierte en un gran buscador de una verdad, la cual busca por muchos años siempre sintiéndose insatisfecho. Cuando muchos años después descubre que el catolicismo –aquellas ideas escuchadas constantemente de su madre- provee la Verdad absoluta, decide realizar un giro a su vida y se arrepiente de todas sus faltas. Se bautiza a los 33 años, se ordena sacerdote y llega a ser Obispo de Hipona y será nombrado luego como Doctor de la Iglesia.

Al conocer más sobre vidas de santos, me di cuenta que muchos de ellos habían sufrido por la muerte de un familiar muy cercano. Llegué a pensar que una pérdida así hacía falta para poder ser santo y que la santidad tenía que doler… ¡Pero comprendí que no hacía falta! Lo que realmente eso significaba es que lograron llevar su dificultad con alegría, entendiendo que ese era parte del plan de Dios. Confiando plenamente en Él.

La Iglesia busca almas que viviendo en el mundo y en las cosas del mundo, lo búsquen a Él. Que quieran seguirle, imitarlo, conocerlo, que lo tengan como centro de sus vidas. Pero no saliéndose del mundo, sino dentro de él, que seamos personas comunes, para demostrar que verdaderamente “vivir la vida” es vivirla con Dios en nuestro corazón.

“La santidad consiste en estar siempre alegres” (San Juan Bosco).

Ninguna persona puede estar triste si imita a Jesús durante su vida, si sabe que existe una felicidad eterna que es el Cielo y que puede llegar a alcanzarla. Como dice San Juan Bosco, “un santo siempre esta alegre, un santo triste, es un triste santo”. En resumen: ¡Hay que estar alegres! Es importante que esta felicidad que sentimos cuando seguimos a Cristo, no nos la dejemos para nosotros mismos.

Todos queremos que nuestros amigos y familiares puedan sentir lo que estamos sintiendo, no dejemos de hacer apostolado y llevarle más almas a nuestro Padre que nos espera en el Cielo.

El tiempo corre y no podemos dar vuelta atrás, cada segundo cuenta, Dios confía en nosotros para acercar a Él a cada persona que cruce por nuestras vida. No nacemos siendo santos, tenemos que luchar para alcanzarlo.

Seamos soldados de Cristo. ¡Somos la Iglesia Militante! ¡Luchemos por ser santos! ¡Formemos un ejército, el ejército de Dios!

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