El perseguidor transformado en predicador

Evangelio según San Marcos 16,15-18. 

Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación." El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán". 

Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol

Conversión de san Pablo, apóstol

Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino y lo eligió para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Hay muchos aspectos para meditar en la conversión de san Pablo: desde cosas tan ascépticas como los datos históricos que poseemos sobre el hecho, hasta la maravilla que representa que precisamente un verdugo de la fe se convierta en uno de los máximos exponentes del apostolado y como en prototipo de lo que debe ser un apóstol. Me conformo con ceñirme, en el contexto del santoral, a dos aspectos: esto de que celebramos una conversión, y en qué medida la conversión como tal -y no sólo la de san Pablo- forma parte de nuestra fe como uno de sus rasgos originales.

Porque si bien miramos, es común que los santos nos cuenten su «conversión», es decir, la reversión radical hacia Dios de todos los valores de la vida que llevaban hasta ese momento; por ejemplo, cuando pensamos en la palabra «conversión», a todos -casi con seguridad- se nos representa la célebre de san Agustín; sin embargo, sólo de san Pablo celebramos litúrgicamente la conversión. De ningún otro.

Pienso que no es desmedido señalar que la conversión de san Pablo representó para toda la Iglesia una especie de refundación: esa Iglesia que se fundó en la Cena, que se fundó en la entrega del discípulo a la Madre, que se fundó en la palabra de envío del Resucitado, que se fundó en la venida del Espíritu Santo, renueva también su fundación en esta especie de última «vuelta de tuerca» que es capaz de extraer del mensaje de Jesús todo lo que quedaba en su fondo, difícil de aceptar y difícil de formular: nadie hay ante Dios que esté perdido de antemano, incluyendo como corolario natural que la fe deberá dirigirse también a los gentiles, a los que nunca ni oyeron hablar de Dios, a quienes ni siquiera están esperando una Alianza con Dios ni ninguna manifestación suya, a los que ni siquiera tienen «sed de Dios».

La conversión de san Pablo tiene algo de común con todas las conversiones, incluyendo la de cada uno de nosotros: se trata de una «metá-noia» (que es la palabra que usa el NT para hablar de conversión), de un «cambio [metá] de mentalidad [noia]»; nuevos criterios, nueva mirada, nueva perspectiva. Lo mismo que veíamos hasta ayer de una manera, lo vemos hoy con un significado diverso. De esa conversión no es ajeno ningún creyente, forma parte del «proceso de la fe»;

-es posible que alguien haya sido bautizado, le haya dado la espalda a Dios y vuelva: conversión;

-es posible que alguien haya sido bautizado y haya seguido practicando la fe sin desviarse de sus criterios, hasta que un buen día se da de narices contra sí mismo y su buen comportamiento y descubre que toda la fe había sido cosa de Dios más que sí mismo y su buen comportamiento: conversión

-puede ser que alguien nunca haya querido saber nada de la fe cristiana, pero tiene en el estómago ese «vacío de absoluto», eso que el salmo 42 llama «sed de Dios», y un buen día siente -por los medios que sean: una predicación, una música, una liturgia- que es Cristo quien apaga esa sed, y nadie más: conversión;

-puede que ni siquiera tenga sed de Dios, tan sólo «la vieja llaga de la herida en el ser» -en palabras de Moravia-, y de repente descubre el poder sobre esa llaga que tiene la otra llaga, la de Cristo: conversión.

Es posible pensar abstractamente el cristianismo como una fe, sin implicar la conversión, pero no es posible vivir el cristianismo en concreto sin toparse con la conversión, e incluso con la necesidad «periódica» de convertirse, tal como lo celebramos cada año en el ciclo litúrgico. En cierto sentido la conversión de san Pablo tuvo que ver con eso: fue encontrado por Cristo y eso cambió su mentalidad, dio un vuelco de 180º.

Le pasó a él, me pasó a mí, le pasó al lector de este escrito, y si no pasó aun, ya va a pasar.

Pero a la vez tiene algo de especial y único, algo que no ha vuelto a repetirse en la historia de la Iglesia: en la conversión de san Pablo toda la Iglesia se convierte a la novedad de una misión que hasta ese momento no había aparecido, y que incluso tardará décadas antes de que oficialmente la Iglesia acepte que la misión de san Pablo a los gentiles compromete a todos, no sólo a san Pablo y los suyos; que esa misión a los gentiles y entre los gentiles está en el fondo de la esencia de la Iglesia. La conversión de san Pablo obligará a toda la Iglesia a convertirse y tomar conciencia de que la fe cristiana no es un apéndice de la fe judía, aunque esa verdad tardará décadas en comenzar a dar sus frutos. Nos hace bien celebrar cada año la conversión de san Pablo; somos seres en el tiempo y del tiempo, por eso para nosotros, los seres humanos, las grandes verdades no son nunca una cosa dicha de una vez y para siempre: requieren ser dichas y redichas, meditadas y remeditadas, comprendidas y recomprendidas. Es constante a lo largo de la historia la tendencia de los creyentes a convertir a la Iglesia no en un lugar de salvación sino en depósito de salvados, a aislarnos del mundo, a cercar y amurallar. Tal vez eso forme parte de la dinámica más profunda de nuestra fe: por eso mismo cada año la celebracíon litúrgica de la conversión de san Pablo nos recuerda que la misión de la Iglesia no estará terminada hasta que «todos los hombres» -sin excepción- «se salven y lleguen al conocimiento de la verdad».

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón 279

El perseguidor transformado en predicador

Desde lo alto del cielo la voz de Cristo derribó a Saulo: recibió la orden de no proseguir sus persecuciones, y cayó rostro en tierra. Era necesario que primeramente fuera abatido, y seguidamente levantado; primero golpeado, después curado. Porque jamás Cristo hubiera podido vivir en él si Saulo no hubiera muerto a su antigua vida de pecado. Una vez derribado en tierra ¿qué es lo que oye? «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón." (Hch 26,14). Y él respondió: «¿Quién eres, Señor?». Y la voz de lo alto prosiguió: «Yo soy Jesús de Nazaret a quien tú persigues». Los miembros están todavía en la tierra, es la cabeza que grita desde lo alto del cielo; no dice: «¿Por qué persigues a mis siervos?» sino «¿por qué me persigues?»

Y Pablo, que ponía todo su furor en perseguir, se dispone a obedecer: «¿Qué quieres que haga?» El perseguidor es transformado en predicador, el lobo se cambia en cordero, el enemigo en defensor. Pablo aprende qué es lo que debe hacer: si se quedó ciego, si le fue quitada la luz del mundo por un tiempo, fue para hacer brillar en su corazón la luz interior. Al perseguidor se le quitó la luz para devolvérsela al predicador; en el mismo momento en que no veía nada de este mundo, vio a Jesús. Es un símbolo para los creyentes: los que creen en Cristo deben fijar sobre él la mirada de su alma sin entretenerse en las cosas exteriores... 

Saulo fue conducido a Ananías; el lobo devastador es llevado hasta la oveja. Pero el Pastor que desde lo alto del cielo lo conduce todo le asegura: «No temas. Yo le voy a descubrir todo lo que tendrá que sufrir a causa de mi nombre» (Hch 9,16). ¡Qué maravilla! El lobo cautivo es conducido hasta la oveja... El Cordero, que muere por las ovejas le enseña a no temer.

Francisco versus Donald Trump

"Eligiendo a Trump, casi la mitad de los norteamericanos han renunciado al principio de la igualdad"
José María Castillo: "Hemos hecho trizas la cultura de la igualdad"
"El crecimiento tecnológico es inseparable del crecimiento económico. Ambos son como vasos comunicantes"

José Mª Castillo, 24 de enero de 2017 a las 15:30

el resultado de las últimas elecciones en Estados Unidos es la demostración más evidente de que, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo, en realidad hemos hecho trizas la "cultura de la igualdad"

(José María Castillo).- Sabemos que el papa Francisco ha dicho: "No me gusta anticiparme a los acontecimientos. Veremos qué hace Trump". Una vez más, este papa ha sido discreto y prudente. No seamos "profetas de desgracias", como sabiamente nos advirtió Juan XXIII. Y así debe ser. Lo que ocurre es que el recién estrenado presidente de los Estados Unidos de América ya ha dado la cara sobradamente, para dejar claro, ante el mundo entero, no lo que va a hacer, sino lo que ya ha hecho.

Y lo que ha hecho ha sido poner en evidencia que casi la mitad de los norteamericanos - los millones de votantes que han elegido a Trump - han renunciado (en la práctica, ya que no sabemos si, en teoría, eran conscientes de lo que hacían) al "principio determinante" que inspiró la proclamación de Independencia de los Estados Unidos, del 1 de julio de 1776.

Esto quiere decir que, varios años antes de la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano", de la Asamblea Francesa del 26 de agosto de 1789, ya en Estados Unidos se hizo la primera formulación de los derechos del hombre. El principio de igualdad y de participación de los ciudadanos quedó así formulado, en embrión, pero también como ideal de una nueva sociedad y una nueva cultura. Fue el paso decisivo de la sociedad sometida al soberano a la sociedad igualitaria y democrática.

Lo que mucha gente no sabe es que, en este cambio, tuvo un papel importante el influjo positivo de la religión. El conocido estudio de Georg Jellinek, de 1895, lo indicó con claridad.

La idea democrática, base de la constitución de la Iglesia reformada, se desarrolló a finales del s. XVI en Inglaterra, y esto en primer lugar por obra de Roberto Brown y sus adeptos. Para este grupo, la Iglesia debía identificarse con la Comunidad en una comunión de creyentes, mediante un pacto con Dios y sometidos a Cristo; además, reconocían como norma directora la Voluntad de la asociación, es decir, de la mayoría.

Se establecían así las bases de un ideal de igualdad en dignidad y derechos, que alcanzaría su plena formulación en la Declaración Universal de los derechos humanos del 10 de diciembre de 1948. Así empezó a implantarse, en la sociedad moderna, el ideal de la "cultura de la igualdad".

Esto supuesto, el resultado de las últimas elecciones en Estados Unidos es la demostración más evidente de que, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo, en realidad hemos hecho trizas la "cultura de la igualdad". Y, en su lugar, estamos entronizando la "cultura de la desigualdad". Lo que es lo mismo que decir: se ha impuesto, de nuevo, "la ley del más fuerte".

El papa tiene razón - insisto en ello - al aconsejar discreción y vamos a esperar. Pero hay cosas que no admiten espera. Hace sólo unos años, la conocida historiadora de la Antigüedad, María Daraki, dijo lo siguiente: "La civilización nació bajo forma de un gran impulso histórico de las técnicas. Cosa que puede confortar la fe del siglo de las grandes realizaciones tecnológicas. Pero este enorme salto hacia delante en la historia de las técnicas ha provocado la primera aparición de rasgos conocidos desde la antigüedad: ahondamiento profundo de las desigualdades económicas, jerarquía social vertical, poder despótico.

Así las cosas, el hecho es que, según la misma María Daraky, el proceso del que surge la civilización demuestra que la evolución tecnológica y la evolución social pueden disociarse y, lo que es más grave, pueden crecer en direcciones opuestas: la "evolución tecnológica" como progreso, la "evolución social" como degradación.

Y así ha sucedido. Hasta desembocar en un proceso imparable de descomposición social que seguramente, hace solo unos años, no podíamos imaginar. Por una razón que se comprende enseguida. La tecnología crece de una manera imparable. Nadie pone en duda que el crecimiento tecnológico nos aporta incontables beneficios.

Pero lo que no advertimos es que el progreso tecnológico se nos ha ido de las manos y ya es imparable. Ni sabemos a dónde va. Porque crece a más velocidad que lo que da de sí la capacidad humana. Con una consecuencia que da miedo: el crecimiento tecnológico es inseparable del crecimiento económico. Ambos son como vasos comunicantes.

Lo cual quiere decir que el crecimiento tecnológico está dirigido y controlado por los magnates de la economía. Lo que significa que el presente y el futuro del mundo entero, o sea todos nosotros, estamos en manos de un número reducido de magnates, los grandes potentados que manejan la economía mundial. Teniendo en cuenta que la pasión por el dinero es más fuerte y determinante que los mejores deseos de justicia, igualdad y fraternidad.

No seamos ingenuos. El caso Trump no es asunto de derechas o de izquierdas. Se trata de algo mucho más profundo. Es solamente el ejemplo elocuente de un futuro que ni sabemos dónde tiene sus raíces, ni podemos saber a dónde nos lleva.

En este momento y en esta situación, me atrevo a decir que sólo el Evangelio de Jesús y la fuerza de su "proyecto de vida" podrán potenciar la aspiración de justicia e igualdad que nos parece un sueño o una utopía. Seguramente por esto, en lo que el papa Francisco ha centrado su ideal de vida y su mensaje, tiene su fuerza de atracción que este hombre sencillo ejerce en el mundo, sobre todo en el mundo de los que más sufren y menos medios tienen para seguir viviendo.

«No temas, que yo estoy contigo». Comuniquen esperanza y confianza.
Mensaje del Papa para la 51ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 


Publicamos a continuación el Mensaje del Papa para la Jornada que este año se celebra, en muchos países, el domingo 28 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor.

Por: Redaccion Papa Francisco | Fuente: ZENIT – Roma / 24 de enero 2017 

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5). Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos. Este es el tema elegido por el papa Francisco para la 51ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Publicamos a continuación el Mensaje del Papa para la Jornada que este año se celebra, en muchos países, el domingo 28 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor.

Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).

Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.

Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.

Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».

La buena noticia
La vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta. Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?

Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.

Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda ?porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)? y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

La confianza en la semilla del Reino
Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes ?más que los conceptos? las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece» (Mc 4,26-27).

El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.

Los horizontes del Espíritu
La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).

La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ?en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación? con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.

Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.

Vaticano, 24 de enero de 2017

La chispa de la misión
Marcos 16, 15-18. Festividad de la Conversión de San Pablo.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Yo creo que actúas siempre, Señor. Creo en tus milagros, pero aumenta mi fe, para poder verlos. Creo en tu presencia aquí y ahora en mi alma, y creo que Tú puedes hacer milagros en mi vida. Por eso te pido el milagro de san Pablo: conviérteme más a Ti, Señor, y transfórmame en un apóstol de tu Palabra, de tu gracia y de tu Amor. Así sea.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Millones de personas no conocen a Cristo hoy mismo. ¿Quién les hablará de Él? ¿Quién moverá los corazones de los que no creen?

La Iglesia tenía, al inicio de su vida, todo un mundo por delante. Cristo había tocado la vida de unos cuantos hombres y mujeres, los primeros discípulos, y luego entre ellos había elegido un grupo de doce para ser sus Apóstoles. Así las cosas, Cristo sube a los cielos y transmite una misión: anunciar la Buena Nueva. Al poco tiempo empieza una persecución en Jerusalén, y comunidades judías comienzan a rechazar esta nueva doctrina. Un fariseo observante toma incluso la iniciativa de encarcelar cristianos en Damasco. Pero Dios tenía otros planes: a medio camino Saulo y Jesús se encuentran. Saulo se convierte en Pablo. Pablo anuncia el Evangelio en Asia Menor, Grecia, Macedonia y llega a Roma.

Algo ardía en el corazón de Pablo. Esa caída en el camino a Damasco encendió una chispa; la chispa de una misión. A los pocos años esa chispa llegó al corazón de un imperio, y en menos de cincuenta años ya había un fuego ardiendo en todos los rincones del mundo conocido.
Esa chispa no es diferente a la que recibimos nosotros en el bautismo. Cristo nos ha salido al paso, ha tocado nuestra vida de un modo o de otro. Con el encuentro viene al mismo tiempo una misión. De nosotros depende que esta chispa se transmita hoy a nuestro alrededor.

«Aprenden así que la belleza de la unión entre los seres humanos se dirige hacia nuestra alma, busca nuestra libertad, acepta la libertad del otro, lo reconoce y lo respeta como interlocutor. Un segundo milagro, una segunda promesa: nosotros - padre y madre – ¡nos donamos a ti, para que tú te dones a ti mismo! Y esto es amor, ¡que trae una chispa de aquello de Dios! Pero ustedes, padres y madres tienen esta chispa de Dios que dan a los niños, ustedes son instrumento del amor de Dios y esto es bello, bello, bello. Solo si miramos a los niños con los ojos de Jesús, podríamos realmente entender en qué sentido, defendiendo la familia, protegemos a la humanidad.»
(Homilía de S.S. Francisco, 14 de octubre de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Invitaré a un amigo o amiga a leer juntos este pasaje del Evangelio o a comentar sobre la conversión de san Pablo, para luego reflexionar juntos sobre la importancia de la misión que cada uno tiene.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Dios, como a Pablo, te invita a la conversión
Convertirse significa, para cada uno de nosotros, creer que Jesús se ha entregado a sí mismo por mí.

Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net 

Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la "Conversión de san Pablo" (...) En el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana.

La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.

En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir.

Convertirse significa también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor.

Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12).

Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente.

La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: "Ut unum sint".

Fragmento de las palabras de SS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión de San Pablo 25 enero 2009

 

Francisco llama a no poner condiciones a Dios

"Esto es una opinión mía: las mujeres son más valientes que los hombres"
Francisco: "No pongamos condiciones a Dios, no queramos enseñarle qué es lo que tiene que hacer"
"Dios es un padre bueno que sabe lo que nos hace falta mejor que nosotros mismos", afirma en la Audiencia

Jesús Bastante, 25 de enero de 2017 a las 10:15

Podemos pedirle todo lo que necesitemos, pero siempre con la humildad necesaria para reconocer su voluntad y entrar en sus designios, aunque a veces no coincidan con los nuestros

(Jesús Bastante).- "Aprendamos a no poner condiciones a Dios, no queramos enseñarle qué es lo que tiene que hacer". El Papa Francisco hizo este mañana un llamamiento a la confianza en el Señor pese a las adversidades, poniendo como ejemplo el papel de Judit, quien supo enseñar a su pueblo "con la fuerza de un profeta". Y es que, como señaló entre risas y aplausos en la Audiencia, "esto es una opinión mía, pero las mujeres son más valientes que los hombres".

"Dios se ha vendido", clamaba el pueblo tras la invasión del rey Nabucodonosor. "La capacidad de fiarse de Dios se había perdido", recordó el Papa. "Cuántas veces estamos en situaciones límite, donde no nos fiamos del Señor. La tentación es grande, y lleva a dejarse en manos de quienes crees que pueden salvarte".

Frente a ello, el pueblo "tiene una esperanza débil, y concede a Dios cinco días para intervenir, para que les salve... En realidad, no se fiaban, ninguno era capaz de esperara a Dios". En ese momento, aparece Judit, "una mujer de gran belleza y sabiduría" que "habla al pueblo con el lenguaje de la fe, con valentía".

"No provoquéis la ira del Señor nuestro Dios. Él tiene pleno poder de manifestarse el día que quiera", afirma Judit. Con ella, el Papa pidió que "atendamos la salvación que viene de Él. Supliquémosle que venga en nuestra ayuda, y Él lo hará. Este es el lenguaje de la esperanza. Llamamos a la puerta del corazón de Dios. El es nuestro padre".

"El Señor es Dios de salvación, y ella cree, porque es una mujer de fe. Dios salva", explicó el Papa, quien pidió "aprender a no poner condiciones a Dios". "La esperanza vencerá nuestros temores. Fiarse de Dios quiere decir entrar en su diseño, sin pretensiones, aceptando que su salvación y su ayuda nos llegan de formas diferentes a nuestras expectativas".

"Podemos pedirle todo lo que necesitemos, pero siempre con la humildad necesaria para reconocer su voluntad y entrar en sus designios, aunque a veces no coincidan con los nuestros, pues él es el único que con su amor puede sacar vida incluso de la muerte, conceder paz en la enfermedad, serenidad en la soledad y el consuelo en el llanto", recordó. "No queramos enseñar a Dios qué es lo que tiene que hacer. Él está en medio de nosotros, debemos fiarnos de él, porque sus pensamientos son diferentes a los nuestros".

"El camino que Judit indica es el de la confianza, el de la paz, de la oración, de la obediencia. Es el camino de la esperanza. Haciendo todo lo que esté en nuestras manos, pero siempre confiando en la voluntad del Señor", señaló Bergoglio, quien recordó que "el Señor se acerca siempre, pero desde la fe, aceptando su mano, seguros de su bondad". "Y nosotros, ¿cuántas veces hemos sentido esas palabras valientes, de personas humildes, de mujeres que uno piensa que son ignorantes, pero son palabras de la sabiduría de Dios? O en las palabras de los abuelos. ¿Cuántas veces los abuelos han dado la palabra justa de esperanza? Esa palabra de experiencia, de vida...".
Finalmente, el Papa animó a "fiarse del Señor con las palabras de Jesús. Padre, si tú quieres, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Esta es la oración de la fe, de la confianza y de la esperanza".

En su saludo, además, Francisco recordó que hoy concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. "Los invito a todos a que, conscientes de que el amor de Cristo nos apremia, no dejen nunca de rezar para que los cristianos trabajemos, con respeto fraterno y caridad activa, por llegar a la tan deseada unidad". 

Éste es el saludo del Papa en castellano:
Queridos hermanos y hermanas:

El personaje bíblico de Judit nos muestra a una mujer llena de fe y de valor, capaz de orientar a los hombres y mujeres de su tiempo, que se enfrentaban a una situación límite y desesperada, hacia la verdadera esperanza en Dios.

Ella nos enseña que, ante las situaciones difíciles y dolorosas, el camino a seguir es el de la confianza en Dios, y nos invita a recorrerlo con paz, oración y obediencia, haciendo también todo lo que esté en nuestra mano para superar estas situaciones, pero reconociendo siempre y en todo la voluntad del Señor.

Como ella, tenemos que mirar más allá de las cosas del aquí y el ahora, y descubrir que Dios es un Padre bueno que sabe todo lo que nos hace falta mejor que nosotros mismos. Nosotros podemos pedirle todo lo que necesitemos, pero siempre con la humildad necesaria para reconocer su voluntad y entrar en sus designios, aunque a veces no coincidan con los nuestros, pues él es el único que con su amor puede sacar vida incluso de la muerte, conceder paz en la enfermedad, serenidad en la soledad y el consuelo en el llanto.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Hoy celebramos la fiesta de la Conversión de san Pablo y se concluye la semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, los invito a todos a que, conscientes de que el amor de Cristo nos apremia, no dejen nunca de rezar para que los cristianos trabajemos, con respeto fraterno y caridad activa, por llegar a la tan deseada unidad. Que Dios los Bendiga.

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