La eficacia de la oración
- 09 Marzo 2017
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Evangelio según San Mateo 7,7-12.
Jesús dijo a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Santo Domingo Savio
Modelo para la infancia y la adolescencia, nació en Riva de Chieri, Italia, el 2 de abril de 1842. Al año siguiente toda la familia se trasladó a las colinas de Murialdo. El día de su primera comunión, realizada en Castelnuevo en 1849, arrodillado ante el altar, se propuso: 1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita. 2. Quiero santificar los días de fiesta. 3. Mis amigos serán Jesús y María. 4. Antes morir que pecar. Resumen su vida. En 1854 conoció a Don Bosco, su guía y rector hacia el camino de la santidad. Fue con él a Turín integrándose en el Oratorio. En el dintel de la puerta de su cuarto, el fundador había colgado esta consigna: «¡Denme almas, y llévense lo demás!». Después de leerlo, Domingo le dijo: «Don Bosco, aquí se trata de un negocio, la salvación de las almas. Pues bien, yo seré la tela y usted será el sastre.
Haga de mí un hermoso traje para el Señor». Sabía que estaba en el lugar en el que cumpliría su más ferviente anhelo: «¡Yo quiero hacerme santo!», aunque su camino hacia los altares había comenzado ya con una presencia de Dios constante en su mente y actos cotidianos de amor. No consentía comer sí no se rezaba antes. Era el primero en acudir a la iglesia los domingos. Y si hallaba el templo cerrado, rezaba en el umbral, hincado de rodillas al margen de las crudas inclemencias meteorológicas que pudieran darse. Disfrutaba siendo monaguillo y todos podían advertir su fervor ante al Santísimo; los gestos delataban su estado de recogimiento, con las manos juntas y los ojos clavados en el sagrario. Con espíritu de sacrificio, recorría todos los días 18 km. a pie para ir a la escuela. Hasta su tío, impresionado, le preguntó: «¿No tienes miedo de ir solo?». Rotundo y cabal, respondió: «Yo no estoy solo; me acompaña el Ángel de la Guarda». Sufría con solo pensar en una eventual ofensa a Cristo, y no podía contener sus lágrimas. Buscando siempre lo más perfecto, y arrepentido de haber hecho novillos en una ocasión, incitado por sus amigos, buscó la amistad de Jesús y de María.
En Turín fundó la Compañía de la Inmaculada, llevado por su gran devoción a María con un grupo de compañeros, y todos se comprometieron a ayudar a Don Bosco para educar a los muchachos del Oratorio, que eran de diversa índole y procedencia: ricos y pobres, más pacíficos y extremadamente violentos. Esos chavales a los que Don Bosco se dirigía, diciéndoles: «A vosotros, santos…». Mucho le sirvió su arte para narrar cuentos. El fundador se dio cuenta de que Domingo era especial.
Así lo describió: «Domingo no se ha hecho notorio en los primeros tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su perfecta docilidad y de una exacta observancia de las reglas de la casa… y una exactitud en el cumplimiento de sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar». Sin embargo, no era perfecto, claro está; nadie lo es. Y en su particular itinerario hacia la santidad, de la mano del fundador aprendió a templar alguna que otra salida de tono, incitado por actitudes molestas de algunos compañeros. También consiguió remontar esos picos emocionales a los que tendía llevado por su temperamento melancólico. No queriendo sucumbir ante él, porque le impedía escuchar la voz de Dios, como le había enseñado Don Bosco, se fue fortaleciendo siendo fiel a las pequeñas cosas de cada día. Fue un apóstol incansable dentro y fuera del Oratorio. El fundador reconocía que el pequeño «llevaba más almas al confesionario con sus recreos que los predicadores con sus sermones». Su bellísima voz, aplaudida por quienes la escuchaban, le creó cierto desasosiego cuando alabaron sus cualidades vocales tan excepcionales. Los parabienes desataron en él gran emoción porque había experimentado interiormente un sentimiento a favor del halago: «Mientras cantaba, sentía cierta complacencia; ahora me felicitan...; así pierdo todo el mérito».
Un día se quedó absorto ante la Eucaristía durante siete horas. Después de buscarlo afanosamente por todos los lugares, Don Bosco lo halló ante el sagrario, y Domingo le pidió perdón por haber transgredido las reglas. Le horrorizaba el pecado, sobre todo, el de impureza. La Virgen le alumbró rescatándole de las malsanas curiosidades de esas edades de la adolescencia contra las que luchaba titánicamente consagrándose a la Inmaculada.
Algunos años después de morir, cuando se apareció a Don Bosco en uno de sus famosos sueños, le preguntó: «Domingo, ¿qué es lo que más te consoló en el momento de tu muerte?». Y él respondió: «La asistencia de la poderosa y amable Madre del Salvador». Era firme y dulce a la par. Sentía dolorosas turbaciones y dudas de conciencia, que le instaban a confesarse cada tres o cuatro días. Su ansia de penitencias era insaciable porque quería unirse a los sufrimientos de Jesús en la cruz.
San Juan Bosco le ayudó en esa etapa convulsa de la vida, y no tuvo problemas en encauzarlo porque en Domingo eran proverbiales su obediencia, docilidad y generosidad. En la biografía que escribió de él, el fundador expuso los matices de un camino que hicieron de este joven el santo que es. Se percibe cómo llegó a realizar este anhelo: «Yo quiero entregarme todo al Señor. Yo debo y quiero pertenecer todo al Señor». Caritativo, humilde, devoto de Jesús Sacramentado y de María, experimentaba también un gran amor por el Santo Padre.
Fue agraciado con numerosos favores místicos. Era de salud delicada, y en 1857 ésta se agravó con una pulmonía. El médico aconsejó que viajara a Mondonio para reponerse. Al despedirse, intuyendo su pronta muerte, se dirigió a Don Bosco y a sus compañeros, diciéndoles: «Nos veremos en el paraíso». Y el 9 de marzo de ese año voló al cielo después de haber recitado las oraciones que se leían a los agonizantes, y que su padre rezaba. Sus últimas palabras fueron: «Papá, ya es hora […]. Adiós, querido papá, adiós. ¡Oh, qué hermosas cosas veo!». Pío XII lo beatificó el 5 de marzo de 1950, y también lo canonizó el 12 de junio de 1954.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que, imitando la caridad de San Domingo Savio seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Pedir el don de la oración
San Mateo 7, 7-12, I Jueves de Cuaresma,
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
¡Oh vida de mi vida, Cristo santo! ¿A dónde voy de tu hermosura huyendo? ¿Cómo es posible que tu rostro ofendo, que me mira bañado en sangre y llanto?
A mí mismo me doy confuso espanto, de ver que me conozco y no me enmiendo; ya el Ángel de mi guarda está diciendo, que me avergüence de ofenderte tanto.
Detén con esas manos mis perdidos pasos, mi dulce amor; ¿mas de qué suerte las pide quien las clava con la suyas?
¡Ay Dios!, ¿a dónde estaban mis sentidos, que las espaldas pude yo volverte, mirando en una cruz por mí las tuyas? (A Cristo en la cruz.Soneto de Lope de Vega)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Con este pasaje me invitas en esta cuaresma a meditar sobre la oración. La oración de petición es lo que en este momento me invitas a recordar. A lo mejor pronunciaste estas palabras conociendo la situación de los padres de familia, y quisiste valerte de ellos para presentar una imagen de la oración.
Pedir. Los padres de familia conocen mejor que nadie lo que sus hijos necesitan. Y buscan remediar, en la medida de las posibilidades, estas necesidades. Sin embargo, qué distinta es la situación cuando el hijo anda detrás de ellos día y noche pidiendo algo que carece y que anhela ardientemente. ¡No hay forma de hacerles olvidar el tema! Hasta que no obtienen lo que desean, no dejan de pedir, rogar, insistir, perseguir y -en algunos casos penosos- llorar y patalear.
Así eres también Tú conmigo, Dios mío. Eres un padre que conoce mejor que nadie mis necesidades y, a veces, las satisface sin que yo lo pida. Pero quieres, y me invitas con este Evangelio, a pedir lo que quiera, sin temor, con confianza, con perseverancia. Porque tarde o temprano me darás lo que te pido. Pedirte en la oración lo que sea. Un día y otro y otro, sin desfallecer.
Tocar. Es verdad también que los padres de familia, especialmente las madres, no son fáciles a dejar los hijos fuera de casa. Se angustian cuando a las altas horas de la noche ellos no has regresado; y ante el primer golpe en la puerta acuden inmediatamente a abrirles. Raras veces vemos a un hijo suplicando entrar en la casa de sus padres. Ellos siempre tienen para sus hijos las puertas abiertas para recibirles y darles el calor del hogar.
Igualmente Tú eres así en la oración. Siempre estás alerta para que a penas toque a tu puerta, aunque sea de la manera más suave, abras sin tardanza. Permaneces a la espera de que llegue a tu puerta cada mañana, cada noche, cada domingo en la oración y toque. Y ello porque quieres recibirme, quieres estar conmigo, escucharme, darme afecto, darme amor y todo aquello que necesito. Señor, concédeme más y más el don de la oración.
Practicar y enseñar esta oración de pedir y suplicar la consolación, es el principal servicio a la alegría. Si alguno no se cree digno (cosa muy común en la práctica), al menos insista en pedir esta consolación por amor al mensaje, ya que la alegría es constitutiva del mensaje evangélico, y pídala también por amor a los demás, a su familia y al mundo.
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de octubre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Antes de acostarme haré una oración agradeciendo a Dios con mis palabras este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Pidan y se les dará
Jueves primera semana Cuaresma. Forjemos nuestra alma a través de la oración, sacrificio y purificación interior.
La insistencia con la que Nuestro Señor pide que nos acerquemos a la oración para que se nos dé; que nosotros lleguemos a Él para encontrarlo, es una insistencia que requiere del corazón humano, una grandísima fortaleza interior, una gran tenacidad. Esa tenacidad para que pidamos y se nos dé, se ve muchas veces probada por las circunstancias, por las situaciones en las que nos encontramos.
Jesús habla de que pidan y se les dará, pero no nos dice si será pronto o tarde, cuando se nos dará. No nos dice si vamos a encontrar al primer momento en que empezamos a buscar o va a ser una búsqueda larga. No nos dice si la espera va a ser corta o se va a dilatar mucho. Simplemente nos dice que toquemos, que pidamos, que busquemos con la certeza de que vamos a recibir, vamos a encontrar y de que se nos va a abrir. Tener esta certeza, requiere en el alma una gran fortaleza interior, una gran firmeza interior. Una firmeza que Dios N. S. va probando, que poco a poco Él va viendo si es auténtica, si es verdadera.
Sin embargo, esto no es solamente una obra de Dios. Es importante el hecho de que Dios quiera que nosotros construyamos esta firmeza interior, pero también a nosotros nos toca actuar. Es obrar de Dios y obra nuestra. La Cuaresma es un período especialmente señalado para indicar esta obra nuestra en la obra de Dios. La obra nuestra en la tenacidad, en la constancia hasta conseguir que Dios N. S. nos abra, nos dé y nos encuentre.
¿Qué hay que hacer para esto? La Cuaresma nos habla de una penitencia que hay que realizar, de una oración en la que tenemos que insistir y de una generosidad particular, en la que tenemos nosotros, poco a poco que ir trabajando.
Para ello es necesaria una muy seria penitencia interior. Una penitencia que no se quede simplemente en el hecho de que no comamos carne o que ayunemos algunos días. Es una penitencia que va mucho más allá de los detalles, de los sacrificios concretos exteriores. Es una penitencia que tiene que abarcar toda nuestra vida, toda nuestra personalidad, porque precisamente es la penitencia la que forja el alma, la que construye el alma. No son las concesiones las que van a hacer de nuestra alma un alma aceptable a Dios, va a ser la penitencia la que va a hacer de nuestra alma, un alma entregada a Dios.
Hemos escuchado en el Libro de Esther, una oración que hace esta mujer a Dios, en la más total de las obscuridades, sabiendo que lo que va a hacer, es jugarse el todo por el todo, porque Esther, va a presentarse ante el rey sin su permiso, y esto estaba penado con la muerte en la corte de los persas. En el fondo, Ester lo que lleva a cabo es una auténtica penitencia del alma, una purificación de su espíritu, de su corazón para ser capaz de enfrentarse a una prueba en la que sabe que está jugándose todo.
¿Cómo es esta penitencia interior? Es una penitencia que tiene que acabar todas nuestras dimensiones, toda nuestra persona, nuestros pensamientos, nuestra inteligencia, nuestros afectos, nuestra voluntad, nuestra libertad. ¿Hasta qué punto nos hemos planteado alguna vez la autentica penitencia del alma, la auténtica exigencia interior de ir probando nuestra alma, para ver si está lista a resistir las pruebas para se fieles a Dios? Cuando llamemos y nadie nos abra; cuando pidamos y nadie nos dé; cuando busquemos y nadie nos permita encontrarlo.
Es un tema que en la Cuaresma se hace particularmente presente, pero que no solamente tendría que ser un tema cuaresmal; tendría que ser un tema de toda nuestra vida. La penitencia del alma, la purificación interior de nuestros sentimientos, de nuestra voluntad de nuestra inteligencia, de nuestros afectos, de nuestra libertad para ponerla totalmente de cara a Dios N. S. La base de la penitencia del alma, es la confianza absoluta en Dios N. S. No se basa simplemente en los actos que nosotros realizamos, de sacrificio o de renuncia interior, se realiza sobre todo, apoyada en la confianza en Dios N. S.
"Si ustedes a pesar de ser malos saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuánta mayor razón, el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quiénes se las pidan". La pregunta que tenemos que hacer es si estamos reconociendo las cosas que Dios nos da como cosas buenas; si tenemos nuestra alma dispuesta a aceptar todo lo que Dios pone en nuestra vida como buenas o por el contrario, somos nosotros los que discernimos si esto es bueno o esto es malo, no dependiendo de Dios, sino dependiendo de nosotros mismos: de cómo nosotros lo recibimos; de cómo a nosotros nos afecta.
¿Qué sucede cuando Dios nos da un pan, un pescado? La parábola de Cristo habla de un padre bueno, dice: "Ningún padre, cuando su hijo le pide un pescado, le da una serpiente y ningún padre cuando su hijo le pide pan le da una piedra". ¿No sentiríamos alguna vez nosotros que Dios nos da piedras antes que pan? ¿O serpientes en vez de pescado? ¿No podríamos dudar nosotros a veces, de lo que Dios nos da o de lo que Dios no nos está dando? Y aquí esta de nuevo la exigencia ineludible de la penitencia interior: "Crea en mi, Señor un corazón puro". Es decir, crea en mi, Señor, un corazón que me permita captar que Tú no me estas dando ni piedras, ni serpientes, sino pan y pescado, que lo que Tú me das es siempre bueno; que lo que Tu me ofreces, es siempre algo para realizarme en mi existencia. Esto tengo que aprenderlo a ver y únicamente se logra a base de la penitencia interior. No hay otro camino.
Que esta Cuaresma nos permita introducirnos un poco en este camino, en búsqueda interior del encuentro con Cristo; en esfuerzo interior por encontrarnos con el Señor, conscientes de que no hay otro camino sino es el de aprender a hacer de nuestra alma, un alma que busca, sabiendo que va a encontrar. Un alma que toca, sabiendo que le van a abrir.
Forjemos nuestra alma a través de la oración, del sacrificio y de la purificación interior, para encontrar siempre, en todo lo que Dios nos da, al Padre Bueno que da cosas buenas a quienes se las piden.
Durante el Retiro, le hablaré al Papa de la humanidad de Jesús
Los ejercicios espirituales en los que participará del 5 al 10 de marzo el papa Francisco
Entrevista al fraile franciscano que está guiando los ejercicios espirituales del Papa y de la Curia romana
(ZENIT- Roma).- Los ejercicios espirituales en los que participarán del 5 al 10 de marzo el papa Francisco y la Curia romana, en la casa Divin Maestro, en las afueras de Roma, serán realizados por un sacerdote franciscano, el fraile menor Giulio Michelini, profesor del Instituto teológico de Asís quien en esta entrevista, le cuenta a ZENIT los temas que abordará.
¿Cuándo supo que había sido elegido para realizar los Ejercicios espirituales en los que participará el papa Francisco?
— Padre Michelin: Lo supe el primer domingo de Adviento. Me llamó un colaborador del Papa para darme esta noticia y para avisarme que después el Santo Padre me iba a llamar.
¿Cómo fue la conversación telefónica con el Papa?
— Padre Michelin: El Santo Padre fue muy cortés. Le expliqué que tendría alguna dificultad en hablar delante de él y de la Curia romana; le dije también que podría aconsejar a personas más capaces que yo. El Papa me respondió: “Hagamos así, padre Julio. Siga pensando que hay personas más capaces que usted, Pero por favor háganos los Ejercicios”.
¿Ya había conocido personalmente al Santo Padre?
— Padre Michelin: Tuve la suerte de poder saludarlo y abrazarlo, pero nunca mantuve una conversación con él. La primera vez cuando vino a Asís encontró a toda la comunidad franciscana de Santa María de los Ángeles. Después en Florencia, cuando encontró a los miembros de la junta preparatoria del Congreso eclesial nacional, de la cual formaba parte. Y la tercera vez que lo vi fue en noviembre pasado, cuando junto a colegas y docentes de la Asociación bíblica italiana fuimos recibidos en audiencia en el Vaticano.
¿Qué sensación tuvo en estas tres ocasiones breves?
— Padre Michelin: Me di cuenta que el Papa no tiene miedo de las miradas, más aún las busca. Para mi es la mirada de Pedro. De hecho el título del libro que he elegido para recoger las meditaciones –que será publicado por Ediciones Porziuncola, después de los Ejercicios– es ‘Estar con Jesús, estar con Pedro‘. Para un franciscano es una experiencia particular.
Ud. indicó que para prepararse mejor a estos Ejercicios se ha retirado unos diez días en Tierra Santa.
— Padre Michelin: Durante los Ejercicios hablaré también de la humanidad de Jesús. Porque la cruz, la pasión, muerte y sepultura, hablan de la humanidad de Jesús, que debemos redescubrir.
En Cafarnaúm, donde Jesús inició la misión, se pueden encontrar vestigios de las calles que recorrió, del lago que cruzó y de la casa dónde estuvo, la de Simón. Saber que mis pies se encontraban en los mismos lugares cruzados por Jesús fue para mi conmovedor. Hay además un segundo elemento cultural: la idea de que en Tierra Santa a pesar de los conflictos, llegan visitantes y peregrinos de todo el mundo. Y para nosotros los franciscanos menores es un honor ser custodios de esta tierra.
Las meditaciones serán sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús de acuerdo al Evangelio de san Mateo, ¿por qué?
— Padre Michelin: Todos los Evangelios son utilizados en el tiempo de Cuaresma. Recuerdo que en la liturgia post ambrosiana prevale el Evangelio de Juan, en cambio en la romana leemos los tres evangelios sinópticos. Yo he elegido Mateo porque es el Evangelio que conozco mejor. He escrito un libro sobre este, pero lo que diré al Papa es completamente nuevo.
Usted quizo que además de sus reflexiones haya una elaborada por una pareja de esposos, y otra de una monja clarisa de clausura. ¿Por qué?
— Padre Michelin: Porque desde hace años trabajo con ellos, fue una decisión que hice sin reflexionar mucho. He escrito ocho libros con los esposos Gillini Zattoni. Ellos son expertos en las relaciones matrimoniales. De la monja clarisa en cambio, leeré una nota que me escribió, porque dará una contribución femenina y claustral, que yo no lograría dar.
¿Usará también otros textos?
— Padre Michelin: Sì. Tuve la suerte de estudiar literatura, y citaré a Romano Guardini, Massimo Gramelline, Amos Oz, Emanuel Carrére, también al Franz Kafka. Durante las refecciones leeremos en cambio una antología de textos marianos y el libro ‘Un instante antes del alba’, del padre Ibrahim Alsabagh, que cuenta lo que sucedía en la ciudad de Alepo durante la Guerra.
¿Cómo se está preparando para esta experiencia?
— Padre Michelin: Me he detenido algunos días en el lago de Tiberíades, ahora he retornado a mi trabajo como docente. Me preparo por lo tanto con los empeños cotidianos y con la constante oración y la misa. Entretanto debo confiar que me acompaña una sensación de paz que nunca percibí antes, la cual creo sea porque muchos amigos están rezando por mi y por el Papa.
¿Cómo nos llamábamos los cristianos antes de llamarnos cristianos?
La fraternidad cristiana había hecho cuajar la fórmula: los hermanos
Un breve artículo de Carlo Carletti en L´Osservatore Romano abordaba un aspecto concreto de la construcción de la identidad cristiana en los primeros tiempos: la forma en que los miembros de la nueva comunidad religiosa se llamaban unos a otros.
Las Sagradas Escrituras nos dicen que "En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de «cristianos» (Hch 11, 26)", pero el uso de la palabra Christianus [cristiano] sólo empezó a difundirse en Occidente, y con mucha lentitud, a partir de la conversión de Constantino, el emperador que con el edicto de Milán del año 313, edicto que permitió la libertad de culto yen virtud del cual la religión cristiana comenzó a dejar se ser perseguida y acabó -con el paso del tiempo- convirtiéndose en la religión del Imperio.
Antes de esa fecha, la fraternidad cristiana no sólo como virtud, sino también como forma de vida, había hecho cuajar la fórmula "los hermanos" para referirse a los demás miembros de la Iglesia. Así se plasma, por ejemplo, en diversas inscripciones funerarias, donde el deseo de autorrepresentación evidencia este hecho.
Tres lápidas...
Carletti se fija por ejemplo en una lápida en torno a al año 220, que se expone en el Museo Nacional de Roma, donde Alejandro, el padre del difunto (Marco), ambos siervos, se dirige en primera persona a quienes lean la lápida: "Os pido, buenos hermanos en el nombre del Dios único, que tras mi muerte nadie dañe esta tumba". Dado que la lápida no estaba en una catacumba, sino en un cementerio donde había tumbas cristianas y paganas, la expresión "hermanos" adquiere un valor identificativo.
Lo mismo pasa con el que se considera el primer elogio funerario latino de la comunidad cristiana de Roma, en torno al año 270. Se conserva en una de las zonas más antiguas del cementerio de Priscila. Son también unos padres que entierran a su hija Ágape, de catorce años, quien al final de los hexámetros se dirige a ellos: "Eucaris, madre mía, y Pío, padre mío, os pido, hermanos, que cuando vengáis aquí a rezar y en todas vuestras oraciones invoquéis al Padre y al Hijo y os acordéis de vuestra querida Ágape, para que Dios Omnipotente la conserve en la eternidad". De nuevo la expresión "hermanos", referida imaginariamente a los padres, alude a su condición de cristianos.
No cerca de la tumba de Ágape está la de Leoncio, unos veinte años anterior, donde sus amigos le despiden así: "Leoncio, paz te desean los hermanos. Adiós".
...y dos referencias
Este hecho notorio de que los cristianos, antes de existir este nombre, se llamasen "hermanos", sorprendía a los paganos, como recoge Minucio Félix en su imaginario diálogo Octavius: "Se aman casi antes de conocerse... y se llaman sin distinción hermanos y hermanas".
Y un siglo después Lactancio explica: "No hay otra razón para llamarnos hermanosque el hecho de que nos consideramos todos iguales. Esclavos y libres, grandes y pequeños son iguales entre sí y ante Dios se distinguen sólo por la virtud".
La hermandad como identidad, y la identidad en Cristo: dos denominaciones sucesivas, pues, y un mismo principio que ya latía en los siglos de los mártires.