Cristo es imagen de Dios invisible; por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados

Evangelio según San Marcos 12,13-17. 

Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. 

Ellos fueron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?" Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario". Cuando se lo mostraron, preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Respondieron: "Del César". Entonces Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta. 

San Marcelino Champagnat

San Marcelino Champagnat, presbítero y fundador

En Saint-Chamond, en el territorio de Lyon, en Francia, san Marcelino Champagnat, presbítero de la Sociedad de María, que fundó el Instituto de Hermanos Maristas de la Enseñanza, para la formación cristiana de los niños. Marcelino Champagnat, sacerdote francés que fundó la congregación de los Hermanos Maristas. Nació el año 1789, el mismo año de la Revolución Francesa, en Rosey al sur de Lyon. Sus padres, Juan Bautista y María Teresa, tuvieron 10 hijos, Marcelino fue el noveno.   Tenía  24 años, cuando con otros seminaristas compañeros de estudios, empezó a madurar la idea de fundar una congregación de Hermanos, dedicados a la enseñanza y a la catequesis de los niños. Tres años después fue ordenado sacerdote y lo destinaron a La Valla. En el pueblo los niños no tenían escuela ni catequesis, y los mayores apenas iban a la iglesia. Marcelino empezó a hablar con la gente, se hizo cercano a todos, y el pueblo lo aceptó de buen grado.Tras una fuerte experiencia con un joven moribundo, el P. Champagnat decide fundar una congregación de Hermanos que se dedicaran a la enseñanza y a la catequesis de los niños y jóvenes, especialmente los más necesitados. Enseguida dio los primeros pasos, y el 2 de enero de 1817 reunió, en una casita alquilada cerca de la parroquia, a dos jóvenes que le habían manifestado su deseo de ser religiosos.   Se lamaban Juan María Granjon y Juan Bautista Audras.

Éste fue el principio de los Hermanos Maristas. Pronto acudieron otros jóvenes. Marcelino les ayudó a organizar su vida en comunidad: oración y trabajo, formación personal, sencillez y pobreza. Y una filial devoción a la Virgen María, bajo cuya protección se puso, desde el primer momento, la naciente congregación. Después de un periodo de formación, el P. Champagnat les dio un hábito religioso y los jóvenes firmaron sus primeros compromisos (votos)  

Al cabo de un año, Marcelino abrió una escuela en La Valla y enseguida se hicieron cargo de ella los Hermanos. Después de esta primera escuela vinieron muchas más. Los párrocos y alcaldes de los pueblos vecinos se disputaban a los Hermanos. Así, el Instituto de los Hermanos Maristas comenzó a crecer, no sin dificultades, y hubo que construir una nueva casa, porque en La Valla ya no cabían todos. Murió en la madrugada del 6 de junio de 1840, a los 51 años, rodeado de sus Hermanos. Sus restos descansan en la capilla de Ntra. Sra. del Hermitage. En el momento de su muerte, la congregación tenía cerca de 300 Hermanos, 50 casas y escuelas, y alrededor de 7.000 alumnos.   E P. Marcelino Champagnat fue declarado «Beato» en Roma, por S. S. Pío XII, el 29 de Mayo de 1955, domingo de Pentecostés. Tras un largo y detallado estudio, los expertos habían declarado la autenticidad de dos milagros obtenidos por su intercesión.

La ceremonia de canonización del P. Marcelino Champagnat fue celebrada el domingo 18 de abril de 1999, por Juan Pablo II. Sus pensamientos y su obra nos muestran el gran amor a Jesús y a María: « Todo a Jesús por María; todo a María para Jesús»

Oremos

Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Marcelino Champagnat para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Atanasio (295-373), obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia Sobre la Encarnación del Verbo, 13

Cristo es imagen de Dios invisible; por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados (Col 1,15.14)

Puesto que los hombres se volvieron del todo irrazonables y el engaño del demonio arrojaba su sombra por todas partes y escondía el auténtico conocimiento del verdadero Dios, ¿qué tenía que hacer Dios? ¿Callarse ante semejante situación? ¿Aceptar que de esta manera los hombres se extravíen y no conozcan a Dios?... ¿Es que Dios no ahorrará a sus criaturas el extraviarse lejos de él y ser sometidas a la nada, puesto que este extravío es para ellas causa de pérdida ruinosa, teniendo en cuenta que los seres que participan de la imagen de Dios (Gn 1,26) no perecerán? ¿Qué hacía falta que Dios hiciera? ¿Qué hacer sino es renovar en ellos su imagen para que los hombres puedan, de nuevo, conocerle? 

¿Pero, cómo se hará esto, ni no es por la presencia de la misma imagen de Dios (Col 1,15), nuestro Salvador Jesucristo? Esto no podía realizarse por los mismos hombres, puesto que ellos no son la imagen de Dios sino que han sido creados según la imagen; tampoco lo podían realizar los ángeles, porque ellos mismos no son imágenes. Por eso vino el mismo Verbo de Dios, él que es la imagen del Padre, a fin de estar en condiciones de restaurar la imagen desde el fondo mismo de la esencia humana. Por otra parte, esto no se podía llevar a cabo si la muerte y la degradación subsiguiente no eran aniquiladas. Por eso el Verbo tomó un cuerpo mortal, para poder aniquilar la muerte y restaurar a los hombres según la imagen de Dios. Así pues, el que  es la imagen del Padre, su Hijo santísimo, vino a nosotros para renovar al hombre hecho a su semejanza y, cuado estaba perdido, volverlo a encontrar por la remisión de sus pecados, tal como él mismo dice: «He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»(Lc 19,10).

 

El Papa Francisco, hoy, en la celebración de Pentecostés

Francisco reza para que se sanen las "llagas" del último ataque en Londres
El Papa, en Pentecostés: "El perdón da esperanza. Sin perdón no se construye la Iglesia"
"Es el don por excelencia, el amor más grande, el que evita el colapso, que refuerza y fortalece"

Cameron Doody, 04 de junio de 2017 a las 12:47

Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso

(Cameron Doody).- Preciosa meditación del Papa Francisco sobre el perdón en la Misa de Pentecostés esta mañana en la Plaza de San Pedro. Perdón que es fruto del corazón nuevo que recibe el pueblo nuevo de Dios por obra del don del Espíritu Santo, ha afirmado el pontífice. Que es garante, también, de la verdadera "unidad en la diferencia" -no la diversidad no reconciliada o la uniformidad sin más- que ha de vivir la Iglesia, cuyo "cumpleaños" se celebra hoy.

Una monja de lengua española se encarga de la primera lectura de la Misa, de los Hechos, 2,1-11. "Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse". Un niño corista con gafas de sol lidera el salmo, 103, cuya antífona es "Envía tu Espíritu, Señor, a renovar la tierra".

Una mujer joven, con mantilla, empieza la segunda lectura. "A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común", reza el texto de 1 Corintios. Al final de la lectura se da lugar a las estrofas de la secuencia de hoy, la Veni Sancte Spiritus. "Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos".

Y ahora el centro de la Liturgia de la Palabra, el Evangelio del día: Juan 20,19-23. Una música celestial acompaña al diácono al atril: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". De la perícopa de hoy, así pues: "... sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'".

El Papa empieza su sermón enseguida recordando que hoy se cierra el ciclo de Pascua, el tiempo en el que el Espíritu Santo está con la Iglesia de forma especial.

El Espíritu es, en efecto, "el Don pascual por excelencia", afirma Francisco: "es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas". Cosas nuevas como el pueblo nuevo en el que se convierten los cristianos reunidos en el primer Pentecostés. "A cada uno el Espíritu da un don y a todos reúne en unidad", observa el pontífice. "El mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal".

Pero la unidad por la que es responsable el Espíritu no es una unidad cualquier, matiza el Papa: "la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia". Y esta "unida verdadera", advierte Francisco, no se alcanza buscando ni la diversidad sin unidad ni la unidad sin diversidad: ambos dones han de encajarse el uno en el otro sin ningún resto.

La "unidad en la diferencia" que es la misión de la Iglesia no es la de "bandos y partidos", sigue advirtiendo Francisco, ni la de "planteamientos excluyentes" o "particularismos". Sus defensores no son los "guardianes inflexibles del pasado" ni tampoco los "vanguardistas del futuro", sino los "hijos humildes y agradecidos de la Iglesia".

"Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces", reflexiona el Papa, "en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales". Hemos "de trabajar por la unidad entre todos", "de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan", porque Dios nos llama a ser "hombres y mujeres de comunión".

Pero si el Espíritu nos constituye como un "pueblo nuevo", nos da a todos los cristianos un "corazón nuevo" también, explica el Papa: un corazón nuevo fruto del "Espíritu de perdón".

Y este perdón, según el Papa, es nada menos que "el comienzo de la Iglesia". El perdón es "el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa". "El perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece", prosigue el Papa en una hermosa meditación.

Pero, ¿para qué sirve ese "aglutinante", ese "amor", que es el perdón? El Papa contesta: "El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia".

Dejándonos guiar por ese Espíritu de perdón y sus caminos de amor, renovación, fortalecimiento y armonía, entonces, nos salvamos de meternos en callejones sin salida, dice Francisco: los juicios apresurados, la soberbia y la tentación de sentirnos autosuficientes, las murmuraciones y censuras a los demás. Solo hay una vía que invita a recorrer el Espíritu, y esa es la "del doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad".

"Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre Iglesia sea cada vez más hermoso", cierra su sermón el Papa Francisco. "Sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad".

Texto completo de la homilía del Papa en la Misa de Pentecostés:

Hoy concluye el tiempo de Pascua, cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu Santo.

Él es, en efecto, el Don pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas. En las lecturas de hoy se nos muestran dos novedades: en la primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo; en el Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo. Un pueblo nuevo. En el día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo en forma de "lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas" (Hch 2, 3-4). La Palabra de Dios describe así la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad. En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal.

En primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. A continuación, el mismo Espíritu realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía: "Reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí" (Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan, XI, 11). De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.

Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes, cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Entonces se escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos en unos "seguidores" partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de "derechas o de izquierdas" antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad.

En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo, "donde está el Espíritu del Señor, hay libertad" (2 Co 3,17). Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo.

Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, dice: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20, 22-23). Jesús no los condena, a pesar de que lo habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el Espíritu de perdón.

El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece. El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia.

El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías: esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen salida propia del que cierra todas las puertas, las de sentido único de quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que "ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están" (Isaac de Stella, Sermón 31).

Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad. Pidámoslo al Espíritu Santo, fuego de amor que arde en la Iglesia y en nosotros, aunque a menudo lo cubrimos con las cenizas de nuestros pecados:

"Ven Espíritu de Dios, Señor que estás en mi corazón y en el corazón de la Iglesia, tú que conduces a la Iglesia, moldeándola en la diversidad. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas. Amén". 

Texto completo del saludo del Papa antes del rezo del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy, en la fiesta de Pentecostés, será publicado mi Mensaje para la próxima Jornada Misionera Mundial, que se celebra cada año en el mes de octubre. El tema es: La misión en el corazón de la fe cristiana. El Espíritu Santo sostenga la misión de la Iglesia en el mundo entero y de fuerza a todos los misioneros y las misioneras del Evangelio. El Espíritu done la paz al mundo entero; sane las llagas de la guerra y del terrorismo, que también esta noche, en Londres, ha afectado a civiles inocentes: oremos por las víctimas y los familiares.

Saludo a todos ustedes, peregrinos provenientes de Italia y de tantas partes del mundo, que han participado en esta celebración. En particular, a los grupos de la Renovación carismática católica, que festeja el 50° de fundación, y también a los hermanos y las hermanas de otras confesiones cristianas que se unen a nuestra oración. Saludo a las Hijas de María Auxiliadora de los Países latinoamericanos.

Saludo y agradezco al coro y la orquesta de los jóvenes de Carpi, que han ejecutado algunos cantos durante esta Santa Misa, en colaboración con la Capilla Sixtina.

Invocamos ahora la materna intercesión de la Virgen María. Ella nos obtenga la gracia de estar fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con sinceridad evangélica. 

 

Pío XII, tras el bombardeo de Roma

"Pensemos en nuestros pecados, y en cómo el Señor nos ha perdonado todo"
Francisco: "Pío XII arriesgó su piel para esconder a los judíos, para que no fueran asesinados"
"Hacer obras de misericordia es compartir, compadecerse y arriesgarse", asegura en Santa Marta

Jesús Bastante, 05 de junio de 2017 a las 19:55

Que las obras de misericordia no sean dar limosna para tranquilizar la conciencia, sino la participación en el sufrimiento de los demás, incluso corriendo riesgos y dejándose incomodar

(Jesús Bastante/RV).- "Pensemos aquí, en Roma. En plena guerra: cuántos corrieron riesgos, comenzando por Pío XII, por esconder a los judíos, ¡para que no fueran asesinados, para que no fueran deportados! ¡Arriesgaban el pellejo! ¡Pero salvar la vida de aquella gente era una obra de misericordia! Arriesgarse". El Papa Francisco defendió la actitud de Pacelli protegiendo a los judíos perseguidos por los nazis durante su misa en Santa Marta.

Francisco puso a su antecesor como ejemplo de la misericordia que se arriesga, que no se queda en la norma fría y trata de ver a Jesús en las miradas, los sufrimientos y los problemas de los seres humanos. "Que las obras de misericordia no sean dar limosna para tranquilizar la conciencia, sino la participación en el sufrimiento de los demás, incluso corriendo riesgos y dejándose incomodar", reclamó Bergoglio.

El Papa Francisco comenzó su reflexión a partir de la Primera Lectura, tomada del Libro de Tobías. Los hebreos habían sido deportados a Asiria: un hombre justo, llamado Tobit, ayuda a sus compatriotas pobres - arriesgando su propia vida - a sepultar a escondidas a los que eran asesinados impunemente. Tobit experimenta tristeza di frente al sufrimiento de los demás. De aquí la reflexión del Papa sobre las catorce obras de misericordia, corporal y espiritual. Realizarlas - explicó - no significa sólo compartir lo que uno posee, sino apiadarse:

"Es decir, sufrir con quien sufre. Una obra de misericordia no es hacer alguna cosa para tranquilizar la conciencia: una obra de bien así estoy más tranquilo, me quito un peso de encima... ¡No! También es compadecerse el dolor del otro. Compartir y compadecerse: van juntas. Es misericordioso el que sabe compartir y también apiadarse de los problemas de las otras personas. Y aquí la pregunta: ¿Yo sé compartir? ¿Soy generoso? ¿Soy generosa? Pero también cuando veo a una persona que sufre, que tiene dificultades, ¿yo también sufro? ¿Sé ponerme en los zapatos de los demás? ¿En la situación de sufrimiento?".

A los judíos deportados a Asiria se les había prohibido sepultar a sus propios compatriotas. Incluso podían ser asesinados a su vez. De este modo Tobit se arriesgaba. Realizar obras de misericordia - reafirmó Francisco - no sólo significa compartir y compadecer, sino también correr el riesgo:

"Pero tantas veces se arriesga. Pensemos aquí, en Roma. En plena guerra: cuántos corrieron riesgos, comenzando por Pío XII, por esconder a los judíos, ¡para que no fueran asesinados, para que no fueran deportados! ¡Arriesgaban el pellejo! ¡Pero salvar la vida de aquella gente era una obra de misericordia! Arriesgarse".

El Pontífice subrayó asimismo otros dos aspectos: dijo que quien realiza obras de misericordia puede ser objeto de burla por parte de los demás - como le sucedió a Tobit - porque era considerada una persona que hacía cosas demenciales en lugar de estar tranquila. Y también - añadió el Papa - es uno que se deja incomodar:

"Hacer obras de di misericordia incomoda. ‘Pero yo tengo un amigo, una amiga, enfermo y quisiera ir a visitarlo, pero no tengo ganas... prefiero descansar o mirar la televisión... tranquilo'. Hacer obras de misericordia siempre es padecer incomodidades. Incomodan. El Señor ha padecido la incomodidad por nosotros: fue a la cruz. Para darnos misericordia".

Quien "es capaz de hacer una obra de misericordia" - subrayó el Santo Padre al concluir - es "porque sabe que él ha sido ‘misericordiado' antes; que el Señor le ha dado la misericordia a él. Y si nosotros hacemos estas cosas, es porque el Señor ha tenido piedad de nosotros. Pensemos en nuestros pecados, en nuestras equivocaciones y en cómo el Señor nos ha perdonado: nos ha perdonado todo, ha tenido esta misericordia" y nosotros "hacemos lo mismo con nuestros hermanos". "Las obras de misericordia - concluyó Francisco - son las que nos sacan del egoísmo y nos hacen imitar a Jesús más de cerca".

Y, al escucharlo, se maravillaban de Él

San Marcos 12, 13-17. IX Martes de Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, sólo te pido que, tanto hoy como mañana, me lleves siempre hacia Ti.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Muchas veces, sin darme cuenta, trato de hacerte a mi medida; a mi conveniencia, Señor. Trato de llevarte a que me digas lo que quiero escuchar cuando muy en el fondo sé la respuesta.

Tengo que admitir que ésta, con frecuencia, va en contra de lo que quiero… de lo que deseo. Aunque sepa lo que es correcto.

Los fariseos no se equivocaban del todo… sabían que Jesús enseñaba con franqueza el camino de Dios… el camino de la verdad. Él, como buen Maestro, como buen amigo, respondió a su pregunta. Tal vez, no era lo que ellos esperaban; no era lo que más les convenía, sin embargo… era la verdad y, al escucharla de Él se maravillaban.

Pero… ¿de qué se maravillaban? ¿Qué era lo que les llamaba la atención? No era la elocuente forma de evadir la tentación de los fariseos; no era el estilo o el tono con que promulgaba las respuestas. Era aquella impresión que roba el aliento cuanto se está de frente a la Verdad.

Se maravillaban ante el amor… ante el esfuerzo de verte llevar las personas al Padre, llevarlas a Dios.

Esta maravilla es la que me permite distinguir más allá de lo que me conviene o de lo que quisiera escuchar, de lo que verdaderamente es de Dios.

Dame la gracia, Señor, de distinguir lo que es de Ti, de lo que no lo es. Dame la gracia de maravillarme ante el esfuerzo de siempre llevarme hacia Dios… de llevarme hacia Ti.

"Los evangelios nos dicen que hubo sentimientos encontrados en los paisanos de Jesús: le pusieron distancia y le cerraron el corazón. Primero, "todos hablaban bien de él, se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca"; pero después, una pregunta insidiosa fue ganando espacio: "¿No es este el hijo de José, el carpintero?". Y al final: "Se llenaron de ira". Lo querían despeñar... Se cumplía así lo que el anciano Simeón le había profetizado a nuestra Señora: "Será bandera discutida". Jesús, con sus palabras y sus gestos, hace que se muestre lo que cada hombre y mujer tiene en su corazón."

(Homilía de S.S. Francisco, 24 de marzo de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy intentaré hacer un acto de caridad a un conocido con el fin de acercarlo más a Dios.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La fe es garantía de lo que se espera

Sin la fe no podríamos subsistir, somos lo que creemos, el poder sin límites está en nuestra fe, cuando hay confianza mostramos lo que verdaderamente somos.

Un hombre estaba sentado en el comedor de su casa; a su izquierda había un vaso de agua y a su derecha un plato de comida. Inseguro de si era hambre o sed lo que padecía, dudaba entre tomar la comida o beber el agua. Y al persistir la incertidumbre, murió sin probar alimento ni saciar su sed.

Para la Biblia, la fe es la fuente de toda la vida religiosa. A Dios debe responderle el ser humano con la fe. Siguiendo las huellas de Abrahán,padre de todos los creyentes (Rm 4, 11), personajes ejemplares del Antiguo Testamento vivieron y murieron en la fe (Hb 11), que Jesús lleva a su perfección (Hb 12, 2). Los discípulos de Cristo son los que han creído (Hch 2, 44) en Él.

El que ha creído en la Palabra, introducido en la Iglesia por el bautismo, participa en la enseñanza, en el espíritu, en la liturgia de la Iglesia (Hch 7, 55-60), en una confianza absoluta en Aquel en quien ha creído (2 Tm 1, 12; 4, 17s.) Se llega a la fe por la entrega, por la confianza en Dios, por la aceptación de su Palabra. El corazón tiene razones que la razón no comprende… Es el corazón el que siente a Dios, no la razón. Y eso es precisamente la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón (Pascal).

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven (Hb 11, 1). La fe mueve montañas. Sólo las personas de fe pueden realizar grandes empresas y sacar fuerzas de todas las contrariedades que salen al paso. La fe ayuda, la fe es tabla de salvación. La fe te ayuda mucho. Cuando no hay fe, falta la vida.

Sin la fe no podríamos subsistir. El hombre es lo que cree. Somos lo que creemos que somos. A. Chejov y J. Suart Mill afirman que la persona que tiene fe posee más fuerza que otras noventa y nueve que sólo tengan intereses. Cuando uno cree que algo es verdadero, se pone en un estado como si lo fuese. Fe es cualquier principio, guía, aforismo, convicción o pasión que pueda suministrar sentido y orientación a la vida (A. Robbins).

El poder sin límites está en nuestra fe, pues ya lo expresaba muy bien Virgilio: Pueden porque creen que pueden. Hay que aprovechar cualquier cosa que ofrezca a un ser humano un rayo de fe y de esperanza y lo pueda cambiar. Somos lo que creemos. Nuestro sistema de creencias se basa en nuestras experiencias pasadas, las cuales revivimos constantemente en el presente, temiendo que el futuro vaya a ser igual que el pasado.

Sólo en el ahora podemos rectificar nuestras percepciones erróneas, y eso sólo se puede lograr eliminando de nuestra mente todo lo que creemos que otros nos han hecho y lo que nosotros creemos haberles hecho a otros.

La duda y la indecisión nos llevan a la muerte. No podemos vivir sin fe, sin confianza.Las dudas son nuestros traidores, decía Shakespeare. Y es cierto, porque basta con que penetre una duda en nuestra mente para acabar con toda la confianza y seguridad del mundo. La duda forma parte del sistema de nuestras creencias.

Al dudar de nuestros logros potenciales, proclamamos con certeza lo que es y lo que no es posible. Nadie se puede permitir el lujo de albergar dudas y admitir en su mente frases como: No tengo el talento suficienteEso no se puede hacer, sé realista.

Si hay confianza al pedir, también la hay al expresarse en cualquier tipo de conversación. Cuando hay confianza nos movemos a gusto, nos mostramos como somos, abrimos la mente, el corazón y todo el ser.

En 1982, la Corporación Forum, de Boston Massachussets, estudió a 341 vendedores de distintas compañías, en cinco industrias, para determinar a qué se debía la diferencia entre los más altos productores y los productores término medio. De éstos, 173 eran vendedores del más alto nivel, y 168 eran vendedores término medio.

Cuando se terminó el estudio, era claro que la diferencia entre los dos grupos no podía atribuirse a destrezas, conocimientos o habilidad. La Corporación Forum encontró que la diferencia ¡se debía a la honradez! Las personas que alcanzaban el más alto nivel en ventas eran más productivas porque los clientes tenían confianza en ellas. Y como les creían, les compraban a ellas.

En Jeremías (17,5-8) se ponen en claro dos actitudes, la del que confía en el ser humano y la del que pone toda su confianza en el Señor. Por eso dice maldito, es decir, infeliz, a quien pone su propia estabilidad, el fundamento de todo el edificio de su existencia, en sí mismo y en la caducidad humana: maldito el hombre que confía en otra persona (Jr 17,5); y declara bendito, es decir, lleno de vida, al que pone toda su existencia en la fidelidad de la palabra de Dios: bendito el hombre que confía en el Señor (Jr 17,7). Al ser humano se le presentan dos opciones fundamentales en su vida, o poner su confianza en Dios, en la vida, adherirse a él, o vivir alejado de Dios y poner su confianza en los ídolos que llevan a la muerte.

En Lc 6,20-26 se nos ofrece la proclamación fundamental de Jesús condensada en las bienaventuranzas, dirigida a los pobres e infelices, y en los ayes, que tienen como destinatarios a los ricos de este mundo. En los salmos se declara a una personabienaventurada o feliz porque cumple con la ley del Señor: ¡Dichoso el que teme al Señor y sigue su camino! (Sal 128,1).

Las maldiciones, o ayes, son dirigidos a aquellos que se han apartado de Dios y viven en la muerte. ¡Ay de los que disimulan sus planes para ocultarlos al Señor! (Is 29,15).

Jesús dirige las bienaventuranzas simplemente a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos, como declaración de felicidad. Los pobres, los perseguidos, los mansos, son felices porque, son ya desde ahora los seguros y privilegiados destinatarios de la misericordia de Dios.
 

El Papa en Sta. Marta: ‘Mejor callarse que hablar hipócritamente’

El Santo Padre señala este martes que la hipocresía puede destruir a una comunidad

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 6 Jun. 2017).- El papa Francisco advirtió este martes durante la homilía en la misa diaria de la Casa Santa Marta sobre la hipocresía, pecado que puede llevar a destruir una comunidad. Y aseguró en cambio que el lenguaje del cristiano respetar la verdad.

El Santo Padre inició hablando de los ‘hipócritas’, palabra que Jesús usa varias veces para calificar a los doctores de la ley. Hipócritas porque “hacen ver una cosa pero piensan otra, como la misma etimología de la palabra indica”.

“La hipocresía no es el lenguaje de Jesús. La hipocresía no es el lenguaje de los cristianos, un cristiano no puede ser hipócrita y un hipócrita no es cristiano”, aseveró el Pontífice. Y recordó con tristeza el caso de un sacerdote que conocía que se bebía “todas las adulaciones que le hacían, era su punto débil”.

Precisa además que “los hipócritas son aduladores, o en tono mayor o en tono menor, pero siempre aduladores”. Y en la lectura se ve que ellos inician adulando a Jesús para “hacer crecer la vanidad” y le plantean una pregunta para hacerlo caer en error: “¿Es justo pagarle al César?”.

Pero Jesús conociendo la hipocresía de ellos les dice: ‘Por qué me quieren poner a prueba, denme una moneda que quiero verla”. Así Jesús a los hipócritas les responde con la realidad, que es diversa de la hipocresía o de la ideología. Y responde: ‘Lo que es del César denlo al César –porque la moneda tenía la efigie de César– y lo que es de Dios a Dios”.

El Papa recordó que “el lenguaje de la serpiente hacia Eva fue lo mismo”: Comienza con una adulación para después destruir a las personas” y que el Señor dijo: “Sea vuestro lenguaje sí, sí, no, no”.

“Cuanto mal hace a la Iglesia la hipocresía”, exclamó el Papa y advirtió de esa actitud “pecaminosa que mata”.

“El hipócrita es capaz de asesinar a una comunidad. Habla dulcemente, juzga brutalmente a una persona”. Y a ellos “solamente se responde con la realidad”, como también se responde a la ideología.

“Que el Señor nos de esta gracia”, concluyó: “que sepa decir la verdad y si no puedo decirla quedarme callado, pero nunca, nunca una hipocresía”.

Practicar obras de misericordia
Homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta

Cumplir las 14 obras de misericordia corporal y espiritual, significa no solo compartir lo que uno tiene sino también sufrir con los que sufren.

Practicar las obras de misericordia no para descargarse la conciencia sino para participar del sufrimiento de los otros, también arriesgando si fuera necesario, como hizo Pio XII al esconder a los judíos, para que no fueran deportados o asesinados. Porque era una obra de misericordia salvar la vida a esa gente.

Lo indicó este lunes el papa Francisco en la homilía de la misa matutina celebrada como todos los días en la residencia Santa Marta en el Vaticano.

 

El Santo Padre parte de las lecturas del hoy, cuando los judíos son deportados en Asiria. Tobi, ayuda a escondidas a enterrar a los judíos asesinados impunemente. Así cumplir las 14 obras de misericordia corporal y espiritual, no significa solo compartir lo que uno tiene sino también sufrir con los que sufren.

No para decir “me quito un peso de arriba” sino para compartir los problemas de los otros. El Papa invita a preguntarse “¿Sé compartir, soy generoso?”. “¿Sé ponerme e los paños de quien sufre?”.

“Tantas veces se corren riegos. ¡Pensemos aquí en Roma, durante la guerra, cuántos se han puesto en peligro, iniciando por Pio XII, para esconder a los judíos de manera que no fueran asesinados, para que no fueran deportados! Arriesgaban la propia piel.¡Pero era una obra de misericordia para salvar la vida de toda esa gente!” y añadió: “Arriesgar”.

“Hacer obras de misericordia es incómodo”, asegura.
– ‘Yo tengo una amiga enferma, querría ir a visitarla pero no tengo ganas… prefiero descansar y mirar la televisión’.

Realizar obras de misericordia significa siempre sufrir incomodidades. Son incómodas. Pero el señor sufrió la incomodidad por nosotros: acabó en la cruz para darnos misericordia”, indicó el Pontífice.

Y ha concluido indicando que “quien es capaz de hacer una obra de misericordia es porque sabe que él mismo ha sido ‘misericordiado’. Y nosotros debemos hacer lo mismo con nuestros hermanos”.

Norberto, Santo Memoria Litúrgica, 6 de junio

Obispo

Martirologio Romano: San Norberto, obispo, hombre de austeras costumbres y totalmente dedicado a la unión con Dios y a la predicación del Evangelio, que instituyó, cerca de Laon, en Francia, la Orden Premonstratense de Canónigos Regulares, y luego, designado obispo de Magdeburgo, en Sajonia, se mostró pastor eximio en la renovación de la vida cristiana y en la difusión de la fe entre las poblaciones vecinas ( 1134).

Fecha de canonización: El Papa Gregorio XIII lo reconoció oficialmente como santo en 1582.

Breve Biografía

Norberto nació en Xanten (Alemania) de la noble familia, de los Gennep, hacia el 1080. Como era costumbre para todo segundo hijo de la nobleza, a Norberto le correspondía seguir la carrera militar o eclesiástica. Prefirió el segundo camino, no por vocación, sino por simple oportunidad. En efecto, siendo diácono pudo gozar de los muchos privilegios al lado del gran elector de Colonia y del emperador Enrique V, que lo propuso para una importante sede episcopal. Pero Dios tenía otros planes. Durante un paseo a caballo por el bosque, lo sorprendió un violento huracán que lo derribó del caballo y, como Saulo en el camino de Damasco, dijo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.

La respuesta que cambió radicalmente su vida poco edificante fue: “Abandona el camino del mal y haz el bien”. Ese episodio fue el comienzo de su conversión. Abandonó los lugares mundanos y se puso a la escuela del abad benedictino de Siegburg y de los canónigos de Klosterrath; después siguió el ejemplo del ermitaño Liudolfo pasando tres años en penitencia y en oración. En 1115 fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Colonia, y comenzó su actividad misionera itinerante.

Quiso dar el ejemplo despojándose de todos sus bienes y distribuyéndoselos a los pobres. Conservó para él una mula y diez monedas de plata, pero después dejó también esto y continuó sus peregrinaciones a pie y descalzo. En Francia, cerca a Nimes, se encontró con el Papa Calixto II quien lo animó a continuar por ese camino. El obispo de Laon, para tenerlo en su diócesis, le propuso ser el guía de los Canónigos regulares que seguían la Regla de San Agustín, y a quienes se les había asignado el convento de Praemonstratum. Así nació la Orden de los premonstratenses. Mientras tanto Norberto había continuado su actividad de predicador ambulante.

Se encontraba en Magdeburgo asistiendo a los funerales del obispo de esa ciudad, cuando el clamor popular lo eligió como sucesor. Fue un obispo incómodo para muchos. Tenaz, buen organizador, se ganó aplausos y enemistades. El emperador Lotario lo nombró canciller del imperio para Italia y el Papa Inocencio II extendió su jurisdicción a Polonia. Pero Norberto no olvidó la regla monástica de la pobreza y del ejercicio del apostolado entre la gente humilde del campo, y vivió integralmente el ideal de vida activa y contemplativa de los premonstratenses aun en el fulgor de los altos cargos. Murió en Magdeburgo, de regreso de una misión de paz en Italia, el 6 de junio de 1134. Fue canonizado en 1582.

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