Ensalcemos juntos su nombre
- 22 Diciembre 2017
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Evangelio según San Lucas 1,46-56.
María dijo entonces:
"Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Santa Francisca Javiera Cabrini, virgen y fundadora
En Chicago, del estado de Illinois, en los Estados Unidos de Norteamérica, santa Francisca Javiera Cabrini, virgen, que fundó el Instituto de Misioneras del Sacratísimo Corazón de Jesús, y con eximia caridad se dedicó al cuidado de los emigrantes.
Agustin Cabrini era un cultivador muy acomodado, cuyas tierras estaban situadas cerca de Sant' Angelo Lodigiano, entre Pavía y Lodi. Su esposa, Estela Oldini, era milanesa. Tuvieron trece hijos, de los que la menor, nacida el 15 de julio de 1850, recibió en el bautismo los nombres de María Francisca, a los que más tarde habría de añadir el de Javier. La familia Cabrini era sólidamente piadosa, pues todo en la familia era sólido. Rosa, una de las hermanas de Francisca, que había sido maestra de escuela y no había escapado a todos los defectos de su profesión, se encargó especialmente de la educación de su hermanita, en forma muy estricta. Hay que reconocer que Francisca aprendió mucho de Rosa y que el rigor con que la trataba su hermana no le hizo ningún daño. Ln piedad de Francisca fue un tanto precoz, pero no por ello menos real. Oyendo en su casa la lectura de los «Anales de la Propagación de la Fe», Francisca determinó desde niña ir a trabajar en las misiones extranjeras. Los padres de Francisca, que deseaban que fuese maestra de escuela, la enviaron a estudiar en la escuela de las religiosas de Arluno. La joven pasó con éxito los exámenes a los dieciocho años. En 1870, tuvo la pena enorme de perder a sus padres.
Durante los dos años siguientes, Francisca vivió apaciblemente con su hermana Rosa. Su bondad sin pretensiones impresionaba a cuantos la conocían. Francisca quiso ingresar en la congregación en la que había hecho sus estudios; pero no fue admitida a causa de su mala salud. También otra congregación le negó la admisión por la misma razón. Pero Don Serrati, el sacerdote en cuya escuela enseñaba Francisca, no olvidó las cualidades de la joven maestra. En 1874, Don Serrati fue nombrado preboste de la colegiata de Codogno. En su nueva parroquia había un pequeño orfanato, llamado la Casa de la Providencia, cuyo estado dejaba mucho que desear. La fundadora, que se llamaba Antonia Tondini, y otras dos mujeres, se encargaban de la administración, pero lo hacían muy mal. El obispo de Lodi y Mons. Serrati invitaron a Francisca a ir a ayudar en esa institución y a fundar allí una congregación religiosa. La joven aceptó, no sin gran repugnancia.
Así comenzó Francisca lo que una religiosa benedictina califica de «noviciado muy especial, en comparación del cual un noviciado de convento habría sido un juego de niños». Aunque Antonia Tondini había aceptado que Francisca trabajase en el orfanato, se dedicó a obstaculizar su trabajo, en vez de ayudarla. Pero Francisca no se desalentó, consiguió algunas compañeras y, en 1877, hizo los primeros votos con siete de ellas. Al mismo tiempo, el obispo la nombró superiora. Ello no hizo sino empeorar las cosas. La conducta de la hermana Tondini, quien probablemente estaba un tanto enferma de la cabeza, se convirtió en un escándalo público. Francisca Cabrini y sus fieles colaboradoras lucharon tres años más por sostener la obra de la Casa de la Providencia, en espera de tiempos mejores; pero finalmente, el obispo renunció al proyecto y cerró el orfanato, después de decir a Francisca: «Vos deseáis ser misionera. Pues bien, ha llegado el momento de que lo seáis. Yo no conozco ningún instituto misional femenino. Fundadlo vos misma». Francisca salió decidida a seguir sencillamente ese consejo.
En Codogno había un antiguo convento franciscano, vacío y olvidado. A él se trasladó la madre Cabrini con sus siete fieles compañeras. En cuanto la comunidad quedó establecida, la santa se dedicó a redactar las reglas. El fin principal de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón era la educación de las jóvenes. Ese mismo año el obispo de Lodi aprobó las constituciones. Dos años más tarde, se inauguró la primera filial en Gruello, a la que siguió pronto la casa de Milán. Todo esto se escribe pronto. Pero la realidad fue muy distinta, ya que los obstáculos no escasearon: en efecto, algunos alegaron que el título de misioneras no convenía a las mujeres, y una madre se quejó de que su hija había sido engañada para que entrase en la congregación. A pesar de ello, la congregación empezó a crecer, y la madre Cabrini demostró ampliamente su capacidad. En 1887, fue a Roma a pedir a la Santa Sede que aprobase su pequeña congregación y le diese permiso de abrir una casa en la Ciudad Eterna. Algunas personas influyentes trataron de disuadir a la santa del proyecto, pues juzgaban que siete años de prueba no bastaban para la aprobación de la congregación. El cardenal Parocchi, vicario de Roma, repitió el mismo argumento en su primera entrevista con la madre Francisca; pero sólo en la primera entrevista, porque la santa se lo ganó muy pronto. Al poco tiempo, se pidió a la madre Cabrini que abriese no una sino dos casas en Roma: una escuela gratuita y un orfanato. Algunos meses más tarde se publicó el decreto de la primera aprobación de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón.
La madre Cabrini había soñado en China desde la niñez. Pero no faltaban quienes querían convencerla de que volviese los ojos hacia otro continente. Mons. Scalabrini, obispo de Piacenza, había fundado la Sociedad de San Carlos para trabajar entre los italianos que partían a los Estados Unidos, y rogó a la madre Cabrini que enviase a algunas de sus religiosas a colaborar con los sacerdotes de la sociedad. La santa no se dejó convencer. Entonces, el arzobispo de Nueva York, Mons. Corrigan, insistió personalmente. La santa estaba indecisa, porque todos, excepto Mons. Serrati, apuntaban en la misma dirección. La madre Francisca tuvo por entonces un sueño que la impresionó mucho y determinó consultar al Sumo Pontífice. León XIII le dijo: «No al oriente sino al occidente». Siendo niña, Francisca Cabrini se había caído al río, y desde entonces tenía horror al agua. A pesar de ello, cruzó el Atlántico por primera vez, con seis de sus religiosas, y desembarcó en Nueva York el 31 de marzo de 1889.
Todo el mundo sabe que una multitud de italianos, polacos, ucranios, checos, croatas, eslovacos, etc., han emigrado a los Estados Unidos en los siglos XIX y XX. La historia religiosa de los inmigrantes está todavía por escribirse. Baste con decir que, cuando llegó la madre Cabrini, había unos 50.000 italianos en Nueva York y sus alrededores. La mayoría de ellos no sabían siquiera los rudimentos de la doctrina cristiana; apenas unos 1.200 habían asistido alguna vez en su vida a la misa; de cada doce sacerdotes italianos, diez habían tenido que salir de su patria por mala conducta. La situación era semejante en el noroeste de Pennsylvania. Y las condiciones económicas y sociales de la mayoría de los inmigrantes estaban a la altura de las condiciones religiosas. Nada tiene, pues, de extraño que en el tercer concilio plenario de Baltimore, Mons. Corrigan y León XIII hayan estado muy inquietos.
La acogida que se dio a las religiosas en Nueva York no fue precisamente entusiasta. Se les había pedido que organizaran un orfanato para niños italianos y que tomaran a su cargo una escuela primaria; pero, al llegar a Nueva York, donde se les dio cordialmente la bienvenida, se encontraron con que no tenían casa, de suerte que por lo menos la primera noche tuvieron que pasarla en una posada sucia y repugnante. Cuando la madre Cabrini fue a ver a Mons. Corrigan, se enteró de que, debido a ciertas dificultades entre el arzobispo y las bienhechoras, se había renunciado al proyecto del orfanato. Por otra parte, aunque abundaban los alumnos, no había edificio para la escuela. El arzobispo terminó diciendo que, en vista de las circunstancias, lo mejor era que la madre Cabrini y sus religiosas regresasen a Italia. Santa Francisca replicó con su firmeza y decisión habituales: «No, monseñor. El Papa me envió aquí, y aquí me voy a quedar». El arzobispo quedó impresionado al ver la firmeza de aquella pequeña lombarda y el apoyo que le prestaban en Roma. Por lo demás, hay que confesar que Corrigan era un hombre que cambiaba fácilmente de idea. Así pues, no se opuso a que las religiosas se quedasen en Nueva York y consiguió que por el momento se alojasen con las hermanas de la Caridad.
A las pocas semanas, santa Francisca había ya hecho buenas migas con la condesa Cesnola, bienhechora del orfanato proyectado, la había reconciliado con Mons. Corrigan, había conseguido una casa para sus religiosas y había inaugurado un pequeño orfanato. En julio de 1889, fue a hacer una visita a Italia, y llevó consigo a las dos primeras religiosas italo-americanas de su congregación. Nueve meses después, regresó a los Estados Unidos con más religiosas para tomar posesión de la casa de West Park, sobre el río Hudson, que hasta entonces había pertenecido a los jesuitas. La santa trasladó allí el orfanato, que ya había crecido mucho, y estableció allí mismo la casa madre y el noviciado de los Estados Unidos. La congregación prosperaba, tanto entre los inmigrantes de los Estados Unidos como en Italia. Al poco tiempo, la madre Cabrini hizo un penoso viaje a Managua, de Nicaragua; a pesar de que las circunstancias eran muy difíciles y aun peligrosas, aceptó la dirección de un orfanato y abrió un internado. En el viaje de vuelta, pasó por Nueva Orleáns, como se lo había pedido el santo arzobispo de la ciudad, Francisco Janssens. Los italianos de Nueva Orleáns, que procedían en gran parte del sur de Italia y de Sicilia, vivían en condiciones especialmente amargas. Había entre ellos algunos criminales indeseables, y poco antes una chusma enfurecida de americanos, no menos criminal, había linchado a once de ellos. El resultado de la visita de santa Francisca fue que fundó una casa en Nueva Orleáns.
No hace falta demostrar que Francisca Cabrini fué una mujer extraordinaria, pues sus obras hablan por ella. Como había sucedido a la beata Filipina Duchesne, santa Francisca aprendió el inglés con dificultad y conservó siempre el acento extranjero muy marcado. Pero ello no le impidió tener gran éxito en el trato con gentes de todas clases. En particular, aquellos con quienes tuvo que tratar asuntos financieros, que fueron muchos y de mucha importancia, la admiraban enormemente. El único punto en el que falló el tacto de la madre Cabrini fue en las relaciones con los cristianos no católicos. Ello se debió a que entró por primera vez en contacto con ellos en los Estados Unidos, de suerte que pasó largo tiempo antes de que reconociese su buena fe y apreciase su vida ejemplar.
Los comentarios desagradables que hizo la santa sobre este punto, se explican por su ignorancia, que era la raíz de su incomprensión. En efecto, como lo demuestran sus ideas sobre la educación de los niños, era una mujer de visión amplia y capaz de aprender, que no se cerraba a una idea simplemente porque era nueva. La madre Cabrini había nacido para gobernar. Era muy estricta, pero poseía al mismo tiempo un gran sentido de justicia. En ciertas ocasiones era tal vez demasiado estricta y no caía en la cuenta de las consecuencias de su inflexibilidad. Por ejemplo, no parece que haya favorecido a la causa de la moral cristiana negándose a recibir a los hijos ilegítimos en su escuela gratuita; tal actitud no hacía más que castigar a los inocentes. Pero el amor gobernaba todos los actos de la santa, de suerte que su inflexibilidad no le impedía amar y ser muy amada. A este propósito, solía decir a sus religiosas: «Amaos unas a otras. Sacrificáos constantemente y de buen grado por vuestras hermanas. Sed bondadosas; no seáis duras ni bruscas, no abriguéis resentimientos; sed mansas y pacíficas».
En 1892, año del cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo, la santa fundó en Nueva York una de sus obras más conocidas: el «Columbus Hospital». En realidad, dicha obra había sido emprendida poco antes por la Sociedad de San Carlos. Desgraciadamente, la cesión del hospital a las Misioneras del Sagrado Corazón, que no fue fácil, creó ciertos resentimientos contra la madre Francisca. La santa hizo poco después un viaje a Italia, donde asistió a la inauguración de una casa de vacaciones cerca de Roma y de una casa de estudiantes en Génova. En seguida, fue a Costa Rica, Panamá, Chile, Brasil y Buenos Aires. Naturalmente, en 1895, ese viaje era mucho más difícil que en la actualidad; pero la madre Cabrini gozaba enormemente con los paisajes, y ello le aligeró un tanto las molestias del viaje. En Buenos Aires inauguró una escuela secundaria para jovencitas. Como algunas personas le advirtiesen que la empresa era muy difícil y pesada, la santa respondió: «¿Quién la va a llevar a cabo: nosotras, o Dios?» Después de otro viaje a Italia, donde tuvo que encargarse de un largo proceso en los tribunales eclesiásticos y hacer frente a la turba en Milán, fue a Francia, e hizo allí su primera fundación europea fuera de Italia. En el verano de 1898, estuvo en Inglaterra. El obispo de Southwark, Mons. Bourne, que fue más tarde cardenal y había conocido en Codogno a la madre Francisca, le pidió que fundase en su diócesis una casa de su congregación; pero el proyecto no se llevó a cabo por entonces.
La santa desplegó la misma actividad en los doce años siguientes. Si hubiese que nombrar a un santo patrono de los viajeros, más reciente y menos nebuloso que san Cristóbal, la madre Cabrini encabezaría ciertamente la lista de candidatos. Su amor por todos los hijos de Dios la llevó de un sitio a otro del hemisferio occidental: de Río de Janeiro a Roma, de Sydenham a Seattle. Las constituciones de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón fueron finalmente aprobadas en 1907. Para entonces, la congregación, que había comenzado en 1880 con ocho religiosas, tenía ya más de 1000 y se hallaba establecida en ocho países. Santa Francisca había hecho más de cincuenta fundaciones, entre las que se contaban escuelas gratuitas, escuelas secundarias, hospitales y otras instituciones. Las religiosas no se limitaban en los Estados Unidos a trabajar entre los inmigrantes italianos. En efecto, el día del jubileo de la congregación, los presos de Sing-Sing enviaron a la santa una conmovedora carta de gratitud. Entre las grandes fundaciones, nos limitaremos a mencionar dos: el «Columbus Hospital» de Chicago, y la escuela de Brockley (1902), que actualmente se halla en Honor Oak. Es imposible hablar aquí de todas las pruebas y dificultades, tales como la oposición del obispo de Vitoria (la reina María Cristina había llamado a España a santa Francisca), y la oposición de ciertos partidos en Chicago, Seattle y Nueva Orleáns. En esta última ciudad las hijas de santa Francisca pagaron el mal con bien, ya que se condujeron en forma heroica en la epidemia de fiebre amarilla de 1905.
En 1911, la salud de la fundadora comenzó a decaer. Tenía entonces sesenta y un años, y estaba físicamente agotada. Pero todavía pudo trabajar seis años más. El fin llegó súbitamente. La madre Francisca Javier Cabrini murió absolutamente sola en el convento de Chicago, el 22 de diciembre de 1917. Fue canonizada en 1946. Su cuerpo se halla en la capilla de la «Cabrini Memorial School» de Fort Washington, en el estado de Nueva York. Sin duda que antes de santa Francisca hubo otros santos en los Estados Unidos y los seguirá habiéndo en el futuro; pero ella fue la primera ciudadana americana cuya santidad fue públicamente reconocida por la Iglesia mediante la canonización. Francisca Javier Cabrini es una gloria de los Estados Unidos, de Italia, de la Iglesia y de toda la humanidad. Nadie que no fuese un santo como ella hubiese podido hacer lo que ella hizo y en la forma en que lo hizo.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario a san Lucas, 2, 26-27
“Ensalcemos juntos su nombre”
Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos resida el espíritu de María para exultar en Dios. Si bien es cierto que, físicamente, no hay más que una Madre de Cristo, por la fe Cristo es el fruto de todos, porque toda alma recibe al Verbo de Dios con la condición de permanecer sin mancha, preservada, desde el momento que sea, del mal y del pecado, guardando la castidad en una inalterada pureza. Así pues, toda alma que llega a este estado exalta al Señor, igual que el alma de María exaltó al Señor y su espíritu se estremeció en Dios Salvador.
En efecto, el Señor fue magnificado tal como lo habéis leído en otra parte: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor” (Sl 33,4). No porque la palabra humana pueda añadir algo al Señor, sino porque él crece en nosotros. Porque “Cristo es la imagen de Dios” (2C 4,4), y así el alma que hace alguna cosa justa y religiosa, proclama esta imagen de Dios, a semejanza de quien ella ha sido creada. Entonces, proclamándola, en cierta forma participa de su grandeza y se eleva; parece que reproduce en ella esta imagen a través del esplendor de los colores de sus buenas obras y, hasta cierto punto, la copia por sus virtudes.
Santo Evangelio según San Lucas 1,46-56. Viernes III de Adviento.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por todas las bendiciones y cruces que hemos vivido juntos en este año, enséñame a ser portador de tu alegría y a poder escuchar lo que me quieres decir.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Miles de personas soñarían con tener un mensaje personal de la Santísima Virgen, y hoy el Evangelio nos quiere regalar -el- mensaje directo de nuestra Madre.
La Palabra de Dios nos contagia de la alegría de María que tiene a Jesús en su vientre y quiere que le amemos tanto como lo ama ella.
Una actitud de alguien que ama profundamente es saber captar los pequeños detalles sin necesidad de palabras y por eso María nos quiere enseñar a ser agradecidos, a ser humildes, para poder tener en nuestro día un detalle de amor, en primer lugar con Jesús, y después con todos aquellos con los que nos encontremos hoy.
Pensemos en todas las bendiciones que Dios nos ha dado este año ¡Qué hermoso revivir esos momentos en la memoria! Pero también pensemos en las cruces que nos han causado sufrimiento ¿Ya agradecimos por ellas también? El sufrimiento es un tema sobre el que quisiéramos hacer "borrón y cuenta nueva", sin embargo, viene Jesús niño y no solo quiere llenar ese vacío, sino que quiere sanar nuestra alma y llenarla de alegría. Jesús es el "pequeño" gran detalle de amor que Dios quiere regalarnos.
Contagiemos en este día la alegría del Evangelio, la alegría de tener a Jesús dentro de nosotros, como María que aguarda con esperanza el nacimiento de su hijo.
En realidad, nuestra alegría es un reflejo de la alegría de María, porque es Ella quien ha cuidado y cuida con fe los eventos de Jesús. Recitamos por tanto esta oración [el Regina coeli] con la conmoción de los hijos que están felices porque su Madre está feliz.
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy procuraré ver los pequeños detalles y ser agradecido para contagiar la alegría de Jesús niño que está cerca.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Virgen expresa su inmensa alegría por todo lo que Dios ha hecho en su humilde esclava.
Lucas 1, 46-56
En aquel tiempo, María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia para siempre. María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.
Reflexión
El Evangelio de hoy nos presenta el gran cántico de la Sma. Virgen en su visita a la casa de Santa Isabel: el Magnificat. Expresa su inmensa alegría por todo lo que Dios ha hecho en su humilde esclava.
En el canto, en realidad, María dice pocas cosas nuevas. Casi todas sus frases encuentran numerosos paralelos en los salmos y en otros libros del Antiguo Testamento. Pero - como escribe un teólogo - si las palabras provienen en gran parte del antiguo testamento, la música pertenece ya a la nueva alianza. En las palabras de María estamos leyendo ya un anticipo de las bienaventuranzas y una visión de la salvación que rompe todos los moldes establecidos. En el canto, María dice cosas que deberían hacernos temblar.
El canto es como un espejo del alma de María. Es, sin duda, el mejor retrato de María que tenemos. Su canto es, a la vez, bello y sencillo. Sin alardes literarios, sin grandes imágenes poéticas, sin que en él se diga nada extraordinario. Y sin embargo, ¡qué impresionantes resultan sus palabras!
Es, ante todo, un estallido de alegría. Las cosas de Dios parten del gozo y terminan en el entusiasmo. Dios viene a llenar, no a vaciar. Pero ese gozo no es humano. Viene de Dios y en Dios termina. La alegría de María no es de este mundo. No se alegra de su maternidad humana, sino de ser la madre del Mesías, su Salvador (M. Thurian). No de tener un hijo, sino de que ese hijo sea Dios.
Por eso se sabe llena María, por eso se atreve a profetizar que todos los siglos la llamarán bienaventurada, porque ha sido mirada por Dios. Nunca entenderemos los occidentales lo que es para un oriental “ser mirado por Dios”. Para éste - aún hoy - la santidad la transmiten los santos por medio de su mirada. La mirada de un hombre de Dios es una bendición. ¡Cuánto más si el que mira es Dios!
La cuarta estrofa del himno de María resume su visión de la historia. Y se reduce a una sola idea: el reino de Dios, que su hijo trae, no tiene nada que ver con el reino de este mundo. Y ésta es la parte subversiva del himno que no podemos disimular: para María el signo visible de la venida del Reino de Dios es la humillación de los soberbios, la derrota de los potentados, la exaltación de los humildes y los pobres, el vaciamiento de los ricos.
Estas palabras no deben ser atenuadas: María anuncia lo que su Hijo predicará en las bienaventuranzas: que Él viene a traer un plan de Dios que deberá modificar las estructuras de este mundo de privilegio de los más fuertes y poderosos.
Los pobres y humildes de los que habla María son los que sólo cuentan con Dios en su corazón: los humildes, los que temen a Dios, los que se refugian en él, los que le buscan, los corazones quebrantados y las almas oprimidas. María no habla tanto de clases sociales, sino más bien de clases de almas. ¿Y quién podrá decir de sí mismo que es uno de esos pobres de Dios?
María no habla solamente de la pobreza material o de la pobreza espiritual. Habla de la suma de las dos. Y al mismo tiempo ofrece un programa de reforma de las injusticias de este mundo y de elevación de los ojos al cielo. Son dos partes esenciales de su Magnificat y del evangelio, dos partes inseparables.
María, en el Magnificat, no separa lo que Dios ha unido por medio de su Hijo: los problemas temporales de los celestiales. Su canto es, verdaderamente, un himno revolucionario, pero de una revolución integral. Por eso María puede predicar esa revolución con alegría.
Queridos hermanos, pienso que es necesario que también todos nosotros cantemos con ella, y como ella, atreviéndonos a decir toda la verdad de esa revolución que María anuncia. Esa revolución que hubiera hecho temblar a Herodes y Pilato, si la hubieran oído. Y que debería hacernos sangrar hoy a cuantos, de un modo o de otro, multiplicamos el mensaje de María.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La alegría cristiana
El Papa exhorta a ser cristianos alegres y evitar la “cara de velorio”
Durante la Misa celebrada este jueves 21 de diciembre en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco pidió a los cristianos ser alegres, que muestren a los demás esa alegría de haber sido perdonados y redimidos por el Señor, evitando tener “cara de velorio”.
En su homilía, el Papa se refirió a la historia del filósofo “que criticaba a los cristianos, que afirmaba ser agnóstico o ateo y criticaba a los cristianos diciendo: ‘Estos, los cristianos, dicen que tienen un Redentor. Yo lo creeré, creeré en el Redentor cuando tengan cara de redimidos, cara gozosa por haber sido redimidos’”.
El Pontífice cuestionó entonces: “Por eso, si tienes cara de velorio, ¿cómo podrán los demás creer que tú has sido redimido? ¿Qué tus pecados han sido perdonados?”. “Este es el primer punto, el primer mensaje de la liturgia de hoy: tú has sido perdonado, cada uno de nosotros es un perdonado”.
El Santo Padre reflexionó en la Misa de hoy sobre la alegría cristiana, una alegría que se sustenta en tres elementos: es una alegría que procede de haber recibido el perdón, que se alimenta del Señor, y que evita el derrotismo.
Francisco recordó que “el Señor revocó tu condena” y por lo tanto invitó a alegrarse y a no llevar una vida tibia: “Esta es la raíz específica de la vida cristiana, que hemos sido perdonados”.
Francisco insistió: “Dios es el Dios del perdón”. Recordó que “el Señor camina con nosotros”, está “en medio de nosotros, en nuestras pruebas, dificultades, alegrías, en todo”.
En este sentido, animó a dirigir “cualquier palabra al Señor, que se encuentra a nuestro lado”.
Por ello, animó a ser optimistas, “el pesimismo no es cristiano”. El pesimismo “nace de una raíz caracterizada por no saberse perdonado. De una raíz que no ha sentido la ternura de Dios”.
“El Evangelio nos hace ver esta alegría: ‘María, alegre, se levantó y fue adelante’, también la alegría nos hace ir adelante, siempre, porque la gracia del Espíritu Santo no conoce la lentitud. El Espíritu Santo siempre va adelante, siempre nos empuja adelante, siempre adelante, como el viento en la vela, en la barca”.
En definitiva, la alegría cristiana es la alegría del niño en el vientre de Santa Isabel cuando se encontró con María.
“Esta es la alegría que nos pide la Iglesia: por favor, seamos cristianos alegres, hagamos todo el esfuerzo para mostrar a los demás que hemos sido redimidos, que el Señor nos ha perdonado todo, que, si caemos, Él también nos perdonará porque es el Dios del perdón, es el Dios en medio de nosotros que no nos dejará caer de la barca”.
“Este es el mensaje de hoy”, concluyó Francisco: “‘Levántate’. Es ese ‘levántate’ de Jesús a los enfermos: ‘Levántate, grita de alegría, regocíjate, aclama con todo tu corazón”.
ROMA RECONOCE UN MILAGRO ATRIBUIDO A SU INTERCESIÓN
Pablo VI será canonizado en octubre de 2018
Amanda vivió después de que se rompiera su placenta
Jesús Bastante, 21 de diciembre de 2017 a las 17:49
Francisco, en la beatificación de Pablo VI
La madre de la chica, natural de Verona, siguió el consejo de un amigo que había orado en el Santuario de las Gracias de Brescia, un lugar vinculado a la devoción de Giovanni Battista Montini, el papa Pablo VI
(J. B.).- Pablo VI podría ser canonizado en octubre de 2018, coincidiendo con la apertura del Sínodo de Obispos sobre la Juventud, según informa Reppublica citando a la diócesis de Brescia. Así, la comisión de la Congregación para las Causas de los Santos reconoció el milagro relacionado con el nacimiento de un niño meses después de la ruptura de la placenta. Según la diócesis, la congregación presidida por Amato ha examinado la validez de la "intercesión" de Pablo VI en el nacimiento deAmanda, acaecido en 2014. La madre de la chica, natural de Verona, siguió el consejo de un amigo que había orado en el Santuario de las Gracias de Brescia, un lugar vinculado a la devoción de Giovanni Battista Montini, el papa Pablo VI. santidad del Papa Montini, que será establecido por el Papa Bergoglio. Según los expertos, se espera que pueda producirse en octubre del año próximo.