Escuchar en el interior del castillo construido sobre roca

Evangelio según San Mateo 7,21-29. 

Jesús dijo a sus discípulos: 

"No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. 

Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'. 

Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'. 
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. 

Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. 

Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. 

Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande". 

Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas. 

San Ireneo de Lyon

San Ireneo de Lyon, obispo

Memoria de san Ireneo, obispo, que, como atestigua san Jerónimo, de niño fue discípulo de san Policarpo de Esmirna y custodió con fidelidad la memoria de los tiempos apostólicos. Ordenado presbítero en Lyon, fue el sucesor del obispo san Potino y, según cuenta la tradición, murió coronado por un glorioso martirio. Debatió en muchas ocasiones acerca del respeto a la tradición apostólica y, en defensa de la fe católica, publicó un célebre tratado contra la herejía. Las obras literarias de san Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes. Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor del año 135, en alguna de aquellas provincias marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo de los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los griegos. Tuvo además, el inestimable privilegio de sentarse entre algunos de los hombres que habían conocido a los Apóstoles y a sus primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba san Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo. Por cierto, que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de san Policarpo, las inflexiones de su voz y cada una de las palabras que pronunciaba para relatar sus entrevistas con san Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que habían aprendido de ellos. San Gregorio de Tours afirma que fue san Policarpo quien envió a Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para sostener esa afirmación. Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos transportaban regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon que, en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa occidental y en la villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros que portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa iglesia local. A aquella iglesia llegó san Ireneo para servirla como sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, san Potino, que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte. La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en religión, se puso en evidencia el año de 177, cuando se le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon se hallaban prisioneros. Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su interés por los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba entre la cristiandad su situación de confesores en inminente peligro de muerte, enviaron al papa san Eleuterio, por conducto de Ireneo, «la más piadosa y ortodoxa de las cartas», con una apelación al Pontífice «en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia», para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Asimismo, recomendaban al portador de la misiva, es decir, a Ireneo, como a un sacerdote «animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo» y un amante de la paz, como lo indicaba su nombre (efectivamente, «ireneo» significa «pacífico»).E l cumplimiento de aquel encargo, que lo ausentaba de Lyon, explica por qué Ireneo no fue llamado a compartir el martirio de san Potino y sus compañeros y ni siquiera lo presenció. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado vacante san Potino.

Ya por entonces había terminado la persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es evidente que, además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien envió a los santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a los santos Ferrucio y Ferreolo, a Besançon. Para indicar hasta qué punto se había identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta en vez del griego, que era su lengua madre.

La propagación del gnosticismo en las Galias y el daño que causaba en las filas del cristianismo, inspiraron en el obispo Ireneo el anhelo de exponer los errores de esa doctrina para combatirla. Comenzó por estudiar sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos parecía sentirse inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina. Afortunadamente, san Ireneo era «un investigador minucioso e infatigable en todos los campos del saber», como nos dice Tertuliano, y, por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos y hasta con cierto gusto. Una vez empapado en las ideas del adversario, se puso a escribir un tratado en cinco libros, en cuya primera parte expuso completamente las doctrinas internas de las diversas sectas para contradecirlas después con las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.

Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió, en la parte donde trata el punto doctrinal de los gnósticos de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien seguirá eternamente desligado del mundo, superior, indiferente y sin participación alguna en las actividades del Pleroma (el mundo espiritual invisible). Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz «reductio ad absurdum», procede a demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo que Él creó, en los siguientes términos: «El Padre está por encima de todo y Él es la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas y Él mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es Él esa agua viva que el Señor da a los que creen en Él y le aman porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las cosas».

Ireneo se preocupa más por convertir que por confundir y, por lo tanto, escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién «iniciados» en el gnosticismo, dice: «Tan pronto como un hombre se deja atrapar en sus "caminos de salvación", se da tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo, que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel». Ireneo estaba firmemente convencido de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse y, de hecho, había tomado la determinación de «desenmascarar a la zorra», como él mismo lo dice, Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente y no tardaron en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de entonces en adelante, dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia y la fe católicas.

Trece o catorce años después de haber viajado a Roma con la carta para el papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice. En vista de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la Pascua de acuerdo con la costumbre occidental, el papa Víctor III los había excomulgado y, en consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor.

En una carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no eran realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional y que, una diferencia de opinión sobre el mismo punto, no había impedido que el papa Aniceto y san Policarpo permaneciesen en amable comunión. El resultado de su embajada fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos partes y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.

Se desconoce la fecha de la muerte de san Ireneo, aunque por regla general, se establece hacia el año 202. De acuerdo con una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable ni hay evidencia alguna sobre el particular. Los restos mortales de san Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante, llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los calvinistas en 1562 y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de san Ireneo se celebra desde tiempos muy antiguos en el Oriente (el 23 de agosto), sólo a partir de 1922 se ha observado en la iglesia de Occidente.

El tratado contra los gnósticos ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina y, en fechas posteriores, se descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación apostólica, traducida al armenio. A pesar de que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos trabajos mencionados para suministrar todos los elementos de un sistema completo de teología cristiana. No ha llegado hasta nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre san Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas tradiciones y como maestro de las creencias ortodoxas.

En 1904 se despertó enorme interés general, a raiz del descubrimiento de la versión armenia de un escrito sobre el cual sólo se conocía el título hasta entonces: Prueba de la Predicación Apostólica. Se trata, sobre todo de una comparación de las profecías del Antiguo Testamento y de ese escrito, no se obtienen informaciones nuevas en relación con el espíritu y los pensamientos del autor. Sobre la teología de Ireneo puede consultarse con provecho la Patrología de Quasten (Tomo I). Entre las catequesis de los miércoles que SS Benedicto XVI dedicó a los Padres de la Iglesia, la del 28 de marzo del 2007 está referida a la figura y el pensamiento de Ireneo de Lyon.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SJ

Oremos  

Señor, tú que quisiste que el obispo san Ireneo hiciera triunfar la verdadera doctrina y lograra afianzar la paz de tu Iglesia, haz que nosotros, renovados, por su intercesión, en la fe y en la caridad, nos esforcemos siempre en fomentar la unidad y la concordia entre los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Santa Teresa de Ávila (1515-1582), carmelita descalza y doctora de la Iglesia  Las Moradas, 4ª morada, cap. 3

Escuchar en el interior del castillo construido sobre roca

Paréceme que nunca lo he dado a entender como ahora, porque para buscar a Dios en lo interior (que se halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas, como dice San Agustín que le halló, después de haberle buscado en muchas partes), es gran ayuda cuando Dios hace esta merced. Y no penséis que es por el entendimiento adquirido procurando pensar dentro de sí a Dios, ni por la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación, porque se funda sobre verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros mismos; mas no es esto, que esto cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor, se entiende, todo). Mas lo que digo es en diferente manera, y que algunas veces, antes que se comience a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo, que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor. Que no fue por los oídos, que no se oye nada, mas siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar mejor.

Mas éstos, ellos se entran cuando quieren; acá no está en nuestro querer sino cuando Dios nos quiere hacer esta merced. Tengo para mí que cuando Su Majestad la hace, es a personas que van ya dando de mano a las cosas del mundo. No digo que sea por obra los que tienen estado que no pueden, sino por el deseo, pues los llama particularmente para que estén atentos a las interiores; y así creo que, si queremos dar lugar a Su Majestad, que no dará sólo esto a quien comienza a llamar para más. 

Alábele mucho quien esto entendiere en sí, porque es muy mucha razón que conozca la merced, y el hacimiento de gracias por ella hará que se disponga para otras mayores. Y es disposición para poder escuchar, como se aconseja en algunos libros, que procuren no discurrir, sino estarse atentos a ver qué obra el Señor en el alma; que si Su Majestad no ha comenzado a embebernos, no puedo acabar de entender cómo se pueda detener el pensamiento de manera que no haga más daño que provecho, aunque ha sido contienda bien platicada entre algunas personas espirituales, y de mí confieso mi poca humildad que nunca me han dado razón para que yo me rinda a lo que dicen.

Lo que habemos de hacer es pedir como pobres necesitados delante de un grande y rico emperador, y luego bajar los ojos y esperar con humildad. Cuando por sus secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien callar, pues nos ha dejado estar cerca de Él.

Entre mi voluntad y mi felicidad

Santo Evangelio según San Mateo 7, 21-29. Jueves XII de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

En medio de mis preocupaciones, mis intereses y mi vida ordinaria, quiero darte un pequeño momento, estar a tu lado y crear conciencia de lo que has hecho por mí. Dame la gracia de saber escucharte, contemplarte y enamorarme de la misión que me tienes preparada.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La voluntad de Dios muchas veces se ve como un misterio que supera nuestro entendimiento. Ante nuestra incomprensión, surge el deseo de ignorar o modificar lo que se nos pide y corremos el riesgo de tomar una actitud equivocada.

El egoísmo puede guiar nuestros deseos para encontrar la felicidad con facilidad y sin sacrificios. Aunque parece ser auténtica esta felicidad, no tiene los fundamentos correctos. En la construcción de esta casa se ponen los cimientos en la arena al buscar la propia felicidad, los propios intereses, los deseos pasajeros de nuestra voluntad.

Quien busca hacer la voluntad de Dios es semejante al hombre que funda su casa sobre la roca. Esto es un trabajo difícil, pero es sorprendente cuando llega el momento en que es tanto el amor que se tiene a la persona por la cual se ha entregado todo, que sólo importa el agradarle. No importará lo que se pide, ni cuál sea su voluntad porque lo importante es que le entreguemos todo con la medida del amor: "amar sin medidas".

Lo importante es mantener una actitud desprendida de todas nuestras aspiraciones. Dios nos sorprende al demostrar que su único deseo es nuestra propia felicidad. Por esto, al final, el fruto de todo nuestro trabajo y nuestra entrega es la felicidad sincera, porque la voluntad de Dios es nuestra propia felicidad.

"Muchos me dirán ese día: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y echado demonios en tu nombre? Entonces yo les declararé: Nunca os he conocido". Es una palabra fuerte, no cabe duda, que tiene la finalidad de sacudirnos y llamarnos a la conversión. Os aseguro, queridas familias, que si seréis capaces de caminar cada vez más decididamente por la senda de las Bienaventuranzas, aprendiendo y enseñando a perdonaros mutuamente, en toda la gran familia de la Iglesia crecerá la capacidad de dar testimonio de la fuerza renovadora del perdón de Dios. De otro modo, haremos predicaciones incluso muy bellas, y tal vez también expulsaremos algún demonio, pero al final el Señor no nos reconocerá como sus discípulos, porque no hemos tenido la capacidad de perdonar y de dejarnos perdonar por los demás.

(Homilía de S.S. Francisco, 4 de noviembre de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Examinare con atención cuáles son los fundamentos de mi felicidad.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Jesús tiene el poder de juzgar.

Catequesis de SS Juan Pablo II. Septiembre 30 de 1987.

Por: SS Juan Pablo II | Fuente: Catequesis de SS Juan Pablo II. 

1. Dios es el juez de vivos y muertos. El juez último. El juez de todos.

En la catequesis que precede a la venida del Espíritu Santo sobre los paganos, San Pedro proclama que Cristo“por Dios ha sido instituido juez de vivos y muertos”(Act 10, 42). Este divino poder (exousia) está vinculado con el Hijo del hombre ya en la enseñanza de Cristo.

El conocido texto sobre el juicio final, que se halla en el Evangelio de Mateo, comienza con las palabras: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el Pastor separa a las ovejas de los cabritos”(Mt 25, 31-32).

El texto habla luego del desarrollo del proceso y anuncia la sentencia, la de aprobación:“Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”(Mt 25, 34); y la de condena: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles” (Mt 25, 41).

2. Jesucristo, que es Hijo del hombre, es al mismo tiempo verdadero Dios porque tiene el poder divino de juzgar las obras y las conciencias humanas, y este poder es definitivo y universal. Él mismo explica por qué precisamente tiene este poder diciendo:“El Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo su poder de juzgar. Para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn 5, 22-23).

Jesús vincula este poder a la facultad de dar la Vida. “Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere les da la vida” (Jn 5, 21). “Así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo, y le dio poder de juzgar, por cuanto Él es el Hijo del hombre” (Jn 5, 26-27).

Por tanto, según esta afirmación de Jesús, el poder divino de juzgar ha sido vinculado a la misión de Cristo como Salvador, como Redentor del mundo. Y el mismo juzgar pertenece a la obra de la salvación, al orden de la salvación: es un acto salvífico definitivo.

En efecto, el fin del juicio es la participación plena en la Vida divina como último don hecho al hombre: el cumplimiento definitivo de su vocación eterna.

Al mismo tiempo, el poder de juzgar se vincula con la revelación exterior de la gloria del Padre en su Hijo como Redentor del hombre. “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre... y entonces dará a cada uno según sus obras” (Mt 16, 27).

El orden de la justicia ha sido inscrito, desde el principio, en el orden de la gracia. El juicio final debe ser la confirmación definitiva de esta vinculación: Jesús dice claramente que “los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13, 43), pero anuncia también no menos claramente el rechazo de los que han obrado la iniquidad (cf. Mt 7, 23).

En efecto, como resulta de la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30), la medida del juicio será la colaboración con el don recibido de Dios, colaboración con la gracia o bien rechazo de ésta.

3. El poder divino de juzgar a todos y a cada uno pertenece al Hijo del hombre. El texto clásico en el Evangelio de Mateo (25, 31-46) pone de relieve en especial el hecho de que Cristo ejerce este poder no sólo como Dios-Hijo, sino también como Hombre. Lo ejerce -y pronuncia las sentencias- en nombre de la solidaridad con todo hombre, que recibe de los otros el bien o el mal: “Tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25, 35), o bien: “Tuve hambre y no me disteis de comer” (Mt 25, 42).

Una “materia” fundamental del juicio son las obras de caridad con relación al hombre-prójimo. Cristo se identifica precisamente con este prójimo: “Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40); “Cuando dejasteis de hacer eso..., conmigo dejasteis de hacerlo” (Mt 25, 45).

Según este texto de Mateo, cada uno será juzgado sobre todo por el amor. Pero no hay duda de que los hombres serán juzgados también por su fe: “A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios” (Lc 12, 8); “Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre” (Lc 9, 26; cf. también Mc 8, 38).

4. Así, pues, del Evangelio aprendemos esta verdad -que es una de las verdades fundamentales de fe-, es decir, que Dios es juez de todos los hombres de modo definitivo y universal y que este poder lo ha entregado el Padre al Hijo (cf. Jn 5, 22) en estrecha relación con su misión de salvación. Lo atestiguan de modo muy elocuente las palabras que Jesús pronunció durante el coloquio nocturno con Nicodemo: “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvado por Él” (Jn 3, 17).

Si es verdad que Cristo, como nos resulta especialmente de los Sinópticos, es juez en el sentido escatológico, es igualmente verdad que el poder divino de juzgar está conectado con la voluntad salvífica de Dios que se manifiesta en la entera misión mesiánica de Cristo, como lo subraya especialmente Juan: “Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos” (Jn 9, 39). “Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Jn 12, 47).

5. Sin duda Cristo es y se presenta sobre todo como Salvador. No considera su misión juzgar a los hombres según principios solamente humanos (cf. Jn 8, 15). Él es, ante todo, el que enseña el camino de la salvación y no el acusador de los culpables. “No penséis que vaya yo a acusaros ante mi Padre; hay otro que os acusará, Moisés..., pues de mí escribió Él” (Jn 5, 45-46). ¿En qué consiste, pues, el juicio? Jesús responde: “El juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3, 19).

6. Por tanto, hay que decir que ante esta Luz que es Dios revelado en Cristo, ante tal Verdad, en cierto sentido, las mismas obras juzgan a cada uno. La voluntad de salvar al hombre por parte de Dios tiene su manifestación definitiva en la palabra y en la obra de Cristo, en todo el Evangelio hasta el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Se convierte, al mismo tiempo, en el fundamento más profundo, por así decir, en el criterio central del juicio sobre las obras y conciencias humanas. Sobre todo en este sentido “el Padre... ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar” (Jn 5, 22), ofreciendo en Él a todo hombre la posibilidad de salvación.

7. Por desgracia, en este mismo sentido el hombre ha sido ya condenado, cuando rechaza la posibilidad que se le ofrece: “el que cree en Él no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado”(Jn 3, 18). No creer quiere decir precisamente: rechazar la salvación ofrecida al hombre en Cristo (“no creyó en el nombre del Unigénito Hijo de Dios”: ib.). Es la misma verdad a la que se alude en la profecía del anciano Simeón, que aparece en el Evangelio de Lucas cuando anunciaba que Cristo “está para caída y levantamiento de muchos en Israel”(Lc 2, 34). Lo mismo se puede decir de a alusión a la “piedra que reprobaron los edificadores” (cf. Lc 20, 17-18).
8. Pero es verdad de fe que “el Padre... ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar”(Jn 5, 22). Ahora bien, si el poder divino de juzgar pertenece a Cristo, es signo de que Él -el Hijo del hombre- es verdadero Dios, porque sólo a Dios pertenece el juicio y puesto que este poder de juicio está profundamente unido a la voluntad de salvación, como nos resulta del Evangelio, este poder es una nueva revelación del Dios de la Alianza, que viene a los hombres como Emmanuel, para librarlos de la esclavitud del mal. Es la revelación cristiana del Dios que es Amor.

Queda así corregido ese modo demasiado humano de concebir el juicio de Dios, visto sólo como fría justicia, o incluso como venganza. En realidad, dicha expresión, que tiene una clara derivación bíblica, aparece como el último anillo del amor de Dios. Dios juzga porque ama y en vistas al amor. El juicio que el Padre confía a Cristo es según la medida del amor del Padre y de nuestra libertad.

¿Qué es el Óbolo de San Pedro y para qué sirve?

Esta colecta se realiza en todas las diócesis

En los días previos a la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, que se celebra el 29 de junio, en la mayoría de las parroquias se realiza la convocatoria para la colecta del Óbolo de San Pedro.

Según explica el sitio web del Vaticano, el Óbolo de San Pedro es “una ayuda económica” que los fieles ofrecen al Santo Padre “como una expresión de apoyo” para las necesidades de la Iglesia en el mundo y las obras de caridad que esta realiza.

La colecta se realiza en todas las diócesis en la “Jornada mundial de la caridad del Papa”, cada 29 de junio o el domingo más próximo a la Solemnidad de San Pedro y San Pablo.

La Santa Sede señala que el origen de esta práctica data de fines del siglo VIII luego de la conversión de los anglosajones, quienes “se sintieron tan unidos al Obispo de Roma que decidieron de manera estable una contribución anual al Santo Padre”.

Esta colecta se llamó “Denarius Sancti Petri” (Limosna a San Pedro) y se difundió en el resto de países europeos. El 5 de agosto de 1871 el Papa Pío IX la regularizó a través de la encíclica “Saepe Venerabilis”.

Algunas de las obras de caridad financiadas con el Óbolo de San Pedro son el mejoramiento de la estructura del Hospital Pediátrico en República Centroafricana, el alivio de la crisis humanitaria en Haití y el otorgamiento de diez becas universitarias para los jóvenes desplazados por la guerra y el terrorismo en el Kurdistán iraquí.

Puede conocer más sobre los proyectos de ayuda AQUÍ.

En noviembre de 2016, la Santa Sede lanzó el sitio web oficial del Óbolo de San Pedro para que los fieles colaboren con las obras de caridad de la Iglesia, lean los mensajes del Papa, entre otras cosas. Está disponible en italiano, inglés y español.

En el 2017 se crearon las cuentas de Twitter e Instagram de esta iniciativa. En Twitter están en tres idiomas: @obolus_it (en italiano), @obolus_es (en español) y @obolus_en(en inglés). En Instagram es un cuenta única: obolus_va.

Yo soy el Señor, tú Dios

Papa Francisco: Para obedecer a Dios primero hay que ser agradecidos 

Los Diez Mandamientos han centrado un miércoles más la catequesis del Papa Francisco desde la Plaza de San Pedro en la Audiencia General a la que asistieron miles de peregrinos que escucharon la invitación a ser primero agradecidos.

Francisco comentó el inicio del capítulo sobre los Mandamientos que dice: “Yo soy el Señor, tú Dios” y explicó que aquí “hay un posesivo, hay una relación, le pertenecemos, Dios no es un extraño: él es tú Dios”.

“Esto ilumina todo el Decálogo y revela también el secreto del actuar cristiano, porque es la misma actitud de Jesús”.

Afirmó que “Él no parte de sí sino del Padre”. “A menudo nuestras obras fallan porque comenzamos de nosotros mismo y no de la gratitud. Y quién parte de sí mismo ¡llega a sí mismo!”.

El Papa dijo que “la vida cristiana es ante todo la respuesta grata a un Padre generoso” y señaló que “los cristianos que siguen solo los ‘deberes’ denuncian no tener una experiencia personal sobre ese Dios que es ‘nuestro’”.

En conclusión, “poner la ley antes que la relación no ayuda al camino de fe”.

“¿Cómo puede un joven desear ser cristiano si partimos de obligaciones, compromisos, coherencias y no de la liberación?”, preguntó. “La formación cristiana no está basada en la fuerza de voluntad, sino en la acogida de la salvación, en el dejarse amar: primero el Mar Rojo, después el Monte Sinaí”.  

Francisco destacó entonces que ser agradecido es una actitud necesaria puesto que “para obedecer a Dios se necesita ante todo recordar sus beneficios”. Incluso “alguno puede escuchar no haber tenido todavía una buena experiencia de la liberación de Dios”, es algo “que puede ocurrir”.

Ante esto, invitó a rezar porque “Dios escucha el lamento”. En resumen, “no nos salvamos solos, sino a partir de un grito de ayuda”, y esto “nos espera a nosotros: pedir ser liberados”.

“Este grito es importante, es oración, es consciencia de lo que todavía nos tiene oprimidos y no está liberado en nosotros. Dios atiende ese grito, porque puede y quiere romper nuestras cadenas”.

¿Qué escribió el cardenal Ratzinger sobre el fútbol?

Una reflexión profunda y sagaz, rebosante de hondura y comprensión del corazón humano

Por: Card. Josep Ratzinger

Antes de ser elegido Papa, el cardenal Ratzinger escribió en un libro que recoge su pensamiento como teólogo y autor espiritual, -Cooperadores de la Veerdad- un artículo sobre el fútbol.

Es una reflexión profunda y sagaz, rebosante de hondura y comprensión del corazón humano.

Cuando se hojea la prensa y se escucha la radio, se comprueba enseguida que hay un tema dominante: el fútbol y la liga de fútbol. Este deporte se ha convertido en un acontecimiento universal que une a los hombres de todo el mundo por encima de las fronteras nacionales, con un mismo sentir, con idénticas ilusiones, temores, pasiones y alegrías. Todo esto nos revela que nos encontramos frente a un fenómeno genuinamente humano.

Surge espontánea la pregunta sobre el por qué de la fascinación que ejerce este juego. El pesimista contestará que es una repetición más de lo que ya se experimentó en la antigua Roma: pan y circo; panem et circenses.

Pero, incluso si aceptáramos esta respuesta, tendríamos que preguntarnos: ¿y a qué se debe semejante fascinación, que lleva poner el juego junto al pan, y a darle la misma importancia?

Volviendo de nuevo en la antigua Roma, podríamos contestar a esta pregunta diciendo que aquel grito que pedía "pan y juego" era la expresión del deseo de una vida paradísiaca. En este sentido, el juego es se presenta como una especie de regreso al hogar primero, al paraíso; como una escapatoria de la existencia cotidiana, con su dureza esclavizante.

Sin embargo el juego tiene, sobre todo en los niños, un sentido distinto: es un entrenamiento para la vida.

A mi juicio, la fascinación por el fútbol consiste, esencialmente, en que sabe unir de forma convincente estos dos sentidos: ayuda al hombre a autodisciplinarse y le enseña a colaborar con los demás dentro de un equipo, mostrándole como puede enfrentarse con los otros de una forma noble.

Al contemplarlo, los hombres se identifican con ese juego, haciendo suyo ese espíritu de colaboración y de confrontación leal con los demás.

Desde luego, la seriedad sombría del dinero, unida a los intereses mercantiles, pueden echar todo esto a perder.

Al pensar detenidamente en todo esto, se plantea la posibilidad de aprender a vivir con el espíritu del juego, porque la libertad del hombre se alimenta también de reglas y de autodisciplina.

En todo caso, la visión de un mundo que vibra con el juego debiera servirnos para algo más que para el entretenernos, porque si fuéramos al fondo de la cuestión, el juego podría mostrarnos una nueva forma de entender la vida.

+ Cardenal Joseph Ratzinger

Leyendo el Icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro

¿Sabes que el Cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es un Icono y que los iconos se leen?

Examina el cuadro más abajo. Atemorizado por la visión de dos ángeles que le muestran los instrumentos de la Pasión, el Niño Jesús ha corrido hacia su Madre, perdiendo casi una de sus pequeñas sandalias en su precipitada huida. María lo sostiene en sus brazos de manera protectora y amorosa. Pero presta atención a sus ojos. Su mirada esta fija no en Jesús sino en nosotros. ¿No es este detalle un toque de genialidad? ¿Qué mejor manera de expresar el interés de Nuestra Señora en nuestras vidas y crecimiento espiritual?

Las pequeñas manos de Jesús también están sujetas a las de María como una forma de recordarnos a nosotros que, así como en la tierra él se puso enteramente en su manos buscando protección, así ahora en el cielo él nos confía a cada uno de nosotros en sus tiernos y amorosos cuidados.

Este es el mensaje principal del cuadro, un icono bizantino, que no obstante, esta repleto de otros símbolos. He aquí algunos de ellos:

  1. Iniciales en griegopara "Madre de Dios"
  2. Corona. Fue añadida al cuadro original por orden de la Santa Sede en 1867. Es un tributo a los muchos milagros obrados por Nuestra Señora bajo la advocación del "Perpetuo Socorro".
  3. Estrella en el velo de la Virgen.Ella es la Estrella del Mar… que trajo la luz de la luz al mundo en tinieblas… la estrella que nos conduce al puerto seguro del Cielo.
  4. Inicial griega para "San Miguel, el arcángel".Sostiene la lanza y la esponja de la Pasión de Cristo.
  5. Inicial griega para "San Gabriel, el arcángel".Sostiene la cruz y los clavos.
  6. La boca de María. Es pequeña para significar un recogimiento silencioso.Ella habla poco

  7. Los ojos de María.Son grandes para todos nuestros problemas. Están vueltos siempre hacia nosotros.
  8. Túnica roja.Los colores que llevaban la vírgenes en los tiempos de Cristo.
  9. Iniciales griegas para "Jesucristo".
  10. Las manos de Cristo.Con las palmas boca abajo y dentro de las de su madre, indican que las gracias de la redención están bajo su custodia.
  11. Fondo amarillo.Es el símbolo del cielo, donde Jesús y María están ahora entronizados. El amarillo también brilla a través de sus ropas, mostrando así la felicidad celestial que puede traer a los cansados corazones humanos.
  12. Manto azul oscuro.Es el color que usaban la madres en Palestina. María es las dos cosas a la vez: virgen y Madre.
  13. Mano izquierda de María.Sostiene de manera posesiva a Cristo. Ella es su madre. Es una mano consoladora para todo el que acuda a ella.
  14. Sandalia caída. ¿Ha casi perdido Jesús su sandalia corriendo hacia María en busca de consuelo ante el pensamiento de su Pasión?

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