El pueblo que andaba a oscuras vio una gran luz

Unidad cristiana y solidaridad con la sociedad

Unidad de los cristianos
Reconciliémonos
"Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la misericordia"

Redacción, 21 de enero de 2017 a las 08:54

Los cristianos seremos testigos creíbles de la misericordia en la medida que el perdón, la renovación y la reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros

(Juan José Omella, arzobispo de Barcelona).- Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, como muchas iglesias y confesiones cristianas de todo el mundo. Es una semana de oración, es decir, es sobre todo un acontecimiento espiritual. Se celebra cada año del 18 al 25 de enero.

Este día conmemoramos la fiesta de la Conversión de san Pablo, hecho que nos recuerda que en el movimiento ecuménico tiene una gran importancia lo que denominamos ecumenismo espiritual, que ha estado siempre presente en los esfuerzos de aproximación y de estimación entre los cristianos desde el mismo inicio del movimiento ecuménico.

La Exhortación apostólica del papa Francisco La alegría del Evangelio aporta el lema de este año al utilizar la cita: «El amor de Cristo nos apremia» (número 9). Con este texto de la Sagrada Escritura (2Co 5, 14), tomado en el contexto de todo el quinto capítulo de la segunda Carta a los Corintios, se formuló el tema para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2017.

El texto bíblico subraya que la reconciliación es un don de Dios destinado a toda la creación. En otro documento apostólico, su reciente carta La misericordia y la miserable, el Sumo Pontífice menciona la reconciliación refiriéndose a la necesidad de que este sacramento "vuelva a encontrar su puesto central en la vida cristiana; por eso se requieren sacerdotes que pongan su vida al servicio del «ministerio de la reconciliación» (2Co 5, 18), para que a nadie que se haya arrepentido sinceramente se le impida acceder al amor del Padre, que espera su retorno, y se ofrezca a todos la posibilidad de experimentar la fuerza liberadora del perdón".

Estos días resuenan profundamente en nuestro corazón las palabras de la oración de Jesús en el Cenáculo: "Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado".

En el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica se comprometió a trabajar por la unidad de todos los creyentes en Cristo "en la profesión de una sola fe, en la celebración común del culto y en la concordia fraterna de la familia de los hijos de Dios". Desde entonces se ha avanzado considerablemente. Cabe reconocer como un signo de esperanza los pasos que se han dado y se están dando en el camino ecuménico.

Quiero dar gracias a Dios por el esfuerzo de tantos hermanos de diferentes comunidades eclesiales que no se han resignado a la división sino que mantienen viva la esperanza de la reconciliación entre todos los que creen en el único Señor. Los cristianos seremos testigos creíbles de la misericordia en la medida que el perdón, la renovación y la reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros. Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la dignidad de las personas. Sin este servicio al mundo y con el mundo, la fe cristiana sería incompleta.

+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

El mayor escándalo que estamos viviendo: la desigualdad creciente entre ricos y pobres

Según los últimos informes, que han presentado las instituciones más autorizadas en asuntos relacionados con la economía y los derechos humanos (por ejemplo OXFAM), España es el 2º país de la UE en el que la desigualdad, entre los más ricos y los más pobres, ha crecido y sigue creciendo de forma cada día más alarmante. Entre 2008 y 2014, los salarios más bajos cayeron un 28 %, mientras que los más altos apenas se movieron o, por el contrario, aumentaron. En 2015, el sueldo del ejecutivo con salario más alto era 96 veces superior al del sueldo medio de los empleados de las empresas del IBEX. Por no hablar de los parados y una notable cantidad de pensionistas, que nos tenemos que conformar con ingresos de auténtica miseria.

A mi manera de ver, lo más grave, que se nos plantea, cuando se trata de afrontar este asunto, si la cosa se piensa despacio, pronto se da uno cuenta de que no se trata solamente – ni principalmente – de un problema económico o político, sino que hay, en todo esto, algo mucho más hondo. El tema de ricos y pobres, en España, es un problema cultural. En este país (como ocurre en otros, por ejemplo, en América Latina), son constitutivos culturales de nuestra sociedad. Y eso significa que el hecho de “ser rico” o “ser pobre” son elementos constitutivos de nuestra propia identidad. Lo que representa, entre otras cosas, que esto de la desigualdad no se arregla con más dinero o con buenos gobernantes. Por supuesto, hay que resolver cuanto antes esos dos factores del problema. Pero insisto en que, aumentando los billetes y poniendo a otros políticos, el problema seguirá siendo el mismo. Porque lo que hay que cambiar de raíz es nuestra cultura de ricos y pobres. Y de ricos contra pobres.

Ahora bien, una cultura cambia cuando se modifican los valores, las convicciones, las costumbres, los hábitos de vida, y el proyecto mismo de vida que cada cual se organiza. Y en esto – entre otras cosas – tiene una importancia decisiva, no digo la religión, sino las creencias más fundamentales, que determinan la forma de vivir y la conducta de las personas.

Esto supuesto, yo me pregunto si tienen claro y resuelto este problema y su solución tres de los factores más determinantes de la educación: las familias, la Iglesia y el Ministerio de Educación. ¿Entra esto, ante todo, en sus preocupaciones, en sus programas y proyectos para todas las etapas de la formación de un correcto ciudadano?

Por mi dedicación, de tantos años, a la religión, a la teología y a la Iglesia, mi convencimiento es que estamos estancados en un enorme escándalo. Un escándalo que es mayor y más importante, que los otros escándalos relacionados con la Iglesia, los curas y los obispos. Me refiero al escándalo de una Iglesia, que se preocupa más por la observancia del Derecho Canónico que por el cumplimiento de los Derechos Humanos.

Entre otras razones, porque el Derecho Canónico vigente es incompatible con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Por qué se calla el clero ante tantas violaciones de los Derechos Humanos? ¿No será porque la CEE teme que se pongan en cuestión los privilegios económicos y fiscales que todavía tiene la Iglesia en España? O para decirlo con más claridad, ¿Por qué la Iglesia no exige la igualdad, en dignidad y derechos, entre hombres y mujeres? ¿No será porque la Iglesia es la primera que no admite esa igualdad, en dignidad y derechos, entre hombres y mujeres?

Hasta el día en que la Iglesia no tome muy en serio la aceptación, la puesta en práctica y la debida educación en estos problemas tan fundamentales, que son los que pueden modificar nuestra cultura, la desigualdad (por más dura que resulte) seguirá siendo un componente de nuestra propia identidad. ¡Qué miseria tan vergonzosa y humillante!

III Domingo del T. O. Las llamadas

Estamos en los primeros domingos del Tiempo Ordinario, tenemos ante nosotros el año apenas estrenado, y la Palabra de Dios nos propone el pasaje evangélico de la llamada de los primeros discípulos, y su actitud inmediata de seguir a Jesús, dejando redes, casa, familia…

Puede parecer una escena irreal, porque es difícil comprender que de una forma tan inmediata alguien pueda decidir una opción totalmente radical.

Debemos interpretar que el texto evangélico compendia el relato. Seguro que los pescadores de Galilea ya habrían tenido noticias de Jesús de Nazaret, y que la opción de seguirlo no es posible sin sentir históricamente la llamada.

De una u otra manera, en el discernimiento vocacional para las distintas formas de vida cristiana, debe haberse registrado un sentimiento de llamada, con la concurrencia de circunstancias objetivadoras que ayuden a comprender la opción de vida como una obediencia y no como una decisión inventada. Solo cuando se ha registrado el paso del Señor por nuestras vidas cabe arriesgarse en el seguimiento evangélico, porque de lo contrario, sería difícil superar una posible crisis vocacional si no se encuentra razón trascendente por la que ser fiel. Esto vale para la vida consagrada y para la vida matrimonial. El relato se hace eco de una profecía sobre el territorio en el que Jesús ejerce su misión. Este dato de fijar la vocación en un lugar concreto también es importante, porque a la hora de recordar la llamada es luminoso poder fijarla en tiempo y lugar, como les sucedió los discípulos de Juan el Bautista, cuando se encontraron por primera vez con Jesús, se dieron cuenta que era la hora décima, hacia las cuatro de la tarde.

He leído una expresión que resume muy bien el sentido de nuestra vida: “Soy amado y llamado, por eso existo” (José A. García). Si esto es principio y fundamento, que diría san Ignacio de Loyola, también sirve a la hora de cimentar la propia vocación.

¿A qué te sientes llamado? ¿Cuándo y dónde percibiste el paso del Señor por tu vida? ¿Tu modo de vida responde a una obediencia, o es un proyecto independiente, que tú te has impuesto?

Vicente, Santo Memoria Litúrgica, 22 de enero

Diácono y Mártir

Martirologio Romano: San Vicente, diácono de Zaragoza y mártir, que durante la persecución bajo el emperador Diocleciano hubo de sufrir cárcel, hambre, potro, láminas candentes, hasta que, en Valencia, en la Hispania Cartaginense (hoy España), voló al cielo a recoger el premio del martirio (304).

Etimología: Vicente = Aquel que es un vencedor, es de origen latino.
Breve Biografía

El Diácono San Vicente es el mártir más famoso de España. Un siglo después de su martirio, que tuvo lugar probablemente en el año 304, San Agustín le dedicaba todos los años, en este día, una homilía.

Los Hechos de su martirio, apócrifos como muchas Pasiones de otros mártires, se inspiran en documentos y tradiciones basados en realidades históricas. Las noticias históricas, reducidas a lo esencial, dicen que Vicente, natural de Huesca, durante la persecución de Diocleciano fue llevado encadenado de Zaragoza a Valencia para ser procesado ante el gobernador Daciano, junto con su obispo, y que sufrió el martirio en Valencia.

A estas pocas noticias históricas se añaden las narraciones de los Hechos. EL obispo de Zaragoza era un poco tartamudo y, por tanto, le iba mal en la oratoria. Pero tuvo la fortuna de encontrar al joven Vicente, bien preparado culturalmente y hábil en el manejo de la palabra. Fue ordenado Diácono y se le confió el cargo de coadjutor del obispo para la predicación del Evangelio.

En el imperio romano campeaba una cruel persecución, y Daciano, gobernador de Valencia, hizo pronto encadenar a los hombres más importantes de la Iglesia española. Al Diácono Vicente le fueron puestos grilletes y así lo condujeron a pie de Zaragoza a Valencia, junto con su obispo; pero aún en esas circunstancias aprovechó la ocasión para predicar el Evangelio, y en nombre del obispo tomó la palabra para confutar las acusaciones del gobernador y para exponerle el mensaje evangélico sin las distorsiones de la propaganda anticristiana.

Daciano no se convenció, pero comprendió que el adversario que había que destruir era precisamente Vicente. Pero primero ordenó que lo torturaran. Después lo metieron en una celda oscura, en donde el pavimento estaba totalmente lleno de cascajos cortantes para prolongar los suplicios. Pero Vicente, con voz todavía fuerte, entonó himnos de agradecimiento a Dios. Entonces, el gobernador, para quitarle este motivo de gloria, ordenó que lo colocaran en una cama muy cómoda, pero en ese momento murió el Diácono.

Llevaron el cuerpo al campo para que lo devoraran las fieras, pero apareció un cuervo que defendió el cadáver de la voracidad de los otros animales. Entonces Daciano ordenó que lo metieran en un costal junto con una gran piedra y lo echaran al río; pero el cuerpo no se hundió y las aguas lo fueron llevando hasta dejarlo en una orilla. Los cristianos lo recogieron y erigieron una iglesia para su tumba.

El Papa a los Dominicos: ‘Ser sal y luz en el carnaval mundano de hoy – Texto de la homilía

El Santo Padre clausura el jubileo por los 800 años de la Orden de los Predicadores con una misa en San Juan de Letrán (ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco presidió este sábado por la tarde la santa misa conclusiva del ‘Jubileo de los Dominicos’, iniciado el 7 de noviembre pasado con motivo de los 800 años de la confirmación de la Orden de los Predicadores por el papa Honorio III. En la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán, el Santo Padre después de inciensar el altar y de las lecturas del día, invitó a los dominicos a ser sal y luz en el carnaval mundano de hoy como lo fueron en el de ayer, y en medio del ambiente ‘líquido’ y globalizado responder con las obras buenas que hacen nacer en el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos el interrogante: ‘¿por qué?’, ‘¿por qué esa persona se comporta así?’, inquietando al mundo delante del testimonio del Evangelio.

A continuación el texto completo: 
“La palabra de Dios hoy nos presenta dos escenarios humanos opuestos: de una parte el ‘carnaval’ de la curiosidad mundana; de otra la glorificación del Padre mediante las buenas obras. Y nuestra vida se mueve siempre entre estos dos escenarios. De hecho estos están en cada época, como lo demuestran las palabras de san Pablo dirigidas a Timoteo (cfr 2 Tm 4,1-5). Y también santo Domingo como sus primeros hermanos, ochocientos años atrás, se movía entre estos dos escenarios.

Pablo le advierte a Timoteo que deberá anunciar el Evangelio en medio a un contexto donde la gente busca siempre nuevos maestros, fábulas, doctrinas diversas e ideologías … «Prurientes auribus» (2 Tm 4,3). Es el carnaval de la curiosidad mundana, de la seducción. Por esto el Apóstol instruye a su discípulo usando también palabras fuertes, como ‘insiste’, ‘amonesta’, ‘reprende’, ‘exhorta’; y después ‘vigila’, ‘soporta los sufrimientos’ (vv. 2.5). Es interesante ver como ya entonces, hace dos mil años, los apóstoles del Evangelio se encontraban de frente a este escenario, que en nuestros días se ha desarrollado y globalizado a causa de la seducción del relativismo subjetivista. La tendencia de buscar novedades, propia del ser humano, encuentra el ambiente ideal en la sociedad del aparecer, del consumo, en el cual muchas veces se reciclan cosas viejas, pero lo importante es hacerlas aparecer como nuevas, atrayentes, cautivantes. También la verdad es maquillada. Nos movemos en la llamada ‘sociedad líquida’, sin puntos fijos, sin ejes, privada de referencias sólidas y estables; en la cultura del efímero, del usa y descarta. Delante de este ‘carnaval’ mundano se destaca netamente el escenario opuesto, que encontramos en las palabras de Jesús que apenas hemos escuchado: “Rindan gloria al Padre vuestro que está en los cielos”.

¿Y como se realiza este pasar de la superficialidad pseudo-festiva a la glorificación? Se realiza a través de las obras buenas de aquellos de quienes volviéndose discípulos de Jesús se han vuelto ‘sal’ y ‘luz’.
“Resplandezca así vuestra luz delante de los hombres –dice Jesús– para que vean vuestras obras buenas y rindan gloria al Padre vuestro que está en los cielos”. En medio al ‘carnaval’ de ayer y de hoy, esta es la respuesta de Jesús y de la Iglesia, este es el apoyo sólido en medio del ambiente ‘líquido’: las obras buenas que podemos realizar gracias a Cristo y a su Espíritu Santo, y que hacen nacer en el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos el interrogante: ‘¿por qué?’, ‘¿por qué esa persona se comporta así?’, inquietando al mundo delante del testimonio del Evangelio.

Pero para que suceda este ‘sacudón’ es necesario que el sal no pierda el sabor y la luz no se esconda (cfr Mt 5,13-15).

Jesús lo dice de manera muy clara: si el sal pierde su sabor no sirve más para nada. ¡Ay el sal si pierde el sabor!, ¡Ay de una Iglesia que pierde el sabor!, ¡cuidado con un sacerdote, a un consagrado, a una congregación que pierde su sabor!

Hoy nosotros rendimos gloria al Padre por la obra que santo Domingo, lleno de la luz y del sal de Cristo, ha cumplido hace ochocientos años; una obra al servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida; una obra que, con la gracia del Espíritu Santo, ha hecho que tantos hombres y mujeres hayan sido ayudados a no dispersarse en medio del ‘carnaval’ de la curiosidad mundana; pero que en cambio hayan sentido el gusto de la sana doctrina, el gusto del Evangelio y se hayan vuelto a su vez luz y sal, artesanos de las obras buenas… y verdaderos hermanos y hermanas que glorifican al Dios y enseñan a glorificar a Dios con las buenas obras de la vida”.



Francisco, hoy, en el Angelus

“Jesús es un profeta itinerante, no espera a que venga la gente, camina hacia ellos”
Francisco anima a los cristianos a “llevar el Evangelio a las periferias”
“Convertirse no es tanto cambiar el modo de vivir, sino de pensar. No se trata de cambiar de hábitos, sino de actitud”

Jesús Bastante, 22 de enero de 2017 a las 12:18

Llevar la Palabra a todas las periferias. Todos los espacios de la vida son terreno donde arrojar la semilla del Evangelio, para que dé frutos de salvación

(Jesús Bastante).- Como hiciera Jesús, es tiempo de "llevar el Evangelio a las periferias". El Papa Francisco hizo un llamamiento a difundir el mensaje de Jesús "a cada contexto, incluso a aquel más impermeable y resistente", durante el rezo del Angelus dominical.

En sus palabras, el Papa recordó el comienzo de la predicación de Jesús en Galilea, "tierra de paganos", una tierra "periférica y religiosamente impura". "El mensaje de Cristo se difunde en las periferias", recalcó Bergoglio, quien incidió en que el anuncio del Reino "no comporta la instauración de un nuevo régimen político, sino el Reino de Dios en su pueblo, que inaugurará un nuevo pacto de paz y justicia".

"Todos son llamados a convertirse, transformando la forma de pensar. Porque convertirse no es tanto cambiar el modo de vivir, sino el modo de pensar. Es una transformación del pensamiento. No se trata de cambiar de hábitos, sino de actitudes", recordó el Papa, quien añadió el cambio "de estilo y método" de Jesús respecto al Bautista.

"Jesús es un profeta itinerante, no está esperando a que venga la gente, sino que camina hacia ellos. Jesús siempre está en camino. Su primera salida es al lago de Galilea, al contacto con los pescadores", recordó Francisco, quien señaló que sus primeros compañeros estaban allí, pescando. Simón, Andrés, Juan y Santiago, "hombres humildes y valientes que respondieron con generosidad al llamado del Señor".

Al igual que ellos, "los cristianos de hoy tenemos la alegría de anunciar y de dar testimonio de nuestra fe. Que la conciencia de estos inicios inspire en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a cada contexto, incluso a aquel más impermeable y resistente", exhortó el Papa.

La llamada a los primeros discípulos "les coge en la actividad de cada día". Y es que "el Señor se revela hoy no de modo extraordinario, sino en la cotidianeidad de nuestra vida. Es un diálogo cotidiano que cambia nuestro corazón".

"Llevar la Palabra a todas las periferias. Todos los espacios de la vida son terreno donde arrojar la semilla del Evangelio, para que dé frutos de salvación", concluyó el Papa.

En su saludo posterior, Francisco recordó la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, e invitó a "perseverar en la oración para que se cumpla el deseo de Jesús, que todos sean una sola cosa". Al tiempo, pidió una oración por las víctimas de la ola de frío y los derrumbes en Italia Central, y agradeció la "gran generosidad" de los equipos de rescate. También tuvo un recuerdo para los que, en estos días, celebran el año nuevo según el calendario lunar.

 

Texto del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Mt 4.12 a 23) narra el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. Él deja Nazaret, un pueblo en las montañas, y se establece en Cafarnaúm, un centro importante en las orillas del lago, habitado en su mayoría por paganos, punto de cruce entre el Mediterráneo y el interior del país mesopotámico. Esta opción indica que los destinatarios de su predicación no son sólo sus compatriotas, sino cuantos arriban a la cosmopolita «Galilea de los gentiles» (v 15; cf. Is 8,23). Vista desde la capital Jerusalén, aquella tierra es geográficamente periférica y religiosamente impura, debido a la mezcla con los que no pertenecían a Israel. Desde Galilea no se esperaban desde luego grandes cosas para la historia de la salvación. Sin embargo, precisamente desde allí se difunde aquella "luz" sobre la que hemos meditado en los domingos pasados: la luz de Cristo.

El mensaje de Jesús reproduce el del Bautista, proclamando el «Reino de los Cielos» (v. 17). Este Reino no implica el establecimiento de un nuevo poder político, sino el cumplimiento de la alianza entre Dios y su pueblo, que inaugurará una temporada de paz y de justicia. Para estrechar este pacto de alianza con Dios, cada uno está llamado a convertirse, transformando su propio modo de pensar y de vivir. No se trata de cambiar la vestimenta, sino las costumbres. Lo que diferencia a Jesús de Juan el Bautista es el estilo y el método. Jesús elige ser un profeta itinerante. No se queda esperando a la gente, sino que se mueve hacia ella. Sus primeras salidas misioneras se producen a lo largo del lago de Galilea, en contacto con la multitud, en particular con los pescadores. Allí Jesús no sólo proclama la venida del reino de Dios, sino que busca compañeros que se asocien a su misión de salvación. En este mismo lugar encuentra a dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan; los llama diciendo: «Síganme y los haré pescadores de hombres» (v. 19). La llamada les llega en medio de sus actividades cotidianas: el Señor se revela a nosotros no en modo extraordinario o sensacional, sino en la cotidianeidad de nuestra vida. La respuesta de los cuatro pescadores es inmediata y rápida: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20). Sabemos, de hecho, que eran discípulos de Juan el Bautista y que, gracias a su testimonio, ya habían empezado a creer en Jesús como el Mesías (cf. Jn 1,35-42).

Nosotros, los cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de anunciar y de dar testimonio de nuestra fe, porque existió ese primer anuncio, porque existieron esos hombres humildes y valientes que respondieron generosamente a la llamada de Jesús. En las orillas del lago, en una tierra impensable, nació la primera comunidad de discípulos de Cristo. Que la conciencia de estos inicios inspire en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a cada contexto, incluso a aquel más impermeable y resistente. Todos los espacios del vivir humano son terreno en el que arrojar las semillas del Evangelio, para que dé frutos de salvación.

Que la Virgen María nos ayude con su maternal intercesión a responder con alegría a la llamada de Jesús y a ponernos al servicio del Reino de Dios.

El Papa en el ángelus: ‘Estoy cerca con la oración de las víctimas del alud en Abruzzo’

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde le aguardaban miles de fieles y peregrinos. Después de explicar las lecturas del día y rezar el ángelus el Santo Padre dirigió su pensamiento a las víctimas y familiares de quienes sufrieron un alud que arrasó y sepultó el lujoso hotel Rigopiano, en Italia Central, con al menos 34 personas en su interior, varios de ellos niños.

“En los días pasados el terremoto y las fuertes nevadas han puesto nuevamente a dura prueba a muchos de nuestros hermanos y hermanas de Italia Central, especialmente en Abruzzo, Marche y Lazio”, dijo Francisco. Y añadió: “Estoy cerca con la oración y con el cariño, de las familias que han tenido víctimas entre sus seres queridos”.
Así el Santo Padre no solo invitó a orar por ellos, sino que con los presentes rezó un Ave María.

La avalancha de 120 mil toneladas de nieve con una velocidad de cien kilómetros horarios, cayó en la tarde del pasado miércoles 18, el mismo día en el que el centro de Italia fue nuevamente sacudido por cuatro nuevos movimientos telúricos superiores a los 5° en la escala de Richter.

El saldo provisorio es de 5 muertos, 9 salvados que habían quedado muchas horas sepultados en las estructuras destruidas del hotel entre los cuales niños. Hay aún 23 personas desaparecidas. Las operaciones prosiguen en medio de las dificultades del mal tiempo y de la nieve que mantiene aisladas a diversas localidades de Italia Central.

Estamos en los primeros domingos del Tiempo Ordinario, tenemos ante nosotros el año apenas estrenado, y la Palabra de Dios nos propone el pasaje evangélico de la llamada de los primeros discípulos, y su actitud inmediata de seguir a Jesús, dejando redes, casa, familia…

Puede parecer una escena irreal, porque es difícil comprender que de una forma tan inmediata alguien pueda decidir una opción totalmente radical. Debemos interpretar que el texto evangélico compendia el relato. Seguro que los pescadores de Galilea ya habrían tenido noticias de Jesús de Nazaret, y que la opción de seguirlo no es posible sin sentir históricamente la llamada.

De una u otra manera, en el discernimiento vocacional para las distintas formas de vida cristiana, debe haberse registrado un sentimiento de llamada, con la concurrencia de circunstancias objetivadoras que ayuden a comprender la opción de vida como una obediencia y no como una decisión inventada.

Solo cuando se ha registrado el paso del Señor por nuestras vidas cabe arriesgarse en el seguimiento evangélico, porque de lo contrario, sería difícil superar una posible crisis vocacional si no se encuentra razón trascendente por la que ser fiel. Esto vale para la vida consagrada y para la vida matrimonial.

El relato se hace eco de una profecía sobre el territorio en el que Jesús ejerce su misión. Este dato de fijar la vocación en un lugar concreto también es importante, porque a la hora de recordar la llamada es luminoso poder fijarla en tiempo y lugar, como les sucedió los discípulos de Juan el Bautista, cuando se encontraron por primera vez con Jesús, se dieron cuenta que era la hora décima, hacia las cuatro de la tarde.

He leído una expresión que resume muy bien el sentido de nuestra vida: “Soy amado y llamado, por eso existo” (José A. García). Si esto es principio y fundamento, que diría san Ignacio de Loyola, también sirve a la hora de cimentar la propia vocación.

¿A qué te sientes llamado? ¿Cuándo y dónde percibiste el paso del Señor por tu vida? ¿Tu modo de vida responde a una obediencia, o es un proyecto independiente, que tú te has impuesto? 

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