«Dejándolo todo, se levantó y le siguió»: la cuaresma conduce al bautismo

Un abrazo histórico

"Somos hermanos, tenemos el mismo bautismo", dice el Papa al patriarca
Francisco y Kirill: un abrazo esperado durante mil años
"Me alegro mucho de encontrarnos. Podemos conversar de corazón a corazón", contesta

Jesús Bastante, 12 de febrero de 2016 a las 20:14

En apenas dos horas, se espera que ambos mandatarios aparezcan juntos en público para firmar una declaración conjunta y, quién sabe, apuntalar un futuro, y también histórico, viaje de Francisco a Rusi

(Jesús Bastante).- Un abrazo contenido durante mil años. Así de intenso, así de esperado, fue el que esta noche se han dado el Papa Francisco y el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill, en el aeropuerto de La Habana. "Me alegro mucho de que nos podamos haber encontrado", dijo Kirill tras el histórico momento, que ahora continúa como una reunión privada. "Somos hermanos, tenemos el mismo bautismo", señaló, visiblemente emocionado, Bergoglio.

"A pesar de las dificultades que siguen existiendo, tenemos la oportunidad de conversar corazón a corazón", subrayó el máximo líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Por su parte, Francisco quiso agradecer a Kirill "que haya tenido la generosidad de cambiar la fecha del viaje a Cuba, coincidiendo con mi visita a México".

Un abrazo, y tres besos, como reza la tradición ortodoxa. Mucha alegría en sus rostros, y en la de los acompañantes. Todo el mundo está pendiente de este momento. No podía ser en la vieja Europa, donde un milenio antes se rompió la cristiandad, sino en el Nuevo Mundo, en el primer rincón que pisara Cristóbal Colón.

«Ahora las cosas son más fáciles», dijo Kirill. «Está más claro que es la voluntad de Dios», añadió Francisco.

Después de un vuelo agotador -11 horas y 14 minutos de vuelo transoceánico- Bergoglio aterrizó pocos minutos antes de las ocho de la tarde (hora española) en el aeropuerto "José Martí" de La Habana. El vuelo de Alitalia portaba, como es tradicional, las banderas de Cuba y el Vaticano. Lucía el sol en La Habana, como si el cielo se alegrara de un encuentro esperado durante siglos.

En la escalerilla le esperaban el cardenal de La Habana, Jaime Ortega, y Kurt Koch,responsable de las relaciones del Vaticano con otras confesiones, y uno de los artífices del encuentro. También el presidente Raúl Castro se acercó a recibir a Francisco.

Junto a él, se encaminaron hacia una de las salas del aeropuerto, donde le esperaba Kirill. Francisco y Castro, Francisco y Ortega... dos conversaciones afables y cómplices. Se espera mucho de lo que esté ocurriendo en este momento. El encuentro, de carácter privado, es el primero entre el patriarca ortodoxo rusa y el Papa de Roma desde el Gran Cisma de 1054. En apenas dos horas, se espera que ambos mandatarios aparezcan juntos en público para firmar una declaración conjunta y, quién sabe, apuntalar un futuro, y también histórico, viaje de Francisco a Rusia.

Francisco y Kirill firman la declaración conjunta

Kirill: "Debemos trabajar juntos por nuestras iglesias y por el futuro de la civilización"
Francisco: "Estoy convencido de que la unidad se podrá realizar"
El Obispo de Roma y el Patriarca de Moscú firman una declaración conjunta ante Raúl Castro

Jesús Bastante, 12 de febrero de 2016 a las 22:49

 Hablamos como hermanos, tenemos el mismo bautismo, somos obispos. Hablamos de nuestras iglesias, sabemos que la unidad se hace caminando. Y hablamos claramente, sin medias palabras

(Jesús Bastante).- "Les confieso que he sentido el Espíritu Santo. Si esta energía continúa, La Habana será la capital de la unidad". Dos horas después del histórico abrazo, Francisco y Kirill firmaron una declaración conjunta y se comprometieron conjuntamente a trabajar por la paz y la unidad entre todos los cristianos. "Hemos salido con iniciativas que son viables y se podrán realizar", subrayó el Papa, sin querer separarse del patriarca. La unidad, después de casi mil años, parece más cercana que nunca. La salida de ambos mandatarios, con Raúl Castro como anfitrión, ante la opinión pública, fue sobrecogedora. A ambos lados de una sencilla mesa, los representantes de las delegaciones católica y ortodoxa. Al fondo, un icono de la Virgen. Kirill y Francisco, Francisco y Kirill, firman una declaración conjunta, escrita en ruso e italiano. Y después, lejos de abandonar la estancia y dejar a medio mundo con la miel en los labios, hablan. Sin papeles, desde el corazón.

Primero Kirill, quien subrayó cómo "debemos trabajar juntos por nuestras iglesias, por nuestros creyentes, por los cristianos y por su futuro, y por el futuro de la civilización". El patriarca, que calificó el encuentro como "muy interesante", incidió en que "las dos iglesias podrían colaborar en todo el mundo protegiendo a los cristianos".

"Podemos trabajar juntos para prevenir las guerras, para que en todo el mundo se respete la vida humana y para que se respeten los valores de la familia, de la sociedad, y todo esto con la participación de la Iglesia en la vida de la sociedad humana moderna", concluyó Kirill.

Por su parte, Francisco confesó que "hablamos como hermanos, tenemos el mismo bautismo, somos obispos. Hablamos de nuestras iglesias, sabemos que la unidad se hace caminando. Y hablamos claramente, sin medias palabras. Yo les confieso que he sentido la consolación en este diálogo, he sentido el Espíritu Santo".

Al tiempo, agradeció "la humildad fraterna de Su Santidad y la energía con la que el patriarca ha mostrado su intención de trabajar por la unidad. Estoy convencido de que se podrá realizar".

También quiso el Papa dar las gracias al metropolita Hilarion, y al cardenal Koch, jefes de los equipos de diálogo de cada una de las iglesias, y "un sentido agradecimiento a Cuba, al pueblo cubano y a su presidente aquí presente. Le agradezco su disponibilidad activa. Si esta energía continúa, La Habana será la capital de la unidad".

"Que esto sea para el bien del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sobre el manto y la protección de la Madre de Dios, y gracia para todos los fieles", finalizó el Papa, antes de volver a salir de la sala con Kirill. Para hablar un poco más, para abrazarse, antes de su marcha hacia México. Mil años siempre se quedan cortos ante un abrazo tan relevante. Poco después, ya sin solideo, y tras abrazarse efusivamente con Raúl Castro y, sobre todo, con el cardenal Ortega, el Papa ponía rumbo a México. Próxima escala de un viaje que, antes de comenzar, ya será calificado como histórico.

Evangelio según San Lucas 5,27-32. 

Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?". Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan". 

San Cirilo de Jerusalén (313-350), obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia Catequesis bautismales, n° 1

«Dejándolo todo, se levantó y le siguió»: la cuaresma conduce al bautismo

Sois ya discípulos de la nueva Alianza y partícipes de los misterios de Cristo, ahora por vocación, pero dentro de poco también como un don: haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo (Ez 18,31) para que se alegren los moradores del cielo. Pues si, como dice el evangelio, «habrá alegría por un solo pecador que se convierte»( Lc 15,7), ¿cuánto más no moverá a la alegría a los habitantes del cielo la salvación de tantas almas?

Habiendo entrado por un camino ancho y hermoso, recorred cautelosamente la senda de la piedad. Pues el unigénito Hijo de Dios está plenamente dispuesto para vuestra redención y señala: «Venid todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré»( Mt 11,28). Los que lleváis el pernicioso vestido de vuestras ofensas y estáis oprimidos por las cadenas de vuestros pecados, escuchad la voz del profeta que dice: «Lavaos, purificaos, quitad de delante de mis ojos las maldades de vuestra alma»( Is 1,16), de modo que os aclame el coro de los ángeles:

«Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado»( Sal. 31,1). Los que habéis encendido hace poco por primera vez las lámparas de la fe, sostenedlas en las manos sin que se apaguen, para que aquel que en otro tiempo abrió por la fe el paraíso al ladrón en este santísimo monte del Gólgota (Lc 23,43) os conceda también a vosotros cantar el cántico nupcial.

Si alguno es ahora esclavo del pecado, prepárese mediante la fe para la regeneración liberadora de la adopción filial. Y abandonada la funesta servidumbre de los pecados, una vez dedicado al dulce servicio del Señor, será juzgado digno de disfrutar la herencia del reino celestial. Desvestíos por medio de la confesión del hombre viejo, que se corrompe por las concupiscencias del error, para revestiros del hombre nuevo, que se renueva por el conocimiento de aquel que le creó. Recibid por la fe las arras del Espíritu (2Co 5,5) para que podáis ser recibidos en las moradas eternas. Acercaos (a recibir) el sello espiritual para que podáis ser reconocidos favorablemente por vuestro dueño.

San Gregorio II

San Gregorio II (715-731), considerado por algunos historiadores como el mejor Papa del siglo VIII, fue digno sucesor de Gregorio Magno, a quien se pareció en la alteza de miras que lo guió en todas sus acciones y en la magnitud de empresas en que tuvo que intervenir.

Procedente de una ilustre familia patricia nació en Roma, donde recibió la educación propia de la nobleza en el palacio de Letrán. De este modo se apropió ya desde un principio aquella erudición eclesiástica que luego lo distinguió y tan excelentes servicios prestó a la Iglesia. Algunos autores suponen que fue monje benedictino, pero los bolandistas lo desmienten. En realidad, no aparece como tal en todo el desarrollo de su actividad eclesiástica. Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia, pues el papa Sergio I (687-701) lo puso al frente de la tesorería pontificia y luego lo ordenó de diácono. En medio de todas estas ocupaciones y honores eclesiásticos, distinguióse Gregorio ya desde entonces por la sencillez y humildad de su conducta, así como también por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.

Pero Dios lo tenía destinado para altas empresas y para defender a su Iglesia en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso introducirlo pronto en los asuntos más trascendentales que entonces se debatían. El papa Constantino I (708-715), a quien él debía suceder en el solio pontificio, tuvo que hacer un viaje a Oriente, con el objeto de terminar las discusiones que habían surgido después del célebre concilio Quini-Sexto o Trullano II, del año 692. Tomó, pues, consigo como asesor y técnico al diácono Gregorio, y notan los historiadores del tiempo que, gracias a su profundo conocimiento de las cuestiones eclesiásticas, se fueron resolviendo pacíficamente las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la acogida de que fueron objeto el Papa y su acompañante fue realmente tan grandiosa, que en nada presagiaba las turbulencias que debían seguirse poco después.

No mucho después, el 19 de mayo del año 715, a la muerte de Constantino I, Gregorio fue elegido Papa y como tal tuvo que intervenir desde un principio en importantes asuntos de la Iglesia, en todos los cuales aparece siempre su extraordinaria virtud y el esfuerzo constante, puesto en la defensa de los derechos eclesiásticos y pontificios.

Siguiendo el ejemplo de su gran predecesor y modelo, San Gregorio Magno, en primer lugar, afianzó definitivamente el prestigio y posición del Romano Pontífice en Roma y en toda Italia. Ya desde la invasión de los lombardos en Italia hacia el año 570, dos poderes se disputaban la posesión de estos territorios: los lombardos, que poseían el norte con su capital en Pavía, y los bizantinos, que desde Justiniano I (527-565) dominaban el sur y centro de la Península. En medio de estas dos fuerzas se hallaba el Romano Pontífice, quien, territorial y civilmente, era súbdito del emperador bizantino, mas por un conjunto de circunstancias se fue desligando de él e independizando cada vez más. Precisamente en esto consiste el mérito especial de San Gregorio II, en haber sabido aprovechar las circunstancias para aumentar el prestigio del Romano Pontífice. De hecho, ya de antiguo poseían los Papas, en Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes. Esto los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo y formaba lo que se llamó patrimonio de San Pedro. Uno de los grandes méritos de San Gregorio Magno consiste precisamente en haber organizado y valorizado debidamente este patrimonio, de donde se sacaban los recursos económicos para sus grandes empresas.

Pues bien, Gregorio II se propuso desde un principio dar la mayor consistencia posible a la posición en que se encontraba el Romano Pontífice. Uno de sus primeros cuidados fue reparar y consolidar los muros de la Ciudad Eterna, para poderse defender contra las incursiones posibles de los lombardos. Al mismo tiempo restauró algunas iglesias y monasterios. Es célebre, sobre todo, la restauración que realizó del monasterio de Montecasino, derruido por los lombardos ciento cuarenta años antes. Para ello envió el año 718 algunos monjes de Letrán, a cuya cabeza puso al abad Petronax. De este modo surgió de nuevo el gran monasterio de Montecasino, cuna de la Orden benedictina. Gregorio II reconstruyó asimismo otros monasterios junto a San Pablo y a Santa María la Mayor, y, a la muerte de su madre, transformó su propia casa en convento en honor de Santa Agueda.

Esta actividad constructora y renovadora ayudó poderosamente al Papa para aumentar el prestigio de la Iglesia. Pero al mismo tiempo procuró fomentar la vida eclesiástica y la disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró el 5 de abril del año 721 un sínodo, al que asistieron numerosos obispos y el clero de Roma, a los que se juntaron otros veintiún prelados. Este prestigio romano fue aumentando a medida que los emperadores bizantinos se iban haciendo más impopulares en Italia. En efecto, empeñado León III Isáurico (717-741) desde el principio de su gobierno en reformar la administración del imperio, inició una serie de impuestos y exacciones sobre todas las provincias y en particular sobre Italia, que sus exarcas exigían con la mayor brutalidad. A esto se añadió poco después la violenta campaña contra las imágenes, que quiso extender asimismo a Italia e imponer por la fuerza al Romano Pontífice. El resultado fue un aumento creciente de la antipatía del pueblo italiano hacia el emperador bizantino y, por el contrario, un crecimiento cada día mayor del prestigio del Romano Pontífice.

Todo esto aumentó extraordinariamente cuando, en diversas ocasiones, ante las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas instancias del Papa, los exarcas bizantinos no acudían en su ayuda y en defensa del pueblo, y entonces el mismo Papa, con los recursos que le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo frente a las violentas acometidas lombardas. De este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los Romanos Pontífices, con lo cual se sintió con fuerzas para otras grandes empresas que iba acometiendo.

Efectivamente, el celo por la gloria de Dios y el ansia de extender su reino por todo el mundo, dieron principio a una serie de obras que constituyen una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II. La primera es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo de Alemania, y en particular la protección de San Bonifacio, apóstol del gran imperio de los francos. Como San Gregorio Magno tiene el gran mérito de haber enviado a Inglaterra a San Agustín con sus treinta y nueve compañeros, y con ellos la gloria de haber iniciado la gran empresa de la conversión de los anglosajones, de una manera semejante a San Gregorio II le corresponde el extraordinario mérito de haber enviado a San Bonifacio a Alemania, y dado con ello comienzo a la gran obra de completar su evangelización y organización de sus iglesias.

Ya el año 716, segundo de su pontificado, Gregorio II había enviado tres legados a Baviera, con el objeto de erigir allí una provincia eclesiástica y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de Alemania la obra apostólica de San Wilibrordo. Pero el año 718 compareció en Roma un monje sajón, llamado Winfrido, a quien Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio, por el que es conocido en la historia. A él, pues, le confió la gran empresa de completar la evangelización de Alemania. Cuatro años más tarde, después de iniciar su obra en Frisia y Hesse con la conversión de millares de paganos, se presentó de nuevo Bonifacio en Roma. Gregorio II lo consagra obispo y lo colma de facultades espirituales, de reliquias y cartas de recomendación para fomentar la evangelización germana, y durante los años siguientes continúa apoyando con todo su poder la gran obra realizada por Bonifacio en la gran Germania. En realidad, pues, esta obra se debe en buena parte al celo apostólico del papa San Gregorio II.

Roma misma se iba convirtiendo cada vez más en centro a donde afluían los peregrinos de toda la cristiandad, a lo cual contribuía eficazmente el prestigio que iba adquiriendo San Gregorio II. Los católicos anglosajones, cuya conversión y organización había quedado terminada hacia el año 680 por la obra de Teodoro de Tarso, arzobispo de Cantorbery, experimentaban una prosperidad extraordinaria. Sus grandes monasterios, exuberantes de vocaciones y ansiosos de expansión, enviaban ejércitos de misioneros a Europa, como San Wilibrordo y Winfrido o Bonifacio. No contentos con esto, enviaban a Roma embajadas especiales, con el objeto de testimoniar su adhesión al Romano Pontífice. Gregorio II recibió las del abad Ceolfrido, quien le presentó como obsequio el famoso códice Amiatinus, y del rey Ina con su esposa Ethelburga, quienes fundaron en Roma la Schola Anglorum. Asimismo recibió las visitas y homenajes del duque de Baviera y otros príncipes de la cristiandad.

Otro problema muy diverso dio ocasión a Gregorio II a manifestar claramente su ardiente celo por la gloria de Dios y la defensa de los principios cristianos, sin detenerse ante la más horrible persecución y la misma muerte. Nos referimos a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir, la horrible persecución de las imágenes y de sus defensores, desencadenada en Oriente desde el año 726 por el emperador León III Isáurico.

Las causas que motivaron esta violenta persecución de las imágenes son muy diversas. Por una parte, la posición del Antiguo Testamento, poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de algunas sectas contra este culto; el influjo especial del Islam, que ya en un edicto de 723 no permitía ninguna clase de imágenes en las iglesias cristianas de los territorios sometidos a los mahometanos. Por otra, algunos excesos y abusos ocurridos en la veneración de las imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega y promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían ocasionado, hacía ya tiempo, en el seno de la Iglesia griega la formación de un poderoso partido enemigo del culto de las imágenes, cuyo principal sostén era el obispo de Nacoleo de Frigia, Constantino. Este partido consiguió finalmente mover al emperador León III a publicar en 726 el primer decreto iconoclasta. Indudablemente, León III, que trataba de afianzarse definitivamente en el trono, perseguía fines políticos. Por una parte, esperaba con esta conducta, en el exterior, atraerse la simpatía de sus vecinos, los musulmanes, y en el interior, implantar una política de absoluto dominio en lo civil y en lo religioso que deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía eclesiástica,

Pero no, se contentó León III con envolver a todo el Oriente en aquella violenta persecución. Mientras ésta se desarrollaba, cada vez con más rigor, en todo el Oriente y aparecían los héroes de la ortodoxia, San Germano de Constantinopla y San Juan Damasceno, el emperador se dirigía al Occidente y exigía en los territorios italianos sometidos a su dominio la admisión y aplicación del edicto iconoclasta. A esta intimación de León III respondió el papa Gregorio II con la entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con ello se exponía. Ante todo, según refieren algunas crónicas, celebró en Roma un sínodo, en el que se rebatieron todas las razones que oponían los orientales al culto de las imágenes y se probó con toda suficiencia su licitud. Luego, el Papa se dirigió personalmente, por medio de una carta, al emperador bizantino, en la que protestaba contra estas intromisiones en el terreno dogmático. Por otro lado, dirigió el Papa un llamamiento a la cristiandad occidental, para que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios, que trataban de levantar cabeza.

Los acontecimientos que siguieron prueban una vez más, por un lado, la santidad, celo y entereza de Gregorio II en defensa de los intereses divinos, y por otra, la ceguera de León III, con lo que fue aumentando cada vez más su impopularidad en Italia, que fue la ocasión de la pérdida de estos territorios para el imperio bizantino. En efecto, ciego de furor por la oposición que encontraba en Italia, amenazó a sus habitantes con las más horribles represalias. Entonces, pues, levantáronse en manifiesta rebelión contra los bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo Luitprando, en un golpe de mano, se apoderó de Ravena. La situación para el Papa era verdaderamente comprometida. Si se ponía de parte de los revoltosos o de Luitprando, comprometía su porvenir, pues los bizantinos, como los más fuertes, podían luego volver con mas fuerzas y aplastarlos a todos. Por esto, no obstante los atropellos de que había sido víctima de parte de los bizantinos, pidió auxilio a Venecia en favor de Ravena, y gracias a su intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.

Pero la conducta de los bizantinos acabó de exasperar al pueblo, que amaba sinceramente a los Papas. En lugar de agradecer a Gregorio Il su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Ravena se dirigió a Roma el año 728 con el objeto de apoderarse por la fuerza de la ciudad si no se publicaba en Roma y en toda la Italia bizantina el decreto iconoclasta. El Papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca Paulo. Este intentó entonces aplicar por la fuerza el edicto, pero murió en la refriega contra los insurrectos. El nuevo exarca Eutimio fue excomulgado igualmente, pero este no obstante, con el intento de apoderarse de la persona del Papa, intentó unirse con su enemigo Luitprando; pero el Papa se le adelantó, pues, con el único intento de salvar al pueblo romano, acudió personalmente al rey lombardo y se puso a sí y al pueblo en sus manos. Conmovido éste entonces por la actitud humilde y caritativa del Romano Pontífice, se arrojó a sus pies, y entrando luego en Roma junto con el Papa, depositó ante San Pedro su espada y sus insignias reales, y para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.

Todo parecía terminar favorablemente, pero entonces se inició una revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al exarca bizantino. Dando de nuevo las más elocuentes pruebas de magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los bizantinos, induciendo, a los romanos a prestarle auxilio, con el que se logró dominar a los rebeldes. Pero ni aun con tan repetidos actos de magnanimidad consiguió Gregorio Il desarmar a León Isáurico, quien continuó en su ciega campaña contra las imágenes y contra el Papa, todo lo cual, en último término, fue preparando la ruina de los bizantinos en Italia.

El Liber Pontificalis le atribuye obras importantes de restauración de la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén y de San Pedro de Letrán. Asimismo, testifica que dejó "una suma de doscientos sesenta sueldos de oro para distribuir entre el clero y los monasterios, las diaconías y los mansionarios; otro legado de mil sueldos, para la iluminación del sepulcro de San Pedro"; todo esto, además de las innumerables limosnas y obras de caridad, que constantemente practicaba. Finalmente, consumido por sus trabajos, murió el 11 de febrero del año 731. Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, dio las más claras pruebas de virtud cristiana, elevación de espíritu, inflamado amor de Dios y de la Iglesia, fortaleza y constancia frente a las mayores dificultades, magnanimidad y mansedumbre frente a sus enemigos.

No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores
Lucas 5, 27-32. Cuaresma. Él nunca se cansa de salir a nuestro encuentro, siempre es el primero en recorrer el camino que nos separa de Él.

Oración introductoria
Dios mío, Tú me conoces mejor que nadie y sabes cuánta es mi miseria y debilidad. Por eso vengo a ti, para que Tú llenes mi corazón, para que todos mis actos estén impregnados de amor a Ti. Yo soy otro publicano o recaudador de impuestos si Tú no estás conmigo. Cuando Tú me faltas, siento un gran vacío. Colma mi corazón de Ti y no permitas que jamás me separe de Ti.

Petición
Señor, que mi vida sea un consuelo para tu corazón, en tu camino al Calvario.

Meditación del Papa Francisco
El amor de Dios recrea todo, es decir, hace nuevas todas las cosas. Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos.

La salvación puede entrar en el corazón cuando nosotros nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestras equivocaciones, nuestros pecados; entonces hacemos experiencia, esa bella experiencia de Aquel que ha venido, no para los sanos, sino para los enfermos, no para los justos, sino para los pecadores. Experimentamos su paciencia --¡tiene mucha!--, su ternura, su voluntad de salvar a todos. Y ¿cuál es la señal? La señal es que nos hemos vuelto ‘nuevos’ y hemos sido transformados por el amor de Dios. Es el saberse despojar de las vestiduras desgastadas y viejas de los rencores y de las enemistades, para vestir la túnica limpia de la mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los demás, de la paz del corazón, propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre buscando novedades, pero solo la fidelidad de Jesús es capaz de la verdadera novedad, de hacernos hombres nuevos, de recrearnos.(Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2015).

Reflexión 
La cuaresma es un tiempo precioso, para enderezar nuestra vida hacia Dios. Todos de alguna u otra manera le hemos negado algo a Dios.

El tiempo de cuaresma nos ayuda a responder con alegría y prontitud, como Mateo, a la llamada a la santidad que Dios nos hace. La santidad, es algo que Dios quiere para todos, no sólo los consagrados a Él deben ser santos. Dios sigue invitando cada día a responder generosamente a su llamado de amarle sobre todas las cosas. Aprovechemos este tiempo, para enfocar nuestra vida hacia Él, tomándonos de su mano misericordiosa.

Propósito
Haré una visita a Cristo Eucaristía, renovándole mi amor sobre todas las cosas.

Diálogo con Cristo
Jesús mío, gracias por acercarte a mí, que tantas veces te fallo; abre mi corazón y llénalo de tu amor. Que en esta cuaresma haga la experiencia de tu amor, que te llevó a cargar la cruz por mí. Que tu sangre, me mueva a amarte más, a ponerte en el centro de mi vida. Y que cada día responda un "sí" generoso a seguir tu Voluntad.

"¿Cómo no abrir nuestro corazón a la certeza de que, a pesar de ser pecadores, Dios nos ama? Él nunca se cansa de salir a nuestro encuentro, siempre es el primero en recorrer el camino que nos separa de Él"   (Benedicto XVI)
 
Una buena oración de sanación para cuaresma

Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo, tal vez te interese esta idea...

Ayer me dijo una persona: "No se me ocurre ninguna buena idea para mi sacrificio de cuaresma. ¿Me sugiere algo que usted crea que le agrade a Jesucristo?"

A los sacrificios de cuaresma se les da con frecuencia un enfoque negativo: cosas a las que hay que renunciar. Personalmente prefiero el enfoque positivo: vencer el mal con el bien (Rm 12,21), hacer el bien.

Abstinencia, ayuno, abnegación, renuncia, son palabras que se ponen de moda en cuaresma. Renunciar a cosas agradables es difícil, supone sacrificio. También supone sacrificio ser generoso, salir de sí mismo y pensar en el bien del otro antes que en el propio.
Cuando Jesucristo tenía la cruz delante dijo que él daba su vida voluntariamente: "Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo." (Jn 10,18a) Fue un acto de generosidad. El sacrificio de Jesucristo fue poner amor y poner el mayor amor posible.

Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo, tal vez te interese esta idea: Orar por tus enemigos y por aquellas personas que te han hecho sufrir o te resultan pesadas. "La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos", nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2647.

¿Y por qué lo propongo como sacrificio de cuaresma? Porque cambiar la herida en compasión y purificar la memoria transformando la ofensa en intercesión (cfr. Catecismo 2843) es un camino de conversión.

Es también oración de sanación, porque una oración así sana las heridas del corazón, purifica el rencor, prepara al perdón, ensancha el corazón.

"Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2,4), hasta rogar por los que le hacen mal". (Catecismo 2635)

Lo más difícil de este sacrificio es hacer la oración con un corazón que ha conocido la conversión. Cuando hagamos oración por las personas que nos resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo poniendo buenos sentimientos. No es un: "Te suplico, Señor, que esta persona se muera cuanto antes, pues no la soporto", sino de verdad poner amor, como Jesús: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5,7-9).

¿A quién se le ocurre orar por los enemigos, por las personas insoportables, por quienes no nos perdonan, por aquellos que nos han herido, por quienes nos ofenden y hacen daño, por los seres queridos que nos hacen sufrir? A un buen cristiano.

Poner amor como un acto generoso y gratuito es un modo de construir la civilización del amor. La civilización del amor también se construye orando por aquellos a quienes hemos hecho sufrir y por quienes nos han hecho sufrir. Como dice la canción: Si amo la flor, amo también sus espinas. Sólo el amor nos hace grandes, sólo el amor hace ver que es precisamente lo que duele lo que hace al hombre amable entre los seres.

Te propongo que al terminar de leer este artículo pienses en alguien que te cueste tratar, o en alguna persona que te haya hecho daño, o en alguien que se dedique a ofenderte, y que reces por él. Y puedes rezar también por aquellos que sienten lo mismo respecto a ti. Hacerlo todos los días de cuaresma sería lo mejor.

El Papa, con el sombrero mariachi

El Papa llega a un país que concentra las penas, alegrías y esperanzas de toda Latinoamérica
México: laboratorio de la "diplomacia de la misericordia"
"Significa, para Bergoglio, que nada ni nadie está perdido, ni el más pecador ni el más delincuente"

José Manuel Vidal, 13 de febrero de 2016 a las 10:27

Un profeta incómodo incluso para los suyos, los propios católicos y, especialmente, para sus jerarcas, acostumbrados a ser príncipes y a pilotar, durante décadas, una Iglesia aduana más que hospital de campaña.

(José Manuel Vidal).- Tras el abrazo al Patriarca Kiril, el hermano separado que esperaba la cristiandad desde hace siglos, Francisco pone rumbo a México, en un viaje breve pero intenso, a un país que concentra las penas, alegrías y esperanzas de toda Latinoamérica, la patria grande del propio Papa. Vuelve a su tierra como 'misionero de la misericordia'.

Porque el Papa misericordioso ha convertido esta categoría evangélica en santo y seña de su pontificado. Por la misericordia se rige. La misericordia empapa todos sus actos y decisiones, sus peregrinajes y sus viajes. La diplomacia de la misericordia en acción significa, para Bergoglio, que nada ni nadie está perdido. Ni el más pecador ni el más delincuente.

Una diplomacia global, que supera cualquier horizonte, que nos ciñe a esquemas preconcebidos, que construye puentes donde parecía haber sólo abismos, que abre procesos sin preocuparse de cómo se cerrarán. Juega con todos los jugadores, sin prejuicios previos. Con la única condición de que jueguen y no intenten quedarse con el balón. Él juega con, desde y para los empobrecidos. Es su terreno de juego y los grandes líderes mundiales lo saben. Y lo que es más sorpendente, lo aceptan a regañadientes. Porque saben que tiene con él la fuerza imparable del pueblo, que lo ha convertido en su 'salvador'.

Por eso, en alas de la misericordia, Francisco va a recorrer los paisajes más crueles y en su propia geografía. Porque la geografía pastoral elegida por el Papa es un mensaje en sí misma. Francisco sólo va al centro del país, a México DF, para postrarse a los pies de la Guadalupana, la patrona de América, la Virgen de los descartados.

La mayoría de su viaje se centra en las periferias geográficas y existenciales. Desde los indígenas (los vencidos sin Historia) y los emigrantes de La Bestia en Chiapas, hasta los narcos en Michoacán o los descartados que mueren en la frontera de Ciudad Juárez, en busca del sueño americano del otro lado de la valla electrificada.

A todos esos 'infiernos' mexicanos el Papa llevará consuelo y esperanza, pero también denuncia profética. Un profeta incómodo. Porque, en nombre de Dios, señalará que no es justo el desarrollo con miseria, que hace que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. De tal forma que el 46% de la población mexicana (más de 55 millones de seres humanos) viven en la miseria, mientras aguantan las bofetadas de la opulencia de los ricos.

Un profeta incómodo incluso para los suyos, los propios católicos y, especialmente, para sus jerarcas, acostumbrados a ser príncipes y a pilotar, durante décadas, una Iglesia aduana más que hospital de campaña. A los obispos les pedirá el Papa cambiar hábitos, inercias, discursos y subrayados. Y, sobre todo, que den ejemplo con sus vidas, que prediquen pero, sobre todo, que den trigo de misericordia en una Iglesia samaritana y volcada con los más pobres.

Porque, como dice el obispo rebelde de Saltillo, Raúl Vera, "hay un 'efecto Francisco' en los ciudadanos, pero aún no en la Iglesia. Somos los obispos y sacerdotes los que tenemos que convertirnos a la integridad del Evangelio". Se puede decir más alto, pero no más claro. Y el Papa ahondará en el clavo. De príncipes a mendigos por amor a Cristo y a sus preferidos, los pobres.

 

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