«Que me siga»

Reconocer a Jesús el Cristo

El episodio ocupa un lugar central y decisivo en el relato de Marcos. Los discípulos llevan ya un tiempo conviviendo con Jesús. Ha llegado el momento en que se han de pronunciar con claridad. ¿A quién están siguiendo? ¿Qué es lo que descubren en Jesús? ¿Qué captan en su vida, su mensaje y su proyecto?

Desde que se han unido a él, viven interrogándose sobre su identidad. Lo que más les sorprende es la autoridad con que habla, la fuerza con que cura a los enfermos y el amor con que ofrece el perdón de Dios a los pecadores. ¿Quién es este hombre en quien sienten tan presente y tan cercano a Dios como Amigo de la vida y del perdón?

Entre la gente que no ha convivido con él se corren toda clase de rumores, pero a Jesús le interesa la posición de sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No basta que entre ellos haya opiniones diferentes más o menos acertadas. Es fundamental que los que se han comprometido con su causa, reconozcan el misterio que se encierra en él. Si no es así, ¿quién mantendrá vivo su mensaje? ¿Qué será de su proyecto del reino de Dios? ¿En qué terminará aquel grupo que está tratando de poner en marcha?

Pero la cuestión es vital también para sus discípulos. Les afecta radicalmente. No es posible seguir a Jesús de manera inconsciente y ligera. Tienen que conocerlo cada vez con más hondura. Pedro, recogiendo las experiencias que han vivido junto a él hasta ese momento, le responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías».

La confesión de Pedro es todavía limitada. Los discípulos no conocen aún la crucifixión de Jesús a manos de sus adversarios. No pueden ni sospechar que será resucitado por el Padre como Hijo amado. No conocen experiencias que les permitan captar todo lo que se encierra en Jesús. Solo siguiéndolo de cerca, lo irán descubriendo con fe creciente.

Para los cristianos es vital reconocer y confesar cada vez con más hondura el misterio de Jesús el Cristo. Si ignora a Cristo, la Iglesia vive ignorándose a sí misma. Si no lo conoce, no puede conocer lo más esencial y decisivo de su tarea y misión. Pero, para conocer y confesar a Jesucristo, no basta llenar nuestra boca con títulos cristológicos admirables. Es necesario seguirlo de cerca y colaborar con él día a día. Esta es la principal tarea que hemos de promover en los grupos y comunidades cristianas.

José Antonio Pagola (Marcos 8,27-35)
24 Tiempo Ordinario – B

XXIV DOMINGO, “B” Is 50, 5-9ª; Sal 114; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35)
EL RETO DE LA CONFIANZA

Las lecturas de hoy nos disponen a la confianza, y no porque uno sea de carácter optimista, y vea por ello las cosas de manera positiva, sino porque se funda en la Palabra del Señor, en la fidelidad de Dios a su propia promesa. También lo digo en parte por mi experiencia creyente, porque he vivido acontecimientos en los que he sentido la mano del Señor. Así lo expresa el profeta: “Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?” (Is 50, 9).

Te puede parecer arenga barata, para aguantar lo insufrible; puedes creer que mis consejos son palabras de vendedor ambulante, que vocea su mercancía con ganas de aliviar su peso. Pero no, la razón de invitarte a la confianza no es por descargarme yo, sino para decirte que es posible caminar ligero, a pesar de la prueba, de la debilidad, del sentimiento de impotencia. El salmista se ofrece como testigo: “El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó” (Sal 114).

Jesús no nos engaña, no nos invita con discursos halagadores, ni utiliza la ley de la sugestión cautivadora para atraer hacia su persona y hacia su proyecto. Por el contrario, desde el principio muestra la dureza del camino del seguimiento, aunque revela un secreto al que se debe dar fe, para que se convierta en la clave del discípulo: la confianza en la palabra del Maestro, fiarse de Él, saber que no engaña, y que si propone llevar la cruz, o renunciar a lo que nos parece necesario, no es porque le guste hacernos sufrir, sino porque detrás de la prueba viene el alivio; detrás del despojo se experimenta el regalo; detrás de la negación, acontece el don.

El Evangelio es Buena Noticia, pero a su vez se nos presenta en clave paradójica, porque perder es ganar; dar es recibir; la ultimidad es primacía; morir es vivir; renunciar es obtener. No se acierta poniéndose a servir para que nos conviertan en señores; ni dando uno para que nos devuelvan diez; pero quien se atreve a confiar y a arriesgar en nombre del Señor, no quedará defraudado.

Las palabras del Evangelio de este domingo concentran el núcleo de la conducta cristiana: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.» (Mc 8, 35).

De ti depende quedarte atrincherado en tu pobreza, o fiarte de Jesús y seguirlo por el camino que avanza hacia la entrega total, sabiendo que Él es fiel y no te va a exigir más de lo que puedas; por el contrario, te va a dejar gustar del desbordamiento de su gracia, de su ayuda, incluso en acontecimientos sorprendentes que te sucederán y que sabrás interpretar como manifestación de la Providencia divina, más allá de tu esfuerzo o de tu mérito.¡Atrévete a fiarte de Jesucristo, y síguelo

B - Domingo 24 Is 50, 5-9a; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35

Nexo entre las lecturas
¿En qué consiste la esencia del hombre? La liturgia de hoy nos da una respuesta. En la primera lectura, tres son los rasgos del hombre según el designio de Dios: el hombre es un ser "que escucha", que sufre, que experimenta la presencia y asistencia de Dios. El evangelio presenta a Jesús como la perfecta realización del hombre: el Ungido de Dios, el varón de dolores, el siervo obediente hasta la muerte, el que pierde su vida para salvar las de los hombres. Finalmente, Santiago en la segunda lectura enseña que el hombre es aquel en quien fe y obras se unen en alianza indisoluble para lograr la perfecta realización humana.

Mensaje doctrinal
1. El hombre según Dios. Pienso que la definición del hombre no ha de buscarse ni sólo ni principalmente en el hombre (aunque no ha de excluirse esta búsqueda), dado que no es autocreativo ni se llama a sí mismo a la existencia. La definición más auténtica del hombre la puede dar quien le ha creado y le ha llamado del no ser al ser, de la nada a la existencia.

En el tercer canto del Siervo se delinea en cierta manera una síntesis de antropología teológica. El primer rasgo, no reportado por la lectura litúrgica, define al ser humano como quien recibe de Dios el don de hablar palabras de vida para los demás, sobre todo para el cansado y agobiado. Luego, aparecen en este canto, otros tres rasgos que se hallan en el texto litúrgico:

1) El hombre es el ser a quien Dios le ha capacitado para "escuchar", igual que los discípulos. Es un discípulo de Dios, que implica no sólo la escucha teórica, sino a la vez la escucha que conduce a la praxis, a la realización de lo escuchado, de la voz originaria que le precede y que norma su vida. En otros términos, el hombre es un discípulo obediente de Dios.

2) El hombre no es un ser para la muerte, como diría Heidegger, pero sí un ser para el sufrimiento. El sufrimiento es el yunque en que se forja el hombre; es el molde en que se configura su personalidad; es la frontera, el caso-límite que revela su temporalidad; es la cifra real y misteriosa de la condición humana.

3) El hombre es el ser asistido por Dios, en quien Dios muestra su presencia constante y eficaz. Esa presencia divina resulta ser la roca en que se fundan todas las grandes certezas del hombre; el faro luminoso que orienta al hombre en la oscuridad; el estandarte que le enardece en la batalla por ser y hacerse hombre cada día. A modo de conclusión, se puede decir que quien excluye la solidaridad, la escucha, el dolor, la presencia divina de la concepción del hombre, no sabe realmente qué es el hombre.

2. Cristo, el verdadero hombre. Jesús es en primer lugar el Mesías, el Ungido de Dios, que somete toda su persona a la misión que Dios le confía, llegando incluso hasta la obediencia de la cruz. Por eso, en Jesús se unen el Ungido y el Siervo del sufrimiento, no como dos títulos contrapuestos de su condición humana, sino como dos nombres de una misma persona que lo definen y lo caracterizan. Incluso cuando a Jesús se le compara con otras figuras de la Biblia (Moisés, Elías, Juan Bautista, Salomón, Jonás...), él es distinto. Como él mismo dirá: "He aquí uno mayor que Jonás... he aquí uno mayor que Salomón". Por otra parte, en su condición sufriente Jesús no se autolesiona ni reniega de su suerte, sino que mantiene una absoluta confianza en Dios, que le asistirá en medio del dolor y que le resucitará de entre los muertos. Por todo ello, Jesús llama a Pedro satanás cuando éste intenta apartarle sea de su misión redentora sea de su perfecta condición humana según Dios. En Jesús, finalmente, se hace realidad también otro rasgo señalado por Santiago en la segunda lectura: la coherencia entre la fe y las obras; no las obras de la ley, sino las obras de la fe. Podemos decir que la autoconciencia de Jesús coincide con su autorrealización.

Sugerencias pastorales
1. Hombre y cristiano. No pocas veces en la historia del pensar -y también probablemente del vivir- estas dos realidades han marchado por caminos distintos. Casi parecía a algunos que no se puede ser plenamente hombre siendo perfectamente cristiano o que no se puede ser plenamente cristiano, siendo perfectamente hombre. En definitiva, es, en términos antropológicos, el dilema planteado desde hace siglos entre fe y razón, entre ciencia y fe. En un nuevo clima cultural y espiritual, Juan Pablo II, en continuidad con la doctrina católica, ha afirmado rotundamente: "La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". Traduciendo la frase en términos antropológicos, se puede afirmar: "El hombre y el cristiano son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la realización de su plena humanidad". Tal vez pueda ser fructuoso preguntarnos por qué, en el pasado y probablemente también hoy, se ha separado al hombre del cristiano o al cristiano del hombre. ¿Qué aspectos, que rasgos del vivir cristiano han podido oscurecer e incluso alienar de una concepción del hombre auténtica? ¿Qué modelos de cristiano se han presentado o se presentan en nuestros días que puedan parecer a otros, cristianos o no, menos humanos o hasta deshumanizantes? El concilio declaró bellamente que Cristo revela el hombre al hombre, pero cabe preguntar: ¿Seguimos en esto todos los cristianos las huellas de Cristo? No cabe duda que en esto queda un largo camino. Recorrerlo es tarea de cada uno y de todos los cristianos.

2. La paradoja cristiana. "Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará", nos dice Jesús. Es la gran paradoja cristiana, es decir, humana. En términos paradójicos, Jesucristo plantea la gran batalla de la existencia humana. Es la batalla entre el egoísmo y la entrega, entre la seducción del yo y la atracción de Dios, entre el culto a la personalidad y el culto a la verdadera humildad. Normalmente, pero de modo equivocado, se piensa que siendo egoísta se va uno a realizar, a salvar su identidad, a lograr una personalidad de gran talla. El resultado después de un cierto tiempo es la conciencia de estar buscando lo imposible, la frustración por tantas energías gastadas inútilmente, y ojalá también, al darse cuenta de haber errado el camino, aceptar el propio error y enderezar los pasos por el camino justo. Ese camino justo es el de vaciarse de sí para llenarse de Dios, el de darse a los demás desinteresadamente sin buscar compensaciones de ningún género, es el de la humildad profunda de quien sabe y acepta que todo lo que es y tiene proviene de Dios y lo debe poner al servicio de los demás. Éste es el camino de la salvación. Éste es el camino de la auténtica realización del hombre. Éste es el camino de la paradoja cristiana. Hermano, caminemos juntos y alegres por él. Es el camino que Cristo nos ha enseñado a sus discípulos.

Evangelio según San Marcos 8,27-35. 

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas". "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías". Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. 

Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. 

San Cesáreo de Arlés (470-543), monje y obispo Sermón 159, 1, 4-6; CCL 104, 650

«Que me siga»

Cuando el Señor nos dice en el Evangelio: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo», nos parece que nos manda una cosa difícil y consideramos que nos impone un yugo pesado. Pero, si el que nos manda es el mismo que nos ayuda a cumplir su mandato, eso ya no es difícil...

¿Adónde debemos seguir a Cristo sino allá donde Él se ha ido? Ahora bien, sabemos que Él ha resucitado y ha subido al cielo: es allí donde debemos seguirle.

Es necesario, ciertamente, que no nos dejemos invadir por la desesperación, porque, si bien es cierto que no podemos nada por nosotros mismos, tenemos la promesa de Cristo.

El cielo estaba muy lejos de nosotros antes que nuestra Cabeza subiera hasta él. En adelante, si somos los miembros de esta Cabeza (Col 1,18) ¿por qué desesperar de poder llegar al cielo? Si es cierto que en esta tierra estamos agobiados por tantas inquietudes y sufrimientos, sigamos a Cristo en quien encontramos la felicidad perfecta, la paz suprema y la tranquilidad eterna.

Más,el hombre que desea seguir a Cristo, escuchará estas palabras del apóstol Juan: « Quien declara permanecer en Cristo debe él mismo seguir el mismo camino que Jesús ha seguido » (1Jn 2,6). ¿Quieres seguir a Cristo? Sé humilde tal como Él lo ha sido. ¿Quieres unirte a Él en las alturas? No menosprecies su humillación bajándose hasta nosotros.

 

Francisco, hoy, en el Angelus

Francisco recuerda que todos, hasta Pedro, pasan por “la tentación del Maligno”
“Seguir a Jesús, acompañarlo, es un camino incómodo, pero nos conduce a la verdadera libertad”“La gente apreciaba a Jesús, lo consideraba un enviado de Dios, pero no lograban reconocerle”

Jesús Bastante, 13 de septiembre de 2015 a las 12:36

Un camino incómodo, que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, la que nos libera del egoísmo y del pecado

(Jesús Bastante).- "El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". La petición de Jesús fue el eje del Angelus que presidió este mediodía el Papa Francisco ante una multitud, mayor que otros domingos. Una jornada en la que Bergoglio recordó que "seguir a Jesús significa tomar la propia cruz, que todos tenemos, para acompañarlo en su camino", un camino que es "incómodo" pero que "conduce a la verdadera libertad".

El Papa arrancó su reflexión con la pregunta de Jesús a sus discípulos. "¿Quién dice la gente que soy yo?". Y es que "la gente apreciaba a Jesús, lo consideraba un enviado de Dios, pero no lograban reconocerlo como el Mesías esperado". Por ello, Jesús pregunta directamente a los apóstoles: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?". Para Francisco, "ésta es la pregunta más importante, pues se dirige directamente a los que lo han seguido, para verificar su fe". "Tú eres el Cristo, el Mesías", responde Pedro, y señala el Papa, "Jesús permanece impresionado por la fe de Pedro, y entonces revela abiertamente a los discípulos que en Jerusalén el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser ejecutado y resucitar al Tercer día".¿Cuál es la reacción de sus amigos? "El mismo Pedro está escandalizado, lo llama aparte y lo amonesta. ¿Cómo reacciona a Jesús? A su vez amonesta a Pedro. Quítate de mi vista, Satanás., ¡le dice Satanás!, porque piensas como los hombres y no como Dios", aclaró el Santo Padre.

Y es que, señaló Bergoglio, "Jesús se da cuenta que en Pedro, como en cada discípulo, o en nosotros, a la gracia del Padre se opone la tentación del Maligno, que quiere apartarnos de la voluntad de Dios, anunciando que tendrá que sufrir y ser condenado a muerte".

"Jesús quiere hacer comprender que él es un Mesías humilde y servidor. Es el siervo obediente a la palabra y la voluntad del Padre, hasta el sacrificio completo de la propia vida", apuntó el Papa, que incide cómo entonces, "dirigiéndose a toda la multitud, declara que quien quiera ser su discípulo debe aceptar ser siervo, como él.... El que quiera venir conmigo, que se reniegue consigo mismo, que cargue con su cruz y me siga".

"Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz. Todos la tenemos -añadió Francisco-. Para acompañarlo en su camino. Un camino incómodo, que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, la que nos libera del egoísmo y del pecado. Se trata de mostrar un neto rechazo de la mentalidad mundana que pone al propio "yo" y nuestros intereses al centro de la existencia. Esto no es lo que Jesús quiere de nosotros Jesús nos invita a perder la propia vida por el Evangelio, para recibirla renovada, recibida y auténtica. Gracias a Jesús este camino conduce a la Resurrección, a la vida plena y definitiva con Dios. Decidir seguirle a él, que se ha hecho siervo de todos, exige caminar detrás de él, y escucharlo atentamente en su palabra y en los sacramentos".

En los saludos posteriores, el Papa recordó la beatificación, en Sudáfrica, de Benedicto Daswa, "un padre de familia, asesinado en 1990, apenas hace 25 años. Fue asesinado por su fidelidad al Evangelio. En su vida demostró siempre una gran coherencia, asumiendo valientemente actitudes cristianas y rechazando costumbres mundanas y paganas".

"Que su testimonio ayude especialmente a las familias a difundir la verdad y la caridad de cristo. Su testimonio se une al testimonio de tantos hermanos y hermanas nuestros, jóvenes, ancianos, chicos, niños, perseguidos, muertos por confesar a Jesucristo", continuó. " A todos estos mártires agradecemos su testimonio y les pedimos que intercedan por nosotros".


 Texto del Ángelus
« ¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que en camino hacia Cesarea de Filipo, interroga a los discípulos: "¿Quien dice la gente que soy yo? Estos responden que algunos lo consideran Juan el Bautista resucitado, otros Elías o uno de los grandes profetas. La gente apreciaba a Jesús, lo consideraba un 'enviado de Dios', pero no lograba aún a reconocerlo como el Mesías anunciado y esperado. Y Jesús pregunta nuevamente '¿Y ustedes quien dicen que soy yo?'.

Esta es la pregunta más importante con la cual Jesús se dirige directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar la propia fe. Pedro en nombre de todos exclama de manera espontánea: 'Tu eres el Cristo'.

Jesús queda impresionado con la fe de Pedro, reconoce que ésta es fruto de una gracia especial de Dios Padre. Y entonces revela abiertamente a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, o sea que 'El Hijo del hombre deberá sufrir mucho... ser asesinado y después de tres días resucitar'.
El mismo Pedro que ha apenas profesado su fe en Jesús como el Mesías, se escandaliza de estas palabras. Llama aparte al Maestro y le reta atención.

¿Y cómo reacciona Jesús? A su vez le llama la atención a Pedro por ésto, con palabras muy severas. '¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!, --le dice Satanás-- porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres'.
Jesús se da cuenta que en Pedro, como en los otros discípulos --y en cada uno de nosotros-- a la gracia del Padre se opone la tentación del maligno, que quiere distraerlo de la voluntad de Dios.

Anunciando que tendrá que sufrir y ser condenado a muerte para después resucitar, Jesús quiere hacerle entender a quienes los siguen que Él es un

Mesías humilde y servidor. Es el Siervo obediente a la voluntad del Padre, hasta el sacrificio completo de la propia vida.
Por esto dirigiéndose a la toda la multitud que allí estaba, declara que quien quiere ser su discípulo tiene que aceptar ser siervo, como Él se ha hecho siervo, y advierte: 'Si alguien quiere venir atrás de mi, reniegue a sí mismo, tome su cruz y me siga'.

Ponerse en el camino de Jesús significa tomar la propia cruz --todos la tenemos-- para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito o de la gloria terrenal, sino el que lleva a la verdadera libertad, la libertad del egoísmo, del pecado.

Se trata de operar un neto rechazo de aquella mentalidad mundana que pone el propio yo y los propios intereses en el centro de la existencia. No esto no es lo que Jesús quiere de nosotros. En cambio nos invita a perder la propia vida por Cristo y el evangelio, para recibirla renovada y auténtica.
Podemos estar seguros, gracias a Jesús, que este camino lleva a la resurrección, a la vida plena y definitiva con Dios. Decidir seguir a nuestro Maestro y Señor que se ha hecho siervo de todos, exige una unión fuerte con Él, escuchar con atención y asiduidad su palabra, --hay que acordarse de leer todos los días un pasaje del evangelio-- y en los sacramentos.

Hay jóvenes aquí en la plaza, yo les pregunto solamente: ¿han sentido el deseo de seguir a Jesús más de cerca? Piénsenlo, recen y dejen que el Señor les hable.

La Virgen María que ha seguido a Jesús hasta el Calvario, nos ayude a purificar siempre nuestra fe de las falsas imágenes de Dios, para adherir plenamente a Cristo y a su evangelio.

Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

Marcos 8, 27-35. Domingo 24o.Tiempo Ordinario B.

Sólo podemos entender el lenguaje de la cruz por medio de la fe, que nos coloca en el punto de vista de Dios.

Oración introductoria
Señor, quiero ir contigo y «perder» mi vida por amor a Ti. No me atrae la cruz, pero creo que Tú eres mi Dios, mi Salvador, mi Amigo y fiel compañero, que ha estado y estará conmigo en todos los momentos de mi vida. Por eso, con mucha fe, esperanza y amor quiero tener este momento de oración.

Petición
Espíritu Santo, transforma mi debilidad en santidad, para poder seguir tu camino.

Meditación del Papa Francisco
Llegamos hoy al punto crucial en el que Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e Hijo de Dios "empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho..., y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día". Es un momento crítico en el que emerge el contraste entre la forma de pensar de Jesús y la de los discípulos. Pedro, de hecho, se siente en el deber de regañar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final así de innoble. Entonces Jesús, a su vez, regaña duramente a Pedro, le marcó la línea, porque no piensa "según Dios, sino según los hombres" y sin darse cuenta hace la parte de Satanás, el tentador.

Sobre este punto insiste también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los cristianos de Roma, les dice: "No os ajustéis a este mundo, no ir con los esquemas de este mundo, sino transformaros por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios". (S.S. Francisco,   ángelus 31 de agosto de 2014).

Reflexión
Cuenta una leyenda que, en una ocasión, una mujer budista acudió al templo con su hijo muerto. Su niño era una criaturita de seis años. Lo llevaba en brazos y, con lágrimas en los ojos, le gritaba a la imagen de Buda pidiendo que lo curase. Y el Buda le dijo que se lo podría traer de nuevo a la vida si ella le llevaba unas semillas de mostaza. Pero con una condición: debían ser semillas recogidas en la casa de alguna persona que no estuviera sufriendo ningún dolor desde el año anterior. La mujer dio un salto de júbilo y salió corriendo a buscar lo que se le pedía. Fue de casa en casa hasta que recorrió casi toda la Tailandia. Al poco tiempo volvió a Buda con las manos vacías. Pero esta vez ya no pidió la curación de su hijo. Había comprendido que no hay ningún hombre sin sufrimiento en esta tierra.

¿A cuántas personas conoces tú, amigo lector, que no sufran algo en la vida? A veces nos puede dar la impresión de que fulanito o menganito no tienen problemas ni sufrimientos... ¡Parece que todo les sonríe y les salen las cosas como ellos las habían planeado!: tienen dinero, gozan de comodidades, buena fama, de una posición económica y social afortunada, amistades, etc., etc., etc..

Diríamos que son personas con bastante "suerte" o que el "destino" les ha favorecido. Pero, en el fondo, yo creo que esos juicios son demasiado ligeros y no tienen ningún fundamento de verdad. Además de que, al hablar así, están demostrando una fe no muy grande en la Divina Providencia. También aquí se cumple el refrán de que "el jardín del vecino siempre parece más verde"...

Yo diría, más bien, que mucha gente "aparenta" ser feliz, como la historia de Garrik de la semana pasada. ¿La recuerdas? ¡Son máscaras de felicidad! Y no digo yo que no existan personas verdaderamente felices. Por supuesto que las hay. ¡Y muchas, gracias a Dios! Pero lo que quiero subrayar ahora es que todos, absolutamente todos en esta tierra, tenemos que sufrir. Y de hecho, sufrimos. ¿Quién no ha tenido, en efecto, una enfermedad, un dolor, un accidente? ¿o una pena personal muy honda por motivos económicos, familiares o espirituales? ¿Y quién no ha sufrido alguna vez el dolor por un problema de un hijo, una enfermedad del esposo, de la esposa o de los propios padres; o la muerte de un ser querido? Y, además, ¡cuántos sufrimientos morales invaden, a veces de improviso, la casa de nuestra alma: pesares, tristezas, depresiones, fracasos, angustias, tribulaciones por tantísimos motivos! La listas de posibilidades es casi infinita....

Y lo curioso es que, cuando nos sobreviene cualquier dolor, casi nunca estamos preparados. Siempre nos coge de sorpresa, a pesar de que el sufrimiento es algo tan común en todos los mortales. Es más, diría yo sin temor a equivocarme que el dolor es un elemento esencial en la vida de todo ser humano; y con mayor razón de todo cristiano. De todo ser humano porque nadie vive, de hecho, sin él; y de todo cristiano porque la cruz es el signo de su identidad. ¿Cuál es, si no, lo primero que una madre cristiana enseña a su niño pequeño? A hacer la señal de la cruz. Y es este signo, en efecto, lo primero que hacemos todos cuando iniciamos una oración y, tal vez, hasta llevamos una cruz colgada en nuestro pecho. Somos cristianos porque seguimos a Cristo y somos sus discípulos. Y sólo existe un Cristo: el Crucificado y el Resucitado por nuestra salvación.

El evangelio de hoy, con su mensaje eterno, nos confirma esta enseñanza. Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, nos cuenta san Marcos que Jesús comenzó a instruir a sus apóstoles: "El Hijo del hombre –les dijo– tiene que padecer mucho, ser condenado por los sumos sacerdotes y por los ancianos del pueblo, ser ejecutado y resucitar a los tres días". El sabía muy bien que ése era el camino de nuestra redención. Más aún, pudiendo haber escogido otros caminos diferentes para salvarnos, quiso escoger precisamente éste. ¿Por qué? Es un misterio. Pero, al menos, estamos seguros de que el camino de la cruz es el más conveniente para nuestra salvación porque fue el que eligió nuestro Redentor.

Cuando Pedro quiso apartar al Señor de esta senda –pues, al igual que nosotros, no entendía por qué su Maestro tenía que sufrir– se llevó la gran "reprimenda" de su vida:

"¡Apártate de mi vista, Satanás! –le dijo el Señor a su apóstol predilecto– porque tú piensas como los hombres y no como Dios". Es decir, que sólo podemos entender el lenguaje de la cruz por medio de la fe, que nos coloca en el punto de vista de Dios.

Y, al final de este evangelio, nuestro Señor añade: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga".

Enseñanza contundente, clarísima, ineludible. Si somos cristianos, hemos de seguir a Cristo abrazando con fe y con amor nuestra propia cruz. Entonces, ¿por qué nos extrañamos cuando ésta se presenta en nuestra vida? Hemos de pedirle a nuestro Señor, más bien, la generosidad, la fortaleza y el amor necesarios para ser cristianos de verdad, siguiéndolo por el mismo camino que va recorriendo El, delante de nosotros.

Propósito
Renovar mi pureza de intención en mis actividades de hoy, y hacer todo para cumplir la voluntad de Dios en mi vida.

Diálogo con Cristo 
Señor, quiero que seas todo para mí. Moldea mi corazón al tuyo para que pueda valorar y experimentar todos los acontecimientos desde tu perspectiva. Ayúdame a amarte sobre todas las cosas para estar listo para seguirte en los momentos de dificultad; cuando se necesite un sacrificio personal o renuncia, sosténme para poder seguir tu camino.

Juan Crisóstomo, Santo
Patrono de los predicadores, 13 de septiembre


Educado por la madre, santa Antusa, Juan (que nació en Antioquía probablemente en el 349) en los años juveniles llevó una vida monástica en su propia casa.

Después, cuando murió la madre, se retiró al desierto en donde estuvo durante seis años, y los últimos dos los pasó en un retiro solitario dentro de una cueva con perjuicio de su salud. Fue llamado a la ciudad y ordenado diácono, luego pasó cinco años preparándose para el sacerdocio y para el ministerio de la predicación. Ordenado sacerdote por el obispo Fabián, se convirtió en celoso colaborador en el gobierno de la Iglesia antioquena. La especialización pastoral de Juan era la predicación, en la que sobresalía por las cualidades oratorias y la profunda cultura. Pastor y moralista, se preocupaba por transformar la vida de sus oyentes más que por exponer teóricamente el mensaje cristiano.

En el 398 Juan de Antioquía (el sobrenombre de Crisóstomo, es decir Boca de oro, le fue dado tres siglos después por los bizantinos) fue llamado a suceder al patriarca Netario en la célebre cátedra de Constantinopla. En la capital del imperio de Oriente emprendió inmediatamente una actividad pastoral y organizativa que suscita admiración y perplejidad: evangelización en los campos, fundación de hospitales, procesiones antiarrianas bajo la protección de la policía imperial, sermones encendidos en los que reprochaba los vicios y las tibiezas, severas exhortaciones a los monjes perezosos y a los eclesiásticos demasiado amantes de la riqueza. Los sermones de Juan duraban más de dos horas, pero el docto patriarca sabía user con gran pericia todos los recursos de la oratoria, no para halagar el oído de sus oyentes, sino para instruír, corregir, reprochar.

Juan era un predicador insuperable, pero no era diplomático y por eso no se cuidó contra las intrigas de la corte bizantina. Fue depuesto ilegalmente por un grupo de obispos dirigidos por Teófilo, obispo de Alejandría, y desterrado con la complicidad de la emperatriz Eudosia. Pero inmediatamente fue llamado por el emperador Arcadio, porque habían sucedido varias desgracias en palacio. Pero dos meses después era nuevamente desterrado, primero a la frontera de Armenia, y después más lejos a orillas del Mar Negro.

Durante este último viaje, el 14 de septiembre del 407, murió. Del sepulcro de Comana, el hijo de Arcadio, Teodosio el Joven, hizo llevar los restos del santo a Constantinopla, a donde llegaron en la noche del 27 de enero del 438 entre una muchedumbre jubilosa.

De los numerosos escritos del santo recordamos un pequeño volumen Sobre el Sacerdocio, que es una obra clásica de la espiritualidad sacerdotal. 

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