El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz

Raimundo de Peñafort, Santo

Memoria Litúrgica, 7 de enero

Presbítero Dominico

Martirologio RomanoSan Raimundo de Peñafort, presbítero de la Orden de Predicadores, eximio maestro en derecho canónico, que escribió de modo muy acertado sobre el sacramento de la penitencia. Elegido maestro general de la Orden, preparó la redacción de las nuevas Constituciones y, llegado a edad muy avanzada, se durmió en el Señor en la ciudad de Barcelona, en España. ( 1275)

Patronazgo: Abogados, especialistas en derecho canónico y de las ciudades de Barcelona y Navarra en España.

Etimológicamente: Raimundo = Aquel que es protector o buen consejero, es de origen germánico.

Fecha de canoización: 29 de abril de 1601 por el Papa Clemente VIII.

Breve Biografía

Cuando Gregorio IX, de quien había sido un precioso colaborador, le comunicó su intención de nombrarlo arzobispo de Tarragona, la consternación de Raimundo de Peñafort fue tal que se enfermó. El humilde y docto sacerdote, que había nacido entre el 1175 y el 1180, había siempre rehusado honores y prestigio, pero no lo había logrado.

Rechazando una vida cómoda y alegre (era hijo del noble castellano de Peñafort), se había dedicado desde muy joven a los estudios filosóficos y jurídicos; a los veinte años enseñaba filosofía en Barcelona, y a los treinta años, recién graduado, enseñaba jurisprudencia en Bolonia.

El sueldo que obtenía por ello lo gastaba todo en socorrer a los necesitados.

Regresó a Barcelona por invitación de su obispo, quien lo nombró canónigo. Pero cuando los dominicos llegaron a esa ciudad, le invitaron a ingresar en sus filas y Raimundo, abandonándolo todo, entró a la Orden. Dieciséis años después, en 1238, fue nombrado Superior General, cargo que no pudo rehusar. Durante dos años visitó a pie los conventos de la Orden, después reunió el Capítulo general en Bolonia y presentó su renuncia. Así, a los setenta años de edad pudo regresar a la enseñanza y a la pastoral.

Nombrado confesor del rey Santiago de Aragón, no dudó en reprocharle su conducta escandalosa durante la expedición a la isla de Mallorca. Una leyenda cuenta que el rey había prohibido que las embarcaciones se dirigieran hacia España, y entonces, Raimundo, para manifestar su desacuerdo con el soberano, extendió su manta sobre el agua y sobre él navegó hasta Barcelona.

Una de sus obras apostólicas dignas de recordar son las misiones para la conversión de los hebreos y los mahometanos que vivían en España. Según la tradición, se le atribuye el mérito de haber invitado a Santo Tomás de Aquino a escribir la Summa contra Gentiles, para que sus predicadores tuvieran un texto seguro de apologética para las controversias con los herejes e infieles. Él mismo redactó importantes obras de teología moral y de derecho, entre ellas la Summa casuum para la administración correcta y eficaz del sacramento de la penitencia.

Navegando sobre un escapulario de lana
Tomado de: Revista Heraldos del Evangelio,Enero/2005,

San Raimundo es uno de los más esplendorosos ejemplos de las palabras de Cristo: "El que cree en mí, hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores" (Jn 14 12).

El rey Jaime de Aragón era señor de la isla de Mallorca, ubicada en el Mediterráneo a 360 kilómetros de Barcelona. En uno de sus viajes allá invitó a Fray Raimundo, que en ese tiempo ejercía funciones de capellán de la corte. Durante el trayecto, el monarca cuya moralidad dejaba mucho que desear- intentó forzar la conciencia del santo, exigiéndole hacer vistas gordas a su mal proceder.

El hombre de Dios resistió con vigor, llegando al punto de pedir permiso para abandonar la nave en alta mar y volver a Barcelona. El rey negó su autorización a tamaña "locura", la que para el santo parecía cosa sencilla, dado que Jesús vino a sus discípulos "caminando sobre el mar" (Mt 14 25). Confiado en Dios, le dijo al monarca:

-Un rey de la tierra me cierra el paso, pero el Rey del Cielo ha de abrirme un camino mejor. O dicho de otro modo, ¡él mismo es mi camino!

Pero el rey amenazó al santo con la pena de muerte si trataba de huir; y al desembarcar en la isla, Fray Raimundo advirtió que una escolta armada se encargaba de custodiarlo para impedir su fuga.

Después de conquistar la confianza de los guardias con su acogedora bondad, les manifestó el deseo de rezar caminando por la playa. Consintieron. Al fin y al cabo, pensaban, ¿qué podría hacer aquel buen fraile desarmado para evadir la vigilancia? Tal razonamiento, muy válido para otros hombres, se mostró ilusorio contra el indomable santo.

Bajo la estupefacta mirada de los soldados, extendió su escapulario de lana sobre las aguas del mar, para luego "embarcarse" sobre él. A continuación se abrigó con una parte de su manto, e izó la otra punta con su bastón a la manera de una vela. El resto… sólo fue cosa de invocar el santo nombre de María, Señora de los vientos, de la que era un fiel devoto. Un soplo suave pero veloz impulsó el velero de Dios, y en menos de seis horas llegaba al puerto de Barcelona, venciendo milagrosamente los 360 km de distancia.

Era muy de madrugada cuando llegó a su convento. La gran puerta se abrió por sí sola, como brazos de madre recibiendo a un hijo largamente esperado. Se dirigió a su celda conventual, donde hasta las paredes parecían exultar de alegría. Al amanecer, con la modestia característica de los santos, fue a recibir la bendición del Superior y comunicarle que su misión en la corte real estaba cumplida. Sólo mucho tiempo después los hermanos tuvieron conocimiento del portentoso milagro, y por otros conductos.

¿Cómo reaccionó el rey? Cayendo en sí ante tal manifestación de un poder incomparablemente mayor que el suyo, se hizo un fiel seguidor de las advertencias de Fray Raimundo, tanto en lo concerniente a la dirección de su conciencia como al gobierno del reino.

Murió casi a los cien años, el 6 de enero de 1275 y fue canonizado en 1601.

ORACIÓN:
Amorosísimo Padre mío San Raymundo,
vos sabéis la necesidad que padece mi alma
y el consuelo que necesito,
aplicad vuestra intercesión delante de Dios,
para que por vuestros méritos,
alcance la gracia que pretendo,
si ha de ser para mayor gloria de Dios
para más servirle y amarle.
Amén.



San Raimundo cruzando el Mediterráneo - Obra de Tomás Delabella
Convento Doninico de Cracovia (Polonia)

Caminar en la luz.

Santo Evangelio según San Mateo 4, 12-17. 23-25. Feria del tiempo de Navidad

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por estar aquí y por darme la oportunidad de estar hoy delante de Ti. Has soñado largo tiempo con tener este momento de intimidad conmigo. Me has guiado amorosamente hasta aquí para demostrarme lo mucho que me amas y que siempre vas a estar para mí.

Aumenta mi fe, dame la gracia de creer cada día más firmemente en tu amor y tener la certeza de que pase lo que pase, siempre estarás a mi lado. Aumenta mi confianza, dame la gracia de abandonarme a Ti, de dejar en tus manos todos mis deseos, miedos, sueños, heridas, e ilusiones, teniendo por seguro que todo lo que permitas en mi vida, será porque me amas y para mi bien. Aumenta mi capacidad de acoger tu amor y dame la gracia de corresponder a él como Tú lo quieres; Ayúdame a ser para los demás un reflejo del infinito amor que les tienes de manera que crezca tu reino en la tierra, pero sobre todo en mi corazón. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 4, 12-17.23-25
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Muy estimada Alma:

Hoy has escuchado que el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.

Eso fue lo que sucedió cuando fui a habitar a los pueblos más allá del Jordán, y es lo mismo que sucede cada vez que me recibes en la Eucaristía; cada vez que ayudas a quien te lo pide o escuchas y socorres a quien lo necesita.

Vio una luz grande, una luz que no se apaga... ¡Esa luz era el brillo de mis ojos por el amor que les tenía a cada uno de ellos! Y es el mismo resplandor que tengo cada vez que te veo. Quiero infundir ese resplandor en ti, quiero que seas luz para los demás, que quien te vea, sepa descubrir mi amor detrás de tu alegría.

He venido para hacer luz en tu camino y en el de tus hermanos. Confía en mí.

Abandónate. Deja que sea Yo quien te guíe por en medio de la oscuridad que rodea este mundo. Sé que no eres perfecto y que todavía hay muchas sombras en tu interior, pero créeme, si tú te dejas, sacaré a relucir la luz que he puesto en ti, pues allí donde existen las sombras, es porque existe alguna luz.

Toma mi mano y déjame caminar contigo por la rivera de tu vida.

Atte. Jesús

«Jesús hoy nos pide que dejemos que Él se convierta en nuestro rey. Un Rey que, con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha salvado de la muerte, e indica —este rey— el camino al hombre perdido da luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de cada día. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Él dará un sentido nuevo a nuestra vida, en ocasiones sometida a dura prueba también por nuestros errores y nuestros pecados, solamente con la condición de que nosotros no sigamos las lógicas del mundo y de sus “reyes”.»

(Homilía de S.S. Francisco, 25 de noviembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. 

El día de hoy voy a buscar ser luz para los que me rodean tratando a los demás con el cariño y respeto con el que lo haría Cristo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Caminar en la luz: la prudencia y el discernimiento

En el cristiano la prudencia supone la unión con Cristo y su Voluntad

Dice Robert Spaemann que para obrar bien es preciso hacer justicia a la realidad. Esto requiere de la prudencia, la más importante de las virtudes morales. En la vida personal cotidiana, en la vida eclesial (lo hemos visto en el Sínodo de la familia) o en la vida social (por ejemplo en la perspectiva de unas elecciones) es necesaria la prudencia, que no es mera cautela o moderación, sino “sensatez o buen juicio”. Consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo en una determinada situación, para saber cómo hay que actuar y decidirse a ello.

Veamos la estructura y las dimensiones de la prudencia, las formas de la imprudencia y cómo es la prudencia en clave cristiana.

Estructura y dimensiones de la prudencia

En la tradición clásica se antepone la prudencia a otras virtudes importante: la justicia, la fortaleza y la templanza. Esto indica que solo puede ser bueno el que es prudente, es decir, el que es justo antes que nada con la realidad. Y por eso los diez mandamientos son formas de ejercicio de la prudencia.

La prudencia es la causa y la raíz, la madre, la medida y el ejemplo, la guía y la razón precisa de todas las demás virtudes. La prudencia es la medida ética del obrarporque determina lo que es conforme a la realidad. (cf. J. Pieper, Virtudes fundamentales, Madrid 2010, p. 34). La prudencia es la virtud que guía a la conciencia moral.

Esta atención a la realidad, propia de la prudencia, tiene dos dimensiones: la memoria o conciencia de los primeros principios (sindéresis) –el más importante es hacer el bien y evitar el mal– y la atención a la realidad en la que se actúa.

Combinando esos elementos, la prudencia actúa por tres pasos sucesivos; ladeliberación (momento cognoscitivo); el juicio, dictamen o discernimiento acerca de la situación (lo que lleva a tomar “conciencia de la situación”); y el “imperio” o decisiónde actuar (momento operativo).

En resumen, la prudencia es la “regla recta de la acción” (Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles), “la virtud que pasa del conocimiento de la realidad a la práctica del bien” (Pieper) y la “auriga virtutum” (conductora de las virtudes) que guía a las otras virtudes indicándoles regla y medida (Catecismo del a Iglesia Católica).

Por eso se la ha comparado a la inteligente proa de la esencia humana (Claudel), al cierre del anillo de la vida activa que conduce a la propia perfección, o al fulgor de la vida moral (Pieper). En la perspectiva cristiana San Juan habla de “caminar en la luz”, equivalente a practicar la verdad haciendo justicia a la realidad, como consecuencia de la comunión con Dios.

Formas de la imprudencia

Para ser prudente se requiere por tanto, primero la “memoria del ser”, o la “metafísica de la persona moral”, es decir, tener en cuenta quién es uno y por qué desea una cosa u otra.

Solamente por esto el egoísta, el que mira por sus intereses y no por los demás ya es imprudente. También el que no es dócil, porque no se deja decir algo, es imprudente, pues se opone al conocimiento de la realidad. También se puede ser imprudente porimpremeditación (falta de suficiente reflexión) o inconstancia. En cambio el que tiene la virtud de la solercia (capacidad de circunspección o de sopesar la realidad de que se trate) es el que puede vencer las tentaciones de injusticia, cobardía o intemperancia.

En segundo lugar, se puede ser imprudente por fallo del momento operativo (la decisión). Así puede suceder por inseguridad, que puede ser culpable si es resultado de un centrarse en sí mismo sin mirar a Dios ni a los demás. Esta mirada a Dios y a los que nos rodean es lo que enriquece la esperanza y la experiencia, y permite darnos el mínimo de certeza (no puede existir una certeza total sobre el futuro) para decidirnos a actuar.

También se puede fallar en la decisión por simple omisión o negligencia, y ésta a su vez por pereza cobardía; y en general por falta de madurez en el “imperio”. Este no ser capaces de tomar una decisión dice Santo Tomás que con frecuencia está unido a la lujuria.

Asimismo se puede ser imprudente por la “prudencia de la carne” (cf. Rm, 8,7). Es decir, la visión materialista de la vida. Esto puede llevar a la astucia: actuar o no por mera táctica o intriga, actitud opuesta a la verdad, a la caridad, a la rectitud del espíritu y a la magnanimidad, y proclive a la mezquindad (falta de nobleza o tacañería) y a lapusilanimidad (ánimo pequeño o falta de valor para emprender lo grande o tolerar las contrariedades).

En el fondo de todo esto, dice Tomás de Aquino, suele estar la avaricia, el aferrarse al instinto de conservación (de ahí la acepción popular de “prudencia” como un abstenerse de actuar por miedo al riesgo).

La razón de que todas estas actitudes se opongan a la prudencia es porque ésta se ocupa no solo de los fines sino también de los medios en el actuar. “La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1835).

La prudencia en clave cristiana

En el cristiano la prudencia supone en primer lugar las tres virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. De esta manera la “memoria del ser” que es la base del obrar moral (sindéresis) se perfecciona con la anámnesis (memoria de Dios y de su obrar misericordioso), y se favorece la correspondencia del cristiano.

Las tres virtudes teologales son en el cristiano la manifestación de su unión con Cristo en pensamiento, afectos y obras. Y su conciencia le lleva a percibir que la propia acción ha de ir en la línea de un vivir y de un obrar “por Cristo, con Él y en Él”, para la gloria de Dios Padre en el amor del Espíritu Santo.

En segundo lugar la prudencia cristiana (en parte infusa y en parte adquirida) lleva a integrar todas las acciones en orden al fin último: la unión con ese Ser que nos ha creado por amor, y respecto del cual toda nuestra existencia es una vocación que pide una respuesta de amor. Este buscar el fin último no consiste en unirse a Dios en general o en abstracto, sino en hacerlo a través de Cristo, y, por tanto, de la Iglesia y de su misión evangelizadora. 

Dicho brevemente: la prudencia de un cristiano se resuelve en su búsqueda de la santidad con todas las consecuencias. Es decir, el buscar el amor de Dios y los demás en todos los momentos y acciones de la existencia, aquí y ahora, por los caminos y con los medios de la realidad concreta que se tiene delante.

Una consecuencia de esto es que la teología cristiana tiene una esencial dimensión práctica u operativa. La contemplación de Dios conduce a amarle con obras, también en todos aquellos que Él ama y en toda la realidad que nos rodea, puesto que ha salido de Dios y a Él se encamina.

El discernimiento

Como hemos visto, el modo de vivir la prudencia necesita siempre del discernimiento ojuicio sobre la situación, como momento central y más representativo de la prudencia. Esto presupone una deliberación que mire a la realidad y va seguido de la decisión para actuar poniendo determinados medios.

Este discernimiento no es sólo necesario en los actos individuales de la persona o quien la aconseje. También lo necesitan los responsables de una comunidad social o de una comunidad cristiana. Por ejemplo, el parlamento de una nación, una familia, una escuela, una parroquia, etc. Y así hablamos no solamente de discernimiento personal o espiritual, sino también de discernimiento social o comunitario, y de discernimiento eclesial.

Francisco explica los regalos de los Reyes Magos al Niño Jesús

Hoy estamos invitados a imitar a los Magos que del Oriente viajaron a Belén para postrarse ante el Niño Jesús

El Papa Francisco presidió este 6 de enero en el Vaticano la Misa por la Solemnidad de la Epifanía del Señor, en la que explicó el significado de los regalos de los Reyes Magos al Niño Jesús y donde exhortó a los fieles a seguir la luz de Dios y no las luces del mundo del éxito y del poder.

Desde la Basílica de San Pedro, el Pontífice recordó que la palabra “epifanía” indica “la manifestación del Señor” a todas las gentes “representadas hoy por los Magos”. “Se desvela de esa manera la hermosa realidad de Dios que viene para todos: Toda nación, lengua y pueblo es acogido y amado por él. Su símbolo es la luz, que llega a todas partes y las ilumina”, afirmó en su homilía.

Francisco indicó a los fieles que “hoy estamos invitados a imitar a los Magos” que del Oriente viajaron a Belén para postrarse ante el Niño Jesús, dispuestos a tomar otros caminos y a tener una “una apertura radical a Él, una implicación total con Él". “De hecho, los Magos van al Señor no para recibir, sino para dar. Preguntémonos: ¿Hemos llevado algún presente a Jesús para su fiesta en Navidad, o nos hemos intercambiado regalos solo entre nosotros?”, preguntó.

Si hemos ido al Señor con las manos vacías, hoy lo podemos remediar”, aseguró Francisco. “El evangelio nos muestra, por así decirlo, una pequeña lista de regalos: oro, incienso y mirra. El oro, considerado el elemento más precioso, nos recuerda que a Dios hay que darle siempre el primer lugar. Se le adora. Pero para hacerlo es necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no considerándonos autosuficientes sino necesitados”, explicó.

Luego está el incienso, que simboliza la relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta Dios. Pero, así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la oración necesita también ‘quemar’ un poco de tiempo, gastarlo para el Señor. Y hacerlo de verdad, no solo con palabras”, señaló.

A propósito de hechos –añadió el Pontífice–, ahí está la mirra, el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús bajado de la cruz. El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio. La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es preciosa a los ojos de Dios”.

En su homilía, el Santo Padre también recordó la sorpresa que produce la cómo Dios se manifiesta ante los hombres, pues no lo hizo en el palacio de Herodes en Jerusalén, a donde acuden primero los Reyes Magos, sino “en una humilde morada de Belén”.

Así como en Navidad los poderosos de ese tiempo, el emperador Augusto y el gobernador Quirino, no se dieron cuenta que “el Rey de la historia nacía en ese momento”; Jesús se manifestará públicamente a los 30 años precedido por Juan el Bautista y no sobre los grandes de entonces como el emperador Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanio, o los sumos sacerdotes Anás y Caifás.

No sobre alguno de los grandes, sino sobre un hombre que se había retirado en el desierto. Esta es la sorpresa: Dios no se manifiesta ocupando el centro de la escena”, afirmó Francisco.

El Papa advirtió a los fieles que “al oír esa lista de personajes ilustres, podríamos tener la tentación de ‘poner el foco de luz’ sobre ellos. Podríamos pensar: habría sido mejor si la estrella de Jesús se hubiese aparecido en Roma sobre el monte Palatino, desde el que Augusto reinaba en el mundo; todo el imperio se habría hecho enseguida cristiano. O también, si hubiese iluminado el palacio de Herodes, este podría haber hecho el bien, en vez del mal. Pero la luz de Dios no va a aquellos que brillan con luz propia. Dios se propone, no se impone; ilumina, pero no deslumbra”.

El Santo Padre señaló que siempre es grande “la tentación de confundir la luz de Dios con las luces del mundo. Cuántas veces hemos seguido los seductores resplandores del poder y de la fama, convencidos de prestar un buen servicio al evangelio”.

“Pero así hemos vuelto el foco de luz hacia la parte equivocada, porque Dios no está allí. Su luz tenue brilla en el amor humilde. Cuántas veces, incluso como Iglesia, hemos intentado brillar con luz propia. Pero nosotros no somos el sol de la humanidad. Somos la luna que, a pesar de sus sombras, refleja la luz verdadera, el Señor: Él es la luz de mundo; Él, no nosotros”, advirtió.

Asimismo, dijo que “es necesario levantarse” como alentó el profeta Isaías y “disponerse a caminar” como hicieron los Reyes Magos, y no “como los escribas consultados por Herodes, que sabían bien dónde había nacido el Mesías, pero no se movieron”.

Luego, señaló que es necesario revestirse todos los días de Dios, que sencillo como la luz, “hasta que Jesús se convierta en nuestro vestido cotidiano”, pero para eso “es necesario despojarse antes de los vestidos pomposos, en caso contrario seríamos como Herodes, que a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder”.

Además “para encontrar a Jesús hay que plantearse un itinerario distinto, hay que tomar un camino alternativo, el suyo, el camino del amor humilde. Y hay que mantenerlo”. Recordó que tras adorarlo, los Reyes Magos “se retiraron a su tierra por otro camino”, distinto al de Herodes. “Solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en camino encuentra el misterio de Dios”, afirmó.

Francisco señaló que no basta saber que Jesús nació “si no lo encontramos”. “Hoy estamos invitados a imitar a los Magos. Ellos no discuten, sino que caminan; no se quedan mirando, sino que entran en la casa de Jesús; no se ponen en el centro, sino que se postran ante él, que es el centro”.

En este tiempo de Navidad que llega a su fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así, su luz brillará sobre nosotros”, culminó.

El bautismo de Nuestro Señor Jesucristo

Escuchar al Enviado, porque por nuestro propio bautismo nosotros somos enviados, a nuestro mundo, a salvarlo por él, siendo nosotros mismos salvados con él y en él.

Cuántas cosas quedaban atrás, en Nazaret. Habían pasado para Cristo los largos momentos de oración, en la montaña y en la casa, el aprendizaje reverente de los Salmos, los Corridos de Israel, el trabajo duro y viril en el taller de José, los gozosos momentos de conversación con aquellos padres encantadores que Dios había puesto cerca de él, con la ternura y la delicadeza de María, sus cuidados por los enfermos y los pobres, y con la reciedumbre de José, su fortaleza y su profunda alegría.

Pero ahora tendría que marcharse, y emprender un largo, largo camino para encontrarse con todos los hombres y conducirlos a la luz. La despedida fue tierna, pero llena de fe. Jesús se arrodilló frente a su madre, pidió la bendición como lo haría cada que salía de casa para internarse en la oración. Y María se arrodilló ante Cristo para ser bendecida por él, ahora que ya no le tendría a su lado. Y así se marchó. Así comenzó el sendero de luz y de esperanza para la humanidad.

Y Jesús encamina sus pasos en primer lugar, a un encuentro muy especial. Por esos días había aparecido en las márgenes del Río Jordán, un hombre muy especial, vestido de una manera estrafalaria aún para sus contemporáneos, alimentado con los escasos recursos del desierto, y predicando la necesidad de conversión y un bautismo de penitencia y purificación. Eran grandes multitudes las que se reunían en torno suyo. Anunciaba la llegada inminente del Reino, y predicaba la cercanía del Altísimo, pero como amenaza, como el fuego que purifica y como la hoz que corta la mala hierba. En cambio Cristo traía otro anuncio, también la llegada del Reino, pero como luz, como liberación, como el Reino de la Salvación.

Podemos imaginarnos la escena. Cristo formado en la fila de los pecadores, él que no tenía pecado, pues desde su concepción, fue santo y consagrado por el Padre. Formado en las filas de una humanidad asediada constantemente por el pecado. Cuando le llegó el turno, y Juan levantó los ojos hacia él, hubo un momento de desconcierto. Juan se arrodilló delante de Jesús, reconociendo que él debía ser bautizado por Cristo, y Cristo se arrodilló ante Juan, pidiéndole que cumpliera con el encargo que el Padre le había dado desde su nacimiento, ser el precursor, el que lo daría a conocer ya presente entre los hombres, como el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.

Después del momento de desconcierto, Juan se percata de su misión, comprende lo que el Padre quiere realizar, y sumerge profundamente a Cristo en las aguas del Jordán, para que éstas pudieran quedar santificadas al contacto con el Salvador del mundo. Cristo sale triunfante y victorioso de las aguas del Jordán, aunque su propio bautismo vendría después, un bautismo de sangre en lo alto del Calvario. Las aguas estarán listas desde entonces, para purificar y santificar las conciencias de los hombres, haciéndoles de paso el gran regalo, ¡ser hijos de Dios y serlo para siempre!

Nada le añadió el bautismo de Juan a Cristo. Pero era la ocasión propicia para que el Mesías comenzara su verdadera misión entre los hombres. Anunciar el Reino a todos los mortales.

Y a eso le ayudará la presencia del Padre y la del Espíritu Santo. Apenas saliendo Cristo de las aguas, en medio de todos los circundantes, el Santo Espíritu de Dios se hace presente, posándose en la persona de Cristo en forma de paloma, al mismo tiempo que se formaba una nube misteriosa y de entre ella una voz encantadora, la del Padre de todos los cielos rebosante de complacencia amorosa, que presenta a su Hijo: “ESTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN TENGO TODAS MIS COMPLACENCIAS. ESCÚCHENLO”.

Ahora sí, todo estaba listo, el Padre y el Espíritu Santo, presentando al Amado, al predilecto, al Enviado, al Misionero, al Salvador. Habrá que escuchar al Salvador, como lo hizo María que escuchaba y escuchaba, aunque no entendiera muchas cosas, pero todas las guardaba en su corazón. Escuchar al Enviado, porque por nuestro propio bautismo nosotros somos enviados, a nuestro mundo, a salvarlo por él, siendo nosotros mismos salvados con él y en él.
Ahora nos toca decir como los Apóstoles que fueron interrogados sobre el bautismo doloroso a que él tendría que someterse, que sí podemos y sí queremos ser sus seguidores, sus testigos, sus compañeros, sus enviados y sus mensajeros.

Gracias, Padre por bautismo de tu Hijo, gracias Oh Espíritu Santo, por anidar en nosotros como anidaste al Hijo de Dios en el seno de María Santísima, y gracias a ti, amado Jesucristo, porque en nuestro Bautismo hemos sido santificados y testigos de la luz, testigos del Amor y testigos de la Paz.

Misterios de Luz

1. El bautismo de Nuestro Señor Jesucristo
2. Las bodas de Caná
3. El anuncio del Reino de Dios
4. La Transfiguración
5. La institución de la Eucaristía

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