Lo ha dado todo

San Martín de Tours

Celebrado El 11 de Noviembre

San Martín de Tours, obispo

Memoria de san Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de san Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor, fundó en distintos pueblos otros monasterios y pa

El gran san Martín, gloria de las Galias y lumbrera de la Iglesia de Occidente en el siglo IV, nació en Sabaria de Panonia, en la actual Hungría. Sus padres, que eran paganos, fueron más tarde a establecerse a Pavía. Su padre era un oficial del ejército, que había empezado como soldado raso. Es curioso notar que san Martín ha pasado a la historia como «santo militar». Como era hijo de un veterano, a los quince años, tuvo que alistarse en el ejército contra su voluntad. Aunque no era todavía cristiano bautizado, vivió algunos años más como monje que como soldado. Cuando se hallaba acuartelado en Amiens, tuvo lugar el incidente que ha hecho tan famoso al santo en la historia y en el arte. Un día de un invierno muy crudo, se encontró en la puerta de la ciudad con un pobre hombre casi desnudo, que temblaba de frío y pedía limosna a los transeúntes. Viendo Martín que las gentes ignoraban al infeliz mendigo, pensó que Dios le ofrecía la oportunidad de socorrerle; pero, como lo único que llevaba eran sus armas y su uniforme, sacó su espada, partió su manto en dos y regaló una de las mitades al mendigo, guardando la otra para sí. Algunos de los presentes se burlaron al verle vestido en forma tan ridícula, pero otros quedaron avergonzados de no haber socorrido al mendigo. Esa noche, Martín vio en sueños a Jesucristo vestido con el trozo del manto que había regalado al mendigo y oyó que le decía: «Martín, aunque sólo eres catecúmeno, me cubriste con tu manto». Sulpicio Severo, discípulo y biógrafo del santo, afirma que Martín se había hecho catecúmeno a los diez años por iniciativa propia, y que, en cuanto tuvo la visión que acabamos de describir, «voló a recibir el bautismo». Sin embargo, no abandonó inmediatamente el ejército. Pero después de la invasión de los bárbaros, cuando se presentó ante su general Julián César con sus compañeros para recibir su parte del botín, se negó a aceptarla y le dijo: «Hasta ahora te he servido como soldado.

Déjame en adelante servir a Jesucristo. Reparte el botín entre los que van a seguir luchando; yo soy soldado de Jesucristo y no me es lícito combatir». El general se enfureció y le acusó de cobardía. Martín replicó que estaba dispuesto a marchar al día siguiente a la batalla en primera fila y sin armas en el nombre de Jesucristo. Julián César le mandó encarcelar, pero pronto se llegó a un armisticio con el enemigo, y Martín fue dado de baja en el ejército. Inmediatamente se dirigió a Poitiers, donde san Hilario era obispo, y el santo doctor le acogió gozosamente entre sus discípulos (Sobre este punto, la narración de Sulpicio Severo ofrece considerables dificultades cronológicas).

Una noche, mientras dormía, recibió Martín la orden de partir a su patria. Cruzó los Alpes, donde logró escapar de unos bandoleros en forma extraordinaria, llegó a Panonia y allí convirtió a su madre y a algunos otros parientes y amigos, pero su padre persistió en la infidelidad. En la Iliria se opuso con tal celo a los arrianos, que fue flagelado públicamente y expulsado de la región. En Italia se enteró de que los arrianos triunfaban también en la Galias y habían desterrado a san Hilario, de suerte que se quedó en Milán. Pero el obispo arriano, Auxencio, le expulsó de la ciudad. Entonces, el santo se retiró, con un sacerdote, a la isla de Gallinaria, en el Golfo de Génova, y ahí permaneció hasta que san Hilario pudo volver a Poitiers, el año 360.

Como Martín se sintiese llamado a la soledad, san Hilario le cedió unas tierras en el actual Ligugé. Pronto fueron a reunirse con él otros ermitaños. La comunidad (según la tradición, fue la primera comunidad monástica de las Galias) se convirtió, con el tiempo, en un gran monasterio que existió hasta 1607; en 1852, lo ocuparon los benedictinos de Solesmes. San Martín pasó allí diez años, dirigiendo a sus discípulos y predicando en la región, donde se le atribuyeron muchos milagros. Hacía el año 371, los habitantes de Tours decidieron elegirle obispo. Como él se negase a aceptar el cargo, los habitantes de Tours le llamaron con el pretexto de que fuese a asistir a un enfermo y aprovecharon la ocasión para llevarle por la fuerza a la iglesia. Algunos de los obispos a quienes se había convocado para la elección, arguyeron que la apariencia humilde e insignificante de Martín le hacía inepto para el cargo, pero el pueblo y el clero no hicieron caso de tal objeción. 

San Martín siguió viviendo como hasta entonces. Al principio, fijó su residencia en una celda de las cercanías de la iglesia, pero como los visitantes le interrumpiesen constantemente, acabó por retirarse a lo que fue más tarde la famosa abadía de Marmoutier. El sitio, que estaba entonces desierto, tenía por un lado un abrupto acantilado y por el otro, un afluente del Loira. Al poco tiempo, habían ya ido a reunirse con san Martín ochenta monjes y no pocas personas de alta dignidad. La piedad, los milagros y la celosa predicación del santo, hicieron decaer el paganismo en Tours y en toda la región. San Martín destruyó muchos templos, árboles sagrados y otros objetos venerados por los paganos. En cierta ocasión, después de demoler un templo, mandó derribar también un pino que se erguía junto a él. El sumo sacerdote y otros paganos aceptaron derribarlo por sí mismos, con la condición de que el santo, que tanta confianza tenía en el Dios que predicaba, aceptase colocarse junto al árbol en el sitio que ellos determinasen. Martín accedió y los paganos le ataron al tronco.

Cuando estaba a punto de caer sobre él, el santo hizo la señal de la cruz y el tronco se desvió. En otra ocasión, cuando demolía un templo en Antun, un hombre le atacó, espada en mano. El santo le presentó el pecho, pero el hombre perdió el equilibrio, cayó de espaldas y quedó tan aterrorizado, que pidió perdón al obispo. Sulpicio Severo narra éstos y otros hechos milagrosos, algunos de los cuales son tan extraordinarios, que el propio Sulpicio Severo dice que, ya en su época, no faltaban «hombres malvados, degenerados y perversos» que se negaban a creerlos. El mismo autor refiere algunas de las revelaciones, visiones y profecías con que Dios favoreció a san Martín. Todos los años, solía el santo visitar las parroquias más lejanas de su diócesis, viajando a pie, a lomo de asno o en barca. Según su biógrafo, extendió su apostolado desde la Turena hasta Chartres, París, Antun, Sens y Vienne, donde curó de una enfermedad de los ojos a san Paulino de Nola. En cierta ocasión en que un tiránico oficial imperial llamado Aviciano llegó a Tours con un grupo de prisioneros y se disponía a torturarlos al día siguiente, san Martín partió apresuradamente de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó cerca de la medianoche e inmediatamente fue a ver a Aviciano, a quien no dejó en paz sino hasta que perdonó a los prisioneros.

En tanto que san Martín conquistaba almas para Cristo y extendía pacíficamente su Reino, los priscilianistas, que constituían una secta gnóstico-maniquea fundada por Prisciliano, empezaron a turbar la paz en las Galias y en España. Prisciliano apeló al emperador Máximo la sentencia del sínodo de Burdeos (348), pero Itacio, obispo de Ossanova, atacó furiosamente al hereje y aconsejó al emperador que le condenase a muerte. Ni san Ambrosio de Milán ni san Martín, estuvieron de acuerdo con la actitud de Itacio, quien no sólo pedía la muerte de un hombre, sino que además mezclaba al emperador en los asuntos de la jurisdicción de la Iglesia.

San Martín exhortó a Máximo a no condenar a muerte a los culpables, diciéndoles que bastaba con declarar que eran herejes y estaban excomulgados por los obispos. Pero Itacio, en vez de aceptar el parecer de san Martín, le acusó de estar complicado en la herejía. Sulpicio Severo comenta a este propósito que esa era la táctica que Itacio solía emplear contra todos aquéllos que llevaban una vida demasiado ascética para su gusto. Máximo prometió, por respeto a san Martín, que no derramaría la sangre de los acusados; pero, una vez que el santo obispo partió de Tréveris, el emperador acabó por ceder y dejó en manos del prefecto Evodio la decisión final. Evodio, por su parte, viendo que Prisciliano y algunos otros eran realmente culpables de algunos de los cargos que se les hacían, los mandó decapitar. San Martín volvió más tarde a Tréveris a interceder tanto por los priscilianistas españoles, que estaban bajo la amenaza de una sangrienta persecución, como por dos partidarios del difunto emperador Graciano. Eso le puso en una situación muy difícil, en la que le pareció justificado mantener la comunión con el partido de Itacio, pero más tarde tuvo ciertas dudas sobre si se había mostrado demasiado suave al proceder así (san Siricio, papa, censuró tanto al emperador como a Itacio por su actitud en el asunto de los priscilianistas. Fue ésa la primera sentencia capital que se impuso por herejía, y el resultado fue que el priscilianismo se difundió por España).

San Martín tuvo una revelación acerca de su muerte y la predijo a sus discípulos, los cuales le rogaron con lágrimas en los ojos que no los abandonase. Entonces el santo oró así: «Señor, si tu pueblo me necesita todavía, estoy dispuesto a seguir trabajando. Que se haga tu voluntad». Cuando le sobrecogió la última enfermedad, san Martín se hallaba en un rincón remoto de su diócesis. Murió el 8 de noviembre del año 397. El 11 de noviembre es el día en que fue sepultado en Tours. Su sucesor, san Bricio, construyó una capilla sobre su sepulcro; más tarde, fue sustituida por una magnífica basílica. La Revolución Francesa destruyó la siguiente basílica que se construyó allí. La actual iglesia se levanta en el sitio en que se hallaba el santuario saqueado por los hugonotes en 1562. Hasta esa fecha, la peregrinación a la tumba de san Martín era una de las más populares de Europa. En Francia hay muchas iglesias dedicadas a san Martín y lo mismo sucede en otros países. La más antigua iglesia de Inglaterra lleva el nombre de este santo: se trata de una iglesia en las afueras de Canterbury, y Beda dice que fue la primera que se construyó durante la ocupación romana. De ser cierto esto, debió tener otro nombre al principio, y recibió el de san Martín cuando san Agustín y sus monjes tomaron posesión de ella. Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España.

La literatura y la iconografía sobre el santo es inmensa. La fuente principal, sin embargo, es Simplicio Severo, quien visitó a san Martín en Tours, y cuyos relatos son mucho más importantes que cualquiera de los documentos posteriores. Cuando murió san Martín, Sulpicio ya había terminado su biografía. Algún tiempo después, revisó su obra e introdujo en ella el texto de tres largas cartas que había escrito en el intervalo; en la última de ellas describía la muerte y los funerales del santo. Entre tanto, había escrito también una crónica general, en cuyo capítulo 50 del libro II trata de la actuación de san Martín en la controversia priscilianista. Finalmente, el año 404 compuso un diálogo con algunos otros materiales, donde compara a san Martín con los ascetas primitivos y cuenta algunas anécdotas. Casi un siglo y medio después de la muerte de san Martín, su sucesor en la sede de Tours, san Gregorio, hizo otra importante contribución a la historia de su venerado predecesor. Desgraciadamente, las cronologías de Sulpicio y de Gregorio son diferentes con frecuencia. En la literatura el personaje de san Martín está muy presente, y en particular seguramente recordarán los de tradición hispana el fragmento del Quijote en el que el héroe explica a Sancho el caso de la capa:

«Descubrió [una talla] el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:

-Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.

-No debió de ser eso -dijo Sancho-, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.»
(2ª parte, Cap LVIII)

Aunque es patrono de muchos oficios y muchas ciudades, e incluso san Gregorio de Tours lo proclama como «patrono especial del mundo entero», me gustaría contar la anécdota de uno solo de esos patronazgos, el de la ciudad de Buenos Aires: dice una antigua tradición que a poco de fundar la ciudad (por segunda vez) en 1580, se reunieron los miembros del Cabildo para la elección del patrono. La suerte recayó en san Martín de Tours, pero algunos vecinos se opusieron por ser francés -preferían mnás bien uno español- así que repitieron la elección, y volvió a recaer en san Martín de Tours, y aun una tercera vez, y volvió a salir el mismo papel, por lo que dedujeron que se trataba de la voluntad de Dios que el santo francés fuera el patrono de tan hispánica ciudad. Lo cierto es que muchos lugares en la historia de la ciudad aluden a san Martín no por el Gral. Don José de San Martín, libertador patrio, sino por el santo patrono. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

El influjo de San Martín fue decisivo para la evangelización de la zona de Francia que se extiende al sur del Loira: Toulouse, Poitou, Saintonge, Auvernia y Berry, y aun para la de París.

Sin duda que la fe en Jesucristo había avanzado por las vías romanas desde los tiempos de San Ireneo (finales del siglo II), pero el cristianismo apenas si había alcanzado más que a las ciudades, cuando Martín, un soldado húngaro convertido, se une a la escuela de San Hilario (339) y funda en Ligugé, cerca de Poitiers, el primer monasterio de todo Occidente (360).

Martín había de ser el apóstol de la campiña galo-romana.   Antes de recibir el bautismo, había compartido ya sus vestiduras con un mendigo en Amiens; una vez convertido al cristianismo, no le fue posible quedar indiferente ante la pobreza esencial de los campesinos, a quienes nadie había hablado todavía de Cristo. Consagrado obispo de Tours (372), reunió de nuevo en torno a sí a algunos compañeros deseosos de vivir como hombres de oración, aun cuando quiso convertir a sus monjes en misioneros.

El monasterio de Marmoutiers, a la entrada de Tours, se convirtió en un verdadero centro de evangelización. El obispo daba, por lo demás, ejemplo por sí mismo, siempre itinerante anunciando el evangelio, arrancando los árboles sagrados y destruyendo los ídolos. Murió en Candes, no lejos de Tours el 397, v su culto se extendió por toda la Galia desde el siglo V.

Lo mejor de la Iglesia

El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: «¡Cuidado con los maestros de la Ley!», su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

La religión les sirve para alimentar su fatuidad. Hacen «largos rezos» para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles, a las que deberían servir.

Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

En la segunda escena, Jesús está sentado frente al arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, «ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir». Mientras los maestros viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende por los demás, confiando totalmente en Dios. Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

También hoy tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y los obispos. José Antonio Pagola

XXXII DOMINGO DEL T.O. “B”(1Re 17, 10-16; Sal 145; Hbr 9, 24-28; Mc 12, 38-44)

COMENTARIO

Debo reconocer que el texto del profeta Isaías que se nos ofrece hoy en la liturgia de la Palabra ha sido uno de los que más han afectado mi historia personal e incluso mi acompañamiento a la comunidad de monjas de Buenafuente en los primeros años de mi ministerio como capellán, en el que he cumplido ya 49 años.

Cuando muchos veían que la única salida del Monasterio de Buenafuente y de sus monjas era cerrar la comunidad, el pasaje bíblico de la viuda de Sarepta se convirtió en luz y en esperanza. Hace medio siglo al Sistal no le quedaba más que elegir entre cerrar sus puertas o fiarse de Dios, como lo hizo a viuda con el profeta, y arriesgarse, a través de la hospitalidad, a emprender una opción de acogida para quienes deseaban fortalecer su fe; serenar su espíritu, alimentar su esperanza, gustar el desierto, adentrarse en la contemplación… Y esto supuso a las monjas dejar hasta sus colchones para que descansaran los huéspedes, mientras ellas dormían sobre jergones rellenos de hierba seca.

Este ejemplo sigue siendo referencia personal; lo tengo como llamada permanente en las distintas encrucijadas y dificultades. La fe da motivos de esperanza. El que cree no se arriesga de manera pretenciosa, fiado en sus fuerzas, sino que se abandona en las manos de Dios, de quien sabe que es providente, aunque en el presente sienta el despojo, como condición y prueba que acrisola y consolida la fe.

La viuda del templo se fía de Dios; la viuda de Sarepta se fía del profeta. El creyente se fía de la Palabra divina. Como prueba inmediata de la providencia divina, tengo entre mis manos un pequeño libro de Francesc Torralba: “Y, a pesar de todo, creer”, que me confirma en mi experiencia permanente de estar siendo cuidado y acompañado por Dios. Dice el autor: “Creer es confiar, tener fe, también esperar y aceptar”. “Vivir confiado en Dios significa vivir plenamente en el ahora y el aquí” (F. Torralba, 8; 18).

¡Cuántas veces adelantamos con la mente acontecimientos negativos que luego no suceden! La viuda y su hijo se disponían a morir una vez que hubieran comido el último trozo de pan y, sin embargo, lo que sucedió fue que no se terminó la harina de la artesa, ni el aceite de la alcuza.

Hoy vivimos momentos recios, nuestra imaginación apoyada en datos estadísticos prevé situaciones más o menos dramáticas en la sociedad y en la Iglesia, pero quienes creen gozan de una fuerza que les permite arriesgarse, confiados. “Esta confianza no salva al creyente del paro, del hambre, de la persecución…; pero le permite enfrentarse a tales situaciones límite de un modo radicalmente nuevo” (F. Torralba, 19).

Generosidad pura; XXXII Domingo Ordinario

La fe comienza cuando nos encontramos con nuestras manos vacías y nos ponemos en las manos de Dios.

Lecturas:

I Reyes 17, 10-16: “Con el puñado de harina la viuda hizo un panecillo y se lo llevó a Elías”

Salmo 145: “El Señor siempre es fiel a su palabra”

Hebreos 9, 24-28: “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”

San Marcos 12, 38-44: “Esa pobre viuda ha hechado en la alcancía màs que todos”

“No se leer”, lo dice con una sonrisa pero también con un cierto sonrojo. Es cierto no sabe leer, pero todos conocen su entrega, su disposición y la energía que pone al servicio de la comunidad.

Ya se trate de acciones civiles, ya de mejoras sociales, o de actividades religiosas, es indispensable tener en cuenta a esta pequeña mujer porque “se ha convertido en el motor de la comunidad”, como bien lo reconocen tanto los lugareños como las diversas autoridades. Vive sola, se sostiene de su propio trabajo, pero se da tiempo para atender al enfermo, para ir a solicitar los apoyos necesarios y para ser la luz y la sal de su pequeño poblado. “Como es sola se da tiempo para todo” reconoce uno de sus vecinos. “Como es generosa contagia, alegra y transforma”.

Las enseñanzas de Jesús parten de la vida, a veces reconociendo las actitudes positivas, a veces previniendo los males que perjudican  la vida de sus discípulos. Hoy San Marcos nos presenta a Jesús señalando el abismal contraste que existe entre las conductas de los escribas y la generosidad de la viuda pobre.

Jesús sabe ver más allá de las apariencias y nos induce a fijarnos en hombres y mujeres que, aparentemente, no tendrían nada que llame la atención. Sentado, observando, no se le escapa la ostentación de los ricos, pero tampoco se le puede pasar inadvertida la insignificante ofrenda de la viuda, ¡generosidad pura! El contraste es manifiesto y Jesús se muestra como juez implacable de los que hacen ostentación de su dinero, poder y generosidad; y como defensor insobornable de los más pobres.

Sería interesante conocer y platicar con esta viuda pobre sobre sus necesidades, sus deseos. ¿Por qué ha depositado todo lo que le quedaba para vivir en la alcancía?  No se que nos respondería. Pero más interesante sería preguntarle qué significa tener fe, qué significa generosidad; virtudes y actitudes de la vida que se entrelazan y se sostienen entre sí. Mucho me temo que no podría explicarnos mucho: ella las vive antes que explicarlas.

Quizás nos enviaría con los escribas a quienes les toca describir y explicar esas actitudes. Ellos saben mucho y lo explican con palabras bonitas, ella solamente entrega al Señor todo lo que tiene, es tan pobre que ¿qué más puede hacer? Pero ella lo pone todo en manos del Señor. Y ahí comienza la fe: confiar plenamente en Dios. Fe, antes que nada, significa no hacer cálculos, no hacer reservas, no tomar medidas precautorias. Se trata de arriesgarlo todo, sin esconder alguna cosa como prenda de garantía. Se trata de iniciar una aventura por un camino difícil, sin dejar posibles puertas de escape. La fe comienza cuando nos encontramos con nuestras manos vacías y nos ponemos en las manos de Dios.

De esta viuda podríamos decir que es “buena como el pan”. Pero su generosidad es también la base de la solidaridad. No se trata de dar lo que nos sobra o ya no necesitamos; no se trata de deshacernos de la basura que estorba en nuestras casas y que “a lo mejor al otro” le puede ser útil. No se trata de una ayuda que humille, sino de un compromiso que promueva la hermandad. 

Conforme al ejemplo de Jesús, y también al de la viuda, la solidaridad implica un intercambio entre iguales aunque poseamos diferente; una entrega de lo que da vida, una donación de nuestro tiempo y de todo lo que somos nosotros. Una persona es generosa no cuando se atiene a todas sus posesiones para sentirse segura, sino cuando ofrece aquello que también a ella le hace falta. Ciertamente es una revolución en nuestro pensamiento y en nuestras ambiciones, pero la propuesta de Jesús es revolucionaria o deja de ser verdadera. Jesús no propone la mediocridad o la indiferencia, él mismo se ha entregado a plenitud. Esta es la principal enseñanza que nos deja la viuda pobre: hacer nuestras tareas a plenitud y no en la mediocridad. Hay muchos que van “sobreviviendo”, “pasándola”, “dejándose llevar por los vientos”, pero sin vivir plenamente. Si contemplamos a Jesús, lo descubrimos viviendo y dándose sin medida, sin cálculos. Dando todo lo que tiene y dándose todo entero; vaciándose, anonadándose y agotándose, sin nada para sí mismo. Por eso se entrega en un pan: triturado, para que todos los lo coman y tengan vida.

Hoy hay gente que vive así, que les gusta dejarse llevar por la explosión de su generosidad, que llenan cada momento con su entusiasmo y su alegría, aunque tengan los bolsillos vacíos. No se trata de huir artificialmente de una situación de crisis, sino que es la única manera de vivir cristianamente la crisis: compartiendo en la fe, en la generosidad y no dejando que muera la esperanza. Sólo uniendo lo poco, casi nada, que tienen miles de personas generosas se logrará crear un mundo nuevo. Conozco personas a quienes la crisis y la pobreza les ha dejado un carácter agrio, o a quienes ha dividido y puesto en pleito con las familias; y recuerdo con admiración familias que gracias a una crisis económica han descubierto que tenían muchos más valores que compartir y que su amor los sostiene y alienta. Nuestra aportación a un mundo mejor, nuestra generosidad, por ser tan pequeña, parece que no solucionará los graves problemas, pero desencadena la esperanza y la alegría por hacer, mantiene vivo el rescoldo del amor. Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de demostrar que el amor vence al odio, a la indiferencia y a la injusticia.

¿Cómo es mi generosidad? ¿Qué estoy dispuesto a compartir? ¿Cómo actúo ante la comunidad y sus necesidades?

Ayúdanos, Señor, a que dejando en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, nos entreguemos con mayor libertad y generosidad a la construcción de tu Reino. Amén.

El amor en el servicio

Los primeros depositarios o receptores de ese amor servicial deben ser los integrantes de nuestra propia familia

En una de las ocasiones que los discípulos vinieron a Jesús, le preguntaron quién podría ser el primero de entre todos ellos, y Él les respondió: “el de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos; hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por una muchedumbre”. (Mateo 20:26-28)

El servicio fue una de las mayores manifestaciones del amor de Cristo hacia nosotros. Desde que inició su ministerio en la tierra, tras ser bautizado por Juan el Bautista, nuestro Señor dedicó su tiempo a enseñar sobre el reino de los cielos, sanar a los enfermos, ayudar a los necesitados, preparar a sus discípulos, ¡resucitar a los muertos!, etcétera.

Debió ser abrumador, día tras día, permanecer en esa actitud de servicio, ver a las multitudes venir en pos de Él en busca de ayuda, y ofrecer siempre compasión y misericordia a aquellos que lo necesitaban. Sin embargo, es obvio que su servicio era una respuesta natural de su amor. Era éste lo que lo impulsaba a continuar haciendo bien a los demás, y a seguir obedeciendo la voluntad de su Padre.

El servicio de Jesús era parte de su naturaleza humilde. Y dicho servicio fue tan legítimo, tan constante y tan extremo, que pronto se convirtió en sacrificio. El Padre lo envió, pero Jesús decidió entregar su vida voluntariamente por todos nosotros, a pesar de que sabía que al final el precio sería la muerte. Su tiempo, su dedicación, su vida entera fueron dedicados a un propósito específico, a una misión única: la salvación de la humanidad, y no se detuvo sino hasta llegar al final, la cruz.

Lo que debe inspirarnos a servir es el amor. El amor a Dios y el amor a los demás. Dice el apóstol Pablo: “Cualquier trabajo que hagan, háganlo de buena gana, pensando que trabajan para el Señor y no para los hombres”. (Colosenses 3:23). Sin embargo, sabemos que también el amor a los demás nos inspira a servirlos cuando tienen alguna necesidad. No para obtener alabanza y mérito, sino por un amor puro, no sólo incondicional sino sacrificial.

Los primeros depositarios o receptores de ese amor servicial deben ser los integrantes de nuestra propia familia, pues ¿cómo podemos ir y amar a otros si no amamos antes a nuestra familia y hacemos nuestro hogar el lugar óptimo para el servicio?

En la respuesta de Jesús a sus discípulos Él utiliza la palabra siervo, pero también la palabra “esclavo”. Si lo pensamos de manera coloquial, ser esclavo de algo o de alguien no hace sentido, especialmente en este siglo, cuando se habla tanto del amor propio, la autoestima, los derechos civiles, la equidad, etcétera. Pero lo que Cristo quería decir es que, cuando una persona decide servir a los demás, sin límites, aprovechando cada oportunidad, o incluso buscando la oportunidad, su dedicación y entrega pueden ser comparables a las de un esclavo, con la diferencia de que el esclavo lo es en contra de su voluntad, pero quien elige ser “esclavo” de otros sirviéndolos lo hace por deseo propio, y lo hace gozoso, no con amargura.

Dios ama a los que se humillan y los exalta; Dios ama a los que sirven y les da un lugar especial; Dios ama a los que aman y los recompensa abundantemente.

RECUERDA A LOS MÁRTIRES BEATIFICADOS EN BARCELONA Y LES LLAMA "TESTIGOS VALIENTES"
El Papa, en el centenario del final de la I Guerra mundial: "¡Apostemos por la paz, no por la guerra!"

Invita a "a rechazar la cultura de la guerra y a buscar todo medio legítimo para acabar con los conflictos"

José Manuel Vidal, 11 de noviembre de 2018 a las 12:22

Centenario del final de la I Guerra Mundial

Los balances del Señor son diferentes de los nuestros. El valora de una forma diferente a las personas y sus gestos. No mide la cantidad, sino la calidad, escudriña el corazón y se fija en la pureza de intenciones

(José M. Vidal).- Ángelus del Papa Franciscodesde la ventana del palacio apostólico. En la catequesis dice que no debemos instrumentalizar a Dios, y menos por motivos religiosos. Por eso "Jesús señala a la pobre viuda como modelo de vida cristiana". En los saludos después del ángelus, Bergoglio recordó a los mártires beatificados ayer en Barcelona como "testigos valientes" y aprovechó la celebración del centenario del final de la I Guerra mundial para repetir una vez más: "¡Apostemos por la paz, no por la guerra!".

Algunas frases de la catequesis del Papa

"El episodio evangélico de hoy cierra la serie de enseñanzas impartidas por Jesús en el templo de Jerusalén y resalta dos figuras contrapuestas: el escriba y la viuda"

"El primero representa a las personas importantes, ricas e influyentes"

"La otra representa a los últimos, a los pobres, a los débiles"

"El juicio tajante de Jesús contra los escribas no se refiere a todos, sino a los que hacen ostentación de su propia posición social, se enorgullecen del título de rabino, es decir, maestro, y aman ser servidos y ocupar los primeros puestos"

"Y lo peor es que su ostentación es de naturaleza religiosa..., porque se sirven de Dios para pasar por defensores de su ley.

"Y esta actitud de superioridad y de vanidad los conduce al desprecio hacia los que cuentan poco o se encuentran en una posición económica precaria, como las viudas"

"Jesús desenmascara este mecanismo perverso: denuncia la opresión de los débiles realizada instrumentalmente sobre la base de motivaciones reliciosas, diciendo claramente que Dios está de la parte de los últimos"

"Y para dejar bien grabada esta leccion en la mente de los discípulos les ofrece un ejemplo vivo: el de la pobre viuda"

"La enseñanza de Jesús nos ayuda a recuperar lo que es esencial en nuestra vida y favorece una concreta y diaria relación con Dios"

"Los balances del Señor son diferentes de los nuestros. El valora de una forma diferente a las personas y sus gestos. No mide la cantidad, sino la calidad, escudriña el corazón y se fija en la pureza de intenciones"

"Eso significa que nuestro 'dar' a Dios en la oración y a los otros en la caridad debería huir siempre del ritualismo y del formalismo, asi como de la lógica del cálculo, y ser expresión de gratuidad"

"Jesús señala a esa viuda pobre y generosa como modelo de vida cristiana a imitar"

"No conocemos su nombre, pero sí su corazón, y eso es lo que cuenta ante Dios"

"Cuando somos tentados por el deseo de aparentar y de contabilizar nuestros gestos de altruismo, cuando estamos demasiado interesados por el beneplácito de los demás, pensemos en esta mujer. Nos hará bien y nos ayudará a despojarnos de lo supérfluo, para centrarnos en lo que realmente cuenta, y permanecer humildes"

Saludos después del ángelus

"Ayer en Barcelona tuvo lugar la Beatificación del Padre Teodoro Illera del Olmo y quince compañeros mártires. Se trata de trece consagrados y tres fieles laicos...Estos nuevos beatos fueron asesinados por su fe, en lugares y fechas diversas durante la guerra y la persecución religiosa del siglo pasado en España. Alabamos al Señor por estos sus valientes testigos"

"Celebramos hoy el centenario del final de la Primera Guerra mundial, que mi predecesor, Benedicto XV, definió como "matanza inútil". Por eso, hoy, a las 13:30 hora italiana sonarán las campanas en todo el mundo, incluidas las de la Basílica de San Pedro.

"La página histórica del primer conflicto mundial es para todos una severa advertencia a rechazar la cultura de la guerra y a buscar todo medio legítimo para acabar con los conflictos que todavía ensangrentan muchas partes del mundo"

"Mientras rezamos por todas las víctimas de aquella enorme tragedia, digamos con fuerza: ¡Apostemos por la paz, no por la guerra!

"Y como signo emblemático, retomemos el del gran San Martín de TOurs, que hoy recordamos: que cortó su manto por la mitad para compartirlo con un pobre. Este gesto de humana solidaridad nos indique a todos el camino para construir la paz"

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