¿Acumular para uno mismo o ser rico de cara a Dios?

Evangelio según San Lucas 12,13-21.

En aquel tiempo: 

Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". 

Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?". 

Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas". 

Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'. 

Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'. 

Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'. 

Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios". 

San Juan de Capistrano, religioso presbítero

San Juan de Capistrano, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, que luchó en favor de la disciplina regular, estuvo al servicio de la fe y costumbres católicas en casi toda Europa, y con sus exhortaciones y plegarias mantuvo el fervor del pueblo fiel, defendiendo también la libertad de los cristianos. En la localidad de Ujlak, junto al Danubio, en el reino de Hungría, descansó en el Señor.

Capistrano es un pueblecito en los Abruzos, que, en otro tiempo, formó parte del reino de Nápoles. Allí, en el siglo XIV, cierto soldado -se discute si de origen francés o alemán-, se había establecido, después de cumplir con su servicio militar a las órdenes de Luis I. Se casó con una mujer italiana y de esta unión nació, en 1386, un hijo, llamado Juan, que estaba destinado a adquirir fama como una de las grandes luminarias de la orden franciscana. Desde su infancia, el niño fue notable por su adelanto. Estudió leyes en Perugia con tal éxito, que en 1412, con 26 años, fue nombrado gobernador de la ciudad y contrajo matrimonio con la hija de uno de los principales ciudadanos. Durante las hostilidades entre Perugia y los Malatesta, fue hecho prisionero y en esta ocasión tomó la decisión de cambiar su manera de vivir y hacerse religioso. Cómo consiguió solucionar el problema de su matrimonio, no está del todo claro. Pero se dice que atravesó Perugia montado al revés en un asno y con un enorme sombrero de papel, en el que estaban escritos claramente sus peores pecados. Fue apedreado por los muchachos y cubierto de inmundicias y en estas condiciones, se presentó al noviciado de los frailes menores, pidiendo su admisión. En aquella época (1416), tenía treinta años y parece que su maestro de novicios pensó que para un hombre de tal fuerza de voluntad, que había estado acostumbrado a hacer todo a su manera, era necesario una dura disciplina para probar la sinceridad de su vocación (Juan no había hecho aún la primera comunión). Las pruebas a las que se le sometió fueron de lo más humillantes y, en algunas ocasiones, fueron seguidas de manifestaciones sobrenaturales. Pero el hermano Juan perseveró y, años más tarde, a menudo expresaba su gratitud al implacable instructor que le hizo comprender que el vencimiento propio era el único camino seguro hacia la perfección.

En 1420, Juan fue elevado a la dignidad sacerdotal. Mientras tanto, hizo extraordinarios progresos en los estudios, llevando al mismo tiempo una vida de extrema austeridad; recorrió los caminos descalzo; dedicaba solamente tres o cuatro horas al sueño y llevaba puesta continuamente una áspera camisa de cerdas. En sus estudios tuvo por compañero a san Jacobo de la Marca y por maestro a san Bernardino de Siena, a quien le tomó el más profundo afecto y veneración. Pronto, las excepcionales dotes oratorias de Juan se dieron a conocer. Toda la Italia de aquella época atravesaba una terrible crisis de inquietud política y relajación de costumbres. Estas dificultades eran causadas o, por lo menos acentuadas, por el hecho de que existían tres rivales que reclamaban el Papado y por el acerbo antagonismo entre güelfos y gibelinos, que aún persistía. A pesar de todo esto, en sus predicaciones en toda la extensión de la península, Juan encontró maravillosas respuestas. Hay, sin lugar a duda, una nota de exageración en los términos en que los padres Cristóbal de Varese y Nicolás de Fara describen el efecto producido por sus discursos. Hablan de 100.000 y hasta de 150.000 oyentes que escuchaban cada sermón. Eso ciertamente no era posible en un país diezmado por guerras, hambre y pestes, y con los escasos medios de comunicación de aquel entonces. Pero había bastante razón para justificar el entusiasmo de los citados escritores, cuando nos dicen: «No había nadie tan ansioso como Juan Capistrano por la conversión de los herejes, cismáticos y judíos. Nadie que anhelara tanto que su religión floreciera, o que tuviera mayor poder para obrar maravillas. No había nadie que deseara tan ardientemente el martirio, ni tan famoso por su santidad. Y así, era recibido con honor en todas las provincias de Italia. La afluencia de gente a sus sermones era tan grande, que hacía pensar que los tiempos apostólicos habían vuelto. Al llegar a la provincia, los pueblos y aldeas se conmovían y grandes multitudes acudían a oírlo. Los pueblos lo invitaban a visitarlos, ya por medio de cartas apremiantes, o por medio de mensajeros, o apelando al Soberano Pontífice mediante personas influyentes». Pero lo que principalmente absorbía toda la atención del santo era el trabajo de la predicación y la conversión de las almas.

No hay ocasión para referir aquí al detalle las dificultades domésticas que agobiaron a la Orden de San Francisco, a partir de la muerte de su seráfico fundador. Baste decir que el grupo conocido como «los Espirituales» no tenía, de ninguna manera, los mismos puntos de vista respecto de la observancia religiosa que los que fueron llamados «relajados». La reforma de los observantes, que había sido iniciada en la mitad del siglo XIV, se encontraba todavía obstruida en muchas formas por la administración de superiores generales que sostenían un diferente tipo de perfección y, por otro lado, hubo también exageraciones en la dirección de una austeridad más severa, que culminó eventualmente con las enseñanzas heréticas de los «Fraticelli». Todas estas dificultades requerían un arreglo y Capistrano, trabajando en armonía con san Bernardino de Siena, fue llamado a soportar gran parte de esta pesada carga. Después del capítulo general, celebrado en Asís en 1430, se nombró a san Juan para que sacara las conclusiones a que había llegado la asamblea y, estos «Estatutos Martinianos», como fueron llamados (en virtud de su confirmación por el papa Martín VI), se cuentan entre los más importantes en la historia de la Orden.

De nuevo, en otras varias ocasiones, le confió la Santa Sede a Juan poderes inquisitoriales, como por ejemplo, para proceder en contra de los «Fraticelli» y para investigar la grave acusación que se hizo contra la Orden de los Jesuatos, fundada por el beato Juan Colombini. Más tarde, estuvo profundamente interesado en la reforma de las monjas franciscanas, que debían su principal inspiración a santa Coleta, así como a los terciarios de la orden. En el Concilio de Ferrara, trasladado después a Florencia, se le escuchó con atención, pero entre las primeras y las últimas sesiones, se vio obligado a visitar Jerusalén como comisario apostólico. Incidentalmente, había contribuido mucho a la inclusión de los armenios en el arreglo con los griegos, por desgracia de corta duración, que iba a tener efecto en Florencia.

Cuando el emperador Federico III, encontrando que la fe religiosa de los países bajo su soberanía sufría penosamente por las actividades de los husitas y otros sectarios heréticos, pidió ayuda al papa Nicolás V, y san Juan Capistrano fue enviado como comisario e inquisidor general, y partió para Viena en 1451, con doce de sus hermanos franciscanos para que le ayudaran. Está fuera de duda que su arribo produjo gran sensación. Silvio Eneas, el futuro Papa Pío II, nos relata cómo, al entrar al territorio austríaco, «los sacerdotes y el pueblo salieron a recibirlo, llevando las sagradas reliquias. Lo saludaron como legado de la Sede Apostólica, como predicador de la verdad y como a un gran profeta enviado por Dios.

Bajaban de las montañas para saludar a Juan, como si Pedro o Pablo o alguno de los otros apóstoles fuera el que llegara. Gustosamente besaban la orla de su vestidura, le presentaban sus enfermos y afligidos y se dice que muchos fueron curados. La gente importante de la ciudad salió a recibirlo y lo condujo a Viena. No había plaza que pudiera contener a las multitudes. Todos lo miraban como a un ángel de Dios». El trabajo de Juan como inquisidor y sus tratos con los husitas y otros herejes bohemios ha sido severamente criticado, pero éste no es el lugar para intentar ninguna justificación. Su celo era cauterizante y consumidor, aunque era misericordioso con los humildes y los arrepentidos. Se adelantaba a su tiempo en su actitud con respecto a la brujería y al uso de la tortura. Los milagros que lo acompañaban dondequiera que iba y que él atribuía a las reliquias de san Bernardino de Siena, fueron asiduamente observados por sus compañeros. Más tarde, se levantó un prejuicio en contra del santo, a causa de los relatos que fueron publicados sobre estas maravillas. Viajó de un lugar a otro, predicando en Baviera, Sajonia y Polonia, y sus esfuerzos eran, en todas partes, acompañados por un gran renacimiento de la fe y la devoción. Cocleo de Nüremberg nos relata que «los que lo vieron allí lo describen como un hombre pequeño de cuerpo, enjuto, extenuado y con la piel pegada al hueso, pero entusiasta, fuerte y asiduo en el trabajo. Dormía con su hábito y se levantaba antes de la aurora, recitaba su oficio y celebraba luego la misa. Después de eso, predicaba en latín, que en seguida era traducido al pueblo por un intérprete». También visitaba a los enfermos que esperaban su llegada, poniéndoles las manos sobre la cabeza, rezando y tocándolos con una de las reliquias de san Bernardino.

La caída de Constantinopla a manos de los turcos, puso fin a esta campaña espiritual. Capistrano fue llamado para alentar a los defensores de Occidente y para predicar una cruzada contra los infieles. Sus primeros esfuerzos en Baviera y aún en Austria encontraron poca respuesta y, a principios de 1456, la situación se hizo desesperada. Los turcos avanzaban para sitiar Belgrado y el santo, que por este tiempo había viajado a Hungría, reunido en consejo con el gran general Huniyades, vio con claridad que tendrían que depender principalmente del esfuerzo local. San Juan, personalmente, se extenuó predicando y exhortando al pueblo húngaro para levantar un ejército que pudiera enfrentarse al peligro amenazante y él mismo condujo a Belgrado más tropas que había podido reclutar. Muy pronto, los turcos estuvieron parapetados y el sitio empezó. Animados por las oraciones de Capistrano y su heroico ejemplo en el campo de batalla, y adecuadamente guiados por la experiencia militar de Huniyades, los soldados de la guarnición consiguieron al fin una abrumadora victoria. El sitio fue abandonado y la Europa occidental quedó a salvo, temporalmente, pero la putrefacción de miles de cadáveres que quedaron insepultos alrededor de la ciudad, provocó una epidemia que costó la vida, primero que a nadie, a Huniyades y después, un mes o dos más tarde, al mismo Capistrano, agotado por años de trabajo y austeridades y por las penalidades del sitio. Murió pacíficamente en Villach, el 23 de octubre de 1456 y fue canonizado en 1724. Su fiesta fue general en 1890 para toda la Iglesia occidental.

Acta Sanctorum, octubre, vol. x. Ver Bolandistas, Biblioteca Hagiográfica Latina, nn. 4360-4368, pero además de esto, existe considerable cantidad de nueva información referente a los escritos de san Juan, sus cartas, reformas y otras actividades, que ha sido publicada durante el siglo actual en el Archivum Franciscanum Historicum editado en Quaracchi; préstese particular atención a los escritos referentes a san Juan y los husitas en los volúmenes XV y XVI de la misma publicación. Este y otros materiales han sido usados por J. Hofer en el St. John Capistran, Reformer (1943), obra de gran valor y erudición.

fuente: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.

Nació Juan el 24 de octubre de 1386 en Capistrano, L’Áquila, Italia. Cursó derecho en Perugia y allí alcanzó tal prestigio como jurista que Ladislao di Durazzo, rey de Nápoles, lo nombró gobernador de la ciudad. En 1416 intervino como pacificador entre las facciones de Perugia y Malatesta, que se hallaban enfrentadas, y fue hecho prisionero. En la cárcel sufrió una radical transformación. Reflexionó sobre la vida que había llevado, y en un sueño san Francisco lo invitó a unirse con sus discípulos. Eso hizo Juan al ser liberado, después de salir victorioso de interna lucha. Aplacadas las voces contradictorias que brotaban dentro de sí, el único impedimento que podría haber tenido era un matrimonio anterior que, por graves razones de peso, cuando ingresó en la cárcel ya se había anulado.

Se hizo franciscano en Perugia en octubre de 1416, a la edad de 30 años. Primeramente fue destinado a misiones humildes. En ese momento la necesidad de regresar a la observancia primitiva gravitaba sobre la comunidad, instada por san Bernardino de Siena. Ambos entablaron entrañable amistad. Bernardino le enseñó teología y Juan le correspondió estando a su lado; le defendió frente a las acusaciones de herejía. Además compartieron similares bríos que les llevaron a preservar la fe frente a los infieles. Aún no había sido ordenado, y Juan comenzó a destacar en la predicación. A los 33 años recibió ese sacramento. Entonces el papa le nombró inquisidor de los fraticelos, y emprendió una misión itinerante por distintos estados europeos. Combatió las herejías de los husitas, participó en la dieta de Frankfurt y fue artífice de la unidad entre los armenios y Roma. De forma reiterada le designaron vicario general de la observancia, fue nuncio apostólico en Austria, etc.

Hacía poco que era sacerdote cuando dijo: «Aunque no tengo la última responsabilidad, estoy decidido a invertir todas mis fuerzas, hasta el último momento de mi vida, en defensa del rebaño de Cristo». Lo demostró. Era un hombre de oración, gran penitente. Su rostro era, en sí mismo, un tratado de vida ascética. Dormía dos horas y, a veces, una sola; austero en sus alimentos, templado y prudente en sus juicios, todo caridad y dulzura, entregado por completo a su prójimo. Las huellas del rigor que se impuso iluminaban sus ojos; eran una candela viva de amor a Cristo. La gente le seguía y le escuchaba enfervorizada, viendo en su llamada a la conversión una invitación del cielo. En Brescia predicó ante 126.000 personas. Su fama a la hora de sanar a los enfermos le precedía, y muchos intentaban tomar como reliquia trozos de su túnica. Sabiendo el valor de la formación, instó a sus hermanos al estudio: «Ninguno es mensajero de Dios si no anuncia la verdad; y no puede anunciar la verdad quién no la conoce; y no puede conocerla si no la aprendió […]. Deben encontrar el tiempo para dedicarse a las letras y a las ciencias... para no tentar a Dios con vanas presunciones...».

Los pontífices contaron con él valorando sus excelentes dotes para la diplomacia, su prudencia y fidelidad a la Sede de Pedro. Tanto Martín V, como Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III le encomendaron diversas causas delicadas que solventó admirablemente. Declinó ser obispo en tres ocasiones; prefería mantener la misión de predicador. En 1430 se implicó en un asunto que incumbía directamente a su Orden: la unidad. Para lograrla propuso las constituciones martinianas (en honor de Martín V), pensando que con ellas podría mediar entre las dos tendencias polarizadas que surgieron entre los franciscanos: el laxismo y el rigorismo. No tuvo éxito en su empeño. Sufrió críticas e incomprensiones internas, que se unieron a otras externas.

Fue un ardoroso defensor de la fe en lugares de batalla. Animaba a las tropas a luchar bravamente por Cristo: «Sea avanzando que retrocediendo, golpeando o siendo golpeados, invoquen el nombre de Jesús. Solo en Él está la salvación y la victoria». La última en la que participó fue en 1456, en Belgrado, obteniendo la victoria con su fe; tenía entonces 70 años. Tres meses más tarde, el 23 de octubre de ese año, murió en Vilak a causa de la peste. En aras de su proverbial obediencia al pontífice hubiese ido donde fuera. Así se lo había confesado a san Bernardino: «Soy un viejo, débil, enfermizo... No puedo más... Pero si el papa lo dispusiera de otra forma, lo acepto, aunque deba arrastrarme medio muerto, o bien debiera atravesar barreras de espinas, fuego y agua». Pero Dios había previsto que entregase su sangre después de haber participado heroicamente en esta guerra contra el turco.

El legado que dejaba a sus hermanos, a la Iglesia y a la posteridad era, como el de todos los santos, un compendio de virtudes heroicas desplegadas sin descanso por amor a Cristo. Tan aclamado en Europa que se le ha considerado «stella Bohemorum», «lux Germanie», «clara fax Hungarie», «decus Polonorum», también «padre devoto» y «varón santo». Inocencio X lo beatificó el 19 de diciembre de 1650. Alejandro VIII lo canonizó el 16 de octubre de 1690.

Oh Dios, que suscitaste a san Juan de Capistrano para confortar a tu pueblo en las adversidades, te rogamos humildemente que reafirmes nuestra confianza en tu protección y conserves en paz a tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

Concilio Vaticano II 
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual « Gaudium et spes », § 88-90 (trad. cf breviario 31 mar.)

¿Acumular para uno mismo o ser rico de cara a Dios?

Los cristianos cooperen gustosamente y de corazón en la edificación del orden internacional con la observancia auténtica de las legítimas libertades y la amistosa fraternidad con todos, tanto más cuanto que la mayor parte de la humanidad sufre todavía tan grandes necesidades, que con razón puede decirse que es el propio Cristo quien en los pobres levanta su voz para despertar la caridad de sus discípulos. Que no sirva de escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que tienen una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias. El espíritu de pobreza y de caridad son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo. Merecen, pues, alabanza y ayuda aquellos cristianos, en especial jóvenes, que se ofrecen voluntariamente para auxiliar a los demás hombres y pueblos... 

Es éste el motivo de la absolutamente necesaria presencia de la Iglesia en la comunidad de los pueblos para fomentar e incrementar la cooperación de todos, y ello tanto por sus instituciones públicas como por la plena y sincera colaboración de los cristianos, inspirada pura y exclusivamente por el deseo de servir a todos. En esta materia préstese especial cuidado a la formación de la juventud tanto en la educación religiosa como en la civil... 

Es de desear, finalmente, que los católicos, para ejercer como es debido su función en la comunidad internacional, procuren cooperar activa y positivamente con los hermanos separados que juntamente con ellos practican la caridad evangélica, y también con todos los hombres que tienen sed de auténtica paz.

Mi verdadero tesoro

Santo Evangelio según San Lucas. Lunes XXIX del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este momento que me regalas para estar contigo. Tú me has traído con tu mano amorosa. Aquí me tienes, tal cual soy. Delante de Ti puedo ser quien soy sin ningún tapujo. Me conoces y me amas así como soy.

Aumenta mi fe en Ti. Quiero creer de verdad en el amor que me tienes; deseo experimentar todo el cariño de quien me amó - y ama – tanto, que se entregó por mí en una cruz y se me da todos los días en la Eucaristía.

Ayúdame a confiar en Ti. Quiero dejar de tener miedo al futuro, al dolor y permitirte que hagas en mi vida según tu voluntad.

Enséñame a amar como Tú. Mi corazón anhela amar y ser amado. No dejes que las dificultades y las heridas de mi corazón frenen esos deseos de dar mi vida por amor. Dame tu Corazón y enciende en mí el fuego de tu amor. Amén.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy, Jesús, me dices que mi vida no depende de las riquezas y que la codicia no es la solución a mis problemas. En el fondo, Jesús, el problema con el dinero es que me hace poner mi confianza en las cosas que no pueden llenarme. Hoy me hablas del dinero, pero lo mismo me dices sobre el placer desmedido, sobre la soberbia, sobre la confianza desmedida en mí mismo… todas estas cosas me prometen colmar mi vida a precio de que te abandone a Ti. Muchas son las voces que me invitan a ya no trabajar por tu Reino.

Me dicen que es una tontería, que nada puede cambiar, que no desperdicie mi vida con algo tan iluso, que es muy difícil, que no vale la pena… ¡ayúdame a confiar en Ti, amado Jesús ! Creo que, aunque parezca que no vale la pena trabajar por Ti y por tu Reino en esta vida, en la otra, la recompensa será la mayor que nunca podría siquiera imaginar: Tú mismo.

No permitas, Jesús, que me deje seducir por el resplandor de las monedas cuando Tú eres el mayor tesoro.

El dinero es importante, sobre todo cuando no hay y de eso depende la comida, la escuela, el futuro de los hijos. Pero se convierte en ídolo cuando se convierte en el fin. La avaricia, que no es por casualidad un pecado capital, es pecado de idolatría porque la acumulación de dinero en sí se convierte en el fin del propio actuar.

(Homilía de S.S. Francisco, 4 de febrero de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré poner mi verdadero tesoro en Dios, dedicando un momento extra a la oración.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Cómo será mi muerte?
La muerte, maestra de vida III

Si vives bien, morirás bien; si vives mediocremente, morirás como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: “He cumplido mi misión”. Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su “dies natalis”.

La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.”, decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: “¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!”; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado.

Otro decía: “No sé por qué lloran”. Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: “No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena”. ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: “Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe”. Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta.

Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: “Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro”

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes

Para leer la meditación completa:

  1. ¿Y si hoy fuera el último día de mi vida?
  2. ¿Me siento preparado para morir en este momento?

 ¿Es obligatorio el diezmo?

En su sentido literal, el diezmo es la décima parte de todos los frutos adquiridos, que se debe entregar a Dios como reconocimiento de su dominio supremo

Pregunta:

Padre, yo leí una parte de la polémica del P. Alberto Linero con un pastor protestante, sobre el asunto del diezmo. Y la verdad entendí algunas cosas pero en otras quedé más confundido. ¿Al fin qué dice la Iglesia Católica sobre esto de diezmar? En mi propia familia hemos tenido discusiones al respecto. Gracias. -- H.J.

Respuesta:

La página católica corazones.org trae una muy buena explicación:

En su sentido literal, el diezmo es la décima parte de todos los frutos adquiridos, que se debe entregar a Dios como reconocimiento de su dominio supremo (Cf. Levítico 27,30-33). El diezmo se le ofrece a Dios pero se transfiere a sus ministros. (Cf. Num 28,21).

El diezmo es una práctica de la antigüedad (tanto entre los babilonios, persas, griegos y romanos, como entre los hebreos). También es ley en la actualidad entre los musulmanes, judíos y muchos grupos cristianos.

Aparece ya en Génesis 14 cuando Abraham ofrece el diezmo al sacerdote Melquisedec. En Génesis 28, Jacob da el diezmo de todas sus posesiones al Señor.

Según la Ley Mosaica, el diezmo es obligatorio. "El diezmo entero de la tierra, tanto de las semillas de la tierra como de los frutos de los árboles, es de Yahveh; es cosa sagrada de Yahveh." (Levítico 27:30, Cf. Deut., 14, 22). En el Deuteronomio no solo se menciona el diezmo anual, sino también un diezmo a pagarse cada tres años (el año de los diezmos).

La tribu de los levitas no heredaron la tierra como las otras tribus de Israel. En vez de ello, recibían de las otras tribus, por ser representantes del Señor, el décimo de lo que la tierra producía, incluso del ganado. Ellos a su vez debían ofrecer al sacerdote una décima parte de todo lo recibido.

El Diezmo y los pobres

El diezmo del A.T. tiene una importante orientación también hacia la caridad con los pobres:

"El tercer año, el año del diezmo, cuando hayas acabado de apartar el diezmo de toda tu cosecha y se lo hayas dado al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, para que coman de ello en tus ciudades hasta saciarse" Deuteronomio 26,12

El diezmo en el Nuevo Testamento

Cristo no rechaza el diezmo pero enseña una referencia nueva: Dar ya no el 10% sino darse del todo por amor, sin contar el costo.

En ninguna de las cuatro veces que el diezmo aparece en el N.T. (Mt 23,23; Lc 11,42; 18,12; Hb 7,2-9) se nos enseña a guiarnos por esa medida. La Nueva Alianza no se limita a la ley del 10% sino que nos refiere al ejemplo de Jesucristo que se dio sin reservas. Jesús vive una entrega radical y nos enseña que debemos hacer lo mismo. El nos da el siguiente modelo:

Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: "Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir". -Marcos 12,42-44

El Corazón Traspasado de Jesús es el modelo de entrega total. Se entregó hasta la muerte en el Calvario, hasta la última gota de Su Preciosa Sangre. Jesús nos da Su gracia para saber dar y darnos como El se dio. Todo le pertenece a Dios y somos administradores de nuestros recursos según el Espíritu Santo ilumina la conciencia.

San Pablo enseña y vive la misma entrega radical:

Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza. -II Corintios 8,9

Y el deber de mantener a los ministros: "¿No sabéis que los ministros del templo viven del templo? ¿Que los que sirven al altar, del altar participan?" I Corintios 9,13.

Esta medida del NT ya estaba prefigurada en el Antiguo:

Eclesiástico 35,9. Da al Altísimo como él te ha dado a ti, con ojo generoso, con arreglo a tus medios.

Es decir da como El te dió, ya no un por ciento sino según tus posibilidades.

La enseñanza de la Iglesia

Basado en las Escrituras, algunos escritores antiguos presentan la obligación de ayudar a la Iglesia como una ordenanza divina que obliga a la conciencia. Ya se legisló sobre la contribución a la Iglesia en la carta de los obispos reunidos en Tours (567) y en los cánones del Concilio de Macon del 585. Al principio la contribución se le pagaba al obispo pero mas tarde el derecho pasó a los sacerdotes parroquiales. Como es de esperar, hubieron abusos. Se le pagaba una porción a príncipes, nobles y eclesiásticos en cambio de protección y servicios. En el tiempo de Gregorio VIII se instituyó el "diezmo de Saladín" que debían pagar todos los que no participasen personalmente en las Crusadas para recobrar la Tierra Santa.

El Catecismo de la Iglesia Católica solo menciona el diezmo una vez, y esta en referencia a la responsabilidad del cristiano hacia los pobres, fundamentada ya en el Antiguo Testamento:

En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda, obligación del diezmo, pago cotidiano del jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia y la siega) corresponden a la exhortación del Deuteronomio: "Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra" (Dt 15, 11). Jesús hace suyas estas palabras: "Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis" (Jn 12, 8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: "comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias..." (Am 8, 6), sino que nos invita a reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos -Catecismo 2448-2449

La enseñanza del Catecismo sobre la obligación de ayudar a la Iglesia esta en el #2043:

El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia en sus necesidades) señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia (cf. CIC can. 222) (Ver: los 5 mandamientos de la Iglesia)

En la actualidad la Iglesia mantiene la enseñanza Paulina sobre la obligación de los fieles de contribuir generosamente con las necesidades de la Iglesia según sus posibilidades, pero la manera en que lo hacen no esta definido por la ley. Algunos en la Iglesia recomiendan el diezmo, como una forma de establecer una contribución proporcional a las ganancias. Pero debe entenderse según el espíritu evangélico de una entrega de corazón por amor. Personas con recursos podrían dar mucho mas, mientras que para un pobre, dar el 10% podría significar negarle a sus hijos el alimento.

Debe entonces quedar claro que, al no precisar una cuota, la Iglesia no exime de la obligación de contribuir, al contrario, nos enseña que el cristiano debe dar a la medida de Cristo y por amor a El, según las necesidades de la Iglesia y sus propias posibilidades. Dar es una obligación y también un privilegio, un gozo, porque es parte integral de nuestra vocación de hacer todo para propagar su Reino de Dios.

Educa en la Fe a tus hijos antes de que el mundo los deseduque.

5 Tips para educar a nuestros hijos en la Fe.

La educación en la fe es un tema que para muchos ya está pasado de moda o es de poca importancia, sin darse cuenta de que de esto depende la salud espiritual de nuestros hijos y la tranquilidad que puedan tener a lo largo de su vida, ya que les puede permitir tomar las cosas que se les van presentando con sabiduría y tranquilidad, confiando en la providencia y misericordia divina; o las pueden tomar con angustia y estés, como lo hace la mayoría.

Por eso aquí les dejo mis 5Tips para educar a nuestros hijos en la Fe.

PRIMERO. Siempre es mejor desde pequeños.
La mejor educación es la que se recibe desde que los niños tienen conciencia ya que la van viviendo cotidianamente y esto hace que los conocimientos se queden impregnados en el alma de nuestros hijos. Lo mismo pasa con las cosas de la Fe.

Es importante que desde pequeñitos los acostumbremos a ir a la Iglesia, no importa que hagan un poco de ruido y debemos enseñarles como se deben comportar en misa para que poco a poco logren estar tranquilos.

Es bueno también buscar alguna Iglesia en donde haya misa para niños ya que en este tipo de misas las personas que asisten ya saben que encontrarán ruidos, llantos y juegos de los niños y puede ser más fácil para nosotros.

También es muy bueno que desde pequeños enseñemos a nuestros hijos a personarse y algunas de las oraciones básicas como el Padre Nuestro o el Ave María. Para esto existen ahora publicaciones con dibujos grandes y representativos para que nuestros hijos asocien esas imágenes con lo que les vamos diciendo.

Cuando mis hijos eran pequeños hasta les imprimíamos las imágenes y se las dábamos para que la iluminaran mientras rezamos el Rosario.

SEGUNDO. Edúcalos con el ejemplo.
Esto es muy importante ya que la Fe que no es coherente en lugar de educar, fauna a nuestros hijos.

Es importante que aprendan de nuestras acciones más que de nuestras palabras.

Y nuestros hijos nos observan todo el tiempo; observan como reaccionamos ante los problemas, observan que hacemos ante las dificultades y se dan cuenta cuando ponemos a Dios al frente de nuestra vida y le sedemos nuestro tiempo.

Es importante que seamos congruentes para que nuestros hijos vivan la Fe.

TERCERO. También en la adolescencia.
Este punto es algo controvertido ya que hay muchas personas que dicen que cuando los hijos llegan a cierta edad entre los 14 y 18 años, es necesario dejarlos libres para que ellos escojan en que quieren creer; sin darse cuenta que es precisamente a esta edad cuando nuestros hijos adolecen de una conciencia clara.

Es aquí cuando debemos redoblar las enseñanzas en cuestión de Fe y sobre todo las vivencias de una Fe encaminada a hacer la Voluntad de Dios.

Así podrán decidir después, con una conciencia bien formada, que estilo de vida quieren tener.

Si la influencia de los amigos es tan fuerte, busca que tengan amistades afines a su forma de vivir y de pensar.

Es importante que busquemos que nuestros hijos se desarrollen en un ambiente adecuado y propicio para la vivencia de valores y de la Fe como tal.

Con mis hijos tenemos varios círculos de amistades y ellos ya saben distinguir cual es cual. Esto es muy válido y nos ayuda a que nuestros hijos valoren también los beneficios de estas amistades.

CUARTO. Enséñalos a que den testimonio de su Fe.
Es importante que nuestros hijos sean valientes y no les de pena demostrar que son católicos.

Y para esto es importante que vean que a nosotros tampoco nos da pena tener esas manifestaciones públicas de la vivencia de la Fe.

Es hermoso ver que los niños y jóvenes asisten a misa, rezan el rosario, asisten a grupos católicos de formación y convivencia.

Pero también es hermoso ver que nuestros hijos pueden defender lo que piensan frente a algún profesor o algún compañero de la escuela que les diga que lo malo es bueno. Si lo logran hacer, entonces serán valientes y darán testimonio de sus valores y de su Fe.

Un punto importante que debo decir, es que no es necesario llegar a los golpes para defender la Fe, es mejor se inteligentes y dar testimonio con nuestra propia vida.

QUINTO. Y si no te hacen caso… Reza por ellos.
En toda familia, nunca falta un hijo que pase por una etapa rebelde o de falta de Fe y nosotros como papás debemos estar al pendiente de ellos.

Es importante que les expliquemos las dudas que tengan o que les aconsejemos cuando veamos que tiene problemas, pero llega un momento en que las cosas se salen de nuestras manos y parece que el problema no tiene soluciono.

Es ahí donde debe entra la oración. La oración de una madre por sus hijos es poderosísima y puede arrancarle milagros a Dios.

También es bueno que tomemos en cuenta la intercesión de nuestra Madre del Cielo que siempre está lista para ayudarnos y que bien sabe lo que sufre nuestro corazón de madre por un hijo que tiene problemas.

Cuando las cosas se salen de nuestras manos, es sólo Dios quien puede regresarlas a su cause natural y hacer que nuestros hijos vuelvan a la Fe.

No olvidemos que a Jesús le encanta que le pidamos, pero siempre sabe que es lo mejor para cada uno.

No perdamos jamás la esperanza en Dios y pongamos manos a la obra, educando a nuestros hijos para se peregrinos de este mundo, pero sobre todo para que algún día lleguen a ser ciudadanos del Cielo.

¿Dónde está el verdadero respeto por la mujer?

Nunca será más mujer que cuando respete el plan de Dios

Pregunta:

Estimados señores: Yo opino que existen muchas leyes que no son aplicables a la vida de hoy y que deben ser actualizadas por los jerarcas de la Iglesia. Me inquieta muchísimo lo referente a la anticoncepción. En mi condición de mujer casada, creo que tengo el derecho de decidir mi vida; no creo que ataque a ninguna ley evitar un embarazo, ¿debería entonces embarazarme cada año, hasta que mi cuerpo no aguante, y me muera en un parto, o tener todas las complicaciones que un embarazo tiene, tener niños que no pueda criar? ¿no poder estudiar?, ¿llevar una vida dedicada a criar niños y no poder ejercer ningún cargo?, ¿ser discriminada por la sociedad y no ser empleada por mi estado? Yo tengo un concepto muy alto de la mujer y no me gusta escuchar que la mujer es una especie de objeto de pecado, una mancha, una cosa o un objeto malo. Me gustaría recibir de ustedes una respuesta a mis dudas o una opinión de lo que expresé. Por su atención muchas gracias.

Respuesta: 

Estimada Señora:

La Iglesia tiene la más alta estima por la mujer, como podría Usted comprobar leyendo los documentos pontificios que hablan sobre ello (como, por ejemplo, la Carta Mulieris dignitatem, sobre la dignidad de la mujer, del Papa Juan Pablo II). Es más, tiene un concepto de la mujer (y del hombre) más alto que el que tienen muchos que piden libertades para la mujer que en el fondo no la liberan sino que la esclavizan.

Es parte esencial de la dignidad de la mujer el saber respetarse y hacerse respetar. Respetarse es conocer su propia verdad, saber qué es ella en el plan divino y respetar el plan de Dios sobre ella. Ese plan está admirablemente grabado en sus íntimas estructuras, en su psicología, en su espiritualidad y en su biología. Respetando el plan de Dios sobre la mujer, ésta se respeta a sí misma y puede llevarse a la más alta dignidad.

La anticoncepción disgrega dos elementos que Dios ha querido juntos en el ejercicio de la sexualidad humana: la unión de los cónyuges (siempre actual) y la paternidad/maternidad (no siempre actual sino que muchas veces no es más que potencial, según lo prevé la misma naturaleza). Separando ambas dimensiones se desvirtúa la sexualidad. Así como es una aberración querer la maternidad sin amor (como ocurre en el acto sexual ejercido con violencia, o con desprecio, o por fines de lucro o de placer, pero sin amor), igualmente es una aberración querer el ejercicio de la sexualidad sin la donación total a la otra persona (donación que es total cuando incluye también la potencialidad procreadora, tal como la naturaleza la prevea para el momento en que ejercen la sexualidad).

Éste es el motivo por el que la Iglesia, por respeto a la ley natural y por tanto, por respeto al hombre y a la mujer, condena la anticoncepción.

Además, la anticoncepción se inserta en una lógica antivida; de hecho ella es madre del aborto y del rechazo a la vida. Y hacer de una persona una mentalidad antivida es el peor abajamiento al que puede sometérsela.

Esto no implica esclavizar a la mujer a una maternidad constante, quedando embarazada una vez tras otra. El conocimiento de sus ritmos biológicos (y por tanto, de los sabios planes de Dios) le permite reconocer e identificar los momentos en que ella es fértil y los momentos en que no lo es; ya sea para decidir ejercer la sexualidad conyugal en los momentos de fertilidad (buscando ser madre) como para restringirse por motivos serios a los momentos de infertilidad distanciando los embarazos. Tal es el núcleo de los métodos naturales.

Tenga por cierto que nunca será más mujer que cuando respete el plan de Dios que fue quien hizo a la Mujer.

PAXTV.ORG