Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón..., con todas tus fuerzas

Evangelio según San Marcos 12,28b-34. 

Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».
Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. 

El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". 

El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". 

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. 

San Juan de la Cruz (1542-1591), carmelita descalzo, doctor de la Iglesia Avisos y máximas

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón..., con todas tus fuerzas»

La fuerza del alma está en sus poderes, sus pasiones y sus facultades. Si la voluntad las dirige hacia Dios y las mantiene alejadas de todo lo que no es Dios, el alma guarda toda su fuerza para Dios; ama verdaderamente tanto como puede que es como el mismo Señor lo manda 

Buscarse a sí mismo en Dios es buscar las dulzuras y las consolaciones de Dios, y esto es contrario al puro amor de Dios. 

Es un gran mal tener presente los bienes de Dios más que a Dios mismo, la oración y el despojo. 

Hay muchos que buscan en Dios sus consuelos y sus gustos, y desean que su Majestad los llene de sus favores y sus dones; pero el número de los que pretenden complacerle y darle alguna cosa en detrimento de ellos mismos, menospreciando su propio interés, es muy pequeño. 

Hay muy pocos hombres espirituales, incluso entre los que uno piensa que están muy adelante en la virtud, que consiguen una perfecta determinación para el bien. Jamás llegan a renunciarse enteramente sobre algún punto del espíritu del mundo o de naturaleza, ni a menospreciar lo que se dirá o se pensará de ellos, cuando se trata de cumplir por puro amor a Jesucristo las obras de perfección y de desprendimiento...   

El que no quiere sino a Dios sólo, no anda en tinieblas, por pobre y privado de luz que pueda ser a sus propios ojos... 

El alma que en medio de las sequedades y abandonos conserva siempre su atención y su solicitud en servir a Dios, podrá sentir pena y temor de no llegar al fin; pero, en realidad, ofrecerá a Dios un sacrificio de un muy agradable olor (Gn 8,21).

Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría

Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere ser, también, mi Salvador.

Nuestro corazón está herido por el pecado, nuestra mente vive dispersa en mil distracciones vanas, nuestra voluntad flaquea entre el bien y el mal, entre el egoísmo y el amor.

¿Quién nos salvará? ¿Quién nos apartará del pecado y de la muerte? Sólo Dios. Por eso necesitamos acercarnos a Él para pedir perdón.

Pero, entonces, "¿quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?" Sólo alguien bueno, sólo alguien santo: "El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura" (Sal 24,3-4).

Sabemos quién es el que tiene las manos limpias, quién es el que tiene un corazón puro, quién puede rezar por nosotros: Jesucristo.

Jesucristo puede presentarse ante el Padre y suplicar por sus hermanos los hombres. Es el verdadero, el único, el "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec" (Hb 5,10; 6,20). Es el auténtico "mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5), como explica el "Catecismo de la Iglesia Católica" (nn. 1544-1545).

Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere ser, también, mi Salvador.

Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría. El altar recibe la Sangre del Cordero. El Sacerdote que ofrece, que se ofrece como Víctima, es el Hijo de Dios e Hijo de los hombres. El Padre, desde el cielo, mira a su Hijo, el Cordero que quita el pecado del mundo, el Sumo Sacerdote que se compadece de sus hermanos.

El pecado queda borrado, el mal ha sido vencido, porque el Hijo entregó su vida para salvar a los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79).

Podemos, entonces, subir al monte del Señor, acercarnos al altar de Dios, participar en el Banquete, tocar al Salvador.

Como en la Última Cena, Jesús nos dará su Cuerpo y su Sangre. Como a los Apóstoles, lavará nuestros pies, y nos pedirá que le imitemos: "Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). “Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15).

Ese es nuestro Sumo Sacerdote, el Cordero que salva, el Hijo amado del Padre. A Él acudimos, cada día, con confianza: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.

Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna" (Hb 4,15-16).

¿Quién piensa en el precio del billete?

San Lucas 22, 14-20. Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Te adoro, Dios mío, con todas mis fuerzas y con todo mis ser. Todo te lo debo a Ti y sé que mi vida está en tus manos. Te veo y te contemplo en este pequeño trozo de Pan y me maravillo del gran amor que tienes a la humanidad. No esperas nada y lo das todo. Te pido que aceptes mi ofrenda, que es mi vida. Acepta, Señor, estas dos moneditas que te entrego, es decir, mi voluntad. "Habla, Señor, que tu siervo escucha".

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

"¡Qué bien se está contigo, Señor, junto al sagrario!(…) Hace ya muchos años que vengo a verte diario y aquí te encuentro siempre, amante solitario, solo, pobre, escondido ¡Pensando en mí quizás! (…) Siempre que vengo a verte, siempre te encuentro solo, ¿será, Señor, que nadie sabe que estás aquí? No sé; pero sé, en cambio, que, aunque nadie viniera, aunque nadie te amara ni te lo agradeciera, aquí estarías siempre, esperándome a mí…"

Jesús, no puedo hacer nada más que dejarme amar para que tu sacrificio valga la pena. Podría hacer muchas cosas, pero creo que si Tú has dado tu vida por mí es porque quieres que goce de ese regalo. Pensaba, por ejemplo, que si mi mejor amigo me regalase un billete para ir al lugar más hermoso con él, lo mejor que podría hacer sería aprovecharlo. ¿Quién se pondría a calcular cuánto costó ese regalo aunque fuese grandísimo el precio? Pienso que Tú no has dado la vida, ni te has quedado en la Eucaristía para demostrarnos que no podemos hacer nada, sino por el simple hecho de amarnos. ¿Cuál es el motivo por el que una madre ama? Es absurda la pregunta. Pues lo mismo sucede con la Eucaristía.

Quiero, por lo tanto, disfrutar de cada segundo en tu presencia silenciosa y abrumadora en ese pequeño trozo de pan. Quiero escuchar la voz que me habla en lo profundo del corazón y que invita a dejarme sorprender. Quiero dejar aquí todas mis penas y quiere agradecer todas las maravillas que has realizado en mi vida. No quiero hacer, sino dejar que hagas en mí, que obres en mí tus maravillas y milagros.

"La Iglesia celebra la eucaristía, celebra la memoria del Señor, el sacrificio del Señor porque la Iglesia es comunidad memoriosa. Por eso fiel al mandato del Señor, dice una y otra vez: "Hagan esto en memoria mía". Actualiza, hace real, generación tras generación, en los distintos rincones de nuestra tierra, el misterio del Pan de Vida. Nos lo hace presente y nos lo entrega. Jesús quiere que participemos de su vida y a través nuestro se vaya multiplicando en nuestra sociedad. No somos personas aisladas, separadas, sino el Pueblo de la memoria actualizada y siempre entregada. Una vida memoriosa necesita de los demás, del intercambio, del encuentro, de una solidaridad real que sea capaz de entrar en la lógica del tomar, bendecir y entregar; en la lógica del amor."

(Homilía de S.S. Francisco, 9 de julio de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Jesús, voy a hacer media hora de adoración ante el Santísimo. Voy a repasar mi vida y mi historia para elevar un himno de alabanza. Al final, rezaré el Magnificat para contemplar la gran sencillez de la Virgen María al aceptar las gracias de las que fue portadora.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén. 

¿Qué hacer cuando perdemos la voluntad de rezar?

A veces, las cosas me envuelven de tal manera, que no siento deseos de rezar, pero porque sé que es preciso voy a Su encuentro a través de la oración

Hay momentos en que no siento la menor voluntad de dialogar con algunas personas, pero, porque es necesario, acabo dejando de lado mi voluntad y voy a su encuentro, converso, trabajo, convivo y sigo frente a ellas. Con Dios no es diferente. A veces, las cosas me envuelven de tal manera, que no siento deseos de hablar con Él, es decir, de rezar, pero porque sé que es preciso, y además dependo de Su gracia, voy a Su encuentro a través de la oración.

Claro que ello exige compromiso y perseverancia porque, en realidad, la vida de oración es una conquista diaria; y como toda conquista no está exenta de luchas, es necesario luchar para ser orante.

En este sentido, santa Teresa de Jesús afirma, en su autobiografía, que oración y vida cómoda no combinan en nada; ella recuerda que una de las mayores victorias del demonio es convencer a alguien de que no es necesario rezar.

O sea, cuando se trata de la vida de oración es necesario tener conciencia de que se trata de una lucha espiritual, y para vencer el único camino es rezar con o sin voluntad. Si escojo guiarme sólo por mi querer, corro el riesgo de ser una persona vacía, sin sentido.

Sé que, con el paso del tiempo y el cúmulo de actividades, corremos el serio riesgo de, poco a poco, ir dejando la oración de lado o rezar de cualquier manera hasta llegar a un “desierto espiritual” y sentir una cierta apatía respecto a la oración. Pero es justamente en ese momento cuando necesitamos ir más allá de los sentimientos y considerar que el “desierto también es fecundo” cuando se vive en Dios, ¡y por su misericordia en nuestra vida todo es gracia!

Consolaciones y desolaciones, alegría y tristeza, pérdidas y ganancias, todo es fruto del amor de Dios, quien permite que vivamos las pruebas mientras nos llama a crecer y a fructificar en toda y cualquier circunstancia. Por tanto, en el punto en que te encuentras ahora, vuelve a fijar tu alma en Dios y permite que Él la devuelva a Sí mismo, por la fuerza de la oración.

Al absorber tanta agitación y estímulos en nuestros días, acabamos perdiendo el contacto con nuestra verdadera esencia, y quedamos tan distraídos y preocupados con todo lo que está pasando a nuestro alrededor, que acabamos fragmentados, confusos e inseguros, sin acordarnos de dónde venimos, dónde estamos y menos aún, a dónde vamos. Sólo Dios puede reorientarnos.

Jesús tenía conciencia de ello cuando dijo a sus discípulos: “Velen y oren para no caer en la tentación” (Mateo 26,41); yo diría, principalmente, la tentación de olvidar quién eres y cuál es tu papel en este mundo.

Dejo aquí algunas pistas que pueden servir para abrir camino en tu relación con Dios. Cuando encuentres tu propio camino, caminarás libremente y cada vez más experimentarás la alegría que se encuentra en la presencia de Dios por medio de la oración.

1- Escoge el horario y el tiempo que quieres dedicar a tu oración y procura ser fiel a ese propósito. Así como nos alimentamos diariamente, la oración tiene que ser el alimento diario del alma, pase lo que pase.

2- Fundamenta tu oración en la Palabra de Dios y en Su verdad. Habla con Él con confianza y sin reservas, como quien habla con un amigo. Así encontrarás la paz y la armonía interior que tanto buscas, pues, como enseña san Juan de la Cruz, “el conocimiento de uno mismo es fruto de la intimidad con Dios, y es el medio esencial para la libertad interior”.

3- Reza con humildad, deteniéndote siempre en la palabra “Hágase tu voluntad”. Acuérdate de que tu oración no puede estar motivada simplemente por gusto o exigencia, sino, por encima de todo, por gratuidad y confianza en la misericordia de Dios.

4- Practica lo que rezas y no desvincules tus obras de la oración, pues una cosa está totalmente relacionada con la otra. Caridad, perdón, alegría, confianza, fraternidad y paciencia son características de quien reza.

5- Ten tu propio ritmo de oración. La imitación y la comparación no ayudan en nada. La vida de los santos, por ejemplo, son flechas que apuntan al cielo pero eres tú quien debe dar tus propios pasos para llegar hasta él.

Deseo que en cada amanecer y también en las “noches oscuras” experimentes por la oración que el amor es la verdadera felicidad, y que esta consiste en amar y sentirse amado. Y nadie nos ama tanto como Dios. Si alguna vez pierdes la voluntad de rezar, ya sabes lo que tienes que hacer: ¡reza igual y sé feliz!

Tengamos el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre
Texto completo de la catequesis del papa Francisco, en la audiencia del 7 de junio de 2017 

Entre los Evangelistas, es Lucas, quien mejor ha documentado el misterio del Cristo orante. El Señor rezaba.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Había algo de atractivo en la oración de Jesús, era tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es quien ha documentado mayormente el misterio del Cristo orante. El Señor rezaba.

Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se sumerge en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles también a ellos a rezar. (Cfr. Lc 11,1).

Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).

Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión ‘nos atrevemos a decir’.

De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido.

Seremos llevados a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como Padre, nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él.

Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia.

Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, ‘salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí’. (Mc 16,8).

Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: ‘No tengan miedo’.Pensemos en la parábola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa.

Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola.

Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrío del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo amar. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.

¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos! Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: ‘Abbà’.

En dos ocasiones san Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos veces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, ‘abbà’, un término todavía más íntimo respecto a ‘padre’, y que alguno traduce ‘papá’, ‘papito’.

Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos también profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”. ¡Es Él quien no puede estar sin nosotros y este es un gran misterio!

Esta certeza es el manantial de nuestra esperanza, que encontramos conservada en todas las invocaciones del Padre Nuestro. Cuando tenemos necesidad de ayuda, Jesús no nos dice de resignarnos y cerrarnos en nosotros mismos, sino de dirigirnos al Padre y pedirle a Él con confianza.

Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y cotidianas, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta aquellas de ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: en cambio está un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona. Ahora les hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades: pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y en estas necesidades. Pensemos también al Padre, a nuestro Padre que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos con confianza y esperanza recemos: “Padre Nuestro, que estás en el Cielo…”.

Medardo, Santo

Obispo, 8 de junio

Martirologio Romano: En Soissons (Francia), san Medardo, obispo de San Quintín, que trasladó su sede de esta ciudad a la de Noyon, desde la cual trabajó por convertir al pueblo del paganismo a la verdadera doctrina de Cristo. ( 560)

Breve Biografía

Los datos históricos sobre su persona y obra están en la penumbra, hay penuria de historia fiable y, por el contrario, contamos con abundancia de fábula.

Una antigua leyenda cuenta que siendo niño Medardo fue protegido de la lluvia por un aguila gigante, hecho que es usado frecuentemente en su iconografía. Por ello es que los franceses de la Edad Media recurrieran a él para pedir lluvia y verse libres de pedrisco, y posteriormente toda Francia le invocara contra el dolor de muelas por tomarle como protector contra este mal; de hecho, se le representa con una amplia sonrisa que deja ver sus hermosos dientes, y quedó para la cultura popular el dicho:

«ris qui est de saint Médard - le coeur n’y prend pas grand part» (En la risa de san Medardo - el corazón no toma mucha parte).

Nació en Salency de padre franco y madre galorromana cuyos nombres aportados por la imaginación posterior son Néctor y Protagia. Dicen que estudió en la escuela episcopal de Veromandrudum, lugar que sitúan cerca de la actual Bélgica, en donde hay recuerdos históricos para los hispanos por la victoria de Felipe II en san Quintín -Saint Quentin- que nos valió el Escorial. Ya como estudiante se distinguió -según las crónicas- por su caridad limosnera dando a algún compañero famélico su comida y a un peregrino caminante un caballo de la casa paterna.

Con estos antecedentes se ve natural que se decida por la Iglesia y no por las armas. Se ordena sacerdote y de nuevo la fábula lo adorna con corona de actos ejemplares, aleccionadores y moralizantes para adoctrinar a los amigos de lo ajeno sobre el respeto a la propiedad: unos desaprensivos que robaron uvas y no supieron luego descubrir la salida de la viña sirven para demostrar que el pecado ciega; de los ladrones de miel en las colmenas propiedad de otros y que fueron atacados por el enjambre saca la conclusión que el pecado es dulce al principio, pero después castiga con dolor; de aquel que, merodeando, se llevó la vaca del vecino y cuyo campanillo no dejó de sonar día y noche hasta su devolución dirá que es el peso de la conciencia acusadora ante el mal.

Y es que el tiempo de su vida entra dentro de las coordenadas del lejano mundo merovingio. Meroveo, rey de los francos, ha prestado un buen servicio a Roma peleando y venciendo a Atila (541), Childerico ha comenzado a poner las bases de un reino al que Clodoveo dará unidad política y religiosa cuando se convierta al catolicismo por ayuda de su esposa Clotilde y del obispo Remigio, después de las batallas de Tolbías (496) en la que venció a los francos ripuarios y alamanes y de Vouille (507) apoderándose de los territorios visigóticos con la expulsión de los arrianos. Ni la conversión de Clodoveo -que siempre apreció los dictámenes de su talento político más que los de su conciencia- ni la de sus francos consiguió un súbito cambio al estilo de vida cristiana; hizo falta más bien la labor callada y paciente de muchos para mejorar a los reyes, al ejército y a los paisanos.

A Medardo lo hacen obispo a la muerte de Alomer; con probabilidad lo consagra Remigio. Y se encuentra inmerso en el difícil y cruel mundo de restos de paganismo con resistencia a la fe; deberá luchar contra la superstición de sus gentes, contra la ignorancia, las duras costumbres, la haraganería, rapiña y asesinatos. A ese amplio trabajo evangelizador se presenta Medardo con las armas de la bondad y de la comprensión más que con el báculo, el anatema o el látigo. Por ello la fuente popular que describe graciosamente su persona y obra la adorna, agradecida, con el aumento de detalles que la fantasía atribuye al santo con la bien ganada fama de bondad. Detrás de la narración ampulosa que hacen los relatos se descubren, entre el follaje literario, los enormes esfuerzos evangelizadores de los -sin organización aún, ni derecho- primitivos francos.

Murió en torno al año 560 y sus restos se trasladaron a la abadía de Soissons donde le veneraron durante toda la Edad Media los ya más y mejores creyentes francos.

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