Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección
- 13 Enero 2019
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Hilario de Poitiers, Santo
Memoria Litúrgica, 13 de enero
Obispo y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia, que fue elevado a la sede de Poitiers, en Aquitania (hoy Francia), en tiempo del emperador Constancio, quien había abrazado la herejía arriana, y luchó denodadamente en favor de la fe nicena acerca de la Trinidad y de la divinidad de Cristo, siendo desterrado, por esta razón, durante cuatro años a Frigia. Compuso unos comentarios muy célebres sobre los Salmos y sobre el evangelio de san Mateo (367).
Etimología; Hilario = Aquel que esta sonriente, es de origen latino.
Breve Biografía
Nació a principios de siglo IV en Poitiers. Fue llamado “el Atanasio de Occidente”, de quien era contemporáneo. Ambos tuvieron que combatir contra el mismo adversario, el arrianismo. Participaron en las polémicas teológicas con discursos y sobre todo con escritos. Hilario fue desterrado a Frigia por el emperador Constancio, que se había alineado con las decisiones del sínodo arriano de Béziers del año 356.
El contacto con el Oriente fue providencial para el obispo de Poitiers. Durante los cinco años de permanencia en Frigia aprendió el griego y descubrió a Orígenes, como también la gran producción teológica de los Padres orientales, obteniendo una documentación importantísima para el libro que le mereció el título de doctor de la Iglesia: De Trinitate, cuyo título original es De Fide adversus Arrianos. En efecto, era el tratado más importante y profundo que había aparecido hasta entonces sobre el dogma principal de la fe cristiana. A pesar de estar desterrado, no permaneció inactivo. Con el opúsculo Contra Maxertiam atacó violentamente al mismo Constancio, acusándole de cesaropapismo y de inmiscuirse en las disputas teológicas y asuntos internos de la disciplina eclesiástica.
De regreso a Poitiers, el valiente obispo continuó su obra pastoral, ayudado eficazmente por el joven Martín, el futuro santo obispo de Tours.
Hilario nació en el seno del paganismo. Su afán por buscar la verdad, le llevó a estudiar las diferentes corrientes filosóficas de la época, recibiendo un influjo especial del pensamiento neoplatónico. La búsqueda de la respuesta sobre el fin del hombre le llevó a la lectura de la Biblia, en donde finalmente encontró lo que buscaba; entonces se convirtió al cristianismo.
Era un noble terrateniente, y cuando se convirtió estaba casado y tenía una hija, Abre, a quien amaba tiernamente. Poco después del bautismo, el pueblo lo aclamó como obispo de su ciudad natal.
Fueron seis años de intenso estudio y predicación, antes de partir para el destierro que, como hemos recordado, perfeccionó su formación cultural y teológica. Junto a la voz retumbante del polemista y del defensor de la ortodoxia teológica, hay en él también otra voz, la del padre y pastor. Humano en la lucha, y humanísimo en la victoria. Defendió a los obispos que reconocían su propio error, y hasta apoyó el derecho a conservar su cargo.
Murió en Poitiers el año 367.
Santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22. El Bautismo del Señor (C)
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que descubra a cada paso el amor con que te haces presente en mi vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando Jesús le pide a Juan que lo bautice, éste inicialmente se sorprende. Jesús insiste, diciendo que conviene que por el momento se hagan las cosas de ese modo. Éste es el primer desafío para nosotros. Muchas veces queremos ser nosotros quienes le indiquemos el rumbo al Señor. Se nos olvida pedir aquello que nos lleva a nuestra salvación, en vez de aquello que creemos necesitar.
Sin embargo, Dios nos mira con misericordia y nos recuerda que Él tiene un plan diseñado a nuestra medida según su corazón. Vale la pena, pues, que le dejemos actuar. Después de todo, más que cuanto sucede en nuestras vidas, importa quiénes somos. Y somos hijos de Dios. Eso es precisamente lo que Cristo nos alcanzó al cargar nuestros pecados y clavarlos con Él en la cruz: la filiación divina.
En definitiva, la novedad del cristianismo es poder llamar a Dios ‘padre’. Por nuestro bautismo, se nos da un nombre que conlleva una misión; pero lo que es más, se nos da la vida de gracia, que no es otra cosa que la participación de la divinidad de ese Padre que nos ama. ¿Con cuánto celo, con cuánto esmero cuidamos ese tesoro que llevamos en vasijas de barro? Triste sería que nuestro bautismo fuera simplemente un recuerdo de una ceremonia social, por más bella que hubiese sido.
¡Hijos de Dios! ¡Si tan sólo comprendiéramos lo que implica tal distinción! Quizás entonces veríamos claro que nuestra relación con Dios no puede ser la de un mero súbdito, la de un conocido más. Cristo quiso bautizarse no porque fuera necesario purificarse. ¡Sólo eso faltaba! Él quiso hacerlo para compartir, en todo, nuestra humanidad. Si nosotros acogemos lo que Él nos da gratuitamente, también sobre nosotros podrá escucharse esa voz del cielo que dice: ‘Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto.'
«El bautismo, es decir, es un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro nacimiento: seguro. Pero me pregunto yo, un poco dubitativo, y os pregunto a vosotros: ¿cada uno de vosotros recuerda cuál fue la fecha de su bautismo? Algunos dicen que sí, está bien. Pero es un sí un poco débil porque tal vez muchos no recuerdan esto—. Pero si nosotros festejamos el día del nacimiento, ¿cómo no festejar —al menos recordar— el día del renacimiento? Os daré una tarea para casa, una tarea hoy para hacer en casa. Aquellos de vosotros que no os acordéis de la fecha del bautismo, que pregunten a la madre, a los tíos, a los sobrinos, preguntad: “¿Tú sabes cuál es la fecha de mi bautismo?” y no la olvidéis nunca. Y ese día agradeced al Señor, porque es precisamente el día en el que Jesús entró en mí, el Espíritu Santo entró en mí.»
(Audiencia de S.S. Francisco, 11 de abril de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Si no la sé, investigaré la fecha de mi bautismo y repasaré a conciencia las promesas que asumí el día de mi propio bautismo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Iniciar la reacción
El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías.Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los «bautizará con el Espíritu Santo y con fuego».
A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la Iglesia de hoy es «la mediocridad espiritual». La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.
En no pocos cristianos esta creciendo el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los «signos de los tiempos».
Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre con categorías premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.
Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos cristianos.
Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son «espíritu y vida».
Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente. Que importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.
A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.
EVANGELIO:
“Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (Lc 3, 21.22).
COMENTARIO
En el Jordán, Jesús experimentó el amor de su Padre, experiencia que selló su vida y marcó su identidad. Durante todo su ministerio público nos demostrará la relación de intimidad con Dios, de quien se siente permanentemente amado. Esta moción espiritual seguirá siendo en la vida de los creyentes detonante, para optar por ser discípulos de Jesús.
Por el bautismo nos acontece la incorporación a la familia de Dios y se nos concede la posibilidad de invocar a Dios, como nos enseñó su Hijo, Jesús, con la oración del “Padre Nuestro”.
Sobrecoge el don, derramado por el Espíritu Santo en nuestro corazón, que nos permite llamar a Dios “Papá”.
Es muy expresiva la imagen con la que el papa Francisco describe la gracia bautismal. Él la compara a lo que supone plantar un árbol junto a la corriente de agua, que no teme la sequía y da fruto. Apuesta por el bautismo de los niños, porque significa insertarlos en la comunión de los santos. El agua que se derrama sobre la cabeza del bautizando, al mismo tiempo que lo sumerge, le da vida nueva.
En el rito bautismal se nos unge con aceite sagrado en el pecho, para fortalecernos contra el mal, y también se nos signa con el crisma, que nos convierte en miembros del pueblo santo de Dios, pueblo de sacerdotes, profetas y reyes.
Es muy significativa la vestidura blanca con la que se cubre al recién bautizado. Con ello se significa externamente la sacramentalidad que adquiere nuestra naturaleza humana al revestirnos con la túnica del primogénito, por la que se nos hace herederos de Dios y coherederos con Cristo, hijos de la Madre de Jesús.
La vestidura blanca simboliza la dignidad que adquirimos en Cristo resucitado, quien nacido de mujer, quiso compartir con nosotros nuestra condición humana, para que nos tratáramos con respeto y dignidad, al ser sacramentos suyos.
El don de la fe, que se nos regala con el bautismo, nos permite reconocer a Jesús como Hijo de Dios, y según los dones que cada uno recibe, el creyente toma la forma de vida cristiana a la que le llama el Espíritu Santo, bien sea para el ministerio ordenado, para la vida consagrada, para el matrimonio o para el laicado célibe.
Es un buen día para renovar nuestras promesas bautismales.
"ES NORMAL QUE LOS ESPOSOS SE PELEEN, PERO HACEDLO SIN QUE LOS NIÑOS LO VEAN O LO ESCUCHEN"
El Papa, a los padres de los bautizados: "La fe se transmite en la lengua de la familia y de la casa"
"Si los niños lloran por hambre, amamantadlos con tranquilidad en la casa de Dios"
José Manuel Vidal, 13 de enero de 2019 a las 10:20
Bautizo del Papa Francisco
Vuestra tarea: transmitir la fe con el ejemplo, con las palabras, enseñándoles a hacer el signo de la cruz...Hay niños que no saben hacerla...Hacen garabatos...
(José M. Vidal).- Bautismo de 27 niños en el marco imponente de la Capilla Sixtina vaticana. El Papa Francisco, en una homilía improvisada invita a los padres y padrinos a transmitir la fe en casa, con el ejemplo y el lenguaje de la familia. Y les da un consejo: que nunca se peleen delante de los niños, para evitarles la ernoem angustia que sufren al verlos enfrentados
En la Capilla Sixtina suenan los llantos y los susurros de los recién nacidos e inicia el rito del bautismo, preguntando a los padres los nombres que quieren poner a sus hijos e hijas. Mientras los comentarios de la ceremonia en italiano corren a cargo del ex portavoz del Vaticano, el padre Federico Lombardi.
Primera lectura del profeta Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo..."
La segunda lectura de la carta de San Pablo a Tito.
El Evangelio de Lucas, en el pasaje de Juan Bautista: 'El os bautizará en el Espíritu Santo...Tú eres mi hijo, el amado, en quien me complazco".
Algunas frases de la homilía del Papa improvisada
"Al comienzo de la ceremonia se os preguntó: ¿Qué pedís para vuestros hijos? Y respondísteis: la fe"
"Pedís la fe a la Iglesia para vuestros hijos"
"Y ellos hoy recibirán el don de la fe en su alma"
"La fe debe desarrollarse y crecer"
"¿Deben estudiarla? Sí, en la catequesis, pero, antes de estudiarla, la fe hay que transmitirla. Y este es la tarea que hoy recibís;: transmitir la fe"
"Y la transmisión de la fe se hace en casa"
"La fe siempre se transmite en la lengua de la familia, en la lengua de la casa"
"Vuestra tarea: transmitir la fe con el ejemplo, con las palabras, enseñándoles a hacer el signo de la cruz...Hay niños que no saben hacerla...Hacen garabatos..."
"Lo importante es transmitir la fe con vuestra vida de fe"
"Que vean el amor, la paz de la casa"
"Me permito un consejo: Nunca os peleéis delante de los niños"
"Es normal que los esposos se peleen. Es normal. Hacedlo, pero que ellos no lo escuchen ni lo vean. No sabéis la angustia del niño cuando ven pelearse a sus padres"
"Es normal pelearse, pero que los niños no lo vean ni lo escuchen"
"Vuestra tarea es transmitir la fe en casa, porque allí se aprende la fe y, después, se estudia en la catequesis"
"Otra cosa. Sabéis que hoy los niños se sienten en un ambiente extraño, con demasiado calor...y lloran, porque tienen hambre o porque lloran preventivamente..."
"Que estén cómodos, no los cubran demasaido y si lloran por hambre, amamantad a los niños con tranquilidad en la casa de Dios"
"Porque, además, los niños tiene vocación polifónica y, cuando comienza uno, se unen atodos los demás"
"Continuamos con la ceremonia y la eucaristía"
Y continúa la liturgia, con la administración del sacramento del bautismo a los 27 niños y niñas presentes.
El Papa invita a estudiar la historia de la Iglesia
Para caminar hacia el futuro
El Papa Francisco invitó a tener bien presente la historia de la Iglesia para “caminar en el presente hacia el futuro”.
Así lo afirmó este sábado 12 de enero en la audiencia que concedió en el Palacio Apostólico del Vaticano a los participantes en el Congreso de Estudio de la Asociación Italiana de Profesores de Historia de la Iglesia que se ha desarrollado del 10 al 11 de enero en Roma.
El Santo Padre explicó que “la historia, estudiada con pasión, puede y debe enseñar mucho de nuestro ‘hoy’, tan disgregado y sediento de verdad, de paz y de justicia. Basta que, por medio de la historia, aprendamos a reflexionar con sabiduría y valentía sobre los efectos dramáticos y malignos de la guerra, de tantas guerras que han entorpecido el camino del hombre en esta tierra”.
Destacó que “Italia, en particular la Iglesia en Italia, es muy rica en testimonios del pasado. Esta riqueza no debe ser únicamente un tesoro custodiado celosamente, sino que debe ayudarnos a caminar en el presente hacia el futuro”.
También subrayó que “la historia de la Iglesia en Italia representa, de hecho, un punto de referencia esencial para todos aquellos que quieran comprender, profundizar y también disfrutar del pasado, sin transformarlo en un museo o, aún peor, en un cementerio de nostalgias, sino para mantenerlo vivo y bien presente a nuestros ojos”
No obstante, también afirmó que “en el centro de la historia hay una Palabra que no nace escrita, que no es resultado de la investigación del hombre, sino que es entregada por Dios y es testimoniada, principalmente, con la vida y dentro de la vida. Una Palabra que actúa en la historia y la transforma desde dentro.”
Esa Palabra “es Jesucristo, que ha señalado y redimido tan profundamente la historia del hombre que marcó el discurrir del tiempo en un ‘antes’ y un ‘después’ de Él”.
“Y la plena acogida de esta acción salvífica y misericordiosa suya debería convertir al historiador creyente en un estudioso todavía más respetuoso de los hechos y de la verdad, delicado y atento en la investigación, coherente testigo de las enseñanzas”.
“Debería alejarlo de todas las mundanidades vinculadas a la presunción del saber, como la codicia de una carrera o del reconocimiento académico, o la convicción de poder juzgar hechos y personas”.
De hecho, “la capacidad de vislumbrar la presencia de Cristo y el camino de la Iglesia en la historia nos hace humildes, nos aparta de la tentación de refugiarnos en el pasado para evitar el presente”
El Papa Francisco finalizó su discurso pidiendo “que vuestro magisterio, en absoluto sencillo, y vuestro testimonio contribuyan a hacer contemplar a Cristo, piedra angular, que actúa en la historia y en la memoria de la humanidad y de todas las culturas”.
¿No es suficiente la Sangre del Hijo de Dios por sí sola para reconciliarnos con el Padre?
Pregunta:
Parece ser que una de las principales diferencias entre católicos y protestantes, está en el hecho de que los primeros creen en el poder de las obras para alcanzar la salvación, mientras que los segundos no creen que el hombre, pecador por naturaleza, pueda hacer obras con valor salvífico, siendo la Sangre derramada por Jesús la única que puede salvarle, y ello de forma gratuita, aceptando por la sola fe que Él es su Salvador. Parece una opinión bastante coherente, pues se podría ver en la actitud católica una minusvaloración del valor salvador del Sacrificio de Jesús. La Iglesia católica pide una colaboración activa en la salvación, hace co-redentora a María y mediadores a los Santos… ¿No es suficiente la Sangre del Hijo de Dios por sí sola para reconciliarnos con el Padre?
Respuesta:
La doctrina católica sostiene –como doctrina revelada– que no basta la fe para la salvación, ya que sólo por la caridad la fe tiene la perfección de unirnos a Cristo y ser vida del alma, siendo meritoria de vida eterna.
El Concilio de Trento expresamente enseña que “la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, ni une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su Cuerpo. Por cuya razón se dice, con toda verdad, que la fe sin las obras está muerta (St 2,17ss) y ociosa” [1]. Y expresamente condenó el concepto de “sola fe”, tal como lo entendió el luteranismo primitivo: “Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a conseguir la gracia de la justificación y que por parte alguna es necesario que se prepare y disponga por el movimiento de su voluntad, sea anatema”[2].
Esta doctrina está expresamente enseñada en la Sagrada Escritura, pues si bien es cierto que hay muchos textos –especialmente paulinos– que hablan de un papel fundamental de la fe en la justificación[3], también es claro que hay muchos otros textos, tanto del mismo Pablo como de otros autores inspirados, que hablan de la ineficacia de la fe sin las obras, y en particular sin la caridad: la fe sin obras es muerta (St 2,17); el que no tiene caridad –se entiende que está hablando de quien tiene fe– permanece en la muerte (1Jn 3,14); si tuviere tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada (1Co 13,2); en Cristo ni vale la circuncisión ni vale el prepucio, sino la fe, que actúa por la caridad (Gal 5,6; cf. 4,15).
Por tanto, es necesario armonizar las afirmaciones en que se atribuyen los efectos salvíficos a la fe, con aquéllos en que los mismos efectos son, no sólo atribuidos a la caridad, sino que se niega que puedan ser alcanzados por la fe sin la caridad y las obras de la caridad (pues al hablar de caridad se sobreentienden sus obras, como queda patente por las palabras del Señor en el Evangelio de San Juan (cf. Jn 15,10): el que me ama guardará mis palabras [= mandamientos]). Mala práctica exegética es negar los textos que crean dificultad, tanto por una parte (negando el papel clave que juega la fe en la justificación y la doctrina paulina de la exclusión de las obras de la Ley; sea negando el papel de las obras de la caridad). De aquí que haya que afirmar que los textos en que se habla de la fe, deben ser entendidos de la fe “perfeccionada” por la caridad (porque mientras los textos referidos a la fe salvífica, si fuesen entendidos de la fe al margen de la caridad, quedarían en oposición a los textos que hablan de la necesidad de la caridad para salvarse, por el contrario, entendidos de la fe perfeccionada por la caridad, se entienden tanto unos como otros).
Teológicamente, esta relación perfectiva de la caridad –llamada bíblicamente: perfección, vínculo, vida o alma– ha sido expresada con el concepto de “forma”: la caridad es la forma de todas las virtudes[4]. No debe entenderse en el sentido de forma intrínseca o sustancial, pues la fe y las demás virtudes tienen su propia especificación intrínseca que les viene de su objeto, la cual no muda al recibir la caridad sino como referida a una forma accidental y extrínseca (de orden operativo): en el sentido de que la caridad mueve e impera los actos de fe y de las demás virtudes al fin último (Dios), imprimiendo en ellos la cualidad de actos meritorios; de este modo eleva los actos de la fe al orden virtuoso y perfecto. En este sentido, la fe recibe de la caridadespecificación sobrenatural, es decir, la orientación al fin último (el bien divino, que es objeto de la caridad): “la caridad, en cuanto tiene por objeto el último fin, mueve las otras virtudes a obrar”[5].
En referencia a cuanto decían las objeciones expuestas más arriba, debemos decir que de ninguna manera puede decirse que la Iglesia católica quite valor al sacrificio de Jesús. Su valor es infinito y una gota de sangre puede salvar el universo, como cantamos en el Adorote devote (himno atribuido a Santo Tomás). Lo que enseña la Iglesia, siguiendo al mismo Jesucristo, es que Dios no nos salvará (nos salva Dios, no nosotros) sin nosotros, es decir, sin que su sangre se convierta en fruto en nosotros. Y esto se pone de manifiesto en las obras (que si bien las hace Dios en nosotros, se hacen, existen). Por eso, Jesucristo al joven rico que quería salvarse le dice que haga obras: ¿Qué tengo que hacer para salvarme? Cumple los mandamientos, y le nombra los principales. Eso es lo mismo que enseña la Iglesia. Las obras son totalmente nuestras y totalmente de Dios que las hace en nosotros.
Lutero tergiversó esta doctrina, considerando inútil toda obra humana. Pero no es eso lo que enseña San Pablo cuando en 1Co 3,9 dice que somos colaboradores de Dios. Algunos protestantes, para evitar el sentido evidente del valor de las obras que tiene este texto, traducen “trabajadores de Dios”, pero no es ése el sentido verdadero de la expresión (¿dónde dejan estos biblistas el sentido literal cuando se torna comprometedor para sus doctrinas?). El texto griego dice “sunergoí” (“sunergós”): colaboradores, “adiutores” como dice la Neo Vulgata; el prefijo griego “sun” equivale al latino “cum”, con (como puede verse en palabras que han pasado a nuestra lengua: “síntesis”, “sincrónico”, “sinestesia”, etc.). Lo reconocen algunas versiones protestantes como la American Standard Version y la New King James Version, que traducen como “fellow-workers”, y la Reina-Valera que dice “colaboradores”. También San Pablo exclama con toda fuerza: De él (Dios) somos hechura, creados en Cristo Jesús a base de obras buenas, que de antemano dispuso Dios para que nos ejercitemos en ellas(Ef 2,10). “Epì érgois agathois” son obras, hechos buenos; y dice San Pablo que Dios ha querido que en ellas “peripatêsômen”: caminemos. No puede pensarse nada más lejos de una fe desencarnada del obrar. Y por el mismo motivo, Nuestro Señor nos recuerda que no basta el conocimiento para la salvación, cuando, tras lavar los pies de sus discípulos y recordarles la necesidad de “obrar” según su ejemplo (Jn 13,15: para que así como yo hice con vosotros, vosotros también hagáis: “húmeis poiête”), añade (Jn 13,17): Si sabéis esto, bienaventurados seréis si lo hiciérais (“ei tauta oidate, makárioí este eàn poiête autá). No basta saber; es necesario hacer, obrar (“poieô” en griego).
A una persona que me preguntaba: “si la salvación ya está dada por Jesús y en Jesús, ¿por qué tenemos que ‘trabajar’ para conseguirla?”, le respondí, en su momento, diciendo que si a alguien le comunican que el gobierno le ha adjudicado una casa pero tiene que ir a retirar el título, esa persona se daría cuenta de que la casa le pertenecerá desde el momento en que retire efectivamente el título; antes no puede entrar en esa casa. Del mismo modo, Jesús ha ganado los méritos para nuestra salvación, pero cada uno de nosotros debe hacer el trabajo de “aplicárselos” a sí mismo, mediante la santificación diaria y los sacramentos (aun así, los católicos sabemos y profesamos que esta misma aplicación no es sólo obra nuestra, sino al mismo tiempo toda nuestra y toda de Dios). Jesús murió por todos los hombres, pero el buen ladrón aceptó a Cristo y el mal ladrón murió blasfemando. Eso quiere decir que la salvación no es algo automático. Y las consecuencias a las que se puede llegar por la doctrina de la fe sola, sin obras, escandalizaría a todo buen protestante. Baste de prueba las palabras de Lutero en carta a Melanchton el 1 de agosto de 1521[6]: “Si pide gracia, entonces pida una gracia verdadera y no una falsa; si la gracia existe, entonces debes cometer un pecado real, no ficticio. Dios no salva falsos pecadores. Sé un pecador y peca fuertemente, pero cree más y alégrate en Cristo más fuertemente aún (…) Si estamos aquí [en este mundo] debemos pecar (…) Ningún pecado nos separará del Cordero, ni siquiera fornicando y asesinando millares de veces cada día”. El autor protestante De Wette, quien se dedicó a coleccionar frases célebres de Lutero, decía (atribuyéndolo a Lutero): “Debes quitar el decálogo de los ojos y del corazón”[7]
Me parece, así, muy equilibrado cuanto escribía un convertido: “muchos protestantes acusan a la Iglesia Católica de enseñar un sistema de salvación basado en obras humanas, independientemente de la gracia de Dios. Pero esto no es cierto. La Iglesia enseña la necesidad de las obras, pero también lo enseñan las Escrituras. La Iglesia rechaza la noción de que la salvación se puede alcanzar ‘sólo por las obras’. Nada nos puede salvar, ni la fe ni las obras, sin la gracia de Dios. Las acciones meritorias que llevamos a cabo son obras inspiradas por la gracia de Dios”[8].
En ésta, como en otras cuestiones, creo que hay una incomprensión de parte de muchos protestantes respecto de la doctrina católica. Lo que ellos critican a los católicos, los católicos no lo enseñan de ese modo; es una mala imagen que no responde a la realidad, y para demostrarlo podemos invitar a cualquier protestante que nos diga dónde y en qué documento oficial, aprobado por el magisterio, la Iglesia enseña que alguien puede justificarse sólo por las obras.
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Bibliografía:
Bover, Las epístolas de San Pablo, Balmes, Barcelona 1959;
Idem, Teología de San Pablo, BAC, Madrid 1956;
Ferdinand Prat, La teología de San Pablo, Jus, México 1947 (2 volúmenes);
Settimio Cipriani, Le lettere di Paolo, Cittadella Ed., Assisi 1991.
En inglés puede encontrarse una importante bibliografía sobre la doctrina protestante y católica de la justificación en el artículo de Joseph Pohle, Justification, “The Catholic Encyclopedia”, vol. VIII, Robert Appleton Company, 1910.