“El Reino de los cielos es para ellos.”

Una Iglesia más evangélica

Al formular las bienaventuranzas, Mateo, a diferencia de Lucas, se preocupa de trazar los rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su propio estilo de vida en medio de una sociedad secularizada.

No es posible proponer la Buena Noticia de Jesús de cualquier forma. El Evangelio solo se difunde desde actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de inspirar la actuación de la Iglesia mientras peregrina hacia el Padre. Las hemos de escuchar en actitud de conversión personal y comunitaria. Solo así hemos de caminar hacia el futuro.

Dichosa la Iglesia «pobre de espíritu» y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús. De ella es el reino de Dios.

Dichosa la Iglesia que «llora» con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y poder, pues podrá compartir mejor la suerte de los perdedores y también el destino de Jesús. Un día será consolada por Dios.

Dichosa la Iglesia que renuncia a imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento, practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la tierra prometida.

Dichosa la Iglesia que tiene «hambre y sed de justicia» dentro de sí misma y para el mundo entero, pues buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos. Su anhelo será saciado por Dios.

Dichosa la Iglesia compasiva que renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios, pues acogerá a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús. Ella alcanzará de Dios misericordia.

Dichosa la Iglesia de «corazón limpio» y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús. Un día verá a Dios.

Dichosa la Iglesia que «trabaja por la paz» y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra concordia, pues contagiará la paz de Jesús que el mundo no puede dar. Ella será hija de Dios.

Dichosa la Iglesia que sufre hostilidad y persecución a causa de la justicia sin rehuir el martirio, pues sabrá llorar con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús. De ella es el reino de Dios.

La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Solo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.

4 Tiempo ordinario - A
(Mateo 5,1-12)
29 de enero 2017

Dichosos los pobres en el espíritu

Puestos en la tesitura de tener que resumir con palabra definitoria y definitiva el IV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A (29.01.17), tal vez no hallemos otra mejor que anawin, ese término hebreo relativo a la simplicidad, llaneza y sencillez, comúnmente utilizado para definir a los pobres, aunque no todos los pobres sean anawin, claro es, ni todos los anawin sean pobres de solemnidad, de esos que se pasan la vida durmiendo al raso o quién sabe si debajo de un puente, igual de olvidados dentro de la noche lóbrega que enfrentados con lo puesto a la gélida claridad de las estrellas.

Debidamente entendido, sin embargo, sale fuera de cuestión que dicho vocablo atesora en sí mismo una fuerza colosal insólita, la de los débiles ante el mundo, pero fuertes ellos con ayuda de Dios. El concepto, después de todo, atesora una «riqueza» incalculable de sentido semántico, capaz de resumir por sí solo el mensaje dominical de hoy. De ahí que se conociese a los anawin en la Biblia del Antiguo Testamento como a los Pobres de Yahveh, o Pobres del Señor.

Emplazado el término en el pequeño reducto de un retórico sintagma, o sea integrando un grupo de palabras que constituyen unidad sintáctica y cumplen una función determinada con respecto a otras de la oración, el sentido entonces empieza a dibujarse con perfiles más definidos y contornos punto menos que minuciosos. El sencillo y humilde salmista, que de oración sabe la intemerata, y no poco del divino coloquio y de la dulce queja y de la tierna enseñanza a lo divino, sobre anawin nos lo dice todo cuando afirma con frase maestra: Dichosos los pobres en el espíritu (Salmo 145).

Ni pobres a secas, pues; ni pobres de espíritu, sin más. Vaya esto por delante. Sí, en cambio, por supuesto, pobres en el espíritu. ¿Y quiénes son los pobres en el espíritu, los anawin? Indudablemente, los de corazón sencillo; aspirantes al don de sabiduría cueste lo que cueste, aunque sea escalando sus desconocidas cumbres con la lengua fuera; los dóciles en practicar la Palabra de Dios; los componentes de un pueblo pobre y humilde; los miembros de una comunidad orante que confía en el Señor y sólo en el Señor. Esta idea, por cierto, sobrevuela con sutil relevancia, y alternancia, como abeja lírica, las tres lecturas de la Misa.

El mensaje profético de Sofonías contempla en la primera (Sofonías, 2,3; 3,12-13) un anuncio del Día de Yahveh y una catástrofe que ha de alcanzar a las naciones tanto como a Judá. El castigo de las naciones es advertencia (3,7) que deberá llevar al pueblo a la obediencia y a la humildad (2,3), y la aparejada salvación sólo se promete a un «resto», de modesta a la vez que discreta condición (3,12-13). El mesianismo de Sofonías, siendo así, se reduce a este horizonte, ciertamente limitado, pero que descubre el contenido espiritual de las divinas promesas. Buscad la justicia, buscad la moderación.

«Buscad a Yahveh, vosotros todos –dice Dios por medio de Sofonías--, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad, quizá encontréis cobijo el día de la cólera de Yahveh» (2,3).

Los humildes de la tierra o pobres, en hebreo anawin, tienen gran importancia en la Biblia. Son, según los profetas, los débiles y pequeños. La pobreza consigue, además, y en este caso de nuevo al rebufo de Sofonías, un colorido moral y escatológico que no tiene en otros profetas. Son, en resumen, anawin los israelitas sumisos a la voluntad divina. En la época de los LXX, el término anaw (o anî) expresa cada vez más una idea de altruismo. Es a los pobres a quienes el Mesías será enviado. Más aún, el mismo Mesías va a ser manso, pobre y humilde, incluso hasta llegar a ser oprimido.

Por otra parte, hablando del humilde Resto de Israel Sofonías vaticina que Dios barrerá y limpiará del seno de ese Resto a sus «alegres orgullosos» (3,11), para dejar «en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahveh se cobijará el Resto de Israel» (3, 12-13). Un vaticinio este, por cierto, que anuncia la realización del ideal antes propuesto (2,3) y que, a la vez, suministra una de las descripciones más perfectas y pertinentes del «espíritu de pobreza» en el Antiguo Testamento. Razón que le sobra, pues, a la Iglesia, en cuya acción litúrgica siempre está Cristo presente, y dado que la liturgia es «como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo» (Sacrosanctum Concilium, 7), para traer al propio dintel de este bello edificio de la catequesis dominical la idea de los anawin.

Análoga idea, bien que ataviada con distinto ropaje literario --el de la paradoja para ser preciso--, reaparece en la segunda lectura. «No hay muchos sabios según la carne –dice Pablo--, ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor» (1Corintios 1,26-31). Estamos ante un verdadero derroche de sinónimos y antónimos, y de antítesis con que construir la figura retórica de la paradoja.

Sabe el Apóstol que la Cruz aparece como lo contrario a las aspiraciones tanto de judíos como de griegos: fracaso en vez de manifestación gloriosa, necedad en vez de sabiduría. De ahí que en la mencionada carta se preocupe de matizar que en la fe, la cruz aparece como algo que colma y supera las aspiraciones: poder y sabiduría divinos. He aquí la fuerza misteriosa y el carácter paradójico de la acción divina, que se refleja maravillosamente en la elección de los Corintios (1, 26-30) y en la misma predicación de Pablo (2, 1-5).

Para Pablo, en consecuencia, los que existen según el mundo quedan reducidos a la nada (v. 28). Los Corintios –y por herencia suya hoy todos los cristianos-- deben gloriarse de la antedicha existencia nueva en Jesucristo (v. 31). ¡Y sólo de ella! (v. 29).

La sabiduría cristiana –bueno será tenerlo presente-- no es fruto de un esfuerzo humano «según la carne». Se halla más bien en un ser humano aparecido en «la plenitud de los tiempos» (Gálatas 4,4), o sea Cristo, a quien hay que «ganar» (Filipenses, 3,8), para encontrar en él «todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Colosenses 2,3). Y esta sabiduría no es otra que la de una salvación total: «justicia, santificación y redención». Si en la primera lectura, por tanto, los pobres de Yahveh no son sino los verdaderos ricos ante Dios, en esta segunda lo débil (necio) del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder.

La tercera lectura de la Misa, por último (Mateo 5, 1-12), viene a completar el cuadro con el espíritu del Salmo 145. Jesús expone el nuevo espíritu del Reino de Dios. En el discurso de Jesús re-construido por san Mateo destacan cinco temas principales de las Bienaventuranzas, a saber: 1) El espíritu que debe animar a los hijos del Reino (5, 3-48; 2) el espíritu con que deben «dar cumplimiento a las leyes y prácticas del Judaísmo» (6, 1-18); 3) el desprendimiento de las riquezas (6, 19-4); 4) las relaciones con el prójimo (7, 1-12); y 5) la entrada en el Reino por una elección decidida que se traduzca en obras (7, 13-27).

En san Mateo y en el Salmo 145 pobres en el espíritu es término que abarca a ricos y pobres. Y en Jesús, debe ir acompañado de una pobreza efectiva. Jesús nos presenta en las Bienaventuranzas los valores que han de guiar nuestra vida cristiana: pobreza, mansedumbre, llorar con los que lloran, hambre y sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, trabajar por la paz, soportar la persecución por la causa de Cristo y de su Reino. Valores todos contrarios a los poderes de este mundo, que no son los que nos han llevado a formar parte de la comunidad cristiana, desde luego, sino la pura gracia de Dios escogiendo lo débil del mundo, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.

«Vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,12): Comenta con su proverbial sagacidad san Agustín: «La fe verdadera asegura que nos ha sido enviado el Salvador del mundo, pues a Cristo le predica el mismo Cristo, es decir, el cuerpo de Cristo extendido por todo el orbe. El, es cierto, estaba en el cielo, pero decía al perseguidor que le atormentaba en la tierra: ¿Por qué me persigues? (Hechos 9,4). De esta manera expresó el Señor que estaba también en nosotros […] El mismo que es nuestra cabeza es el salvador de su cuerpo. Así, pues, Cristo predica a Cristo, el cuerpo predica a su cabeza, y la cabeza protege a su cuerpo. Por eso el mundo nos odia, según oímos de boca del mismo Señor. No se dirigía sólo al reducido número de apóstoles al decir que el mundo los odiaría y que deberían alegrarse cuando los hombres calumniasen y dijesen toda clase de mal contra ellos, porque, por eso mismo, su recompensa sería mayor en los cielos (cf. Mt 5,11.12)» (Sermón 354, 1).

Buen comentario agustiniano para estos tiempos que corren, de proteicas actitudes y horizonte incierto. Cuando se insiste por activa y por pasiva, por ejemplo, en que los cristianos son hoy los más perseguidos en el mundo, suministrando a la vez cifras escalofriantes, habrá que recordar, y revivir, y meditar la dulce queja del glorioso Jesús al perseguidor Saulo.

Hay, por otra parte, pero en el mismo orden de cosas, un sinfín de personas en búsqueda de la felicidad por diversos caminos y formas: espiritualidad oriental, yoga, filosofías modernas… Nosotros sabemos que Jesús es el Hijo de Dios, que tiene palabras de vida eterna. Fiémonos plenamente de Él y encontraremos en sus palabras un sentido pleno para llenar nuestra vida y ser dichosos. Sí: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Salmo 145).

El domingo –nos dice el Concilio—es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico» (Sacrosanctum Concilium, 106). Y ya desde el principio ha procurado recordarnos que «Dios […], cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como “médico corporal y espiritual”, Mediador entre Dios y los hombres» (Sacrosanctum Concilium, 5). El domingo, siendo así, es también, cómo no, glorioso y oportuno día de luz y amor, de aleluya y Pascua, para que Dios nuestro Padre nos siga acogiendo en su Hijo glorioso, sin dejar de repetir a la vez la bella y dulce frase del salmista: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

El regalo de Dios

Una maestra de párvulos observa a las niñas que dibujan. Pregunta a una de ellas: ¿Tú qué pintas? La niña responde: a Dios. «Pero si nadie sabe cómo es Dios…» –objeta la profesora. «¡Pues ahora van a saberlo!»– responde la pequeña.

Lo cierto es que cualquier experiencia religiosa auténtica comporta una intuición del Misterio, que no pocas veces logra captar algún rasgo del rostro de Dios; pero conocer a Dios requiere estar abierto a su revelación, sin la cual sólo podríamos alcanzar algunas aproximaciones.

Por ejemplo, una de ellas nos dice que la creación es un acto gratuito. San Felipe Neri observaba: «El sol da su luz, el fuego su calor, el árbol abre sus brazos y nos ofrece sus frutos; el agua y el aire y toda la naturaleza anuncian la generosidad del Creador». Aunque no hace falta ser un santo para advertir que la vida es en sí un regalo de Dios: la nuestra, la de las plantas, animales y naturaleza toda, con sus innumerables universos. ¿O es que todo lo hemos hecho nosotros?

Este año 2017 me propongo comentar algunos aspectos de la Doctrina Social de la Iglesia. Y en este primero me fijo en la gratuidad de los dones recibidos, regalo de Dios, porque esta gratuidad de la creación, y también de la salvación en Cristo, inspira toda la Doctrina Social, pues está en la base del mandamiento del amor fraterno. Si nosotros hemos recibido tanto sin merecerlo, ¿cómo podemos pasar de largo cuando vemos a una persona necesitada?

Julián Marías dijo que hay que tratar de imaginarse a Dios y la vida eterna que en él nos espera no como si fuéramos a parar a una nube en la que los ángeles estarían tocando el arpa. Esto resultaría aburrido y Dios aborrece el aburrimiento. A Dios lo conocemos sobre todo por la revelación que de él nos ha hecho Jesucristo –quien me ha visto a mí ha visto al Padre– y por la misma palabra de Jesús sabemos del Espíritu Santo.

Debemos ser agradecidos con Dios y tenemos muchas ocasiones para ello, desde contemplar la sonrisa de un niño hasta un paisaje maravilloso. Sin embargo, también podemos sentir su presencia en la vida ordinaria, en las pequeñas cosas, y también entonces debemos corresponderle. Muchos de nosotros hemos aprendido desde pequeños una práctica de pequeños gestos: arrodillarse ante el sagrario, bendecir la mesa, dar las gracias cuando nos dan alguna cosa o nos abren una puerta…

Solo entonces nuestra vida será una siembra de amor y paz. En la medida de nuestras posibilidades transformaremos el mundo. † Jaume Pujol Balcells Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado

La cercanía con Dios

Hoy quiero escribir sobre la importancia de la trascendencia, es decir, sobre la capacidad que tiene la persona de trascender el mundo terrenal y abrirse a Dios. Reducir la persona a un ser material sin más miras que las terrenas es, en definitiva, apostar por su destrucción y la del mundo en el que vivimos. Es preciso partir de una verdad reconocida por todos: para la construcción de una sociedad libre, democrática y rica en valores hay que poner en el centro a la persona humana. La pregunta que muchas veces nos hacemos ante los cambios sociales y la forma de vida que llevamos es: ¿qué tipo de persona se está construyendo desde el ámbito de la educación, de la política o de las leyes de los parlamentos? Ahí está la clave del futuro de nuestra sociedad. Si olvidamos o negamos que el ser humano está abierto a la trascendencia, a Dios (Verdad, Bondad, Belleza suma), tendremos muchas dificultades, porque ¿quién o qué da valor e importancia a la persona? ¿Solamente las mayorías parlamentarias? Es evidente que los derechos humanos, las responsabilidades, la dignidad de la persona, la identidad del matrimonio o de la familia, no pueden depender de una votación, por muy democrática que aparezca. Tiene que haber un asidero inamovible que no es otro que la trascendencia.

¡Qué bien lo dice el papa emérito Benedicto XVI en La caridad en la verdad (Cáritas in Veritate)! «Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento». Esto quiere decir que sin Dios el desarrollo es imposible y deshumanizado. Por su parte, y abundando en esta misma idea, Pablo VI ya había subrayado en la década de los sesenta la importancia del Evangelio, imprescindible para la construcción de la sociedad desde la libertad y la justicia. Dios es garante del verdadero desarrollo humano. Si el hombre fuera fruto sólo del azar o de la necesidad o si tuviera que reducir sus aspiraciones al estrecho horizonte de las situaciones en que vive; si todo fuera únicamente historia y cultura y el hombre no tuviera una naturaleza destinada a trascenderse en una vida sobrenatural, podría hablarse de incremento o de evolución, pero no de desarrollo. Ahí se encuentra la verdadera columna sobre la que se apoya el verdadero desarrollo, que permite que sea humano, perdurable y total. No tener en cuenta esa apertura a Dios es abocarnos al fracaso. Benedicto XVI lo apunta finamente cuando dice: «La herida interior del hombre es su lejanía de Dios. El bien primero y esencial del que tiene necesidad el hombre es la cercanía de Dios mismo. Ayudemos a curar esa herida interior del hombre, su lejanía de Dios. El Reino de Dios no es algo junto a Dios: es sencillamente la presencia de Dios mismo, fuerza verdaderamente sanadora».

Eso mismo nos dejó escrito santa Teresa de Jesús, nuestra santa más universal. Ella llevaba por registro en su breviario una estampa en la que había escrito: «Nada te turbe. Nada te espante. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta.» Ojalá que cada uno de nosotros cuide de manera especial su apertura a Dios y a sus hermanos. Que nunca nos encerremos en nosotros mismos.+ Juan José Omella Omella Arzobispo de Barcelona

Pobreza Bienaventuranzas
Sabemos que la pobreza de alma no es una cuestión del dinero, sino una cuestión del corazón.

Las bienaventuranzas de Jesús nos presentan el programa del Reino de Dios. Son como las condiciones para la entrada en ese Reino nuevo, que Cristo inaugura ya en la tierra. Sobre todo la primera, la de la pobreza, es muy decisiva para ser un cristiano auténtico.

“Felices los pobres, felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

No hay entrada para nosotros en el Reino de Dios, si no somos pobres de espíritu. Porque la pobreza es la primera condición para ser accesible, permeable a Dios. Ella es el punto de partida de la vida cristiana. Si no somos pobres espiritualmente, no estamos en la fe.

Sabemos que la pobreza de alma no es una cuestión del dinero, sino una cuestión del corazón. El hecho de que no se posea dinero, no es de por sí una virtud. No se puede poseer ni un centavo, pero tener la actitud del rico.

Se puede también si bien raramente poseer muchos bienes y tener la actitud del pobre.
La pobreza evangélica es una actitud espiritual, y todos somos invitados a ella prescindiendo de nuestros bolsillos.

¿Cuál es, entonces, la actitud de pobreza espiritual?
El pobre esta dispuesto a dejarse poner en duda, dejarse cuestionar por Dios, siempre de nuevo. Él acepta dejarse arrojar de sus posiciones, de sus estructuras, de sus principios, de todo lo que le es propio. Felices los que están convencidos de que nadie es dueño de sí mismo y que Dios puede pedirlo todo.

Sólo el pobre sale de sí mismo, se pone en camino. Es el que no se resigna a estar tranquilo, el que acepta ser molestado por la palabra de Dios. Por eso, Abraham fue el primer pobre, el primer fiel a la voz de Dios, cuando Dios le dijo: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré”. (Gen 12,1)
Abraham escuchó la Palabra de Dios, creyó en ella, abandonó su país, el sitio cómodo donde vivía, dejó sus bienes, sus hábitos, su pasado, y se puso en camino. Y partió, “sin saber a donde iba” (Hebr 11,8) – “señal infalible de que estaba en el buen camino”, como indica San Gregorio de Nicea, uno de los Padres de la Iglesia.

El pobre se da cuenta de que depende totalmente de Dios. Tiene el sentido de su limitación humana. En el fondo, cada hombre tal vez sin saberlo es un pobre.
Y la pobreza material es bienaventurada porque es el signo visible de una pobreza mucho más profunda y universal: nuestra pobreza moral, nuestra fe miserable, nuestro amor raquítico. Todos somos pobres ante Dios, con nuestra culpa, nuestra miseria, nuestra deficiencia pero no todos lo reconocemos ante Él.

Sólo aquel que conoce y reconoce su debilidad y pequeñez ante Dios, pone toda su confianza en Él, espera todo de Él, busca su protección poderosa. En esa actitud de pobreza espiritual se vacía de sí mismo. Y porque esta abierto y disponible para Dios, hay lugar para la acción divina. Es lo que nos promete el profeta Sofonías en la primera lectura: “Yo dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, y ese resto de Israel pondrá su confianza en el nombre del Señor”.

Y cuando nos imaginamos que ya no tenemos necesidad de Dios, cuando estamos satisfechos de nosotros mismos, de nuestros conocimientos, de nuestras prácticas religiosas, de que no deseamos nada más, cuando no esperamos ya nada de Dios - entonces somos ricos. Creo que no hay pecado mayor que el de no esperar nada de Dios. Porque si no esperamos nada de Dios, es que ya no creemos en Él, es que ya no lo amamos.

Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué espero de Dios?
2. ¿Qué entiendo por pobreza espiritual?
3. ¿Me considero un bienaventurado?

Las bienaventuranzas: ¡Dichosos los Pobres!
Jesús nos presenta sus “bienaventuranzas”. Es decir su programa para responder a lo más profundo de toda persona humana: la felicidad. 


Lecturas:
Sofonías 2, 3; 3, 12-13: “Dejaré en medio de ti, un puñado de gente pobre y humilde” Salmo 145: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” Corintios 1, 26-31: “Dios ha elegido a los débiles del mundo”
San Mateo 5, 1-12: “Dichosos los pobres de espíritu”

Fue la primera vez que escuché hablar de las bienaventuranzas. Una catequista dinámica, entusiasta,  que contagiada por las pocas pero extraordinarias noticias del Vaticano II que llegaban a mi pueblo, lejano y olvidado, hacía esfuerzos extraordinarios por hacernos comprender la riqueza de las bienaventuranzas a través de posters e imágenes de Jesús rodeado de sus apóstoles. Nos ponía a leer el texto del Evangelio. Toda una novedad que rompía los esquemas antiguos pues nos acercaba directamente al texto de la Biblia. Nos enseñaba más con su vida que con sus palabras. Han pasado los años y ahora estoy frente a su féretro escuchando el mismo texto que  con fervor nos explicaba. Juanita llevó una vida de dolor, sobre todo los últimos tiempos, pero de cercanía e intimidad con Jesús. Frente a su cuerpo inerte suenan muy distintas las palabras de Jesús:“Dichosos los pobres de Espíritu...”  Muy diferente a la felicidad que propone el mundo y sus pompas. Juanita seguramente ahora ya participa plenamente del Reino de los Cielos.

A veces me imagino a Jesús visitando nuestra Iglesia y nuestra sociedad y contemplando las estructuras que hemos creado: viejas, obsoletas, oscuras y arruinadas, que queremos poner al día sólo con remiendos y parches. ¿Qué nos diría Jesús? Me imagino que algo parecido a lo que sugería el Vaticano II con todas sus novedades y que ahora retoma el Papa Francisco: “No necesitamos poner parches, sino construir una Iglesia y una sociedad nueva, abierta, con bases firmes, con mucha luz, donde quepan todos los hermanos...” Y este domingo es uno de esos días que se siente uno cuestionado fuertemente por las palabras de Jesús. Nos presenta sus “bienaventuranzas”. Es decir su programa para responder a lo más profundo de toda persona humana: la felicidad. Pero dista tanto el programa de Jesús de lo que nosotros hemos ido construyendo, que si ponemos atención a las palabras que Él nos propone seguramente le diríamos que está loco, que eso no es posible, que es una utopía.

¿Utopía el Reino de Dios? Para algunos así parecería y se conforman con proponer moderación de parte de los poderosos y resignación de parte de los pobres, y así utopía se convierte en “un lugar que no es posible alcanzar” (ou-topía: no posible), pero para Cristo “utopía”, (eu-topía: buen lugar), se convierte en un sueño posible por el cual vale la pena entregar la vida. La utopía del Reino responde al sufrimiento de los pobres y va acompañada de signos evidentes de que es posible y vale la pena luchar por ella: las curaciones, el Evangelio a los pobres, las comidas con todos, la acogida a los despreciados por la sociedad.

El gran sueño de Jesús se resume en el Sermón del Monte que ahora se inicia con estas exigentes propuestas. Anunciar la utopía de la vida, generando esperanza, justicia y amor, es la primera predicación de Jesús y es la primera exigencia para el cristiano y para su Iglesia.

Hemos escuchado tantas veces las bienaventuranzas que ya no captamos el sentido revolucionario y novedoso que encierran. “Dichosos los pobres de espíritu...” y cada una de ellas nos lleva a poner en juicio todas las estructuras y condicionamientos de un mundo que ha basado su felicidad en el tener y el poder, que todos sus esfuerzos los encamina a fortalecer y alimentar la propia felicidad y se ha desentendido de la miseria de los hermanos. Así han nacido sistemas, imperios, naciones que basan su ser y quehacer en la economía, en las armas, en el bienestar propio aun a costa de la pobreza de los demás. Jesús proclama dichosos a los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa del bien.Consideradas por los grandes de este mundo, las bienaventuranzas aparecerán como una aberración, como ocho normas para fracasar en la vida, como un estorbo para el triunfo.

Hay quienes para huir de esta interpretación, todo lo espiritualizan y lo ven como un bello ideal que sólo se cumplirá en el cielo. El compromiso personal se diluye en la pasividad de lo imposible y nos condena a seguir en lo mismo. La paz se convierte en no molestar y no ser molestado –¡Como si esto se pudiera!– y si yo logro ser feliz en mi egoísmo, doy gracias a Dios y me olvido de los demás.

Pero ésta no es la actitud ni el comportamiento de Jesús. A nadie imagino más feliz que a Jesús, pero tampoco conocemos a nadie más encarnado, comprometido y coherente en su opción por los pobres. La vida, ejemplo y conducta de Jesús son la clave para entender las bienaventuranzas. Nadie más pobre que Él, nadie más comprometido con la paz y la justicia, nadie más perseguido, nadie más limpio de corazón y sin embargo ¡nadie más feliz que Él! Quien deja penetrar  el texto de las bienaventuranzas en su corazón descubre que son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza, es el auténtico pobre; Él puede decir vengan a mí que soy manso y humilde de corazón. Es constructor de paz, es Aquel que sufre por amor de Dios. En las bienaventuranzas se manifiesta el misterio de Cristo mismo y nos llama a entrar en comunión con Él.

Las bienaventuranzas son la norma suprema de conducta para el cristiano y señales que indican el camino que de la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo, orientaciones para el seguimiento que afectan a cada discípulo. Solamente quien las practica puede entenderlas en todo su sentido porque suponen una inversión total de los valores que el mundo nos propone. Nosotros nos atamos a seguridades terrenas y visiones egoístas de nuestro bienestar, Cristo nos lanza mucho más allá: construir un reino donde la felicidad se conquista en comunidad, nadie es más feliz que quien hace felices a los demás.

¿Cómo estamos viviendo las bienaventuranzas? Repasemos cada una de ellas, meditémoslas frente a la vida de Jesús y quizás descubramos que debemos cambiar todo nuestro estilo de vida para ser verdaderos cristianos. A veces nos quejamos de que no somos felices ¿Nos hemos puesto a pensar por qué?
Padre Bueno que nos llamas a la felicidad y en Jesús nos has dejado el mejor ejemplo de alguien plenamente feliz, ilumínanos para descubrir el verdadero camino de felicidad que pasa por el amor y el servicio a los hermanos. Amén.

El Papa, acompañado de dos niños de la Accción Católica italiana

Pide que "la burocracia no haga esperar ni sufrir" a las víctimas del terremoto de Italia
El Papa invita a luchar contra la lepra y contra "la discriminación que genera"
"El consumo voraz del 'cuanto más tengo, más quiero' mata el alma e impide la felicidad"

José Manuel Vidal, 29 de enero de 2017 a las 11:55

El pobre de espíritu es el cristiano que no se fía de sí mismo, no se obstina en sus opiniones

(José M. Vidal).- El Papa Francisco, en el ángelus dominical, invitó a luchar contra la lepra y "la discriminación que genera", pidió por las víctimas del terremoto del centro de Italia, para que "la burocracia no las haga esperar ni sufrir más", al tiempo que glosaba la primera bienaventuranza de Mateo: "Felices los pobres de espíritu", señalando que "el consumo voraz del 'cuanto má stengo, más quiero' impide la felicidad".

Algunas frases del Papa
"Buenos dias"
"La liturgia de este domingo nos hace meditar sobre las Bienaventuranzas"
"La voluntad de Dios es conducir a los hombres a la felicidad"
"Dios es cercano a los pobres y oprimidos y los libera"
"Abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo: El Reino anunciado por Jesús"
"No se es feliz si no se está convertido"

"Me detengo en la primera bienaventuranza: Beatos los pobres de espíritu"
"La falicidad del pobre de espíritu tiene una doble dimensión: con los bienes y con Dios"
"En cuando a los bienes materiales, esta pobreza de espíritu es sobriedad"
"Sin caer en el consumo voraz: cuanto más tengo, más quiero"
"Esto mata el alma y no permite la felicidad"
"Ante Dios, es alabanza"
"Y también apertura a Él, a su señorío"
"El pobre de espíritu es el cristiano que no se fía de sí mismo, no se obstina en sus opiniones"
"La humildad, como la caridad, es una virtud esencial para la convivencia"
"Privilegiar el compartir al poseer"
"Con corazón abierto sobre el camino del amor"
"la Virgen nos ayude a abandonarnos en Dios, rico de misericordia"

Algunas frases de los saludos del Papa después del ángelus

"Como véis, han llegado los invasores"

"Se celebra hoy la jornada mundial de los enfermos de lepra, una de las enfermedades más temidas y golpea a los más pobres y marginados.

Es importante luchar contra esta enfermedad y contra la discrimincación que genera. Animo a todos los que están empeñados en su ayuda"

"Saludo a los estudiantes de Murcia, Badajoz y a los jóvenes de Bilbao y Castellón".

"Quisiera renovar mi cercanía a las poblaciones de Italia central, que sufren las consecuencias dle terremoto y de las difíciles cinsrucntancias climatológicas. Que no les falte nuestra solidaridad. Que la burocracia no les haga esperar ni sufrir"

"Me dirijo a los chicos y chicas de la Acción católica"
"Gracias por vuestra presencia y por vuestro generoso empeño en construir una sociedad de paz"
"Ahora, escuchamos el mensaje que vuestros amigos, aquí, a mi lado, leerán"

Un niño, al lado del Papa, lee un manifiesto
"Y ahora serán lanzados los globos, símbolo de paz"
"Saludad, saludad, con fuerza, con fuerza", dice el papa a los dos niños que lo acompañan.

Texto completo del ángelus del 29 de enero de 2017

El Santo Padre recuerda que la humildad, como la caridad, es una virtud esencial para la convivencia en las comunidades cristianas.

(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, como cada domingo, se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico para rezar el ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Estaban también presentes los jóvenes de Acción Católica de la diócesis de Roma que concluyen, con la “Caravana de la Paz”, el mes de enero que tradicionalmente dedican al tema de la paz. Al finalizar la oración del ángelus, dos de ellos, han leído desde la ventana junto al Papa un mensaje en nombre del ACR de Roma.
Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia de este domingo nos hace meditar sobre las Bienaventuranzas (cfr Mt 5,1-12a), que abren el gran discurso llamado “de la montaña”, la “carta magna” del Nuevo Testamento. Jesús manifiesta la voluntad de Dios de conducir a los hombre a la felicidad. Este mensaje estaba ya presente en la predicación de los profetas: Dios está cerca de los pobres y de los oprimidos y les libera de los que les maltratan.  Pero en esta predicación, Jesús sigue un camino particular: comienza con el términos “bienaventurado”, es decir felices; prosigue con la indicación de la condición para ser tales; y concluye haciendo una promesa. El motivo de las bienaventuranzas, es decir de la felicidad, no está en la condición requerida –“pobres de espíritu”, “afligidos”, “hambrientos de justicia”, “perseguidos”…– sino en la sucesiva promesa, para acoger con fe como don de Dios. Se comienza con las condiciones de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder a mundo nuevo, el “reino” anunciado por Jesús. No es un mecanismo automático, sino un camino de vida de seguir al Señor, por el que la realidad de miseria y aflicción es vista en una perspectiva nueva y experimentada según la conversión que se lleva a cabo. No se es bienaventurado si no se es convertido, para poder apreciar y vivir los dones de Dios.

Me detengo en la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (v. 4). El pobre de espíritu es el que ha asumido los sentimientos y la actitud de esos pobres que en su condición no se revelan, pero saben que son humildes, dóciles, dispuestos a la gracia de Dios. La felicidad de los pobres en espíritu tiene una doble dimensión: en lo relacionado con los bienes y en lo relacionado con Dios. Respecto a los bienes materiales esta pobreza de espíritu es sobriedad: no necesariamente renuncia, sino capacidad de gustar lo esencial, de compartir; capacidad de renovar cada día el estupor por la bondad de las cosas, sin sobrecargarse en la opacidad del consumo voraz. Más tengo, más quiero; más tengo más quiero. Este es el consumo voraz  y esto mata el alma. El hombre y la mujer que hace esto, que tiene esta actitud, “más tengo, más quiero”, no es feliz y no llegará a la felicidad. En lo relacionado con Dios es alabanza y reconocimiento que el mundo es bendición y que en su origen está el amor creador del Padre. Pero es también apertura a Él, docilidad a su señoría, es Él el Señor, es Él el grande. No soy yo el grande porque tengo muchas cosas. Es Él el que ha querido al mundo por todos los hombres, y los has querido para que los hombres fueran felices.

El pobre en espíritu es el cristiano que no se fía de sí mismo, de las riquezas materiales, no se obstina sobre las propias opiniones, sino que escucha con respeto y se remite con gusto a las decisiones de los otros. Si en nuestras comunidades hubiera más pobres de espíritu, ¡habría menos divisiones, contrastes y polémicas! La humildad, como la caridad, es una virtud esencial para la convivencia en las comunidades cristianas. Los pobres, en este sentido evangélico, aparecen como aquellos que mantienen viva la meta del Reino de los cielos, haciendo ver que esto viene anticipado como semilla en la comunidad fraterna, que privilegia el compartir a la posesión. Esto quisiera subrayarlo: privilegiar el compartir a la posesión. siempre tener las manos y el corazón así (gesto de mano abierta), no así (gesto de puño cerrado). Cuando el corazón está así (cerrado) es un corazón pequeño, ni siquiera sabe cómo amar. Cuando el corazón está así (abierto) va sobre el camino del amor.

La Virgen María, modelo y primicia de los pobres en espíritu porque es totalmente dócil a la voluntad del Señor, nos ayude a abandonarnos en Dios, rico de misericordia, para que nos colme de sus dones, especialmente de la abundancia de su perdón.

Después del ángelus, el Santo Padre ha añadido:

Queridos hermanos y hermanas,

¡Cómo veis han llegado los invasores, están aquí! (se refiere a los niños de Acción Católica)

Se celebra hoy la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, aun estando en retroceso, está todavía entre las más temidas y golpea a los más pobres y marginados. Es importante luchar contra esta enfermedad, pero también contra las discriminaciones que esta genera. Animo a los que están comprometidos en la asistencia y en la reinserción social de las personas golpeadas por la lepra, a quienes aseguramos nuestra oración.

Os saludo con afecto a todos vosotros, venidos de distintas parroquias de Italia y otros países, como también a las asociaciones y a los grupos. En particular, saludo a los estudiantes de Murcia y Badajoz, y jóvenes de Bilbao y los fieles de Castellón. Saludo a los peregrinos de Reggio Calabria, Castelliri, y el grupo siciliano de la Asociación Nacional de Padres. Quisiera también renovar mi cercanía a la población de Italia central que todavía sufren las consecuencias del terremoto y de las difíciles condiciones atmosféricas. Que no les falte a estos nuestros hermanos y hermanas el constante apoyo de las instituciones y la solidaridad común. Y por favor, que cualquier tipo de burocracia no les haga esperar y ulteriormente sufrir.

Me dirijo ahora a vosotros,  chicos y chicas de Acción Católica, de las parroquias y de las escuelas católicas de Roma. También este año, acompañados por el cardenal vicario, habéis venido al finalizar la “Caravana de la Paz”, cuyo slogan es Rodeados de Paz. Bonito es slogan. Gracias por vuestra presencia y por vuestro generosa compromiso en el construir una sociedad de paz. Escuchamos el mensaje que vuestros amigos, aquí junto a mí, nos leerán.

[Lectura del mensaje]

Ahora se lanzan los globos, símbolo de paz. 

Os deseo a todos un feliz domingo. Deseo paz, humildad, compartir en vuestras familias. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto! 

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