Yo soy el menor de los apóstoles; no es mérito mío, llevar este nombre
- 29 Junio 2017
- 29 Junio 2017
- 29 Junio 2017
Evangelio según San Mateo 16,13-19.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
3 Sermón para la Fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo
«Yo soy el menor de los apóstoles; no es mérito mío, llevar este nombre» (1Co 15,19)
Es con razón, hermanos, que la Iglesia aplica a los apóstoles San Pedro y San Pablo estas palabras del sabio: "Son hombres de misericordia, cuyos beneficios no caen en el olvido; los bienes que dejaron a la posteridad siguen existiendo» (Sb 44,1-11). Sí, bien podemos llamarlos hombres de misericordia: porque han obtenido misericordia para ellos mismos, porque están llenos de misericordia, y porque es en su misericordia que Dios nos los ha dado.
Ved, en efecto, qué misericordia han obtenido. Si interrogáis a san Pablo sobre este punto..., él os dirá de sí mismo: "Yo empecé siendo un blasfemo, un perseguidor; pero he obtenido misericordia de Dios" (1Tm 1,13). En efecto, ¿quién no conoce todo el mal que hizo a los cristianos de Jerusalén...e incluso en toda Judea?... En lo que toca a san Pedro, tengo otra cosa que deciros, pero una cosa tan sublime, que es única. En efecto, si Pablo ha pecado, lo ha hecho sin saberlo, ya que no tenía la fe; Pedro, por el contrario, tenía los ojos bien abiertos en el momento de su caída (Mt 26, 69s). "Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20)... Si san Pedro ha podido ascender a un grado tal de santidad después de haber sufrido una caída tan fuerte ¿quién podrá ahora desesperarse, por poco que quiera salir también de sus pecados? Observad lo que dice el Evangelio: «Salió y lloró amargamente» (v. 75)...
Habéis visto qué misericordia obtuvieron los apóstoles, y ahora ¿quién no será absuelto de sus faltas pasadas como lo fueron antes?... Si has pecado, ¿Pablo no ha pecado antes? Si has tenido una caída, Pedro ¿no hizo una más profunda que tú? Sin embargo, uno y otro, haciendo penitencia, no sólo obtuvieron la salvación sino que han llegado a ser grandes santos, e incluso se han convertido en los ministros de la salvación, los maestros de la santidad. Haz tú del mismo modo, hermano, ya que es por ti que la escritura los llama "los hombres de misericordia».
San Pedro y San Pablo – 29 de junio
«Columnas de la Iglesia. Heraldos de la Nueva Evangelización, el testimonio de estos dos grandes apóstoles continúa mostrando al mundo el poder de la gracia de Dios que nos transforma y convierte faro de luz para nuestros semejantes»
(ZENIT – Madrid).- No hay figuras más destacadas que estos apóstoles para ilustrar la fecha del día en un santoral. Los Santos Padres los han considerado dos columnas sobre las que descansa la Iglesia. Continúan interpelando al hombre de hoy, alumbrando a quien se propone unirse con la Santísima Trinidad.
Un océano de amor vería el Maestro en los ojos del humilde pescador de Betsaida para erigir sobre él la Iglesia. Tras la rudeza de sus manos y rostro curtidos en el mar apreciaría un tierno corazón refulgiendo en su mirada. Impetuoso, impulsivo, imprevisible e incluso contestatario cuando atendía a la escueta razón, y se le paralizaba el pulso al sospechar la pérdida de su Maestro por ignorar todavía el trasfondo mesiánico albergado en sus palabras, el apóstol era una piedra preciosa a la espera de ser tallada, un hombre de raza, pura pasión… Se ha tendido a subrayar la debilidad que Pedro mostró tras el prendimiento de Cristo, relegando a un segundo plano la globalidad de sus edificantes gestos que sostuvieron la Iglesia hasta derramar su sangre. Fue pronto en el seguimiento; se anticipó a la petición de lo que se considera legítimo, como es la familia. En ello se asemejaba al resto de los apóstoles, ciertamente, pero Cristo se fijó en él de forma especial. Al conocerle, le saludó por su nombre: «Tú eres Simón…» y le dio otro apelativo, el de Cefas. Todo un símbolo, una señal; le proporcionó nueva identidad y ésta incluía el cambio sustantivo para su vida. El llamamiento personal continúa teniendo este signo para nosotros; exige una transformación, como devela el evangelio que le sucedió a Pedro.
Él se aventuró a responder al Maestro en nombre de los apóstoles desde lo más hondo del corazón, de forma inspirada, rotunda. Había resonado en su interior la voz divina y lo reconoció como Mesías: una auténtica y explícita profesión de fe. Es obvio que no podemos confesar a Dios si no lo entrañamos. Por ese acto, Cristo lo denominó «bienaventurado», edificando sobre él su Iglesia al instante. Es verdad que vaciló y se dejó llevar por sus temores desoyendo la advertencia del Maestro, sin tomar conciencia de la fatalidad en la que incurriría; por eso no puso coto a tiempo a su flaqueza, sucumbió y lo negó. Pero de la radicalidad de su posterior respuesta, que vino envuelta en amargas lágrimas, se extraen incontables lecciones, teniendo como trasfondo la misericordia y el perdón divino. Toda debilidad, sea del orden que sea, es susceptible de modificación, porque contamos con la gracia para renacer día tras día.
Pedro protagonizó uno de los instantes más tiernos del evangelio, cuando Cristo le preguntó tres veces si le amaba. Con ese consuelo en su corazón aglutinó a los apóstoles, anunció la Palabra, sufrió cárcel, conmovió a las gentes sorprendidas de que un galileo hablase con tanta fuerza, afrontó las dificultades surgidas en las comunidades, hizo milagros…; en suma, amó hasta la saciedad.
Estaba al frente de todos, junto a María, cuando recibieron el Espíritu Santo. Apresado durante la persecución de Nerón el año 64, a punto de ser ajusticiado en la cruz, sintiéndose indigno de morir como Cristo, pidió que le crucificaran boca abajo. A su vez, Pablo, el más grande misionero que ha existido sobre la faz de la tierra, es un ejemplo vivo de lo que significa el compromiso personal en el seguimiento de Cristo testificando la Palabra con independencia del humano sentir, del «temor» y del «temblor» que se pueda experimentar. No fue miembro de la primera comunidad, pero su admirable impronta apostólica nada tiene que envidiar a la de los Doce. Judío, originario de Tarso, nació entre los años 5-10 d.C. Formado bajo la tutela del prestigioso Gamaliel en Jerusalén, al conocer la existencia de los seguidores de Cristo, considerados como una secta, se propuso luchar contra ella descargando toda su fuerza. Si su trayectoria anterior a la conversión fue la de un celoso defensor del ideal en el que creía, ese que le indujo a actuar fieramente, después de haber quedado cegado por la luz del Altísimo camino de Damasco, no le faltaron arrestos para anunciar el evangelio; en su pecho albergaba un volcán de pasión. Este infatigable apóstol de los gentiles, precursor de la Nueva Evangelización, nos enseña a difundir la Palabra a los alejados de la fe y no solo a los creyentes; hacerlo a tiempo y a destiempo en los paraninfos universitarios o en los suburbios, en ámbitos donde mora la increencia y en los que ya anida la fe. Nos insta a enriquecer los nuevos areópagos que las presentes circunstancias ofrecen. Él hubiera aprovechado convenientemente los actuales mass media: prensa, radio, televisión, Internet, redes sociales… Estos recursos puestos al alcance de un apóstol de su talla habrían dado la vuelta al mundo impregnados del amor de Dios. Dio testimonio de su arrebatadora entrega a Cristo sin ocultar cuántas penalidades atravesó por Él: cárceles, azotes, naufragios, peligros constantes, hambre, sed, frío, falta de abrigo y de descanso, agresiones a manos de salteadores, etc. A todo ello hemos de estar dispuestos si de verdad queremos seguir a Cristo. Pablo pudo ponerse como ejemplo, con tanta modestia y libertad en el amor, porque ya no vivía en sí mismo; era Cristo quien estaba en él, de quien provenía su fuerza y su gloria; Él le confortaba. Viajó incansablemente, venció la resistencia de ciudades dominadas por la idolatría y de los que quisieron doblegarle, superó reticencias de sus propios hermanos, y convirtió a indecibles con su vida, palabra, milagros y prodigios. Ansiaba tanto llegar a la meta, que luchaba para que después de haberla predicado, no fueran otros los que la conquistaran quedándose rezagado en el camino. Libró perfectamente su combate, corrió hasta el fin, firme en la fe. Todo lo consideró basura con tal de ganar a Cristo, gastándose y desgastándose por Él. Constituye un ejemplo incuestionable para nuestra vida. Coronó la suya entregándola bajo el golpe de espada que le asestaron en la Vía del Mar hacia el año 67.
Quitar la aplicación cuenta gotas
Santo Evangelio según San Mateo 16,13-19. Solemnidad de San Pedro y San Pablo.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, Tú eres la Roca y yo quiero abrazarme a ella. Soy débil, frágil y pecador. Tú eso lo sabes muy bien, pero sabes también que quiero amarte y que lucho día a día por ser mejor. Quiero construir mi vida en la Roca, en Ti. Hoy te entrego todo lo que soy y todo lo que tengo. Me pongo dócilmente en tus manos para que me lleves a donde sea, pues sé que sólo en Ti está la felicidad y la paz. Tú eres mi pastor y jamás tendré miedo.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Quién es Pedro? ¿Quién es Simón? ¿Quién es Jesús? ¿Quién es san Pedro? Estas preguntas nos dan la pauta para reflexionar el día de hoy. Y en realidad podemos resumir un poco diciendo que Simón Pedro es un hombre que se puso en las manos de Dios, un hombre que dejó sus redes y ganó un tesoro. Un hombre como tú y como yo. Con muchas cualidades y muchos defectos. Con gran deseo de amar y con grandes errores. Pero no es el caso mencionarlos porque eso no es lo importante.
En nuestra vida no es nada importante las veces que caemos o los muchos éxitos que podemos conseguir porque todo eso pasa. Lo importante es aprender a ver con nuevos ojos la vida. ¿Cómo hacerlo? Siendo sencillos, como san Pedro. Él supo llorar cuando vio que había traicionado a su amigo; saltó de la barca cuando vio a su amigo a la orilla del lago;él pidió caminar en las aguas y, gracias a esa sencillez y espontaneidad, supo reconocer en un carpintero nazareno al Mesías, al hijo de Dios.
La vida, pensamos muchas veces, se puede controlar, calcular y encuadrar. Tenemos innumerables aplicaciones para medirlo todo, desde el primer minuto en que ponemos los pies en el suelo al levantarnos, hasta que llega la hora de cerrar los ojos. Podemos poner a nuestra vida un cuenta gotas. Perdemos, poco a poco, esa espontaneidad que tuvo Pedro y que permitió a Jesús hacer de él un gran hombre.
Dejemos que Cristo moldeé nuestras vidas y nuestras historias. Abramos las puertas de nuestro corazón a Jesús sin miedo como diría san Juan Pablo II. Sin duda sentiremos el vértigo y podremos volvernos atrás, pero ¿quién siente vértigo cuando está en las manos de su mejor amigo?
"Simón se pone en el camino -un camino largo y duro- que le llevará a salir de sí mismo, de sus seguridades humanas, sobre todo de su orgullo mezclado con valentía y con generoso altruismo. En este su camino de liberación, es decisiva la oración de Jesús: "yo he pedido por ti (Simón), para que tu fe no se apague". Es igualmente decisiva la mirada llena de compasión del Señor después de que Pedro le hubiera negado tres veces: una mirada que toca el corazón y disuelve las lágrimas de arrepentimiento. Entonces Simón Pedro fue liberado de la prisión de su ego orgulloso, de su ego miedoso, y superó la tentación de cerrarse a la llamada de Jesús a seguirle por el camino de la cruz."
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a rezar el rosario pidiendo por el Santo Padre para que Dios Nuestro Señor lo ayude en su misión, y por todos los cristianos para que sepamos seguir y difundir sus enseñanzas.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
SS. Pedro y Pablo
Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?
Mateo 16, 13-19
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Reflexión
Es un hecho que en las narraciones evangélicas se pone siempre un acento muy especial en la figura de Pedro. Teóricamente no había razón alguna para distinguirle. No es el primero en conocer a Cristo; no es un genio superior a los demás; no es tampoco el más santo o el más entregado; no será más valiente que sus compañeros a la hora de la pasión, incluso su traición será la más visible. Es uno más. Más audaz, más fogoso, pero un pescador como todos.
Pues bien, este Pedro, que ningún motivo especial tenía para una elección particular, comienza a destacar visiblemente en los evangelios. De él se habla con más frecuencia que de los otros once juntos. Él aparece en todos los catálogos de los apóstoles colocado siempre el primero. Esta preferencia sistemática ¿es casual?
El cambio de nombre.
Esta “vocación especial” había sido ya revelada en su primer encuentro con Jesús. Cuando Andrés le presenta a su hermano, Jesús hace algo tan insólito como cambiar el nombre de Pedro. Había éste recibido de su familia el nombre de Simón, común y familiar entre los judíos. Pero Jesús, al verle, le rebautizará con el nombre que le he quedado para siempre: Kephas, Pedro. ¿Qué quiere decir Jesús al denominarle “roca”? Sólo mucho más tarde lo entenderemos, en la escena que cambiará para siempre el destino del apóstol.
Ocurre en las tierras de Cesarea de Filipo. En esta región, pagana en su mayoría, Jesús se encontraba más tranquilo, más cerca de sus discípulos, casi en una especie de retiro espiritual. Tal vez fuera aquella paz la que incitó a Jesús a hablar a los doce de un tema especialmente delicado: su condición de Mesías. No le gustaba habitualmente mencionarlo. Temía que sus oyentes le dieran una interpretación política y que quisieran proclamarle rey o iniciar un tumulto. Aquí, en la soledad de Cesárea, no existía ese peligro.
Jesús, ¿era un simple enviado de Dios o Dios en persona?
Por lo demás ésta era la gran pregunta que los apóstoles se hacían unos a otros. Al cabo de año y medio de caminar a su lado no acababan de saber si su Maestro era, en verdad, el anunciado por los profetas. Y si lo era, ¿se trataba de un simple enviado de Dios o de Dios en persona? Cuando hablaba de su Padre ¿usaba una metáfora o afirmaba una realidad? ¿Y si era el Mesías, por qué lo ocultaba tan celosamente? Le molestaba hablar de ello, cambiaba de conversación cuando alguien aludía al tema, les mandaba ocultar las obras más extraordinarias que hacia. ¿Por que esta reticencia?
Pero esta vez Jesús juzgó que el tiempo había llegado. Tenía ya confianza en sus apóstoles y la tranquilidad de Cesárea había creado el clima apto para que pudieran comprenderle. Era la hora justa para comunicar abiertamente su mesianidad.
Se detuvo y se volvió a los apóstoles para preguntarles: ¿“Quién dicen los hombres que soy yo”? Y después de haber escuchado sus respuestas, les hizo una pregunta más íntima: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo”?
Fue entonces cuando la voz de Pedro se abrió paso entre ellos y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Pedro hablaba en nombre de todos.
Una especie de liderazgo personal había ido surgiendo entre ellos. Y todos se sintieron expresados por la voz de aquel pescador, tosco y violento, pero poseedor de una personalidad que le convertía en jefe nato. Por otro lado, Jesús esta vez no reprimía esa rotunda confesión de mesianismo. La aceptaba abiertamente, complacido. Era la primera vez que la declaraba sin metáforas.
Y la respuesta de Jesús iba a cargarse aún de novedades mucho mayores. No sólo no rechazaba la confesión de mesianismo, sino que la confirmaba en el nombre del Padre de los cielos. Y, tras una breve pausa, Jesús aún siguió: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Todo era, a la vez, misterioso y cargado de sentido en esta extraña frase de Jesús. El sobrenombre de "piedra" ya se lo había dado en otra ocasión a Pedro, pero entonces no había explicado su sentido, Ahora quedaba claro que Pedro sería el fundamento del templo espiritual que Jesús proyectaba construir.
Además Jesús hablaba ahora ya sin rodeos de su proyecto de construir una comunidad organizada, algo que tendría que durar después de Él, algo que sería tan sólido que ni las fuerzas del mal podrían contra ella.
Las expresiones de las llaves, de atar y desatar son típicamente semitas.
Aún hoy se puede ver en los países árabes a hombres que caminan con un par de gruesas llaves atadas, como prueba de que una casa es de su propiedad.
Los términos de “atar” y “desatar” conservan el mismo sentido que tenían en la literatura rabínica contemporánea. Los rabinos “ataban” cuando prohibían algo y “desataban” cuando lo permitían.
¿Entendieron los apóstoles, entendió el mismo Pedro, lo que Jesús quería decir con aquellas sorprendentes palabras? Lo solemne de la hora, la soledad espiritual en que estaban, pudieron ayudar a la comprensión. Por otro lado el progresivo liderazgo natural de Pedro ayudaba a la comprensión y, sin duda, se vio fortalecido por esta palabra. Pero sólo tras la resurrección comprenderían qué comunidad era la que Cristo deseaba y qué papel había de tomar en ella el colegio de los doce y cuál tomaría Pedro dentro de ese colegio.
Un texto muy atacado.
A lo largo de los siglos, pocas páginas del evangelio han sufrido tal cantidad de ataques como ésta prueba evidente de su importancia. Y, sin embargo, el texto sigue ahí, firme como el propio Pedro y sus sucesores. Y es fácil comprender que no se trataba de un elogio personal a las virtudes de Pedro. Pedro encontrará la santidad mucho más tarde. Y descubrirá con gozo que ni su virtud mereció la función para la que había sido elegido, ni sus pecados lograron anularla.
¡Que así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Francisco, en el rezo del Angelus
El Papa celebra, junto al pueblo de Roma, la fiesta de sus patronos, Pedro y Pablo
"El Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás"
"Ambos apóstoles caminaron, como Jesús, para anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y hostiles"
Jesús Bastante, 29 de junio de 2017 a las 12:11
Cuando somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso de nuestros errores, podemos continuar nuestro recorrido de gozosos anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia
(J. B./RV).- Fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, las dos "columnas" de la Iglesia. Tras el consistorio y la bendición de los palios arzobispales, el Papa presidió el Angelus con motivo del día de los patronos de Roma. En su reflexión, Francisco destacó cómo "ambos apóstoles caminaron, como Jesús, para anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y hostiles".
"El Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás", subrayó Bergoglio, quien incidió en que "San Pedro y San Pablo, con sus acontecimientos personales y eclesiales, demuestran y nos dicen a nosotros, hoy, que el Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás".
Especialmente, subrayó, "en el momento de la prueba, Dios nos extiende la mano, viene en nuestra ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos".
Buen ejemplo de ello fueron Pedro y Pablo. El primer Papa y el apóstol de los gentiles, a quienes los padres de la Iglesia "amaban comparar con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción visible de la Iglesia".
Ambos han confirmado con su propia sangre, afirmó el Pontífice, el testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente comunidad cristiana. Ambos fueron liberados por el Señor y estas dos "liberaciones", de Pedro y de Pablo, agregó el Pontífice, revelan el camino común de los dos Apóstoles, los cuales fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en ciertos casos hostiles.
"Nuestro verdadero enemigo es el pecado, es el maligno", recordó Francisco, quien insistió, no obstante en que "también nosotros nos reconciliamos con Dios, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de gozosos anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia".
Tras el rezo del Angelus, el Papa recordó a los cinco nuevos cardenales, y a la delegación del patriarca Bartolomé, "signo del legado fraternal existente en nuestras iglesias", y concluyó felicitando a todo el pueblo romano, a quien pidió un aplauso en la festividad de sus patronos.
Texto completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los Padres de la Iglesia amaban comparar a los santos Apóstoles Pedro y Pablo con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción visible de la Iglesia. Ambos han confirmado con su propia sangre el testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente comunidad cristiana. Este testimonio es puesto en evidencia en las Lecturas bíblicas de la liturgia hodierna, Lecturas que indican el motivo por el cual su fe, confesada y anunciada, ha sido luego coronada con la prueba suprema del martirio.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. 12,1-11) narra el evento de la reclusión y de la consiguiente liberación de Pedro. Él experimentó el rechazo al Evangelio ya en Jerusalén, donde había sido encerrado en la prisión por el rey Herodes, «su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo» (v. 4). Pero fue salvado de modo milagroso y así pudo llevar a termine su misión evangelizadora, primero en la Tierra Santa y después en Roma, poniendo todas sus energías al servicio de la comunidad cristiana.
También Pablo ha experimentado hostilidad de las cuales ha sido liberado por el Señor. Enviado por el Resucitado en muchas ciudades con poblaciones paganas, él encontró fuertes resistencias sea de parte de sus correligionarios que de parte de las autoridades civiles. Escribiendo al discípulo Timoteo, reflexiona sobre su propia vida y sobre su propio recorrido misionero, como también sobre las persecuciones sufridas a causa del Evangelio.
Estas dos "liberaciones", de Pedro y de Pablo, revelan el camino común de los dos Apóstoles, los cuales fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en ciertos casos hostiles. Ambos, con sus acontecimientos personales y eclesiales, demuestran y nos dicen a nosotros, hoy, que el Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás. Especialmente en el momento de la prueba, Dios nos extiende la mano, viene en nuestra ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos. Pero redorémonos que nuestro verdadero enemigo es el pecado, y el Maligno que nos empuja a ello. Cuando nos reconciliamos con Dios, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de gozosos anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia.
A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, dirigimos nuestra oración, que hoy es sobre todo por la Iglesia que vive en Roma y para esta ciudad, de los cuales Pedro y Pablo son sus patronos. Ellos le obtengan el bienestar espiritual y material. La bondad y la gracia del Señor sostengan a todo el pueblo romano, para que viva en fraternidad y concordia, haciendo resplandecer la fe cristiana, testimoniado con intrépido ardor por los santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Homilía del papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo – Texto completo –
Misa celebrada en la plaza de San Pedro, con los cardenales, obispos y sacerdotes
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco presidió hoy jueves en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, la santa misa en la plaza de San Pedro. Después de la bendición de los palios para los arzobispos metropolitanos, predicó la homilía que reproducimos a continuación:
«La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración. La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13).
Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15).
A este punto, responde sólo Pedro: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’ (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida.
Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: ‘¿Quién soy yo para ti?’. Es como si dijera: ‘¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?’.
Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a ‘arder’ por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con ‘vivir al día’ o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo.
Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de ‘ser –como escribe– derramado en libación’ (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida.
Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, ‘es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males’ (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús.
Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros.
Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos ‘atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados’ (2 Co 4,8-9). Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo.
Por eso Pablo –lo hemos oímos– se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse.
Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas.
Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre.
Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros.
El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.