«Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él»

Evangelio según San Juan 14,21-26. 

Jesús dijo a sus discípulos: 

«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". 

Judas -no el Iscariote- le dijo: "Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?". 

Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. 

El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. 

Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. 

Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» 

San José Benito de Cottolengo

Como San Juan Bosco, San Luis Orione y San Leonardo Murialdo, San José Benito Cottolengo vino al mundo en el Piamonte, una región marcada por los avatares trágicos de la Revolución Francesa, donde en el siglo XIX llevó a cabo una heroica labor en pro del desamparado y el necesitado

El 3 de mayo de 1786 vino al mundo en la pequeña población de Bra, provincia de Cuneo, José Benito Cottolengo, el primero de los doce hijos de un comerciante de lanas y de una devota y piadosa dama piamontesa de quien aprendió los principios de la Fe cristiana.

La infancia y adolescencia del muchacho estuvieron marcadas por los avatares trágicos de la Revolución Francesa, que estremeció al Piamonte casi tanto como a la misma Francia, y por la posterior invasión napoleónica que sujetó toda Europa a su dominio.

Encontrándose su tierra sometida al imperio francés, José Benito debió cursar sus estudios sacerdotales en la clandestinidad y como no le resultaron fáciles se encomendó a Santo Tomás de Aquino. ¡Su intercesión ante Dios fue tan eficaz que aprobó con éxito todos los exámenes!

El 8 de junio de 1811 fue ordenado sacerdote en la capilla del seminario de Turín y al poco tiempo se lo designó vicepárroco de Corneliano d’Alba. Doctorado en Teología en 1816, fue convocado a integrar la Congregación de los Canónicos de la iglesia de Corpus Domini en Torino (Turín), pero rápidamente comenzó a sentir una profunda insatisfacción por lo que suponía era una suerte de inacción de su parte. En esas circunstancias comenzó a profundizar y meditar sobre las grandezasde la vida y las enseñanzas de San Vicente de Paul, actitud que, según sus biógrafos lo condujo a una madurez espiritual sin precedentes.

Fue entonces que ocurrió un hecho que habría de marcarlo para toda la vida. El 2 de septiembre de 1827, una humilde mujer de origen francés que viajaba desde Milán a Lyon con su esposo y sus tres hijos, llamó a las puertas de su parroquia en busca de auxilio. La mujer, gravemente enferma, se hallaba en el sexto mes de embarazo y necesitaba urgente atención. Benito al verla en ese estado la condujo en su carruaje hasta el cercano hospital de tuberculosos con la intención de que la atendiesen lo más rápidamente posible pero, grande fue su sorpresa cuando sus autoridades le manifestaron que no estaban en condiciones de hacerlo por tratarse de una extranjera que no reunía los requisitos legales para ser internada. Además, dada su extrema pobreza, no podía costearse ningún tratamiento. De inmediato, partió Benito rumbo a otro nosocomio, el Hospicio de Maternidad, donde obtuvo los mismos resultados. Afligido, hizo nuevos intentos en otras instituciones sanitarias pero todo fue en vano: la pobre mujer expiró en sus brazos tras una larga agonía y mucho sufrimiento.

Grande fue su desconsuelo, tremendo su dolor; dolor que se tornó insoportable al ver los rostros desolados del marido y los tres niños, ahora huérfanos. «Esto no  puede volver a ocurrir. Debo hacer algo para que la gente desamparada tenga un  sitio al que acudir», pensó Benito, atormentado por el recuerdo de la mujer  muerta en sus brazos.

El 17 de enero de 1828 José Benito Cottolengo alquiló a un particular una sencilla habitación frente a la iglesia parroquialy en ella instaló cuatro camas, abriendo de esa manera un pequeño hospital llamado la «Valle Rossa». Lo asistían el médico Lorenzo Granetti y el farmacéutico Pablo Anglesio, bajo la atentadirección de doña Mariana Nasi Pullini, rica viuda de la región que efectuó los primeros aportes a la naciente obra, llamada en un primer momento Damas  de la Caridad. La institución fue creciendo y al cabo de tres años contaba  con 210 internados y 170 asistentes.
Necesitado de más colaboración, el P. Benito fundó una congregación dedicada exclusivamente a prestar asistencia al nosocomio recientemente fundado y designó superiora a Mariana Nasi.

En 1831 estalló una epidemia de cólera que azotó ferozmente a Turín. Las autoridades, temerosas de que el hospital se convirtiese en un centro de propagación del temible flagelo, ordenaron clausurarlo y dejaron una vez más a los pobres enfermos totalmente desamparados.

Lejos de amilanarse, Cottolengo se encaminó al barrio de Valdocco, por entonces en las afueras de la ciudad, y allí fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia«La caridad de Cristo nos anima». que, andando el tiempo, habría de convertirse en un magnífico hospital con capacidad para 10.000 pacientes. Y sobre sus puertas mandó esculpir las palabras de San Pablo:

Su fuerza de espíritu y la ayuda de almas caritativas le permitieron inaugurar nuevos pabellones que engrandecieron considerablemente el establecimiento. Así vieron la luz la Casa de la  Esperanza, la Casa de la Fe, la Casa de Nuestra Señora y el Arca  de Noé, donde fueron internados pacientes de extrema pobreza. El pabellón  denominado Amigos Queridos fue destinado a los enfermos mentales,  siguiéndole el de los huérfanos, los inválidos, los desamparados y los  sordomudos.

Tal fue la grandeza y amplitud de la obra que un escritor francés de visita en Turín en aquellos días manifestó asombrado: «Esto es la universidad de la caridad cristiana».

Los restos del   santo se encuentran en una imagen de cera dentro de un relicario de    cristal en la Piccola Casa della Divina Providenza, en la via Cottolengo de Turín

Hechos prodigiosos
El Padre Cottolengo jamás llevó cuentas ni hizo inversiones. Solía gastar todo en su obra sin guardar nada para el día siguiente. En cierta oportunidad uno de sus asistentes le dijo que no había alimento para los enfermos y que la situación era apremiante. El padre Benito reu-nió a la comunidad y preguntó si alguno de los presentes tenía dinero. Cuando alguien le dio un par de billetes los alzó a la vista de todos y los arrojó por la ventana. Poco después llegó desde la ciudad todo lo necesario para los internados.

Otro día, a la misma hora, ocurrió un hecho similar. No había nada para los pacientes. En vista de ello el santo se retiró con sus religiosas y algunos enfermos a rezar. Y enfrascado se hallaba en sus oraciones cuando cerca del medio día se detuvieron frente al hospicio ¡varios carros del ejército con el almuerzo que los regimientos no iban a utilizar por encontrarse en maniobras a mucha distancia!   

Rumbo a los altares

Tanto trabajo y tanta vocación, minaron la salud de Cottolengo. Intuyendo que su fin estaba cerca, escribió al conde Castegnetto manifestándole, entre otras cosas, que temía llegar a la siguiente Pascua sin ver extendida la mano de Dios sobre la Pequeña  Casa. Hacía alusión a un importante crédito que se debíacubrir y que lo tenía sumamente angustiado. Y una vez más el Señor respondió a su pedido ya que a los pocos días el rey Víctor Manuel le envió sorpresivamente 5.000 liras, seguidas de otras 36.000 que le dejaba en herencia el canónico Valletti. Para la Pascua, ¡el crédito estaba cubierto!.

En 1842 la peste de tifus se abatió sobre Turín. San José Benito enfermó y el 30 de abril falleció, a los 56 años de edad, después de recibir la Unción de los Enfermos en Chieri, el día anterior. Esa misma tarde se casaba el rey Víctor Manuel y para no amargar tan fastuoso acontecimiento, su cuerpo fue trasladado en el más absoluto silencio a la capilla de la Pequeña Casa donde fue velado sin  pompa y con sencillez. 
El 29 de abril de 1917 el Papa Benedicto XIV lo declaró beato y el 19 de marzo de 1934 Pío XI lo proclamó santo.

San José Benito Cottolengo conoció y trabó amistad con otro hombre de Dios, San Juan Bosco, a través del cual un discípulo de este último, el joven estudiante Luis Orione, supo de sus obras, su grandeza y su fortaleza espiritual. Y tanto fue lo que Cottolengo influenció en el futuro seminarista, que cuando varios años después él mismo inició su camino de santidad, bautizó a su naciente congregación con el nombre de Pequeña Obra de la Divina Providencia, en recuerdo de la  fundada por el gran apóstol de Valdocco.

Hoy se denomina a  las instituciones que cobijan a huérfanos y desvalidos con el nombre de «cottolengos»,  prueba evidente de la grandeza de su mentor.
El Piamonte es tierra de grandes santos que hicieron de la piedad y la ayuda al necesitado, su cruzada y evangelio. San José Benito Cottolengo fue quizás el precursor de todos ellos.

Oremos

Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San José Benito de Cottolengo para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora del África, Argel (1876)

San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), presbítero, fundador  Homilía del 26/03/1967 en Es Cristo que pasa

«Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él»

Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad. De manera especial, Cristo permanece presente en medio de nosotros en el don cotidiano de la santa eucaristía. Por eso la misa es el centro y la raíz de la vida cristiana. En cualquier misa está siempre presente el Cristo total, Cabeza y Cuerpo (Ef 1,22-23). «Por él, con él y en él». Porque Cristo es el Camino, el Mediador; en él lo encontramos todo; fuera de él nuestra vida es vacía...

Cristo vive en el cristiano. La fe nos dice que el hombre en estado de gracia está divinizado. Somos hombres y mujeres, no ángeles, seres de carne y hueso, con un corazón y unas pasiones, tristezas y gozos, pero la divinización alcanza al hombre entero, como una anticipación de la resurrección gloriosa. «Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida» (1C 15,20-22).

La vida de Cristo es nuestra vida según lo que él mismo prometió a los apóstoles en la última Cena: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». El cristiano debe, por consiguiente, vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo de manera que pueda, con san Pablo, exclamar: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Llamados a la intimidad

Santo Evangelio según San Juan 14, 21-26. Lunes V de Pascua.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, te pido que aumentes en mi corazón el deseo de amarte cada día más. Que todo lo que haga sea siempre para mayor gloria tuya.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La identidad de todo cristiano, es el amor. En esta Pascua, Cristo nos invita a la intimidad con Él. Quiere que nuestro amor por Él sea cada vez más íntimo, que no sea un simple asistir a misa los domingos y ya. Lo que Cristo quiere es que nuestro corazón aumente de amor hacia Él. En esta intimidad, Cristo se nos quiere dar y quiere que nos demos a Él, que tengamos un amor verdadero.

Estamos llamados a la intimidad con Dios, y nos podemos preguntar en primer lugar, ¿por qué estamos llamados a la intimidad? Sencillamente porque todos estamos llamados a amar y ser amados. Todos tenemos en nuestros corazones el deseo de poder amar sin límites y, a la vez, ser amados. Este deseo sólo se sacia por completo, en Dios. Es Él el amor verdadero que se entrega por completo a nosotros, incluso dando su vida, sólo por amor.

Nuestra segunda pregunta sería, ¿cómo se llega a la verdadera intimidad? Buscando amar, antes que ser amado. Esto se llama amor desinteresado, es decir, aquél que sólo busca amar sin esperar nada a cambio. Amar a Cristo cada día es negarme a mí mismo y cumplir en todo momento su voluntad. En el amor, el que ama muere por el amado. No le importa lo que le pueda pasar, sólo con el simple hecho de amar. Que cada día, en nuestro corazón, esté presente este deseo de poder amar a Dios sobre todas las cosas, incluso sobre mí mismo.

Por último, nuestra pregunta sería, ¿para qué quiere Dios esta intimidad con nosotros? Porque quiere manifestarse en nuestras vidas, "me manifestaré a él". Él quiere revelarnos los deseos de su corazón, quiere que experimentemos su gran amor por nosotros. Lo que Dios quiere es darse completamente a nosotros, y ya lo ha hecho muriendo por nosotros en la cruz. Él se ha dado a nosotros en la cruz, sólo por amor, y éste es el amor más grande.

Que en esta Pascua podamos cada día entrar en esa intimidad a la que estamos llamados. Quien a Dios se da por completo, amándolo, Él vendrá a habitar en su corazón. Abramos las puertas de nuestros corazones y dejemos que Dios haga de nosotros lo que Él más quiera.

Dios se manifiesta en vuestra soledad personal, así como en la solidaridad que os une a los miembros de la comunidad. Estáis solos y separados del mundo para adentraros en el sendero de la intimidad divina; al mismo tiempo, estáis llamados a dar a conocer y compartir esta experiencia espiritual con otros hermanos y hermanas en un equilibrio constante entre la contemplación personal, la unión con la liturgia de la Iglesia y el recibimiento de los que buscan momentos de silencio para ser introducidos en la experiencia de vivir con Dios.

(Homilía de S.S. Francisco, 23 de septiembre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Haré una visita a Cristo Eucaristía pidiéndole la gracia de amarlo cada vez más con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Amar a Jesucristo

Sólo es estéril quien vive sin amor; solo el egoísta fracasa en su vida

Reflexión

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Esta pregunta triple de Jesús nos invita a reflexionar un momento sobre el significado del amor en nuestra vida de cristianos.

La historia humana es una impresionante búsqueda de amor, acompañada de maravillosos éxitos y grandes fracasos. La aspiración más profunda del corazón del hombre, es el deseo de amar y de ser amado. Él ha sido creado por amor y para el amor, y sólo en el amor puede desarrollarse y hacerse fecundo.

Es, seguramente, también una experiencia nuestra: El amor es lo esencial y principal de nuestra vida humana. Y conocemos también la otra cara de la moneda: Sólo es estéril quien vive sin amor; solo el egoísta fracasa en su vida.

En la vida del cristiano, el amor tiene que manifestarse en dos dimensiones: hacia Dios y hacia los hermanos. Y es en la persona de Jesucristo en que se unen, se cruzan estas dos dimensiones del amor. Él es el Hombre-Dios. En Él reconocemos y encontramos, a la vez, a Dios y al hombre. Por eso, cuando amamos a Jesús se confunden en una sola cosa, el amor a Dios y el amor a los hombres. Así, la vinculación fundamental, el amor original del cristiano debe dirigirse a Jesucristo.

Es por eso que Jesús, en el Evangelio de hoy, le pregunta a Pedro tres veces por su amor a Él: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Un amor vital, profundo y personal a su Maestro es lo más importante y decisivo en ese momento, en que Jesús llama a Pedro a ser jefe de los apóstoles y de la Iglesia.

Pero me parece que esta pregunta de Jesús se dirige no sólo a San Pedro, sino también a todos nosotros. Cada uno de nosotros, en lo profundo de su corazón, debe responderle. Cada uno de nosotros debe examinarse a sí mismo, debe examinar su actitud, su fidelidad, su amor frente a Jesucristo.

No sé si todos nosotros podemos responder con la misma sinceridad que San Pedro: “Señor, tú sabes que te quiero”. Porque me parece que el mundo de hoy sufre una grave enfermedad: esta disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón de muchos se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado.

? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad del tiempo actual?
? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor desinteresado y generoso hacia Jesús, hacia Dios, hacia los demás?
? ¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor autentico?

Y entonces nos queda la pregunta: ¿Qué podemos hacer para que crezca y se profundice nuestro amor a Cristo? A mí me parecen importantes sobre todo dos aspectos:

Primero, debemos luchar contra el egoísmo, que está muy dentro de nosotros mismos. Ninguno de nosotros, si quiere ser un verdadero cristiano, puede desistir de esta lucha diaria. Sólo esta renuncia del amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso para amar verdaderamente a Cristo y a los demás.

Segundo, para poder amar a una persona tenemos que conocerla, tenemos que interesamos por ella. Para poder amar a Jesús tenemos que conocerlo a Él, mirando su vida, escuchando sus enseñanzas.

Si no lo conocemos, si no sabemos nada de su generosidad, ni de su entrega desinteresada, ni de su amor abundante hacia nosotros entonces nunca vamos a responderle a su amor. Por eso tenemos que dedicarle tiempo a Él, para leer su Evangelio, para hablar con Él, para conocer y meditar su vida, para quedamos en su compañía.

Lo que dijimos de Jesucristo, lo podemos decir también de su Madre, la Sma. Virgen María. Para crecer en vinculación y amor a Ella, tenemos que conocerla más, acercarnos a Ella, hablarle, compartir nuestra vida, nuestros anhelos, nuestras preocupaciones con Ella.

En los Santuarios Marianos, lugares de gracias, donde María está presente con su Hijo Jesús, donde podemos encontrarnos con ellos en cualquier momento.

Queridos hermanos, estamos celebrando la Eucaristía. Ella es el recuerdo del amor desbordante de Jesús, que se manifestó por su muerte en la cruz.

Pidámosle, por eso, a Jesús y a María que tomen de nosotros ese egoísmo tan penetrante que deja infecunda nuestra vida, y que enciendan en nuestro corazón el fuego del amor que hace auténtica y grande nuestra existencia -igual que la suya.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Decálogo de Santa Catalina de Siena

Conjunto de reglas básicas para ser un buen cristiano

01 No existe paz fuera de la verdad.

02 La vida cristiana empieza su camino en serio a partir del conocimiento de sí mismo a la luz de Dios.

03 O escogemos el Puente, que es Cristo, o nos devora el río, que es el torrente de las promesas falsas y amenazas falsas del mundo.

04 El que no arde de amor por la Iglesia que no piense que ama mucho a Cristo.

05 Todos han de tener inmenso aprecio por la celebración cotidiana, digna y fervorosa, de la Eucaristía.

06 Aprendemos a orar como aprendimos a hablar: oyendo a otros y repitiendo con sabiduría y amor.

07 Rechazar el camino de la obediencia es elegir el camino del capricho, y de ahí lo que sigue es muerte.

08 La vida de los consagrados es como el avance de un bote; quienes no tienen comunidad nadan solos.

09 Nuestra voluntad es tan débil como la distancia que nos separa de la voluntad de Dios: a mayor distancia, mayor debilidad.

10 La santidad es el fruto propio del bautismo, y por consiguiente, la meta natural de todo bautizado.

RODRIGO A. MEDELLÍN ERDMANN RESPONDE A LEONARDO BOFF
"Entre Jesús y la Magdalena hubo un amor mutuo, sin exclusivismos y sin relación carnal alguna"

"Pidamos al Espíritu ser capaces de distinguir la castidad religiosa del sacramento del matrimonio"

Rodrigo A. Medellín Erdmann, 30 de abril de 2018 a las 09:26

Jesucristo y María Magdalena

Nadie amó a Jesús como ella, y en el corazón de Jesús probablemente no hubo amor más grande que Magdalena, si bien también estamos ahí tú, yo y todo el mundo

(Rodrigo A. Medellín Erdmann).- Cpal Social, el Boletín del Apostolado Social de la Conferencia de Provinciales de América Latina, CEPAL, del 5 de marzo de 2018, reprodujo un artículo del teólogo y filósofo Leonardo Boff, sobre "Las mujeres en la vida de Jesús y su compañera Miriam de Magdala". En algunos lectores ha producido un escándalo que la Compañía de Jesús lo haya reproducido en un boletín oficial.

En mi opinión, el artículo tiene aspectos magníficos, como mucho de lo que ha escrito Leonardo; pero no es insuperable. Más bien, puede servir como plataforma de lanzamiento para ir más allá de sus planteamientos, y trascenderlo en varias dimensiones, tanto histórica como teológicamente. Permítaseme intentar tan temeraria hazaña, y mostrar una visión más profunda de un amor tan especial como el de Jesús de Nazaret y María Magdalena.

Las tesis de Leonardo

Para afirmar que el amor de Jesús y María Magdalena tuvo manifestaciones que incluyeron relaciones corporales, Leonardo aporta indicios históricos, junto con reflexiones teológicas. Sin que sea necesario repetir íntegramente los argumentos -sería importante releer el texto original-, se pueden resumir en dos:

1. Trozos de evangelios apócrifos hablan de que Jesús amaba a María más que a todos los demás discípulos, la besaba frecuentemente en la boca, y la consideraban su "compañera" (koinónos). De ahí, citando autores, concluye que "no debemos excluir un fondo histórico verdadero, a saber, una relación concreta y carnal de Jesús con María de Magdala".

2. Aduce un argumento teológico, que intenta validar la tesis histórica: Un antiguo dicho de la teología afirma "todo aquello que no es asumido por Jesucristo no está redimido". Si la sexualidad no hubiese sido asumida por Jesús, no habría sido redimida. La dimensión sexuada de Jesús no quita nada de su dimensión divina. Antes bien, la hace concreta e histórica. Es su lado profundamente humano.Fin de la cita y del artículo. A continuación, una respuesta.

Una carta a Leonardo

Muy estimado Leonardo:

Aprovecho la oportunidad para expresarte mi agradecimiento y admiración por la labor teológica, eclesiástica y ecológica que has desarrollado a lo largo de la vida, inclusive frente a rasgos en ocasiones represivos de las autoridades vaticanas. En ese contexto, me atrevo a dialogar contigo sobre el tema de tu artículo.

Te asiste toda la razón sobre la relación tan extraordinaria que Jesús tuvo con la mujer, en concreto con todas las mujeres que se encontró en su vida pública. Tu análisis es magnífico.

En la parte final del artículo centras la atención en la relación de Jesús con María Magdalena y, basado en anécdotas de evangelios apócrifos, y argumentos teológicos tradicionales, postulas que no se puede excluir que dicha relación no fuese sólo espiritual -como proponían los gnósticos-, sino también corporal, como es una relación humana plena entre un hombre y una mujer, y citas algunos autores al respecto.

Me permito complementar ambas líneas de pensamiento, para avanzar hasta sus últimas consecuencias, y acto seguido proponer una visión alternativa de la relación de marras. Desde luego, no se trata de mi parte de una reacción escandalizada, como si hubieras planteado algo sacrílego -hay quienes así pueden considerarlo-; sino de un análisis serio, como el tema merece.

En relación con los datos que aportan los evangelios apócrifos, es conveniente citarlos en otras versiones. Por ejemplo, en aquélla en que los apóstoles, sorprendidos, le preguntan a Jesús por esa relación especial con María Magdalena, a quien frecuentemente besaba en la boca -como no lo hacía con nadie más-. Una respuesta apócrifa de Jesús es sorprendente: la beso en la boca "para que se vuelva varón". En otras palabras, para que deje de ser mujer -implícitamente, un ser humano de categoría inferior-, y acceda a la plenitud de lo masculino -un planteamiento apócrifo totalmente contrario al modo de ser de Jesús, y por lo tanto, difícilmente aceptable.

¿Resultan, pues, los apócrifos una base confiable? Más bien, propongo que el camino para comprender las relaciones personales de Jesús no son los apócrifos, sino los evangelios, como veremos más adelante.

Respecto a tu argumento teológico: "lo que no es asumido no es redimido", conviene también dilucidarlo con todo detalle, y entonces valorarlo.

Dios es para el hombre un misterio insondable. Si bien la creación nos da pistas sobre su existencia, todo lo que sabemos de él lo sabemos por la revelación. Dios nos reveló su plan de salvación del hombre al enviar a su Hijo, encarnado por la acción del Espíritu Santo. Por su parte, toda la vida de Jesús y todas sus acciones son en cumplimiento a la voluntad de su Padre, en función de trasmitirnos la vida divina. Por lo mismo, todo lo que sabemos del Hijo es también por revelación, que nos es trasmitida a lo largo de los siglos por la tradición y la escritura. Por consiguiente, tu argumento de que algo de la vida de Jesús "no se puede excluir", basándose en datos apócrifos, se revierte diciendo que nada se puede afirmar con certeza teológica si no nos consta por medio de la revelación, y siempre es en función de la salvación. De manera que una supuesta relación corporal de Jesús resulta una mera especulación sin ningún "fondo histórico verdadero", y totalmente cuestionable.

Volviendo al dicho teológico que aduces, sospecho que lo extrapolas indebidamente hasta convertirlo en otro distinto y más estrecho, a saber, "Todo aquello que no es ejercitado por Jesucristo no está redimido". Me parece que la extrapolación no es válida. Jesucristo asumió plenamente la sexualidad humana al ser totus homo, sin que para redimirla fuera preciso ejercitarla. Su amor ciertamente fue sexuado, como amor de un hombre, sin que tuviera que ser sexual para tener valor salvífico.

La relación de Jesús y Magdalena según los evangelios

Descartada toda relación apócrifa, por su dudosa validez histórica, también hay que diferenciar la relación de Jesús con María de Nazaret, su Madre. Aun desde un punto de vista meramente humano, una relación materno-filial tiene un carácter tan especial, que no es comparable a ninguna otra, ni de amistad ni conyugal. Más aún, si la contemplamos, como es el caso, como una relación en la esfera de lo divino -del Hijo de Dios con una criatura radicalmente llena de gracias-, se trata de una relación absolutamente única. De manera que, al hablar de cualquier relación humana de Jesús, debemos diferenciarla totalmente del amor de Jesús con la Santísima Virgen.

Desbrozado así el campo, podemos ya abordar la relación de Jesús con Magdalena en los evangelios con una clave hermenéutica que podríamos llamar de preeminencia. De todas las relaciones que el Nuevo Testamento describe, ninguna más preeminente que ésta.

Hoy en día estamos conscientes de que, por el orden patriarcal prevalenteen aquellas sociedades, esta preeminencia quedó algo opacada, y muchos datos se perdieron. Sin embargo, hay los suficientes para lograr una intelección renovada.

Dejemos a los exegetas precisar cuáles de las menciones evangélicas se refieren específicamente a Magdalena -o bien a alguien más-, y aceptemos que la mujer que fue liberada por Jesús de siete demonios fue ella; la que amó mucho porque se le perdonó mucho fue ella; la que pasó por un proceso de metanoia más profundo que nadie fue ella; la que le lavó los pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos fue ella; la que con sus amigas atendió constantemente a Jesús y sus amigos, desafiando las normas sociales de su época, fue ella; la compañera de la Madre junto a la cruz fue ella; la primera en encontrarse con el Resucitado fue ella; la primera enviada por Jesús fue ella; la testigo preeminente de la resurrección fue ella; la primera evangelizadora fue ella.

A partir de ahí, y aplicando la clave hermenéutica de la preeminencia, podemos repasar muchos pasajes evangélicos que nos develan la relación que estamos considerando. Por ejemplo: si se habla del discípulo amado, cuanto más se puede hablar de la discípula amada"Como el Padre me amó, así te amo yo, Magdalena". "Cuando estabas en aquel lugar, yo te vi". "Ven y sígueme". "De entre todos los nacidos de mujer, nadie mayor que Magdalena". "A ti te son revelados los misterios del Reino de Dios -probablemente nadie entendió mejor a Jesús que Magdalena-". "Como el Padre me envió, así yo te envío". Y en la misma forma en el total de los evangelios.

Por otra parte, en toda la historia humana ella fue la mayor de las místicas-Teresa de Ávila y cualquier otra son pequeñas-. A nadie le atravesó una espada tan terriblemente el corazón como a ella al contemplar a su amor clavado de pies y manos, como un gusano y no un hombre. Nadie sufrió una pérdida tan irreparable como ella al verlo muerto y sepultado. Nadie lloró como ella en aquellos tres días. Nadie corrió tan de mañana al sepulcro para al menos ungir su cadáver. Nadie sintió tal pánico al no encontrarlo.Y ni Pablo, arrebatado al cielo, ni ningún otro oído oyó jamás palabras como aquella: "María"; ni ningún otro ojo vio jamás como ella la gloria de aquel cuerpo resucitado; ni nadie respondió jamás al amor como ella con aquel "¡Raboni, Maestro!"; y nadie recibiría tal iluminación del Espíritu Santo y tales revelaciones del Padre como ella. En resumen, nadie amó a Jesús como ella, y en el corazón de Jesús probablemente no hubo amor más grande que Magdalena, si bien también estamos ahí tú, yo y todo el mundo. Pero, si hay que suponer algún "fondo histórico verdadero" que explique la predilección de Jesús por Magdalena y sus manifestaciones de cariño -que los otros discípulos ciertamente habrán notado- fue este amor mutuo, sin exclusivismos, y sin tener que implicar relación carnal alguna. Leonardo, tanto tú como yo vivimos un tiempo el amor en la castidad religiosa, tú como franciscano y yo como jesuita (en mi caso, salí de la Compañía de Jesús antes de la ordenación sacerdotal). Y por la providencia de Dios, ambos tuvimos la fortuna de vivir posteriormente el amor de una compañera, con la profundidad pneumosomática del sacramento del matrimonio. Pero, pidamos al Espíritu Santo ser capaces de distinguir ambos ámbitos y no extrapolarlos, y de contemplar místicamente el amor en el Corazón de Jesucristo tal como fue en su realidad histórica, incluyendo su amor por María Magdalena. Con un abrazo.

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