La decisión más importante
- 30 Julio 2017
- 30 Julio 2017
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El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún «tesoro»? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: «Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo». Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: «La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento». El papa Francisco nos viene repitiendo: «El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios».
Si esta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba «reino de Dios»? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?
La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el «tesoro» del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.
El papa Francisco nos está diciendo que «el reino de Dios nos reclama». Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.
José Antonio Pagola 17 Tiempo ordinario - A
(Mateo 13,44-52) 30 de julio 2017
El Papa, en el Angelus de hoy
El Papa denuncia "nos hemos habituado a considerarlo una cosa normal"
Francisco: "No a la trata de personas, una plaga aberrante y criminal"
"Jesús es el tesoro escondido, la perla que puede cambiar nuestra vida y darle significado"
Jesús Bastante, 30 de julio de 2017 a las 12:13
- Erradicar la trata de personas, un compromiso ineludible en el siglo XXI
- Combatir la trata y el turismo sexual sólo es posible con la colaboración de todos
El discípulo ha encontrado mucho más, la alegría plena que sólo el Señor puede donar, presente en los enfermos curados, en los pecadores perdonados, en el ladrón a quien se le abre la puerta del Paraíso
(Jesús Bastante).- No a la trata de personas, "Una plaga aberrante, forma de esclavitud moderna" que ha de ser "completamente erradicada". Con motivo del Día Mundial de lucha contra la Trata, el Papa Francisco denunció que, hoy, "hay millones de hombres, mujeres y niños víctimas inocentes de la esclavitud laboral y sexual, y del tráfico de órganos".
"Nos hemos habituado a considerarlo una cosa normal", clamó el Papa. "Esto es muy fuerte, cruel, es criminal", denunció, exigiendo "el empeño de todos para que esta plaga aberrante sea adecuadamente erradicada".
"Recemos juntos a la Virgen María para que sostenga a las víctimas de la trata y convierta el corazón de los traficantes", invitó el Papa, al término del rezo del Angelus en la plaza de San Pedro.
Antes, Bergoglio reflexionó sobre las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa, abundando en el protagonismo del campesino que encuentra el tesoro en un campo que no es suyo, y el mercader que halla la perla más hermosa que jamás había soñado.
"Son dos hombres con oficios distintos, pero con el mismo objetivo: apuntar todo lo que tienen para obtener el tesoro que han descubierto", subrayó el Papa, quien incidió en dos características "que conciernen al Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio".
Porque, para encontrar el el Reino de Dios, hay que buscarlo, con un corazón que "arda del deseo de alcanzar el bien precioso, es decir, el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús, que es el tesoro escondido, la perla que puede cambiar de manera decisiva nuestra vida y darle significado".
Para el Papa, "el discípulo de Cristo no es alguien que se ha privado de lo esencial, sino quien ha encontrado mucho más, la alegría plena que sólo el Señor puede donar, presente en los enfermos curados, en los pecadores perdonados, en el ladrón a quien se le abre la puerta del Paraíso".
La alegría del campesino y del mercader, concluyó, "es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida". Una presencia, asegura, que es "capaz de transformarnos el corazón y abrirnos a la acogida de los hermanos, especialmente de los más débiles".
Texto completo de la reflexión del Papa antes de la oración mariana
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El discurso parabólico de Jesús, que agrupa siete parábolas en el capítulo décimo tercero de Evangelio de Mateo, se concluye con las tres semejanzas de hoy: el tesoro escondido (v. 44), la perla preciosa (v. 45-46) y la red de pesca (v. 47-48). Me detengo en las primeras dos que subrayan la decisión de los protagonistas de vender toda cosa para obtener aquello que han descubierto. En el primer caso se trata de un campesino que casualmente se topa con un tesoro escondido en el campo donde está trabajando. No siendo el campo de su propiedad, debe comprarlo si quiere entrar en poseso del tesoro: entonces decide arriesgar todos sus haberes para no perder aquella ocasión de veras excepcional. En el segundo caso encontramos un mercader de perlas preciosas; él, como experto conocedor, ha descubierto una perla de gran valor. También él decide apuntar todo en aquella perla, al punto de vender todas las otras.
Estas semejanzas ponen en evidencia dos características concernientes el poseso de Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. El Reino de Dios es ofrecido a todos, pero no está puesto a disposición en una bandeja de plata, necesita un dinamismo: se trata de buscar, caminar, ocuparse. La actitud de la búsqueda es la condición esencial para encontrar; es necesario que el corazón arda del deseo de alcanzar el bien precioso, es decir, el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un viraje decisivo a nuestra vida, llenándola de significado.
De frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino come el mercader se dan cuenta que tienen delante una ocasión única que no deben dejarse escapar, por lo tanto, venden todo aquello que poseen.
La valuación del valor inestimable del tesoro, lleva a una decisión que implica también sacrificio, separaciones y renuncias. Cuando el tesoro y la perla han sido descubiertos, es decir, cuando hemos encontramos al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificarle cualquier otra cosa. No se trata de despreciar el resto sino de subordinarlo a Jesús, poniéndolo a Él en el primer lugar. La gracia en primer lugar. El discípulo de Cristo no es uno que se ha privado de algo esencial, es uno que ha encontrado mucho más: ha encontrado la alegría plena que sólo el Señor puede donar. Es la alegría evangélica de los enfermos curados, de los pecadores perdonados, del ladrón a quien se le abre la puerta del paraíso.
La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (cfr. Evangelii Gaudium, n. 1). Hoy somos exhortados a contemplar la alegría del campesino y del mercader de las parábolas. Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma el corazón y nos abre a las necesidades y a la acogida de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles.
Recemos por la intercesión de la Virgen María, para que cada uno de nosotros sepa dar testimonio, con las palabras y los gestos cotidianos, de la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios, es decir, el amor que el Padre nos ha donado mediante Jesús.
Palabras del Papa tras rezar la oración mariana del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es el Día Mundial contra la Trata de Personas, promovido por las Naciones Unidas. Cada año, miles de hombres, mujeres y niños son víctimas inocentes de la explotación laboral, sexual y del tráfico de órganos. Y parece que nos hemos acostumbrado a considerarla una cosa normal. Estos es feo, es cruel, es criminal. Deseo renovar mi llamamiento al empeño de todos, con el fin de que esta "plaga aberrante de esclavitud moderna", sea aplacada adecuadamente.
Oremos junto con la Virgen María para que ella sostenga a las víctimas de la trata y convierta los corazones de los traficantes.
Saludo ahora a los peregrinos provenientes de Italia y de otros países, en particular a las Hermanas Murialdinas de San José, las novicias de las Hermanas de María Auxiliadora, a los monaguillos de varias parroquias italianas y al club italiano de Hockey Femenino de Buenos Aires.
Les deseo a todos un buen domingo, y por favor no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
El tesoro más grande del mundo
Santo Evangelio según San Mateo 13,44-52. XVII Domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo A.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quiero, Señor, estar contigo en este momento. Te necesito más que a nadie. Te pido me ayudes a ser cada día mejor. Dame la gracia de hacer una experiencia profunda de Ti y de tu amor. Aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad. Pongo en tus manos, mi vida, mi familia, mis intenciones. Ayúdame a serte siempre fiel y buscar en todo momento cumplir tu santísima Voluntad.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Qué distinto puedo leer este pasaje cuando tengo presente que el Reino eres Tú. Tú eres el Reino que prometes a los que te siguen con confianza y decisión, eres la heredad de los que se entregan a tu servicio.
Entonces, sabiendo que eres el Reino, te puedo comparar con ese tesoro o esa perla por la que vale la pena dejarlo todo para obtenerlo. Pero necesito conocer el valor de ese tesoro, el peso de esa perla; necesito encontrarla y hacer la experiencia.
Las perlas se encuentran originalmente dentro de alguna concha en el fondo del mar. Esa imagen me puede servir para saber dónde encontrarte. En realidad no hace falta que te busque fuera, Tú habitas dentro de mí. Debo sumergirme en mi interior y allí, en lo más hondo de mi alma, puedo encontrarte. Pero necesito silencio, necesito bajar y dejarme guiar por la voz del Espíritu Santo para así llegar hasta Ti y descubrirte. No te encuentro en las cosas superficiales que me ofrece el mundo, en el ruido de las discotecas, las noticias de la farándula o las series de TV. Al mundo le interesa que me quede sólo con las playas exóticas, o tal vez, con los corales y los peces de colores, pero que nunca me atreva a bajar y buscarte.
Los tesoros también se hayan enterrados. Para sacar un tesoro se debe sacar la tierra, las piedras, las cosas que impidan extraerlo. En mi vida, para encontrarte a Ti, es necesario quitar, sacar, arrancar todo aquello que no me deje encontrarte. Las piedras de mi soberbia, las malas hierbas de mi desconfianza, las arena de mi falta de fe. Pero esto se saca porque se sabe, se cree, que ahí abajo estará el tesoro. Y Tú nunca defraudas. El mundo, por el contrario, no quiere que rompa mi piso y escarbe en la intimidad. Él asfalta, pavimenta, embaldosa, y si es posible pone tapetes con tal de que no vaya al fondo. Me invita a los tesoros momentáneos, y a veces, falsos, de los placeres, de las vanidades, de los engaños, de las mentiras.
Dame la gracia, Jesús, de que seas Tú el tesoro y la perla de mi vida. Permíteme encontrarte dentro de mí, porque sé que allí habitas. Ayúdame a desprenderme de todo lo que me impide llegar hasta Ti y jamás permitas que te venda, te intercambie por cosas, relaciones o placeres de poco valor.
"Somos sólo recipientes de barro, pero custodiamos dentro de nosotros el tesoro más grande del mundo. Los corintios sabían bien que era torpe preservar algo precioso en recipientes de barro, que eran baratos, pero se agrietaban fácilmente. Tener en su interior algo de precioso quería decir correr el riesgo de que se perdiera. Pablo, pecador agraciado, humildemente reconoce ser frágil como un recipiente de barro. Pero ha experimentado y sabe que está precisamente ahí, donde la miseria humana se abre a la acción misericordiosa de Dios, el Señor obra maravillas. Así obra la "extraordinaria potencia" de Dios. Confiado en esta humilde potencia, Pablo sirve al Evangelio".
(Homilía de S.S. Francisco, 26 de febrero de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy leeré en algún tiempo el salmo 15.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Pedro Crisólogo, Santo
Memoria Litúrgica, 30 de julio
Obispo de Rávena y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Pedro, “Crisólogo” de sobrenombre, obispo de Ravena y doctor de la Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol, desempeñó su oficio tan perfectamente que consiguió capturar a multitudes en la red de su celestial doctrina, saciándolas con la dulzura de su palabra. Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la región de la Emilia Romagna (c. 450).
Breve Biografía
San Pedro, quien fue uno de los oradores más famosos de la Iglesia Católica, nació en Imola, Italia y fue formado por el Obispo de esa ciudad Cornelio, por el cual conservó siempre una gran veneración. El Obispo Cornelio convenció a San Pedro de que en el dominio de las propias pasiones y en el rechazar los malos deseos reside la verdadera grandeza, y que este es un medio seguro para conseguir las bendiciones de Dios.
San Pedro gozó de la amistad del emperador Valentiniano y de la madre de éste, Plácida, y por recomendación de los dos, fue nombrado Arzobispo de Ravena. También gozó de la amistad del Papa San León Magno.
Cuando empezó a ser arzobispo de Ravena, había en esta ciudad un gran número de paganos. Y trabajó con tanto entusiasmo por convertirlos, que cuando él murió ya eran poquísimos los paganos o no creyentes en este lugar.
A la gente le agradaba mucho sus sermones, y por eso le pusieron el sobrenombre de crisólogo, que quiere decir, el que habla muy bien. Su modo de hablar era conciso, sencillo y práctico. La gente se admiraba de que en predicaciones bastante breves, era capaz de resumir las verdades más importantes de la fe. Se conservan de él, 176 sermones, muy bien preparados y cuidadosamente redactados. Por su gran sabiduría al predicar y escribir, fue nombrado Doctor de la Iglesia, por el Papa Benedicto XIII.
Recomendaba mucho la comunión frecuente y exhortaba a sus oyentes a convertir la Sagrada Eucaristía en su alimento de todas las semanas.
Tesoro escondido - perla preciosa: el Reino de los Cielos
Ciclo A Domingo 17 / Mt 13, 44-52 - ¿Quién de nosotros está dispuesto a arriesgar todo lo suyo para ganar ese tesoro celestial?
Mateo 13, 44-52
«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.» «También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. «¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí.» Y él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.»
Reflexión
En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla por medio de parábolas. Así quiere atraernos a su Reino de los Cielos, presente ya en la Iglesia. Por las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa, Jesús nos llama la atención sobre la suerte incomparable y la ocasión única de ganar ese Reino.
Encontrar un tesoro escondido era el sueño de muchos en la antigüedad. En una época sin bancos quedaba como único recurso seguro esconder la fortuna debajo de la tierra. Y si el poseedor murió sin desenterrarlo, un golpe de fortuna podía sacar a luz este tesoro.
Tanto para el pobre como para el rico.
El hombre en nuestra parábola parece ser un pobre jornalero. Él encuentra el tesoro, trabajando en un campo ajeno. Por eso tiene que vender todo lo que posee, para poder comprar el campo. Resuelta y alegremente aprovecha la única ocasión de salir de la miseria.
Por el contrario, el hombre de la segunda parábola es un rico comerciante mayorista en perlas. En aquel tiempo las perlas eran obtenidas en el mar Rojo y valían, además del oro, como máxima preciosidad. Él las adquiere de pescadores de perlas o de pequeños negociantes. También este rico aprovecha el caso fortuito, vende su propiedad y compra esta perla de gran valor.
Ahora, ¿cuál es el mensaje de estas parábolas?
Me parece que Jesús quiere destacar, sobre todo, dos rasgos en el procedimiento de los dos hombres:
El primer rasgo: la alegría radiante de los que encuentran el tesoro o la perla. Su gozo es tan grande que toda otra cosa palidece ante el brillo de su hallazgo. Conmovidos y cautivados por su suerte, ponen en juego toda su existencia.
Es el segundo rasgo: su abandono total para ganar el tesoro o la perla. Conocen un solo fin y venden hasta todos sus bienes para conseguirlo: adquirir esa preciosidad. Están seguros de hacer el gran negocio de su vida.
Lo mismo pasa también con el Reino de los Cielos. La Buena Nueva de ese Reino conmueve los corazones, despierta una alegría desbordante, causa una entrega apasionada. Los que oyen y comprenden esta noticia, arriesgan todo lo que tienen para ganar a Dios y su Reino.
Es la oportunidad única de toda su vida. Esta suerte incomparable hay que aprovecharla a riesgo de todos los medios y todas las posibilidades. Es el verdadero y único valor que vale la pena en este mundo. Una ganancia extraordinaria y eterna espera a los que se juegan la vida por Dios y su Reino.
Además, la parábola doble quiere decirnos que Dios ofrece a cada uno de sus hijos esta ocasión única para la salvación: al pobre jornalero tanto como al rico mayorista.
También hoy en día Dios da esta oportunidad. Porque la humanidad de nuestro tiempo sigue buscando su suerte duradera, lo mismo como en el tiempo de Jesús. Me parece que también todos nosotros estamos todavía en camino, en busca de este tesoro.
• ¿Quién de nosotros puede decir que ya encontró en Dios la suerte para siempre?
• ¿Quién de nosotros realiza su vida con esa alegría desbordante que caracteriza a los que hallaron la felicidad en Dios?
• ¿Y quién de nosotros está dispuesto a arriesgar todo lo suyo para ganar ese tesoro celestial?
¿Cómo logramos esa actitud?
La segunda Lectura de hoy (Romanos 8, 28-30) nos muestra el camino para lograr esta actitud solicitada. Consiste en reproducir la imagen de Jesús, seguir sus huellas, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. En él tenemos nuestro molde siempre vital y actual. Él nos regala, en su seguimiento, la alegría verdadera que transfigura toda pena y miseria de este mundo. Él nos da la fuerza de arriesgar todo para ganar todo, o sea lo único necesario y decisivo: El cielo y la comunidad con los nuestros y con Dios para siempre.
Un maravilloso testimonio personal de esta actitud nos da San Pablo en su Carta a los Filipenses: “todo lo tengo por daño en comparación del sublime conocimiento de Cristo, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo y encontrarme en Él. De una cosa me ocupo: olvidando lo que queda atrás me lanzo en persecución de lo que está delante, corro hacia la meta, hacia la vocación celeste de Dios en Cristo Jesús.” (Fil 3,6ss)
Queridos hermanos, meditemos un momento sobre ello.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.