Soy yo, no teman

Evangelio según San Juan 6,16-21. 


Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. El les dijo: "Soy yo, no teman". Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.


Santa Catalina de Siena

Virgen y doctora de la Iglesia (1347-1380) Fue todo un prodigio de criatura. La penúltima de 25 hermanos. Hija del matrimonio formado por el dulce y bonachón Giacomo Benincasa, tintorero de pieles y de Lapa de Puccio dei Piangenti, mujer enérgica y trabajadora. Nació en Siena el 1347, el año anterior a la tristemente célebre Peste Negra que asoló a toda Europa.

Ella vendría a sanar grandes males que poco después se levantarían también en el seno de la Iglesia. A pesar de su corta vida y de no haber ocupado cargos de responsabilidad, parece casi increíble cómo una joven mujer de pueblo pudo realizar empresas tan grandes como le tenía reservadas el Señor. Aquella niña alegre, juguetona  como correspondía a su edad, quedó prontamente truncada cuando siendo muy niña todavía, caminaba con su hermana y recibió una maravillosa visión del cielo: Veía a Jesús sentado en un rico trono y le acompañaban los Apóstoles San Pedro, San Pablo y San Juan...

Se entregó más a la oración, hacía todo mucho mejor que antes y de modo casi impropio de una jovencita de su edad. Parecía estar ensimismada y fuera de sí. Su madre para quitarle de la cabeza estas «manías», la pone al servicio de la criada de la casa. Catalina acepta gustosa esta nueva misión y se entrega de lleno a servir a los demás. Lo hace con gran cariño. Madre Lapa quiere que se aficione a la vida de sociedad y que piense en contraer matrimonio con un joven bueno y apuesto que ella le propone. Catalina no piensa así.

Ella se ha desposado ya secretamente con su Señor Jesucristo... Por fin el bueno y pacífico de su padre toma cartas en el asunto y dice: «Que nadie moleste a mi hija Catalina. Que ella sea quien tome la decisión de su futuro. Si ella quiere servir a Jesucristo que nadie se lo impida». Catalina ve abiertos los cielos y se hace terciaria dominica o Montelata como entonces se decía.

Oremos

Señor Dios nuestro, que diste a Santa Catalina de Siena el don de entregarse con amor a la contemplación de la pasión de Cristo y al servicio de la Iglesia, haz que, por su intercesión, el pueblo cristiano viva siempre unido al misterio de Cristo, para que pueda rebosar de gozo cuando se manifieste su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de  Fiestas Marianas: Nuestra Señora de la Fe, Amiens, Francia.

San Pedro Crisólogo (c. 406-450), obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia Sermón 50, 1.2.3; PL 52, 339-340)


“La barca tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.”

Cristo sube a una barca. ¿No era él que enjugó el mar, amontonando las aguas por ambos lados para que el pueblo de Israel pudiera pasara a pie enjuto como por un valle? (Ex 14,29) ¿No era él que hizo pasar a Pedro por encima de las aguas, haciendo que las olas formaran un suelo firme y sólido debajo de sus pies? (Mt 14,29) 

      

Cristo sube a la barca. Cristo, para atravesar el mar de este mundo hasta el final de los tiempos, sube a la barca de su Iglesia para conducir a los que creen en él hasta la patria del cielo por una travesía apacible, y hacer de aquellos con quien compartió la condición humana, ciudadanos de su reino. Cristo, ciertamente, no tiene necesidad de la barca, pero la barca necesita a Cristo. Sin este timonero celestial, en efecto, la barca de la Iglesia, agitada por las olas, no llegaría nunca a puerto seguro.

 



Francisco, con el presidente egipcio

La ceremonia de bienvenida se lleva a cabo en el Palacio presidencial por seguridad
Francisco, en El Cairo: "Es un viaje de unidad, de hermandad"
El Papa pide "paz y fortaleza" en un telegrama enviado mientras sobrevolaba territorio griego
Jesús Bastante, 28 de abril de 2017 a las 14:24
•    No preocupa la "seguridad" de Francisco, que se desplazará en Egipto en vehículos sin blindar
•    Francisco parte hacia El Cairo para anunciar la paz "en un mundo desgarrado por la violencia ciega"
•    Tres Papas cristianos...y uno musulmán en El Cairo
Durante el vuelo, Francisco se ha acercado a saludar a los periodistas que viajaban con él, a quienes pidió "que ayuden a la gente a entender este viaje, que genera expectativa especial"

(Jesús Bastante).- El Papa ya está en El Cairo. A las 14,12 horas, el Airbus 321 de Alitalia aterrizó en el aeropuerto de la capital egipcia. Francisco fue recibido por un representante del presidente, el Nuncio y el episcopado católico y copto. La ceremonia de bienvenida se llevará a cabo en el Palacio presidencial de Heliopolis por motivos de seguridad.

Y es que El Cairo está tomado por tanquetas y por el ejército. El riesgo de un atentado es alto, pero ello no da miedo a Francisco. Tras su llegada al aeropuerto, el Papa subió a una berlina negra (un Fiat cerrado, pero no blindado), siendo conducido hasta el Palacio de Heliópolis, donde le esperaba el presidente de Egipto, Abdel-Fattah Al-Sìsi.

Durante el vuelo, Francisco se ha acercado a saludar a los periodistas que viajaban con él, a quienes pidió "que ayuden a la gente a entender este viaje, que genera expectativa especial porque está hecho tras la invitación del Presidente, del Patriarca de Alejandría, del Papa copto-ortodoxo Sidrak y del gran Imán de Al-Azhar".

"Es un viaje de unidad, de hermandad", recalcó el Papa, quien advirtió a los periodistas de que "su trabajo en estos días será bastante intenso".

Al salir del territorio italiano para Egipto, el Santo Padre Francisco ha enviado al Presidente de la República Italiana, Hon. Sergio Mattarella, el siguiente mensaje telegráfico.:

A SU EXCELENCIA
HON. SERGIO MATTARELLA 
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA 
PALACIO DEL QUIRINAL 00187 ROMA 
AL SALIR DE ROMA PARA IR A EGIPTO COMO PEREGRINO DE PAZ, PARA ENCONTRAR A  LA COMUNIDAD CATÓLICA Y A LOS  CREYENTES DE DIFERENTES FES, ME COMPLACE DIRIGIRLE, SEÑOR PRESIDENTE, MI SALUDO RESPETUOSO QUE ACOMPAÑO CON FERVIENTES DESEOS DE BIENESTAR ESPIRITUAL CIVIL Y SOCIAL PAR EL PUEBLO ITALIANO, AL QUE ENVÍO  DE BUEN GRADO MI BENDICIÓN.
FRANCISCUS PP.

Durante el viaje de avión de Roma hacia El Cairo, sobrevolando Grecia, el Santo Padre Francisco ha enviado al Presidente Prokopis Pavlopoulos otro mensaje:

A SU EXCELENCIA PROKOPIS PAVLOPOULOS
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA HELÉNICA
ATENAS

MIENTRAS VUELO SOBRE GRECIA DE CAMINO A EGIPTO PARA UNA VISITA PASTORAL, ENVÍO CORDIALES SALUDOS A SU EXCELENCIA Y A LOS CIUDADANOS. REZO  AL TODOPODEROSO PARA QUE BENDIGA A TODOS CON LA PAZ Y LA FORTALEZA, E INVOCO BENDICIONES DIVINAS SOBRE LA NACIÓN.
FRANCISCUS PP.


 

El Papa Francisco, con el presidente de Egipto

Francisco recuerda a los mártires coptos, y denuncia el éxodo de cristianos en el Sinaí
"La paz es don de Dios, pero trabajo del hombre: debemos desmontar las ideas homicidas y las ideologías extremistas"
Bergoglio defiende, ante las autoridades egipcias, el "rol insustituible" del país en Oriente Medio
Jesús Bastante, 28 de abril de 2017 a las 18:07
•    "Se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos"
•    Francisco parte hacia El Cairo para anunciar la paz "en un mundo desgarrado por la violencia ciega"
•    Egipto se lo juega todo a la carta del 'Baba Francis'
Tenemos el deber de afirmar juntos que la historia no perdona a los que proclaman la justicia y en cambio practican la injusticia; no perdona a los que hablan de igualdad y desechan a los diferentes

(J. Bastante).-  "La paz es un don de Dios pero es también trabajo del hombre. Es un bien que hay que construir y proteger". Después del discurso en la Universidad de Al-Azhar, el Papa se trasladó al Hotel Al-Màsah de El Cairo para encontrarse con casi un millar de autoridades, políticos, diplomáticos y representantes de la sociedad egipcia, ante quienes recordó a los mártires coptos, víctimas de la "violencia ciega", a quienes insistió que "tenemos el deber de desmontar las ideas homicidas y las ideologías extremistas".

En un discurso, Francisco mostró su alegría por "encontrarme en Egipto, tierra de antiquísima y noble civilización", que también acogió a muchos patriarcas e, incluso, al niño Jesús. "En tierra egipcia, encontró refugio y hospitalidad la Sagrada Familia: Jesús, María y José", recordó el Papa.

Una hospitalidad que hoy se repite en medio del sufrimiento. "Aquí encuentran acogida millones de refugiados que proceden de diferentes países, como Sudán, Eritrea, Siria e Irak, refugiados a los que se busca integrar con encomiable tesón en la sociedad egipcia", reconoció Bergoglio, quien defendió el "rol insustituible" del país en Oriente Medio, en mitad de "problemas difíciles y complejos, que han de ser afrontados ahora para evitar que deriven en una violencia aún más grave".

"Me refiero a la violencia ciega e inhumana causada por diferentes factores: el deseo obtuso de poder, el comercio de armas, los graves problemas sociales y el extremismo religioso que utiliza el Santo Nombre de Dios para cometer inauditas masacres e injusticias", denunció.

"Egipto tiene una tarea particular: reforzar y consolidar también la paz regional, a pesar de que haya sido herido en su propio suelo por una violencia ciega", lamentó el Papa, recordando a las víctimas de los últimos atentados del Domingo de Ramos. Algunas de sus familiares, "que lloran por sus hijos e hijas", estaban presentes en la sala.

"Pienso de modo particular en todas las personas que, en los últimos años, han entregado la vida para proteger su patria: los jóvenes, los miembros de las fuerzas armadas y de la policía, los ciudadanos coptos y todos los desconocidos, caídos a causa de las distintas acciones terroristas. Pienso también en las matanzas y en las amenazas que han provocado un éxodo de cristianos desde el Sinaí septentrional", dejó claro el Papa, quien dedicó un momento a "los que han sido golpeados por los atentados en las iglesias Coptas, tanto en diciembre pasado como más recientemente en Tanta y en Alejandría".

Para el Papa, "el desarrollo, la prosperidad y la paz son bienes irrenunciables por los que vale la pena cualquier sacrificio". Junto a ellos, Francisco reclamó "una atención especial al rol de la mujer, de los jóvenes, de los más pobres y de los enfermos".

"Ante un escenario mundial delicado y complejo, que hace pensar a lo que he llamado una «guerra mundial por partes», cabe afirmar que no se puede construir la civilización sin rechazar toda clase de ideología del mal, de la violencia, así como cualquier interpretación extremista que pretenda anular al otro y eliminar las diferencias manipulando y profanando el Santo Nombre de Dios", repitió Francsico.

"Tenemos el deber de afirmar juntos que la historia no perdona a los que proclaman la justicia y en cambio practican la injusticia; no perdona a los que hablan de igualdad y desechan a los diferentes", recalcó Bergoglio, quien pidió "quitar la máscara a los vendedores de ilusiones sobre el más allá, que predican el odio para robar a los sencillos su vida y su derecho a vivir con dignidad, transformándolos en leña para el fuego y privándolos de la capacidad de elegir con libertad y de creer con responsabilidad".

"Tenemos el deber de desmontar las ideas homicidas y las ideologías extremistas, afirmando la incompatibilidad entre la verdadera fe y la violencia, entre Dios y los actos de muerte", añadió, volviendo a reivindicar, como ya hiciera al encontrarse con el imán de Al-Azhar, a los "constructores de paz, que luchan con valentía y sin violencia por un mundo mejor".

"La paz es un don de Dios pero es también trabajo del hombre. Es un bien que hay que construir y proteger, respetando el principio que afirma: la fuerza de la ley y no la ley de la fuerza", añadió el Papa, pidiendo "paz para este amado País. Paz para toda esta región, de manera particular para Palestina e Israel, para Siria, Libia, Yemen, Irak, Sudán del Sur; paz para todos los hombres de buena voluntad".

Finalmente, el Papa se dirigió a los cristianos: los coptos ortodoxos, los griegos bizantinos, los armenios ortodoxos, los protestantes y los católicos. "Vuestra presencia en esta Patria no es ni nueva ni casual, sino secular y unida a la historia de Egipto. Sois parte integral de este País y habéis desarrollado a lo largo de los siglos una especie de relación única, una particular simbiosis, que puede considerarse como un ejemplo para las demás naciones".

Discurso del Papa:

Señor Presidente,
Distinguidos Miembros del Gobierno y del Parlamento,
Ilustres Embajadores y miembros del Cuerpo Diplomático,
Señoras y señores:
Al Salamò Alaikum / La paz esté con vosotros.
Le agradezco, Señor Presidente, sus cordiales palabras de bienvenida y la invitación que gentilmente me hizo para visitar su querido País. Conservo vivo el recuerdo de su visita a Roma, en noviembre de 2014, y también del encuentro fraterno con Su Santidad Papa Tawadros II, en 2013, así como la del año pasado con el Gran Imán de la Universidad Al-Azhar, Dr. Ahmad Al-Tayyib.
Me es grato encontrarme en Egipto, tierra de antiquísima y noble civilización, cuyas huellas podemos admirar todavía hoy y que, en su majestuosidad, parecen querer desafiar al tiempo. Esta tierra representa mucho para la historia de la humanidad y para la Tradición de la Iglesia, no sólo por su prestigioso pasado histórico -de los faraones, copto y musulmán-, sino también porque muchos Patriarcas vivieron en Egipto o lo recorrieron. En efecto, la Sagrada Escritura lo menciona así muchas veces. En esta tierra, Dios se hizo sentir, «reveló su nombre a Moisés»,1 y sobre el monte Sinaí dio a su pueblo y a la humanidad los Mandamientos divinos. En tierra egipcia, encontró refugio y hospitalidad la Sagrada Familia: Jesús, María y José.
La hospitalidad, ofrecida con generosidad hace más de dos mil años, permanece en la memoria colectiva de la humanidad y es fuente de abundantes bendiciones que aún se siguen derramando. Egipto es una tierra que, en cierto modo, percibimos como nuestra. Como decís: «Misr um al dugna /Egipto es la madre del universo». También hoy encuentran aquí acogida millones de refugiados que proceden de diferentes países, como Sudán, Eritrea, Siria e Irak, refugiados a los que se busca integrar con encomiable tesón en la sociedad egipcia.
Egipto, a causa de su historia y de su concreta posición geográfica, ocupa un rol insustituible en Oriente Medio y en el contexto de los países que buscan soluciones a esos problemas difíciles y complejos, que han de ser afrontados ahora para evitar que deriven en una violencia aún más grave. Me refiero a la violencia ciega e inhumana causada por diferentes factores: el deseo obtuso de poder, el comercio de armas, los graves problemas sociales y el extremismo religioso que utiliza el Santo Nombre de Dios para cometer inauditas masacres e injusticias.
Este destino y esta tarea de Egipto constituyen también el motivo que ha animado al pueblo a pedir un Egipto donde no falte a nadie el pan, la libertad y la justicia social. Ciertamente este objetivo se hará una realidad si todos juntos tienen la voluntad de transformar las palabras en acciones, las
valiosas aspiraciones en compromiso, las leyes escritas en leyes aplicadas, valorizando la genialidad innata de este pueblo.
Egipto tiene una tarea particular: reforzar y consolidar también la paz regional, a pesar de que haya sido herido en su propio suelo por una violencia ciega. Dicha violencia hace sufrir injustamente a muchas familias -algunas de ellas aquí presentes- que lloran por sus hijos e hijas.
Pienso de modo particular en todas las personas que, en los últimos años, han entregado la vida para proteger su patria: los jóvenes, los miembros de las fuerzas armadas y de la policía, los ciudadanos coptos y todos los desconocidos, caídos a causa de las distintas acciones terroristas. Pienso también en las matanzas y en las amenazas que han provocado un éxodo de cristianos desde el Sinaí septentrional. Manifiesto mi gratitud a las Autoridades civiles y religiosas, y a todos los que han acogido y asistido a estas personas que tanto sufren. Pienso además en los que han sido golpeados por los atentados en las iglesias Coptas, tanto en diciembre pasado como más recientemente en Tanta y en Alejandría. A sus familias y a todo Egipto dirijo mi sentido pésame y mi oración al Señor para que los heridos se restablezcan con rapidez.

Señor Presidente, ilustres señoras y señores:


No puedo dejar de reconocer la importancia de los esfuerzos realizados para llevar a cabo numerosos proyectos nacionales, como también por las muchas iniciativas realizadas en favor de la paz en el País y fuera del mismo, con vistas a ese ansiado desarrollo, en paz y prosperidad, que el pueblo anhela y merece.
El desarrollo, la prosperidad y la paz son bienes irrenunciables por los que vale la pena cualquier sacrificio. Son también metas que requieren trabajo serio, compromiso seguro, metodología adecuada y, sobre todo, respeto incondicionado a los derechos inalienables del hombre, como la igualdad entre todos los ciudadanos, la libertad religiosa y de expresión, sin distinción alguna.2 Objetivos que exigen prestar una atención especial al rol de la mujer, de los jóvenes, de los más pobres y de los enfermos. En realidad, el verdadero desarrollo se mide por la solicitud hacia el hombre -corazón de todo desarrollo-, a su educación, a su salud y a su dignidad; de hecho, la grandeza de cualquier nación se revela en el cuidado con que atiende a los más débiles de la sociedad: las mujeres, los niños, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, las minorías, para que nadie, ni ningún grupo social, quede excluido o marginado.
Ante un escenario mundial delicado y complejo, que hace pensar a lo que he llamado una «guerra mundial por partes», cabe afirmar que no se puede construir la civilización sin rechazar toda clase de ideología del mal, de la violencia, así como cualquier interpretación extremista que pretenda anular al otro y eliminar las diferencias manipulando y profanando el Santo Nombre de Dios. Usted, Señor Presidente, que ha hablado de esto con claridad muchas veces y en distintas ocasiones, merece ser escuchado y valorado.
Todos tenemos el deber de enseñar a las nuevas generaciones que Dios, el Creador del cielo y de la tierra, no necesita ser protegido por los hombres, sino que es él quien protege a los hombres; él no quiere nunca la muerte de sus hijos, sino que vivan y sean felices; él no puede ni pide ni justifica la violencia, sino que la rechaza y la desaprueba.3 El verdadero Dios llama al amor sin condiciones, al perdón gratuito, a la misericordia, al respeto absoluto a cada vida, a la fraternidad entre sus hijos, creyentes y no creyentes.
Tenemos el deber de afirmar juntos que la historia no perdona a los que proclaman la justicia y en cambio practican la injusticia; no perdona a los que hablan de igualdad y desechan a los diferentes. Tenemos el deber de quitar la máscara a los vendedores de ilusiones sobre el más allá, que predican el odio para robar a los sencillos su vida y su derecho a vivir con dignidad, transformándolos en leña para el fuego y privándolos de la capacidad de elegir con libertad y de creer con responsabilidad. Tenemos el deber de desmontar las ideas homicidas y las ideologías extremistas, afirmando la incompatibilidad entre la verdadera fe y la violencia, entre Dios y los actos de muerte.
En cambio, la historia honra a los constructores de paz, que luchan con valentía y sin violencia por un mundo mejor: «Dichosos los constructores de paz porque se llamarán hijos de Dios» (Mt 5,9).
Egipto, que en tiempos de José salvó a otros pueblos del hambre (cf. Gn 47,57), está llamado también hoy a salvar a esta querida región del hambre de amor y de fraternidad; está llamado a condenar y a derrotar todo tipo de violencia y de terrorismo; está llamado a sembrar la semilla de la paz en todos los corazones hambrientos de convivencia pacífica, de trabajo digno, de educación humana. Egipto, que al mismo tiempo construye la paz y combate el terrorismo, está llamado a testimoniar que «AL DIN LILLAH WA AL WATàN LILGIAMIA'/ La fe es para Dios, la Patria es para todos», como dice el lema de la Revolución del 23 de julio de 1952, demostrando que se puede creer y vivir en armonía con los demás, compartiendo con ellos los valores humanos fundamentales y respetando la libertad y la fe de todos.4 El rol especial de Egipto es necesario para afirmar que esta región, cuna de tres grandes religiones, puede -es más- debe salir de la larga noche de tribulaciones para volver a irradiar los supremos valores de la justicia y de la fraternidad, que son el fundamento sólido y la vía obligatoria para la paz.5 De las naciones que son grandes es justo esperar mucho.
Este año se celebra el 70 aniversario de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República Árabe de Egipto, que es uno de los primeros países árabes que estableció dichas relaciones diplomáticas. Estas siempre se han caracterizado por la amistad, estima y colaboración recíproca. Deseo que esta visita ayude a consolidarlas y reforzarlas.

La paz es un don de Dios pero es también trabajo del hombre. Es un bien que hay que construir y proteger, respetando el principio que afirma: la fuerza de la ley y no la ley de la fuerza.6 Paz para este amado País. Paz para toda esta región, de manera particular para Palestina e Israel, para Siria, Libia, Yemen, Irak, Sudán del Sur; paz para todos los hombres de buena voluntad.
Señor Presidente, señoras y señores:
Deseo hacer llegar un afectuoso saludo y un paternal abrazo a todos los ciudadanos egipcios, que están presentes simbólicamente en este lugar. Saludo además a los hijos y a los hermanos cristianos que viven en este País: a los coptos ortodoxos, los griegos bizantinos, los armenios ortodoxos, los protestantes y los católicos. San Marcos, el evangelizador de esta tierra, os proteja y os ayude a construir y a alcanzar la unidad, tan anhelada por Nuestro Señor (cf. Jn 17,20-23). Vuestra presencia en esta Patria no es ni nueva ni casual, sino secular y unida a la historia de Egipto. Sois parte integral de este País y habéis desarrollado a lo largo de los siglos una especie de relación única, una particular simbiosis, que puede considerarse como un ejemplo para las demás naciones. Habéis demostrado, y lo seguís haciendo, que se puede vivir juntos, en el respeto recíproco y en la confrontación leal, descubriendo en la diferencia una fuente de riqueza y jamás una razón para el enfrentamiento.7
Gracias por la cálida bienvenida. Pido a Dios Todopoderoso y Uno para que derrame Su Bendición divina sobre todos los ciudadanos egipcios. Que conceda a Egipto la paz y la prosperidad, el progreso y la justicia, y que bendiga a todos sus hijos.
«Bendito mi pueblo, Egipto», dice el Señor en el libro de Isaías (19,25).
Shukran wa tahìah misr! / Gracias y que viva Egipto.
_________________
1 Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida (24 febrero 2000).
2 Cf. Declaración universal de los derechos del hombre. Constitución Egipcia 2014, cap. III.
3 «El Señor [...] odia al que ama la violencia» (Sal 11,5).
4 Cf. Constitución Egipcia 2014, art. 5.
5 Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 4.
BOLLETTINO N. 0277 - 28.04.2017 16
6 Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2017, 1.
7 Cf. Benedicto XVI, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Medio Oriente, 24 y 25.


El Papa se abraza con el imán de Al-Azhar

El Papa y el imán de Al-Azhar gritan un "No alto y claro a toda forma de violencia y de odio"
"Se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos"
"Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de sacralidad"
Jesús Bastante, 28 de abril de 2017 a las 17:05
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El Islam no es una religión de terroristas", se trata de "ignorantes que lo malinterpretan, derraman sangre y propagan la destrucción, Desafortunadamente encuentran fuentes disponibles de financiación, armas y entrenamiento

(Jesús Bastante).- "Se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción". El Papa Francisco se fundió en un profundo y emotivo abrazo con Ahmed al Tayeb, el imán de Al-Azhar, durante un histórico encuentro en la Universidad sunnita.

Un encuentro inolvidable, pues ambos líderes, musulmanes y católicos, gritaron con fuerza un rotundo "no" contra la violencia en nombre de Dios. Comenzó el imán, quiendeclaró que "las religiones deben enfatizar el valor de los derechos humanos, sin importar el color, la creencia, la raza o el idioma", y clamó por "liberar la imagen de las religiones de falsos conceptos, malos entendidos, malas prácticas y una falsa religiosidad, males que propagan el odio e instigan la violencia".

"No debemos responsabilizar a las religiones por los actos de un pequeño grupo de seguidores", insistió el imán, apuntando que "el Islam no es una religión de terroristas", se trata de "ignorantes que lo malinterpretan, derraman sangre y propagan la destrucción, Desafortunadamente encuentran fuentes disponibles de financiación, armas y entrenamiento".

Del mismo modo, añadió, "el Judaísmo no es una religión de terrorismo solo porque un grupo use la religión de Moisés para ocupar territorios que no les pertenecen", y tampoco es justo acusar de terrorista a la civilización europea "porque tuvieron dos guerras mundiales que dejaron 70 millones de muertos. O la civilización norteamericana, cuyas bombas nucleares cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki". "Todos trabajaremos juntos para salvar a la humanidad", concluyó.

Por su parte, Francisco, quien arrancó su discurso con un "Al Salamo Alaikum", reivindicó Egipto como "tierra de civilización" y reivindicó la importancia de la educación para construir la paz. Por ello, abundó en la necesidad de "dialogar con el otro reconociendo sus derechos y libertades", y "para construir el futuro", teniendo presente que  "la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro".  Y en esa vía, indicó la necesidad del acompañamiento a los jóvenes para que "como árboles plantados" "transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad".

Al tiempo, el Papa clamó por la necesidad de una alianza entre las religiones y las civilizaciones, donde "creencias religiosas diferentes se han encontrado y culturas diversas se han mezclado sin confundirse, reconociendo la importancia de aliarse para el bien común", para hacer frente a "la peligrosa paradoja que por una parte tiende a reducir la religión a la esfera privada, y por la otra, confunde la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente".

"La religión no es parte del problema, sino parte de la solución", clamó Francisco, quien recordó la voz de Dios en el cercano monte Sinaí, "resonando el mandato de 'No matarás'". "Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad", a "denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos", a "poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, Él es el Dios de la paz"; "rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz", "sin caer - aclaró- en sincretismos conciliadores".

"No sirve de mucho levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse, se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción", culminó Bergoglio, quien recalcó que "juntos, repetimos un 'No' alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar. Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica".

Francisco concluyó su discurso llamando a "rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad. Como cristianos «no podemos invocar a Dios, Padre de todos los hombres, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios»".

Y todo ello, abogando por "una auténtica fraternidad universal", que tenga en cuenta la dignidad de todos los hombres y mujeres, sin caer en "populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad". En una velada alusión al bombardeo ordenado por Donald Trump en Siria, el Papa señaló que "ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia".

"Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia", insistió Bergoglio, quien pidió "ir a la raiz" y "detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse. Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales. A este compromiso urgente y grave están obligados los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha -cada uno en su propio campo- procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados".

Palabras del Papa:

Al Salamò Alaikum! / La paz sea con vosotros.
Es para mí un gran regalo estar aquí, en este lugar, y comenzar mi visita a Egipto encontrándome con vosotros en el ámbito de esta Conferencia Internacional para la Paz. Agradezco al Gran Imán por haberla proyectado y organizado, y por su amabilidad al invitarme. Quisiera compartir algunas reflexiones, tomándolas de la gloriosa historia de esta tierra, que a lo largo de los siglos se ha manifestado al mundo como tierra de civilización y tierra de alianzas.
Tierra de civilización. Desde la antigüedad, la civilización que surgió en las orillas del Nilo ha sido sinónimo de cultura. En Egipto ha brillado la luz del conocimiento, que ha hecho germinar un patrimonio cultural de valor inestimable, hecho de sabiduría e ingenio, de adquisiciones matemáticas y astronómicas, de admirables figuras arquitectónicas y artísticas. La búsqueda del conocimiento y la importancia de la educación han sido iniciativas que los antiguos habitantes de esta tierra han llevado a cabo produciendo un gran progreso. Se trata de iniciativas necesarias también para el futuro, iniciativas de paz y por la paz, porque no habrá paz sin una adecuada educación de las jóvenes generaciones. Y no habrá una adecuada educación para los jóvenes de hoy si la formación que se les ofrece no es conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional.
La educación se convierte de hecho en sabiduría de vida cuando consigue que el hombre, en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea, saque lo mejor de sí mismo, adquiriendo una identidad no replegada sobre sí misma. La sabiduría busca al otro, superando la tentación de endurecerse y encerrarse; abierta y en movimiento, humilde y escudriñadora al mismo tiempo, sabe valorizar el pasado y hacerlo dialogar con el presente, sin renunciar a una adecuada hermenéutica. Esta sabiduría favorece un futuro en el que no se busca la prevalencia de la propia parte, sino que se mira al otro como parte integral de sí mismo; no deja, en el presente, de identificar oportunidades de encuentro y de intercambio; del pasado, aprende que del mal sólo viene el mal y de la violencia sólo la violencia, en una espiral que termina aislando. Esta sabiduría, rechazando toda ansia de injusticia, se centra en la dignidad del hombre, valioso a los ojos de Dios, y en una ética que sea digna del hombre, rechazando el miedo al otro y el temor de conocer a través de los medios con los que el Creador lo ha dotado.1
Precisamente en el campo del diálogo, especialmente interreligioso, estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas. En este sentido, el trabajo del Comité mixto para el Diálogo entre el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el Comité de Al-Azhar para el Diálogo representa un ejemplo concreto y alentador. El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones. El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación.
Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización. Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro. Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y, creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad.
En este desafío de civilización tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: «Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. [...] Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas [...], porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin el sol».2 Salga pues el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro. Que san Francisco de Asís, que hace ocho siglos vino a Egipto y se encontró con el Sultán Malik al Kamil, interceda por esta intención.

Tierra de alianzas. Egipto no sólo ha visto amanecer el sol de la sabiduría, sino que su tierra ha sido también iluminada por la luz multicolor de las religiones. Aquí, a lo largo de los siglos, las diferencias de religión han constituido «una forma de enriquecimiento mutuo del servicio a la única comunidad nacional».3 Creencias religiosas diferentes se han encontrado y culturas diversas se han mezclado sin confundirse, reconociendo la importancia de aliarse para el bien común. Alianzas de este tipo son cada vez más urgentes en la actualidad. Para hablar de ello, me gustaría utilizar como símbolo el «Monte de la Alianza» que se yergue en esta tierra. El Sinaí nos recuerda, en primer lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios (cf. Ex 19,12).
Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por el otro, se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente. Existe el riesgo de que la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quieren instrumentalizarla. En un mundo en el que se han globalizado muchos instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y que corre a una velocidad frenética, difícil de sostener, se percibe la nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes: la vocación del hombre, que no ha sido creado para consumirse en la precariedad de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que tiende. Por estas razones, sobre todo hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres.
En este sentido, volviendo con la mente al Monte Sinaí, quisiera referirme a los mandamientos que se promulgaron allí antes de ser escritos en la piedra.4 En el corazón de las «diez palabras» resuena, dirigido a los hombres y a los pueblos de todos los tiempos, el mandato «no matarás» (Ex 20,13). Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad.
Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto. Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, él es el Dios de la paz, Dios salam.5 Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre.
Juntos, desde esta tierra de encuentro entre el cielo y la tierra, de alianzas entre los pueblos y entre los creyentes, repetimos un «no» alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar. Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica. La fe que no nace de un corazón sincero y de un amor auténtico a Dios misericordioso es una forma de pertenencia convencional o social que no libera al hombre, sino que lo aplasta. Digamos juntos: Cuanto más se crece en la fe en Dios, más se crece en el amor al prójimo.
Sin embargo, la religión no sólo está llamada a desenmascarar el mal sino que lleva en sí misma la vocación a promover la paz, probablemente hoy más que nunca.6 Sin caer en sincretismos conciliadores,7 nuestra tarea es la de rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad. Como cristianos «no podemos invocar a Dios, Padre de todos los hombres, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios».8 Más aún, reconocemos que inmersos en una lucha constante contra el mal, que amenaza al mundo para que «no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad», «a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles».9 Por el contrario, son esenciales: En realidad, no sirve de mucho levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse: hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción.
Asistimos perplejos al hecho de que, mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad. Ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia.
Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia. Para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse. Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales. A este compromiso urgente y grave están obligados los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha -cada uno en su propio campo- procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados. Espero que, con la ayuda de Dios, esta tierra noble y querida de Egipto pueda responder aún a su vocación de civilización y de alianza, contribuyendo a promover procesos de paz para este amado pueblo y para toda la región de Oriente Medio.
Al Salamò Alaikum! / La paz esté con vosotros.


 
El Papa, a su llegada al aeropuerto

Se han movilizado 5.000 reservistas del Ejército
Egipto se lo juega todo a la carta del 'Baba Francis'
El país se está volcando en este viaje papal
José Manuel Vidal, 28 de abril de 2017 a las 17:27
•    No preocupa la "seguridad" de Francisco, que se desplazará en Egipto en vehículos sin blindar
•    Francisco, en El Cairo: "Es un viaje de unidad, de hermandad"
La cruz y la media luna se tienden la mano. El futuro de 'Heliopolis' está en juego. Y la causa de la paz mundial, también

J. M. Vidal, e.e. El Cairo).- Baba Francis (Papa Francisco, en árabe) es el as en la manga de Egipto y de su presidente Al Sisi. Tanto el país como su líder se lo juegan todo al órdago de la visita papal. El presente y el futuro de la potencia árabe está en el éxito o el fracaso del peregrinaje del 'papa de a paz' al 'Egipto de la paz', como rezan los carteles que tapizan la ciudad.

Si todo sale bien, es decir si no se produce atentado alguno (ni grande ni pequeño), el régimen saldrá reforzado tanto en el interior como en todo el mundo. Al Sisi se legitima y le lava su cara a su régimen surgido de un golpe de Estado.

Pero además (y quizás eso sea lo más importante para el pueblo), si todo sale bien, Egipto manda un mensaje optimista y esperanzador al turismo mundial, en el que se asienta la parte del león de su economía. Si se reactiva el turismo, la gente come y vive. Sin turismo el país languidece y a duras penas consigue salir a flote.

Si sale mal (Dios no lo quiera), ni lavado de cara para el régimen ni pan para la gente. Por eso, el país se está volcando en este viaje papal. Con todo su corazón, con toda su alma y con todos sus medios. Primero, extremando las medidas de seguridad preventiva.

Se han movilizado 5.000 reservistas del Ejército. El recorrido papal está tapizado de soldados y policías. Uno cada 30 metros. Y en las encrucijadas, tanquetas y unidades militares perfectamente pertrechadas.

Desde el aeropuerto hasta El Centro de la ciudad, todas las calles por las que pasa el Papa se han vaciado de coches y de personas. El Gobierno le ha dado dos días de fiesta a toda la gente que vive en las avenidas que va a transitar el Baba, ha fichado una por una a todas y cada una de las personas que viven en esas zonas y ha requisado sus coches. Ni para una urgencia pueden cogerlos: llaman a un teléfono y un coche del Gobierno les viene a buscar.

Como periodista he tenido que pasar nueve controles para entrar en el palacio de Al Azhar, donde se ha celebrando la Conferencia de Paz y donde el Papa dedicó su primera jornada a estrechar lazos con el Islam. "Un gran don estar aquí", dijo, dirigiéndose a "mi querido hermano el Gran Imán". Y ante él y los líderes religiosos del mundo, Francisco abogó, en "la tierra abrazada por el sol", por la civilidad y la alianza.

Siguiendo, para eso, las huellas de San Francisco, que pisó esta misma tierra hace 8 siglos y dejándose guiar por el Sinaí, el monte de la Alianza, el Papa de Roma aseguró que "no hay paz, excluyendo a Dios del horizonte", porque "la religión no es un problema, sino la solución". Siempre que siga resonando en todas partes el mandamiento del 'no matarás'.

Porque "la violencia es la negación de la auténtica religiosidad" y hay "una imcompatibilidad total entre la violencia y la fe, entre creer y odiar". Y todos los presentes, la mayoría musulmanes, apluadían una y otra vez las frases contudentes y proféticas del Papa de la paz, que se fundió en un sentido abrazó con el Gran Muftí de El Cairo, una de las máximas autoridades musulmanas. La cruz y la media luna se tienden la mano. El futuro de 'Heliopolis' está en juego. Y la causa de la paz mundial, también.


Una pequeña barca en medio de la tormenta

Juan 6, 16-21. II Sábado de Pascua.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

"Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava (…) porque ha hecho en mi favor cosas grandes el poderoso". Con María quiero alabarte, Señor. Todo lo que tengo y todo lo que soy te lo debo a Ti y por eso vengo a agradecerte y te bendigo con todo mi corazón en este rato de oración.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Pensemos en una pequeña barca, en la noche, en medio de una tormenta, con pescadores que remaban con todas sus fuerza, aun estando el viento en su contra. Y pensemos que vamos nosotros dentro. En ello va nuestra vida, en dejarnos llevar o en luchar. ¡Qué impotencia! Qué ganas tendríamos de hacer las cosas rápido y llegar al otro lado sin problemas y con un sol primaveral. Pero no, la vida del cristiano se caracteriza por dos cosas, la lucha y el dejarse llevar. Tal vez contradictorias pero no del todo.

Veamos a María. Su vida fue una muestra de estas dos actitudes. Por un lado la lucha. No me puedo imaginar a la Virgen indiferente, a una mujer que ante los problemas quedaba inmóvil. Más bien pienso que María ponía todo su esfuerzo en cumplir la voluntad de Dios, aunque a veces fuese difícil, e incluso el viento y la tormenta fuesen contrarias. Pienso, por ejemplo, en María yendo a Egipto, en la madrugada, con un pequeño entre sus brazos y sin comprender nada ¡Qué fortaleza! O al pie de la cruz, cuando todo era oscuro y no veía nada ¡Qué fidelidad y perseverancia!

Por otro lado, María se sabía pequeña y reconocía que era débil. Conocía su pequeña barca y por eso sabía ser dócil a la Voluntad de Dios. Sabía que no podía sola y que necesitaba del auxilio divino. Y Dios era su fortaleza, fue Él quien la sostuvo al pie de la cruz y quien la condujo en medio de la oscuridad. Fue Él quien la llevó a puerto y la sostuvo.

El cristiano no va solo. A veces puede pensar que rema a contra corriente y que, por más que luche, el mantenerse en el camino parece un reto imposible. Pero no es así. Si por un lado tenemos que poner todo lo que está de nuestra parte, tenemos que aprender a dejarnos llevar por Espíritu Santo que nos indica el camino que hay que seguir en medio de la noche. Si bien somos débiles, pequeños y frágiles es justo eso el testimonio del poder de Dios. Porque llevamos un "tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros" (2 Corintios 4, 7).

"El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles. ¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo resonar este anuncio gozoso: la alegría y la esperanza siguen reflejándose en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso."
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy, Señor, voy rezar un rosario con mi familia para agradecer tu ayuda a lo largo de este mes.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
 
El amor de María, intuye y se adelanta


Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue... como María. 






LAS BODAS DE CANÁ 


María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido invitados con María y Jesús.



Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.



Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.

Veamos los detalles de caridad de María en Caná.



María estaba invitada: quien vive en la caridad y con caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo. En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes, tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman “comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.

Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete? El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora, pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su alrededor.

Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los servidores?



Se acabó el vino y María dijo a Jesús: “no tienen vino”. Aquí está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.

María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento: convertir el agua en vino. “No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración, sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue. Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones con Dios y con los demás! Aprendamos de María.



"Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor, pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es Dios quien puede convertir esa agua en vino.



Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido. Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las manos de su Hijo.

Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue siempre obediente.

Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia. Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a medias.



Preguntas para reflexionar:

1. ¿Qué me impide ver las necesidades de los demás: mi maldito egoísmo que me ciega, mi corazón duro y soberbio, mis manos cerradas y ociosas?
2. ¿Pido a Jesús por las necesidades del mundo, de la Iglesia y de las familias? ¿O sólo pido por mí y mis cosas? ¿Pido, como María, con fe, con humildad, con amor, con confianza, con obediencia?
3. ¿Tengo el vino de mi caridad dulce y oloroso para compartir con los demás, o está ya picado y avinagrado por mi egoísmo y orgullo?




Francisco, junto al obispo católico copto, en la misa de El Cairo

"Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita", denuncia el Papa
"El único extremismo que se permite a un creyente es el de la caridad, cualquier otro no viene de Dios"
Francisco abraza a la minoría católica egipcia en una emocionante Eucaristía en el estadio de El Cairo
Jesús Bastante, 29 de abril de 2017 a las 10:43
De nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón y detesta la hipocresía

(Jesús Bastante).- "Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita". Después de un viernes repleto de actos políticos e interreligiosos, el Papa Francisco comenzó su segunda jornada en Egipto con una gran celebración con los católicos coptos. Una población minoritaria, perseguida, amenazada y aterrada por el horror de las bombas de los autodenominados guardianes de la fe. No sólo católicos, sino también coptos, armenios, maronitas y melquitas.

20.000 fieles se dieron cita en el estadio de la Defensa, en la que seguramente haya sido la mayor concentración de católicos en Egipto en este siglo. Francisco llegó en un jeep móvil (las medidas de seguridad a su alrededor son realmente impresionantes) al estadio, y allí fue recibido por varios niños vestidos de faraones, que arrancaron una sonrisa del Pontífice.

Francisco, acompañado por el obispo copto de El Cairo, recorrió la pista del estadio olímpico saludando a la multitud. "Laudato si, oh mi signore", cantaba el coro. Y es que ya tocaba que los católicos egipcios tuvieran un momento de felicidad y acción de gracias en mitad de la cruel tormenta de persecución y destrucción a la que están siendo sometidos, sin que el Gobierno ponga los medios suficientes para protegerles del Estado Islámico y de la indiferencia que padecen todas las minorías.

El relato de los discípulos de Emaús, recitado en árabe, resonaba como dulce música en los oídos de los fieles egipcios, más que acostumbrados a vivir en camino. Un Evangelio que, como recalcó Francisco, "se puede resumir en tres palaras: Muerte, Resurrección y Vida".

"Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida", lamentó el Papa.

En sus palabras, Bergoglio recalcó la necesidad de pasar por la experiencia de la cruz para alcanzar la visión de la Resurrección, y de ahí canalizar la vida. Una vida por y para los demás, pues "la experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia".

Bajar a Dios de las nubes, y llevarla allá donde dos o más se reúnan en su nombre. "De nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón y detesta la hipocresía". En este punto, el Papa fue especialmente tajante: "Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita".

Y es que "la verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos", la que anima el corazón para "amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias", viendo al otro "no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar".

Una fe para "difundir, defender y vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados". Una fe, "la verdadera fe", que es la que "nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño".

En un nuevo llamamiento en contra de la violencia en nombre de la religión, uno de los leit motiv de este histórico viaje a Egipto, el Papa dejó claro que "a Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada".

En las peticiones, se rezó por todos los perseguidos y amenazados en el mundo, con un especial recuerdo a los cristianos egipcios masacrados en los últimos meses, mártires y santos. Y una especial apelación del Pontífice: "No tengáis miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente".

Homilía del Santo Padre:

Al Salamò Alaikum / La paz sea con vosotros.
Hoy, III domingo de Pascua, el Evangelio nos habla del camino que hicieron los dos discípulos de Emaús tras salir de Jerusalén. Un Evangelio que se puede resumir en tres palabras: muerte, resurrección y vida.
Muerte: los dos discípulos regresan a sus quehaceres cotidianos, llenos de desilusión y desesperación. El Maestro ha muerto y por tanto es inútil esperar. Estaban desorientados, confundidos y desilusionados. Su camino es un volver atrás; es alejarse de la dolorosa experiencia del Crucificado. La crisis de la Cruz, más bien el «escándalo» y la «necedad» de la Cruz (cf. 1 Co 1,18; 2,2), ha terminado por sepultar toda esperanza. Aquel sobre el que habían construido su existencia ha muerto y, derrotado, se ha llevado consigo a la tumba todas sus aspiraciones.
No podían creer que el Maestro y el Salvador que había resucitado a los muertos y curado a los enfermos pudiera terminar clavado en la cruz de la vergüenza. No podían comprender por qué Dios Omnipotente no lo salvó de una muerte tan infame. La cruz de Cristo era la cruz de sus ideas sobre Dios; la muerte de Cristo era la muerte de todo lo que ellos pensaban que era Dios. De hecho, los muertos en el sepulcro de la estrechez de su entendimiento.
Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida.
Los discípulos reconocieron a Jesús «al partir el pan», en la Eucarística. Si nosotros no quitamos el velo que oscurece nuestros ojos, si no rompemos la dureza de nuestro corazón y de nuestros prejuicios nunca podremos reconocer el rostro de Dios.

Resurrección: en la oscuridad de la noche más negra, en la desesperación más angustiosa, Jesús se acerca a los dos discípulos y los acompaña en su camino para que descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús trasforma su desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27; cf. 1,37). Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (cf. Hb 11,34).
Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.
Quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación. De hecho, no podemos encontrar a Dios sin crucificar primero nuestra pobre concepción de un dios que sólo refleja nuestro modo de comprender la omnipotencia y el poder.

Vida: el encuentro con Jesús resucitado ha transformado la vida de los dos discípulos, porque el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda cualquier esterilidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia General, 11 abril 2007). En efecto, la Resurrección no es una fe que nace de la Iglesia, sino que es la Iglesia la que nace de la fe en la Resurrección. Dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15,14).
El Resucitado desaparece de su vista, para enseñarnos que no podemos retener a Jesús en su visibilidad histórica: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29 y cf. 20,17). La Iglesia debe saber y creer que él está vivo en ella y que la vivifica con la Eucaristía, con la Escritura y con los Sacramentos. Los discípulos de Emaús comprendieron esto y regresaron a Jerusalén para compartir con los otros su experiencia. «Hemos visto al Señor [...]. Sí, en verdad ha resucitado» (cf. Lc 24,32).
La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón (cf. 1 S 16,7) y detesta la hipocresía (cf. Lc 11,37-54; Hch 5,3-4).[1] Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.
La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31-45). La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de
los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.
Queridos hermanos y hermanas:
A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada.
Ahora, como los discípulos de Emaús, regresad a vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría, de valentía y de fe. No tengáis miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y dejad que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para los demás. No tengáis miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente.
La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen nuestros corazones y os bendigan a vosotros y al amado Egipto que, en los albores del cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas.
Al Massih Kam / Bilhakika kam! - Cristo ha Resucitado. / Verdaderamente ha Resucitado.




El Papa saluda a los jóvenes desde Nunciatura

"¡Francisco, te queremos!"
"¡Que viva Egipto!": los jóvenes velan el sueño del Papa
Francisco les invita a rezar por las personas que se aman y por las que no se aman
Redacción, 29 de abril de 2017 a las 11:21
¡Buenas noches a todos ustedes! ¡Me alegra estar con ustedes! Sé que vinieron en peregrinación ¿es verdad? Si es verdad ¡es porque son valientes!



El Papa saluda a varios niños vestidos de faraones

(RV).- Al concluir su primera jornada en El Cairo, el Papa Francisco fue recibido en la Nunciatura por un grupo de niños de la Escuela Comboniana. Y, después de cenar, saludó a unos 300 jóvenes que habían llegado en peregrinación, desde el Norte y el Sur del país.

«¡Francisco te queremos!», fue el saludo que gritaron con gran alegría los jóvenes peregrinos cuando el Santo Padre se asomó y les dirigió unas palabras de aliento y cariño, invitando a rezar por las personas que se aman y por las que no se aman, para luego darles su bendición:

«¡Buenas noches a todos ustedes! ¡Me alegra estar con ustedes! Sé que vinieron en peregrinación ¿es verdad? Si es verdad ¡es porque son valientes! Mañana tendremos la Misa en el estadio, todos juntos, ¡rezaremos juntos, cantaremos juntos y festejaremos juntos!
Antes de retirarme, quisiera rezar con ustedes. Recemos juntos el Padre Nuestro (rezo en árabe)

Y ahora les quiero dar la bendición, pero antes cada uno de ustedes piense en las personas que quieren más, en las que más cariño le tienen; piense también en las personas que no quiere y, en silencio, cada uno rece por estas personas: por aquellas que quieren más y por las que no quieren.

Y yo les doy la bendición a ustedes y a esas personas

(Bendición)

¡Que viva Egipto!



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