Te abriste un camino por el mar, un sendero por las aguas caudalosas, y nadie descubrió tus huellas

Evangelio según San Mateo 14,23-26. 

Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. 
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. 
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. 

Santo Domingo de Guzmán

El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas en el mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.   A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que en seriedad parecía un anciano.

Su goce especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres.   En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros católicos estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor santidad.

Y así de esa manera las conversiones de herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente.   Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar con grandes éxitos apostólicos. Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión.

Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: «Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones».   En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores, con 16 compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.   El gran fundador le dieron a sus religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos.

Por ejemplo estas:   Primero contemplar, y después enseñar: dedicar tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia; después sí predicar con todo el entusiasmo posible.-   Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.

Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: «De día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación». Pasaba noches enteras en oración.   Era de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba con verdadero entusiasmo.   Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente se los sabía de memoria.

A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo.   Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía.

Y el 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes cuando le decían: «Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte», dijo: «¡Qué hermoso, qué hermoso!» y expiró.   A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de su canonización: «De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo».

Oremos

Que tu Iglesia, Señor encuentre siempre luz en las enseñanzas de Santo Domingo y protección en sus méritos: que él, que durante su vida fue predicador insigne de la verdad, sea ahora para nosotros un eficaz intercesor ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo

San Columbano (563-615), monje, fundador de monasterios Instrucciones espirituales I, la fe 3-5

“Te abriste un camino por el mar, un sendero por las aguas caudalosas, y nadie descubrió tus huellas.” (Sal 76,20)

Dios está en todas parte, todo entero, inmenso. Por todas partes está cerca según el testimonio que él da de sí mismo: “Yo soy un Dios cercano y no un Dios lejano”. El Dios que buscamos no es un Dios que está lejos de nosotros. Está en medio de nosotros si somos dignos de él. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo si somos para él miembros sanos no contaminados por el pecado (cf 1Co 12,27). Así él habita verdaderamente en nosotros, tal como él mismo ha dicho: “Yo pondré mi morada en medio de vosotros y nunca os rechazaré. Viviré en medio de vosotros; seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Lv 26,11-12). Queriendo habitar en nosotros, por gracia, nos vivifica verdaderamente, haciendo de nosotros sus miembros vivos. “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Ac 17,28) como dice San Pablo.

Pero ¿quién puede seguir al Altísimo hasta su ser inefable e incomprensible? ¿Quién escrutará las profundidades de Dios? ¿Quién sabrá tratar del origen eterno del universo? ¿Quién se gloriará de conocer a Dios infinito que penetra todo, que envuelve todo, que sobrepasa todo, que abraza todo y se sustrae a todo?”A Dios nadie lo vio jamás” (Jn 1,18) tal cual es. Que nadie tenga la presunción de querer sondear las impenetrables profundidades de Dios, el qué, el cómo, el por qué de su ser. No puede ser expresado ni escrutado ni penetrado. Simplemente, cree con fuerza que Dios es y que Dios siempre será tal cual es ya que en Dios no cabe cambio alguno.

Una fe firme

Santo Evangelio según San Mateo 14, 22-36. XVIII Martes de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Nos ponemos en tu presencia Espíritu Santo, ilumínanos con tu luz, abre nuestros corazones para ser dóciles a tus inspiraciones.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La vida que Cristo nos invita a vivir siempre estará marcada por un vaivén de momentos de claridad y momentos de sombras. Habrá días en que nos deleitaremos viendo las multiplicaciones de los panes y tantos milagros del maestro, pero otros en los que el actuar de Dios nos parecerá misterioso y desconcertante, porque los caminos de Dios no son los caminos de los hombres.

Por ello, Jesús nos ha querido dejar una gran lección en este pasaje a todos los hombres de poca fe de todos los tiempos, cuando dice: "Tranquilícense y no teman. Soy yo". Jesús quiere que nuestra fe sea firme a pesar de la luz o la oscuridad que se vaya presentando en nuestra vida. Nuestra fe debe ser tan fuerte que debemos saber que los momentos de prueba u oscuridad pasarán, y es una oportunidad para crecer en nuestra santificación y confianza en Dios.

El Papa Francisco ha repetido la importancia de hacer memoria. Es común que nosotros, hombres de poca fe, nos dejemos inquietar por rachas de la vida, o dar demasiada importancia a cosas que no lo son. Cuando recordamos la obra de Dios en nuestra vida y vemos el todo, se desvanecerán tantos fantasmas que rondan nuestra barca. Hacer memoria es ver las cosas desde una óptica desde la que nos ve Dios, es ver el actuar de su providencia que jamás nos ha dejado, ni nos dejará.

La corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo. Quisiera, para finalizar, pedirles que sigan enfrentando el miedo con una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces, todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura.

(Homilía de S.S. Francisco, 5 de noviembre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ir a una capilla y pedirle al Señor la gracia de jamás dudar y de ser un hombre de mucha fe.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Has caminado alguna vez sobre las aguas?

Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes...

Mateo 14, 22-33

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: Señor, si eres tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuento subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.

Reflexión

Se cuenta que en una ocasión un grupo de norteamericanos fue de peregrinación a Tierra Santa. Y estando ya a orillas del mar de Galilea, extasiados por la belleza del lugar, expresaban su alegría incontenible al contemplar ese lago que tantas veces había visto nuestro Señor con sus propios ojos y en cuyas aguas había navegado junto con sus discípulos. Y deciden embarcarse y hacer una breve travesía. Los que alquilaban las barcas –que eran judíos muy “judíos”– pensaron que con esos turistas harían su agosto: –“Queremos ir a Cafarnaún en barca”– les dicen los americanos. Las distancias del lago no son muy grandes y con un bote de motor se hace hoy en día en una media hora. –“Pues el viaje les cuesta 700 dólares”–les contestan. Al ver el espanto de los peregrinos por el precio tan alto, añaden los dueños de la barca: –“Amigos, es que este lago es muy especial. Sobre estas aguas caminó Jesús”–. Y, sin pensarlo dos veces, comentan los visitantes: –“¡Pues claro, con ese precio no nos extraña!”.

Bueno, dejando la broma aparte, es un hecho que Jesucristo nuestro Señor anduvo sobre las aguas de este mar de Galilea en más de una ocasión. Por la fuerza de la rutina, estamos acostumbrados a escucharlo y ya no nos causa demasiada impresión. Pero, imaginémonos a Cristo caminando sobre las aguas... ¡Era algo sumamente extraordinario y prodigioso! Tanto que sus discípulos –nos narra el Evangelio– “se turbaron y se pusieron a gritar pensando que era un fantasma”.

Sí. Cristo tenía unos poderes sobrenaturales y divinos. Era el Señor de la naturaleza y toda ella le obedecía: el viento, los mares, las enfermedades y hasta la misma muerte. Todo le está sometido. El domingo pasado veíamos cómo Jesús multiplicaba cinco panes y dos peces para dar de comer a una inmensa multitud. Y en el Evangelio de hoy camina sobre las aguas, hace caminar también a Pedro sobre el mar y aplaca la tempestad con su sola presencia. ¡Éste es Jesús: nuestro Señor, nuestro Rey, nuestro Dios todopoderoso! Con Él, ¿qué podemos temer?

Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles atenazados por el miedo: “Tened confianza. Soy yo. No temáis.”. ¡Qué seguridad nos infunde este Cristo Señor y disipa todos nuestros temores, miedos, angustias, desesperaciones! Sólo Él puede llenarnos de confianza cierta. ¡Y cuánto lo necesitamos en nuestra vida de todos los días!

Pero Pedro, que todavía no acababa de creérselo del todo, le dice, con un cierto tono de desafío y de respeto: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Y Cristo, ni corto ni perezoso, le cumple su “caprichito”: “Ven”. Una sola palabra. Un monosílabo. Y eso fue suficiente para que Pedro saliera disparado, como una flecha, fuera de la barca. Comienza a andar, también él, sobre las aguas.

Pero, fíjate lo que viene a continuación: ¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte –nos dice el Evangelio– temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor sálvame”. Jesús lo coge entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y es que para nuestro Señor es mucho más milagro que tengamos fe, que confiemos siempre en Él, ciegamente, a pesar de todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre los mares.

Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la FE y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él. Y precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas gratis, sin necesidad de una barca o de un salvavidas –y sin pagar 700 dólares–, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes... ¡Con Jesús todo lo podemos!
 

El Papa Francisco y Pablo VI

Papa Francisco visita tumba del beato Pablo VI en el aniversario de su muerte

El Papa Francisco rezó ante la tumba del Papa Pablo VI el domingo 6 de agosto en la Basílica de San Pedro con motivo del 39 aniversario de su muerte. Allí permaneció durante unos minutos orando y recordando la figura del Pontífice.

La tumba se encuentra bajo la Basílica, en las galerías subterráneas en las que también exísten algunas capillas donde se celebra misa a diario.

El Papa beato

A Pablo VI se le recuerda como un hombre brillante y profundamente espiritual, humilde, reservado y gentil, un hombre de “infinita cortesía”. Es el autor de la  carta encíclica Humanae Vitae sobre la regulación de la natalidad y la responsabilidad de los padres para sus hijos, así como la transmisión de la vida y que ha resultado de suma importancia para la Iglesia.

Ha sido el primer Papa en visitar los cinco continentes. Su destacado pensamiento se ve reflejado en sus mensajes, cartas, discursos pronunciados entre otros.

Es además recordado por fomentar los diálogos ecuménicos.  En la historia de la Iglesia ha dejado huella con tantas acciones, como su exitosa conclusión del Concilio Vaticano II, así como su rigurosa reforma de la Curia Romana, el discurso ante la Organización de las naciones Unidas en 1965.

También entre sus escritos tenemos su encíclica Populorium Progressio de 1967 y en 1971 está su carta de carácter social, Octogesima Adveniens, y su Exhortación apostólica, Evangelii Nuntiandi.

El Papa Pablo VI murió, el día que se celebra la Fiesta de la Transfiguración del Señor, el 6 de agosto de 1978.

El 11 de mayo de 1993, en tiempos de San Juan Pablo II, dieron inicio al proceso diocesano de beatificación del Siervo de Dios Pablo VI y el 20 de diciembre de 2012 publicaron el decreto de la Congregación de las causas de los santos, que reconocen sus virtudes heroicas reconocidas por el entonces Papa Benedicto XVI, hoy Sumo Pontífice Emérito.

El Papa Francisco aprobó en mayo del 2014 su beatificación y la ceremonia se llevó a cabo el 19 de octubre del mismo año en el Vaticano, y contó con la presencia de Benedicto XVI.

El Ayuno: poderosa arma espiritual

5 maneras de incluirlo en tu vida

El ayuno da a luz a los profetas y fortalece a los poderosos; ayunar hace que los legisladores sean sabios. El ayuno es una buena salvaguarda para el alma, una firme compañía para el cuerpo, un arma para el valiente, un gimnasio para los atletas.

El ayuno repele las tentaciones, unge a la piedad; es la camarada de la observación y el artífice de la castidad.

En las guerras combate valientemente y en la paz nos enseña la quietud. San Basilio El Grande.

¿Estas luchando con algún pecado? Me refiera que parece que hay un pecado del cual parece que no puedes liberarte; un pecado que te tiene en constante estado de culpa y desesperación. Has orado, has frecuentado los sacramentos, pero parece que no puedes librarte de esas cadenas.

Todos hemos pasado por eso en alguno y otro momento, y esas luchas son parte integral de la vida espiritual. Pero no tiene por qué ser de esa manera. Hoy quiero presentarte una muy poderosa, pero muy descuidada arma en el arsenal espiritual: El Ayuno.

Si quieres llenar de energía tu vida espiritual, si quieres derrotar un pecado que te ha mantenido esclavizado, si quieres crecer en tu unión con Dios, toma la santa arma del ayuno. Porque como lo dijo Jesús, hay algunos demonios que “no pueden ser expulsados sino es con ayuno y oración”.

Examinemos esta poderosa arma y su uso en la vida espiritual.

¿Cuál es el punto del ayuno?

Desde los primeros tiempos, la Iglesia nos ha enseñado la necesidad del ascetismo en la vida de cada cristiano. Así es- ascetismo no es solo para monjes y sacerdotes, pero para laicos también. ¿Pero a que nos referimos con ascetismo?

Para cualquier propósito, el ascetismo puede ser vagamente definido como el negarse a sí mismo con el fin en mente del autocontrol. Y este negarse a sí mismo a menudo toma la forma de, lo adivinaste, ayuno.

El ascetismo es necesario para todos debido a nuestras pasiones, los deseos intensos de la carne, los cuales a veces son llamados concupiscencia. La experiencia nos enseña que muchas veces somos llevados por estos deseos en formas en las que apenas logramos controlar. San Pablo nos dice que:

“Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen.” (Gal 5,17)

Esta guerra es tan intensa que nuestras pasiones muchas veces nos llevan hacer cosas que no queremos, y nos encontramos diciendo:

“Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco” (Romanos 7,15)

Debemos tener en mente que la pasión de la carne no es necesariamente mala, pero que debido nuestra naturaleza caída, ellos están fuera de control y nos quieren dominar. Eso sin considerar nuestras pasiones, que llevan nuestras almas a un comportamiento destructivo como la glotonería, el odio, los desórdenes sexuales, o adicciones de todo tipo. Eventualmente su dominio nos llevará al infierno.

Las pecaminosas pasiones son un campo que se incrementa hacia la muerte nos explica San Pablo:

“Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por la Ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte”. (Romanos 7,5)

Al enfrentarse a la realidad de las pasiones, puede resultar muy fácil sentirse desmotivado y pensar que nunca podremos sobrellevarlas. Nuestros ruegos dicen:

“¡Miserable de mí! ¿Quién me librara de la muerte?” (Romanos 7,24)

Afortunadamente ese no es el final de la historia, no somos sencillamente abandonados como esclavos incapaces de la concupiscencia.

“Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu”. (Romanos 8,1)

A través de la gracia de Dios y el caminar en la nueva vida comprada para nosotros por Jesucristo, podemos sobreponernos y vencer a nuestras pasiones. Podemos vivir como hijos de Dios, libres de la ley del pecado que nos lleva a la muerte.

Así que, hablando prácticamente ¿cómo encuentro libertad? Nuevamente San Pablo nos explica:

“Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne. Porque si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne (del cuerpo), vivirán.” (Romanos 8,12-13)

“Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Gálatas 5,24)

“¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólouno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen". (1 Corintios 9,24)

En otras palabras, encontraremos libertad de nuestras pasiones a través de mortificarnos haciendo que estas mueran, a través de la práctica de la gracia –empoderada de ascetismo, específicamente, el ayuno. El ayunar nos ayuda a domar ese potro salvaje y someterlo con una brida de auto control.

En su constitución apostólica de la penitencia, Painitemini, el papa Pablo VI nos explica claramente:

"El ejercicio de la mortificación corporal-dejando de lejos cualquier forma de estoicismo- no implica la condenación de la carne, que los hijos de Dios debemos asumir. Por el contrario la mortificación apunta a la “liberación” del hombre, que a menudo se encuentra asimismo, debido a la concupiscencia, casi encadenado por sus propios sentidos. A través del “ayuno corporal” el hombre renueva sus fuerzas y “heridas infringidas en la dignidad de nuestra naturaleza por la interposición es curada por la medicina de esta sanadora abstinencia".

¿Cómo debemos ayunar?

Ahora que hemos discutido el propósito del ayuno, veamos cómo podemos incluir nuestro ayuno en nuestra vida diaria.

1.- Comienza con lo básico

El primer paso para ayunar es obedecer la ley de la Iglesia: ayunar los Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, abstenerse de carne los Viernes y observar el ayuno de la Eucaristía (no comer o beber una hora antes de la comunión).

A pesar de que abstenerse de la carne los viernes, es verdad de técnicamente esto no es requerido en algunos países, pero algún tipo de penitencia basada en la abstinencia de algún tipo de comida es requerida. Pero en lugar de tratar de inventar algún tipo nuevo de penitencia, ¿porque no continuar con lo que los Católicos han hecho ya por muchos años? Hay una buena razón para abstenerse de carne los viernes.

Pero hombre, ayunar dos días al año y abstenerse de comer carnes los Viernes de Cuaresma es algo realmente fácil. En los “viejos tiempos”, el ayuno era requerido todos los días de la Cuaresma. Incluso hubo un tiempo en el que el ayuno requería la abstinencia de todos los productos lácteos.

Existían un sin número de otros ayunos y días de abstinencia a lo largo del año litúrgico también. Yo diría que la tenemos realmente más fácil que en cualquier otro periodo de la historia de la Iglesia Católica. Así que comencemos con lo básico y obedezcamos la ley de la Iglesia sin estarnos quejando y llorando por ello.

2.- Agrega algo mas

Como hombres católicos, nunca deberíamos conformarnos con quedarnos con el mínimo. Deberíamos buscar constantemente el alcanzar una conversión más profunda. San Francisco de Sales nos da un buen consejo al respecto:

"Si eres capaz de ayunar, harías bien en observar algunos días más allá de los que nos ordena la Iglesia, porque además del efecto que produce el ayuno de elevar nuestra mente, someter a la carne, confirmar nuestras bondad y obtener las recompensas del cielo, se trata también de controlar la avaricia, y de mantener los apetitos sensuales y todo el cuerpo sujeto a la ley del Espíritu; y a pesar de que lo que podamos hacer sea poco, el enemigo aun así se detiene asombrado de aquellos que él sabe que pueden ayunar".

De acuerdo a esto, una vez que has comenzado a seguir la ley de la Iglesia, construye en eso la base que incluye ayunar en otras formas. Aquí hay algunas ideas:

Evita una comida extra a la semana, como un desayuno o un almuerzo. En adición a los viernes, los miércoles son días tradicionales de ayuno, así que es un buen día para comenzar.

Niégate a ti mismo el postre en días establecidos. De todas maneras, muchos de nosotros ya comemos demasiada azúcar.

Evita la salen tu comida.

Ayuna de sodas. ¡Son muy malas para ti!

Evita la cervezay otras bebidas alcohólicas cuando salgas a comer.

No comas entre comidas.Esto suena fácil, pero inténtalo. Encontraras que es un tanto difícil ya que la mayoría de nosotros picamos algo frecuentemente sin darnos ni si quiera cuenta.

Incluye otras cosas además de comida.Por ejemplo, ayuna de tecnología un día a la semana.

Ayuna(una comida fuerte y dos livianas) un día a la semana.

Bebe solo agua.

Ahora, no tienes que ayunar de todas estas cosas todo el tiempo. Lo mejor es seleccionar días establecidos para ayunar, como los miércoles o los viernes que ya mencionábamos antes. Hacer esto nos ayuda a mantener nuestro ayuno de manera consistente.

3.- Ayuna del pecado

Ayunar corporalmente no sirve de nada a menos que este acompañado de ayuno espiritual del pecado. San Basilio nos da la siguiente exhortación en lo que se refiere al ayuno:

“Debemos ayunar de manera aceptable y agradable al Señor. El verdadero ayuno es alejarnos de la maldad, la templanza de la lengua, abstinencia del enojo, separación de los deseos, las calumnias, las falsedades y las injurias. Privarnos de todo esto es el verdadero ayuno.”

4.- La oración

El ayuno no se trata únicamente de fuerza de voluntad. La gracia es absolutamente necesaria. Mientras que el ayuno le da energía a la oración, la oración energiza el ayuno. Ambas son débiles si no se acompañan de la otra.

Mientras ores por controlar tus pasiones, ora constantemente por que la gracia de Dios fluya en tu alma, ruega por las virtudes en las que necesites madurar, y pide por la fuerza para librar la batalle espiritual.

5.- Cuídate del pecado

Con cualquier tipo de auto-disciplina, penitencia, o ayuna viene la tentación del orgullo.Nos enfrentamos con el peligro de creer que somos superiores que otros porque ayunamos, o pensar que el ayuno es la meta como tal. Porque el ayuno nunca es el fin, no nos hace perfectos o más espirituales que otras personas. En lugar de eso, el ayuno es una ayuda, una herramienta de entrenamiento de nuestro crecimiento hacia la perfección, que se basa en una pura, donación de amor para Dios y nuestro prójimo.

“Mantente en guardia cuando comiences a mortificar tu cuerpo con la abstinencia y el ayuno, te hace imaginarte perfecto y santo; y la perfección no consiste en esta virtud. Es solo una ayuda; una disposición; un medio a través del cual nos vamos preparando, para el logro de la verdadera perfección" (San Jerónimo)

Conclusión

Si descuidamos el ayuno, nuestra vida espiritual continuará siendo mediocre siempre. Estaremos débiles en el combate de nuestras pasiones, sucumbiremos fácilmente a la tentación y nunca podremos verdaderamente sobrellevar nuestro inherente egoísmo y auto indulgencia.

Como hombres, nuestro deseo debe ser fortalecernos y ser lo mejor que podamos ser. Debemos tratar de entrenarnos para ser fuertes en la batalla espiritual, para que podamos resistir las tentaciones del maligno. No hay mejor forma de comenzar este entrenamiento espiritual que a través de la práctica del ayuno.

¿Autocomulgar? ¡Imposible!

Esta mala costumbre es una forma de self-service ajena por completo a la tradición eclesial

Una mala comprensión del misterio de la Eucaristía se tradujo en una praxis, en una práctica, que era un abuso absoluto. Hace años era muy frecuente que se dejase la patena y el cáliz sobre el altar y que cada fiel pasase y comulgase directamente por sí mismo, una forma de self-service ajena por completo a la tradición eclesial, mientras el sacerdote permanecía sentado. O también se hacía otra variante, la de pasar de mano en mano la patena y luego el cáliz estando todos sentados.

La concepción sacramental que había detrás es de una gran pobreza. Se consideraba el santísimo sacramento de la Eucaristía como una simple comida de fraternidad, y se quería realizar de modo que fuese semejante a una comida de amigos, llena de igualitarismo y de informalidad. Pero, ¿acaso la Eucaristía es comida de amigos? ¿Lo que Jesucristo realizó al instituir la Eucaristía en la Última Cena era una comida de colegas, sin más? ¡Es evidente que no! Estas son concepciones nuestras, que hemos secularizado totalmente la persona de Cristo y sus acciones. Son concepciones de una teología liberal, del modernismo, que niegan la divinidad de Cristo y naturalizan todo lo que Él es y realizó.

Esa forma de autocomunión se hizo común en Misas para grupos reducidos en convivencias y encuentros, en campamentos juveniles, en Misas domésticas para “comprometidos”, y en algunos casos incluso en las Misas parroquiales. Pero es un completo abuso, es una aberración ante el Misterio de la Eucaristía.

En la Tradición de la Iglesia, siempre es un ministro el que entrega la Comunión al fiel con una fórmula para que se responda “Amén”, como profesión de fe en la Presencia real de Cristo. ¡Cuántas veces san Agustín comentó la fórmula “El Cuerpo de Cristo” y la respuesta del fiel “Amén”! Después el diácono ofrecía el cáliz al fiel para que bebiera un poco, casi se mojase los labios simplemente, diciendo: “La Sangre de Cristo”, a lo que se respondía: “Amén”. Esto es común a todos los ritos y familias litúrgicas. En nuestro rito hispano-mozárabe, se distribuye la comunión diciendo: “El Cuerpo de Cristo sea tu salvación - Amén”, “La sangre de Cristo permanezca contigo como verdadera redención - Amén”. O en la divina liturgia de San Juan Crisóstomo, el rito bizantino, se dice: “El siervo de Dios N. recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo para el perdón de los pecados y la vida eterna”.

No era el fiel quien tomaba directamente el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino que se le entregaba, y la fórmula de distribución de la comunión era una profesión de fe en la Presencia real para que el comulgante la rubricara diciendo “Amén”, algo que, evidentemente, no se hace cuando se autocomulga, dejando sin más el Cuerpo y la Sangre del Señor sobre el altar para libre disposición de todos.

Por supuesto, ni qué decir tiene, que esta posibilidad no aparece en la Introducción General del Misal romano al describir el rito de la comunión (cf. IGMR 84-85. 160-162. 285-285). Al contrario, se afirma taxativamente: “No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano entre ellos” (IGMR 160). Nadie puede achacar este abuso a la liturgia actual, como si lo aceptase. Más recientemente, la instrucción Redemptionis sacramentum lo recordaba y reafirmaba la disciplina sacramental: “No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cáliz sagrado «por sí mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano». En esta materia, además, debe suprimirse el abuso de que los esposos, en la Misa nupcial, se administren de modo recíproco la sagrada Comunión” (n. 94).

¿Por qué esta disciplina? La liturgia siempre es un DON que se recibe, no algo que se toma por sí mismo. Es la dinámica sacramental de la Iglesia, donde todo se recibe como un Don: nadie se bautiza a sí mismo, nadie se absuelve de sus pecados a sí mismo, nadie se unge con óleo de los enfermos a sí mismo… La mediación de la Iglesia entrega el Don sacramental. Lo mismo ocurre con la santísima Eucaristía: nadie se la administra a sí mismo, nadie se autocomulga (ni siquiera el diácono, que debe recibir la comunión de manos del sacerdote, ni tampoco un sacerdote que no haya concelebrado y asista a la Misa). ¡Se recibe como una gracia y se profesa el “Amén” que ratifica la fe en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía!

La aberración de la autocomunión debe ser extirpada de raíz.

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