Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza nada sería imposible para ustedes
- 12 Agosto 2017
- 12 Agosto 2017
- 12 Agosto 2017
Evangelio según San Mateo 17,14-20.
Cuando se reunieron con la multitud, se le acercó un hombre y, cayendo de rodillas, le dijo: "Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar". Jesús respondió: "¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí". Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento quedó curado. Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?". "Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: 'Trasládate de aquí a allá', y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes".
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, viuda y fundadora
fecha: 12 de agosto
fecha en el calendario anterior: 21 de agosto
n.: 1572 - †: 1641 - país: Francia
canonización: B: Benedicto XIV 1751 - C: Clemente XIII 1767
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que, primero madre de familia, educó piadosamente a los seis hijos que tuvo como fruto de su cristiano matrimonio y, muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección, dedicándose a las obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos, y dio inicio a la Orden de la Visitación, que dirigió también prudentemente. Su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al río Aller, cercano a Nevers, en Francia, el día trece de diciembre.
El padre de santa Juana de Chantal era Benigno Frémiot, presidente del parlamento de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún esfuerzo para educarlos en la práctica de la virtud y prepararlos para la vida. Juana, que recibió en la confirmación el nombre de Francisca, fue sin duda la que mejor supo aprovechar esa magnífica educación. Cuando la joven tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la concedió en matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin. El barón tenía veintisiete años, era oficial del ejército francés y contaba con un largo historial de victoriosos duelos; su madre descendía de la beata Humbelina. El matrimonio tuvo lugar en Dijon y Juana Francisca partió con su marido a Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había llevado una vida muy ordenada, de suerte que la servidumbre de su casa se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa fue establecer el orden en su casa. Los tres primeros hijos del matrimonio murieron poco después de nacer; pero los jóvenes esposos tuvieron después un niño y tres niñas que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la felicidad a los ojos del mundo y procuraban corresponder a tantas bendiciones del cielo. Cuando su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy modesta y, si alguien le preguntase por qué, ella respondía: «Los ojos de aquél a quien quiero agradar están a cien leguas de aquí». Las palabras que san Francisco de Sales dijo más tarde sobre santa Juana Francisca podían aplicársele ya desde entonces: «La señora de Chantal es la mujer fuerte que Salomón no podía encontrar en Jerusalén».
Pero la felicidad de la familia sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal salió de cacería con su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió en la parte superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales sufrió un verdadero martirio a manos de un cirujano muy torpe y recibió los últimos sacramentos con ejemplar resignación. La baronesa había vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el lector puede suponer fácilmente su dolor al verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses estuvo sumida en el más profundo dolor, hasta que una carta de su padre le recordó sus obligaciones para con sus hijos. Para demostrar que había perdonado de corazón al señor D'Aulézy, la baronesa le prestó cuantos servicios pudo y fue madrina de uno de sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres y consagró su tiempo a la educación e instrucción de sus hijos. Juana pedía constantemente a Dios que le diese un guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre cuyas facciones y modo de vestir reconocería más tarde, al encontrar en Dijon a san Francisco de Sales. En otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo, tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a entender que el amor divino tenía que consumir la imperfección del amor propio que había en su corazón y que se vería obligada a enfrentarse con numerosas dificultades.
La futura santa fue a pasar el año del luto en Dijon, en casa de su padre. Más tarde, se transladó con sus hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya setenta y cinco años. Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de Bourbilly por un viejo castillo. A pesar de que su suegro era un anciano vanidoso, orgulloso y extravagante, dominado por una ama de llaves insolente y de mala reputación, la noble dama no pronunció jamás una sola palabra de queja y se esforzó por mostrarse alegre y amable. En 1604, san Francisco de Sales fue a predicar la cuaresma a Dijon y Juana se transladó ahí con su suegro para oír al famoso predicador. Al punto reconoció en él al hombre que había vislumbrado en su visión y comprendió que era el director espiritual que tanto había pedido a Dios. San Francisco cenaba frecuentemente en casa del padre de Juana Francisca y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho por consejo de un director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia a ningún otro sacerdote. Pero no por ello dejó de sacar gran provecho de la presencia del santo obispo, quien a su vez se sintió profundamente impresionado por la piedad de Juana Francisca. En cierta ocasión en que se había vestido más elegantemente que de ordinario, san Francisco de Sales le dijo: «¿Pensáis casaros de nuevo?» «De ninguna manera, Excelencia», replicó ella. «Entonces os aconsejo que no tentéis al diablo», le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.
Después de vencer sus escrúpulos sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y ejercicios de piedad para poder cumplir con sus obligaciones mundanas én tanto que vivía con su padre o con su suegro. Lo hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: «Esta dama es capaz de orar todo el día sin molestar a nadie». De acuerdo con una estricta regla de vida, consagrada la mayor parte de su tiempo a sus hijos, visitaba a los enfermos pobres de los alrededores y pasaba en vela noches enteras junto a los agonizantes. La bondad y mansedumbre de su carácter mostraban hasta qué punto había secundado las exigencias de la gracia, porque en su naturaleza firme y fuerte había cierta dureza y rigidez que sólo consiguió vencer del todo al cabo de largos años de oración, sufrimiento y paciente sumisión a la dirección espiritual. Tal fue la obra de san Francisco de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy, en Saboya, y con quien sostenía una nutrida correspondencia. El santo la moderó mucho en materia de mortificaciones corporales, recordándole que san Carlos Borromeo, «cuya libertad de espíritu tenía por base la verdadera caridad», no vacilaba en brindar con sus vecinos, y que san Ignacio de Loyola había comido tranquilamente carne los viernes por consejo de un médico, «en tanto que un hombre de espíritu estrecho hubiese discutido esa orden cuando menos durante tres días». San Francisco de Sales no permitía que su dirigida olvidase que estaba todavía en el mundo, que tenía un padre anciano y, sobre todo, que era madre; con frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos y moderaba su tendencia a ser demasiado estricta con ellos. En esta forma, los hijos de Juana Francisca se beneficiaron de la dirección de san Francisco de Sales tanto como su madre.
Durante algún tiempo, la señora de Chantal se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos, entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco de Sales, después de algún tiempo de consultar el asunto con Dios, le habló en 1607 de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación. Santa Juana acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias obligaciones de familia y la situación de los asuntos de su casa constituían, por el momento, obstáculos que la hacían sufrir. Juana Francisca respondió a su director que la educación de sus hijos exigía su presencia en el mundo, pero el santo le respondió que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro podría velar por ellos tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta que los dos mayores estaban ya en edad de «entrar en el mundo». En esa forma, lógica y serena, resolvió san Francisco de Sales todas las dificultades de la señora de Chantal. Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca casó a su hija mayor con el barón de Thorens, hermano de san Francisco de Sales, y se llevó consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera murió al poco tiempo, y la segunda se caso más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo y de varios tutores. Después de despedirse de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había tratado en vano de apartarla de su resolución, se tendió por tierra ante el dintel de la puerta de la habitación para cerrarle la salida, pero la santa no se dejó vencer por la tentación de escoger la solución más fácil y pasó sobre el cuerpo de su hijo. Frente a la casa la esperaba su anciano padre. Juana Francisca se postró de rodillas y, llorando, le pidió su bendición. El anciano le impuso las manos y le dijo: «No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en Su casa. Ruega por mí». La santa inauguró el nuevo convento el domingo de la Santísima Trinidad de 1610, en una casa que san Francisco de Sales le había proporcionado, a orillas del lago de Annecy. Las primeras compañeras de Juana Francisca fueron María Favre, Carlota de Bréchard y una sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento otras diez religiosas. Hasta ese momento, la congregación no tenía todavía nombre y la única idea clara que san Francisco de Sales poseía sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de refugio a quienes no podían ingresar en otras congregaciones y que las religiosas no debían vivir en clausura para poder consagrarse con mayor facilidad a las obras de apostolado y caridad.
Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, «no demasiado duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes». Lo único que se negó a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra Señora", y santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la observancia. «Pero en la práctica -decía a sus religiosas- la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones». Para bien de santa Juana y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el «Tratado del amor de Dios». Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de san Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.
La madre de Chantal tuvo que salir frecuentemente de Annecy, tanto para fundar nuevos conventos como para cumplir con sus obligaciones de familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para poner en orden sus asuntos. Sus parientes aprovecharon la ocasión para intentar hacerla volver al mundo. Una mujer imaginativa exclamó al verla: «¿Cómo podéis sepultaron en dos metros de tela basta? Deberíais hacer pedazos ese velo». San Francisco de Sales le escribió entonces las palabras decisivas: «Si os hubiéseis casado de nuevo con algún señor de Gascuña o de Bretaña, habríais tenido que abandonar a vuestra familia y nadie habría opuesto en ese caso la menor objeción ...» Después de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y Bourges, san Francisco de Sales, que estaba entonces en París, mandó llamar a la madre de Chantal para que fundase un convento en dicha ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, santa Juana Francisca consiguió fundarlo en 1619. Dios la sostuvo, le dio valor y la santa se ganó la admiración de sus más acerbos opositores con su paciencia y mansedumbre. Ella misma gobernó durante tres años el convento de París, bajo la dirección de san Vicente de Paul y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal, quien no consiguió permiso de renunciar a su cargo e ingresar en la Congregación de la Visitación. En 1622, murió san Francisco de Sales y su muerte constituyó un rudo golpe para la madre de Chantal; pero su conformidad con la voluntad divina le ayudó a soportarlo con invencible paciencia. El santo fue sepultado en el convento de la Visitación de Annecy. En 1627, murió Celso Benigno en la isla de Ré, durante las batallas contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino treinta y un años, dejaba a su esposa viuda y con una hijita de un año, la que con el tiempo sería la célebre Madame de Sévigné. Santa Juana Francisca recibió la noticia con heroica fortaleza y ofreció su corazón a Dios, diciendo: «Destruye, corta y quema cuanto se oponga a tu santa voluntad».
El año siguiente, se desató una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios conventos de la Visitación. Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo todos los recursos de su convento y espoleó a las autoridades a tomar medidas más eficaces para asistir a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a quien ésta quería mucho) y el P. Miguel Favre, quien había sido el confesor de san Francisco y era muy amigo de las visitandinas. A estas pruebas se añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad espiritual, que en ciertos momentos eran casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de Santa Juana Francisca. Dios permite con frecuencia que las almas que le son más queridas atraviesen por largos períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de ellos las lleva con mano segura a las fuentes de la felicidad y al centro de la luz. En los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos no habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia para ver a Madame de Montmorency en una misión de caridad. Ese fue su último viaje. La reina Ana de Austria la convidó a París, donde la colmó de honores y distinciones, con gran confusión por parte de la homenajeada. Al regreso, cayó enferma en el convento de Moulins, donde murió el 13 de diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue transladado a Annecy y sepultado cerca del de san Francisco de Sales. La canonización de santa Juana Francisca tuvo lugar en 1767. San Vicente de Paul dijo de ella: «Era una mujer de gran fe y, sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe toda su vida. Aunque aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu de las almas virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que me habló varias veces. Se veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar los ojos de sí misma para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista de su propia alma la horrorizaba como si se tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan grandes sufrimientos jamás perdió la serenidad ni cejó en la plena fidelidad que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las almas más santas que me haya sido dado encontrar sobre la tierra».
Aparte de los escritos y la correspondencia de la santa y de las cartas de san Francisco de Sales, las fuentes biográficas más importantes son las Mémoires de la Madre de Chaugy. Dicha obra constituye el primer volumen de la colección Sainte Chantal, sa vie et ses oeuvres (1874-1879, 8 vols.). Las cartas de san Francisco se hallan en la imponente edición de sus obras (20 vols.), publicada por las religiosas de la Visitación de Annecy; naturalmente, las cartas de san Francisco son muy importantes por la luz que arrojan sobre los orígenes de la Congregación de la Visitación. Además, la fundadora tuvo la suerte de encontrar en los tiempos modernos, un biógrafo ideal: la Histoire de Sainte Chantal et des origines de la Visitation de Mons. Bougaud resulta ser una de las obras maestras de la hagiografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Concédenos Señor, un conocimiento profundo y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes a los que diste a Santa Juana Chantal, para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad, a ejemplo suyo también nosotros te agrademos con nuestra fe y con nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo. Padre, que iluminaste a Santa Juana Francisca para que peregrinara en este mundo por caminos de luz y santidad:; concédenos, por su intercesión, que viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos constantemente a las obras de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios. Por los siglos de los siglos.
Santo Tomás Moro (1478-1535), hombre de estado inglés, mártir Diálogo de la fortaleza contra la tribulación
“Creo, Señor, pero ayúdame a tener más fe!” (Mc 9,24)
“Señor, auméntanos la fe!” (Lc 17,6) Meditemos las palabras de Cristo y digamos: si no permitiéramos a nuestra fe debilitarse o incluso enfriarse y perder su fuerza, poniendo nuestros pensamientos en cosas fútiles y vanas, dejaríamos de dar importancia a las cosas de este mundo, y recogeríamos nuestra fe en un rincón de nuestra alma.
La sembraríamos como el grano de mostaza en el jardín de nuestro corazón, después de haber arrancado toda la cizaña, y el grano germinaría. Con una firme confianza en la palabra de Dios trasladaremos montañas de aflicción, mientras que cuando nuestra fe es débil, no desplazaremos ni siquiera un puñado de arena. Para acabar esta conversación, os diré que como todo consuelo espiritual necesita como base la fe, y que nadie más que Dios nos la puede dar, no debemos dejar de pedirla.
Juana Francisca de Chantal, Santa
Memoria Litúrgica, 12 de agosto
Viuda y Fundadora
Martirologio Romano: Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que siendo primero madre de familia, tuvo como fruto de su cristiano matrimonio seis hijos, a los que educó piadosamente, y muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección y realizó obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos. Dio comienzo a la Orden de la Visitación de santa María, que dirigió también prudentemente, y su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al Aller, cerca de Nevers, en Francia, el día trece de diciembre (1641).
Breve Biografía
Santa Juana Francisca Fremiot nació en Dijon, Francia, el 23 de enero, de 1572, nueve años después de finalizado el Concilio de Trento. De esta manera, estaba destinada a ser uno de los grandes santos que el Señor levantó para defender y renovar a la Iglesia después del caos causado por la división de los protestantes. Santa Juana fue contemporánea de S. Carlos Borromeo de Italia, de Sta. Teresa de Ávila y S. Juan de la Cruz de España, de S. Juan Eudes y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier y sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales ySan Vicente de Paúl. En el mundo secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, Richelieu, Mary Stuart, la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins el 13 de diciembre, de 1641.
Su madre murió cuando tenía tan solo dieciocho meses de vida. Su padre, hombre distinguido, de recia personalidad y una gran fe, se convirtió así en la mayor influencia de su niñez. A los veintiún años se casó con el Barón Christophe de Rabutin-Chantal, de quien tuvo seis hijos. Dos de ellos murieron en la temprana niñez. Un varón y tres niñas sobrevivieron. Tras siete años de matrimonio ideal, su esposo murió en un accidente de cacería. Ella educó a sus hijos cristianamente.
En el otoño de 1602, el suegro de Juana la forzó a vivir en su castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos si se rehusaba. Ella pasó unos siete años bajo su errática y dominante custodia, aguantando malos tratos y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de Sales. Con esto comenzó un nuevo capítulo en su vida.
Bajo la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra Santa creció en sabiduría espiritual y auténtica santidad. Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy en 1610. Su plan al principio fue el de establecer un instituto religioso muy práctico algo similar al de las Hijas de la Caridad, de S. V. de Paúl. No obstante, bajo el consejo enérgico e incluso imperativo del Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados a renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres y de los presos y otros apostolados para establecer una vida de claustro riguroso. El título oficial de la Orden fue la Visitación de Santa María.
Sabemos que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de S. Francisco de Sales, tomó la decisión de dedicarse por completo a Dios y a la vida religiosa, repartió sus joyas valiosas y sus pertenencias entre sus allegados y seres queridos con abandono amoroso. De allí en adelante, estos preciosos regalos se conocieron como "las Joyas de nuestra Santa." Gracias a Dios que ella dejó para la posteridad joyas aún más preciosas de sabiduría espiritual y edificación religiosa.
A diferencia de Sta. Teresa de Ávila y de otros santos, Juana no escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino que fueron anotadas y entregadas a la posteridad gracias a muchas monjas fieles y admiradoras de su Orden.
Uno de los factores providenciales en la vida de Sta. Juana fue el hecho de que su vida espiritual fuera dirigida por dos de los más grandes santos todas las épocas, S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl. Todos los escritos de la Santa revelan la inspiración del Espíritu Santo y de estos grandiosos hombres. Ellos, a su vez, deben haberla guiado a los escritos de otros grandes santos, ya que vemos que ella les indicaba a sus Maestras de Novicias que se aseguraran de que los escritos de Sta. Teresa de Ávila se leyeran y estudiaran en los Noviciados de la Orden.
Santa Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Sta. Brígida de Suecia y otros místicos, era una persona muy activa, llena de múltiples proyectos para la gloria de Dios y la santificación de las almas. Estableció no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda espiritualidad. Más de dos mil de éstas se conservan todavía. La fundación de tantas casas en tan pocos años, la forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.
Sta. Juana le escribió muchas cartas a S. Francisco de Sales, en búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la muerte de S. Francisco la mayoría de las cartas le fueron devueltas a Sta. Juana por uno de los miembros de la familia de Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado de lo que pudo haber sido una de las mejores colecciones de escritos espirituales de esta naturaleza.
El 13 de diciembre recordamos su ingreso al reino de los cielos, pero su fiesta fue asignada para el 12 de agosto.
Santo Evangelio según San Mateo 17,14-20. XVIII Sábado de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Oh, Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, que lleve yo el amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la unión.
Donde haya duda, que lleve yo la fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo tu Luz. (Oración de san Francisco de Asís)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús hizo dos cosas en sus tres años de misión: predicar y curar. Poco a poco, reunió al grupo de los Doce apóstoles y les fue formando en la misma misión. Sin embargo, hoy en el Evangelio encontramos que los apóstoles son incapaces de curar a un endemoniado. ¿Qué había pasado con el poder que habían recibido del Señor?
Cristo ciertamente escogió a los Doce para ser sus mediadores. De verdad tenían en sus manos un poder divino para sanar y liberar; lo experimentaron cuando fueron enviados por toda Judea. El padre de familia se acercó con la fe de que su hijo sería curado. Pero la fe no es sólo del que pide la gracia, sino también del mediador. Cristo nos ha llamado a cada uno para continuar su misión, extender su gracia, sanar a tantas personas con nuestra vida, nuestro ejemplo y nuestro consejo. Miles de personas necesitan ese poder que tenemos en nuestras manos de cristianos. Pero ese poder tan inmenso sólo será fecundo si cuenta con una pequeña semilla: la fe. ¡Dios quiere actuar a través de nosotros! ¡Cristo quiere que seamos sus manos, sus pies, sus labios! Pero… ¿lo creemos realmente? ¿Tenemos la semilla de mostaza?
Somos mediadores también cuando pedimos por la paz, por nuestro país, por los gobernantes, por los pobres y por los necesitados, por nuestros seres queridos y por la gente que nos persigue. Somos mediadores cuando pedimos a Dios –incluso en esta oración– que sane tantas heridas y libre al mundo del Maligno. Pidamos también a Cristo ser mediadores llenos de fe: que no pongamos ningún obstáculo, que creamos en lo imposible. Porque nuestra confianza está en Él. Y para Él nada es imposible.
La fe, incluso si es pequeña como un grano de mostaza, es capaz de mover montañas. Cuantas veces la fuerza de la fe ha permitido pronunciar la palabra perdón en condiciones humanamente imposibles. Personas que han padecido violencias o abusos en sí mismas o en sus seres queridos o en sus bienes. Sólo la fuerza de Dios, la misericordia, puede curar ciertas heridas. Y donde se responde a la violencia con el perdón, allí también el amor que derrota toda forma de mal puede conquistar el corazón de quien se ha equivocado. Y así, entre las víctimas y entre los culpables, Dios suscita auténticos testimonios y obreros de la misericordia.
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy me interesaré por las dificultades de un compañero o compañera de trabajo o estudio, ofreciendo mi apoyo en un momento del día o rezando un misterio del rosario por él o ella.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Se pueden mover montañas con la oración?
El corazón que tiene perfecta fe es el que no tiene dudas
Pregunta:
Estimado Fray Nelson: Le sigo a diario en sus explicaciones sobre las lecturas diarias de las Escrituras. Me permito solicitar su explicación sobre el capítulo 21 de San Mateo, especialmente los versículos 21 y 22. ¿Debo tomarlo al pie de la letra? Gracias anticipadas y que el Señor le guarde y le acompañe. -- Eduardo Martínez Romero.
Respuesta:
Mateo 21,21-22 dice: "Respondiendo Jesús, les dijo: En verdad os digo que si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que aun si decís a este monte: “Quítate y échate al mar”, así sucederá. Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis."
Del texto resulta claro que lo contrario de la fe son las dudas. Lo que no es inmediatamente claro es cuáles son esas dudas y qué las produce.
Existe la tentación de pensar que la eliminación de las dudas consiste simplemente en auto-sugestionarse, algo como lo que propone el llamado "pensamiento positivo." Como si el solo hecho de repetirse uno muchas veces en la cabeza que algo va a salir bien fuera la fórmula para no dejarle espacio a la duda, y de ese modo lograr lo que no quiere... hasta trasladar montañas con la mente.
Ese enfoque "mental" sobre la oración tiene mucho que ver con la concentración, la sugestión y el cerebro pero tiene poco o nada que ver con la Biblia. En la Sagrada Escritura, la duda está relacionada fundamentalmente con la división. El que está dividido interiormente esta condenado a fracasar, según lo recuerda expresamente un dicho de Jesucristo: "Todo reino dividido contra sí mismo quedará asolado, y toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie" (Mateo 12,25).
Cuando Pedro da unos pocos pasos sobre el agua, se da cuenta del oleaje y de la fuerza del viento, y entonces queda dividido, como si se dijera: "Dios es poderoso pero este viento también es poderoso, y entonces, ¿qué será de mí?" La división hace que dude, y la duda destruye su fe y hace que se hunda.
Cristo se apareció, ya resucitado, a sus discípulos. Nos enseña San Lucas 24, 37-39: "Ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu. Y El les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo." Nuevamente estamos ante un caso de división interior: se puede afirmar que es Jesús pero también se puede afirmar que es un espíritu. Y la división hace que surjan dudas en el corazón.
Si la duda viene de la división, la superación de la duda viene de un corazón consolidado, o mejor: unido. "Que vuestro corazón sea todo para el Señor, nuestro Dios, como lo es hoy, para seguir sus leyes y guardar sus mandamientos," exhorta 1 Reyes 8,61. El corazón encuentra su unidad cuando se reúne y se da por completo a Dios, según el antiguo mandamiento: "Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Deuteronomio 6,4-5).
Llegamos así a la conclusión: el corazón que tiene perfecta fe es el que no tiene dudas; el corazón libre de dudas es el corazón que no está dividido; el corazón sin divisiones es el que vive el primer mandamiento, es decir, el corazón que ama con plenitud de donación a Dios. O sea que el corazón que mueve montañas es el corazón que está adherido totalmente a Dios, rendido a Él, y por consiguiente, fundido en su voluntad. Así lo presenta también el apóstol Juan: "Y esta es la confianza que tenemos delante de El, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye" (1 Juan 5,14).
¿Se pueden mover montañas? Sí, por supuesto. Aquel que está unido al querer de Dios, y que siguiendo ese querer encuentre una montaña que obstruye su camino, sin desprenderse de Dios, a quien ama con todo su ser, ore, y por supuesto que esa, y todas las montañas, darán paso a su oración, sencillamente porque todo obedece a Dios.
Cortesía de nuestro gran amigo: Fr. Nelson Medina, OP
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Respuesta:
Estimada:
El empleo del agua bendita es antiquísimo, y hay testimonios de la costumbre de usarla ya entre los primeros cristianos. “La Iglesia recomienda su uso aun fuera de la liturgia como medio para alejar las insidias del diablo, para conjurar los peligros, para atraer las bendiciones celestiales sobre las casas, el campo, el trabajo, las personas. El deseo de los fieles de usar frecuentemente este sacramental hizo nacer la costumbre generalizada más tarde de poner a la entrada de la iglesia la llamada ‘pila del agua bendita’. En los siglos VIII a IX el agua bendita adquiere el largo empleo que todavía conserva en toda clase de bendiciones” [1].
Santa Teresa de Jesús era particularmente devota y la usaba cuando tenía tentaciones y desconsuelos; dice ella: “Debe ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi alma cuando la tomo” [2]. Una de las compañeras de la Santa, Ana de Jesús, cuenta en el proceso de beatificación: “Nunca quería que caminásemos sin ella (sin agua bendita). Y por la pena que le daba si alguna vez se nos olvidaba, llevábamos calabacillas de ella colgadas a la cinta, y siempre quería la pusiéramos una en la suya, diciéndonos: ‘no saben ellas el refrigerio que se siente teniendo agua bendita; que es un gran bien gozar tan fácilmente de la sangre de Cristo’. Y cuantas veces comenzábamos por el camino a rezar el Oficio Divino, nos la hacía tomar” [3].
Y en una de sus cartas escribe a una persona que sentía mucho temor: “Este temor que dice, entiendo cierto debe ser que el espíritu entiende siente el mal espíritu, y aunque con los ojos corporales no lo vea, débele de ver el alma, o sentir. Tenga agua bendita junto a sí, que no hay cosa con que más huya. Esto me ha aprovechado muchas veces a mí. Algunas no paraba en solo miedo, que me atormentaba mucho; esto para sí solo. Mas, si no le acierta a dar el agua bendita, no huye, y así es menester echarla alrededor” [4].
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NOTAS:
[1] Cf. Cardenal Francesco Roberti, Diccionario de Teología Moral, Ed. Litúrgica Española, 1960, voz “agua”.
[2] Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, cap. 31.
[3] BMC, 18, p. 465.
[4] Santa Teresa, Cartas, 9.
La seriedad, al contrario de lo que muchos piensan no implica la amargura, o una forma de ser antipática y carrrancuda.
Vivimos en un mundo que se ha criado en los nefastos brazos del "Espíritu Hollywoodiano" del "Happy End", y en una sociedad que no se cansa de mostrarnos por todas partes, en pancartas monumentales, en perfiles de redes sociales, en la TV, en las revistas de moda, personas sonrientes, resplandecientes y satisfechas... pero podríamos preguntarnos: ¿De qué se alegran tanto? ¿De qué están tan satisfechos?
Y al ver esas expresiones de felicidad tan plástica como efímera, recuerdo el famoso poema de Juan de Dios Peza, "Reir llorando":
..."¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!...
Es por eso que podríamos preguntarnos si nuestra sociedad realmente ha alcanzado ese anhelo del alma de todo ser humano o en realidad vive en una eterna mascarada. ¿Como sociedad, hemos alcanzado realmente la verdadera felicidad?
¿Felicidad dónde estás?
¿Felicidad dónde estás? Podríamos decir que esta es una pregunta muy fácil de responder, pero a la vez tan difícil de comprender.
La respuesta se puede resumir en una palabra: Dios.
Para él fuimos creados, en él nos movemos y existimos, y como decía San Agustín: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
Dios nos ha creado para esto, para la felicidad, pero una sin sombra de tristeza y dolor, que no acaba, una felicidad absoluta, porque contemplaremos a aquél Ser, que es Él, Absoluto y Eterno.
Pero mientras no le veamos cara a cara, mientras peregrinamos en este valle de lágrimas, ¿podemos alcanzar ese natural anhelo de nuestra alma?
En este peregrinar podemos alcanzar la felicidad, sí, pero en la paz de una conciencia tranquila y en orden, y en la esperanza y alegre expectativa de aquella Felicidad Absoluta que se nos promete.
¿Cuántas veces nos engañamos creyendo que podemos saciar esa necesidad de lo absoluto en esta tierra? Y nos lanzamos irracionales e intemperantes sobre los placeres de la carne y de este mundo, vanidad de vanidades...
Un mundo que pecó de falta de seriedad
Mirando a nuestro alrededor con objetividad podemos ver como la tristeza y el pecado cada vez más ensombrece la vida del hombre moderno.
Lo podemos ver claramente, en las grises megalópolis donde los hombres en furibundos enjambres se desplazan intemperantes, muchas veces con la primordial necesidad de saciar su negro egoísmo, con sus rostros lánguidos, víctimas de la tragedia de un mundo sin rumbo.
Una sociedad que ríe a carcajadas, y que gusta de respirar el aire poluido de constante chiste, muchas veces cargado de indecencia, quizás haciendo de ese constante jolgorio la vía de escape de almas angustiadas y asfixiadas, ciegas ante la tragedia pero sumergidas en ella, que ya quizás no recuerdan que fueron creadas para más altas aspiraciones, y respirar en las altas cumbres el aire fresco de la contemplación Divina.
¡El mundo está como está porque pecó de falta de seriedad!
Un mundo que se toma en serio a los humoristas, e ignora o no le da importancia a las verdades eternas.
Pero la seriedad, al contrario de lo que muchos piensan no implica la amargura, o una forma de ser antipática y carrrancuda.
Serio es aquel que le da el debido valor a cada cosa. Seriedad es tener bien claro cuál es la escala de valores que debe regir nuestra vida. Seriedad es ver con los ojos del alma y através del cristal de la inocencia analizar con profundidad la propia existencia.
Pero quizás nadie definió tan bien y sintéticamente qué es la seriedad como el Dr. Plinio Correa de Oliveira:
"La seriedad es el clima interior según el cual se ama a Dios" 1
Seriedad católica, seriedad santa
En los evangelios se nos narra cómo el Divino Maestro en su sacrosanta humanidad, lloró, gimió, se lamentó, se llenó de compasión y de santa ira, y también se alegró, pero es interesante notar que en ninguna parte dice, Jesús rió, Jesús soltó la risa, y para una persona piadosa puede resultar hasta blasfemo imaginar al Señor dando carcajadas.
Lo sagrado, simple y sencillamente no encaja con lo frívolo y llano de una carcajada, y es por eso que quien no es serio no es capaz de comprender por ejemplo el valor de una ceremonia, o más aún de una vida en ceremonia, en la cual se debería reflejar siempre lo sagrado de nuestra vocación de hijos de Dios, cuya comprensión sólo alcanzamos con la seriedad.
Esto no quiere decir que reír o expresar la alegría esté mal, muy por lo contrario. Pero lo que define si una risa es sana es si viene de Dios y de un sano relacionamiento humano, o por el contrario proviene de un ambiente pecaminoso o banal.
Recordemos lo que decía Don Bosco "Un santo triste, es un triste santo", por lo que es propio de los santos ser alegres, y profundamente alegres, pero nunca banales. Debemos ser conscientes que cada acto, por más simple que sea repercute en el tiempo y lo hará en la eternidad, y es ahí que comprendemos la seriedad de la vida.
Por esto decía también el sabio Aristóteles:
"Sólo hay felicidad, donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego"
El valor de la seriedad
Decía el Dr. Plinio Correa de Oliveira: "Nada es más brillante que la seriedad. La más seria de las piedras es el brillante. Y para quien sabe ver, el más brillante de los estados de alma es la seriedad". "Seriedad digna, seriedad grave, seriedad gentil, seriedad respetuosa, seriedad afectuosa: esta es la verdadera escuela de vivir". 2
¡Que gracia de Dios sería que nos dejáramos iluminar por ese brillante que es la seriedad!
Al fin comprenderíamos que alegría es mucho más que una risotada, y que el alma tocada por la gracia de Dios puede alcanzar un placer que va mucho más allá de lo terrenal.
Encontraríamos en la seriedad un verdadero paraíso interior, y como que bañados por una divina brisa estaríamos preparados para sufrir cualquier cosa, combatir cualquier guerra, escalar cualquier cumbre si es necesario, sin nunca perder la alegría.
Porque "La seriedad es jerárquica, busca las cumbres, busca lo Absoluto" 3
Cara a cara con la Seriedad
"Quien quiera ser infeliz, evite la seriedad... la frivolidad, el vacío, la nada, la frustración, la derrota, se sentarán en su cabecera, y lo acompañarán como hadas maléficas el día entero."4
¡Que mala elección hacen aquellas personas que optan por el camino de la falta de seriedad!
Y qué terrible será su último día, en que después de cruzar los umbrales de la muerte, se encuentren de frente con el Justo Juez que es la Seriedad en persona, pidiendo cuentas de cada uno de sus actos, cada una de sus banalidades, de su falta de seriedad.
Pidamos a María Santísima, que como describía la Hna. Lucía, se apareció en Fátima hace 100 años con semblante serio y de suave censura, se compadezca de esta humanidad falta de seriedad, y envíe el Espíritu Santo que renueve la faz de la tierra, y así Ella reine, en un mundo nuevo que se caracterice por la Seriedad, la Ceremonia y un profundo sentido de lo Sagrado.
4 Tips para estudiar como un cristiano
Eres hijo de Dios. Hijo de un Padre que no pide resultados ni te va a dejar sin postre si te aplazas
Dios nos busca. Dios nos quiere santos. Cuando tomamos consciencia de ello, podemos sentir cierto vértigo, imaginando qué podría pedir y cómo lo haríamos. Si bien a algunos les ha tocado cumplir ciertas hazañas verdaderamente admirables, no son menos los que han alcanzado la santidad cumpliendo heroicamente sus tareas ordinarias. Es decir, haciendo bien lo que debían hacer, en el momento en que lo debían hacer, por amor a Dios.
Asimismo, la realidad, para un niño, un adolescente, un joven, incluso un adulto, se da en un contexto de estudio. Hasta acabada la universidad, es la tarea que más horas del día consume. Incluso así, luego, ¿no se busca perfeccionar conocimientos con talleres, cursos de especialización, posgrados, masterados, etc.?
Cuando abrimos los ojos a esta verdad –que hacer mis tareas a tiempo, poner empeño en los repasos, terminar un proyecto con pulcritud, etc., nos acerca a la santidad que Dios espera de nosotros–, aparecen dos reacciones. La primera, alegrarnos porque, aunque no es algo “regalado”, ¡no es tan complicado! Y la segunda, llenarnos de ansiedad o desesperarnos por un malentendido (o mal llevado) perfeccionismo, condenándonos a nosotros mismos por no haber subrayado correctamente los títulos de una entrega. Para que no ocurra lo segundo, enumeré algunos puntos que pueden ayudar a poner las cosas en su lugar.
1. Es un medio
El gran santo de la juventud, don Bosco, recomendó: «Alegría, estudio y piedad: es el mejor programa para hacerte feliz y que más beneficiará tu alma». No se equivocó cuando enseñaba que la formación intelectual está vinculada a la formación espiritual. ¿Cómo así?
Recordemos que un santo es quien luchó por vivir heroicamente las virtudes. Y el estudio, ¿no es un medio ideal para crecer en ellas? Para desarrollar este punto, creo que puedo ejemplificar algunas: aprendemos paciencia, que viene de la mano de la constancia, al poner esfuerzos diariamente para alcanzar frutos futuros; generosidad, puliendo nuestros talentos para luego donarlos; humildad, cuando no deseamos ser halagados o sobresalir si no es para dar mayor gloria a Dios, cuando le ofrecemos las buenas notas… y las no tan buenas que pueden llegar a pesar de haber puesto los medios; fortaleza, al vencer al hastío de ponerse a estudiar o cambiar un plan divertido por tener algo que terminar; perseverancia, poniendo nuevas ilusiones cuando se fue la ilusión inicial; fraternidad, ayudando a los demás, aunque eso implique reducir nuestro tiempo de estudio y esforzarnos por hacerlo rendir más, para ayudar o explicar algo a algún compañero; laboriosidad y disciplina, estableciendo un orden y método, y buscar cumplirlo; serenidad, cuando podríamos desesperarnos o llorar, cuando no sale lo que esperamos, pero nos abandonamos con confianza en las manos de Dios; responsabilidad, atendiendo a los compromisos que nos marcamos; longanimidad, esmerándonos en la tarea y en nuestros objetivos, tanto al empezar como al terminar; justicia y sinceridad, no copiando ni engañando; templanza, estableciendo el equilibrio entre el descanso, el estudio, la vida de piedad, la vida en familia, etc.
También es un campo en el que podemos crecer en espíritu de penitencia y mortificación, suprimiendo la música o los lugares menos cómodos, evitando ir a abrir la heladera cada vez que se pasa de página, dejar apartado el celular o suspender las redes sociales, entre otras cosas que pueden perjudicar el momento de estudio. Esto es apenas una pincelada, porque cada uno puede descubrir y redescubrir matices de su día a día y su estudio en los que puede mejorar.
2. Pero no es el fin
Al hablar de poner todos los medios para alcanzar cierta perfección humana, podemos desviarnos del camino. Si lo hacemos, caeremos en dos defectos. Primero, la vanidad. Presunción, ambición desordenada, egoísmo, soberbia, creernos mejor de lo que somos… etc. Si nos damos cuenta – u otros nos lo hacen ver – de que estamos absorbidos por un fanatismo académico que, además, trae consigo cierta pedantería u orgullo malsano, podemos hacer un alto y pensar:“¿a quién estoy buscando? ¿A mí o a la gloria de Dios?”. Segundo, más grave, amargarnos por desconfiar de Dios. ¿Creemos, de verdad, que Dios pretende que a nosotros, criaturas imperfectas, todo nos salga perfecto? O peor, ¿que Su Amor depende de qué tantos sobresalientes consigamos? Voy a recordar dos cosas: Su Amor es incondicional. Quiere que nos esforcemos, pero si, poniendo los medios, no alcanzamos la meta que nos pusimos, no nos quiere menos. Lo otro: nada puede salir enteramente perfecto. Además… perfecto, ¿según quién? ¿Cuál es el parámetro que estamos usando?
Lo que buscamos –lo que no debemos perder de vista– es dar gloria a Dios, amarle más, rendir nuestros talentos, forjar virtudes, hacer apostolado, etc. Un estudio bien aprovechado no es el que trae las mejores calificaciones, sino el que nos ayuda a querer más a Dios.
Para ambas raíces existe un mismo consejo: antes de empezar el estudio, realizar un breve ofrecimiento de obras. Al ofrecerle a Dios lo que vamos a hacer, le estamos diciendo que es para Él. Pero, por si nos desviamos, existe una misma solución:rectificar. “Perdón, Señor, me olvidé de que pretendía agradarte a Ti, y comencé a buscarme a mí”. Ya está. Podemos, nuevamente, ofrecer lo que llevamos entre manos y reencaminarnos.
3. Ni lo único
San Josemaría Escrivá, el santo que dijo que “una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración” y también que “si has de servir a Dios con tu inteligencia, para ti estudiar es una obligación grave”, no dejó de añadir: «Está bien que pongas ese empeño en el estudio, siempre que pongas el mismo empeño en adquirir la vida interior».
Quizás esté sobreentendido, pero no creo que esté mal recordar que, aunque está bien que nos esmeremos por estudiar las horas suficientes, acabar las tareas, etc., no podemos dejar en segundo lugar el plan de vida de un cristiano, con las normas de piedad que cada uno se ha marcado; no podemos dejar de hacer un rato de oración con la excusa “¡pero si convierto mi estudio en oración!”. En ese caso, sería una evidencia de que no estamos priorizando nuestro trato con Dios. Y si así fuera, no podríamos estar buscando, en el estudio, quererle más. Sería una incoherencia, como la que suele reprocharse a los padres que, por querer comprar más cosas a sus hijos, se convierten en figuras ausentes.
Cuando priorizamos los ratos para tratar a Dios (oración, Misa, rosario, lectura espiritual, etc.) el posterior estudio rinde más, humana y sobrenaturalmente.
4. Y no estamos solos
La formación académica que procuramos no es para inflarnos el cerebro con mucha información. Procuramos ser mejores (humana, sobrenatural e intelectualmente) para los demás, por Dios. Cuando estudiamos, estamos haciendo y preparándonos para un fructífero apostolado.
El que hacemos en presente está cuando ayudamos a un compañero con algo que le cuesta, cuando con paciencia volvemos a explicar un tema, etc. También cuando, por la comunión de los santos, ofrecemos el estudio de las materias que menos simpáticas nos caen, por las almas del purgatorio, por una intención por la que queremos interceder, etc.
«El estudioso es el que lleva a los demás a lo que él ha comprendido: la Verdad”, dijo el sabio santo Tomás de Aquino. Esto significa, además de lo anterior, llevarles también el buen ejemplo y el buen consejo. Es una buena oportunidad para hablar de una vida virtuosa y feliz».
Y el apostolado futuro es el que sembramos: nos preparamos para ser buenos profesionales, que podrán influir positivamente en su entorno, en la comunidad, la sociedad.
Un consejo para cuando te distraigas
Es natural distraerse, sentir cansancio, aburrimiento, etc. Cuando sientas que la mente se está yendo hacia la Luna, podés renovar el ofrecimiento del estudio que hiciste inicialmente (“Señor, te vuelvo a ofrecer esto”). Te puede ayudar tener un crucifijo pequeñito junto a tus materiales, así de tanto en tanto lo miras, convirtiendo la mirada en una jaculatoria y en una renovación de la intención.
Otro para cuando te canses
El descanso también es importante. Nunca estudies de manera que se descuide y resienta la salud. Conviene que organices tu estudio de manera que el sueño y el descanso estén presentes. Cuando uno está descansado, puede rendir más y mejor.
Y otro para cuando te desanimes
Eres hijo de Dios. Hijo de un Padre que no pide resultados ni te va a dejar sin postre si te aplazas. Considerar esto (la filiación divina) no cambiará tu nota, pero sí el sentido que puedes interpretar de la misma.
Y para siempre, y en todo momento
Se suele representar la Anunciación con la Santísima Virgen estudiando las Sagradas Escrituras. Imagino que el Niño Jesús las habrá aprendido escuchando a Su Madre y al bueno de san José. Pienso en mi propia experiencia, cuando no entendía ciertas materias y preguntaba a mi mamá. Así mismo, puedes pedirle ayuda a Santa María, para estudiar bien, de manera agradable a Dios. Pídele que te enseñe a imitar las virtudes que ella supo vivir en su vida ordinaria.