Desviarse del camino de la hipocresía y del mal

Evangelio según San Mateo 23,27-32. 

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos,diciendo: 'Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas'! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. Colmen entonces la medida de sus padres! 

Epístola llamada de Bernabé (c. 130) §20

Desviarse del camino de la hipocresía y del mal

Existen dos caminos de enseñanza y de acción: la de la luz y la de las tinieblas. La lejanía es grande entre estos dos caminos... El camino de las tinieblas es engañoso y tapizado de maldiciones. Es el camino de la muerte y del castigo eternos. Todo lo que puede arruinar una vida tiene lugar en ella: idolatría, arrogancia, orgullo de poder, hipocresía, doblez de corazón, adulterio, muerte, robos,vanidad, desobediencia, fraude, malicia..., ambición, menosprecio de Dios. Están comprometidos con él los que persiguen a la gente de bien, los enemigos de la verdad..., aquellos que son indiferentes a la viuda y al huérfano..., sin preocuparse del indigente, y agotan al oprimido...

Es justo, pues, instruirse de todas las voluntades del Señor que están escritas, y andar detrás de ellas. El que actúa de esta manera será glorificado en el Reino de Dios. Pero cualquiera que escogerá el otro camino perecerá con sus obras. Por eso hay una resurrección y una retribución. A vosotros, pues, os dirijo una súplica: rodearos de personas a quien poder hacer el bien; no faltéis a ello.

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars - 26 de agosto

«Cuiden con interés y esmero a los ancianos; ténganse mucha caridad y observen fielmente las Constituciones: en esto está nuestra santificación». Eran palabras testamentarias de la fundadora a punto de exhalar su último suspiro, dejando que manase de sus labios lo que de forma tan abundante pervivía en su corazón: su amor a Cristo, y en Él a los se hallan en el ocaso de la vida faltos tantas veces de la gratitud y del cariño de aquellos por los que desvivieron, o tal vez despojados de sus bienes y maltratados como un objeto inservible. Teresa tuvo la fortuna de nacer en una familia profundamente arraigada en la fe, que dio, antes de nacer ella y proporcionaría después, nuevos miembros consagrados a la Iglesia. Creció con una sensibilidad particular hacia los desamparados.

Vino al mundo en Aytona, Lérida, España, el 9 de enero de 1843. Fue la primogénita de cuatro hermanos. Si la infancia acostumbra a dejar una huella imborrable para el resto de la existencia, la suya tuvo el signo del desprendimiento, de solícita atención hacia los pobres a quienes no dudó en sentar a su mesa compartiendo con ellos las viandas. Tenía gran fuerza de voluntad, era inteligente, responsable, sencilla, equilibrada, y trabajadora.

Estudió magisterio en Lérida influida por dos familiares: el insigne padre Francisco Palau, tío abuelo suyo, un carmelita descalzo exclaustrado por influjo de la intolerancia política, y su tía Rosa. Luego Teresa pasó un tiempo en Fraga. Con el título de maestra ejerció la docencia en la localidad barcelonesa de Argensola, donde la acompañó su hermana María. En ese tiempo la gente supo de su buen hacer profesional y de su piedad.

Palau pensó en ella para que formase parte del Instituto que estaba fundando con una vertiente dedicada a la enseñanza. Y, de hecho, colaboró dando clases en escuelas abiertas por él. Esta misión no cumplía sus expectativas, aunque se sentía llamada a la consagración. Por eso, en 1868 ingresó en el monasterio de clarisas de Briviesca, Burgos; su hermana Josefa se decantó por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul uniéndose a ellas en Lérida. Debido a la grave situación ideológica que afectó a la Iglesia, las religiosas no podían emitir votos. En un compás de espera, confiando que las aguas volvieran a su cauce, Teresa enfermó en 1870, y a requerimiento de sus superiores, que temían el contagio, tuvo que abandonar el convento.

Siguiendo las sugerencias del padre Palau aún se vinculó a las terciarias carmelitas, pero no veía que fuese su camino. Así que en otro intento de ayudarla, el carmelita la nombró visitadora de los centros que ponía en marcha para la Península y Baleares. Teresa continuó dando lo mejor de sí, sin establecer un compromiso religioso, hasta que en 1872 falleció el padre Palau.

Vuelta a Aytona latía en su corazón el interrogante que muchas veces pende sobre la mente de quienes se disponen a entregar su vida a Dios: ¿qué debía hacer? Lo ignoraba. La Providencia puso en su camino al sacerdote Pedro Llacera, de Barbastro, Huesca, que estimaba al padre Palau. Él puso en antecedentes a la santa del afán apostólico en pro de los ancianos abandonados que alentaba otro presbítero, el padre Saturnino López Novoa, maestro de capilla de la catedral de Huesca. Teresa se unió a él pasando a formar parte del pequeño grupo que abanderaba la naciente fundación surgida el 3 de octubre de 1872. Al fin y al cabo había sido el signo de su vida; los pobres siempre hallaron en su casa paterna limosna y afecto, y ella se había ocupado de salir por las calles en busca de los mendigos para socorrerlos.

Su hermana María y otra amiga común, a las que convenció de la bondad de la entrega en esta obra, le siguieron en este camino. Teresa primeramente fue designada superiora con carácter provisional, y comenzó su fecunda andadura en el edificio conocido como «Pueyo», hasta que la fundación se estableció en Valencia, en un lugar cercano al santuario de la Virgen de los Desamparados bajo cuya tutela puso a todas las casas que se fueron abriendo. En 1874 enfermó de gravedad. No fue la única ocasión. Hubo otras en las que incluso se vio acechada por la muerte, pero siguió en pie recibiendo de vez en cuando tratamientos en balnearios, mientras extendía las ramas de la fundación.

En 1875 el arzobispo Barrio Fernández la confirmó como directora general. Su sucesor monseñor Antolín Monescillo la mantuvo en la misión. En 1887 fue elegida superiora general del nuevo Instituto, renovándose su mandato en 1896 por un periodo de nueve años que ya no pudo concluir. Pero en el cuarto de siglo que estuvo al frente de la obra dejó la impronta de su sencillez, alegría y humildad, así como de su gozosa capacidad de entrega, abnegación y sacrificio. Tomando como punto de referencia lo que sucede en el seno de una familia, no quiso que las llamasen «Madres», sino «Hermanitas», prestas a asistir y a desvelarse para dar respuesta a las necesidades y deseos de los auténticos reyes de la casa, de los «hermanos mayores»: los ancianos. Junto a ellos permaneció durante el asedio y bombardeo de Valencia, época en la que vivieron de la limosna, refugiadas en Alboraya, pero siempre junto a sus queridos ancianos que trasladaron en destartaladas carretas. «Dios en el corazón, la eternidad en el pensamiento, el mundo bajo los pies», dijo a sus hijas. Las formó a conciencia, sosteniendo los pilares de la auténtica consagración, hablando con claridad: «Fervorosas, sí, pero no de las que dejan el trabajo a las demás».

Antes de morir en Liria el 26 de agosto de 1897, consumida por dolorosa enfermedad, esta caritativa mujer había advertido que no quería canonizaciones por el gasto que conlleva el proceso. Pero la Providencia tiene sus caminos, y Teresa fue canonizada por Pablo VI el 27 de enero de 1974.

Cartel en el audiencia del Papa

Francisco pide "la superación de la crisis ecológica que la humanidad está viviendo"
Papa: "He visto a niños que no aprendieron a santiguarse. Enseñad a los niños a rezar, a santiguarse"
"¡Qué bello cuando las madres enseñan a sus pequeños a tirar un beso a la Virgen!"

José Manuel Vidal, 26 de agosto de 2015 a las 09:31

¿Tenemos el Evangelio en casa, lo abrimos y lo leemos juntos, lo meditamos?

(José M. Vidal).- Audiencia general número 100 de Francisco. Con el mismo entusiasmo en la gente que en la primera. Y con la misma capacidad del Papa de llevar la gente a Dios. Un Papa iluminado, como el primer día. En la catequesis, el Papa-párroco insta a padres y madres, que "hacen el doble en 24 horas", a "enseñar a rezar y a santiguarse" a sus hijos. Porque es "bello ver a las madres que enseñan a sus pequeños a tirar besos a la Virgen y a Jesús". Pequeños gestos que son como "el pan buena que alimenta".
Lectura del pasaje del evangelio de Marta y María

Algunas frases del Papa
"Consideremos ahora el tiempo de la oración en familia"
"Querría hacerlo, me gustaría rezar, pero me falta tiempo"
"El corazón humano busca siempre la oración, pero sin saberlo"
"Para cultivar un amor caliente y afectivo por Dios"
"¿Dios nos conmueve y nos enternece?"
"Dios es la caricia que nos mantiene en la vida"
"Una caricia de la que nada, ni siquiera la muerte, nos puede apartar"
"Sólo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras es pleno"

"El nos piensa y, sobre todo, nos ama"
"¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre?"
"Dios nos acompaña en el camino de la vida, nos protege y nos ama"
"Qué bello cuando las madres enseñan a sus pequeños a tirar un beso a la Virgen o a Jesús"
"El Espíritu Santo nos esneña a decir padre"
"El tiempo de la familia es siempre poco...Hay tantas cosas que hacer"
"En 24 horas hay que hacer el doble en la familia"
"Padres y madres que podrían ganar el Nobel con esto: hacer el doble en las 24 horas"
"Marta y María prendieron de Dios la belleza de los ritmos familiares"
"La visita de Jesús era su fiesta"
"La parte mejor del tiempo: escuchar a Jesús"
"No olvidésis de leer todos los días un pasaje del Evangelio"
"¿Tenemos el Evangelio en casa, lo abrimos y lo leemos juntos, lo meditamos?"
"EL Evangelio leído y metidado en familia es un pan bueno que alimenta a todos"
"En las ciudades he visto a niños que no aprendieron a santiguarse. Enseñad a los nilños a rezar, a santiguarse. Esta es una bella tarea de madres y padres"


Texto íntegro del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos detenemos a reflexionar sobre la oración en familia. El espíritu de la oración se fundamenta en el gran mandamiento: «amaras al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas». La oración se alimenta del afecto por Dios. Un corazón lleno de amor a Dios sabe transformar en oración un pensamiento sin palabras, una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso hacia la Iglesia. A pesar de lo complicado que es el tiempo en la familia, siempre ocupado, con mil cosas que hacer, la oración nos permite encontrar la paz para las cosas necesarias, y descubrir el gozo de los dones inesperados del Señor, la belleza de la fiesta y la serenidad del trabajo.

La oración brota de la escucha de Jesús, de la lectura y familiaridad con la Palabra de Dios.

Nos harà bien preguntàrnos: ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Encontramos un momento para leerlo juntos? ¿O solos? ¿Lo meditamos recitando el Rosario? El Evangelio leído y reflexionado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la tarde, cuando nos sentemos a la mesa, digamos juntos una oración con sencillez.

***

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Invito a todos a descubrir la belleza de la oración en familia para que rezando unos por otros seamos protegidos por el amor de Dios. Muchas gracias.

Saludo en italiano
"El próximo martes, 1 de septiembre, se celebra la jornada mundial de oración por elcuidado de la creación".

"Queremos ofrecer nuestra contribución a la superación de la crisis ecológica que la humanidad está viviendo"
"Tal jornada, un momento fuerte, para asumir estilos de vida coherentes"

"Nos encontraremos a las 17:00 horas en la basílica de San Pedro, a la que invito a participar a todos los romanos y peregrinos" "Mañana celebraremos la memoria de Santa Mónica, madre de San Agustín, a quiénes confiamos a los nuevos esposos, a los enfermos y a los jóvenes"

Cuidado de no estar llenos de hipocresía y maldad

Mateo 23, 27-32. Tiempo Ordinario. Vivir con autenticidad, venciendo el miedo al qué dirán, la rutina o ley del menor esfuerzo.

Oración introductoria
¡Oh! Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, dirige mi corazón para actuar siempre de cara a la verdad. ¡Oh! Espíritu de santidad, ven y renueva mi intención. Ven, Espíritu de amor, enséñame a orar.

Petición
Jesús, dame la gracia de buscar siempre la verdad.

Meditación del Papa Francisco
En este grupo están los cristianos que no dan testimonio. Son cristianos de nombre, cristianos de salón, cristianos de recepciones, pero su vida interior no es cristiana, es mundana. Uno que se dice cristiano y vive como un mundano, aleja a los que piden ayuda a gritos a Jesús.

Luego están los rigoristas, a quienes Jesús regaña porque que cargan mucho peso sobre los hombros de la gente. Jesús les dedica todo el capítulo 23 de san Mateo. Hipócritas, explotáis a la gente, les dice Jesús. Y en vez de responder al grito que pide salvación alejan a la gente.
Y finalmente está el tercer grupo de cristianos, los que ayudan a acercarse a Jesús. El grupo de cristianos que tienen coherencia entre lo que creen y lo que viven, y ayudan a acercarse a Jesús, a la gente que grita, pidiendo salvación, pidiendo la gracia, pidiendo la salud espiritual por su alma. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 28 de mayo de 201, en Santa Marta).

Reflexión
Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía. Aparentar por fuera lo que no se es por dentro, como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto. Aquí desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad.

¿Se nos podría achacar algo de esto a nosotros? ¿No estamos también preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior? Sabemos que Dios conoce nuestro interior y no podemos engañarle, por ello vale más ser transparentes ante Dios que aparentar lo que no somos ante los hombres. ¿Sería muy exagerado tacharnos de sepulcros blanqueados?

También conviene evaluarnos en el otro aspecto que Jesús denuncia. ¿Somos personas que de palabra se distancian de los malos como los fariseos de sus antepasados, pero en realidad somos tan malos o peores que ellos, cuando se nos presenta la ocasión? Puede ser que emitamos juicios temerarios contra nuestro prójimo, considerándoles inferiores a nosotros, cuando en realidad lo que Cristo nos pide es perdonar y no pensar mal de nadie. En este caso, Cristo poseía la autoridad para denunciar la actitud hipócrita de los fariseos, sin embargo sabemos por el mandato de Cristo, el de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, a nosotros, no nos compete este derecho.

Diálogo con Cristo
Padre bueno, dame la gracia de salir de esta oración decidido a vivir siempre con autenticidad venciendo el miedo al qué dirán, la rutina o ley del menor esfuerzo, para aspirar a ser tu discípulo y misionero.

Aumenta mi generosidad para aportar todas mis cualidades, mi ingenio e incluso mis recursos materiales para llevarte a los demás.

Propósito
Ante las dificultades del día de hoy, recitar la jaculatoria: Cristo, en Ti confío.


Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de los cristianos consiste precisamente en el tiempo: "Debería rezar más...: quisiera hacerlo, pero a menudo me falta el tiempo". Lo escuchamos continuamente.

La pena es sincera, ciertamente, porque el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y si no la encuentra, no tiene paz. Pero para que se encuentren, es necesario cultivar en el corazón un amor ‘cálido' por Dios, un amor afectivo.

Podemos hacernos una pregunta muy sencilla. Está bien creer en Dios con todo el corazón, está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber de agradecerle. Todo bien. Pero ¿Queremos también un poco al Señor? ¿El pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?

Pensamos a la formulación del gran mandamiento, que sostiene todos los otros: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu» (Dt 6,5; cfr Mt 22, 37). La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, reversándolo en Dios. Aquí, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Conseguimos pensar en Dios como la caricia que nos tiene en vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede despegar? ¿O lo pensamos solamente como el gran Ser, el Todopoderoso que ha hecho cada cosa, el Juez que controla cada acción? Todo verdadero, naturalmente. Pero sólo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco confundidos, porque Él piensa en nosotros ¡y sobretodo nos ama! ¿No es impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre? Es muy bello, muy bello.

Podía simplemente darse a conocer como el Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, nos ama.
Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, "como hacen los paganos" decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, "como hacen los fariseos" (cfr Mt 6,5.7). Un corazón habitado por el afecto por Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia. Es bello cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso!

En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don por cada uno de nosotros! Porque el Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones "Abbà", es decir, "Padre", nos enseña a decir padre propio como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca encontrar solos (cfr Gal 4, 6). Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la cual aprendes a decir "papá" y "mamá", lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.

El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y lleno de gente, ocupado o preocupado. Siempre es poco, nunca basta, hay tantas cosas por hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro horas hace entrar el doble! Es así eh. ¡Existen mamás y papás que podrían vencer el Nobel por esto! ¿eh? ¡En 24 horas hacen 48! No sé cómo hacen pero se mueven y hacen, hay tanto trabajo en familia.

El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la cual le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Buenas guías para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración (cfr Lc 10, 38-42). La visita de Jesús, a quien querían bien, era su fiesta. Un día, pero, Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no es todo, pero que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa verdaderamente esencial, la "parte mejor" del tiempo. Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden, cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y en la mañana y en la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendemos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades: ¡hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la Cruz! Tú mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la Cruz, esta es una tarea bella de las mamás y de los papás.

En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasajes difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en familia sea cuidado por el amor de Dios. Gracias.

La oración: el amor es el que habla
Orar es dejar que hable el amor.¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos que el amor hable!

Esta frase del libro de la vida de Santa Teresa nos ayuda a comprender lo que es la oración. Ella encuentra en Toledo a un Padre dominico conocido que no ve desde hace mucho tiempo. Le cuenta bajo secreto de confesión todo lo que le pasa a su alma y las penas sufridas por la reforma del Carmelo.

El religioso la escucha, la consuela y le pide que no deje de pedir por él. Teresa, agradecida, confía al Señor el alma de este sacerdote. Ella va al lugar a donde solía orar y allí se queda "muy recogida, con un estilo "abovado" que muchas veces, sin saber lo que digo, trato". Y añade: "que es el amor que habla" (Libro de la Vida, 34, 8).

Orar es dejar que hable el amor. ¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos que el amor hable! Sino que preferimos que hable sólo nuestra razón o nuestra mera capacidad humana de entender las cosas. Muchas veces reprimimos el amor como si fuera muestra de debilidad como si también en la oración tuviéramos que demostrar los fuertes e inteligentes que somos.

Sin embargo la oración, sin dejar impedirnos usar nuestro entendimiento, es el momento explayar el corazón, y de dejar que el Amor divino nos inunde y nos queme con sus rayos. En una sociedad más racionalista y secularizada, nos da vergüenza de liberar la parte más noble de nosotros mismos, nuestra capacidad de amar y ser amados. Y vivimos como mutilados, no respirando a pleno pulmón, caminando sólo al ritmo que nos permite nuestras convenciones humanas o nuestro miedo de amar demasiado.

Orar, "es el amor que habla". Santa Teresa cuenta que, dejando al religioso, comenzó a hablar con Dios con toda sencillez, como ella solía hacer, dejando que el amor hablase. No sólo el amor que su alma nutría hacia Dios, sino también "comprendiendo el amor que Dios le tiene a ella". La oración usa un lenguaje de amor. Y el lenguaje de amor es especial, es único, tiene su lógica, su gramática y su sintaxis. Lo entienden los que aman. Basta un gesto, una mirada, un movimiento, una sonrisa. Dejemos que el amor hable en nosotros. Dejemos que el Amor nos hable. Dejémonos conducir por el Espíritu Santo que es la persona de la Trinidad que es el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

Cuando aprendamos el lenguaje del amor que nos enseña el Espíritu Santo, lenguaje hecho de sencillez y espontaneidad, que cualquiera que tenga un corazón puede aprender, entonces comprenderemos que la oración no es sino un ejercicio de amor, es una expresión de amor, es un grito de amor, es una súplica de amor.

La mística Teresa continua diciendo que el Amor que Dios tiene al alma hace que ésta se olvide de sí y "le parece está en Él". Nada la separa de Él. La sencillez del amor logra el mejor estado de unión. Entonces el alma orante "habla desatinos". Comienza a usar el lenguaje más elevado y puro, el lenguaje del amor, porque, como diría San Juan de la Cruz, "ya sólo en amar es mi ejercicio" (Cántico Espiritual, 95).

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