Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla

Evangelio según San Juan 21,1-14. 

Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.

Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. 

Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 

San Conrado Birndorfer

San Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham 

El testimonio de vida de este humilde capuchino nuevamente pone de relieve que la santidad se alcanza en cualquier misión por sencilla que sea. El dintel del convento y la campanilla que avisaba de la presencia de alguien era el escenario cotidiano de Conrado. Ante todo recién llegado al claustro de la ciudad bávara de Altötting con su cálida sonrisa y sencillez dibujaba seductoras expectativas aventurando las bendiciones que podían derramarse sobre ellos en el religioso recinto. Para un santo las contrariedades son vehículos de insólita potencia que les conducen a la unión con la Santísima Trinidad. Él sobrenaturalizó lo ordinario en circunstancias hostiles. Y conquistó la santidad. No hicieron falta levitaciones, milagros, ni hechos extraordinarios, sino el escrupuloso cumplimiento diario de su labor realizada por amor a Cristo. En la portería que tuvo a su cargo durante más de cuatro décadas no olvidó que franqueaba el acceso a su Divino Hermano, especialmente cuando los pobres llegaban a él y les atendía con ejemplar caridad. Con virtudes como la amabilidad, caridad y paciencia, fruto de su recogimiento, forjaba su eterna corona en el cielo, aunque ni sus propios hermanos de comunidad podían sospecharlo.

Nació en Venushof, Parzham, Alemania el 22 de diciembre de 1818 en el seno de una acomodada familia de labradores que tuvieron diez hijos, de los cuales fue el penúltimo.

Estos generosos progenitores, con sus prácticas piadosas diarias realizadas en familia, le enseñaron a amar a Cristo, a María y a conocer la Biblia. No era extraño que con ese caldo de cultivo siendo niño le agradase tanto orar y sentirse feliz al hablar de Dios. Su madre advertía en el pequeño una chispa especial cuando narraban las historias sagradas, y le preguntaba: «Juan, ¿quieres amar a Dios?». La respuesta no se hacía esperar: «Mamá, enséñeme usted cómo debo amarle con todas mis fuerzas». Creció aborreciendo las blasfemias y el pecado. Poco a poco se vislumbraba su amor por la oración. A esta edad fue manifiesta su inclinación por el espíritu franciscano. A los 14 años perdió a sus padres y se convirtió en punto de referencia para sus hermanos. Todos siguieron ejercitando las prácticas que ellos les enseñaron. Juan, en particular, aprovechaba la noche para rezar y realizar penitencias que muchas veces solían durar hasta el alba.

En 1837 inició su formación con los benedictinos de Metten, Deggendorf. Pero se ve que lo suyo no era el estudio. En una visita que efectuó al santuario de Altötting tuvo la impresión de que María le invitaba a quedarse allí. Sin embargo, en 1841 se vinculó a la Orden Tercera de Penitencia (Orden franciscana seglar). Dios le puso otras cotas que no supo interpretar y las expuso a un confesor después de haber orado ante la Virgen de Altötting. El sacerdote le dijo: «Dios te quiere capuchino». Repartió sus cuantiosos bienes entre los pobres y la parroquia para ingresar en el convento de Laufen en 1851.

Tenía 33 años. Allí tomo el nombre de Conrado. Su noviciado estuvo plagado de pruebas y públicas humillaciones que, pese a ser de indudable dureza, aún le parecían nimias para lo que juzgaba merecía: «¿Qué pensabas? –se decía–, ¿creías que ibas a recibir caricias como los niños?». En esos días escribió esta nota: «Adquiriré la costumbre de estar siempre en la presencia de Dios. Observaré riguroso silencio en cuanto me sea posible. Así me preservaré de muchos defectos, para entretenerme mejor en coloquios con mi Dios». Tras la profesión fue destinado a la portería del convento de Santa Ana de Altötting, noticia que le llenó de alegría. Era un lugar donde la afluencia de peregrinos exigía la atención de una persona exquisita como él. En aquel pequeño reducto se santificó durante cuarenta y tres años, viviendo el recogimiento en medio de la algarabía creada por el constante ajetreo de los peregrinos. «Estoy siempre feliz y contento en Dios. Acojo con gratitud todo lo que viene del amado Padre celestial, bien sean penas o alegrías. Él conoce muy bien lo que es mejor para nosotros […]. Me esfuerzo en amarlo mucho. ìAh!, este es muy frecuentemente mi único desasosiego, que yo lo ame tan poco. Sí, quisiera ser precisamente un serafín de amor, quisiera invitar a todas las criaturas a que me ayuden a amar a mi Dios».

Un día advirtió una celdilla casi oculta debajo de la escalera. Tenía una pequeña ventana que daba a la Iglesia. Y su corazón palpitó de gozo: ¡desde allí podía ver el Sagrario! Era un lugar oscuro y reducido. A fuerza de insistencia consiguió que le dejaran habitarla y en esa morada siguió cultivando su amor a Cristo crucificado y a María. Ayudaba a la sacristía y en las primeras misas en el santuario. Sus superiores le autorizaron a comulgar diariamente, algo excepcional en esa época. Nadie le oyó quejarse ni lamentarse. Trataba con auténtica caridad a todos, especialmente a las personas que intentaban incomodarle y socavar su admirable y heroica paciencia. Nunca perdió la mansedumbre. «La Cruz es mi libro, una mirada a ella me enseña cómo debo actuar en cada circunstancia». Fue un gran apóstol en la portería, el hombre del silencio evangélico: «Esforcémonos mucho en llevar una vida verdaderamente íntima y escondida en Dios, porque es algo muy hermoso detenerse con el buen Dios: si nosotros estamos verdaderamente recogidos, nada nos será obstáculo, incluso en medio de las ocupaciones que nuestra vocación conlleva; y amaremos mucho el silencio porque un alma que habla mucho no llegará jamás a una vida verdaderamente interior». Logró convertir a personas de baja calaña, hombres y mujeres, que después se entregaron a Dios en la vida religiosa. En sus apuntes espirituales se lee: «Mi vida consiste en amar y padecer […]. El amor no conoce límites». Sintiéndose morir, tocó la puerta del padre guardián, diciéndole: «Padre, ya no puedo más». Tres días más tarde, el 21 de abril de 1894, falleció. Pío XI lo beatificó el 15 de junio de 1930, y lo canonizó el 20 de mayo de 1934.

oración:
Señor Dios, que has concedido a tu obispo san Anselmo el don de investigar y enseñar las profundidades de tu sabiduría, haz que nuestra fe ayude de tal modo a nuestro entendimiento, que lleguen a ser dulces a nuestro corazón las cosas que nos mandas creer. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

San Gregorio de Narek (c. 944-c. 1010), monje y poeta armenio El libro de las plegarias, nº 66

«Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla»

Dios misericordioso y compasivo, amigo de los hombres (Sb 1,6)..., cuando tú hablas nada hay imposible. Incluso aquello que parece imposible a nuestro espíritu; eres tú quien das un fruto sabroso a cambio de las duras espinas de esta vida... 

Señor Jesucristo, aliento vital de nuestras fosas nasales (Lm 4,20) y esplendor de nuestra belleza..., luz y dador de luz, no te alegras del mal, no quieres que nadie se pierda, ni deseas jamás la muerte de nadie (Ez 18,32). No te agitas en la turbación ni estás sujeto a la cólera; tu amor es inquebrantable y duradero y no dejas de compadecerte; no abandonas nunca tu bondad. No vuelves nunca la espalda a nadie ni le giras tu rostro, sino que eres totalmente luz y voluntad de salvación. Cuando quieres perdonar, lo puedes hacer; cuando quieres curar, eres poderoso; cuando quieres vivificar, eres capaz de hacerlo, cuando quieres conceder gracia, eres generoso; cuando quieres devolver la salud, lo sabes hacer... Cuando quieres renovar, eres creador; cuando quieres resucitar, eres Dios... Cuando, incluso antes de que lo pidamos, quieres extender tu mano, nada te falta... Si quieres fortalecerme a mi que soy quebradizo, tú eres roca; si quieres darme de beber, a mi que estoy sediento, tú eres la fuente; si quieres revelar lo que está escondido, tú eres luz... 

Por mi salvación has luchado con fuerza... has tomado sobre tu cuerpo inocente todo el sufrimiento de los castigos que habíamos merecido para que, a la vez que eres ejemplo para nosotros, pones de manifiesto la compasión que nos tienes.

Los tres pastorcitos de Fátima

RD

El santuario muestra su "profunda gratitud" por el anuncio, en el centenario de las apariciones
Francisco canonizará el próximo 13 de mayo a Francisco y Jacinta, los pastorcitos de Fátima
El 15 de octubre, canonización en Roma de mártires de Brasil y de Tlaxcala, Faustino Míguez o Luca Falcone

Jesús Bastante, 20 de abril de 2017 a las 11:01

Francisco (1908-1919) y Jacinta Marto (1910-1920), que junto con su prima Lucía, que fue monja y la única que sobrevivió, fueron los protagonistas de las apariciones en Cova da Iria, fueron beatificados el 13 de mayo de 2000 por Juan Pablo II en Fátima

(J. Bastante/Agencias).- Se confirmó lo esperado: Francisco canonizará, el próximo 13 de mayo, a los dos pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta Marto. Lo hará en Fátima, en el lugar de las apariciones marianas, el día en que se cumplen cien años de las mismas.

La Santa Sede oficializó el anuncio, tras el Consistorio Ordinario en el que se aprobaron algunas causas de canonización. La principal, la de los hermanos pastores que presenciaron, junto a su prima Lucía, las apariciones de la Virgen María, y escucharon los famosos "tres secretos".

La canonización coincide, como estaba previsto, con la visita del Papa al santuario mariano. El pasado 23 de marzo, Francisco había aprobado los decretos para canonizar a los dos niños, de 9 y 10 años, que murieron poco después de la apariciones, entre mayo y octubre de 1917, y que serán los primeros niños no considerados mártires declarados santos.

Francisco viajará a Fátima para participar en el centenario de las apariciones los próximos 12 y 13 de mayo, y la ceremonia de canonización será el sábado cuando está prevista una misa multitudinaria en la explanada del santuario mariano.

El rector del Santuario de Fátima, Carlos Cabecinhas, destacó la importancia de la canonización de los hermanos pastores Francisco y Jacinta. En un comunicado hecho público hoy tras conocer la decisión del pontífice, Cabecinhas muestra su "profunda gratitud", tanto a Dios como al papa Francisco.

Destaca además el hecho de que la canonización se haga durante la visita papal al santuario, ya que allí están las reliquias de los dos pastores que serán canonizados, y que coincida además con el centenario de las apariciones de la Virgen.

Por su parte, el obispo de Leiria-Fátima, Antonio Marto, acogió el anuncio del Vaticano con "una inmensa alegría".

El milagro por la intercesión de ambos niños y por el que se ha podido decretar la canonización, según las normas católicas, es el de la presunta curación de un niño brasileño.

Francisco (1908-1919) y Jacinta Marto (1910-1920), que junto con su prima Lucía, que fue monja y la única que sobrevivió, fueron los protagonistas de las apariciones en Cova da Iria, fueron beatificados el 13 de mayo de 2000 por Juan Pablo II en Fátima.

Los tres niños portugueses aseguraron que habían sido testigos de las apariciones de la Virgen, quien les reveló los llamados tres secretos de Fátima, que divulgó Lucía, quien falleció en 2005 y a la que también se le ha abierto un proceso de beatificación.

El primer secreto era la muerte prematura de dos de los niños, y el segundo versaba sobre el final de la Primera Guerra Mundial, el inicio de la Segunda y el fin del comunismo.

La tercera parte, la que más especulaciones desató, se conoció el 26 de junio de 2000, tras el viaje de Juan Pablo II a Fátima el 13 de mayo de 2000, para beatificar a Jacinta y Francisco.

Se predecía el asesinato de un "obispo vestido de blanco" mientras atravesaba una gran ciudad, en lo que la Iglesia considera una profecía del atentado sufrido por Juan Pablo II en 1981, cuando fue tiroteado por el terrorista turco Ali Agca.

Francisco llegará Fátima el viernes 12 de mayo a la base aérea de Monte Real y allí mantendrá un encuentro privado con el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa.

Después se trasladará en helicóptero al estadio de fútbol de Fátima y desde allí recorrerá unos tres kilómetros en el "papamóvil" hasta llegar al santuario, donde visitará la capilla en la que los tres pastorcillos -Lucía, Jacinta y Francisco- aseguraron que habían sido testigos de varias apariciones de la Virgen.

Posteriormente participará al rezo del rosario que se realiza por la noche durante la procesión de las velas.

El sábado visitará la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y celebrará una misa en la explanada del santuario y en la que se santificará a los dos niños.

Francisco será el cuarto pontífice que visite Portugal, después de Pablo VI (1967), Juan Pablo II (1982, 1991 y 2000) y Benedicto XVI (2010).

Junto a este anuncio, Francisco canonizará el próximo 15 de octubre en la basílica de San Pedro del Vaticano a los que fueron los primeros mártires brasileños, los sacerdotes Andrés de Soveral, Ambrósio Francisco Ferro y el laico Mateus Moreira y otros 27 compañeros asesinados en 1645.

Son los primeros mártires y santos brasileños asesinados entre el 16 de julio y el 3 de octubre de 1645 por los protestantes calvinistas holandeses instalados en Brasil en aquella época.

La mayoría de ellos fueron asesinados en las localidades de Cunhau y Uruacu, en Natal, estado de Río Grande do Norte, durante una misa dominical oficiada por Andrés de Soveral.

Los mártires brasileños serán canonizados en una ceremonia junto con los dos niños mexicanos conocidos como los mártires de Tlaxcala; el español Faustino Miguez, fundador del instituto calasancio Hijas de la Divina Pastora y el sacerdote franciscano italiano Luca Antonio Falcone.

Un encuentro que transforma
San Juan 21, 1-14. Viernes de Octava de Pascua-

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este momento que me regalas. Te necesito, Jesús. Mi alma tiene sed de un amor que no se acabe nunca...mi alma tiene sed de Ti. Creo, Jesús, que puedes y quieres colmar todos los deseos de mi corazón. Confío en que me quieres hacer plenamente feliz. Te amo porque sé que Tú me amas eternamente, y que nada puede cambiar tu amor por mí. Aumenta mi fe para creer realmente en tu poder. Aumente mi confianza para abandonarme sin temor en tus manos amorosas. Aumenta mi amor para que mi corazón se encienda con tu amor y trabaje siempre con pasión, y alegría por la extensión de tu Reino.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, han pasado ya varios días desde tu resurrección. Los discípulos - comenzando por Pedro - han tenido la oportunidad de verte resucitado en otras dos ocasiones. Han sido testigos del hecho más extraordinario y magnífico de toda la historia. ¿Y qué hacen? Les habías dado la orden de ir a Galilea y permanecer allí hasta que recibieran al Espíritu Santo.

Probablemente se hospedaban en casa de Pedro o de algún discípulo. Eran once y no precisamente se alimentaban de aire o de rocío. Salen a pescar. Allí sigue la barca, allí las redes, el mar es el mismo de hace tres años…pero ¿y los discípulos?, ¿todavía son los mismos? No. Desde que Tú, Jesús, predicaste en esa barca, desde que colmaste esas redes, desde que pasaste por la rivera del lago llamándoles por su nombre, ya nada podía ser igual que antes, pues el encuentro contigo les cambió la vida… ¿Y a mí?, ¿también mi vida se transforma cuando Tú y yo nos encontramos?.Mi oración, ¿es realmente un encuentro personal contigo que transforma mi vida?

Van a pescar, intentan volver a hacer aquello a lo que dedicaban su vida antes de conocerte... y no pescan ni un solo pez… pero sí miles de recuerdos. ¿Cómo olvidar la vez que caminaste sobre el agua?; ¿o cuando calmaste la tormenta sólo con tu voz? Fue allí donde todo comenzó, donde unos dejaron redes, otros, a su padre. Fue allí donde todos ellos lo dejaron todo... poco o mucho, pero al fin y al cabo, todo. Es allí donde te vuelven a encontrar, donde sacan fuerzas para emprender la misión que les espera. Antes de salir a anunciar el Evangelio, los haces regresar al lugar donde todo comenzó para que recuperen la frescura de su amor.

¡Yo también quiero regresar a mi amor primero, Señor! ¡Quiero volver a sorprenderme con tu amor! Dame la gracia de que este momento que acabo de pasar contigo renueve mi amor y me configure un poco más contigo.

En aquella exclamación: "¡Es el Señor!", está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.

Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. ¡Todos nosotros somos la comunidad del Resucitado!

(Homilía de S.S. Francisco, 10 de abril de 2016)

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, en una visita a la Eucaristía, voy a pedirle a Dios que me regale la gracia de encontrarme verdaderamente con Él.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Creo en la misericordia divina
Una devoción orientada a descubrir, agradecer y celebrar la infinita misericordia de Dios revelada en Jesucristo.

Los católicos acogemos un conjunto de verdades que nos vienen de Dios. Esas verdades han quedado condensadas en el Credo. Gracias al Credo hacemos presentes, cada domingo y en muchas otras ocasiones, los contenidos más importantes de nuestra fe cristiana.

Podríamos pensar que cada vez que recitamos el Credo estamos diciendo también una especie de frase oculta, compuesta por cinco palabras: "Creo en la misericordia divina". No se trata aquí de añadir una nueva frase a un Credo que ya tiene muchos siglos de historia, sino de valorar aún más la centralidad del perdón de Dios, de la misericordia divina, como parte de nuestra fe.

Dios es Amor, como nos recuerda san Juan (1Jn 4,8 y 4,16). Por amor creó el universo; por amor suscitó la vida; por amor ha permitido la existencia del hombre; por amor hoy me permite soñar y reír, suspirar y rezar, trabajar y tener un momento de descanso.

El amor, sin embargo, tropezó con el gran misterio del pecado. Un pecado que penetró en el mundo y que fue acompañado por el drama de la muerte (Rm 5,12). Desde entonces, la historia humana quedó herida por dolores casi infinitos: guerras e injusticias, hambres y violaciones, abusos de niños y esclavitud, infidelidades matrimoniales y desprecio a los ancianos, explotación de los obreros y asesinatos masivos por motivos raciales o ideológicos.

Una historia teñida de sangre, de pecado. Una historia que también es (mejor, que es sobre todo) el campo de la acción de un Dios que es capaz de superar el mal con la misericordia, el pecado con el perdón, la caída con la gracia, el fango con la limpieza, la sangre con el vino de bodas.

Sólo Dios puede devolver la dignidad a quienes tienen las manos y el corazón manchados por infinitas miserias, simplemente porque ama, porque su amor es más fuerte que el pecado.

Dios eligió por amor a un pueblo, Israel, como señal de su deseo de salvación universal, movido por una misericordia infinita. Envió profetas y señales de esperanza. Repitió una y otra vez que la misericordia era más fuerte que el pecado. Permitió que en la Cruz de Cristo el mal fuese derrotado, que fuese devuelto al hombre arrepentido el don de la amistad con el Padre de las misericordias.

Descubrimos así que Dios es misericordioso, capaz de olvidar el pecado, de arrojarlo lejos. "Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso aleja Él de nosotros nuestras rebeldías" (Sal 103,11-12).

La experiencia del perdón levanta al hombre herido, limpia sus heridas con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo conduce para ser curado en un mesón. Como enseñaban los Santos Padres, Jesús es el buen samaritano que toma sobre sí a la humanidad entera; que me recoge a mí, cuando estoy tirado en el camino, herido por mis faltas, para curarme, para traerme a casa.

Enseñar y predicar la misericordia divina ha sido uno de los legados que nos dejó San Juan Pablo II. Especialmente en la encíclica Dives in misericordia (Dios rico en misericordia), donde explicó la relación que existe entre el pecado y la grandeza del perdón divino: "Precisamente porque existe el pecado en el mundo, al que Dios amó tanto... que le dio su Hijo unigénito, Dios, que es amor, no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia. Esta corresponde no sólo con la verdad más profunda de ese amor que es Dios, sino también con la verdad interior del hombre y del mundo que es su patria temporal" (Dives in misericordia n. 13).

Además, san Juan Pablo II quiso divulgar la devoción a la divina misericordia que fue manifestada a santa Faustina Kowalska. Una devoción que está completamente orientada a descubrir, agradecer y celebrar la infinita misericordia de Dios revelada en Jesucristo. Reconocer ese amor, reconocer esa misericordia, abre el paso al cambio más profundo de cualquier corazón humano, al arrepentimiento sincero, a la confianza en ese Dios que vence el mal (siempre limitado y contingente) con la fuerza del bien y del amor omnipotente.

Creo en la misericordia divina, en el Dios que perdona y que rescata, que desciende a nuestro lado y nos purifica profundamente. Creo en el Dios que nos recuerda su amor: "Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldías por amor de mí y no recordar tus pecados" (Is 43,25). Creo en el Dios que dijo en la cruz "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34), y que celebra un banquete infinito cada vez que un hijo vuelve, arrepentido, a casa (Lc 15). Creo en el Dios que, a pesar de la dureza de los hombres, a pesar de los errores de algunos bautizados, sigue presente en su Iglesia, ofrece sin cansarse su perdón, levanta a los caídos, perdona los pecados.

Creo en la misericordia divina, y doy gracias a Dios, porque es eterno su amor (Sal 106,1), porque nos ha regenerado y salvado, porque ha alejado de nosotros el pecado, porque podemos llamarnos, y ser, hijos (1Jn 3,1).

A ese Dios misericordioso le digo, desde lo más profundo de mi corazón, que sea siempre alabado y bendecido, que camine siempre a nuestro lado, que venza con su amor nuestro pecado. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento" (1Pe 1,3-5).

Anselmo, Santo
Memoria Litúrgica, 21 de abril

Obispo y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia, que, nacido en Aosta, fue monje y abad del monasterio de Bec, en Normandía, enseñando a los hermanos a caminar por la vía de la perfección y a buscar a Dios por la comprensión de la fe. Promovido a la insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó denodadamente por la libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y destierros ( 1109).

Etimológicamente: Anselmo=Aquel que tiene la protección divina, es de origen germánico.

Breve Biografía

San Anselmo nació en Aosta (Italia) en 1033 de noble familia. Desde muy niño se sintió inclinado hacia la vida contemplativa. Pero su padre, Gandulfo, se opuso: no podía ver a su primogénito hecho un monje; anhelaba que siguiera sus huellas. A causa de esto, Anselmo sufrió tanto que se enfermó gravemente, pero el padre no se conmovió. Al recuperar la salud, el joven pareció consentir al deseo paterno. Se adaptó a la vida mundana, y hasta pareció bien dispuesto a las fáciles ocasiones de placeres que le proporcionaba su rango; pero en su corazón seguía intacta la antigua llamada de Dios.

En efecto, pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía enseñaba el célebre maestro de teología, el monje Lanfranco.

Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las huellas del maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo.

Su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios cristianos: "Haz, te lo ruego, Señor—escribía—, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia".

Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre de la Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín.
Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Los contrastes, al principio velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, a tal punto que sufrió dos destierros.

Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud suya terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.
 
El Papa declarará santos a Francisco y Jacinta Marto
La canonización de los dos hermanitos videntes de Fátima, será el 13 de mayo en el santuario portugués

La canonización de los dos hermanitos videntes de Fátima, será el 13 de mayo en el santuario portugués. La noticia es oficial y el anuncio lo hizo el papa Francisco en el consistorio público que se realizó hoy en el Vaticano.

Francisco y Jacinta Marto serán así los santos ‘no mártires’ más jóvenes de la historia de la Iglesia Católica. Los tres videntes de las apariciones de la Virgen María en Fátima fueron Lucía dos Santos de 10 años, Francisco de 9 años y Jacinta de 7años. Lucía por su parte, que después se hizo religiosa carmelita y falleció el 13 de febrero de 2005, tiene abierta la causa de beatificación a nivel diocesano.

El consistorio público convocado por el pontífice ha reunido en el Palacio Apostólico a los cardenales residentes habitualmente en Roma. En el de este jueves, el Santo Padre además de recibir el ‘placet‘ de los cardenales para diversas causas de canonizaciones, ha fijado las fechas y lugares de las ceremonias de las mismas.

El santuario de Fátima vuelve así a ser escenario de una ceremonia de canonización, ya que Juan Pablo II beatificó el 13 de mayo de 2000, a los dos hermanitos videntes.La fiesta litúrgica de Francisco y Jacinta Marto será el 20 de febrero, día de la muerte de Jacinta.

Después del primer milagro necesario para la beatificación de Francisco y Jacinta, era necesario un segundo milagro antes de la canonización. El mismo fue la curación inexplicable de un niño en Brasil. La aprobación del milagro por una junta médica y científica fue el 23 de marzo pasado y posteriormente analizada por una comisión de teólogos, que dio su beneplácito a la Congregación de la Causa de los Santos.

Un milagro eucarístico ocurrió hace casi tres siglos
Las hostias que se conservan milagrosamente desde hace siglos

Entre los cientos de milagros Eucarísticos que han ocurrido a lo largo de la historia hay uno que llama la atención: el ocurrido en Siena en el año 1730, luego de que unos ladrones robaran 351 formas consagradas.

El hecho ocurrió el 14 de agosto de ese año en la Basílica de San Francisco de la ciudad italiana. De acuerdo con las memorias un tal Macchi, quien es citado por el sitio web miracolieucaristici.org, del Siervo de Dios Carlo Acutis, luego de tres días, es decir, el 17 de agosto, todas las 351 hostias fueron halladas intactas, y de manera milagrosa, al interior de una caja de limosnas en el Santuario de Santa María en Provegnano.

Fue tan significativo el hallazgo que todo el pueblo se congregó para celebrar el milagro que Dios había permitido. Las formas fueron de inmediato portadas de nuevo a la Basílica de San Francisco en una solemne procesión en la que se dio fe de la gracia otorgada desde el cielo.

Pero el verdadero acontecimiento llegó con el paso de los años, pues se observó que las hostias no habían sufrido ninguna alteración, como suele ocurrir naturalmente con el tiempo.

Así lo corroboró Fray Carlo Vipera, Superior General de la Orden Franciscana, el 14 de abril de 1780, quien decidió consumir una de las hostias y vio como ella permanecía fresca e incorrupta. Fue él quien ordenó que las 230 que quedaban -ya que las otras ya habían sido distribuidas para la comunión-, se guardasen en un nuevo sagrario, como testimonio del milagro.

Tratando de darle una explicación al fenómeno, en 1789 el entonces Arzobispo de Siena, Mons. Tiberio Borghese, pidió guardar por diez años algunas formas no consagradas en una caja de lata, que fue sellada. Al pasar la década, la comisión científica encargada de abrirla encontró gusanos y fragmentos podridos de las mismas.

Años después las hostias consagradas fueron examinadas de manera minuciosa y con instrumentos variados. Investigaciones que dieron siempre las mismas conclusiones: "Las sagradas Partículas se encuentran aún frescas, intactas, físicamente incorruptas, químicamente puras y no presentan ningún principio de corrupción", tal como se destaca en miracolieucaristici.org

Entre los numerosos estudios practicados, llamó la atención el que realizó en 1914 Siro Grimaldi, profesor de la Universidad de Siena y director del Laboratorio Químico Municipal, con la autorización del Papa San Pío X. El investigador constató con gran asombro que la conservación singular de las hostias "constituyen un fenómeno singular, palpitante de actualidad que invierte las leyes naturales de la conservación de la materia orgánica (...) Es extraño, sorprendente, es anormal: las leyes de la naturaleza se han invertido, el vidrio se ha convertido en la sede de hongos, el pan ázimo, en cambio, ha sido más refractario que el cristal (...) Es un hecho único consagrado en los anales de la ciencia", según quedó escrito en el informe de la indagación.

San Juan Pablo II, en su visita pastoral a Siena el 14 de septiembre de 1980, fue testigo ocular del fenómeno. Al estar en devota oración frente a las hostias exclamó: "¡Es la Presencia!".

Varias son las festividades que se viven en Siena en torno a las sagradas hostias, entre ellas, la solemnidad de Corpus Christi, el septiembre Eucarístico, la adoración Eucarística los 17 de cada mes, la ofrenda de los niños que hacen la Primera Comunión, y el recuerdo de la recuperación de las formas cada 17 de agosto.

En verano las sagradas hostias son veneradas en la capilla Piccolomini, y en invierno en la capilla Martinozzi.

PAXTV.ORG