«Él soportó nuestros sufrimientos y asumió nuestros dolores»

Evangelio según San Mateo 8,5-17. 

Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole": "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace". Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos". en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes". Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento. Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. 

San Guillermo Vercelli

Nació en Vercelli, Italia, en 1085. Procedía de un familia piamontesa de noble ascendencia. No pudo gozar de sus padres porque le dejaron huérfano tempranamente; entonces se hicieron cargo de él unos familiares. La vida austera con su sacrificio le llamaba invitándole a emprender esa vía cuánto antes. Tanto le urgía que, siendo un adolescente, con un rasgo de madurez inusual a esa edad, renunció a la herencia que le correspondía y se dispuso a peregrinar a Compostela; como tantos romeros quería postrarse ante la tumba del apóstol Santiago. Llegar a España en esa época era toda una hazaña, como él constató. Sin embargo, debieron parecerle una minucia las dificultades ya que, a las inclemencias meteorológicas y penalidades del camino, añadió un instrumento de penitencia que ciñó a su cuello para mortificarse: dos aros de hierro forjados por un hábil herrero con un resorte que le permitía desprenderse de ellos cuando lo deseaba. Más de un lustro tardó en llegar a su destino. Un periodo que le permitió profundizar en el amor de Dios manteniendo su presencia constante en su mente, y compartir las delicias de la unión con Él con las numerosas personas que halló al paso. Progresaba en su vida ascética y con ella iba incrementándose su devoción y piedad, una simbiosis coronada por la oración que tenía su expresión en el más completo abandono.

Los pies desnudos, pan y agua por todo alimento, o, como mucho, alguna verdura aliñada exclusivamente con vinagre, y el mínimo descanso efectuado al aire libre; esto era todo lo que se permitía. Y fue fortaleciéndose, viendo cómo se acrecentaba vertiginosamente el anhelo de darse a sí mismo por amor a Dios.

Tras un periodo de tiempo impreciso de permanencia en España, regresó a Italia. Entonces se propuso emprender nueva peregrinación para llegar a Tierra Santa. De camino recorrió diversos lugares de Italia. Solía detenerse en los templos de las ciudades compartiendo la devoción de los habitantes por los santos venerados en ellos. En Taranto sufrió un grave percance; fue atacado por unos ladrones. El hecho, que juzgó providencial, le hizo comprender que tal vez su destino era otro. Mientras se reponía del asalto tuvo ocasión de dilucidarlo. Acudió a san Juan de Matera, que había fundado en Taranto una congregación regida por la regla benedictina, y le hizo partícipe de su inquietud. Juan convino con él en la pertinencia de ese episodio que parecía esconder un signo de la voluntad divina. En unos días Guillermo determinó renunciar al viaje y permanecer en Italia. La decisión fue corroborada con una visión en la que se le hizo ver que sería artífice de una nueva congregación dedicada a la Virgen. Despejada toda duda, buscó el lugar más conveniente para dedicarse a la meditación adoptando el espíritu del yermo.

Después de haber convivido junto a san Juan de Matera, cruzó Basilicata y llegó a Irpinia. Atrás dejaba una bien ganada fama que le persiguió por algún que otro prodigio realizado en Monteserico y en el Sasso Barisano, cerca de Matera. Huía de aclamaciones populares; sería uno de los signos que iban a acompañarle. Donde llegaba, con su virtud atraía a las multitudes. Eso le sucedió en el monte Partenio, aunque lo eligió buscando la soledad, refugiándose en una de sus cimas a efecto de recluirse en oración y penitencia. Los años de permanencia en el lugar no le permitieron lograr plenamente su propósito. Era una época floreciente para la vida eremítica, y no tardaron en unirse a él nuevos aspirantes que integraron la primera comunidad. A ésta se debe la construcción de la iglesia dedicada a la Virgen, cuyas obras culminaron en 1124; a partir de entonces, el monte comenzó a denominase Montevergine.

Este hombre austero, célebre también por su forma de comparecer en público –chocante para una mayoría– aherrojado con cadenas y grilletes como un presidiario, tenía como modelo a Cristo Redentor; pensaba en los atroces suplicios que padeció por el género humano. Como no le asustaban las penitencias del grado que fueran, la regla que dio a sus discípulos para que la siguieran en su día a día, impregnada por este sentimiento, y fundamentada en la de san Benito, no contentó a todos. Y eso que había proporcionado a los suyos pautas claras, sencillas, inspiradas en el Evangelio, como las siguientes: «Soy del parecer, hermanos, que trabajando con nuestras manos nos ganemos la comida y el vestido para nosotros y para los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación y la de nuestros hermanos».

Guillermo perseguía el sosiego requerido para dialogar con Dios. Cuatro años más tarde, abandonó Partenio y se dirigió a Goleto. Allí creó un monasterio para mujeres, atendidas espiritualmente por varones. Fue otra estación de paso. A partir de ahí, emprendió una constante peregrinación por Irpinia, Sannio, Lucania, Apulia, donde, junto a Juan de Matera, fundó Monte Laceno, y Sicilia. En todas los lugares quedaba marcada la huella de sus muchas virtudes. Los monasterios que erigía tenían la misma regla. Una vez que estaban en marcha los dejaba bajo custodia de un prior, y se encaminaba a realizar nueva fundación; ese fue siempre su criterio. El rey normando Rogelio II de Nápoles, que logró unificar Sicilia, Calabria y Apulia, le tuvo en gran estima; lo nombró consejero. En todo momento gozó de su protección y generosa ayuda para sus fundaciones, y Guillermo se hizo cargo de otras que el monarca puso bajo su amparo. Murió con fama de santidad en Goleto el 25 de junio de 1142. Su culto fue aprobado por la Santa Sede en 1728 y lo difundió a la Iglesia en 1785. En 1807 sus restos fueron trasladados a Montevergine. Pío XII lo declaró patrono de Irpinia en 1942.

Concilio Vaticano II 
Mensaje a los pobres, enfermos y a todos los que sufren del Miércoles 8/12/ 1965 (© Copyright Librería Editrice Vaticana)

«Él soportó nuestros sufrimientos y asumió nuestros dolores»

Para todos vosotros, hermanos que sufrís, visitados por el dolor en sus diferentes modos, el Concilio tiene un mensaje muy especial. Siente vuestros ojos fijos sobre él, brillantes por la fiebre o abatidos por la fatiga; miradas interrogantes que buscan en vano el porqué del sufrimiento humano y que se preguntan ansiosamente cuándo y de dónde vendrá el consuelo. Hermanos muy queridos: nosotros sentimos profundamente en nuestros corazones de padres y pastores vuestros gemidos y lamentos. Y nuestra pena aumenta al pensar que no está en nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos, que médicos, enfermeros y todos los que se consagran a los enfermos se esfuerzan en aliviar. 

Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación. Cristo no suprimió el sufrimiento y, al mismo tiempo, ni quiso desvelarnos enteramente el misterio, El lo tomó sobre sí y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor. 

¡Oh vosotros, que sentís más el peso de la cruz! Vosotros, que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los perseguidos por la justicia; vosotros, los pacientes desconocidos, tened ánimo; vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo paciente y con El, si queréis, salváis al mundo. 

He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que vosotros no estáis solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles; vosotros sois los llamados de Cristo, su viviente y transparente imagen.

Señor, no soy digno de que entres en mi casa

Milagros de Jesús

Mateo, 8, 5-17. Tiempo Ordinario. Él está siempre esperándonos y basta una sola palabra suya y seremos curados.

Oración introductoria
Señor, creo en Ti, creo que caminas conmigo y me acompañas. Hoy me presento ante Ti para que bendigas mi oración y me santifiques con tu amistad.

No soy digno de tanto amor, pero tu amor me da la posibilidad de acercarme a Ti, ¡muchas gracias!

Petición
Padre santo, te pido perdón por todas las veces que no creo, no espero y no amo como Tú lo mereces de mí.

Meditación del Papa Francisco
Cuando somos nosotros solos los que encontramos al Señor, somos nosotros –digámoslo, entre comillas – los dueños de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra en nosotros, es Él el que vuelve a hacer todo de nuevo, porque esta es la venida, lo que significa cuando viene Cristo: volver a hacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino. Nosotros estamos en camino con fe, con la fe de este centurión, para encontrar al Señor y, sobre todo, ¡para dejar que Él nos encuentre!

Pero se necesita un corazón abierto ¡para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga! Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor persona me mira a mí persona. Dejarse encontrar por el Señor es precisamente esto: ¡dejarse amar por el Señor! (Cf Homilía de S.S. Francisco, 2 de diciembre de 2013, en Santa Marta).

Reflexión
El mensaje de este pasaje es un mensaje de esperanza. Sí, a nosotros que nos podemos sentir muchas veces cansados, sin ganas de seguir luchando, enfermos, afligidos o solos, se nos recuerda que Él tomó sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

Cristo es el médico de todos los dolores, que con sólo decir una palabra nos salva, pero el ser curados depende mucho del modo en que nos acercamos a Cristo. Y aquí es maravilloso el ejemplo que nos da el centurión. Como nosotros, se encuentra ante un problema, ante una necesidad y acude a Cristo. Se acerca con fe y confianza, como un niño se acerca a su padre. Se acerca con humildad, con la humildad del siervo que se sabe indigno. Pero ante todo se acerca con amor, amor a Dios y amor a los hombres que le hacen olvidarse de sí mismo. Pide por los demás.

Probemos a poner estos elementos cuando nos acerquemos a Jesús. Él está siempre esperándonos y basta una sola palabra y seremos curados.

Propósito
Haré una visita al Santísimo Sacramento para pedirle a Jesús que aumente mi fe y pueda, así, servir mejor a mis hermanos.

Diálogo con Cristo
Dame, Señor, la fe y la humildad del centurión. Esa humildad que nace de la fe y que da la confianza, la seguridad, de ver en todos los sucesos de la vida tu mano providente y amorosa. Dame la gracia de entregarme completamente sin reservarme nada, porque únicamente así me haré digno de tanto amor.

María, causa de nuestra alegría

Si queremos vivir alegres, en un ambiente de tristeza, ¿por qué no contamos más con María?

Se ha observado muchas veces dentro de nuestro entorno religioso que las almas amantes de la Virgen María gozan y esparcen una alegría especial. Es un hecho comprobado y que nadie puede negar. La Virgen arrastra a multitudes hacia sus santuarios. Ante su imagen se congregan las gentes con flores, con velas, y rezan y cantan con fervor y entusiasmo inigualable. Y sobre ese ambiente flota un aire de paz y de alegría que no se da en otras partes. ¿Por qué será?... Una respuesta nos sale espontánea de los labios, y no nos equivocamos: ¡Pues, porque están con la Madre!...

Si esta es la razón más poderosa. Entonces, si queremos vivir alegres, y ser además apóstoles de la alegría para desterrar de las almas la tristeza, ¿por qué no contamos más con María?...

Partamos de la realidad familiar. Se trata de un hogar bien constituido. La madre ha sido siempre el corazón de ese hogar y los hijos se han visto siempre también amparados por el calor del corazón más bello que existe. ¿Puede haber allí tristeza?...

Aún podemos avanzar un poco más en nuestra pregunta, y plantear la cuestión de otra manera diferente.

Se trata de un hijo que viene con un fracaso espantoso, del orden que sea. No sabe dónde refugiarse. Pero llega a la casa y se encuentra con la madre que le está esperando. ¿Cabrá allí la desesperación? ¿Dejarán de secarse las lágrimas de los ojos? ¿Volverán los labios a sonreír?...

Todas estas cuestiones están de más. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla nunca. Y al no fallar su amor, al lado de ella la tristeza se hace un imposible.

Esto que nos pasa a todos en el seno del hogar cuando contamos con la bendición de una madre, es también la realidad que se vive en la Iglesia. Dios ha querido que en su Iglesia no falte la madre, para que en esa casa y en ese hogar del cristiano, como es la Iglesia, no sea posible la tristeza, pues se contará en ella con el ser querido que es siempre causa de alegría.

Por eso Cristo, moribundo en la Cruz, declaró la maternidad espiritual de María, nos la dio por Madre, y nosotros la aclamamos gozosos: ¡Madre de la Iglesia!.

Por eso el pueblo cristiano, con ese instinto tan certero que tiene --como que está guiado por el Espíritu Santo-- llama a María Causa de nuestra alegría.

Unos jóvenes ingeniosos, humoristas y cristianos fervientes, hicieron suyo un eslogan publicitario, que aplicaron a María y lo cantaban con ardor:

- Y sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día.
Habían cambiado el nombre de una pasta dentífrica por el nombre más hermoso, el de la Virgen. ¡Bien por la imaginación de nuestros simpáticos muchachos!...

Esos jóvenes cantaban de este modo su ideal y pregonaban por doquier, de todos modos y a cuantos quisieran oírles, su amor a la más bella de las mujeres.

Amar a la Virgen es tener el alma llena de juventud, de ilusiones, de alegría. Un amar que lleva a esparcir siempre en derredor ese optimismo que necesita el mundo.

Amar y hacer amar a la Virgen alegra forzosamente la vida. La mujer es el símbolo más significativo del amor, el ser más querido del amor, el difusor más potente del amor.

Y mujer como María no hay, la mujer más bella salida de la mano de Dios.

María, al dar amor, llenará de alegría, de canciones y de flores el mundo; porque, donde existe el amor, no mueren ni menguan nunca la felicidad, la belleza, el cantar...

Alegría y cantar de los que el mundo moderno está tan necesitado.
Alegría la más sana. Cantar el más puro a la más pura de las mujeres.

Con María, las caras aparecen radiantes, con la sonrisa siempre a flor de labios, como un rayo primaveral.

Ser apóstol de María es ser apóstol de la felicidad.
Llevemos María al que sufre soledad, y le haremos sonreír.
Llevemos María al tímido, y lo convertiremos en decidido y emprendedor.
Llevemos María al triste, y el que padece comenzará a disfrutar.
Llevemos María al anciano, y lo veremos volver a los años felices de la juventud.
Llevemos María al pecador, y veremos cómo el culpable vuelve muy pronto a su Dios.
Llevemos María a nuestro propio hogar, y veremos lo que será nuestra familia con dos madres juntas, que no son rivales celosas, sino dos amigas inseparables.
Llevemos María a nuestros amigos, ¡y sabremos lo que es amarnos con una mujer como Ella en medio del grupo!...

Hemos dicho antes que la piedad cristiana, siempre conducida por el Espíritu Santo, llama a la Virgen: Causa de nuestra alegría.
No puede ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús, el que es el gozo del Padre, el pasmo de los Angeles, la dicha colmada de los Santos.

Como los jóvenes aquellos, junto con la plegaria, tenemos siempre en los labios el nombre de María, y sabemos decirnos:
- Sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día....

El perdón

Juan Pablo II (2001), enuncia que el perdón es una de las formas más nobles del ejercicio de la caridad

Fuentes (2008), dice que perdonar es más que aceptar lo que sucedió,  se puede aceptar una ofensa con el fin de seguir adelante pero en el fondo vivir una “fría indiferencia” frente al que ha ofendido. Es más que cesar en el enojo, eso sería sólo una parte del proceso. Con el tiempo, el perdonador tendría que tener un cambio real de actitud hacia el ofensor, porque es más que tener una actitud neutral hacia el otro. Desafortunadamente, algunos creen que el perdón se reduce a no guardar resentimiento, o que sólo hay que procurar hacer algo para sentirse bien. Todo esto no es suficiente, aunque objetivamente no sea malo, porque el propósito del proceso del perdón es que el perdonador experimente pensamientos y sentimientos positivos hacia el ofensor, por supuesto, esto puede llevar tiempo. La neutralidad, en este sentido, puede ser un gran paso en el proceso, pero nunca el desenlace definitivo. Por una parte, el perdón aumentará la salud emocional y el bienestar del perdonador. Por ejemplo, mucha gente comienza el proceso del perdón justamente porque está cansada de sentirse mal y quiere sentirse mejor. Sin embargo, esto sólo no alcanza y a menudo resulta contra-producente el haber centrado las esperanzas en un estado puramente sentimental.

Por otra parte, es importante tener en cuenta que perdonar no es excusar al ofensor o agresor. La esposa injustamente golpeada puede excusar la violencia de su marido, echándose ella misma la culpa de haberlo provocado con sus palabras o acciones, aun cuando esto no sea verdad o no sea toda la verdad (como sucede en las personas co-dependientes). Sin embargo, esta actitud desvirtúa el verdadero perdón, haciendo pensar que perdonar significa conformarse con ser una persona golpeada, usada o abusada y permitiendo que estas situaciones continúen sin solución. Pero no es así,  perdonar significa admitir que lo que sucedió estuvo mal, y que no debería repetirse. Perdonar tampoco equivale a olvidar los malos recuerdos, el perdón no produce amnesia. Por el contrario, hay veces en que es necesario recordar particularidades muy concretas de eventos que nos han herido con el fin de sanar nuestra memoria. Si esto se hace bien, el perdón cambiará el modo en que recordamos el pasado, éste dejará de estar signado por la angustia, el temor, y la ansiedad. Tampoco es cuestión de calmar los nervios, porque sencillamente alguien puede serenar el nerviosismo que le causan determinadas situaciones ingratas o injustas, sin perdonar a los causantes de las mismas. Además, se puede aprender a dominar los nervios que provoca el compañero que día a día humilla con sus burlas, sin perdonarlo. Este dominio del carácter, o la capacidad de relajarse, es un paso importante para poder perdonar, pero no es el perdón.

Decir “te perdono” cuando las palabras de perdón suenan como desprecio, como hace el personaje de Alberto Blest Gana, en Martín Rivas: “¡Cobarde! te tengo lástima y te perdono” no es muestra de perdón sincero, pues este se convierte en un estoque tan hiriente como el desdén. Finalmente, tampoco se identifica, aunque se relaciona estrechamente, con la reconciliación.
La opción por el  perdón es un paso en el proceso de la reconciliación, ya que ésta, sin el perdón, se convertiría en una simple tregua donde cada parte está buscando la oportunidad para reiniciar las hostilidades. La reconciliación real requerirá el perdón de ambas partes, ya que en muchos casos habrá daños en ambos lados; requiere una confianza renovada, y a veces esto no es posible. La reconciliación requiere que ambas partes estén preparadas para retomar la relación (en algunos casos), y a veces sólo una de las partes está preparada para hacer este esfuerzo. De aquí que pueda suceder que alguien perdone sin reconciliarse (a veces porque la otra parte no quiere dar este paso), pero nunca podría reconciliarse de verdad sin perdonar.

Según Fuentes (2008), el perdón es:

1º El abandono del resentimiento que tenemos hacia quien nos ha ofendido o herido injustamente.
2º La renuncia a la revancha a la que, siendo objetiva la injusticia de la herida, tenemos derecho según la justicia humana.
3º El esfuerzo en responder con benevolencia al agresor, es decir, con compasión, generosidad y amor.
4°El perdón es un acto de misericordia que nos regala Dios para toda nuestra vida y existencia.
5° El perdón es gratuito, no ligado al pedido del otro y tampoco a su arrepentimiento.
6° El perdón es un gesto de humildad que no humilla.

Quien perdona no se detiene a esperar al otro o a escrutar los signos de arrepentimiento, está dispuesto a dar el primer paso y en todo caso, no pone condiciones a quien le ha ofendido ni espera eterno reconocimiento. El perdón es tan discreto y silencioso que el perdonado podría incluso haberlo dado por descontado o no saber cuánto ha costado.

El verdadero perdón, también es sincero, expresa una voluntad real de acogida y comunión, un deseo eficaz de pasar por encima de lo que ha sucedido para reconstruir la relación sobre bases nuevas. El perdón es un estilo de vida humilde y sencilla, es un modo de ponerse frente al otro y a su debilidad. La persona misericordiosa no puede olvidar que ella también ha caído tantas veces sin sufrir condena pues quien perdona, no reprocha al otro el pasado; quizás es posible que olvide, mientras que reconoce en el presente su necesidad de un tú. O, por lo menos, es tan realista que prefiere humillarse y no hacerlo pagar, antes que aislarse y privarse del bien de la relación, para así poder construir un futuro nuevo.

Juan Pablo II (2001), enuncia que el perdón es una de las formas más nobles del ejercicio de la caridad, y siguiendo con Philippe (2011) si no entendemos la importancia del perdón y no lo integramos a nuestra convivencia con los demás, nunca alcanzaremos la libertad interior, la felicidad y la reconciliación, permaneceremos entonces prisioneros de nuestros rencores. Cuando nos negamos a perdonar algo de lo que hemos sido víctimas, no hacemos más que añadir mal sobre el mal, no seamos pues cómplices de la propagación del mal. En relación a esto último, entendemos que cuando perdonamos a alguien le hacemos un bien a esa persona (liberándola de una deuda), pero ante todo, como hemos dicho, nos hacemos un bien a nosotros, pues recobramos la libertad  que el rencor y el resentimiento estuvieron a punto de hacernos perder.

El Papa en la misa de Gyumri: ‘memoria, fe y amor misericordioso’ bases de vida cristiana

En la segunda ciudad de Armenia, la que sufrió el devastador terremoto de 1988, Fancisco invita a los jóvenes a dar un sí generoso para difundir la evangelización

El papa Francisco celebró este sábado la santa misa en la segunda ciudad de Armenia, Gyumri, apenas llegado desde el memorial de Tzitzernakaberd, en las afueras de la capital Ereván, donde abrió el segundo día de su visita apostólica recordando al millón y medio de armenios exterminados durante el imperio otomano.

Ahora en la segunda ciudad, la que durante el dominio soviético tuvo el nombre de Lininakan, en honor al dictador Lenín, y que en 1988 sufrió un devastador terremoto, el Santo Padre celebró la ‘Misa votiva de la Misericordia de Dios’, según el rito latino, en italiano y armenio. Estuvo presente a la misa el catholicós Karekim II.

“Después de la terrible devastación del terremoto, estamos hoy aquí para dar gracias a Dios por todo lo que ha sido reconstruido” señaló el Papa en su homilía, invitando a construir la propia vida cristiana en tres bases estables.

La primera, la gracia de la memoria de lo que el Señor ha hecho en nosotros y por nosotros: “nos ha elegido, amado, llamado y perdonado”, pero también “otra memoria que se ha de custodiar: la memoria del pueblo”, la vuestra “muy antigua y valiosa”.

“En vuestras voces resuenan –dijo el Papa refiriéndose a la memoria– la de los santos sabios del pasado; en vuestras palabras se oye el eco del que ha creado vuestro alfabeto con el fin de anunciar la Palabra de Dios; en vuestros cantos se mezclan los llantos y las alegrías de vuestra historia. Pensando en todo esto, podéis reconocer sin duda la presencia de Dios: él no os ha dejado solos. Incluso en medio de tremendas dificultades” y de “las primicias de vuestra fe, de todos los que han dado testimonio, aun a costa de la sangre, de que el amor de Dios vale más que la vida”.

La segunda base es la fe, que “es también la esperanza para vuestro futuro”, y rechazar “la tentación de considerarla como algo del pasado”, de manera que “el encuentro con la ternura del Señor ilumine el corazón de alegría” más fuerte que el dolor, transformándose en paz.

El Pontífice invitó especialmente a los jóvenes a no tener miedo de dar el propio ‘sí’, “para dar continuación a la gran historia de evangelización, que la Iglesia y el mundo necesitan en esta época difícil, pero que es también tiempo de misericordia”.

La tercera base es el amor misericordioso: la vida del discípulo de Jesús se basa en esta roca, porque “estamos llamados ante todo a construir y reconstruir, sin desfallecer, caminos de comunión, a construir puentes de unión y superar las barreras que separan”.

“Se necesitan cristianos –añadió el Santo Padre– que no se dejen abatir por el cansancio y no se desanimen ante la adversidad, sino que estén disponibles y abiertos, dispuestos a servir” además de “sociedades más justas, en las que cada uno tenga una vida digna y ante todo un trabajo justamente retribuido”.

“Nadie como Gregorio de Narek, palabra y voz de Armenia ha sabido penetrar en el abismo de miseria que puede anidar en el corazón humano” recordó Francisco, y señaló que él “nos enseña que lo más importante es reconocerse necesitados de misericordia y después, frente a la miseria y las heridas que vemos, no encerrarnos en nosotros mismos, sino abrirnos con sinceridad y confianza al Señor”.

El Papa concluyó invocando con las palabras del santo armenio, el don de no cansarse nunca de amar: Espíritu Santo «Concédenos la gracia de animarnos a la caridad y a las buenas obras […] Espíritu de mansedumbre, de compasión, de amor al hombre y de misericordia, […] tú que eres todo misericordia, […] ten piedad de nosotros, Señor Dios nuestro, según tu gran misericordia» (Himno de Pentecostés).

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