Estad a punto

Evangelio según San Lucas 12,39-48. 

Jesús dijo a sus discípulos: "Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. 

Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada". 

Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?".

El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? 

¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!

Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. 

Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. 

El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. 

Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más."

Santos Crispín y Crispiniano, mártires

Estos dos mártires fueron muy famosos en el norte de Europa durante la Edad Media. Shakespeare exalta el día de estos santos en el famoso monólogo en el que Enrique V llama al combate la víspera de la batalla de Agincourt. Desgraciadamente el relato del martirio, que es muy posterior a los hechos, no merece crédito alguno. Según dicho relato, Crispín y Crispiniano fueron de Roma a la Galia a predicar el Evangelio a mediados del siglo III, junto con

san Quintín y otros misioneros. Se establecieron en Soissons, donde instruyeron a muchos en la fe de Cristo. Predicaban durante el día, pero en la noche, de acuerdo con el ejemplo de san Pablo, se ganaban la vida remendando zapatos, a pesar de que eran de noble cuna. Los dos hermanos vivieron así varios años y más tarde, cuando cl emperador Maximiano fue a la Galia, fueron acusados ante él. Maximiano, probablemente más por complacer a los acusadores que por satisfacer su propia crueldad y susperstición, mandó que Crispín y Crispiniano compareciesen ante Ricciovaro, que era un enemigo irreconciliable del cristianismo (si es que existió en realidad). Ricciovaro los sometió a diversas torturas y trató en vano de ahogarlos y cocerlos vivos. Ese fracaso le encolerizó tanto, que se arrojó en la hoguera preparada para los mártires, a fin de quitarse la vida. Entonces, Maximiano mandó decapitar a los dos hermanos. Se cuenta que Crispín y Crispiniano sólo aceptaban por su trabajo lo que sus clientes les ofrecían buenamente, cosa que predispuso a los paganos en favor del cristianismo. Más tarde se construyó una iglesia sobre el sepulcro de los mártires, y san Eligio el Orfebre se encargó de embellecerla. 

En realidad, no sabemos nada acerca de estos mártires y es muy posible que hayan muerto en Roma y que sus reliquias hayan sido posteriormente transladadas a Soissons, donde empezó a tributárseles culto. Hay una tradición local, de Kent, en Inglaterra, que relaciona a estos mártires con el pequeño puerto de Faversham. Debía ser muy conocida en su tiempo, puesto que todavía existe: cuenta que los dos hermanos se refugiaron en dicho puerto para huir de la persecución y que abrieron una zapatería en el extremo de la calle Preston, «cerca del Pozo de la Cruz». Un tal Mr. Southouse, que escribió alrededor del año 1670, dice que, en su época, «muchas personas extranjeras que practicaban el noble oficio de zapateros solían visitar el lugar», de suerte que la tradición debía ser conocida fuera de Inglaterra. En la parroquia de Santa María de la Caridad había un altar dedicado a san Crispín y san Crispiniano. 

El ejemplo de estos santos muestra que se equivocan por completo los cristianos que se consideran dispensados de aspirar a la perfección a causa de la atención que exige el cuidado de la familia y del oficio. Si tales cristianos no alcanzan la perfección, se debe a su negligencia y debilidad. Muchas personas se han santificado trabajando en una finca o regenteando un comercio. San Pablo fabricaba tiendas, Crispín y Crispiniano eran zapateros, la Santísima Virgen se ocupaba del cuidado de su casa, el propio Jesús trabajaba con su padre adoptivo, y aun los monjes que se apartaban totalmente del mundo para dedicarse a la contemplación de las cosas divinas, tejían esteras y cestos, labraban la tierra o copiaban y empastaban libros. Todos los estados de vida ofrecen numerosas ocasiones de ejercitar las buenas obras y de santificarse.

Este día es el de la fiesta de San Crispin;el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares, se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispin.
El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta, invitará a sus amigos y les dirá: «Mañana es San Crispin».
Entonces se subirá las mangas, y al mostrar sus cicatrices, dirá:
«He recibido estas heridas el día de San Crispin.»
Los ancianos olvidan; empero el que lo haya olvidado todo, se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a cabo en aquel día.

Y entonces nuestros nombres serán tan familiares en sus bocas como los nombres de sus parientes:
el rey Henry, Bedford, Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Glóucester serán resucitados con copas rebosantes por su saludable y viviente recuerdo.

Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín y Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército, de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición, y los caballeros que permanecen ahora en el lecho en Inglaterra se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno de los que han combatido con nosotros el día de San Crispín.
(Shakespeare, «Enrique V», acto IV, esc. 3) 

En Acta Sanctorum, oct., vol. XI, puede verse el relato del martirio de estos santos, con un comentario muy completo. La historicidad del martirio está garantizada por la mención del Hieronymianum en este día: «In Galiis civitate Sessionis Crispini et Crispiniani». Cf. Delehaye, Etude sur le légendier romain, pp. 126-129, 132-135; y CMH., pp. 337-338, 570-571; Duchesne, Fastes Episcopaux, vol. ut, pp. 141-152.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

El alma que quiere darse por  entero a  Dios, no ha de buscar nada para  sí mismo sino que  pensar, hablar y actuar tienen  como meta Dios. Y esto no es ninguna beatería, sino  un impulso fuerte e intenso a desvivirse por los demás.

Los  jóvenes de hoy, que murieron en el año 285, quedan  lejos de nuestra historia del tercer milenio.
Sin embargo, sus obras  y sus nombres han quedado grabados en las páginas de  la historia de la Iglesia para siempre.

Se  establecieron en Roma y aprendieron el oficio de zapateros. Y  desde cualquier trabajo se puede hacer un anuncio u proclamación  del Evangelio y de las riquezas que aporta al alma  humana.
Este servicio lo concretó en hacer zapatos para los pobres.  A estos, por supuesto, no les cobraban absolutamente nada.

A los  ricos, que conocían el buen trabajo que hacían y la  calidad del calzado, sí que les cobraban.
Lo bonito de estos  dos creyentes es que aprovechaban los momentos de venta o  de dar gratis para hablar con entusiasmo de Jesucristo. 

Y  con la mayor naturalidad del mundo.
Debían vivir lo que decían  porque la gente los escuchaba con agrado.
Los franceses dicen que  vivieron en la región de Soissons. Los ingleses, a su  vez, afirman que vivieron en el condado de Kent, al  sur de Inglaterra.

Shakespeare los elogia en su obra “Enrique V”  y en “Julio César”.
En lo que todos están de acuerdo  es en que murieron mártires.

Oremos. Dios todopoderoso y eterno, que diste a los santos mártires Crispin y Crispiniano, la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por ti, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia 
Homilía 77 sobre san Mateo

“Estad a punto”

“Es a la hora que menos pensáis que vendrá el Hijo del hombre.” Jesús dice esto a los discípulos a fin de que no dejen de velar, que estén siempre a punto. Si les dice que vendrá cuando no lo esperarán, es porque quiere inducirlos a practicar la virtud con celo y sin tregua. Es como si les dijera: “Si la gente supiera cuando va a morir, estarían perfectamente preparados para este día”… Pero el momento del fin de nuestra vida es un secreto que escapa a cada hombre… 

Por eso el Señor exige a su servidor, dos cualidades: que sea fiel, a fin de que no se atribuya nada de lo que pertenece a su señor, y que sea sensato, para administrar convenientemente todo lo que se le ha confiado. Así pues, nos son necesarias estas dos cualidades para estar a punto a la llegada del Señor… Porque mirad lo que pasa por el hecho de no conocer el día de nuestro encuentro con él: uno se dice: “Mi amo tarda en llegar”. El servidor fiel y sensato no piensa así. Desdichado, bajo pretexto de que tu Amo tarda ¿piensas que no va a venir ya? Su llegada es totalmente cierta. ¿Por qué, pues, no permaneces en tu puesto? No, el Señor no tarada en venir; su retraso no está más que en la imaginación del mal servidor.

El perdón es la esencia del cristianismo
Reflexión del evangelio de la misa del Jueves 17 de Agosto de 2017
No te digo que perdones siete veces, sino hasta setenta veces siete

Josué 3,7-10. 11. 13-17: “El arca de la alianza pasará el Jordán delante de ustedes”
Salmo responsorial 113: “Bendigamos al Señor”
San Mateo 18, 21-19,1: “No te digo que perdones siete veces, sino hasta setenta veces siete”

Nuestra Patria está de luto. Las venganzas sanguinarias de uno y otro grupo van llenando de sangre, de violencia y de temor todo el territorio. A una ofensa se responde con otro agravio mayor, y a una muerte, ya sea de los grupos de terroristas, narcotraficantes o gobierno, se busca dar una respuesta más dura. Y así estamos sumergidos en una ola de violencia y criminalidad nunca antes vista ni siquiera imaginada. Así, las palabras de Jesús pueden sonar como una utopía muy lejana de la realidad. Pero Jesús le insiste a Pedro y nos insiste a cada uno de nosotros que mientras no se otorgue el perdón no puede haber paz en el corazón. 

Primeramente con una afirmación condensada en pocas palabras Jesús nos asegura que debemos perdonar hasta setenta veces siete, que es decir prácticamente siempre. Y después con una parábola que nos coloca frente a Dios que siempre nos perdona y nos dibuja en el sirviente injusto que, a pesar de él haber recibido un gran perdón, no es capaz de perdonar una pequeña deuda a su hermano en desgracia. Sin embargo el perdón se ha convertido en nuestra sociedad en señal de debilidad y cobardía, pero el perdón es la esencia del cristianismo y del verdadero amor. Sólo es capaz de perdonar quien tiene grandeza de corazón y el mejor ejemplo lo encontramos en Jesús. 

Nosotros vamos arrastrando resentimientos que nos oprimen el corazón, que mutilan nuestros sentimientos y que nos incapacitan para el verdadero amor. En la pareja, en la familia, entre los compañeros y amigos, no somos capaces de perdonar los errores al estilo de Jesús. Atención, Jesús nunca fue un hombre débil o temeroso, enfrentó con valentía la injusticia y desenmascaró la hipocresía, pero supo tener su corazón libre de rencores y de odios.

Concepción y vida humana. La civilización ahora prefiere mirar hacia otra parte, es más cómodo

La verdad es la verdad, independientemente de quien la diga. No importa que todo el mundo afirme que el error es verdad; si no es verdad, no lo es, aunque todos estén de acuerdo en lo contrario. “¿Tu verdad? No, ¡la verad!, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela” dijo bien Machado. En efecto, si cerramos los ojos a la realidad los únicos perjudicados seremos nosotros, pues el error no salva, destruye, y la mentira tiene “patas cortas”, tarde o temprano revela su auténtico rostro, muchas veces cuando el daño ya es demasiado grave.

Los experimentos humanos en donde queda patente cómo, a pesar de realizar ímprobos esfuerzos, todos ellos se muestran estériles cuando nos empeñamos en construir el mundo de espaldas a la verdad o a establecerla por decreto, ya van siendo bastantes. Dicen, sin embargo, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. El nazismo, el comunismo, el liberalismo salvaje han prometido ser la panacea, la verdad, el cenit de la civilización, y no han conducido sino a la barbarie. Si los genocidios de los primeros 70 años del siglo XX fueron de carácter político; a partir de los años 70 hasta la actualidad, el genocida se viste de bata blanca, lo realiza de manera aséptica y cobra pingües ingresos por asesinar, haciéndolo siempre, claro está, dentro de una supuesta “legalidad”. Me refiero, obviamente, a la barbarie del aborto.

Así como ahora nosotros contemplamos, en una mezcla de horror y perplejidad, a los genocidas del siglo XX, presumiblemente en un futuro no muy lejano, nuestros congéneres del mañana nos mirarán peor que nosotros a los caníbales, observando cómo teniendo plenas evidencias empíricas de que la vida humana comienza en la concepción, hemos seguido practicando inmisericordemente el aborto.

Una luz de esperanza para la vida, sin embargo, se ha encendido recientemente. Comenzaba estas letras diciendo que la verdad es verdad independientemente de quien lo afirme o reconozca, pero para que esa verdad sea acogida, escuchada y, principalmente, implementada con todas sus consecuencias, por arduas que puedan ser, sí importa mucho quien lo afirme. Muchos, millones, muy probablemente la mayoría de las personas considerábamos, pese a la feroz campaña para normalizar lo abominable, que era así. Los datos que aporta la genética, avalados por algunos de sus más altos cultivadores, como Jérôme Lejeune, así lo sentenciaban. El ADN, como carné de identidad del ser humano, distinto del de ambos padres, que será el mismo desde la concepción hasta la muerte, y contiene toda la información biológica del individuo en cuestión así lo mostraba. Pero esta sorda evidencia no es tomada en cuenta; la civilización prefiere mirar hacia otra parte, es más cómodo. Los poderosos preferían ignorarlo, como antaño hicieron con la esclavitud: era patente su injusticia, pero también su utilidad, era mejor dejar así las cosas, hasta que la evidencia se impuso y el holocausto concluyó.

Algo semejante está sucediendo con el aborto. El HHS (U.S. Department of Health and Human Services) en su plan estratégico 2018-2002 hizo un pequeño cambio en la redacción, pero pocas letras dicen mucho: Antes decía: “HHS cumple su misión a través de programas e iniciativas que cubren un amplio espectro de actividades, sirviendo a los estadounidenses en todas las etapas de la vida”. Ahora, en cambio: “HHS cumple su misión a través de programas e iniciativas que cubren un amplio espectro de actividades, sirviendo y protegiendo a los estadounidenses en todas las etapas de la vida, desde la concepción”. ¡Desde la concepción!, ¡los servicios de salud estadounidenses planean reconocer cabalmente que la vida humana comienza desde la concepción! Era obvio que era vida (no era material inerte, tampoco un tumor) y evidente que era humana (no era un mandril ni un cocodrilo), pero no se atrevían a decirlo. Ya lo han hecho, y con ello, la evidencia científica, a pesar de las manipulaciones ideológicas, comenzará a abrirse paso. En un lapso, Dios quiera que sea breve, a las concepciones filosóficas (la noción de persona), las legislaciones políticas y a las convicciones morales socialmente aceptadas no les quedará otro camino que doblegarse a la evidencia contundente.

Jesús, ¿a quién hablas?

Santo Evangelio según San Lucas 12,39-48. Miércoles XXIX del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Gracias, Dios mío, por la vida, por tu cuidado, por tu mirada que me da confianza. Quiero, como las aves, meterme entre tus alas y estar seguro ahí. Si hay muchas cosas que podrían entristecer al hombre, también es cierto que hay muchas cosas que le dan paz y alegría. El motivo principal es que Dios existe y que ese Dios es Padre. Es fácil decir que no existe Dios y que no me ama. Pero es muy difícil sostener dichas afirmaciones. Basta una mirada a mi vida para darme cuenta de la pequeñez del hombre que, si no estuviese cuidado por ese Dios, ya no sería nada. Pues por ese amor tan especial quiero darte las gracias, Padre bueno.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

"Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?" Jesús advierte de la hora inminente. Nos pide estar preparados para el momento de la muerte, para el día del juicio. Pedro, al escuchar este discurso comienza a ponerse nervioso y hace esa pregunta. ¿Cuál es la respuesta de Jesús? Una parábola. No es del todo fácil comprender cuál es el sentido de la parábola que viene como respuesta a la pregunta de Simón. ¿Qué nos quiere decir Jesús?

Tal vez nos pide atención. Tal vez Pedro se sentía distinto a los demás y quería algún privilegio en el momento final. Es entonces cuando Jesús le hace ver su posición. Sí, Pedro es diverso y tiene una vocación distinta. Ha sido llamado y mirado por el Maestro. Pero no ha sido llamado a maltratar o explotar a sus hermanos. Todo regalo que se recibe de Dios es para darlo. Nos ha puesto en una situación privilegiada para servir. La lógica de Jesús va en sentido opuesto de la lógica del mundo. Jesús llama a servir y a vivir la caridad a los que más ama.

¿Cuál será la pregunta del juicio final? El amor. La corona de la victoria está en haber servido y en haber dado la vida. ¿Cuál es el culmen de la vida de una madre? El haber dado la vida por sus hijos, ¡Cuántos desvelos, cuántos cansancios! Pero he ahí el criterio para valorar la bondad de una madre. De modo semejante se juzgará al cristiano. A más entrega, mayor será el premio. Es entonces cuando se entiende la paradoja del cristianismo. Para ganar la vida hay que perderla, para ser el primero hay que ser el último.

Sí, Pedro, te hablaba a ti, pero le hablaba a cada cristiano que quiere ser amigo de Jesús. Tú lo entendiste bien y llegaste al cielo. Ayúdame, Pedro, a servir, a vivir la caridad hasta el punto de dar la vida por mis hermanos. Quiero comprender que la vida se posee a medida en que se pierde.

En la primera escena, el administrador sigue fielmente sus deberes y recibe su recompensa. En la segunda escena, el administrador abusa de su autoridad y golpea a los siervos, por lo que, al regreso imprevisto del señor, será castigado. Esta escena describe una situación frecuente también en nuestros días: tantas injusticias, violencias y maldades cotidianas nacen de la idea de comportarnos como dueños de la vida de los demás. Tenemos un solo dueño al cual no le gusta hacerse llamar "dueño" sino "Padre". Todos nosotros somos siervos, pecadores e hijos: Él es el único Padre.

(Homilía de S.S. Francisco, 7 de agosto de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Esta semana voy a vivirla con una actitud de especial servicio. Quiero vivir mi vida de cristiano, amando y sirviendo a los demás.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Tesoro en el cielo

Ciclo C - Domingo 19 del tiempo ordinario / Lucas 12, 32-48. La vigilancia del hombre sabio.

“No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.” Dijo Pedro: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?” Respondió el Señor: “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.

Reflexión
En el Evangelio de hoy, Jesús habla a los suyos sobre el uso de los bienes terrenos. Les propone acumular bienes espirituales y eternos, en lugar de cosas materiales y perecederas: “Haceos un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

Y el verdadero cristiano, el hombre nuevo debe ser un hombre libre: libre de toda esclavitud interior, de toda atadura incontrolada a los bienes y riquezas terrenas.
La codicia es una de las muchas formas de nuestro egoísmo, el que está muy metido dentro de nosotros mismos, y contra el cual tenemos que luchar durante toda nuestra vida.

“Dad limosna; y haceos un tesoro en el cielo”, nos propone el Evangelio.

El pobre, es decir, el hombre que busca tener un tesoro en el cielo, se da cuenta de que depende totalmente de Dios. Tiene una conciencia clara de su limitación humana. En el fondo, cada hombre aún sin saberlo - es un pobre. Y la pobreza material es el signo visible de esa pobreza mucho más profunda y universal: nuestra pobreza moral, nuestra fe miserable, nuestro amor raquítico. Todos somos pobres ante Dios, con nuestra culpa, nuestra miseria, nuestras deficiencias.

Pero no todos lo reconocen ante Él. Sólo aquel que conoce y reconoce su debilidad y pequeñez ante Dios, pone toda su confianza en Él, espera todo de Él, busca su protección poderosa. En esa actitud se vacía de sí mismo y se entrega filialmente al Padre. Y porque está abierto y disponible para Dios, hay lugar para el actuar divino.

“Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” ¿Y dónde está mi tesoro? ¿Busco yo los bienes de este mundo o busco las riquezas de Dios? ¿Dedico mi tiempo a los intereses terrenos o los intereses de Dios? ¿Cuál es el sentido, la verdadera meta de mi vida?

El Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt solía decimos: El sentido de mi vida de cristiano es buscar a Dios, volver a Dios, caminar hacia el Padre.

No existe nada puramente terreno que puede llenar y saciar nuestro corazón. Nuestro anhelo es demasiado grande para este mundo. El cielo es nuestro verdadero hogar. Todo lo demás es demasiado pequeño para nosotros. Nuestra hambre de felicidad sólo será saciada en Dios y junto a Él.

Queridos hermanos, el sentido de mi vida es y debe ser: ir, caminar hacia el Padre. Y cuando muera, la muerte significará sólo una ganancia para mí. Caerán todas las barreras terrenales. Me encontraré, definitivamente, con mi Dios y Creador. Estaré con mi Padre para siempre, toda una eternidad.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

"DELANTE DE DIOS, NOS PRESENTAMOS TODOS CON LAS MANOS VACÍAS"
Papa: "El paraíso no es un lugar de fábula ni un jardín encantado, sino el abrazo con Dios, Amor infinito".
"En los hospitales y en las cárceles, este milagro se repite continuamente"

José Manuel Vidal, 25 de octubre de 2017 a las 10:30

Francisco en la audiencia

El que ha conocido a Jesús ya no teme nada...Todo pasa, pero el amor, no. Porque la caridad nunca acabará"

(José M. Vidal).- Catequesis sobre la esperanza del Papa Francisco en la audiencia general sobre el paraíso, que "no es un lugar de fábula ni un jardín encantado, sino el abrazo con Dios". Un abrazo confiado, porque "delante de Dios, nos presentamos todos con las manos vacías". Es el milagro del amor de Dios, que "se repite continuamente en los hospitales y en las cárceles".

Mañana de sol radiante en la plaza de San Pedro de Roma, repleta de peregrinos, que vitorean al Papa. En su recorrido por la plaza, Francisco invita a subir a su papamóvil a varios chavales.

Lectura del Evangelio de Lucas: "Uno de los malhechores crucificados lo insultaba...Pero el otro lo increpaba...Y decía: 'Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino'. Jesús le respondió: 'Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el paraíso'".

Algunas frases de la catequesis del Papa

"Ésta es la última catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana"

"Concluiré hablando del paraíso como meta de nuestra esperanza"

"En la cruz, Jesús no está solo"

"Junto a Jesús, un reo confeso, que reconoce haber merecido aquel terrible suplicio"

"Última cita, en el calvario, con un pecador, para abrirle las puertas del Reino de los cielos"

"No tenía obras de bien, no tenía nada, pero se fía de Jesús"

"Su humilde arrepentimiento toca el corazón de Jesús"

"Jesús siente compasión por nosotros"

"En los hospitales y en las cárceles, este milagro se repite continuamente"

"Delante de Dios, nos presentamos todos con las manos vacías"

"Confiar en la misericordia de Dios, que nos da esperanza y nos abre el corazón"

"Dios es Padre y, hasta el final, espera nuestro regreso"

"El paraíso no es un lugar de fábula ni un jardín encantado, sino el abrazo con Dios, Amor infinito"

"Jesús está junto a nosotros y quiere llevarnos al lugar más bello que existe"

"La meta de nuestra existencia: que todo se cumpla y venga transformado en amor"

"El que ha conocido a Jesús ya no teme nada"

"Todo pasa, pero el amor, no. Porque la caridad nunca acabará"

Texto íntegro del saludo en español

Queridos hermanos y hermanas:
A lo largo de este año litúrgico hemos meditado sobre la esperanza cristiana y esta es la última catequesis sobre este tema, que dedicamos al paraíso como meta de nuestra esperanza.

La palabra «paraíso» es una de las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz y está dirigida al buen ladrón. Ante su muerte inminente le hace una petición humilde a Jesús: «Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino». No tiene obras buenas para ofrecerle pero se confía a él. Esa palabra de humilde arrepentimiento ha sido suficiente para tocar el corazón de Jesús.

El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: que somos sus hijos y que él viene a nuestro encuentro, teniendo compasión de nosotros. No existe ninguna persona, por muy mala que haya sido en su vida, a la que Dios le niegue su gracia si se arrepiente. Ante Dios nos encontramos todos con las manos vacías, pero esperando en su misericordia.
***
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los animo a poner siempre la confianza en el Señor, pidiendo que en el último momento de nuestra vida también se acuerde de nosotros y abra para nosotros las puertas del Paraíso.
Que Dios los bendiga.

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta es la última catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana, que nos ha acompañado desde el inicio de este año litúrgico. Y concluiré hablando del paraíso, como meta de nuestra esperanza.

«Paraíso» es una de las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz, dirigido al buen ladrón. Detengámonos un momento en esta escena. En la cruz, Jesús no está sólo. Junto a Él, a la derecha y a la izquierda, están dos malhechores. Tal vez, pasando delante de esas tres cruces izadas en el Gólgota, alguien exhaló un suspiro de alivio, pensando que finalmente se hacía justicia condenando a muerte a gente así.

Junto a Jesús esta también un reo confeso: uno que reconoce haber merecido aquel terrible suplicio. Lo llamamos el "buen ladrón", el cual, oponiéndose al otro, dice: nosotros recibimos lo que hemos merecido por nuestras acciones (Cfr. Lc 23,41).

En el Calvario, ese viernes trágico y santo, Jesús llega al extremo de su encarnación, de su solidaridad con nosotros pecadores. Ahí se realiza lo que el profeta Isaías había dicho del Siervo sufriente: «fue contado entre los culpables» (53,12; Cfr. Lc 22,37).

Es ahí, en el Calvario, que Jesús tiene la última cita con un pecador, para abrirle también a él las puertas de su Reino. Esto es interesante: es la única vez que la palabra "paraíso" aparece en los evangelios. Jesús lo promete a un "pobre diablo" que en la madera de la cruz ha tenido la valentía de dirigirle el más humilde de los pedidos: «Acuérdate de mí cuando entraras en tu Reino» (Lc 23,42). No tenía obras de bien por hacer valer, no tenía nada, sino se encomienda a Jesús, que lo reconoce como inocente, bueno, así diverso de él (v. 41). Ha sido suficiente esta palabra de humilde arrepentimiento, para tocar el corazón de Jesús.

El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: que nosotros somos sus hijos, que Él siente compasión por nosotros, que Él se derrumba cada vez que le manifestamos la nostalgia de su amor. En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de las prisiones este milagro se repite numerosas veces: no existe una persona, por cuanto haya vivido mal, al cual le quede sólo la desesperación y le sea prohibida la gracia. Ante Dios nos presentamos todos con las manos vacías, un poco como el publicano de la parábola que se había detenido a orar al final del templo (Cfr. Lc 18,13). Y cada vez que un hombre, haciendo el último examen de conciencia de su vida, descubre que las faltas superan largamente a las obras de bien, no debe desanimarse, sino confiar en la misericordia de Dios. ¡Y esto nos da esperanza, esto nos abre el corazón!

Dios es Padre, y hasta el último espera nuestro regreso. Y al hijo prodigo que ha regresado, que comienza a confesar sus culpas, el padre le cierra la boca con un abrazo (Cfr. Lc 15,20). ¡Este es Dios: así nos ama!

El paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros. Donde esta Jesús, hay misericordia y felicidad; sin Él existe el frio y las tinieblas. A la hora de la muerte, el cristiano repite a Jesús: "Acuérdate de mí". Y aunque no existiese nadie que se recuerde de nosotros, Jesús está ahí, junto a nosotros.

Quiere llevarnos al lugar más bello que existe. Quiere llevarnos allá con lo poco o mucho de bien que existe en nuestra vida, para que nada se pierda de lo que ya Él había redimido. Y a la casa del Padre llevará también todo lo que en nosotros tiene todavía necesidad de redención: las faltas y las equivocaciones de una entera vida. Es esta la meta de nuestra existencia: que todo se cumpla, y sea transformado en el amor.

Si creemos en esto, la muerte deja de darnos miedo, y podemos incluso esperar partir de este mundo de manera serena, con mucha confianza. Quien ha conocido a Jesús, no teme más nada. Y podremos repetir también nosotros las palabras del viejo Simeón, también él bendecido por el encuentro con Cristo, después de una entera vida consumida en la espera: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación» (Lc 2,29-30).

Y en ese instante, finalmente, no tendremos más necesidad de nada, no veremos más de manera confusa. No lloraremos más inútilmente, porque todo es pasado; incluso las profecías, también el conocimiento. Pero el amor no, es lo que queda. Porque «el amor no pasará jamás» (Cfr. 1 Cor 13,8).

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