Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres

Evangelio según San Lucas 8,1-3. 

Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce 
y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes. 

San Ignacio de Santhià Belvisotti, religioso presbítero

En Turín, en la región del Piamonte, san Ignacio de Santhià (Lorenzo Mauricio) Belvisotti, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, asiduo en atender a penitentes y en ayudar a enfermos.

Nació en Santhia’, diócesis de Vercelli, Piamonte, el 5 de junio de 1686, hijo de Pier Paolo Belvisotti y María Isabel Balocco. En el bautismo le impusieron el nombre de Lorenzo Mauricio, que luego, al hacerse religioso, cambió por el de Ignacio. 

Desde su niñez quedó huérfano de padre y fue educado cristianamente bajo la guía de un piadoso sacerdote. Pronto se distinguió por la integridad de costumbres, por su aprovechamiento en los estudios y por la predilección en el servicio litúrgico como seminarista de la colegiata.

Ordenado sacerdote fue nombrado canónigo de la iglesia colegiata de Santhia’. También le fue ofrecido el oficio de párroco, pero él, contra el parecer de sus parientes, que se prometían para él una brillante carrera eclesiástica, renunció. Poco después, anhelando mayor perfección, dijo adiós a todas las cosas terrenas venciendo toda clase de dificultades, ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, donde en 1717 emitió sus votos religiosos. 

Durante 25 años fue confesor asiduo y muy buscado por personas de toda clase, pasaba muchas horas del día en la dirección espiritual y abría a los pecadores los caminos misteriosos de la bondad de Dios. Fue maestro de novicios en el convento del Monte de Turín, haciéndose modelo de todas las virtudes, supo dirigir a los jóvenes franciscanos hacia la perfección seráfica.

En 1743 estalló la guerra y él se distinguió ejemplarmente en la asistencia a los soldados hospitalizados, y en aquel período borrascoso supo ser consuelo y ayuda para cuantos recurrían a él. El resto de su vida lo pasó en la enseñanza del catecismo a los niños y a los adultos con una competencia, diligencia y aprovechamiento realmente singulares. Hizo cursos de ejercicios espirituales especialmente a religiosos, a quienes con la palabra y con el ejemplo supo llevar a la más alta espiritualidad cristiana y franciscana. De él nos quedan las “Meditaciones para un curso de ejercicios espirituales”, que fueron impresas en Roma por primera vez en 1912. A los 84 años, agotado por el intenso trabajo apostólico desempeñado con sencillez y humildad, deseaba retornar a Dios y el 22 de septiembre de 1770 su alma voló de la tierra al cielo.

Fue beatificado por Pablo VI en 1968 y canonizado en 2002 por Juan Pablo II.

San Juan Pablo II (1920-2005), papa  Mulieres dignitatem, 27

“Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres.”

En la historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos, había, junto a los hombres, numerosas mujeres en las que se expresaba con fuerza la respuesta de la Iglesia-Esposa al amor redentor de Cristo-Esposo. En primer lugar están aquella que personalmente habían encontrado a Cristo, que lo habían seguido y que, después de su partida, “perseveraban unánimes en la oración” (Hch 1,14) con los apóstoles en el cenáculo de Jerusalén hasta el día de Pentecostés. Aquel día, el Espíritu Santo habló por “los hijos y las hijas” del pueblo de Dios....(cf Hch 2,17; Jl 3,1) Estas mujeres, y otras en el transcurso del tiempo, han tenido un papel activo e importante en la vida de la Iglesia primitiva, en la construcción, desde sus fundamentos, de la primera comunidad cristiana y de las comunidades posteriores, gracias a sus carismas y a sus múltiples maneras de servir... El apóstol Pablo habla de sus “fatigas” por Cristo en los diversos terrenos del servicio apostólico en la Iglesia, comenzando por “la Iglesia doméstica”. En efecto, la “fe sin rebajas” pasa por la madre a los hijos y nietos, como ocurrió en casa de Timoteo. (cf 2Tim 1,5) 

Esto mismo se renueva durante el correr de los siglos, de generación en generación, como lo muestra la historia de la Iglesia. La Iglesia, en efecto, defendiendo la dignidad de la mujer y su vocación, ha manifestado su gratitud hacia ellas, las que, fieles al evangelio, han participado en todos los tiempos en la misión apostólica de todo el pueblo de Dios y las ha honrado. Santas mártires, santas vírgenes, madres de familia, han dado testimonio de su fe con valentía y también, por la educación de sus hijos en el espíritu del evangelio. Han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia... Incluso, enfrentándose a graves discriminaciones sociales, las santas mujeres han obrado con libertad, fuertes por su unión con Cristo... 

En nuestros días, la Iglesia no cesa de enriquecerse gracias al testimonio de numerosas mujeres que viven generosamente su vocación a la santidad. Las santas mujeres son una encarnación del ideal femenino: pero, también son un modelo para todos los cristianos, un modelo de “sequela Christi”, del seguimiento de Cristo, un ejemplo de la manera cómo la Iglesia-Esposa tiene que responder con amor al amor de Cristo-Esposo.

Valor del sufrimiento

El dolor y el sufrimiento son un misterio en la vida.¿Por qué los manda Dios?¿Por qué los permite Dios? Por: P. Jorge Loring | 

Vamos a dedicar este rato a hablar del sufrimiento. El dolor y el sufrimiento son un misterio en la vida.¿Por qué los manda Dios?¿Por qué los permite Dios?

Hay sufrimientos que Dios no los quiere. Porque son consecuencia de pecados de los hombres. Por ejemplo, las víctimas del terrorismo. Pero otros sufrimientos entran en los planes de Dios. Por ejemplo, las víctimas de un terremoto. Son sufrimientos consecuencia de las leyes de la naturaleza que Dios ha hecho.

Evidentemente que Dios podía haber hecho la naturaleza con otras leyes físicas. Pero toda naturaleza posible sería imperfecta, pues el único ser Omniperfecto es Dios. Fuera de Dios todo es imperfecto, limitado, capaz de mejorar. Y Dios ha pensado que en este mundo, tal como es, con sus imperfecciones, el hombre puede merecer la gloria y salvarse, que es el fin para el cual hemos sido creados.

Otra cosa es el dolor producido por los pecados de los hombres, que Dios no lo quiere. Pero para quitar el dolor, consecuencia de los pecados de los hombres, Dios tendría que quitar la libertad; pues en toda situación de hombres libres es inevitable que alguno use mal de su libertad, peque y haga sufrir a los demás.

Pero un hombre sin libertad, dejaría de ser hombre. La libertad para ser bueno o ser malo es lo que hace meritorio ser bueno. Y hacer méritos para la vida eterna es para lo que Dios nos puesto en esta vida. Dios tiene razones para permitir el mal. A nosotros nos basta saber que Dios tiene Providencia, aunque desconozcamos sus caminos.
Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica1: «La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna». Todas las cosas tienen «pros» y «contras». La electricidad nos trae muchos bienes (iluminación, telecomunicación, motores, informática, etc.), pero también puede provocar un incendio por un cortocircuito y matar por electrocución. A pesar de los peligros que supone la electricidad, no por eso dejamos de poner en casa instalación eléctrica.

El mundo que Dios ha hecho tiene muchas cosas buenas, pero a veces ocurren desgracias que no comprendemos. Sería absurdo querer entender a Dios al modo humano. Dios tiene su Providencia que a veces no entendemos: lo mismo que las hormigas no entienden el juego del ajedrez y no saben por qué se mueve una pieza u otra.

Es lógico que el hombre no entienda a veces el proceder de Dios. Nos debe bastar saber que Dios es Padre y permite el sufrimiento para nuestro bien. Por eso Dios deja actuar las leyes de la naturaleza y la libertad de los hombres. Para los hombres el sufrir es un mal; pero no así para Dios, que ha querido redimir al mundo por el sufrimiento. Si el sufrir fuera malo, Cristo no hubiera sufrido ni hubiera hecho sufrir a su madre. Esto no obsta para que nosotros procuremos mitigar el dolor con los medios que Dios pone a nuestro alcance.

Sin embargo también hay que valorar la mortificación voluntaria y la penitencia. Ha sido una práctica frecuente en toda la Historia de la Iglesia. Muchos santos la han practicado eminentemente. La mortificación debe tener una cierta continuidad. No se trata de hacer un gran sacrificio un día, para luego descansar una temporada. Hay muchos modos de hacer pequeñas mortificaciones.

He aquí algunos ejemplos: mortificar la curiosidad; no discutir, aunque tengamos la razón, cuando se trata de tonterías intrascendentes; no enfadarme, aunque tenga motivos para ello, si mi enfado no es necesario; levantarme de la cama puntualmente, sin conceder minutos a la pereza; acabar bien lo que hago, sin dejarlo a medias por dejadez; dedicar mi tiempo a los demás, aunque esté cansado (a no ser que tenga algo más importante que hacer); no gastar dinero en caprichos; sonreír y saludar amablemente, aunque no tengamos ganas de hacerlo; no hacer ruidos innecesarios que molestan a los demás; ser puntual para no hacer esperar; escoger para mí lo peor, si esto es posible; etc., etc.

Podemos afirmar que todo el mundo se mortifica. Lo que cambia son los motivos. Hay gente que es capaz de sacrificarse mucho por razones nobles, pero humanas: dietas de adelgazamiento, cirugía estética, entrenamientos deportivos, etc. Todas estas cosas hacen sufrir, pero se conllevan de buena gana para conseguir un fin. ¿Nos vamos a extrañar que merezca la pena sufrir por amor a Cristo? ¿Para parecernos a Él? ¿Para colaborar a la salvación del mundo? Sufrir por sufrir, ni es humano ni es cristiano. Pero el cristianismo ha descubierto el valor de sufrir por amor a Dios. No existe cristianismo sin renuncia, sin mortificación, sin imitación a Cristo «que padeció por nosotros dándonos ejemplo»2.
Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica3: «El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación, que conducen gradualmente a vivir en la paz y en el gozo de las bienaventuranzas».

Algunos dicen: «bastantes sufrimientos tiene la vida, ¿para qué buscar más?». Por tres razones:

a) Porque sufriendo por Dios le mostramos nuestro amor, como Él nos lo mostró muriendo por nosotros en la cruz.
b) Porque sufriendo por Dios aumentamos nuestros merecimientos para el cielo.
c) Porque sufriendo uniéndonos a la Pasión de Cristo, colaboramos a la Redención de la Humanidad. Dios quiere que colaboremos a la Redención de la Humanidad. Es doctrina de San Pablo4.

Pero además, el esfuerzo y el dominio propio fortalecen la voluntad y perfeccionan la persona humana. Son ideas de Bernabé Tierno, famoso psicólogo, cuyos artículos se publican en varias revistas periódicamente. En uno publicado en la revista «Familia Cristiana», de Marzo de 1993, dice así:
«En un programa de televisión en el que niños y adolescentes hablan con un presentador, joven y simpático, escuché varias veces la frase “hacer lo que me pide el cuerpo”, como objetivo, como programa de vida. Al presentador, claro está, no se le ocurrió preguntarles a aquellos jóvenes si no les parecía razonable el hacer cosas por el hecho de que son buenas y convenientes para nosotros mismos o para los demás, aunque no nos lo pida el cuerpo, es decir, aunque no sean agradables.

Hablar de fuerza de voluntad, de dominio de uno mismo, de control de las pasiones, de esfuerzo, no sólo no está de moda sino que son temas de los que se habla con indiferencia y desprecio, si los tocamos ante muchos jóvenes y no tan jóvenes. “No diga tonterías, no me hable de rollos”, me decía hace unas cuantas semanas un joven de veinte años al que yo pretendía convencer de que el hombre está capacitado para vivir en la medida en que ha aprendido a esforzarse.

Es necesario, de toda urgencia, que padres y educadores prediquemos con el ejemplo de una firme voluntad, y eduquemos para el esfuerzo a nuestros niños y adolescentes. Que sepan, desde los primeros años, que el gusto o disgusto, el placer o displacer, no son normas de conducta por las que debamos regirnos, sino lo que nos conviene, lo que es bueno para el cuerpo, para la mente y para el espíritu. Educar para el esfuerzo debe ser una constante en todos los hogares desde los primeros años, y que el niño sepa que está haciendo algo simplemente porque es bueno para él, porque le conviene, le prepara para la vida, y le ayuda a “crecer”.

Es el esfuerzo, el tesón en lograr los objetivos propuestos, lo que desarrolla “el músculo de la voluntad”, lo que se llama “voluntad constituyente”. Sin esa voluntad, que se hace día a día por medio del esfuerzo, el hombre no llega jamás a hacerse hombre, por más años que cumpla. El niño o el adolescente empiezan a ser psicológicamente mayores, maduros, cuando saben decidir y elegir por sí mismos aquello que les conviene, aunque no les guste y les exija mucho esfuerzo.
Si tu norma de vida es “hacer lo que pide el cuerpo”, es una señal clara de que sigues siendo un niño, de que no has “crecido”, de que no estás preparado para la vida, porque no son la voluntad y la razón las que te guían».

Todo esto un plan meramente humano. Por encima de esto está el plano sobrenatural.

¿Por qué Dios ha elegido el sufrimiento para redimir al mundo? No lo sabemos. Pero es así. Por eso nuestro sufrimiento unido al de Cristo colabora en la redención del mundo.

Y nuestro sufrimiento, ofrecido Dios es una manifestación de amor a Él. Lo mismo que Él nos manifestó su amor muriendo por nosotros en la cruz. El sufrir por amor a Dios nos enriquece para la vida eterna. Debe ser para nosotros un consuelo saber que, en igualdad de circunstancias, en el cielo gozan más los que más han sufrido en la Tierra por amor a Dios. Y es consolador saber que «el sufrir pasa, pero el premio de haber sufrido por amor a Dios durará eternamente».Por eso el cristiano le encuentra sentido al sufrimiento. El ateo no tiene motivación para sufrir, por eso se desespera.

La sublimación del sufrimiento es uno de los grandes tesoros del cristianismo. Sufrir por un ideal hace más llevadero el sufrimiento: «las espinas pinchan cuando se pisan, no cuando se besan».

Querer quitar de la vida el dolor es una utopía. Todo el mundo tiene que sufrir algo. Es ley de vida. Unos en una cosa y otros en otra. Pero cada uno tiene su cruz. Es inútil querer rechazarla. Eso lleva a la desesperación. Es mucho mejor llevarla con garbo por amor a Dios. Se sufre menos y se merece más.

Debemos aceptar de buena gana la cruz que Dios ha puesto sobre nuestros hombros. Si Dios nos la ha puesto, es porque es la que nos conviene.

Va de cuento: Érase una vez un hombre que siempre iba protestando de la cruz que Dios le había puesto encima. Un día fue a la tienda de cruces a cambiar la suya por otra. Allí las había de todos los colores, formas y tamaños.

Al entrar le dijo al tendero:

- Vengo a cambiar mi cruz, porque la que tengo no me gusta.
- Aquí tiene usted el catálogo. Escoja la que prefiera.
- Deme usted ésta.
Sale a la calle y a los pocos pasos vuelve a la tienda.
- Oiga, que ésta tampoco me gusta. Deme usted aquella.
Sale a la calle y a los pocos pasos vuelve a la tienda.
- Ésta tampoco me gusta. Deme usted aquella otra.
Y después de probar varias, le dice al de la tienda:
- Deme usted la mía que es la que mejor me va.
¡Natural! La tuya es la mejor para ti. Por eso te la ha puesto Dios. La que es a tu medida. La que te va mejor. La cruz que nos pone Dios es la que mejor nos va. Como el zapato hecho a la medida. Si es más pequeño, me hace daño. Si es más grande, se me sale al andar. El que me va bien es el de mi medida.

Lo mismo pasa con la cruz. La que Dios me ha puesto sobre mis hombros es la de mi medida. Aunque me parezca muy pesada puedo llevarla, con la ayuda de Dios. Dice San Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». Dios no pone a nadie una cruz que él no pueda soportar. Sería blasfemo pensar que la cruz que Dios nos pone nos aplasta.

Y San Agustín, ese talento privilegiado que hemos tenido en la Iglesia, tiene una frase preciosa que hizo suya el Concilio de Trento5: «Dios no manda imposibles. Él quiere que hagas lo que puedas y le pidas lo que no puedas, que Él te ayudará para que puedas»6.Hay un aforismo teológico que dice: «a quien hace lo que puede, Dios no le niega su gracia»7. La cruz, con la ayuda de Dios, por amor a Dios, es mucho más llevadera.

Una niña de seis años llevaba en sus brazos a su hermanito de cuatro. Una señora le pregunta:
- ¿Dónde vas con esa carga?
Ella contestó:
- No es una carga. Es mi hermanito.
¡Qué bonito!

Hay que saber aceptar el sufrimiento con amor:
- Primero, porque así manifiesto mi amor a Dios. Dice Trafonten: «Quien no sabe renunciar a sí mismo es incapaz de amar». El sufrimiento se halla estrechamente unido al amor. El sufrimiento sirve para expresar el amor. Dijo Jesús: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos»8. El amor es darse, y quien da su persona, su vida, no tiene nada más que dar.

La cruz es el objeto más besado de la historia. Pero el beso no va dirigido al objeto, sino a Jesús, que está crucificado en ella. Cuando yo amo la cruz, amo a Jesús que está en ella. Por el mundo hay muchos trocitos de la cruz de Cristo. Se llaman «Lignum Crucis». Se guardan en valiosos relicarios. Pero un relicario por valioso que sea, no ama. No sabe amar. No puede amar. Yo puedo ser un relicario que lleva con amor la cruz de Cristo.

El cirineo llevó la cruz de Cristo detrás de Él. Al principio la cargó de mala gana, pero después con amor. Por eso Jesús le premió con la gracia de la fe. Él y su familia se convirtieron al cristianismo, como dice San Pablo.
 Segundo, sufriendo con amor enriquezco mi corona eterna.

- Tercero, sufriendo por amor a Cristo colaboro en la redención del mundo, que es la obra más grande de la Humanidad.
Pero, sobre todo, la respuesta del dolor es Cristo que quiso pasarlo primero para animarnos a sufrir. Como la madre que prueba primero la sopa delante del niño que no quiere comer, para animarle.

Cuando se viven estas ideas, el sufrimiento es mucho más llevadero. Merece la pena sufrir. El sufrimiento es un valor. Por eso Dios, a veces, hace sufrir a sus seres queridos. Como la madre, que pone una inyección a su hijo pequeño, aunque le duela. Porque el bien de la salud, compensa el dolor del pinchazo. La Redención no termina en la cruz, sino en la resurrección.
Si sabemos apreciar el valor del sufrimiento, y sufrimos por amor a Dios, enriqueceremos nuestros méritos para la gloria eterna, y nuestro premio será muy grande, pues Dios no se deja vencer en generosidad: premia con el ciento por uno. Decía San Juan de la Cruz: «Tan grande es el bien que espero, que toda pena me da consuelo».
Que el Señor nos conceda saber sufrir por amor a Él, y de esta manera colaborar con Él a la obra de la Redención de la Humanidad y salvación de las almas.

1Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 324
2Primera carta de SAN PEDRO, 2:21
3Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2015
4Carta a los Colosenses, 1:24
5DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 804. Ed. Herder. Barcelona
6SAN AGUSTÍN: De natura et gratia, XLIII,50. ML,44,27.
7ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Teología de la salvación,nº 119. Ed. BAC. Madrid.
8Evangelio de SAN JUAN,15:13

Acompañar a Cristo

Santo Evangelio según San Lucas 8, 1-3. Viernes XXIV del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor dame la gracia de hacer la experiencia de tu amor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Me doy cuenta que la lista de aquellos que acompañan al Señor, es una lista que se podría extender como años han pasado. Habría todo tipo de nombres y personas; hombres y mujeres de distintos tiempos y lugares. Cada quien con su historia, cada quien con su vida, pero con algo en común: fueron curados… fueron sanados por Cristo.

Acompañar a Cristo es consecuencia de haber hecho la experiencia de su amor. Acompañar a Cristo es consecuencia de haber experimentado su consuelo, su misericordia; de haber experimentado su mirada ante aquello que yo mismo no soy capaz de ver y aceptar en mí.

Acompañar a Cristo no es cuestión de un momento de fervor o un compromiso que tiene un día establecido en mi semana. Acompañar a Cristo es una decisión que se da cuando se ha experimentado verdaderamente su amor.

Yo sé que mi nombre se encuentra en esa lista; yo he sido curado y sanado por Él…, ¿lo quiero acompañar?

Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz -todos la tenemos…- para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, que nos libera del egoísmo y del pecado. Se trata de realizar un neto rechazo de esa mentalidad mundana que pone el propio "yo" y los propios intereses en el centro de la existencia: ¡eso no es lo que Jesús quiere de nosotros! Por el contrario, Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada, y auténtica.

(Homilía de S.S. Francisco, 13 de septiembre de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Vivir este día en acción de gracias por todo lo que he recibido del Señor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Jesucristo es el camino

En el camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas, pero en esta carrera el hombre no camina solo, Dios es su acompañante.

Un joven acudió una vez a un anciano y le pidió que orara por él:

– “Me doy cuenta que estoy cayendo continuamente en la impaciencia, ¿podría orar por mí para que pueda ser más paciente?”.

El anciano accedió. Se arrodillaron, y el hombre de Dios comenzó a orar:
– “Señor, mándale tribulaciones a este joven esta mañana, envíale tribulaciones en la tarde…”

El joven le interrumpió y le dijo:
- “¡No, no! ¡Tribulaciones no! ¡Paciencia!”.
-“Pero la tribulación produce paciencia –contestó el anciano–. Si quieres
tener paciencia, tienes que tener tribulación”.

Cualquier caminante necesita echar mano de la paciencia, pues el camino es largo, arduo y costoso, expresaba san Juan de la cruz y en todo camino se presentan dificultades y tribulaciones de todo tipo.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Jesús aparece el nuevo mediador de Dios (Mc 3,14) y la definitiva revelación de Dios (Jn 17, 22). Jesús señala las condiciones de este camino para entrar en el Reino (Mt 5,20). El caminar cristiano es una carrera (1Co 9,24-27). Para caminar hay que poner lo ojos en Jesús (Hb 12,1-2) y peregrinar (Hb 11,13-16), sin poseer una ciudad permanente (Hb 13, 14) siendo huéspedes de este mundo (1P 1,1). Él es camino de vida, de bendición. Juan lo mostró al mundo como el camino por donde tendría que ir la humanidad, camino recto; quien quiera transitar por caminos de vida, tendrá que caminar con él y por él.

El símbolo del “camino” nos evoca el seguimiento, el proceso espiritual, nos habla de nuestra condición de peregrinos. Somos extranjeros y peregrinos (1P 2,11), somos ciudadanos del cielo, buscamos otra ciudad (Hb 11,9-10). Aquí estamos de paso, esta tierra no es nuestra morada permanente.

El Señor resucitado nos invita a abandonar Jerusalén y a volver a Galilea -donde todo comenzó-, pues allí le veremos (Mc 16,7), nos invita a salir y ponernos en camino. No es fácil responder a esta llamada, ya que amamos la seguridad y estabilidad que nos ofrecen las instituciones y todo tipo de seguridades que nos hemos ganado. Tendemos a instalarnos en nuestras ideas, en nuestros sentimientos, en nuestros trabajos, en nuestras seguridades. Jesús también estuvo sometido a constantes tentaciones, que le invitaban a escoger otro camino más fácil, pero las venció todas y perseveró hasta el final. Nosotros también sufrimos el acoso de las tentaciones para dejar el camino.

Jesús acompañó en todo momento a sus discípulos. “No os dejo huérfanos, volveré a visitaros” (Jn 14,18). Y acompañó a los enfermos y a muchos sanó por su fe. "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia" (Mc 5, 33-34) Jesús acompañó a todos aquellos que se encontraron con él. En este acompañamiento de la persona Jesús va al fondo, lleva a la persona a nacer de nuevo. “Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reinado de Dios...Te aseguro que, si uno no nace de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 3-5). Y nacieron de nuevo María Magdalena, Zaqueo, Pedro Ignacio de Loyola, Agustín, Carlos de Foucauld....

La vida cristiana se llama en los Hechos de los Apóstoles “el camino” (9,2; 18,25,24,22). En este camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas (1P 1, 7) las grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y el hacerse violencia (Mt 11, 12). Pero en esta carrera el ser humano no camina solo, Dios es su acompañante. El ser humano es un ser en camino, eterno peregrino a la casa del Padre. En esta marcha se encuentra con encrucijadas: caminos que conducen a la vida y caminos que conducen a la muerte. Y se presentan peligros, riesgos, dificultades de todo tipo. Para superarlos y no ceder al cansancio ni al desaliento, es necesario tener los ojos bien fijos en la meta y estar bien motivados. El ser humano está en continua elección: escoger la vida y seguir por el camino recto, estrecho y empinado, o escoger lo fácil, el camino de muerte.

El seguir a Jesús requiere el poner los ojos en él, en tener sus mismos sentimientos y actitudes, en dar la vida. Y en este camino se sube bajando, se entra saliendo, se es espiritual, encarnándose y se gana la vida perdiéndola. Es un camino totalmente imprevisible, en él abundan las pruebas y caídas (1P 1,7) grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y hay que hacerse violencia (Mt 11,12). Pero en esta carrera el ser humano no camina solo, Dios es su compañero; por eso tenemos que tener confianza y saber que él nos acompaña y que aunque caminemos por cañadas oscuras nada debemos temer, porque él va con nosotros y su vara y su cayado nos sosiegan (Sal 22).

Jesús nos invita a seguirle, a caminar con él. La Biblia habla de camino, sendero, vía (Dt 30,15-16) y de la necesidad de escoger un camino u otro, el de salvación o el de perdición para la persona, de vida o de muerte (Dt 30,1-5). “Hay un camino que uno cree recto y que va a parar a la muerte” (Pr 14,12). Jesús nos ha dado a conocer al Padre. A Dios nadie lo ha visto nunca. El Hijo Único de Dios, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (Jn 1, 18). Quien lo ve a él, ve al Padre (Jn 14, 9). Él es el camino que nos lleva al Padre, la única posibilidad que tiene el hombre de encontrar la plenitud de la vida: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).

Para que Jesús pueda acompañarnos necesitamos desearlo y permitirle que camine con nosotros. Y en este caminar con él necesitamos confiar en él, perseverar y tener paciencia; pues además de una confianza y fidelidad a toda prueba se necesita perseverancia, pues en cualquier campo de la vida no se adelanta nada sin constancia ya que cualquier proyecto necesita tiempo y esfuerzo para echarlo adelante.

Hay personas que parecen mariposas, saltando de médico en médico o de compromiso en compromiso; así en la vida espiritual comienzan un proyecto, con mucho calor, y a los pocos días se enfrían y se desinflan, son amigas de actos heroicos, pero a corto plazo, la vida diaria, el martirio de cada día no tiene atractivo, no aguantan ese ritmo.

Paciencia necesitamos cuando deseamos caminar; paciencia para entender y escuchar a Dios, al otro y a uno mismo; paciencia porque el camino es largo, complicado y lleva mucho tiempo. Sin embargo la marcha lenta obtiene grandes resultados, “poco a poco se va lejos”. La paciencia, como la paz y la felicidad, brotan de uno mismo; por mucho que intenten los otros de que perdamos los estribos, nadie nos arrebatará nuestra paz si nuestra paciencia está bien arraigada. Los obstáculos, las dificultades, los contratiempos desesperan a muchos; sin embargo, Dios nos ha dado los medios con que soportar las cosas que nos sobreviene sin dejarnos deprimir ni aplastar.

Novena a Santa Teresita del Niño Jesús

Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (22 al 30 de septiembre)

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

¡Santa Teresita! Vengo a tus plantas lleno de confianza a pedirte favores. La cruz de la vida me pesa mucho, y no encuentro más que espinas entre sus brazos. ¡Florecita de Jesús! envía sobre mi alma una lluvia de flores de gracia y de virtud para que pueda subir el Calvario de la vida embriagado en sus perfumes. Mándame una sonrisa de tus labios de cielo y una mirada de tus hermosos ojos... Que valen más tus caricias que todas las alegrías que el mundo encierra. ¡Dios mío! Por intercesión de Santa Teresita dadme fuerza para cumplir exactamente con mi deber, y concededme la gracia que en esta novena le pido. Amén.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Jaculatoria. ¡Oh santita sin igual! Enséñanos el "caminito" de tu infancia espiritual.

Oración. ¡Gloriosa santita mía! Espero confiadamente me alcanzarás de Dios la gracia especial que en esta novena te pido. Yo en cambio, prometo imitar, con todas mis fuerzas, tus heroicos ejemplos, y apropiarme de las páginas de tu vida encantadora para que tenga la dicha de gozar de Dios en tu compañía en la patria de los santos. En tanto, quiero, cual tu, oh Florecita de Jesús, "deshojar" en la tierra las flores de mis caricias a los pies del Amor de los Amores y cantar a lo divino tus encantadoras armonías:

"Por solo tus amores,
Jesús mi bien amado,
En ti mi vida puse,
mi gloria y porvenir;
Y ya que para el mundo
soy una flor marchita,
No tengo más anhelo
que amándote, morir…"

DÍA PRIMERO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por aquel volcán de amores que inflamó tu corazón, cuyos divinos ardimientos fueron el dulce martirio que consumió tu vida "con ansias de amores inflamada", haz que también yo, ¡oh santa Teresita! a solo Dios entregue totalmente mi corazón con todas sus esperanzas y con todos sus ensueños, para que le transforme y le resucite y le salve. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA SEGUNDO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por los perfumes de santidad que exhalaste durante tu vida, escondida cual humilde violeta en el jardín del Carmelo, haz que pueda también mi alma, libre de los malos olores del pecado, agradar a Dios con el suave olor de las virtudes cristianas. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA TERCERO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por los pasos de inocencia y de candor que diste en la florida senda de tu caminito, que fue camino de infancia espiritual, haz que los pasos de mi vida no corran por los derroteros de la perdición; sino que, pasito a paso, suba la senda -cuesta arriba- que conduce a la gloria. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA CUARTO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por la celestial pureza que adornó tu corazón cual los lirios a los valles y la "nieve" a las alturas alcánzame, azucena del Carmelo, la pureza en pensamientos, palabras y obras. Defiéndeme en la tentación, y cubre con las azucenas de tu pureza la fealdad de éste pobre corazón mío inquieto y apasionado. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA QUINTO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por el empeño grande que pusiste en "pasar por la Tierra haciendo bien", y en esparcir en los corazones el amor y la esperanza, haz que también yo pase mi vida sembrando bondades para recibir allá arriba el galardón seguro del ciento por uno con la vida perdurable y feliz. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA SEXTO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por aquella continua tendencia de "empequeñecerse" que fue el tema de tu santa vida, haz sepa también yo ser un "alma tan pequeñita" que encuentre la verdadera grandeza en los brazos del sacrificio y de la Cruz; y aprenda a ser grande en lo pequeño y amar la humildad... la "pequeñez", para entrar más fácilmente por las puertas de la gloria al gozo eterno. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA SÉPTIMO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por aquel martirio tan continuado que sufrió tu espíritu en la incesante negación de la naturaleza, haz que aprenda a negar mis caprichos y veleidades y a pagar, cual tú, los desprecios del prójimo con una sonrisa heroica y celestial. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA OCTAVO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por la paciencia admirable con que supiste disimular y sufrir las enfermedades que en la Cruz te pusieron, ¡oh! que pueda yo también, santita mía, llevar si no con alegría, a lo menos en conformidad con la voluntad de Dios los achaques y miserias de este cuerpo de barro para que un día resulte embellecido en la gloria. Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.

DÍA NOVENO

Oración. ¡Florecita de Jesús! Por el heroico valor con que apuraste el cáliz hasta las "heces" en el trance amargo de tu agonía; y por la dulce calma con que esperaste la fría llamada de la muerte, pueda yo también cerrar los ojos a esta vida mortal repitiendo las hermosas palabras que al morir pronunciaste: "Oh... ¡Le amo!.. . ¡Dios mío... os...amo!". Amén.

Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos l

Francisco: contra los abusos “hemos llegado atrasados”. Y pide “tolerancia cero”

Deja de lado su discurso y explica que los casos quedan en “Doctrina de la Fe”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 21 Sept. 2017).- El papa Francisco recibió hoy en audiencia en el Vaticano a los miembros de la Comisión Pontificia para la Tutela de los Menores, en ocasión de su asamblea plenaria, presidida por su presidente, el cardenal Sean Patrick O’Malley

Junto a ellos, el Santo Padre dejó de lado el discurso preparado, si bien pidió que sea publicado. Un discurso en el que reitera que “la Iglesia irrevocablemente y a todos los niveles pretende aplicar contra el abuso sexual de menores el principio de “tolerancia cero”. En sus palabras improvisadas, el Santo Padre lamentó que con la Comisión “Hemos llegado tarde”, y consideró ineficiente la “vieja práctica de cambiar a la gente de lugar”. Y dirigiéndose al cardenal O’Malley, el Pontífice señaló que la providencia “suscitó hombres proféticos en la iglesia, como el cardenal que inició este trabajo de traer el problema a la superficie y verlo en la cara”. “¿Cuál es el camino para proseguir con nuestro trabajo?”, se interrogó Francisco, “porque no es solo la Comisión, es la Santa Sede y el Papa” quienes están involucrados. Y señaló: “Por ahora es competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe”. Precisó que se trata de “una cosa práctica que la Iglesia siempre ha hecho”, ante estas “problemáticas nuevas”. La Doctrina de la Fe las toma como en los casos de reducción laical después del Concilio.

“Después cuando se sistematizó bien”, el caso de las reducciones laicales, esta materia “pasó a la Congregación del Clero”. Precisó que explica esto porque “algunos piden que los casos de abusos vayan directamente a la Rota o tribunales del Vaticano”.“El problema –aseguró el Papa– es grave porque hay algunos que no han tomado conciencia del problema” y por ello los casos “deben permanecer en la Doctrina de la Fe”.

“Es verdad que hay muchos casos allí que no avanzan”, reconoció el Pontífice, si bien aseguró que “con el nuevo secretario, se está tratando de volver más rápidos los trabajos para los procesos”. Y aseguró que “este es el primer problema” que se está enfrentando.

Segundo paso

Indicó un Segundo paso: “Sobre las quejas porque los procesos no avanzaban”. Señaló que “se creo una comisión para los recursos, la que tienen que ser mejorada con la ayuda de algún obispo diocesano que conozca los problemas en el lugar”.

Es una comisión presidida por el arzobispo de Malta, Mons. Charles Scicluna, “quien tiene una conciencia muy clara del problema de la pedofilia”. Si bien indicó que “esta comisión tiene un problema, porque la mayoría son canonistas y examinan si todo el proceso está bien” y porque además “existe la tentación del bajar la pena”.

Por lo tanto, indicó el Sucesor de Pedro, “he decidido balancear un poco esta comisión y decir que un abuso probado es suficiente para no poder hacer apelo. Si están las pruebas, es definitivo”. Reiteró que “quien hace esto, hombre o mujer, está enfermo, es una enfermedad. Hoy se arrepiente y después de dos años recae”.

“El tercer paso es el pedido de gracia al Papa”, dijo. Cuando el tribunal llamado ‘Feria cuarta’ da su sentencia, está la Comisión para el apelo. “Quien es condenado en los dos, puede pedir la gracia al Papa” dijo, si bien aseguró: “Yo no la firmaré jamás”.

Señaló que apenas fue elevado a Pontífice, le llegó una solicitud de gracia, en la que se podía “perder de las funciones pero no el estado clerical”. Indicó que “Yo era nuevo, no sabía mucho y di la más benévola. Pero recayó”. Y subrayó: “Yo he aprendido de esto: es una fea enfermedad”.

Añadió que es una vieja enfermedad, “como se puede ver en una carta de san Francisco Javier a unos monjes budistas, en los que condenaba este vicio”.

El Papa concluyó que es necesario “ir adelante con confianza”y les agradeció por el trabajo que hacen y por traer a flote este problema. 

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