Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo

Evangelio según San Mateo 5,43-48. 


Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

San Eulogio de Córdoba

Es uno de los grandes hombres que han enriquecido la historia de la Iglesia. Era brillante y audaz; un valeroso defensor de Cristo hasta el final. Vivió en Córdoba en el siglo IX. Su familia permaneció fiel a la fe católica a pesar del dominio musulmán que penalizaba con severos impuestos la asistencia al templo, y daban muerte a quien hablase de Cristo fuera de él. Con estas presiones y el miedo al martirio muchos católicos abandonaban la ciudad. Eulogio renovó el fervor de sus conciudadanos dentro de la capital y en sus aledaños. Su abuelo le enseñó siendo niño a que cada vez que el reloj señalase las horas, dijera una pequeña oración y así lo hacía, recitando, por ejemplo: «Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven aprisa a socorrerme». Se formó en el colegio anexo a la iglesia de San Zoilo. Y también influyó en su educación el abad y escritor Speraindeo. Recibió una esmerada formación en filosofía y en otras ciencias. Su biógrafo, amigo y compañero suyo de estudios, Álvaro de Córdoba (Paulo Álvaro), reflejó su juventud diciendo que: «Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España». Álvaro añade que: «tenía gracia para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz». Siendo sacerdote, era un predicador excelente. Su anhelo fue agradar a Dios y se ejercitaba en el amor viviendo una rigurosa vida ascética. Confidenció a sus íntimos: «Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia». Este sentimiento de indignidad que acompaña a los santos, le instaba a emprender un camino de peregrinación para expiación de sus culpas. Roma era su objetivo, pero su idea de llegar a pie era casi un imposible. De modo que pospuso este proyecto.

Hombre de vasta cultura, inquieto como las personas inteligentes que no pasan por la vida ajenas a las raíces de la historia, después de ver frustrados sus intentos de penetrar en el país galo, que estaba sumido en guerras, y donde se trasladaba con la idea de averiguar el paradero de dos de sus hermanos, vivió durante un tiempo en Navarra, en Aragón y en Toledo. En Leire tuvo ocasión de conocer la Vida de Mahoma así como clásicos de la literatura griega y latina, y otras obras relevantes entre las que se incluía La ciudad de Dios de san Agustín. Y después de contribuir a acrecentar el patrimonio espiritual de los monasterios sembrados por el Pirinieo, cuando ya había hecho acopio de una importante formación intelectual, regresó a Córdoba llevando con él un importante legado bibiográfico que nutriría los centros académicos de la capital. Poco a poco fue naciendo una especie de círculo en torno a él integrado por sacerdotes y religiosos.

Pero en el año 850 los cristianos cordobeses quedaron estremecidos ante la cruenta persecución que se desató contra ellos. Muchos regaron con su sangre el amor que profesaban a Cristo, negándose a abjurar de su fe y a colocar en el centro de sus vidas a Mahoma. Eulogio fue apresado; junto a él se hallaba el prelado Saulo. El artífice de su detención fue otro obispo, Recaredo, que junto a un grupo de clérigos se puso de parte de los musulmanes. En la cárcel redactó su obra «Memorial de los mártires». A finales del año 851 fue liberado. Con Muhammad I, sucesor de Abderramán, la situación de los cristianos se hizo aún más insostenible. Y Eulogio no estaba seguro en ningún lugar. De modo que durante un tiempo el santo fue de un lado a otro buscando proteger su vida.

El año 858 fue elegido arzobispo de Toledo, pero su glorioso martirio estaba próximo. La joven Lucrecia, hija de mahometanos, anhelaba ser católica. Como la obligaban a ser musulmana, ayudada por Eulogio huyó de su casa y se refugió en la de unos católicos. Apresados ambos el año 859, fueron condenados a muerte. La notoriedad pública de Eulogio era altísima. Los ojos de los fieles estaban clavados en él. De modo que si los captores lograban que abjurase de la fe, el éxito estaba más que asegurado. Muchos seguirían sus pasos. No lograron sus propósitos, a pesar de que astutamente le propusieron simular su retractación. Solo tenía que hacer creer a todos que abandonaba su fe, pero después podía actuar a conveniencia. Naturalmente, el santo respondió con el Evangelio en la mano, renovando los pilares esenciales de su vida ante el emir que presidía el tribunal. Uno de los fiscales que juzgaba su caso y el de Lucrecia montó en cólera:«Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ir así a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida». La pena capital era por decapitación. Pero Eulogio no se inmutó. Respondió: «Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no solo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo», palabras que coronó derramando su sangre junto a la de Lucrecia el 11 de marzo del año 859.

Oremos

Proclamamos, Señor, tu poder y humildemente te pedimos que, así como concediste a San Eulogio de Córdoba ser fiel imitador dela pasión de Cristo, así nos otorgues a nosotros que la fortaleza que manifestó en su martirio sea sostén de nuestra debilidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de la Clemencia o la Misericordia de Absam, cerca de Innsbruck,  Austria (1797).

San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Sermón 8 sobre el salmo 118

"Hace salir el sol tanto para los malos como para los buenos"

“Señor, de tu bondad está llena la tierra; enséñame tus leyes” (sl 118, 64). ¿Cómo está llena la tierra de esta misericordia del Señor si no es por la Pasión de nuestro Señor Jesucristo de quien el salmista, que la veía de lejos, de alguna manera, celebra la promesa?... La tierra está llena porque la remisión de los pecados es para todos. El sol tiene orden de levantarse para todos, y eso es lo que ocurre cada día, Y es para todos que, en un sentido místico, ha venido el Sol de Justicia (Ml 3,20), por todos ha sufrido y por todos ha resucitado. Y si ha sufrido es, precisamente, para “quitar el pecado del mundo” (Jn 1,29). 

    

Pero si alguno no tiene fe en Cristo, es él mismo quien se priva de este beneficio universal. Si alguien, cerrando sus ventanas, no deja entrar los rayos del sol, no puede decir que el sol no se ha levantado por todos ya que es él mismo quien ha provocado que no le llegue el calor del sol.. En lo que se refiere al sol, no queda afectado; al que le falta la prudencia, se priva de la gracia de una luz que se ofrece a todos. 

      

Dios se ha hecho pedagogo; ilumina el espíritu de cada uno derramando a todos la claridad de su conocimiento, con la condición de que abras la puerta de tu corazón y acojas la luz de la gracia celestial. Cuando dudes, apresúrate a buscar, porque “el que busca, halla y a quien llama, se le abre. “ (Mt 7,8).

Lo extraordinario del Amor

San Mateo 5, 43-48. I Sábado de Cuaresma.



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

"Señor y Padre eterno, haz que se conviertan a ti nuestros corazones a fin de que, viviendo consagrados enteramente a tu servicio, te busquemos siempre a ti y nos dediquemos a la práctica de las obras de misericordia". Amén (Oración de la misa del día)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Amar es entregarse. No es solamente un contrato, «dar para recibir». Más bien, quien ama de verdad no espera que le paguen. Dedica su tiempo, aun sabiendo que el tiempo no vuelve, y da su propia vida porque sabe que es un don supremo e irremplazable.

Así ama Dios. Él da a todos la vida, sabiendo que no podemos pagarle un don tan grande. Incluso se da a sí mismo, haciéndose hombre como nosotros. Y más aún: Cristo, Dios y hombre, muere en la cruz por todos, para salvar a los pecadores. Sabe que no todos le aman, y que no todos le agradecen, pero no le importa. Él ama y su alegría está más en dar que en recibir.

Cristo nos invita cada cuaresma a aprender de su manera de amar. Tal vez no nos encontraremos todos los días con enemigos que atenten contra nuestra vida o nos odien seriamente. Pero siempre podemos crecer en la práctica que san Pablo recomienda: «Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo.» (Efesios 4, 31-32)

Pidamos a Cristo que nos ayude a amar como Él. Aunque sean cosas pequeñas y sencillas, pidámosle la alegría de amar gratuitamente. Que Él nos conceda la gracia de reproducir su imagen en nuestra vida y en cada una de nuestras acciones.

Amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando recibimos un regalo: nos hace felices, pero para preparar ese regalo las personas generosas han dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo, regalándonos algo, nos han dado también algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido privarse. Pensemos también al regalo que vuestros padres y animadores os han hecho, al dejaros venir a Roma para este Jubileo dedicado a vosotros. Han programado, organizado, preparado todo para vosotros, y esto les daba alegría, aun cuando hayan renunciado a un viaje para ellos. Esto es amor concreto. En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las capacidades personales.
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré hoy estar atento a mi manera de hablar: que sea de bondad y comprensión a ejemplo de Cristo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El Papa concluye los ejercicios espirituales y regresa al Vaticano

Este año los ejercicios espirituales fueron realizados por el sacerdote franciscano Giulio Michelini, y tuvieron como hilo conductor la Pasión según San Mateo.



El santo padre Francisco concluyó este viernes por la mañana, después de la misa y la última meditación, su retiro de cinco días, regresando hacia Roma en el autobús con el cual el domingo por la tarde había llegado a la casa Divin Maestro, en Ariccia.

El papa puso como intención principal en la misa matutina, por la población de Siria, y dispuso también sea enviada una donación de cien mil euros para los habitantes de la ciudad de Alepo, la cual será realizada a través de la Limosnería apostólica y la Custodia de Tierra Santa.

Como un pasajero más, dejó así la estructura gestionada por los Paulinos, situada a unos 30 kilómetros de Roma.

El Papa que estaba en la segunda fila del primero de los dos vehículos, al salir vio a un grupo de fieles reunidos que lo saludaron con aplausos y vivas. El vehículo acompañado por motos y vehículos de las fuerzas del orden llegó al Vaticano hacia las 11 de la mañana.

Este año los ejercicios espirituales fueron realizados por el sacerdote franciscano Giulio Michelini, y tuvieron como hilo conductor la Pasión según San Mateo.

Por la tarde el Pontífice va al Vicariato de Roma, donde tendrá un encuentro con los párrocos prefectos de su diócesis. “Una reunión absolutamente privada que entra en la normal praxis de la vida de la Iglesia”, aseguró la vicedirectora de la Oficina de prensa, Paloma García Ovejero.

¿La confesión ha sido inventada por la Iglesia?

Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados, a quien se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20,22?23)





Pregunta:

¿Cómo puedo responder a los que me dicen que la confesión ha sido inventada por la Iglesia y por los curas?

Respuesta:

Estimado: Resumo mi respuesta en tres puntos.

I. El sacramento de la penitencia fue instituido por el mismo Cristo

1º Así lo enseña la Iglesia al condenar a todo el que dijere «que la penitencia en la Iglesia católica no es verdadero y propiamente sacramento instituido por Cristo Señor»[1]. En la Sagrada Escritura consta que Nuestro Señor Jesucristo no sólo perdonó los pecados a muchos de los que se acercaron a Él (Zaqueo, la mujer adúltera, la pecadora de la que expulsó siete demonios, etc.[2]) sino que confirió a la Iglesia el poder de perdonar los pecados. En San Mateo dice a sus apóstoles: En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra, será atado en el cielo y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo (Mt 18,18). En el Evangelio de San Juan: Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados, a quien se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20,22?23).

La Sagrada Escritura nos testimonia también que los apóstoles y sus discípulos ejercieron este ministerio. Así, por ejemplo, dice San Pablo: Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el misterio de la reconciliación (2 Co 5,18). Por otra parte, en varios lugares de los Hechos de los Apóstoles y de las Epístolas de San Pablo aparecen los apóstoles ejerciendo la potestad de atar y desatar (cf. 1 Co 5,3?5; 2 Co 2,6?11; etc.).

La razón de esta institución es fácil de comprender: nosotros somos pobres pecadores, y en cuanto tales necesitamos un sacramento por el que se nos perdonen los pecados cometidos después del bautismo.

2º Por otra parte, no puede ser una creación de los hombres. Esto lo podemos ver por varias razones de sentido común:
•    Por la dificultad que entraña el extender a todo el mundo, y durante tantos siglos una práctica que tanto repugna al amor propio. Si fuera obra humana, no habría prosperado.
•    Por la oposición decidida que hubiesen hecho los primeros cristianos si alguien hubiese querido introducir como necesaria la confesión, de no ser ésta instituida por Cristo mismo.
•    Además, ¿qué provecho material hubiesen podido obtener los inventores de la confesión? Ninguno. Solamente trabajo pesado e ingrato.
•    Por otra parte, si los sacerdotes hubiesen inventado la confesión, se habrían declarado a sí mismos exentos de tal práctica (el que impone los tributos no los paga), y sin embargo, son los primeros obligados a la práctica de confesar sus pecados.

II. La confesión de los pecados (el decir los pecados al sacerdote) tampoco es un invento de los sacerdotes

Alguien podría suponer que Jesucristo sólo instituyó que los apóstoles y sus sucesores «perdonasen» los pecados, pero no que para esto «tuviesen que escuchar en confesión los pecados de los penitentes». Por eso debemos añadir que la «confesión de los pecados», es decir, «la acusación del penitente de sus propios pecados ante el sacerdote legítimo», también es de derecho divino, si bien su práctica se difundió con el correr de los siglos[3].

Ante todo, la Iglesia insiste repetidamente sobre tal necesidad; y la impone obligatoriamente a todos los hombres dotados de uso de razón, es decir, a los posibles pecadores, al menos una vez al año[4].

«La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia», dice el Catecismo[5]. El motivo es que la confesión es un juicio formal, aunque sin fiscal ni testigos. Pero para que el juez dictamine es necesario que conozca la causa con toda precisión; y sólo después de eso ha de absolverle el juez, no sin antes imponerle la pena. Pero para proceder con rectitud a modo de juicio, el juez necesita conocer la causa sobre la que va a dictar sentencia, y ello no de una manera confusa y global, sino con todo detalle y precisión. Y como en este juicio sacramental no hay fiscal ni acusador, no cabe otra solución que la confesión explícita y directa del propio reo. Por tanto, la confesión de los pecados es una consecuencia inevitable que brota de la institución del sacramento por Jesucristo a modo de juicio. Es decir, está implícito en el mismo mandato de atar y desatar los pecados dado por Cristo a los Apóstoles (cf. Jn 20,22?23). ¿De qué otro modo podrían «atar» los pecados de uno (¡y con consecuencias para la vida eterna!) y «desatar» los de otro? ¡Evidentemente no puede quedar librado al capricho del sacerdote! Para poder ejercer este oficio, el sacerdote debe saber qué pecados son, qué arrepentimiento hay y qué propósito de enmienda tiene el penitente. ¿De qué otra manera puede cumplir esta orden de Jesucristo sino es por propia confesión del penitente?

III. Algunas dudas que suelen plantearse acerca de la confesión

Finalmente no viene mal enumerar las principales dudas u objeciones que, sobre este tema, suelen poner personas de otras religiones a los católicos[6]:

1º ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes pueden perdonar los pecados?
La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos sucesores. Esto ya lo expusimos más arriba. Ahora bien, los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, se deduce que el poder que les dio debía ser transmisible, es decir, que de ellos pudiera pasar a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a «presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles.

2º ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba?
Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba la confesión de los pecados por su ciencia singular por la cual sabía lo que hay dentro del hombre (Jn 2,25). Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.

3º «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dicen algunos.
También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso (1Jn 1,8). El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo; no porque él sea una persona extraordinaria o porque él mismo no tenga pecados. Además, el sacerdote concede el perdón en el nombre de Dios Uno y Trino, y no en el propio.

4º ¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de la confesión?
El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado. En cambio el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda con plena certeza de haber sido perdonado. Por eso decía un nocatólico: «Yo envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En verdad, la confesión es el mejor remedio para obtener la paz del alma.

Bibliografía para profundizar:

JUAN PABLO II, Exhortación Reconciliatio et poenitentia.
BAUR, BENEDIKT, La confesión frecuente, Herder, Barcelona 1974.
[1] Denzinger?Hünermann, n. 1701.
[2] Cf. Mt 2,5; Lc 7,47; Jn 8,1 ss., etc.
[3] Una breve historia de la práctica de la penitencia sacramental se puede leer en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1447.
[4] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1457; Código de Derecho Canónico, c. 989.
[5] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1456.
[6] Tomo este punto de PP. Paulo Dierckx y Miguel Jordá, Para dar razón de nuestra esperanza sepa defender su fe, Apostolado del libro, P. Miguel Jordá F. 8571492.

Dios, Uno y Trino

La exposicion historica de la doctrina trinitaria nos iluminara los pasos que ha seguido la Iglesia al dar expresividad cultural a su fe, segun las distintas epocas de su historia



La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13, Ef 4, 4-6.(Catic 249) La exposición histórica de la doctrina trinitaria nos iluminará los pasos que ha seguido la Iglesia al dar expresividad cultural a su fe, según las distintas épocas de su historia y según una toma de conciencia cada vez más clara de esta fe (dinamismo progresivo del dogma), hasta su expresión oficial en los concilios de Nicea y Constantinopla.

Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de fe del pueblo cristiano ( Cfr. Catic 250).

Para la formulación (que no creación) del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: (substancia, persona, hipóstasis, relación, etc.). Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también en adelante a significar un Misterio inefable, infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana (Pablo VI, SPF 2) (Catic 51).
A grandes rasgos, los pasos y los exponentes importantes de este proceso son los siguientes:

1. Vivencia de la fe trinitaria en los padres apostólicos ( Siglos 1-1I).

a.La Didaché:
Enlaza con el kerigma apostólico sobre la revelación salvífica de la trinidad de Dios y nos presenta la fe de los primeros tiempos de la Iglesia acera de la Trinidad, al referimos a la manera de bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, según el mandato de Jesús.

b.Clemente Romano:
Enuncia la fe trinitaria sin comentarla, porque le parece tan clara que sobra todo comentario. Su aportación principal en el progreso dogmático del misterio trinitario está en poner de manifiesto la realidad de las tres divinas personas en pie de igualdad, al mismo tiempo que las distingue en la unidad divina.

c.Ignacio de Antioquía:
Presenta la fe de trinitaria de la Iglesia en un momento privilegiado de su expansión vivencial en la era postapostólica. Contempla la revelación del misterio trinitario a la luz de la encarnación del Hijo. Describe la realidad del Dios tripersonal en sus relaciones divinas a la luz de la revelación, concienciada por la fe de la Iglesia. Pues toda la economía de la salvación eclesial está enraizada en la realidad del Padre y del Hijo en el Espíritu.

d.Policarpo:
Trasmite de manera muy sencilla el kerigma apostólico acerca de la revelación trinitaria mediante el lenguaje bíblico que nos habla de la vida intima de Dios Padre, Hijo y Espíritu.

Conclusión:

Los Padres Apostólicos acusan más que una preocupación de carácter teológico, su objetivo de transmitir fielmente la fe recibida de los apóstoles a las generaciones futuras.

2. Transmisión de la fe trinitaria por los padres apologistas (siglos 11-111).

Si el periodo anterior se caracterizaba por la simplicidad de formas en la exposición del dogma trinitario, según la transmisión de la fe apostólica, el presente parte de una problemática planteada por las nuevas circunstancias que le condicionan totalmente. Se abre a la Iglesia a un nuevo mundo que piensa en un categorial ideológico distinto del anterior; precisa pues la Iglesia encarnarse en el mismo para comunicarle el mensaje de Cristo.

En esta coyuntura histórica surgen los Apologistas, muy sensibles a las culturas de su tiempo, que verterán en las categorías de su tiempo la revelación trinitaria de Cristo, para que el hombre de su tiempo tenga acceso a la misma al sentirla expresada en su propio lenguaje.

a.San Justino
Encarna en su persona la preocupación de la Iglesia de interesar a todo el hombre en la recepción del mensaje trinitario. Hay dos niveles en su exposición doctrinal: la tradición de la fe apostólica acerca del misterio trinitario y la reflexión teológica sobre el mismo misterio.

Justino tiene la intención de expresar el misterio trinitario en la terminología filosófica de su tiempo, aunque esto le llevo a algunas imprecisiones teológicas en la exposición doctrinal de su fe ortodoxa.
Nos pone en contacto con la fe de la Iglesia sin dificultad alguna, pero cuando quiere registrar dicha fe en las categorías de su tiempo se ve embarazado con algunas inexactitudes. Sobre todo de carácter subordinacionista por problemas de expresión adecuada.

b.San Ireneo
Los padres precedentes se proponían una simple exposición del misterio trinitario frente a las invectivas de sus enemigos. De ahí lo incompleto de sus explicaciones acerca de la revelación trinitaria.
Ireneo encarna la fe de la Iglesia sobre el misterio trinitario y de acuerdo a las nuevas circunstancias hace una exposición más completa y profunda.
Su originalidad es haber asumido toda la corriente de la tradición, liberándola de algunas desviaciones que se insinuaban ya en su seno. Dio un viraje completo al aspecto de la revelación trinitaria centrando la atención en la encarnación del Verbo, como revelador del Padre y dador del Espíritu, desarrollando con categorías bíblicas el aspecto salvífico del misterio trinitario en una preocupación pastoral y apologética.

Conclusión:

La teología de los apologistas se distingue sobre todo porque abre una nueva época en la exposición de dicho misterio. El clima intelectual en que se mueven facilita la aclaración de algunos conceptos, corrigiendo lo defectuoso del lenguaje humano para expresar la relación personal del Hijo al Padre, evitando así la subordinación del Logos al Padre.

3. Proclamación de la fe trinitaria

a.La fe trinitaria expresada en los sacramentos y plegarias.
La fe trinitaria expresada en categorías muy simples cristaliza en expresiones accesibles desde dos cauces distintos: la tradición en su formulación original, expresada en la práctica sacramental y la reflexión teológica anclada en la verdad bíblica.
La regla de fe acerca de la Trinidad, profesada en el bautismo conoce otras fórmulas más amplias hasta alcanzar un desarrollo completo de esta fe dentro de una teología netamente cristocéntrica. Su importancia radica en el hecho de que nos trasmiten la fe vivida por la Iglesia en su sacramentalidad cotidiana con fórmulas de donde está ausente todo matiz polémico, ateniéndose únicamente a la fe viva de la Iglesia.

b.Expresión de la fe trinitaria en la tensión con la cultura pagana.
La tensión entre la profesión de la fe trinitaria y la reflexión teológica para compaginar la unicidad de Dios con la revelación trinitaria del mismo, se resuelve solo a la luz de una mayor comprensión  del cristianismo en consonancia con su progreso dogmático, aunque pasando por diversos siendo el más grave el subordinacionismo adopcionista: respaldado en algunas expresiones bíblicas que parecen subordinar el Hijo al Padre, asienta el principio de la inferioridad del Hijo con respecto al Padre en cuanto que el Hijo es solamente la imagen del Padre.

El surgimiento de las diversas desviaciones motivó la explicación y profundización de la fe trinitaria hecha por la Iglesia sirviéndose de la cultura ambiental como vehículo de la revelación trinitaria, al mismo tiempo que purificaba cuanto se oponía a ella por las desviaciones doctrinales.

4. Defensa de la fe trinitaria. (Siglos 111-1V).

En este período asistimos al desenvolvimiento de la fe trinitaria de la Iglesia purificándola de diversos presupuestos extraños al cristianismo.

a.Tertuliano.
Como hombre jurídico aportó a la Iglesia una clarificación de conceptos teológicos confusos perniciosos para la fe. Dentro de la evolución dogmática del misterio representa una aportación singular por que, respaldado en la Biblia y la tradición, crea un lenguaje teológico nuevo en la Iglesia para expresar el enunciado del misterio trinitario a partir del dato revelado, iluminándolo con la filosofía de su tiempo. Y facilitando la posterior penetración de dicho misterio.

Condensa su doctrina trinitaria en los siguientes términos: "Hay una sola substancia divina en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo; un único Dios que se comunica en la diversidad bajo el nombre de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo". La terminología empleada por Tertuliano salva la única esencia divina en la Trinidad de Personas.

b.Cipriano.
No se detienen en exposiciones teológicas sino en la vivencia de fe, profesada por la Iglesia diariamente y que consiste en el reconocimiento de Dios Padre, de Cristo y del Espíritu Santo.

c.Orígenes.
Proclama el misterio trinitario según la fe de la Iglesia, aunque el clima subordinacionista a través del cual ve este misterio altera notablemente la explicación que da sobre el mismo.
El teólogo contrasta abiertamente con el creyente.
Su contribución mas importante al progreso dogmático es su clara afirmación de la tripersonalidad de Dios, no solo en el plano salvífico de la divina revelación, sino desde toda la eternidad en la vertiente de la divina generación.

d.Calixto Papa.
Mantiene la doctrina trinitaria frente a Sabelio que ponía en tela de juicio la distinción personal del Hijo con respecto al Padre. Insiste en que el Padre y el Hijo no son dos cosas, sino una misma e idéntica realidad. No le pasa inadvertida la grave dificultad del problema y busca una solución que conjugue la unidad divina con la relación personal del Padre al Hijo, según el dato revelado.

e.Dionisio Papa.
Dirige tres cartas de carácter dogmático a las comunidades de Cesarea y Alejandría acerca del sabelianismo y subordinacionismo que reducían a Cristo a simple criatura según una amañada interpretación de pasajes bíblicos como Prov.8,22 y Sal 11,3. El Papa afirma la trinidad de Personas en la unidad divina.

f.Arrio.
Los diversos errores sobre la revelación del misterio trinitario convergieron en el Arrianismo. Arrio pretende impostar toda la teología trinitaria partiendo de principios filosóficos en lugar de la misma revelación. Es la conclusión del subordinacionismo precedido del gnosticismo pagano. Al negar la Divinidad de Cristo afirmando que su filiación respecto del Padre es solamente adoptiva, niega la realidad de la Trinidad.

g.Alejandro de Alejandría.
Confiesa frente a Arrio la filiación divina de Cristo por su generación eterna del Padre, en modo alguno adoptiva, ya que comparte la misma esencia divina del Padre. Su teología cristológica no pertenece al categorial filosófico sino a la palabra revelada por Dios en la Biblia a la luz de la interpretación eclesial.

h.Concilio de Nicea.
El arrianismo fue una de las mayores crisis por las que ha pasado la Iglesia en su historia, al tener que enfrentarse con el sincretismo pagano que en Arrio se presentaba con carácter totalmente absorbente.
El concilio recurre en un Símbolo, profesado en su vida cultual para  manifestar a través de él lo que la  Iglesia cree.
El Símbolo Niceno es una profesión de fe trinitaria con estas proposiciones fundamentales:
        *Creo en un solo Dios Padre todopoderosos.
        * Creemos en solo Señor Jesucristo: Profesa a Jesús histórico como Señor, Kyrios.
        * El Hijo de Dios, nacido del Padre, afirma la filiación divina de Jesucristo, natural y propia.
        * Unigénito: Únicamente el Hijo procede del Padre por generación.
        * Es de la esencia del Padre: El Hijo procede por auténtica y estricta generación natural, por la comunicación interna del propio ser del Padre al Hijo.
        * Consustancial al Padre: El Hijo por lo que respecta a su naturaleza divina es igual al Padre, siendo su ser divino idéntico al del Padre.
        * Y en el Espíritu Santo: afirma su divinidad sin más. La doctrina de la divinidad del Espíritu Santo se hallaba apenas en un estado de evolución progresiva, absorbida por la problemática cristológica. El mensaje de Cristo acerca del Espíritu Santo y lo hará el Concilio de Constantinopla.

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