«La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre viniendo al mundo»
- 31 Diciembre 2015
- 31 Diciembre 2015
- 31 Diciembre 2015
La Virgen con el Niño
"Nada la plasma mejor que la imagen de una madre con su hijo/a en brazos"
José Arregi: "Navidad es esa ternura que ilumina la historia humana"
"Navidad es el sueño más antiguo de la humanidad" y "la fe en el poder de la bondad"
José Arregui, 30 de diciembre de 2015 a las 08:25
La Navidad nos dice: “Ama la vida y acógelo todo como es, para que llegue a estar bien”
(José Arregi, teólogo).- Este año pusimos un Nacimiento especial, sobre un lecho de hojas granates y amarillas, de arce y de ginkgo. Es especial como el motivo por el que una comunidad de cristianos y cristianas amigas de Pamplona nos lo regaló hace unos meses. Y es especial por la hechura: una única pieza de escayola policromada, llena de movimiento y dulzura, donde José levanta en sus brazos a Jesús, estrechándolo tiernamente contra su mejilla; María posa las manos y reclina suavemente la cabeza sobre el hombro de José, el hombre bueno. Unas ovejas recuestan su cabeza sobre otras y se hacen carantoñas, mientras otra, más grande y muy negra, acerca atentamente su cabeza hacia el centro del Misterio. Un aire de bondad lo envuelve todo.
La Navidad es esa ternura que ilumina la historia humana, el cosmos sin medida del que somos parte. Es la confesión de que la bondad engendra y sostiene la vida. Es la fe en que todo está eternamente movido por un latido profundo, creador, más grande y poderoso que el universo, más tierno y pequeño que el corazón de un recién nacido. Es la promesa de que el bien prevalecerá. Y es el compromiso por hacer que así sea.
Cada villancico navideño, cada figura de nuestros nacimientos te lo anuncia, como el ángel a María y a José: "No temas. Eres lleno, llena de gracia. La gracia es más fuerte que todos los daños, que todas tus contradicciones". ¿Exagera la Navidad? De nosotros depende.
Es el sueño más antiguo de la humanidad, y nada lo plasma mejor que la imagen de una madre con su hijo/a en brazos, una imagen presente en todas las culturas desde hace muchos milenios. La hallamos, por ejemplo, en la cultura neolítica Vincha a lo largo del Danubio de hace 5.000 años. En la misma época, conocemos sellos sumerios de la Diosa Madre Innana o Isthar con el niño en el regazo, e imágenes babilonias de Semiramis, madre virgen, con su hijo Tamuz en brazos. En el museo Vaticano se ve la escultura romana de la Diosa Madre Isis con su hijo Horus, del año 600 antes de Jesús.
No es extraño que los cristianos, desde muy pronto, representaran a María con el Niño. Uno de los primeros ejemplos lo tenemos en las Catacumbas de Pristila de Roma, del s. II: María está sentada con Jesús mamando en su pecho, mientras un tercer personaje señala una estrella. Es el icono de la Vida, del cielo en la tierra, de Dios en la carne. La ternura sostiene, nutre, cuida la vida. La bondad hace que Dios nazca y crezca en la tierra. No una bondad pasiva y sumisa, pues no es bondad; tampoco una bondad perfecta, pues no existe. La bondad concreta y siempre inacabada, activa y subversiva.
La Navidad es la fe en el poder de esa bondad. Es una invitación gozosa y amable a asentir a la vida, a dejarse llevar por este aliento vital poderoso y bueno que todo lo mueve, que palpita eternamente en todo cuanto es, desde las partículas de las partículas atómicas hasta las galaxias sin número ni medida. ¿De dónde nace ese aliento vital? No nace de la nada. ¿Acaso es fruto de un puro azar frío y ciego? ¿Existe acaso el "puro azar", el azar absoluto? Claro que el azar interviene en el origen y en el desarrollo de la vida, de cada uno de nosotros, pobres y preciosos vivientes. Pero decir "azar" es una forma de decir que ignoramos el por qué. Por lo demás, tampoco el llamado azar se produce de la nada, sino que acontece en un universo infinitamente complejo, abierto, relacionado. También el azar, como todo cuanto es, tiene lugar "en Dios", es decir, en el latido vital encarnado en todos los seres del mundo. El azar tiene lugar en un universo animado por el amor de la vida.
Nadie conoce todas las causas que explican su propio nacimiento, el nacimiento de la vida o del universo. Y la Navidad no explica por qué la realidad es como es, con todas sus muertes y dramas. Pero la Navidad proclama que, a pesar de todo, siempre podemos decir: "Todo está bien". Es decir: "Todo puede llegar a estar bien". La Navidad nos dice: "Ama la vida y acógelo todo como es, para que llegue a estar bien". Cuando alguien abraza a su hijo, a su hija, o lo sostiene en sus brazos, sabe que la ternura, el cariño, el cuidado existen. Anhela que existan, y se siente llamado a hacer que así sea, para que la vida nacida de sus entrañas viva y crezca y sea feliz. En sus manos está, como el hijo o la hija que alza en brazos. "Hágase".
Creo en la Navidad y quiero hacerla. Creo en la bondad. Creo en Jesús que, aun sin ser perfecto, pasó la vida haciendo el bien. Hágase también en mí. Será poca cosa lo que podemos hacer, pero hagámoslo, y crecerá sin fin.
Evangelio según San Juan 1,1-18.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
Santa Catalina Labouré
Santa Catalina Labouré, virgen
En París, también en Francia, santa Catalina Labouré, virgen de las Hijas de la Caridad, que de manera singular honró a la Inmaculada y brilló por su sencillez, caridad y paciencia.
Zoe Labouré, hija de un campesino de Fain-les-Moutiers, nació en 1806. Fue la única de una numerosa familia que no asistió a la escuela y no aprendió a leer ni a escribir. Cuando su madre murió, Zoe tenía ocho años. Algún tiempo después, su hermana mayor, Luisa, ingresó en el instituto de las Hermanas de la Caridad, de suerte que Zoe quedó encargada de hacer casa a su padre. A eso de los catorce años, la joven se sintió también llamada a la vida religiosa. Su padre se opuso un tanto; pero finalmente, en 1830, Zoe consiguió ingresar en la casa que tenían las hermanas de la caridad de San Vicente de Paúl en Chatillon-sur-Seine. En religión tomó el nombre de Catalina. Al terminar el postulantado, fue enviada al convento de París (rue du Bac), a donde llegó cuatro días antes de que las reliquias de san Vicente fuesen trasladadas de Notre-Dame a la iglesia de los lazaristas en la calle de Sevres. Al atardecer del día de esa fiesta, tuvo lugar la primera de las extraordinarias visiones que tuvo Catalina Labouré, pero no fue aquélla la más importantes, y transcurrieron tres meses desde entonces para que se iniciara la serie de tres apariciones trascendentales que habrían de dar fama mundial al nombre de la hermana. A eso de las 11.30 de la noche del 18 de julio de 1830, la hermana Catalina despertó sobresaltada y se encontró ante «un niño resplandeciente» que la invitaba a seguirle con un gesto de su mano. El niño la condujo a la capilla de las monjas donde la aguardaba la Santísima Virgen. La entrevista se prolongó durante dos horas y, según se supo más tarde, en el curso de la misma, la Madre de Dios le advirtió que la tenía destinada a una tarea muy difícil y le reveló ciertos sucesos futuros, como la muerte violenta de un arzobispo de París que habría de ocurrir, como ocurrió en efecto, cuarenta años más tarde (Mons. Darboy, en 1871). La segunda aparición tuvo lugar el 27 de noviembre, cuando Nuestra Señora se manifestó a Catalina en la misma capilla.
En aquella ocasión, la Madre de Dios no habló, pero en cambio se apareció inmóvil y resplandeciente, como la figura de una estampa. Parecía estar dentro de un gran círculo luminoso, de pie sobre una esfera; tenía las manos extendidas hacia abajo, y de sus palmas irradiaban rayos de luz. En torno a la figura de la Virgen aparecía la siguiente inscripción: «¡Oh, María, concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos¡», En un momento dado, la imagen pareció darse la vuelta y, en el reverso apareció una «M» coronada por una cruz y con dos corazones debajo, uno ceñido por una corona de espinas y el otro traspasado por una espada. En el mismo momento, Catalina creyó oír una voz que le mandaba acuñar una medalla con aquella imagen y aquellos símbolos. La misma voz prometía que, cuantos portasen la medalla con devoción, recibirían grandes gracias por la intercesión de la Madre de Dios. La visión se repitió al mes siguiente y en varias ocasiones más, hasta el mes de septiembre de 1831. La hermana Catalina refirió todo a su confesor, el P. Aladel, quien investigó cuidadosamente el asunto y, convencido de su autenticidad, obtuvo del arzobispo de París, Mons. de Quélen, el permiso de acuñar la medalla. En junio de 1832, quedaron listos los primeros 1500 ejemplares de la que se conoció desde entonces como la medalla «milagrosa». Según parece, ese nombre se le dio a causa de las circunstancias maravillosas de su origen, más que a milagros relacionados con ella. En seis años, se vendieron 130.000 ejemplares de la «Noticia histórica de los orígenes y efectos de la Medalla Milagrosa», obra del P. Aladel, publicada en 1834 y que fue traducida a varios idiomas, incluso al chino.
En 1836, el arzobispo de París instituyó una investigación canónica sobre las visiones. Pero la hermana Catalina no compareció ante los miembros de la comisión. Las precauciones que la santa había tomado para permanecer ignorada, la promesa que había arrancado al P. Aladel de no revelar su nombre a nadie, el secreto absoluto que había guardado sobre las visiones, excepto ante su confesor y su repugnancia a comparecer ante las autorirdades eclesiásticas, explican por qué los miembros de la comisión no hablaron con ella. El tribunal tomó en consideración las circunstancias, el carácter de la visionaria, la prudencia y buen juicio del P. Aladel y falló en favor de la autenticidad de las visiones. La popularidad de la medalla creció rápidamente, sobre todo a partir de la conversión de Alfonso Ratisbonne en 1842. Era éste un judio alsaciano que había aceptado, sin entusiasmo alguno, llevar la medalla y más tarde, tuvo una aparición de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa en la iglesia de Sant'Andrea delle Trate, de Roma. En seguida, recibió el bautismo y posteriormente se ordenó sacerdote y fundó la congregación religiosa de los Padres y las Hermanas de Sión. También se hizo una investigación canónica sobre la visión de Alfonso Ratisbonne. El informe de la comisión y el del arzobispo de París, se usaron a fondo en el proceso de beatificación de Catalina Labouré, sobre cuya vida personal se sabe muy poco. Sus superiores la calificaron de «más o menos insignificante, realista y poco imaginativa, fría y casi apática». Desde 1831 hasta su muerte, ocurrida el 3I de diciembre de 1876, la santa vivió sin hacerse notar en el convento de Enghien-Reuilly, donde ejerció los cargos de portera, encargada del gallinero y encargada del cuidado de los ancianos del hospicio. Ocho meses antes de su muerte, Catalina reveló a su superiora, la Madre Dufes, las gracias extraordinarias que había recibido. Todo el pueblo se volcó en sus funerales. Poco después, un niño de once años, inválido de nacimiento, fue curado instantáneamente en el sepulcro de la santa. Catalina Labouré fue canonizada en 1947. Se ha escrito mucho sobre Catalina y la Medalla Milagrosa. Probablemente la biografía más conocida es la del P. E. Crapez. Mencionemos también la biografía del P. E. Cassinari. Anterior a éstas es la obra de Lady Georgiana Fullerton, Life and Visions of a Sister of Charity (1880). fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santo Tomás de Aquino (1225-1274), dominico, teólogo, doctor de la Iglesia Comentario sobre san Juan, I, 178s
«La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre viniendo al mundo»
«Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la Vida, os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3)... El Verbo encarnado se dio a conocer a los apóstoles de dos maneras: en primer lugar lo reconocieron a través de la vista, como recibiendo del mismo Verbo el conocimiento del Verbo, y en segundo lugar a través del oído, recibiendo esta vez el conocimiento del Verbo por el testimonio de Juan el Bautista.
Refiriéndose al Verbo, Juan evangelista afirma primero: «Hemos visto su gloria»... Para san Juan Crisóstomo estas palabras van unidas a lo que precede en el evangelio de Juan: «El Verbo se hizo carne». El evangelista quiere decir: la encarnación nos ha conferido no tan sólo el beneficio de poder ser hijos de Dios, sino también el poder ver su gloria.
En efecto, unos ojos débiles y enfermos no pueden por ellos mismos mirar la luz del sol; pero cuando brilla dentro de una nube o en un cuerpo opaco, entonces sí pueden contemplarlo. Antes de la encarnación del Verbo, los espíritus humanos eran incapaces de mirar la luz misma «que ilumina a todo hombre». Así que, a fin de que no se vieran privados del gozo de verla, la misma luz, el Verbo de Dios, se quiso revestir de nuestra carne para que pudiéramos contemplarla.
Entonces, los hombres «se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube» (Ex 16,10), es decir, al Verbo de Dios hecho carne... Y san Agustín señala que para que nosotros pudiéramos ver a Dios, el Verbo curó los ojos de los hombres haciendo de su carne un colirio salutífero... Por eso inmediatamente de haber dicho: «El Verbo se hizo carne» el evangelista añade: «Y hemos visto su gloria» como para decirnos que después de haber aplicado el colirio, sanaron nuestros ojos... Es esta la gloria que Moisés deseaba ver y de la cual no vio más que la sombra y el símbolo. Los apóstoles, por el contrario, vieron su mismo esplendor.
Y la Palabra se hizo carne
Juan 1, 1-18. Dejar que la luz de la cueva de Belén entre en nuestro entendimiento y sobre todo en nuestro corazón.
Oración introductoria
Señor Jesús, ante un año más que termina te suplico humildemente que me concedes vivir junto a Ti el nuevo año, que está por comenzar para que sea una nueva oportunidad de mejorar mi servicio a los demás.
Ven, Espíritu Santo, y guía esta oración para que sepa encontrar en ella la luz que guíe mi propósito de crecer en el amor.
Petición
Jesús, no quiero pedirte nada, sino darte las gracias por todos tus beneficios, pues sé que todo lo que soy y todo lo que tengo es un don tuyo.
Meditación del Papa Francisco
Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios.
La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. (Papa Francisco, encíclica Lumen fidei, n. 4)
Reflexión
Hoy nuestros ojos ven la luz para no andar en tinieblas. Cristo niño se nos presenta como la estrella que guiará nuestros pasos en la noche de la vida, pues cuando la noche es más negra es cuando más brillan las estrellas, es cuando más fuerte brilla Cristo en nuestro corazón.
Embiente de la Navidad es uno de los períodos que más disfrutamos y que más deseamos. Tal vez si nos dieran a elegir por un estado permanente en nuestra vida escogeríamos la Navidad. No sólo por los regalos, fiestas, turrones y música, sino porque en el fondo resuenan palabras de amor, de esperanza, de perdón que nos gustaría escuchar más a menudo.
En este día nuestros ojos contemplan la imagen de un niño que como todo recién nacido, cautiva por su sencillez, por su hermosura, por su debilidad. Experimentamos la necesidad de prestarle nuestra ayuda y nuestra atención. Esto es lo que admiran nuestros ojos materiales: un niño que llora, duerme y sonríe. Pero nuestros ojos espirituales vislumbran por la fe al Verbo hecho carne por amor a nosotros los hombres.
Está de nuestra parte, por tanto, que nosotros aceptemos esa luz que viene a iluminar nuestro corazón, que viene a traernos la alegría y sobre todo la esperanza y el amor, a pesar de que muchos hombres se esfuercen por apretar los ojos para no ver la Luz que es Cristo. Podemos pensar la imagen de Cristo en el portal a través de un prisma en donde todos sus rayos son rayos que reflejan a un padre bueno, no tirano ni cruel, a un amigo con el que siempre podemos contar, a un hermano que nos prestará su apoyo incondicional para realizar nuestras pequeñas o grandes empresas. Así se nos presenta hoy el Verbo encarnado, como un destello de esperanza y de amor. Sólo necesitamos dejar que la luz de la cueva de Belén penetre en nuestro entendimiento y sobre todo en nuestro corazón.
Propósito
Como parte de la celebración del fin de año, leer un pasaje del Evangelio que hable sobre el amor de Dios.
Diálogo con Cristo
Señor, gracias por darme tu Palabra para conocer el camino que me puede llevar a la santidad. Gracias por tu amor y por todas las gracias que me has concedido. Me duele mucho el haberte fallado tantas veces, te pido perdón por esas ocasiones que no supe amar, confío en tu misericordia. Te suplico que mis actitudes y actos concretos
estén siempre impregnados por el amor.
Deseo dormir en paz la última noche del año
Quiero asomarme a la ventana de mi casa y mirar hacia atrás, hacia ese camino que he recorrido durante todo el año.
Se fue un año más.
Al final del año es conveniente hacer un balance de los 365 días, para ver qué se hizo con ese año de vida. Conviene también saldar todas las deudas que se tienen con Dios y con los demás.
Quiero asomarme a la ventana de mi casa y mirar hacia atrás, hacia ese largo camino que he recorrido durante todo el año.
Si algo puedo ver, es que cada día de ese año transcurrido estuvo lleno del amor de Dios. Estoy en deuda con Él; por eso mi primera palabra al final del año es: ¡Gracias!.
Pero, al lado de tantas bondades de ese Dios, está la triste historia de la ingratitud y la mediocridad para con ese gran amigo. Por eso la segunda palabra tiene que ser: "¡Perdóname todos los errores, todas las mediocridades!. ¡Yo sé que me perdonas!"
Pero hay una tercera palabra que quiero decir: "Te pido un gran año para hacer con el una gran tarea, ayúdame a que este año que empieza sea mejor, que valga la pena vivir. Conviértelo en un gran año. Que aquello de "próspero año nuevo" no se quede en una ironía, sino en una verdad.
También quiero, al final del año, saldar cuentas con mi prójimo, quiero sacar de mi espíritu, arrancar, tirar todos los rencores, odios, resentimientos hacia mis hermanos. Quiero terminar el año bien con todos. Quiero poder decir que no tengo malos sentimientos hacia ningún ser humano.
Es hora de pedir perdón a todos los que en el camino he herido, molestado, desairado. A los que tenían derecho a esperar una respuesta y no se la di, a los que necesitaban una palabra de aliento y me quedé con ella. A los que encontré tirados en el camino de la vida, desesperados, tristes, vacíos de Dios y de ilusión, y pasé de largo porque tenía mucha prisa. Quiero pedirles perdón.
Deseo dormir en paz la última noche del año y despertar con el alma renovada para emprender la nueva jornada de este año que comienza.
Es importante recordar que este año será lo que cada uno haga con él. ¿Será el mejor o será el peor? ¿Será uno de tantos, ni bueno ni malo, sino todo lo contrario? De cada uno de nosotros depende.
Dios que te da ese año nuevo es el que más ardientemente te dice: ¡FELIZ AÑO 2016!
Al Dios que me dio la vida, ¡gracias!.
Al Dios de mis días felices, ¡gracias!.
Al Amor de mis amores, ¡gracias!.
Puesto que al final de la vida me examinarán del amor, perdóname por no haber amado lo suficiente, y concédeme morir de amor.
La más honda historia de amor Madre, Madre nuestra
María no se jubiló de la maternidad. Ejerce de madre, tal vez porque es lo único -¡lo único!- que sabe hacer : José Luis Martín Descalzo
Si preguntásemos a los creyentes cuál ha sido la más bella historia de pureza y virginidad que ha producido nuestro planeta, estoy seguro de que una gran mayoría nos responderían sin dudar que la de María. Y si les interrogásemos por la historia de la mujer que con mayor coraje ha soportado el dolor, pensaron en seguida en la Virgen de los Dolores. Pero ya no serían muchos los que se acordasen de la fe de María si les pidiésemos el nombre del ser humano que más hondamente vivió su fe. Y poquísimos o tal vez nadie nos presentaría la historia de María como la más honda historia de amor. Y es que se habla mucho de las virtudes de María, pero menos de la raíz amorosa de todas ellas. Incluso se piensa que el amor de María fue, en todo caso, un amor «raro», ya que, asombrosamente, los hombres unimos la idea de amor a la de apasionamiento romántico, cuando no la emparejarnos con la de la carne y terminarnos llamando amor «platónico» a todo el que no se expresa carnalmente y ponemos en ese calificativo un tono despectivo corno si se tratara de un amor metafórico, una especie de sustitutivo del verdadero amor. Hay predicadores que parecen avergonzarse de hablar del amor de María a José, como si en ello pudiera haber algo turbio. Y hasta prefieren muchos hablar de la «caridad» de María como si todo su amor a Dios se hubiera realizado con una especie de efluvio místico y no con todo su corazón de mujer.
Y, sin embargo, no conocemos historia de amor como la de María. Yo pienso incluso que si tuviera que escribir una «historia del amor», me limitarla a narrar la de María. Y que toda la vida de la Virgen podría contarse perfectamente desde la única clave del amor.
Un gran amor cuya plenitud empieza, asombrosamente, por un ancho vacío. Un vaciado de egoísmos. Porque la razón por la que los más de los hombres no nos llenarnos de amor es que estamos ya llenos de nosotros mismos. Como una tierra a la que la planta de nuestro propio orgullo le devorase todo su jugo, así no se puede sembrar en nuestras almas ningún otro árbol. Vivimos tan pensando en nuestras cosas que ni llegamos a enterarnos de que hay otros seres a los que amar. Nos volvemos infecundos al autoadorarnos. El egoísmo es una especie de interminable mas- turbación del alma. ¿Cómo podría amar quien siempre tuviera llena su boca con la palabra yo-yo-yo?
María pudo amar mucho y recibir mucho porque toda su infancia y adolescencia fue un permanente vaciarse de sí misma. Vivía a la espera de algo más grande que ella. El centro de su alma estaba fuera de sí misma, por encima de su propia persona. No sabia muy bien lo que esperaba, pero era pura expectación. No sólo es que fuera virgen, es que estaba llena de virginidad, de apertura integral de alma y cuerpo. Alguien la llenaría. Ella no tenía más que hacer que mantener bien abiertas sus puertas. Era libre para amar porque era esclava. Podía ser reina, porque era servidora. Podía ser llena de gracia, porque estaba vacía de caprichos, de falsos sueños, de intereses, de esperanzas humanas. Podía recibir al Amor, porque no se había atiborrado de amorcillos.
Y su amor a José era parte del gran amor, un camino misterioso. No sabia aún muy bien cómo se realizaría aquel noviazgo suyo, pero si intuía que, en todo caso, formara parte de un plan más ancho que sus ilusiones de muchacha. Por él, a través de él o quizá sólo a la sombra de él, vendría la gran fecundidad, una fecundidad más grande que ellos dos. En todos los enamoramientos -lo sabía- hay algo de misterio y tanto más cuanto más amor. El suyo era un misterio que, más que desbordarles, les ensancharla, les multiplicaría las almas. Una gran vocación nunca rebaja o recorta: dilata, estira, agranda. Así entraron ellos en su matrimonio, como una tierra que espera una semilla, aunque no podían sospechar qué honda y enorme sería la suya.
Y así llegó a su alma y a su seno un Amor que era mucho más grande que el que ella hubiera podido, con sus fuerzas de mujer, fabricar e incluso soñar. Ahora se dio cuenta de que su amor de muchacha había sido sólo un prólogo, una lejana intuición del que la invadiría. Pues si es cierto que había sido elegida porque antes amaba, también lo es que ahora amaba multiplicadamente porque había sido elegida.
¿Cómo pudo tanto Amor caberle dentro? Esto no lo entendería nunca, sólo la fe vislumbraba desde lejos el tamaño que había tomado su alma. Jamás en ser humano alguno cupo tanto Amor. Jamás soñé nadie engendrar un Amor semejante. Y, sin embargo, «cabía» en ella. Porque el enorme Amor se había hecho pequeñito, bebé. ¡Un bebé-Dios, qué cosas! Y ella era madre en el sentido más literal de la palabra. Pero «tan» madre que parecía imposible. Tenía el cielo en su corazón y en su seno. Sólo Dios podía hacer realizable esa paradoja del infinito empequeñecido que la habitaba.
Y desde entonces su alma, más que llena de amor, lo estaba de vértigo. Toda vocación nos desborda, nos saca de nosotros mismos, tira del alma hacia arriba, nos aboca al riesgo. ¿Cómo no desgarró su alma aquella tan enorme? ¿Cómo pudo soportar ella .el tirón de todos los caballos de Dios cabalgándole dentro?
No se hizo, claro, sin desgarramiento. Y es que, antes o después, todo amor se vuelve prueba y desconcierto. No hay amor sin Vía Crucis. Y María recorrió todas las estaciones. Entrar primero a oscuras en la penumbra de la fe. Pasar luego por los túneles de la desconfianza. Exponerse a perder el amor de José para proteger el otro gran Amor. Conocer las dulces rechiflas de las murmuraciones y las sospechas. Y callar. Callar, la más difícil asignatura que tiene que aprobar todo amor. Olvidarse de sí misma y, sin defenderse, descubrir el otro gran rostro del amor: el que nos empuja a difundirlo. Pues por amor va corriendo hacia Isabel. Alguien la necesita. ¿Cómo podría ella quedarse cómoda en casita, esperando acontecimientos, cuando alguien está pasando una prueba parecida a la suya, aunque infinitamente menor?
Y allá va el amor de la muchacha corriendo campo a través para, sin preocuparse de la tormenta interior, volcarse en el canto de las misericordias de Dios sobre ella y su pueblo. El amor es poeta y del fuego interior sale esa milagrosa llamarada del Magnificat: Dios es grande aunque a veces nos vuelva locos con sus cosas.
Y Belén, que es la patria natal del amor. Dicen que no se puede querer una cosa que no se llega a estrechar entre los brazos. Y ahora el infinito amor se ha hecho digerible, abrazable, abarcable. Se le puede llamar Hijo. Ahora sí que el pequeño amor humano de María toma los límites de la eternidad, y por primera y única vez en la historia «el Amor es amado» si no como él merece, sí al menos esta vez sin metáforas, «con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas». Pues no hay un solo rincón en María que no esté amando.
Y, tras la pausa de gozo, el amor prosigue su Vía Crucis. Simeón le explica que el amor no es una confitería, que siempre hay una espada en el horizonte, que el dolor es el crisol del amor. Y hay que empezar a amar de esa manera absurda que es huir en la noche porque este mundo empieza a no soportar al amor apenas ha nacido. Amar -ahora lo entiende María bien- no es una historia de besos y caricias, no son las dulces consolaciones del alma, no es una fogarata de entusiasmo enamorado; es luchar por aquello que se ama, dejándose tiras de alma en las aristas de la realidad.
Para dejar luego paso al mejor de los amores: al amor gris, al lento y aburrido amor de treinta años sin hogueras, con el caliente rescoldo del amor de cada día. ¿Puede realmente llamarse amor al que no ha cruzado el desierto de treinta años de silencio? El paso de los días y los meses quita brillo al amor, pero le presta hondura y verdad. El tiempo -y no el entusiasmo- es la prueba del nueve del amor. Los amores de teatro duran horas o, cuando más, semanas. Los auténticos surgen de la suma de días y días de hacer calladamente la comida, acarrear el agua y la leña, estar juntos cuando ya no se tiene nada nuevo que decir. En Nazaret no se vive una «locura de amor»; se vive el denso, callado, lento, cotidiano, oscuro y luminoso, el enorme amor construido de infinitos pequeños minutos de cariño. Allí se ama a un Dios que no mima, a un Dios que parece haberse olvidado de nosotros, con un amor que parecería ser de ida sin vuelta. Un amor sin ángeles consoladores. La esclava descubre que aquello no fue una palabra, que la tratan realmente como una esclava, sin otro reino que sus manos cansadas.
Y después la soledad. Tampoco hay amor verdadero sin horas de soledad y abandono. Porque el Hijo-Amor se ha ido lejos, a su gran locura, y la madre tiene que vivir un amor de abandonada. ¿Abandonada? No en el corazón, pero sí en la cama del muchacho vacía, en la puerta que nunca cruza nadie.
Luego el amor se vuelve tragedia. ¿Puede decir que ha amado quien jamás ha sufrido por su amor? Santa María del amor hermoso es hermana gemela de Santa María del mayor dolor. Las cruces tienen una extraña tendencia a crecer en el corazón. Con la única diferencia de que en los corazones que aman esa cruz está llena y no vacía. Pero todas las cruces tienen sangre. Y todo amor se vive a contra muerte.
Por fortuna, ningún dolor es capaz de ahogar una esperanza verdadera. Y en la tarde de todos los sábados se junta al vacío de la soledad la plena luz de la esperanza. El amor es más fuerte que la muerte, cuanto más el Amor. El de María también es inmortal.
Y resucitará el domingo en el abrazo total, el amor sin eclipse de la mañana pascual. Porque sólo detrás de la muerte el amor está a salvo, definitivamente invencible, vuelto ya sólo luz. Ahora ya, sin temores, sin riesgos, puede decir que «sólo en amar es nú ejercicios, volver a engendrar, ahora con el alma.
Una alegría que no logra empañar la nostalgia de la ausencia, durante esos años en los que se diría que hay dos cielos: uno arriba y otro, prestado, en el alma amante de Maria. ¿No es cielo allí donde está Dios?
Y, al fin, morir de amor. «No sólo -escribirá Terrién- murió en el amor y por el amor, sino también de amor. Morir de amor es tener por causa próxima de la muerte al amor mismo.»
Y luego, todavía el amor: «dedicarse» por toda la eternidad a ser madre de los hombres. María no se jubiló de la maternidad. Sigue engendrando, engendrándonos. Ejerce de madre, tal vez porque es lo único -¡lo único!- que sabe hacer. ¡Y qué bien lo hace! ¿Por qué entonces le pedimos que vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos cuando sabemos que no tiene ojos sino para nosotros, Madre, Madre nuestra?
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El papa Francisco seguirá desafiando las reticencias internas para reformar el Vaticano en 2016, cuarto año de su pontificado, marcado además por el Jubileo, su viaje a México y las esperadas recomendaciones a la familia.
El papa argentino, Jorge Mario Bergoglio, quien acaba de cumplir 79 años, cumplirá una agenda apretada si bien concluye el 2015 con un fuerte resfriado.
Francisco tiene programado realizar el próximo año un viaje importante a América Latina, a México, en febrero, una gira de seis días, muy densa, que incluirá una visita al santuario de la llamada Emperatriz de América, la virgen de Guadalupe, y que también lo llevará a lugares violentos como Ciudad Juárez.
Durante la visita al segundo país más católico de América Latina el papa latinoamericano recorrerá lugares relacionados con los diferentes problemas de la región: la situación de los pueblos indígenas, el impacto del tráfico de drogas, la dura inmigración a Estados Unidos, todos asuntos que conoce de cerca y que denuncia desde que era arzobispo de Buenos Aires.
Su segundo viaje del año lo llevará en julio al sur de Polonia, a Cracovia para presidir la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). En esa ocasión visitará seguramente el campo de exterminio nazi de Auschwitz.
Se trata de los únicos dos viajes que han sido confirmados, aunque no se excluye que decida a última hora aceptar otras invitaciones, fiel a su estilo informal y descomplicado.
Un país europeo de las "periferia", Armenia, podría ser uno de los escogidos ya que Francisco desea rendir homenaje al pueblo armenio tras haber denunciado este año el genocidio armenio en 1915/16 bajo el Imperio Otomano.
Francia y Argentina han sido excluidas por ahora de la agenda del 2016, aunque el nuevo presidente de Argentina, Mauricio Macri, será recibido en el Vaticano por el papa Francisco en enero e insistirá de nuevo en invitarlo.
Tampoco se excluye que el papa cumpla la promesa anunciada de visitar Colombia tras la firma de la paz en ese país, prevista para marzo de este año.
La jerarquía de la iglesia colombiana tiene varias reuniones previstas en enero en el Vaticano y hay quienes esperan que el deseado viaje se celebre en mayo o junio, debido a que fueron anulados varios desplazamientos del papa dentro de Italia así como varias audiencias generales de los miércoles, sin precisar la razón.
Tampoco se excluye que Francisco clausure el año del jubileo en noviembre con un acto emblemático por la paz en Colombia, un llamado mundial a favor del perdón, la reconciliación y la misericordia, tema central del año santo extraordinario.
La reforma seguirá en marcha
Paralelamente, el pontífice proseguirá la reforma de la Curia Romana, el gobierno central de la Iglesia, un complejo proceso que encuentra fuertes resistencias y genera mucha preocupación.
"La reforma de la Curia seguirá adelante con determinación", advirtió el papa durante el tradicional mensaje de Navidad a los cardenales y obispos pronunciado el pasado 21 de diciembre y que cayó como una ducha fría entre los prelados que trabajan en el Vaticano.
El papa deberá fusionar dicasterios (ministerios), reorganizar la burocracia, reducir personal así como modernizar el sistema de comunicaciones, después de haber comenzado a tocar el sistema económico y financiero, generando mucho malestar interno, al tocar privilegios.
El método de Francisco irrita a muchos sectores internos y no sólo a los conservadores, que lo acusan de autoritarismo, de irascible y sobre todo de impredecible, según fuentes religiosas.
El papa argentino, que no tenía experiencia en el manejo de la Curia, evita consultar a sus funcionarios, confía poco en ellos, por lo que goza de poca popularidad dentro del Vaticano, mientras crece a nivel mundial, en particular entre laicos y defensores del medio ambiente por su encícilica "Laudato sii", una petición a favor de los pobres y la naturaleza. (RD/Agencias)