Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único
- 11 Marzo 2018
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Acercarnos a la luz
Puede parecer una observación excesivamente pesimista, pero lo cierto es que las personas somos capaces de vivir largos años sin tener apenas idea de lo que está sucediendo en nosotros. Podemos seguir viviendo día tras día sin querer ver qué es lo que en verdad mueve nuestra vida y quién es el que dentro de nosotros toma realmente las decisiones.
No es torpeza o falta de inteligencia. Lo que sucede es que, de manera más o menos consciente, intuimos que vernos con más luz nos obligaría a cambiar. Una y otra vez parecen cumplirse en nosotros aquellas palabras de Jesús: «El que obra el mal detesta la luz y la rehúye, porque tiene miedo a que su conducta quede al descubierto». Nos asusta vernos tal como somos. Nos sentimos mal cuando la luz penetra en nuestra vida. Preferimos seguir ciegos, alimentando día a día nuevos engaños e ilusiones.
Lo más grave es que puede llegar un momento en el que, estando ciegos, creamos verlo todo con claridad y realismo. Qué fácil es entonces vivir sin conocerse a sí mismo ni preguntarse nunca: «¿Quién soy yo?». Creer ingenuamente que yo soy esa imagen superficial que tengo de mí mismo, fabricada de recuerdos, experiencias, miedos y deseos.
Qué fácil también creer que la realidad es justamente tal como yo la veo, sin ser consciente de que el mundo exterior que yo veo es, en buena parte, reflejo del mundo interior que vivo y de los deseos e intereses que alimento. Qué fácil también acostumbrarnos a tratar no con personas reales, sino con la imagen o etiqueta que de ellas me he fabricado yo mismo.
Aquel gran escritor que fue Hermann Hesse, en su pequeño libro Mi credo, lleno de sabiduría, escribía: «El hombre al que contemplo con temor, con esperanza, con codicia, con propósitos, con exigencias, no es un hombre, es solo un turbio reflejo de mi voluntad».
Probablemente, a la hora de querer transformar nuestra vida orientando nuestros pasos por caminos más nobles, lo más decisivo no es el esfuerzo por cambiar. Lo primero es abrir los ojos. Preguntarme qué ando buscando en la vida. Ser más consciente de los intereses que mueven mi existencia. Descubrir el motivo último de mi vivir diario.
Podemos tomarnos un tiempo para responder a esta pregunta: ¿por qué huyo tanto de mí mismo y de Dios? ¿Por qué, en definitiva, prefiero vivir engañado sin buscar la luz? Hemos de escuchar las palabras de Jesús: «Aquel que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que todo lo que hace está inspirado por Dios».
José Antonio Pagola Domingo 4 Cuaresma - B (Juan 3,14-21)
11 de marzo 2018
FRANCISCO SE CONFIESA DURANTE SIETE MINUTOS, ANTES DE CONFESAR A DECENAS DE FIELES
Francisco: "Dejémonos amar y purificar por el amor gratuito de Dios"
"Nunca seremos privados de su amor, a pesar de cualquier pecado que hayamos cometido"
Jesús Bastante, 09 de marzo de 2018 a las 17:44
El Papa Francisco se confiesaRD
Pedro comienza a vislumbrar, a través de las lágrimas, que Dios se revela en ese Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, pero que va a morir por él
(Jesús Bastante).- "Dejémonos purificar por el amor para reconocer el amor verdadero". El Papa presidió este viernes la celebración penitencial en la basílica de San Pedro, que supuso el punto de arranca a las "24 horas para el Señor". Desde ahora a mañana por la tarde, todas las diócesis contarán con al menos una iglesia abierta, de día y de noche, con confesores y posibilidad de orar. Un "san Antón" en cada rincón del mundo.
La ceremonia constó de dos partes bien diferenciadas. La liturgia de la Palabra, con la correspondiente homilía del Papa; y la confesión y absolución individual, en la que un 'ejército' de sacerdotes, entre ellos el mismo Francisco, escucharon los pecados de miles de fieles.
El primero en confesarse fue Bergoglio, quien durante siete minutos, y a la vista de todos, se arrodilló en el confesionario y mostró sus pecados. Como cualquier cristiano, preparándose en esta Cuaresma. Porque todos somos pecadores. Después, se dirigió a un confesionario y, allí, escuchó a varias decenas de fieles, la primera, una joven romana.
En la homilía, Francisco recordó la negación del Pedro y el canto del gallo, y apuntó que "el amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos".
"Es un amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos obstáculos que nosotros, por el contrario, solemos poner a una persona, por temor a que nos quite nuestra libertad", subrayó.
El pecado, más allá de otras consideraciones, "es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de Él", pero "esto no significa que él se aleje de nosotros". Es más: "Dios permanece cerca de nosotros", recalcó Francisco, quien insistió en que "nunca seremos privados de su amor, a pesar de cualquier pecado que hayamos cometido, rechazando su presencia en nuestras vidas".
Una esperanza que nos lleva, añadió el Papa, a "tomar conciencia de la desorientación que a menudo se apodera de nuestra vida, como le sucedió a Pedro" en el famoso episodio del canto del gallo.
Tras el mismo, surge "un hombre que todavía está confundido, después recuerda las palabras de Jesús y por último se rompe el velo, y Pedro comienza a vislumbrar, a través de las lágrimas, que Dios se revela en ese Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, pero que va a morir por él".
"Pedro, que habría querido morir por Jesús, comprende ahora que debe dejar que muera por él", sostuvo el Papa. Un Pedro que "se da cuenta de que siempre se había negado a dejarse amar, se había negado a dejarse salvar plenamente por Jesús y, por lo tanto, no quería que Jesús lo amara por totalmente".
"¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor", concluyó Francisco, antes de dirigir la oración de los fieles y confesarse.
Homilía del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
Cuánta alegría y consuelo nos dan las palabras de san Juan que hemos escuchado: es tal el amor que Dios nos tiene, que nos hizo sus hijos, y, cuando podamos verlo cara a cara, descubriremos aún más la grandeza de su amor (cf. 1 Jn 3,1-10.19-22). No sólo eso. El amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos. Es un amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos obstáculos que nosotros, por el contrario, solemos poner a una persona, por temor a que nos quite nuestra libertad.
Sabemos que la condición de pecado tiene como consecuencia el alejamiento de Dios. De hecho, el pecado es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de Él. Pero esto no significa que él se aleje de nosotros. La condición de debilidad y confusión en la que el pecado nos sitúa, constituye una razón más para que Dios permanezca cerca de nosotros. Esta certeza debe acompañarnos siempre en la vida. Las palabras del Apóstol son un motivo que impulsa a nuestro corazón a tener una fe inquebrantable en el amor del Padre: «En caso de que nos condene nuestro corazón, [pues] Dios es mayor que nuestro corazón» (v. 20).
Su gracia continúa trabajando en nosotros para fortalecer cada vez más la esperanza de que nunca seremos privados de su amor, a pesar de cualquier pecado que hayamos cometido, rechazando su presencia en nuestras vidas.
Esta esperanza es la que nos empuja a tomar conciencia de la desorientación que a menudo se apodera de nuestra vida, como le sucedió a Pedro, en el pasaje del Evangelio que hemos escuchado: «Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: "Antes de que cante el gallo me negarás tres veces". Y saliendo afuera, lloró amargamente» (Mt 26,74-75). El evangelista es extremadamente sobrio. El canto del gallo sorprende a un hombre que todavía está confundido, después recuerda las palabras de Jesús y por último se rompe el velo, y Pedro comienza a vislumbrar, a través de las lágrimas, que Dios se revela en ese Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, pero que va a morir por él. Pedro, que habría querido morir por Jesús, comprende ahora que debe dejar que muera por él. Pedro quería enseñar a su Maestro, quería adelantársele, en cambio, es Jesús quien va a morir por Pedro; y esto Pedro no lo había entendido, no lo había querido entender.
Pedro se encuentra ahora con la caridad del Señor y entiende por fin que él lo ama y le pide que se deje amar. Pedro se da cuenta de que siempre se había negado a dejarse amar, se había negado a dejarse salvar plenamente por Jesús y, por lo tanto, no quería que Jesús lo amara por totalmente.
¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor.
Pidamos ahora al Señor la gracia de conocer la grandeza de su amor, que borra todos nuestros pecados.
Dejémonos purificar por el amor para reconocer el amor verdadero.
IV DOMINGO DE CUARESMA “B” (2Cro 36, 14-16. 19-23; Efesios 2, 4-10; Jn 3, 14-21)
COMENTARIO
A medida que avanzamos en la travesía cuaresmal, se nos invita con mayor insistencia a reavivar la conciencia de pertenencia al Señor. San Pablo afirma: “Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras que él determinó que practicásemos”.
En la primera lectura, el rey Ciro convoca a los israelitas deportados en Babilonia para que se decidan a reconstruir el templo de Jerusalén. “Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!”
Cuando el creyente se aparta del Señor o le privan de poderlo invocar, al final cabe que sienta el dolor del exilio, del alejamiento obligado o culpable, y surja el lamento del salmista: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías”.
Quizá no hemos llegado a la experiencia de no poder celebrar la fe, porque se nos prohíba el culto público, como acontece en tantos otros lugares donde los cristianos viven clandestinos.
Sorprende la fuerza que manifiestan quienes soportan la represión y hasta el martirio por fidelidad al Evangelio, mientras que en nuestra sociedad, que goza de libertad de culto, pactamos tantas veces con la comodidad.
Hay momentos, si no a nivel público sí en el propio interior, en que se vive la desolación, y surge la nostalgia de otras etapas de la vida en las que se gustaba la relación teologal, el saboreo de la Palabra, el sentimiento en la oración.
La Providencia permite en algunos casos la experiencia de aridez y la sensación de lejanía del Señor para ver si así lo buscamos con mayor intensidad, como les sucedió a los judíos deportados a Babilonia.
Pero lo que es cierto, según el Evangelio, es la fidelidad divina. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
¿Cómo te encuentras, como los que se sienten en el exilio, o como los que gozan por habitar en la casa del Señor? ¿Cómo quienes no pueden compartir su fe, o con pertenencia a una comunidad o parroquia que se prepara para celebrar la Pascua?
Contemplar, abrir el corazón a la Luz
Santo Evangelio según Juan 3, 14-21. Domingo IV de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor que, al contemplarte en la cruz, vea con los ojos de mi corazón un signo de amor, de perdón, de liberación. Dame la gracia de contemplarte como lo hizo tu Madre santísima allí al pie de la cruz; que sea fuerte y que pueda acompañarla, que la pueda consolar, que pueda ser otro san Juan que no tenga miedo a la cruz, que sea perseverante hasta el final. Amén
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
"Así ha de ser elevado el Hijo del Hombre, para quien crea en él tenga vida eterna" y es así como lo contemplamos.Muchos israelitas en el desierto, con sólo mirar a la serpiente elevada, fueron curados; pero para nosotros es muy diferente porque no nos basta con mirar, sino que debemos contemplar. La diferencia radica en que lo que veían los israelitas fue hecho por las manos del hombre, pero lo que nosotros contemplamos es a Dios, a Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Para nosotros no basta ver,hay que creer, dice Jesús en este Evangelio, por eso hay que pedirle que aumente nuestra fe.
Jesucristo no ha venido a juzgar sino a perdonar y si queremos imitarle debemos pedirle que nos enseñe a ser misericordiosos; que por medio de nuestros gestos y nuestras palabras, podamos llevar amor, perdón, esperanza a quienes más lo necesita. Y que en este tiempo de Cuaresma nos permita experimentar su misericordia y nos deje cubrirnos por ese manto suave, ligero, perfumado de amor, que no se cansa de limpiarnos, que está siempre esperándonos.
Por último pidamos a María Santísima que nos ayude a ser luz para los demás; que nuestros actos, nuestros trabajos de la vida cotidiana, sean verdaderas lámparas que iluminen y acerquen a los demás al amor de Dios.
Quien ha encontrado a Jesús ha experimentado el milagro de la luz que rasga las tinieblas y conoce esta luz que ilumina y aclara. Querría, con mucho respeto, invitar a todos a no tener miedo de esta luz y a abrirse al Señor. Sobre todo querría decir a quien ha perdido la fuerza de buscar, está cansado, a quien, superado por las oscuridades de la vida, ha apagado el deseo: "¡Levántate, ánimo, la luz de Jesús sabe vencer las tinieblas más oscuras; levántate, ánimo!".
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de enero de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, al contemplar una imagen de Cristo crucificado reconoceré el gran amor que Dios me tiene y se lo agradeceré.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesús está conmigo, Dios está conmigo
Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o en nuestros criterios humanos.
Cuando Jesús habla de los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.
La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa así: “Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios que recibir y que respetar”. Sin embargo, Jesús dice: “No; el único dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios”. Éste es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes, según sus designios.
Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio, sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.
Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro Señor.
Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los contemporáneos de Jesús, que “se llenan de ira, y levantándose lo sacan de la ciudad”, o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de nosotros?
Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace decir: “Jesús está conmigo, Dios está conmigo.”
¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.
Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables. Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me hubiera gustado a mí que llegase.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente.
Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino. Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de quién soy yo.
Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.
El Amor en la Cruz; IV Domingo de Cuaresma
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 11 de marzo 2018
¿A qué compromiso me lleva el contemplar la cruz de Jesús? ¿Qué estoy haciendo para que los que están cerca de mí tengan vida plena.
Lecturas:
II Crónicas 36, 14-16. 19-23: “La ira del Señor desterró a su pueblo; su misericordia lo liberó”
Salmo 136: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”
Efesios 2, 4-10: “Muertos por los pecados, ustedes han sido salvados por la gracia”.
San Juan 3, 14-21: “Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él”
Siempre que alguien me dice que no cree en Dios, le pregunto por qué y la respuesta invariablemente va dirigida a imágenes distorsionadas de un dios en el que nadie podría creer: castigador, injusto, lejano e inhumano. O bien, como consecuencia de la forma de vivir de algunos de los que nos decimos creyentes. Pero no es difícil descubrir en su corazón un deseo de verdad, de justicia y de bien común que lo lleva a rechazar lo que considera un atropello a la persona.
El evangelio de este día, podría ilustrarnos en cuanto a la verdadera imagen de Dios, discutida entre un intelectual, un conocedor de la ley, como es Nicodemo, y Jesús que vive plenamente la experiencia de Dios, su Padre. Nicodemo acostumbraba a visitar a Jesús “de noche”, que algunos juzgan por miedo o respeto humano a sus compañeros jefes de los judíos. Sin embargo, también podría entenderse alguien que viene “desde la noche” hacia la luz. Uno que, a tientas, busca salir de las tinieblas o al menos está decidido a tener un poco de luz porque la que posee no le parece suficiente. Quizás pretendía discutir con Jesús de teología y de leyes, pero Jesús prefiere hablar de vida y experiencia, y lo lleva al centro del problema: “En verdad en verdad te digo, si uno no nace de lo alto…” Un nacimiento nuevo, una nueva forma de vivir, una nueva forma de creer.
Así aparece la frase que muchos consideran el centro de todo el evangelio de San Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único…” y no solamente de su evangelio, sino el centro de toda nuestra fe y la gran noticia de toda la historia: Dios ama al mundo. Con frecuencia olvidamos que el amor de Dios es universal y que alcanza a la humanidad entera, a nosotros y al mundo en que vivimos. Y con mayor frecuencia olvidamos también que el objeto de este amor es que el mundo tenga vida y que también cada uno de nosotros tengamos vida en plenitud. Normalmente cuando se habla de creer, nos viene a la mente una serie de verdades, de dogmas y argumentos, a los cuales debemos adherirnos sin tenerlos muy claros. Pero podremos decir que tenemos fe, solamente si creemos principalmente en el amor: si creemos que Dios ama al mundo, que ama a todos los hombres, que nos ama a cada uno de nosotros. Si logramos experimentar este amor incondicional de Dios. Es triste constatar que muchos de los creyentes de hoy, llevamos la fe como a rastras, pesadamente, y no somos capaces de descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida auténtica, y nos conformamos con ir viviendo a medias. Ni el miedo, ni la condena, ni la muerte, ni el querer ganar con esfuerzo algo que no podemos, pertenece al querer de Dios. La voluntad de Dios es que tengamos vida en abundancia y vida verdadera.
Desconcierto para muchos es que junto a este anuncio aparece la cruz. ¿Qué sentido puede tener mirar a un crucificado en nuestra sociedad, asediada por el placer, el confort y el máximo bienestar? La cruz habla de un amor golpeado pero victorioso; humillado pero rodeado de gloria; traicionado y siempre fiel. No olvidemos que el crucificado es un justo y que lo ha hecho por amor. Cuando los cristianos adoramos la cruz no ensalzamos el sufrimiento, la inmolación, ni la muerte; sino el amor, la cercanía y la entrega de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el fondo. El “ser levantado en alto” no es la expresión de un poder dominador, sino la consecuencia de una entrega plena al amor. El creyente encuentra su salvación “mirando” en dirección de la cruz de Cristo. Pero ser fiel al Crucificado no es buscar con masoquismo el sufrimiento, sino saber acercarse a los que sufren, solidarizándose con ellos hasta las últimas consecuencias. Descubrir la grandeza de la cruz, no es encontrar un fetiche y unirnos en su dolor, sino saber percibir la fuerza liberadora que se encierra en el amor cuando es vivido en toda su profundidad. Por eso los Obispos en Aparecida nos recuerdan que Cristo ha venido para que todos los pueblos en Él tengan vida y vida plena.
Y no habrá vida plena mientras se consuman los niños de hambre con sus vientres abultados, aunque recemos mucho y tengamos muchas cruces en el pecho; y no habrá vida plena, mientras los campos y las selvas sean saqueados impunemente llenando las manos y las arcas de unos cuantos; y no habrá vida plena mientras los bienes alcancen solamente para pocos, mientras los demás se deben conformar con las migajas. De la cruz vivida con amor debe brotar un compromiso serio para que nuestros pueblos tengan vida, una lucha por una justicia verdadera y un abrir el corazón para compartir lo poco o mucho que tengamos para que los demás puedan disfrutar un poco de vida. Sin la cruz del amor y del compartir, la plenitud de vida para todos sería sólo un sueño. Quizás hoy es urgente recordar, en medio de los pueblos maltratados, atemorizados y ensangrentados, que a una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor, fraternidad y solidaridad con que vivió Jesús, sólo le espera RESURRECCIÓN.
¿Cómo experimento en mi diario vivir este rostro de “Dios que ama tanto al mundo…? ¿A qué compromiso me lleva el contemplar la cruz de Jesús? ¿Qué estoy haciendo para que los que están cerca de mí y todos los pueblos tengan vida plena?
Dios nuestro, que en la cruz de tu Hijo Jesús has dejado el signo más hermoso del amor, enséñanos a vivir con tal entrega nuestra fe, que nos lleve a construir un mundo nuevo donde haya la vida plena que Tú quieres para todos los hermanos. Amén
El Vaticano ofrece un examen de conciencia actual para una buena confesión en Cuaresma
A la luz de la palabra de Dios, cada uno examínese a sí mismo
El Vaticano ofrece en esta Cuaresma un esquema con las preguntas clave para hacer una buena confesión, en el marco de celebración penitencial que el Papa Francisco preside este viernes en la Basílica de San Pedro.
La Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Vaticano difundió en en el libreto de la liturgia penitencial un esquema general para el examen de conciencia dividido en 28 puntos.
Esta es la traducción al español del texto original en italiano, realizada por ACI Prensa:
Esquema general para el examen de conciencia
¿Me acerco al sacramento de la Penitencia por un sincero deseo de purificación, de conversión, de renovación de vida y de una más íntima amistad con Dios, o lo considero más bien como un peso, que solo raramente estoy dispuesto a asumir?
¿He olvidado o a propósito he callado pecados graves en la confesión precedente o en confesiones pasadas?
¿He satisfecho la penitencia que me fue impuesta? ¿He reparado los daños que he cometido? ¿He buscado poner en práctica los propósitos hechos para enmendar mi vida según el Evangelio?
A la luz de la palabra de Dios, cada uno examínese a sí mismo.
El Señor dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón”
¿Mi corazón está verdaderamente orientado a Dios; puedo decir que lo amo verdaderamente sobre todas las cosas y con amor de hijo, en la observancia fiel de sus mandamientos?, ¿me dejo absorber demasiado por las cosas temporales?, ¿es siempre recta mi intención en el obrar?
¿Es firme mi fe en Dios, que en su Hijo nos ha presentado su palabra?, ¿he dado mi plena adhesión a la doctrina de la Iglesia?, ¿me preocupa mi formación cristiana, escuchando la palabra de Dios, participando en la catequesis, evitando lo que pueda acechar la fe?, ¿he profesado siempre con valentía y sin temor mi fe en Dios y en la Iglesia?, ¿me he mostrado como cristiano en la vida privada y pública?
¿He rezado en la mañana y en la noche?, ¿mi oración es una verdadera conversación de corazón a corazón con Dios, o es solo una vacía práctica exterior?, ¿he sabido ofrecer a Dios mis ocupaciones, mis alegrías y dolores?, ¿recurro a Él con confianza también en las tentaciones?
¿Tengo reverencia y amor hacia el santo nombre de Dios o lo he ofendido con blasfemias, falsos juramentos o nombrándolo en vano?, ¿he sido irreverente con la Virgen y los santos?
¿Santifico el día del Señor y las fiestas de la Iglesia, tomando parte con participación activa, atenta y pía a las celebraciones litúrgicas y especialmente en la Santa Misa?, ¿he evitado hacer trabajos no necesarios en los días festivos?, ¿he observado el precepto de la confesión al menos anual y de la comunión pascual?
¿Existen para mí “otros dioses”, a saber expresiones o cosas por las cuales me intereso o en las cuales pongo más confianza que en Dios, por ejemplo: riqueza, superstición, espiritismo u otras formas de magia?
El Señor dice: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”
¿Amo verdaderamente a mi prójimo o abuso de mis hermanos, sirviéndome de ellos para mis intereses y reservando para ellos un tratamiento que no quisiera que fuese usado conmigo?, ¿he ocasionado escándalo con mis palabras y mis acciones?
En mi familia, ¿he contribuido con paciencia y con verdadero amor al bien y a la serenidad de los demás?
Para cada miembro de la familia:
Para los hijos: ¿fui obediente con mis padres, los he respetado y honrado?, ¿les he ayudado en las necesidades espirituales y materiales?, ¿me he esforzado en la escuela?, ¿he respetado las autoridades?, ¿he dado un buen ejemplo en toda situación?
Para los padres: ¿me he preocupado por la educación cristiana de mis hijos?, ¿les he dado un buen ejemplo?, ¿los he apoyado y dirigido con mi autoridad?
Para los esposos: ¿he sido siempre fiel en los afectos y en las acciones?, ¿he sido comprensivo en los momentos de desasosiego?
¿Sé dar de lo mío, sin mezquino egoísmo, a quien es más pobre que yo?, ¿En cuanto a lo que depende de mí, defiendo a los oprimidos y ayudo a los necesitados?, ¿o trato con suficiencia o con dureza a mi prójimo, especialmente a los pobres, los débiles, los viejos, los marginados y los inmigrantes?
¿Soy consciente de la misión que me fue confiada?, ¿he participado de las obras de apostolado y de caridad de la Iglesia, en las iniciativas y en la vida de la parroquia?, ¿he rezado y dado mi contribución para las necesidades de la Iglesia y del mundo, por ejemplo: para la unidad de la Iglesia, para la evangelización de los pueblos, para la instauración de la justicia y de la paz?
¿Tengo en el corazón el bien y la prosperidad de la comunidad en la cual vivo o cuido solo de mis intereses personales?, ¿participo, en cuanto puedo, en las iniciativas que promueven la justicia, la moral pública, la concordia, las obras de beneficencia?, ¿cumplo con mis deberes civiles?, ¿he pagado regularmente mis impuestos?
¿Soy justo, comprometido, honesto en el trabajo, voluntarioso para prestar mi servicio para el bien común?, ¿he dado el justo salario a los obreros y a todos los dependientes? ¿he cumplido los contratos y promesas?
¿He prestado obediencia y el respeto debido a las autoridades legítimas?
¿Si tengo algún cargo o desarrollo funciones directivas, cuido solo mi interés o me esfuerzo por el bien de los demás, en espíritu de servicio?
¿He practicado la verdad y la lealtad, o he ocasionado el mal al prójimo con mentiras, calumnias, denigraciones, juicios temerarios, violaciones de secretos?
¿He atentado contra la vida y la integridad física del prójimo, le he ofendido en el honor, le he negado los bienes?, ¿he procurado o aconsejado el aborto?, ¿he callado en situaciones donde pude animar al bien?, ¿en la vida matrimonial soy respetuoso de las enseñanzas de la Iglesia acerca de la apertura y respeto a la vida?, ¿he obrado contra mi integridad física (por ejemplo con la esterilización)?, ¿fui siempre fiel también con la mente?, ¿he mantenido el odio?, ¿he sido conflictivo?, ¿he pronunciado insultos y palabras ofensivas, fomentando desacuerdos y rencores?, ¿he omitido de testimoniar la inocencia del prójimo, de forma culpable y egoísta?, ¿conduciendo el vehículo u otro medio de transporte he puesto en peligro mi vida o la de los demás?
¿He robado?, ¿injustamente he deseado el robo a los demás?, ¿he dañado al prójimo en sus pertenencias?, ¿he restituido aquello que sustraje y reparado los daños causados?
Si he recibido males, ¿me he mostrado dispuesto a reconciliarme y perdonar por amor a Cristo, o guardo en el corazón odio y deseo de venganza?
Cristo el Señor dice: “Sean perfectos como el Padre”
¿Cuál es la orientación fundamental de mi vida?, ¿me doy ánimo con la esperanza de la vida eterna?, ¿he buscado reavivar mi vida espiritual con la oración, la lectura y la meditación de la palabra de Dios, la participación en los sacramentos?, ¿he practicado la mortificación?, ¿he estado pronto y decidido a cortar los vicios, someter las pasiones y las inclinaciones perversas?, ¿he respondido a los motivos de envidia, he dominado la gula?, ¿he sido presuntuoso y soberbio, despreciado a los demás y preferirme antes que a ellos?, ¿he impuesto mi voluntad a los demás, conculcando su libertad y despreciando sus derechos?
¿Qué uso he hecho del tiempo, las fuerzas y los dones recibidos de Dios como “los talentos del Evangelio”?, ¿me sirvo de todos estos medios para crecer cada día en la perfección de la vida espiritual y en el servicio al prójimo?, ¿he sido inerte y ocioso?, ¿Cómo utilizo internet y otros medios de comunicación?
¿He soportado con paciencia, en espíritu de fe, los dolores y las pruebas de la vida?, ¿cómo he buscado practicar la mortificación, para cumplir aquello que falta a la pasión de Cristo?, ¿he observado la ley del ayuno y la mortificación?, ¿he observado la ley del ayuno y la abstinencia?
¿He conservado puro y casto mi cuerpo, en mi estado de vida, pensando que es templo del Espíritu Santo, destinado a la resurrección y a la gloria?, ¿he custodiado mis sentidos y evitado de ensuciarme en lo espíritu y en el cuerpo con pensamientos y malos deseos, con palabras y acciones indignas?, ¿me he permitido lecturas, discursos, espectáculos, diversiones en contraste con la honestidad humana y cristiana?, ¿he sido escándalo para los demás con mi comportamiento?
¿He actuado contra mi conciencia por temor o por hipocresía?
¿He buscado comportarme en todo y siempre en la verdadera libertad de los hijos de Dios y según las leyes del Espíritu o me he dejado someter por mis pasiones?
¿He omitido un bien que era para mí posible de realizar?
DENUNCIA LOS "ATAJOS PELIGROSOS" DE LA VIDA COMO LAS DROGAS O LAS SUPERSTICIONES
El Papa anima a los jóvenes a "poner la inteligencia que Dios nos da al servicio de los más necesitados"
"Rechacemos la tentación de considerarnos seguros de nosotros mismos, de querer prescindir de Dios"
Cameron Doody, 11 de marzo de 2018 a las 12:33
Ángelus del Papa
Incluso cuando la situación parece desesperada, Dios interviene, ofreciendo al hombre la salvación y la alegría
(Cameron Doody).- "Queridos jóvenes: es bueno poner la inteligencia que Dios nos da al servicio de la verdad y los más necesitados". En su ángelus del Domingo "Laetare" o de la "Alegría", el Papa Francisco ha mandado este saludo especial a los estudiantes reunidos en Roma para el primer "hackathon" del Vaticano, animándoles y a todos los fieles a evitar los "atajos peligrosos" que uno puede tomar en la vida, tales como "el túnel de las drogas" o el de las supersticiones.
Algunas frases de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto domingo de Cuaresma, lo llaman el domingo "laetare", que es "regocijarse", la antífona de entrada de la liturgia eucarística nos invita a la alegría... "Alégrate y regocíjate, tú que estabas triste"
¿Cuál es el motivo de esta alegría? Es el gran amor de Dios hacia la humanidad, tal como se indica en el Evangelio de hoy: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Jn 3:16)
Estas palabras, pronunciadas por Jesús durante su conversación con Nicodemo, resumen un tema que está en el centro de la proclamación cristiana: incluso cuando la situación parece desesperada, Dios interviene, ofreciendo al hombre la salvación y la alegría
Dios no se echa a un lado, sino que entra en la historia de la humanidad... [y] entra en nuestra vida para animarla con su gracia y salvarla
Estamos llamados a escuchar este anuncio, rechazando la tentación de considerarnos seguros de nosotros mismos, de querer prescindir de Dios, alegando libertad absoluta
Cuando encontramos el coraje de reconocernos a nosotros mismos por lo que somos -¡se necesita valor para esto!-, nos damos cuenta de que somos personas llamadas a lidiar con nuestra fragilidad y nuestros límites
Podemos pasar por la angustia, la ansiedad, el miedo, la enfermedad y la muerte. Esto explica por qué muchas personas, en busca de una salida, a veces toman atajos peligrosos como el túnel de las drogas o el de las supersticiones o los ruinosos rituales mágicos
María, Madre de la Misericordia, nos pone en el corazón la certeza de que somos amados por Dios
Que nos comunique los sentimientos de su Hijo Jesús, para que nuestro viaje cuaresmal se convierta en una experiencia de perdón y caridad
Algunas frases de su saludo:
Les saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de diferentes países
Saludo a la Comunidad Brasileña de Roma, a los candidatos a la confirmación de Tivoli con su obispo, a la juventud de Avigliano y a los muchachos de Saronno
Un saludo especial para los estudiantes universitarios de diferentes partes del mundo reunidos en el primer "Hackathon del Vaticano", promovido por la Secretaría de Comunicación: queridos jóvenes, es bueno poner la inteligencia que Dios nos da al servicio de la verdad y los más necesitados
Os deseo a todos un buen domingo
Por favor no os olvidéis de rezar por mí
¡Buena comida y adiós!
San Luís Orione, 12 de marzo
Pío XII lo denominó padre de los pobres
11 MARZO 2018 ISABEL ORELLANA VILCHESTESTIMONIOS DE LA FE
«Este peón de la divina providencia tuvo claro que la caridad es lo único que puede salvar al mundo y encarnó esta virtud admirablemente. Por eso Pío XII lo denominó padre de los pobres e insigne bienechor de la humanidad dolorida»
Hay personas que pasan por el mundo sembrando tanto bien que el anhelo común de las buenas gentes sería que no desaparecieran jamás. Luís fue una de ellas. Entregado a las necesidades ajenas no hubo nada que pudiera hacer que dejara al azar, lo ignorase o diese prioridad a personales afanes. Por eso, su conmovedora existencia ha dejado una huella imborrable y conquistó la eternidad. «Sufrir, callar, orar, amar, crucificarse y adorar» eran los pilares de su vida. Sus cuatro pasiones: Jesús, la Virgen María, el papa y el género humano redimido por Cristo. La idea de que «solo la caridad salvará al mundo» guió el acontecer de este gran santo, que se calificó a sí mismo como «el peón de la divina Providencia». Pío XII lo denominó «Padre de los pobres e insigne bienhechor de la humanidad dolorida y desamparada», y Juan Pablo II al canonizarlo ensalzó su vida diciendo que fue «una maravillosa y genial expresión de caridad cristiana» al tiempo que lo calificaba como «estratega» de la misma.
Nació en Pontecurone, Italia, el 23 de junio de 1872. Tenía 13 años cuando se abrazó a la vida religiosa ingresando en el convento franciscano de Voghera, Pavía. Pero graves problemas de salud dieron al traste momentáneamente con su sueño. Su destino sería otro. Durante tres años, los que median entre 1886 y 1889, tuvo la gracia de formar parte de los discípulos de Don Bosco en el Oratorio turinés de Valdocco. Y concluida allí su formación, ingresó en el seminario de Tortona. Lo que aprendió en Valdocco, con el testimonio de Don Bosco, dejó en él una huella imborrable. Antes de ser sacerdote ya había puesto en marcha el Oratorio «San Luis», y un colegio en el barrio de San Bernardino. Eran los primeros signos de su impronta apostólica con niños y jóvenes que no tenían recursos económicos.
Fue ordenado en abril de 1895. Ese año fundó la Pequeña Obra de la Divina Providencia. Y en 1899 los Ermitaños de la Divina Providencia, integrada por el grupo de clérigos y sacerdotes que se aglutinaron en torno a él. En 1903 el obispo de Tortona, monseñor Bandi, se apresuró a reconocer canónicamente estas fundaciones que tenían como objeto de su acción los desposeídos, los humildes, los afectados por lesiones físicas y morales, etc., atendidos en sus «Pequeños Cottolengos». Para los enfermos y ancianos, entre otros, Luís puso en marcha hospitales diversos. El admirable plan de vida que se había trazado, basado exclusivamente en el evangelio: «hacer el bien siempre a todos, el mal nunca a nadie», estaba dando sus frutos. Aspiró a tener «un corazón grande y generoso capaz de llegar a todos los dolores y a todas las lágrimas», y lo consiguió.
En 1915 vio la luz otra de sus obras: las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, y creó el primer Cottolengo. Los frutos se multiplicaban. Se había implicado de lleno en la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y en la Conferencia de San Vicente, y toda acción que lleva a cabo un apóstol redunda en numerosas bendiciones. Surgieron casas en Pavía, Sicilia, Roma… Prestó su ayuda a los damnificados en los terremotos que asolaron las regiones de Reggio, Messina y Marsica. Desempeñó la misión de vicario general de Messina a petición de Pío X, ante quien realizó sus votos perpetuos en 1912. Y entre 1920 y 1927 fundó las Hermanas adoratrices Sacramentinas invidentes, y las Contemplativas de Jesús crucificado.
Este prolífico fundador no fue ajeno a las dificultades histórico-sociales que afectaron a la Iglesia y al mundo en la época que le tocó vivir. Para contrarrestarlas solo cabía la santidad, y así lo dijo: «Tenemos que ser santos, pero no tales que nuestra santidad pertenezca solo al culto de los fieles o quede solo en la Iglesia, sino que trascienda y proyecte sobre la sociedad tanto esplendor de luz, tanta vida de amor a Dios y a los hombres que más que ser santos de la Iglesia seamos santos del pueblo y de la salvación social». Envió misioneros a diversos países de Europa y de América del Sur. Y él mismo viajó por distintos lugares del Cono Sur en 1921. Volvió después, y entre 1934 y 1937 permaneció en esta zona impulsando las fundaciones y asociaciones para laicos, entre las que también se cuentan las «Damas de la Divina Providencia», los «Ex Alumnos» y los «Amigos».
Su edificante existencia fue la de un hombre de oración, devoto de María, sencillo, humilde, intrépido. Un apóstol entregado a Cristo por completo, que viendo su rostro en el sufrimiento de las personas que conoció, hizo todo lo que estuvo en su mano para asistirlas. Un insigne predicador y confesor. Un fundador que gozó de la confianza de la Santa Sede, pero al que no faltaron incomprensiones, oposiciones, dificultades, y sufrimientos a todos los niveles. Su amor al Santo Padre le llevó a incluir un cuarto voto de fidelidad a él. Fue impulsor de dos santuarios. A lo largo de su vida llegó a «ver y sentir a Cristo en el hombre».
Con gran visión se adelantó a los tiempos, fomentando todas las vías de la nueva evangelización. Decía a los suyos: «¿Son tiempos nuevos? Fuera los miedos. No dudemos. Lancémonos en las formas nuevas, en los nuevos métodos… No nos fosilicemos: basta conseguir sembrar, basta poder arar a Jesucristo en la sociedad y fecundarla de Cristo». Estaba claro que quería combatir el inmovilismo y la rutina, enemigos del apóstol. Murió el 12 de marzo de 1940 en la casa de San Remo, exclamando: «¡Jesús! ¡Jesús! Voy». Fue beatificado por Juan Pablo II el 26 de octubre de 1980, quien glosó su existencia recordando que fue: «un hombre tierno y sensible hasta las lágrimas; infatigable y valiente hasta el agotamiento; tenaz y dinámico hasta el heroísmo; afrontando peligros de todo género; iluminando a hombres sin fe; convirtiendo a pecadores; siempre recogido en continua y confiada oración…». Este mismo pontífice lo canonizó el 16 de mayo de 2004.