El que cree en mi no morirá, sino que obtendrá la vida eterna

Logotipo de la visita del Papa a Egipto

El Papa envía un videomensaje al pueblo egipcio pocos días antes de su visita
Francisco: "Nuestro mundo, desgarrado, necesita valientes constructores de la paz"
Espera que el viaje sea "una contribución para el diálogo con el mundo islámico y con la amada Iglesia Copta"

Jesús Bastante, 25 de abril de 2017 a las 12:30

Me siento verdaderamente feliz al venir como amigo, como mensajero de paz y como peregrinos al País que, hace más de dos mil años, dio refugio y hospitalidad a la Sagrada Familia que huyó de las amenazas del rey Herodes 

(J. Bastante/RV).- "El mundo necesita valientes constructores de la paz". A pocos días de su histórico viaje a Egipto, el Papa Francisco ha enviado un video mensaje a los fieles del país, al que llega "como mensajero de paz y como amigo".

En sus palabras, el Papa abraza con su aliento y consolación también a los cristianos de Oriente Medio y a todos los habitantes de la Región, con un mensaje a todos los hijos de Abraham, en especial al mundo islámico, con su anhelo de impulsar el diálogo interreligioso y ecuménico.

"Nuestro mundo, desgarrado por la violencia ciega - que ha golpeado también el corazón de vuestra querida tierra - tiene necesidad de paz, de amor y de misericordia; tiene necesidad de constructores de paz y de personas libres y liberadoras, de personas valientes que saben aprender del pasado para construir el futuro sin encerrarse en prejuicios; tiene necesidad de constructores de puentes de paz, de diálogo, de hermandad, de justicia y de humanidad", constata Bergoglio, quien pide las oraciones de todos, católicos, ortodoxos y musulmanes, para el éxito de su peregrinaje. 

Texto completo del vídeo mensaje del Papa:
«Querido pueblo de Egipto:

Al Salamò Alaikum! ¡La paz esté con ustedes!
Con el corazón alegre y agradecido iré dentro de pocos días a visitar su querida Patria: cuna de civilización, don del Nilo, tierra del sol y de la hospitalidad, donde vivieron Patriarcas y Profetas y donde Dios, Clemente y Misericordioso, el Omnipotente y Único, hizo sentir Su voz.

Me siento verdaderamente feliz al venir como amigo, como mensajero de paz y como peregrinos al País que, hace más de dos mil años, dio refugio y hospitalidad a la Sagrada Familia que huyó de las amenazas del rey Herodes (cfr Mt 2, 1-16). ¡Me honra visitar la tierra que visitó la Sagrada Familia!

¡Los saludo cordialmente y les agradezco por haberme invitado a visitar Egipto, al que ustedes llaman "Umm il Dugna" - Madre del universo!

Agradezco vivamente al Señor Presidente de la República, a Su Santidad el Patriarca Tawadros II, al Gran Imán de Al-Azhar y al Patriarca Copto-Católico que me han invitado; y agradezco a cada uno de ustedes, que abren espacio en sus corazones. Gracias también a todas las personas que han trabajado y que están trabajando, para hacer posible este viaje.

Deseo que esta visita sea un abrazo de consolación y de aliento a todos los cristianos de Oriente Medio; un mensaje de amistad y de estima a todos los habitantes de Egipto y de la Región; un mensaje de fraternidad y de reconciliación para todos los hijos de Abraham, en especial para el mundo islámico, en el que Egipto ocupa un lugar de primer plano. Anhelo que sea asimismo una válida contribución para el diálogo interreligioso con el mundo islámico y para el diálogo ecuménico con la venerada y amada Iglesia Copto- Ortodoxa.

Nuestro mundo, desgarrado por la violencia ciega - que ha golpeado también el corazón de vuestra querida tierra - tiene necesidad de paz, de amor y de misericordia; tiene necesidad de constructores de paz y de personas libres y liberadoras, de personas valientes que saben aprender del pasado para construir el futuro sin encerrarse en prejuicios; tiene necesidad de constructores de puentes de paz, de diálogo, de hermandad, de justicia y de humanidad.

Queridos hermanos egipcios, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, musulmanes y cristianos, ricos y pobres... los abrazo cordialmente y le pido a Dios Omnipotente que bendiga y proteja su País de todo mal. ¡Por favor recen por mí! Shukran wa Tahiaì Misr! ¡Gracias Egipto!»

Evangelio según San Juan 3,16-21. 

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. 

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios. 

Domingo de la Divina Misericordia

Durante el transcurso de las revelaciones de Jesús a la hermana Faustina sobre la Divina Misericordia Él le pidió en diversas ocasiones que se dedicara una fiesta a la Divina Misericordia y que esta fiesta fuera celebrada el domingo después de la Pascua. Los textos litúrgicos de ese día, el segundo domingo de Pascua, son concernientes a la institución del Sacramento de Penitencia, el Tribunal de la Divina Misericordia, de manera que van perfectamente con las peticiones de nuestro Señor. Esta fiesta ya ha sido otorgada a la nación de Polonia, al igual que es celebrada en la Ciudad del Vaticano. La canonización de la hermana Faustina el 30 de abril 2000 representa el respaldo más grande que la Iglesia le puede dar a una revelación privada, un acto de infalibilidad Papal proclamando la segura santidad de la mística.

De hecho el día de la canonización de Sor Faustina esta fiesta se extendió a lo largo de la Iglesia universal. Sobre esta fiesta dijo Jesús: "Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas." (Diario 300).

"Quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se le venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella. " (Diario 341)

"Esta fiesta ha salido de las entrañas de Mi misericordia y está confirmada en el abismo de Mis gracias." (Diario 420)

"Una vez, oí estas palabras: Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia Mía. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mí misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi misericordia. Cada alma respecto a mí, por toda la eternidad meditará Mi amor y Mi misericordia.

La Fiesta de la Misericordia ha salido de Mis entrañas, deseo que se celebre solamente el primer domingo después de la Pascua. La humanidad no conocerá paz hasta que se dirija a la Fuente de Mi misericordia." (Diario 699) "Sí, el primer domingo después de la Pascua es la Fiesta de la Misericordia, pero también debe estar presente la acción y pido se rinda culto a Mi Misericordia con la solemne celebración de esta Fiesta y con el culto a la imagen que ha sido pintada." (Diario 742) Deseo conceder el perdón total a las almas que se acerquen a la confesión y reciban la Santa Comunión el día de la Fiesta de Mi Misericordia." (Diario 1109)

Podemos apreciar de estos extractos que Nuestro Señor desea que durante la celebración de esta fiesta se incluye la veneración solemne y pública de la imagen de la Divina Misericordia por parte de la Iglesia, como así desea además la veneración individual de cada uno de nosotros. La gran promesa para cada alma es que un acto devocional de penitencia sacramental y comunión obtendrán para esa alma la plenitud de la Divina Misericordia en la fiesta.

El Cardenal de Cracovia, Cardenal Macharski cuya diócesis es el centro donde se esparció la devoción y fue el patrocinador de la Causa de Sor Faustina, escribió que debemos utilizar la cuaresma como una preparación para la fiesta y confesarnos aún antes de la Semana Santa!. De modo que está claro que los requisitos de confesión no tienen que cumplirse el mismo día de la fiesta. Esto sería una carga imposible para el clero. Los requisitos de la comunión pueden ser cumplidos fácilmente en ese mismo día ya que es día de obligación siendo un Domingo. Solamente necesitaríamos confesarnos otra vez, si este sacramento se recibió temprano en la cuaresma o en la Pascua, o si estamos en pecado mortal en el día de la fiesta.

San Juan Pablo II (1920-2005), papa  Encíclica «Dives in misericordia», § 7 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)

"El que cree en mi no morirá, sino que obtendrá la vida eterna"

¿Qué nos está diciendo pues la cruz de Cristo, que es en cierto sentido la última palabra de su mensaje y de su misión mesiánica? Y sin embargo ésta no es aún la última palabra del Dios de la alianza: esa palabra será pronunciada en aquella alborada, cuando las mujeres primero y los Apóstoles después, venidos al sepulcro de Cristo crucificado, verán la tumba vacía y proclamarán por vez primera: «Ha resucitado». Ellos lo repetirán a los otros y serán testigos de Cristo resucitado. 

No obstante, también en esta glorificación del hijo de Dios sigue estando presente la cruz, la cual —a través de todo el testimonio mesiánico del Hombre-Hijo— que sufrió en ella la muerte, habla y no cesa nunca de decir que Dios-Padre, que es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre, ya que «tanto amó al mundo —por tanto al hombre en el mundo— que le dio a su Hijo unigénito, para que quien crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna». 

Creer en el Hijo crucificado significa «ver al Padre», (Jn 14,9) significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia. En efecto, es ésta la dimensión indispensable del amor, es como su segundo nombre y a la vez el modo específico de su revelación y actuación respecto a la realidad del mal presente en el mundo que afecta al hombre y lo asedia, que se insinúa asimismo en su corazón y puede hacerle  «perecer en la gehenna" (Mt 10,28).

Jesús está vivo
San Juan 3,16-21. II Miércoles de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, quiero comprender el amor que tienes por mí, quiero dejarme amar por Ti; llena mi alma con tu amor para que yo sea capaz de renunciar a todo lo que me aleja de Ti

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Quisiera gritarlo y compartirlo en el Facebook y Twitter más visitados del mundo. Él está vivo, está presente en cada uno de nuestros corazones, "para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna". Tendría que gritarlo y compartirlo con todo el mundo si de verdad lo creyera. Cómo poder callar este amor que me consume por dentro. Cuando se está enamorado, todas las frases de amor, todos los aromas y todo lo que te produce felicidad te recuerdan y te dan ocasión de traer al pensamiento a la persona amada.

Pues es lo mismo con Jesús, debemos vivir en su amor todos nuestros días. Debemos enamorarnos de Él para, a través de Él, amar a los demás. Sólo así se puede amar verdaderamente, obra el bien conforme a la verdad, sin intereses, sin conveniencias; un amor de donación total, que sólo busca el bien de la persona amada.

Jesús, permite que todos los bautizados experimentemos de tal manera tu amor, que seamos capaces de robarles el corazón a las personas para llevártelos a Ti.

"La Madre Iglesia es fecunda cuando imita el amor misericordioso de Dios, que se propone y nunca se impone. Es humilde, actúa como la lluvia en la tierra, como el aire que se respira, como una pequeña semilla que lleva fruto en el silencio. Quien anuncia el amor no puede dejar de hacerlo con el mismo estilo de amor.

Y la tercera palabra que hemos escuchado es mundo. "Tanto amó Dios al mundo" que envió a Jesús. Quien ama no está lejos, sino que va al encuentro."

(Discurso de S.S. Francisco, 18 de marzo de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

No se ama lo que no se conoce. Leeré y meditaré un momento algún evangelio que me llame la atención, tratando de conocer más al Señor y saber qué me quiere decir a través de su Palabra.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Francisco, durante la Audiencia de hoy

Francisco defiende que "la victoria de Cristo es la victoria del amor" durante la Audiencia
"El Evangelio no deja lugar a dudas: Dios caminará a nuestro lado hasta el final de los tiempos"
"Nuestro Dios no es un dios ausente, secuestrado en un cielo lejanísimo. Es un Dios apasionado por el hombre"

Jesús Bastante, 26 de abril de 2017 a las 10:18

A diferencia de nosotros, hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes, Dios permanece fiel, nunca nos deja solos, sino que camina siempre a nuestro lado, aun cuando nos olvidáramos de él

(Jesús Bastante).- Soplaba con fuerza el viento en la plaza de San Pedro. Tanto, que a punto estuvo de hacer volar el solideo de Francisco en plena alocución. Unas palabras, en buena medida improvisadas, en las que el Papa recordó la vigencia de la promesa de Jesús resucitado: "Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos", y el compromiso de los cristianos para "caminar, porque Dios Jesús caminará con nosotros".

"Yo estaré con vosotros hasta el final del mundo". Un "anuncio profético", apuntó el Papa, que nos confirma que "Jesús caminará con nosotros, todos los días, hasta el final del mundo". Porque "Dios no es un dios apartado, es un Dios con nosotros. No es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejanísimo. Es un Dios apasionado por el hombre, que nos ama tiernamente y es incapaz de separarse de nosotros", recordó Francisco.
Un Dios que ha cumplido su promesa en Jesús, y que "nos acompaña siempre, aunque no lo quisiéramos", que mantiene su corazón "incandescente", aunque el nuestro pueda enfriarse. "Es el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, que nunca más nos dejará solos", añadió, y que nos permite ponernos en camino. Como él mismo, que este viernes emprenderá camino hacia la bendita tierra de Egipto, masacrada por la violencia y necesitada de esperanza.

"Nuestra existencia es un peregrinaje, un camino", recordó Francisco, quien añadió que, tras la Resurrección de Jesús, "percibimos la seducción del horizonte que nos invita a explorar mundo que hasta ahora no conocíamos". "Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de peregrinos. La vocación de Abraham comienza con el mandato de partir de su tierra".

 Y es que "no seremos hombres y mujeres maduros si no encontramos el horizonte", clamó el Papa, quien recordó, de nuevo, que "somos un pueblo de caminantes". "En su camino en el mundo, el hombre ya no está solo, sobre todo el cristiano, no se siente abandonado, porque Jesús no sólo nos espera al final del camino, sino que nos acompaña en cada uno de nuestros días".
¿Hasta cuándo? "El Evangelio no deja lugar a dudas: Hasta el final de los tiempos. La palabra de Dios es más grande que todo, y no pasará. Él será Dios con nosotros, Dios Jesús que camina con nosotros", explicó.

"No habrá un día de nuestra vida en el que dejaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Dios se preocupa con nosotros, y camina con nosotros. ¿Y por qué? Simplemente, porque nos ama. ¿Entendido? Nos ama, te ama", gritó, entre el aplauso de la multitud. Pese al frío, decenas de miles de fieles llenaban la plaza de San Pedro. Esa mayoría, cada vez menos silenciosa, que continúa apoyando al Papa Francisco y a sus reformas, ante las críticas de los más "dudosos".

"Dios no nos abandonará en el tiempo de la prueba o las dudas", añadió Francisco, quien recalcó que ese sentimiento es la providencia. "El amor de Dios con nosotros se llama la providencia de Dios. El provee nuestra vida".

En este punto, el Papa reflexionó sobre una imagen "que me gusta mucho". La del ancla, pues "la esperanza cristiana hunde sus raíces no en el atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido, y ha realizado en Jesucristo. Si nos ha garantizado no abandonarnos jamás, es el comienzo de una vocación. El estará siempre con nosotros, ¿por qué temer?"

"El ancla es el instrumento de los navegantes para acercar el barco al puerto. Nuestra fe, el ancla está en el cielo", explicó Bergoglio. "Tenemos que agarrarnos a la cuerda, e ir caminando hacia adelante. Estamos seguros de que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, pues es arriba donde llegaremos".

Pese a los impedimentos de un mundo que "se muestra refractario a las leyes del amor, prefiere las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos acompaña, se muta la perspectiva".

"La promesa de Jesús: yo estaré con vosotros en pie, con esperanza, confiando en que Dios va a realizar aquello que humanamente parece imposible, porque nuestra ancla está sobre el cielo", recordó. Y por eso, "el pueblo de Dios camina erguido en la esperanza, sabiendo que el amor de Dios le ha precedido". Y, porque, "la victoria de Cristo resucitado es la victoria del amor".


 

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

«Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Estas últimas palabras del Evangelio de Mateo evocan el anuncio profético que encontramos al inicio: «A Él le pondrán el nombre de Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (Mt 1,23; Cfr. Is 7,14). Dios estará con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Jesús caminará con nosotros: todos los días, hasta el fin del mundo. Todo el Evangelio esta contenido entre estas dos citas, palabras que comunican el misterio de Dios cuyo nombre, cuya identidad es estar-con: no es un Dios aislado, es un Dios-con nosotros, en particular con nosotros, es decir, con la creatura humana. Nuestro Dios no es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejano; es en cambio un Dios "apasionado" por el hombre, así tiernamente amante de ser incapaz de separarse de él. Nosotros humanos somos hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes. Él en cambio no. Si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece siempre incandescente. Nuestro Dios nos acompaña siempre, incluso si por desgracia nosotros nos olvidáramos de Él. En el punto que divide la incredulidad de la fe, es decisivo el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, de no haber sido jamás abandonados por Él.

Nuestra existencia es una peregrinación, un camino. A pesar de que muchos son movidos por una esperanza simplemente humana, perciben la seducción del horizonte, que los impulsa a explorar mundos que todavía no conocen. Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de historias de peregrinos y viajeros. La vocación de Abraham comienza con este mandato: «Deja tu tierra» (Gen 12,1). Y el patriarca deja ese pedazo de mundo que conocía bien y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo. Todo conspiraba contra la sensatez de aquel viaje. Y a pesar de ello, Abraham parte. No se convierte en hombres y mujeres maduros si no se percibe la atracción del horizonte: aquel límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes.

En su camino en el mundo, el hombre no está jamás sólo. Sobre todo el cristiano no se siente jamás abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de nuestro largo viaje, sino nos acompaña en cada uno de nuestros días.

¿Hasta cuándo perdurará el cuidado de Dios en relación al hombre? ¿Hasta cuándo el Señor Jesús, caminará con nosotros, hasta cuándo cuidará de nosotros? La respuesta del Evangelio no deja espacio a la duda: ¡hasta el fin del mundo! Pasaran los cielos, pasará la tierra, serán canceladas las esperanzas humanas, pero la Palabra de Dios es más grande de todo y no pasará. Y Él será el Dios con nosotros, el Dios Jesús que camina con nosotros. No existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Pero alguno podría decir: "¿Qué cosa esta diciendo usted?". Digo esto: no existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Él se preocupa por nosotros, y camina con nosotros, y ¿Por qué hace esto? Simplemente porque nos ama. ¿Entendido? ¡Nos ama! Y Dios seguramente proveerá a todas nuestras necesidades, no nos abandonará en el tiempo de la prueba y de la oscuridad. Esta certeza pide hacer su nido en nuestra alma para no apagarse jamás. Alguno la llama con el nombre de "Providencia". Es decir, la cercanía de Dios, el amor de Dios, el caminar de Dios con nosotros se llama también "Providencia de Dios": Él provee nuestra vida".

No es casual que entre los símbolos cristianos de la esperanza existe uno que a mí me gusta tanto: es el ancla. Ella expresa que nuestra esperanza no es banal; no se debe confundir con el sentimiento mutable de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de manera utópica, haciendo, contando sólo en su propia fuerza de voluntad. La esperanza cristiana, de hecho, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en Jesucristo. Si Él nos ha garantizado que no nos abandonará jamás, si el inicio de toda vocación es un "Sígueme", con el cual Él nos asegura de quedarse siempre delante de nosotros, entonces ¿Por qué temer? Con esta promesa, los cristianos pueden caminar donde sea. También atravesando porciones de mundo herido, donde las cosas no van bien, nosotros estamos entre aquellos que también ahí continuamos esperando. Dice el salmo: «Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4). Es justamente donde abunda la oscuridad que se necesita tener encendida una luz. Volvamos al ancla: el ancla es aquello que los navegantes, ese instrumento, que lanzan al mar y luego se sujetan a la cuerda para acercar la barca, la barca a la orilla. Nuestra fe es el ancla del cielo. Nosotros tenemos nuestra vida anclada al cielo. ¿Qué cosa debemos hacer? Sujetarnos a la cuerda: está siempre ahí. Y vamos adelante porque estamos seguros que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, en esa orilla a dónde llegaremos.

Cierto, si confiáramos solo en nuestras fuerzas, tendríamos razón de sentirnos desilusionados y derrotados, porque el mundo muchas veces se muestra contrario a las leyes del amor. Prefiere muchas veces, las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos ama tiernamente y a este mundo, entonces en seguida cambia la perspectiva. "Homo viator, spe erectus", decían los antiguos. A lo largo el camino, la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes» nos hace estar de pie, erguidos, con esperanza, confiando que el Dios bueno está ya trabajando para realizar lo que humanamente parece imposible, porque el ancla está en la orilla del cielo.

El santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie - "homo viator" - y camina, pero de pie, "erectus", y camina en la esperanza. Y a donde quiera que va, sabe que el amor de Dios lo ha precedido: no existe una parte en el mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor. Gracias.

                               
Plenos y Felices: Sanando las Heridas del Corazón
El Espíritu Santo es el único médico capaz de curar el alma.

Hace dos años mi cuñada empezó a sufrir un abanico de síntomas extraños. De la nada, ya no tenía apetito, muchas comidas le caían mal, sufría ansiedad intensa y lo peor de todo, nadie sabía qué tenía. Estaba sufriendo tanto que incluso parecía que su personalidad había cambiado. Análisis tras análisis, resultó inútil. Parecía que no había solución hasta el diciembre pasado cuando finalmente le diagnosticaron con la enfermedad de Lyme. Después de dos años de pruebas médicas y sufrimiento, finalmente sabíamos qué era y cómo tratarla.

Nosotros cuidamos mucho nuestra salud. Es de las cosas más importantes para el bienestar. Pero cuando tienes un problema que nadie logra identificar y tratar, puedes perder la esperanza.

Curiosamente, así es también con el alma. Hay dos cosas que dañan la salud del alma, dos cosas que nos impiden ser felices. La primera son los ídolos. Podemos pensar que hoy en día nadie es tan ignorante como para adorar a los ídolos, pero de hecho, no es tan raro. Un ídolo es cualquier cosa que yo creo que me va a dar felicidad y seguridad. Digo cualquier cosa porque solo una persona nos puede dar la felicidad: Dios. Una jerarquía equivocada de valores saca toda mi vida de quicio. Ya no funciona como debe. Así nos lastiman nuestros pecados. Son las cosas que meten mi vida, la salud de mi alma, en desorden. Causan la diabetes espiritual o la efisema espiritual -- nos pueden incluso matar.  

Pero luego hay una segunda cosa, mucho más difícil de detectar y tratar: las heridas en mi corazón. Quizá, como mi cuñada, tú estás bien, te cuidas, vives una vida sana. Pero de vez en cuando sale a flote una infelicidad más profunda--la insatisfacción, en anhelo de más. Uno se puede preguntar, “¿Por qué, si vivo una vida equilibrada, no tengo esa alegría y felicidad que deseo? ¡Soy un buen cristiano! Jesucristo promete darnos la vida en abundancia. ¿Y yo? ¿Por qué siento que no la tengo?” Los síntomas se pueden agraviar hasta llegar ser realmente dramáticos y las causas profundas se nos pueden pasar desapercibidas.  

Todos nosotros llevamos heridas en el corazón, resultados de los pecados de otros, sobre todo de nuestros papás. Necesitamos sentirnos amados incondicionalmente. Necesitamos ser aceptados como somos. Pero a pesar de los mejores esfuerzos de nuestros papás y los que nos rodeaban en nuestra infancia, todos crecemos con actitudes y modos de ser que son el resultado de una búsqueda frustrada de amor. A lo mejor pensamos que tenemos que merecer el amor o ganar el afecto de los demás. A lo mejor rebelamos contra cualquier autoridad porque nuestra experiencia de autoridad nos lastimó. A lo mejor sentimos que nadie nos puede amar de verdad por cosas que hemos hecho o por cómo nos trataron. En el fondo, fondo de mi corazón, anhelo ser amado pero me cuesta experimentar que alguien realmente me quiere como soy, incondicionalmente. Esas son las heridas del corazón.

Y las heridas, como la enfermedad de Lyme, no se sanan por sí solas. Hace falta un tratamiento, quizá un tratamiento largo. En esta operación, el Espíritu Santo es el único médico capaz de curar el alma. Hace falta abrir el corazón a Él y pedirle con insistencia que te sane. No hay otra manera. No hay otra persona que puede hacer que te sientas amado incondicionalmente como tú necesitas. No hay otra persona que te puede liberar y regalar la alegría que buscas, que puede ser esa garantía absoluta que te deja ser tú.

El Espíritu de Dios está. Te quiere sanar. Pero para que Él actúe necesita nuestra colaboración: que nos hagamos pequeños, que nos reconozcamos necesitados y heridos, que nos abramos -- que seamos como niños. “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18:3).

Yo llevo años de análisis tras análisis sin poder encontrar el tratamiento espiritual necesario. Sí, entendía estas frases del evangelio, pero solo con la cabeza no con el corazón. Apenas empiezo a vivir como niño, gracias a un día en que pedí con todo mi corazón que el Espíritu Santo me sanará, porque no podía más y  a que otros rezaban por mí y conmigo. Dios me tocó y el tratamiento comenzó. La felicidad y la alegría del evangelio vienen de Él. Él sí nos sana, sí toca el corazón, sí libera del círculo cerrado de las propias expectativas. Él sí nos ama totalmente e incondicionalmente.

Muchos reconocemos el primer obstáculo a la felicidad pero pocos enfrentan el segundo. Ojalá que esta cuaresma tú también te hagas pequeño y pidas al Espíritu de Dios que te toque y te sane profundamente.

 

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