Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa
- 12 Junio 2017
- 12 Junio 2017
- 12 Junio 2017
Evangelio según San Mateo 5,1-12.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
León III, Santo
XCVI Papa, 12 de junio
Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, san León III, papa, quien coronó como emperador romano al rey de los francos, Carlomagno, y se distinguió por su defensa de la verdadera fe y de la dignidad divina del Hijo de Dios († 816).
Breve Biografía
Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de diciembre de 795), y consagrado al día siguiente.
Es bastante probable que esta prisa fuera debida a un deseo de los romanos de evitar cualquier interferencia por parte de los francos en su libertad de elección. León era romano, hijo de Aciupio e Isabel. En el momento de su elección era cardenal de Santa Susana, y aparentemente también “vestiarius”, o sea jefe del tesoro pontificio (o guardarropa).
Junto con la carta dirigida a Carlomagno en la que le informaba de que había sido elegido papa por unanimidad, León le envió las llaves de la confesión de San Pedro y el estandarte de la ciudad. Esto lo hizo para mostrar que consideraba al rey franco el protector de la Santa Sede. A cambio recibió de Carlomagno cartas de felicitación y una parte considerable del tesoro que el rey había tomado a los ávaros. La adquisición de esta riqueza fue una de las causas que permitieron a León ser un gran benefactor de las iglesias e instituciones de caridad de Roma.
Empujados por los celos, por la ambición o por sentimientos de odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa Adriano I urdieron un plan para hacer a León indigno de ejercer su sagrado oficio. Con ocasión de la procesión de las Grandes Letanías (25 de abril de 799), cuando el papa se dirigía hacia la Puerta Flaminia, fue repentinamente atacado por un grupo de hombres armados. Fue arrojado al suelo, donde intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos. Después de un tiempo sangrando en la calle, fue trasladado por la noche al monasterio de San Erasmo, en el Celio. Allí, de una manera al parecer bastante milagrosa, recuperó el uso total de los ojos y la lengua. Huyendo del monasterio, se trasladó, acompañado de muchos romanos, a la corte de Carlomagno. Fue recibido por el rey franco con todos los honores en Paderborn, a pesar de que sus enemigos habían llenado los oídos del rey de maliciosas acusaciones contra él.
Después de unos meses de estancia en Alemania, el monarca franco le envió con una escolta de vuelta a Roma, donde fue recibido con gran demostración de júbilo por todo el pueblo, tanto naturales como extranjeros.
Los enemigos del papa fueron juzgados por los enviados de Carlomagno y, como no fueron capaces de probar la culpa de León ni la inocencia de ellos mismos, fueron enviados como prisioneros a Francia (Reino de los francos). Al año siguiente (800) Carlomagno en persona fue a Roma, y el papa y sus acusadores fueron puestos frente a frente. Los obispos reunidos declararon que no tenía derecho a juzgar al papa; pero León, por su propia voluntad, con el objetivo, como dijo, de disipar cualquier sospecha en las mentes de aquellos hombres, declaró bajo juramento que era totalmente inocente de los cargos que se habían presentado contra él.
A petición suya, la pena de muerte emitida contra sus principales enemigos fue conmutada por una sentencia de exilio.
Unos días después, León y Carlomagno volvieron a reunirse. Fue el día de Navidad en San Pedro. Después de leer el Evangelio, el papa se acercó a Carlomagno, que estaba de rodillas ante la Confesión de San Pedro, y le colocó una corona en la cabeza. Inmediatamente la muchedumbre reunida en la basílica pronunció el siguiente grito: “¡A Carlos, el más pío Augusto, coronado por Dios, a nuestro grande y pacífico emperador, larga vida y victoria!” Por este acto, resurgió el Imperio de Occidente y, al menos en teoría, la Iglesia declaró que el mundo estaba sujeto a un solo poder temporal, como Cristo lo había hecho sujeto a un solo poder espiritual. Se entendió que la primera obligación del nuevo emperador era ser el protector de la Iglesia romana y de la Cristiandad contra los paganos. Con la vista puesta en la alianza entre Oriente y Occidente bajo el efectivo gobierno de Carlomagno, León se esforzó en promover el proyecto de un matrimonio del emperador con la princesa de Oriente Irene. Sin embargo, el destronamiento de ésta (801) impidió que este excelente plan pudiera ser llevado a cabo. Unos tres años después de la partida de Carlomagno de Roma (801), León volvió a cruzar los Alpes para verle (804). Según algunos, fue a discutir con el emperador la división de sus territorios entre sus hijos. En cualquier caso, dos años después fue invitado a dar su aprobación a las previsiones del emperador para la mencionada partición. Actuando igualmente en armonía con el papa, Carlomagno combatió la herejía del adopcionismo que había surgido en España, pero fue algo más allá que su guía espiritual cuando deseó provocar la inserción general del “Filioque” en el Credo de Nicea. No obstante, los dos actuaron de consuno cuando hicieron a Salzburgo la sede metropolitana de Baviera y cuando Fortunato de Grado fue compensado por la pérdida de su sede de Grado con la entrega de la de Pola. La acción conjunta del Papa y el Emperador se sintió incluso en Inglaterra. Gracias a ella, Eardulfo de Northumbria recuperó su reino y se resolvió la disputa entre Eambaldo, arzobispo de Cork, y Ulfredo, arzobispo de Canterbury.
Sin embargo, León tenía muchas relaciones con Inglaterra por su cuenta. Bajo su mandato, el sínodo de Beccanceld (o Clovesho, 803) condenó el nombramiento de laicos como superiores de monasterios. De acuerdo con los deseos de Etelardo, arzobispo de Carterbury, León excomulgó a Eadberto Praen por usurpar el trono de Kent; además, retiró el palio que había sido concedido a Litchfield, autorizando la restauración de la jurisdicción eclesiástica de la Sede de Canterbury “como lo había establecido San Gregorio Apóstol y patrono de los ingleses”. León también fue llamado para solventar las diferencias entre el arzobispo Ulfredo y Cenulfo, rey de Mercia. Muy poco se sabe acerca de las diferencias entre ellos, pero, quienquiera que fuera el más culpable, lo cierto es que el arzobispo fue el que más sufrió. Parece que el Rey indujo al Papa a suspenderle en sus funciones episcopales y a mantener el reino bajo una especie de interdicto durante seis años. Hasta la hora de su muerte (822), el ansia de oro provocó que Cenulfo continuara la persecución del arzobispo. Lo mismo hizo con el monasterio de Abingdon: hasta que no recibió una gran suma de dinero de su abad, no decretó la inviolabilidad del monasterio, actuando, como declaró, a petición del señor apostólico y muy glorioso Papa León.
Durante el pontificado de León III, la Iglesia de Constantinopla se encontraba en una situación de tensión. Los monjes, que prosperaban durante este periodo bajo la guía de hombres como San Teodoro el Estudita, sospechaban de lo que ellos concebían como los principios laxos de su patriarca Tarasio, y se oponían vigorosamente a la malvada conducta de su emperador Constantino VI. Con el propósito de ser libre para casarse con Teodota, el soberano se había divorciado de su mujer, María. Aunque Tarasio condenó la conducta de Constantino, rehusó, emperador, para evitar males mayores, a excomulgarle. Por haber condenado su nuevo matrimonio, Constantino castigó a los monjes con las penas de prisión y destierro.
Afligidos, los monjes pidieron ayuda a León, como hicieron cuando fueron maltratados por oponerse a la arbitraria rehabilitación del sacerdote a quien Tarasio había degradado por casar a Constantino con Teodota. El Papa replicó, no sólo con palabras de alabanza y ánimo, sino también con el envío de ricos presentes; y, tras la llegada de Miguel I al trono bizantino, ratificó el tratado entre Carlomagno y él para asegurar la paz entre Oriente y Occidente.
El Papa y el Emperador de los francos actuaron conjuntamente, no sólo en la última operación mencionada, sino en todos los asuntos de importancia. Siguiendo el consejo de Carlomagno, León, para rechazar las violentas incursiones de los sarracenos, mantuvo una flota, de suerte que la línea costera era regularmente patrullada por sus navíos de guerra. No obstante, debido a que no se consideraba competente para mantener a los piratas musulmanes fuera de Córcega, confío la protección de la isla al Emperador. Apoyado por Carlomagno, fue capaz de recuperar una parte del patrimonio de la Iglesia romana en los alrededores de Gaeta, y pudo administrarlo de nuevo a través de sus párrocos. Pero cuando murió el gran Emperador (28 de enero de 814), los malos tiempos volvieron a León. Una nueva conspiración se formó contra él, pero en esta ocasión el Papa fue informado de ella antes de que llegara a un punto crítico. Ordenó que los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados. Apenas se había eliminado esta conspiración cuando un grupo de nobles de la Campania se levantaron en armas y se dedicaron al pillaje por toda la región. Estaban preparándose para marchar sobre la misma Roma cuando fueron derrotados por el duque de Spoleto, a las órdenes del Rey de Italia (Langobardía o Lombardía). Las enormes sumas de dinero que Carlomagno entregó al tesoro papal permitieron a León llegar a ser un eficaz protector de los pobres y mecenas del arte; así, llevó a cabo obras de renovación en las iglesias de Romas e incluso en las de Ravena. Empleó el imperecedero arte del mosaico, no solamente para retratar las relaciones políticas entre Carlomagno y él mismo, sino fundamentalmente para decorar las iglesias, en particular su iglesia titular de Santa Susana. Hasta finales del siglo XVI se podía contemplar una figura de León en un mosaico de esa antigua iglesia.
León III fue enterrado en San Pedro (12 de junio de 816), donde se encuentran sus reliquias, junto a las de Santos León I, León II y León IV. Fue canonizado en 1673. Los denarios de plata de León III todavía existentes llevan el nombre del Emperador además del de León, mostrando así al Emperador como protector de la Iglesia y señor de la ciudad de Roma.
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre la segunda carta a los Corintios, 12,4; PG 61, 486-487
“Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa”
Únicamente los cristianos valoran las cosas en su justa apreciación y no tienen los mismo motivos para alegrarse o entristecerse de ellos que el resto de los humanos. A la vista de un atleta herido, llevando en su cabeza la corona de vencedor, aquel que nunca ha practicado deporte considerará únicamente el hecho las heridas y el sufrimiento. No se imagina la felicidad que proporciona la corona. Así reacciona la gente de la que hablamos. Saben que nosotros padecemos pruebas, pero ignoran por qué las padecemos. No miran más que nuestros sufrimientos. Ven las luchas en las que estamos comprometidos y los peligros que nos acechan. Pero las recompensas y las coronas les quedan ocultas, al igual que la razón de nuestros combates. Como lo afirma San Pablo: “...nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos, no tenemos nada, pero lo poseemos todo.” (cf 2Cor 6,10)...
¡Soportemos con valentía la prueba por causa de Cristo por los que nos contemplan en el combate; soportémosla con alegría! Si ayunamos, saltemos de gozo como si estuviéramos rodeados de delicias. Si nos ultrajan, dancemos con alegría como si estuviéramos colmados de alabanzas. Si sufrimos daños, considerémoslo como una ganancia. Si damos a los pobres, convenzámonos que recibimos más... Ante todo, acuérdate que combates por el Señor Jesucristo. Entonces, entrarás con ánimo en la lucha y vivirás siempre en la alegría, ya que nada nos hace más feliz que una buena conciencia.
Dichosos los misericordiosos porque obtendrán misericordia
Santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12. X Lunes de Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, nos permitas que sea un desmemoriado; hazme recordar todas las veces que tu amor y tu gracia han borrado mi pecado, para que así, pueda ofrecer un corazón bondadoso y misericordioso a mis hermanos.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Durante nuestra juventud hicimos muchas elecciones y, dentro de ellas, muchas no fueron muy sabias. Fueron más bien tontas e inmaduras. Esto a pesar de que nuestros padres nos orientaban y aconsejaban para que no cometiéramos errores. Pero a pesar de ellos, considerábamos que nosotros teníamos la razón.Esto se debe a que no teníamos una visión completa y madura de las cosas, dada nuestra corta edad.
Lo que llama la atención es que, ahora que somos adultos, seguimos cometiendo errores en incluso más graves. ¿Por qué? Porque ignoramos los consejos de Dios, que lejos de ser prohibiciones como los llaman muchos, son los consejos de un Padre amoroso lleno de misericordia que sabe qué es lo que verdaderamente nos conviene. Cuando Él nos dice sean misericordiosos, es porque sabe que sólo así seremos felices, ¡dichosos! Sólo así podemos esperar que Dios tenga misericordia de nosotros.
Señor, ayúdame a encontrar la verdadera felicidad que se encuentra en el dar y no tanto en el recibir, en el amar y no tanto en el ser amado.
"¡Ese es el camino! Pero para eso hace falta sacrificio, hace falta andar contracorriente. Las Bienaventuranzas que leímos hace un rato son el plan de Jesús para nosotros. El plan... Es un plan contracorriente. Jesús les dice: "Felices los que tienen alma de pobre". No dice: "Felices los ricos, los que acumulan plata". No. Los que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús no dice: "Felices los que lo pasan bien", sino que dice: "Felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás". Y así, yo les recomiendo que lean después, en casa, las Bienaventuranzas, que están en el capítulo quinto de San Mateo."
(Discurso de S.S. Francisco, 12 de julio de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré la experiencia de servir a alguien que se encuentre en una necesidad para salir de mí mismo y de mis problemas que sólo me mantienen en un egoísmo nervioso y estresante.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Las bienaventuranzas describen la misericordia de Jesucristo
Son promesas paradójicas que iluminan las acciones y sostienen la esperanza en las dificultades
Por: Georges Chevrot | Fuente: www.opusdei.es
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “las bienaventuranzas” están en el centro de la predicación de Jesús.
Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos.
Así, las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las dificultades; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos. (cfr. 1716-1717).
Las bienaventuranzas (Mt 5,3-12)
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
1ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos”
El campo de las Bienaventuranzas empieza donde acaba el Decálogo. Jesús nos invita a un desasimiento efectivo. Pide a los menos favorecidos que cierren resueltamente su corazón a toda codicia. Ordena a los privilegiados que se desprendan de lo superfluo en beneficio de quienes no tienen bastante y les invita a superar esta medida obligatoria, pues un cristiano no practica la virtud de caridad por el mero hecho de socorrer a los demás: tan solo empieza a amar a sus hermanos en el momento en que se priva él mismo de algo en su favor. Claro que no cabe hablar de desinterés, sino únicamente de honradez y de justicia, cuando la probidad y el respeto de los derechos ajenos provoquen más de una vez un notable empobrecimiento.
¿Cuándo Jesucristo fue honrado y justo? ¿Con quién?...con la pecadora pública, con el buen ladrón, pagó los impuestos como un ciudadano…
2ª Bienaventuranza “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”
La palabra griega que traducimos por “mansedumbre” se aplica a los poseedores de diversas cualidades, que van desde la mansedumbre al aguante. En todo caso “los mansos” no son los blandos ni los amorfos. La mansedumbre evangélica implica firmeza de carácter: “No se turbe vuestro corazón”, dirá Jesús ( Io., XIV, 1, 27), y añadirá en otra ocasión: “Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas” ( Lc. XXI; 19). No se trata de un determinado temperamento, de una disposición natural hecha de indiferencia y apatía, como tampoco de costumbre de capitular ante los razonamientos o las pretensiones ajenas para evitar incidentes. La mansedumbre es una virtud y, por tanto, un acto de fortaleza. No nos equivoquemos sobre su exterioridad tranquila y a veces sonriente, pues no se adquiere más que por severidad para consigo mismo.
¿Cuándo Jesucristo vivió la mansedumbre? ¿Con quién?...con los pecadores, con los fariseos hipócritas, durante la Pasión….
3ª Bienaventuranza “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”
A quien confía en Dios, hasta los malos días le traen su pequeña alegría: la energía sonriente en la adversidad o, al menos, la canción que acompasa el trabajo, el ímpetu interior que resiste al peligro y al duelo, o sencillamente la poesía que transfigura las miserables pequeñeces cotidianas, Los hombres se entristecen porque no comprenden o porque no aceptan. Pero el cristiano se abandona al Padre que sabe y que decide, al Dios que distribuye los días de sol o de escarcha, al delicado Artista que ha imaginado las espinas para proteger a las rosas; sí, sin duda alguna: pero aún se abandona más al “Dios que se hizo hombre para que el hombre llegase a ser Dios”. Y con esta frase San Agustín os revelo “el gigantesco secreto” de la alegría cristiana.
¿Cuándo Jesucristo manifestó alegría? ¿Con quién?....con los niños “dejad que se acerquen a mi”, con la gente sencilla, con sus amigos, descansando…
4ª Bienaventuranza “Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos”
La santidad se caracteriza, en suma, por la unión con Jesucristo. Unión de vida, de gracia, de gloria, que es obra exclusiva de Dios. Unión de pensamiento, de abalanza, de amor, de obediencia, que es la abalanza, de amor, de obediencia, que es la parte que en ella nos corresponde. El hambre de santidad es, pues, un tormento irresistible de no ser más que uno solo con Él, un deseo siempre constantemente renaciente de conformar nuestros pensamientos con los suyos, de identificar nuestra voluntad con la suya, lo cual implica una resolución contantemente reanudada de parecernos a Él en nuestras acciones. Esta hambre jamás acallada, Cristo también lo calma y la mantiene a la vez por su gracia, hasta que lo sacia definitivamente en la unión eterna del cielo.
¿Cuándo Jesucristo acudía a su Padre? ¿Con quién?... antes de tomar decisiones, ante las dificultades, con sus amigos y enseñándonos a rezar el Padre nuestro…
5ª Bienaventuranza “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”
Finalmente la misericordia es un acto de justicia para con nosotros mismos. “No quiero pensar más en ello – decís - : pero no le perdono”. De todos modos seguiréis pensando en ello. Os encerraréis en una frialdad calculada, llegaréis a ser habitualmente desconfiados y amargos, ahogaréis en vosotros mismos toda bondad. Solo se olvida cuando se perdona. Triunfad de la ofensa negándoos a teneros por ofendido: esa es la manera de Dios, la que destruye el mal. Perdonar es un poder divino.
¿Cuándo Jesucristo perdona? ¿A quién?... siempre y con todos.
6ª Bienaventuranza “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”
El cristiano puramente cristiano – limpio de corazón – es el que obra como cristiano en cualquier circunstancia. Es fiel a su palabra; llega hasta el límite de sus convicciones, sin dejarse trabar por ningún compromiso. Sus actitudes, sus decisiones, sus gestiones lo señalan, lo “caracterizan” como cristiano.
Esta misma integridad de carácter debe encontrarse en todos los discípulos de Cristo.
Choca con lo que hoy se llama conformismo, para calificar así la costumbre de regular la propia conducta sobre las ideas o los ejemplos de la mayoría. Este defecto ha existido siempre, solo que es más sensible en nuestra época, que ha desarrollado un espíritu de rebañego simultáneamente con los medios de publicidad. En nuestros días se difunden las opiniones y se imponen las costumbres del mismo modo que un producto alimenticio o una marca de jabón. Todo se fabrica ahora en serie. No es solo que todos los habitantes del planeta tiendan a componerse la misma silueta con un vestido de idéntico corte, sino que la uniformidad es también de rigor en el campo del pensamiento.
¿Cuándo Jesucristo actúa sin doblez ni engaño? ¿Con quién?... con sus Apóstoles, amigos y enemigos…
7ª Bienaventuranza “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”
Las Bienaventuranzas anteriores no han puesto en la mano la espada para que cortásemos en lo vivo de las pasiones humanas. Si nos hemos liberado de las trabas del dinero y del orgullo, endurecido en el sufrimiento y arrancado de la mediocridad, de la dureza y de la duplicidad, entonces la paz de Cristo puede desarrollarse ya en nosotros e irradiar a nuestro alrededor.
A ser posible, y cuanto de vosotros depende, tened paz con todos (Rom., XII, 18). Cuando San Pablo exhorta a los fieles de Roma a que se muestren pacíficos, no les promete que sus manifestaciones amistosas hayan de ser siempre pagadas con la reciprocidad. “A ser posible, y cuanto de vosotros depende”. Para vivir en paz con el prójimo hace falta que sean dos quienes lo deseen. Y eso es que el Apóstol no tiene presente más que las relaciones ordinarias de su vida . ¿Qué será cuando se trate de mantener la paz pública, sea de los diferentes pueblos de la tierra? Sin embargo, los temores, las mismas posibilidades de un fracaso, no dispensan a los cristianos de intentarlo todo, de atreverse a todo para hacer reinar la paz en el mundo; pues solo bajo esta condición merecerán ser llamados hijos de Dios.
¿Cuándo Jesucristo transmite la paz? ¿Con quién?... Dialogando incluso con sus enemigos, ante las discusiones de sus Apóstoles, en los momentos de tensión y de sufrimiento…
8ª Bienaventuranza "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los cielos”
Jesús interroga a su auditorio: “¿Estáis decididos a luchar por los derechos de Dios y por los derechos de vuestros hermanos, a oponernos al mal bajo todas sus formas?” Porque para extender el reinado de Dios le hacían falta unos discípulos valerosos. Los que vinieran tras Él no debían contentarse con enseñar y con practicar la “justicia” –lo cual implica ya, ciertamente, serios esfuerzos-, sino que habían de comprometerse a defenderla y a sufrir por ella.
Esta exhortación al valor hace oír Cristo a los hombres de todos los tiempos, a todos los que quieren ser cristianos. Recordemos que nos alista para un combate cuyo desenlace no es dudoso: “Yo he vencido al mundo”, nos ha dicho. Sintámonos, pues, dichosos, a pesar de la fatiga, del recelo y de los tratos injuriosos, pues, que tenemos la seguridad de la victoria del Evangelio.
¿Cuándo Jesucristo fue valiente? ¿Con quién?... ante el mal, ante el dolor y sufrimiento…
9ª Bienaventuranza “Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan, y con mentira digan mal contra vosotros, todo género de mal por MÍ. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros”
Nosotros, los cristianos, tenemos todavía algo más que a Moisés y a los profetas. Alguien ha regresado de esas esferas eternas donde los hombres no vuelven. El hijo de Dios se hizo hombre para compartir su filiación divina. Toda su predicación estuvo orientada hacia esta vida nueva y eterna otorgada a los que creyeran en Él. A los escépticos que lo intimaban a que suministrase las pruebas de lo que afirmaba, les respondió que no daría de ello más que una sola. Él mismo pasaría por la muerte y regresaría vivo con esta Vida de la cual haría participar a los hombres regenerados.
Los acontecimientos se produjeron tal y como los había Él anunciado. Nuestra fe, observarlo, no descansa sobre unas teorías, sino sobre unos hechos históricos. Y el hecho capital es la resurrección de Jesús. Sus apóstoles empezaron por apartar la realidad de tal prodigio. Vacilaron y dudaron. Finalmente, ante las repetidas apariciones del Salvador, a ellos mismos y a otros- en una ocasión estaban reunidos más de quinientos hermanos-, se rindieron a la evidencia. Y desde entonces proclamaron hasta su muerte aquello de lo cual habían sido testigos. “Nosotros lo hemos visto con nuestros ojos, tocado con nuestras manos; nosotros hemos vivido y comido con Él, después de su resurrección de entre los muertos.” En vano se usó de amenazas para que se callasen, replicaban: “nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Pero tanto Pablo como los demás apóstoles dedujeron las consecuencias del triunfo de Jesús sobre la muerte. Su resurrección es la prueba suprema de su divinidad y, por tanto, de la verdad de su doctrina; y además implica la certidumbre de nuestra propia resurrección. Así como las primicias son el testimonio de la futura cosecha, la victoria de los cristianos se haya contenida en la victoria de Jesús .
¿Cuándo Jesucristo vivió el optimismo profundo? ¿Con quién?... ante aparentes fracasos, con los traidores…
Nota: Extractos de " Las Bienaventuranzas " de Georges Chevrot (15ª edicion, Ediciones Rialp)
A imagen de Dios; La Santísima Trinidad
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo de 11 de junio 2017
Santísima Trinidad, concédenos experimentar el gran Amor del Padre, la entrega incondicional de Hijo, y la fuerza y vitalidad del Espíritu Santo. Amén.
Lecturas:
Éxodo 34, 4-6. 8-9: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente”
Daniel 3: “Bendito seas para siempre, Señor”
II Corintios 13, 11-13: “Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”
San Juan 3, 16-18: “Dios envió a su Hijo para el que el mundo se salvara”
Todavía con el corazón sorprendido por tanta bondad de personas de las tres diócesis: Morelia, San Cristóbal e Irapuato, voy poco a poco asimilando cada uno de la multitud de detalles que se conjugaron en mi llegada a Irapuato. Frente a mí tengo una de las ofrendas que me presentaron como representativa de esta diócesis: un triptico del año de la fe que enmarcado entre los símbolos de la diócesis y de la Iglesia, se abre para manifestar en el centro una imagen de la Santísima Trinidad. Todo gira en torno a esta imagen y así nos señala que todo, todo de verdad, debe estar centrado en torno a nuestro Dios Uno y Trino, amor, relación, comunidad. Es lo que da sentido a nuestra vida, a nuestra actividad, a nuestros sueños y afanes.
Con frecuencia el hombre busca modelos o referencias que den sentido a su persona. Y cuando el hombre mira en lo más profundo de su interior para analizar su propio ser, descubre que lleva esa referencia inscrita en lo más profundo de ser: una referencia al Ser Superior, al Creador. A este fondo inalcanzable de nuestro propio ser responde la palabra “Dios”. Dios significa esto: la profundidad última de nuestra vida, la fuente de nuestro ser, la meta de todo nuestro esfuerzo. No es un tapa-huecos, no el fantasma que asusta y condiciona, ni tampoco una manera fácil de explicar el mundo. Es la realidad y relación más profunda del hombre que descubre la grandeza de su propio “yo” pleno y abierto a compartir, a relacionarse y a vivir en plenitud. Así, nuestro propio ser expresa la experiencia que nosotros tenemos de Dios. Por eso me fascina esta manifestación de nuestro Dios: Uno y Trino, Relación y Amor que nos presenta Jesús. ¡Qué lejos del Dios justiciero y vengador que aparece en muchos momentos en el Antiguo Testamento! Y sin embargo, hay muchos que viven con estas caricaturas de la imagen de un Dios lejano, aislado, terrible e inquisidor y así lo viven en sus vidas.
Dios uno y trino es amor, es su primera y más grande expresión. Y a eso estamos llamados todos los cristianos. Cristo nunca intentó dar explicaciones de cómo el Padre y Él eran uno solo. No formuló doctrina para que nos quedara muy clara esa unidad de tres Personas; simplemente habló del amor que hay entre ellos y de su deseo de que este mismo amor haya entre todos los hombres. Es el ideal de toda persona y de la Iglesia: poner en el centro a la Trinidad, al Dios uno y Trino. Así evitaremos la tentación de un autoritarismo o de una anarquía. Si Dios es comunión y amor, el hombre encontrará su verdadero sentido, uniendo al mismo tiempo la importancia y dignidad de la persona junto con la importancia y dignidad de la comunión. Cuántos individuos, esgrimiendo el derecho de la persona, pasan por encima de la comunidad, pero también cuántas dictaduras y gobiernos, arguyendo el bien común, atropellan los derechos individuales. Solamente el modelo de la Trinidad nos permite encontrar un sano y fecundo equilibrio entre persona y comunidad. Juntos crecen, juntos son fecundados y juntos crean una verdadera imagen del Dios Trino.
Desde pequeños nos enseñamos a iniciar nuestro día y nuestra actividad, “En nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, porque queremos indicar que todo nuestro ser tiende a buscar a nuestro Dios. A veces al expresar el nombre “Santísima Trinidad”, podríamos tener la impresión de estarnos refiriendo a una entidad abstracta, inmóvil y lejana. Por las palabras de Jesús podremos experimentar que no es así: es un dinamismo de amor continuo entre las personas de la Trinidad y una fuente de amor inagotable hacia el hombre: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna”.
El hombre encuentra su plenitud al ser amado por Dios, nos llena de alegría el participar del amor Divino, del amor de Jesús que se entrega hasta el fin. El amor conyugal, el amor fraternal y el amor de familia tienen su más rico modelo en el Dios Trino y Uno, que ama y que da vida plena. La experiencia de este Dios, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. Así la experiencia que tenemos de nuestro Dios es una fuente inagotable de vida, dinamismo y compromiso. No puede verdaderamente creer en Dios quien está segando la vida del hermano, quien se encierra en sí mismo y rompe la comunión, quien vive apático frente a los hermanos. La experiencia de nuestro Dios Uno y Trino que nos invita a participar de su misma vida y nos compromete seriamente en la construcción de un mundo de acuerdo a nuestra fe: una fe comunitaria, de amor y participación.
San Juan nos ofrece hoy las palabras precisas donde encontramos el centro y eje de toda nuestra vida cristiana: “Tanto amó Dios al mundo…”. Esa es la Buena Noticia: somos hijos de un Papá Dios que nos ama, somos hermanos de un Hijo Mayor, Jesús, que da la vida por nosotros, y estamos habitados por el Espíritu que es vida y santidad. Ahí está la buena y gran noticia. Si esto lo comprendiéramos y lo viviéramos no podríamos vivir tristes ni permitir que nuestros hermanos vivieran tristes, solos o abandonados. Es doloroso comprobar que muchas veces los que nos decimos creyentes no somos capaces de descubrir y experimentar esta fe como una auténtica fuente de vida, y nos contentamos con ir sobreviviendo, cargando con nuestra existencia a más no poder. Nos olvidamos de ese Dios cercano, familia, comunidad, que toma la iniciativa para amarnos, que se entrega sin condiciones, con plenitud y lealtad y que sostiene y anima nuestra vida.
Hoy, al celebrar a la Santísima Trinidad, debemos cuestionarnos seriamente si somos esa imagen de amor, de entrega y unidad que es nuestro Dios. Si hemos vencido los miedos, ambiciones y discriminaciones hacia los hermanos que también son hijos del mismo Padre, hermanos del mismo Jesús y templos del mismo Espíritu. Es un gran cuestionamiento también sobre la forma de educar y vivir en la familia. La Santísima Trinidad es el modelo de educación, integración y amor familiar.
Santísima Trinidad, concédenos experimentar el gran Amor del Padre, la entrega incondicional de Hijo, y la fuerza y vitalidad del Espíritu Santo. Amén.
¿De qué manera el sacerdote nos ayuda a prepararnos para la muerte?
Cuando se aproxima a la muerte debe asegurarse a la persona el amor y la misericordia de Dios
Dios siempre da una oportunidad a quien se arrepiente y quiere volver hacia Él. Aún si está a pocos segundos de morir. Así sucedió al Buen Ladrón a quien Jesús le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43).
Para saber más sobre el apostolado a los moribundos, entrevistamos al padre Joseph Hearty, vicario parroquial de Our Lady of Mount Carmel en Littleton, cuyo ministerio se ha basado especialmente en asistir con los sacramentos a quienes están en la fase final de sus vidas.
¿Qué sacramentos se ofrecen a las personas que están en una fase terminal?
“El sacramento principal es la Unción de los enfermos, y se les motiva también a que recurran al sacramento de la Confesión. La gracia que reciben a través de estos sacramentos y la paz que se les otorga -especialmente desde el perdón de los pecados hasta la preparación para la eternidad- y desde la recepción de la Eucaristía es un gran regalo. Entonces les administramos la Unción de los enfermos, la Confesión y la Comunión (llamados también el viático, cuando se recibe por última vez. Cuando se reciben estos tres sacramentos a la vez lo llamamos “los últimos ritos”)”.
¿Cómo la Unción de los enfermos prepara a la persona para la muerte?
“Hay un aumento de la gracia, como en cualquier otro sacramento, y una ayuda sobrenatural de Dios. La carta del apóstol Santiago 5, 14-15 dice: ‘¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados’. Este sacramento prepara al alma para el juicio y para la eternidad”.
¿Qué tipo de oraciones se pueden decir ante los moribundos?
“Las más comunes: Padre Nuestro, Avemaría, Gloria y el Acto de Contrición. Pedimos a Dios la gracia para que la persona se esfuerce -como deberíamos también esforzarnos nosotros- en hacer una enmienda de vida. Pedimos perdón por los pecados, buscamos cooperar con la gracia de Dios y vivir como Dios quiere, de acuerdo con los mandamientos y con nuestro estado de vida.
Hay también oraciones particulares en el Ritual Romano que ha preparado la Iglesia para los moribundos. Oraciones a Santa María, a San José, patrón de la buena muerte, y algunos salmos particulares que ayudan a la persona a que se dé cuenta de la realidad de la vida eterna. Todo esto es para facilitar, para disponernos a la gracia de Dios y para pensar en la realidad de nuestros últimos días y del juicio que todos enfrentaremos; ya sea que vivamos una vida larga o corta, debemos darle cuentas a Dios sobre esto.
En mis homilías durante los funerales yo siempre menciono dos citas: Una de San Roberto Belarmino: “El primero y más universal precepto para morir bien, es vivir bien”, y San Agustín quien dijo: “Dios promete la misericordia, pero no promete el mañana””.
¿Cómo se aproximan los sacerdotes a la persona moribunda?
“Normalmente no conoces a la persona ni sabes de su vida. Yo trato de no generar temor. Aunque el Concilio Vaticano II cambió el nombre de Extremaunción a Unción de los enfermos, la gente sigue teniendo miedo de que venga un sacerdote a ungirte, porque eso significa que vas a morir. Este nunca ha sido el sentido de la Unción de los enfermos. La Iglesia le ha cambiado el nombre para enfatizar que el sacramento puede ser recibido no solo en los últimos momentos.
Cuando nos aproximamos a la muerte, debemos asegurar a la persona el amor y la misericordia de Dios. En mi ministerio, he visto muchas veces que este sacramento se da por la providencia de Dios. Es así como Él quiere acercarse a prepararnos para la eternidad.
Yo trato de conocer un poco más a las personas a quienes asisto, quiénes son y qué tanto fe tienen. Trato de aliviarlos diciéndoles que éste es el tiempo que Dios les está concediendo y que vamos a usarlo para que pueda aprovecharlo de la mejor manera. Cuando el paciente o el feligrés se da cuenta de que tú no vas a predicar “fuego y azufre”, se abre con más facilidad. Éste es un momento de gracia. Tratamos de facilitar esta apertura lo más que podemos con los sacramentos, con visitas, y con tiempo para la oración, no solo para el paciente sino también para la familia”.
¿Cómo conforta a las personas?
“Les ayudo a que se den cuenta de que son hijos de Dios y por virtud de su Bautismo ellos tienen ahora la oportunidad de alcanzar mucho más y de usar estos últimos días o meses para que sean conscientes de la eternidad y cuál es la mejor manera de emplear este tiempo, no con desesperación sino con esperanza.
Nos enfocamos en lo que Cristo ha hecho por nosotros y en que el paciente se pregunte: ¿Qué puedo hacer yo por Él? Dios respeta nuestra libertad y nuestra capacidad de elegir. Yo los ayudo a hacer un acto de contrición, les ofrezco los sacramentos, las bendiciones apostólicas. Les aliento a que se entreguen a la Virgen rezando el rosario o la Coronilla de la Divina Misericordia. Estas cosas recuerdan que Dios los ama”.
¿Qué palabras les dice?
“Depende de cada individuo. No existe una fórmula. Muchos de ellos han sido buenos católicos que practican su fe, lo cual es muy fácil. En otros casos, depende de en qué punto están en su fe y de cuántas luchas han tenido. Yo siempre les digo que Dios los ama y que siempre es providente con ellos, y los animo para que sean positivos, buenos y santos”.
¿Cómo se siente al ejercer el ministerio de los moribundos?
“Siempre he tenido una sensibilidad hacia los enfermos y los moribundos. Recuerdo que cuando estaba en la escuela, era voluntario en un hospital. Siempre me han interesado estos aspectos del sacerdocio. Es una parte importante de nuestra vocación como sacerdotes. Un santo dijo que, si ayudamos a facilitar la salvación a un alma, esto contribuirá a nuestra propia salvación. Como dicen las escrituras “La caridad cubre multitud de pecados” (1 Pe 4, 8)”.
Santa Faustina dijo que incluso si la persona es inconsciente, su alma aún está despierta y puede responder al llamado de Dios a la salvación ¿Cuál es su experiencia en estas situaciones?
“Dicen que el ultimo sentido que se pierde antes de la muerte es el del oído y esto siempre me alienta. Incluso si la persona no da ninguna respuesta, yo me puedo inclinar a su oído, decirle quién soy, por qué estoy ahí y alentarlo a decir una oración conmigo. Incluso si no son receptivos, pueden escuchar y saber que estoy ahí”.
¿Hay alguna promesa especial relacionada con la oración de la coronilla de la misericordia a los moribundos?
“Incluso si el paciente no conoce la Coronilla y no está orando con nosotros, nosotros estamos orando por ellos. Como dijo nuestro Señor a Santa Faustina, las promesas de gracia y misericordia están disponibles incluso para aquellos que la escuchan. Nosotros también alentamos a que fomenten esta devoción por su cuenta”.
¿Y qué pasaje bíblico se les lee a los moribundos?
“Algunos salmos, especialmente el salmo 51 Miserere (Ten Misericordia), que es hermoso. “Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias”. También se lee antes del funeral, antes de la procesión del cuerpo a la Iglesia. Yo me pongo un poco emocional con esto porque es verdad, podemos hacer cosas grandes, pero si estuviéramos lejos de Dios, esto no significaría nada”.