Jesús dio un profundo suspiro...y dijo: ¿ por qué esta generación reclama un signo

Eladio de Toledo, Santo

Arzobispo, 18 de febrero

Arzobispo

Martirologio Romano: En Toledo, en Hispania, san Eladio, que, después de haber dirigido los asuntos públicos en el palacio real, fue abad del monasterio de Agali y, elevado después al obispado de Toledo, se distinguió por los ejemplos de caridad (632).

Breve biografía

Arzobispo importante por su cometido entre los visigodos toledanos de su tiempo. Tuvo el buen gusto de admitir al diaconado a san Ildefonso que le sucedería también en la sede arzobispal de Toledo. Pasó dieciocho años al servicio de los cristianos como sucesor de los Apóstoles, desde que murió Aurasio, su antecesor en el mismo ministerio, y construyó también el templo de santa Leocadia.

Su padre llevó antes que él su nombre y ocupaba un cargo importante en la Corte. En familia de buenos cristianos nació Eladio, en Toledo, pasando la segunda mitad del siglo VI. Llega a sobresalir tanto en el cuidado de los negocios y tan merecedor es de confianza que el rey lo nombra administrador de sus finanzas ¡un antecedente de los ministros de Hacienda de hoy!

No se le sube a la cabeza de mala manera el honor, ni las riquezas, ni el poder que su cargo conlleva. No, no se dejó deslumbrar por la grandeza. Desde siempre era conocida su devoción y la fidelidad a las prácticas de vida cristiana. San Ildefonso dice de él que «aunque vestía secular, vivía como un monje». Y no le faltaba razón, porque frecuentaba el retiro monacal del monasterio Agaliense próximo a Toledo y algo se le pegaría.

Entre los afanes de las cuentas, recaudaciones, ajustes y distribución de dineros le llega la hora de la vocación a cosas más altas. Hay un cambio de negocio y quien lo propone es el Señor. Con voluntad desprendida deja bienes, afanes terrenos, comodidades, familia y mucho honor. Tomado hábito, a la muerte del abad, los monjes le eligen para esa su misión.

Después viene otra muerte, porque así vamos pasando los hombres. Se resiste Eladio a aceptar la distinción de arzobispo, pero la silla toledana necesita un sucesor después de la muerte de Aurasio. Los años no son obstáculo para reformar el estamento eclesiástico, mejorar el estado secular y cuidar el culto divino. Como obispo no puede olvidar a los más necesitados en lo material porque sin caridad no hay cristianismo creíble; y es en este punto donde su discípulo y sucesor Ildefonso escribe: «Las limosnas y misericordias que hacía Eladio eran tan copiosas que era como si entendiese que de su estómago estaban asidos como miembros los necesitados, y de él se sustentaban sus entrañas»; este era un motivo más para cuidar la austeridad de su mesa arzobispal, debía ser frugal en la comida para no defraudar a los pobres.

Aún tuvo más entresijos su vida; negoció delicadamente con Sisebuto la ardua cuestión que planteaba la convivencia diaria entre las comunidades de judíos y cristianos que era fuente permanente de conflictos religiosos y de desorden social.

Murió el 18 de febrero del año 632.

Fe en los planes de Dios

Santo Evangelio según San Marcos 8, 11-13. Lunes VI del tiempo ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, dame la gracia de escuchar tu voz y poder seguirla con amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 11-13

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

A veces nos suceden cosas que no nos podemos explicar y vamos con Dios para que nos las explique. Le pedimos que nos ayude con nuestras dificultades, pero parece que no nos escucha y, en momentos, hasta salen peor de los que esperábamos.

En estas circunstancias es bueno ponerse a reflexionar sobre nuestra forma de ver las cosas y la de Dios. Ciertamente Dios quiere nuestro bien y vela para que seamos felices, pero sus modos no son los nuestros porque Él piensa como Dios; sabe en su eterna sabiduría cuáles son las cosas que nos convienen y a qué tiempo, pero sin haber hecho este ejercicio, no podemos entenderlas.

Un paso más profundo de este camino de fe es tener a Dios como amigo, confiándole todo lo que aspiramos, queremos, como también reprocharle sus «errores» que a fin de cuentas son los caminos divinos, los cuales, aunque incomprensibles para nosotros, nos acercan más a Él, aunque nos sintamos lejos. Todo lo que tenemos que hacer es confiar y tener fe de que Dios nos va llevar a buen fin.

«La autoridad nace del buen ejemplo, para ayudar a los otros a practicar lo que es justo y necesario, sosteniéndoles en las pruebas que se encuentran en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si está mal ejercida, se convierte en opresiva, no deja crecer a las personas y crea un clima de desconfianza y de hostilidad, y lleva también a la corrupción.

Jesús denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los escribas y de algunos fariseos.»

(Ángelus de S.S. Francisco, 5 de noviembre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Pediré a Dios que me ayude a tener fe en sus planes, aunque no los comprenda claramente.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Los planes de Dios

Nos cuesta descubrir que la vida, con sus sorpresas, rompe nuestros planes

Nos gusta vivir con libertad, escoger nuestros pasatiempos, ir con quienes amamos y disfrutar del sol en el verano y de la nieve en el invierno.

Nos cuesta someternos a otros, o descubrir que la vida, con sus sorpresas, rompe nuestros planes.

Un accidente, la enfermedad de un familiar, un despido en el trabajo, nos impiden el vuelo y, tal vez, nos dejan una sensación de frustración, de fracaso, al no poder realizar nuestros sueños.

Las sorpresas de la vida son muchas. A veces parece que hay más sorpresas que "normalidades". Otras veces, las cosas siguen su curso de siempre. Nos hacemos la ilusión de que todo está bajo control y, de repente, lo inesperado salta, y quedamos llenos de angustia, tal vez paralizados, sin saber qué hacer.

Si miramos a fondo, detrás de los imprevistos se escribe una historia que no siempre comprendemos.

Un despido puede convertirse en la ocasión para encontrar un trabajo mejor. Una calumnia nos hace recordar que tal vez nosotros hemos dañado a otros con nuestras palabras. Una reprensión abre los ojos a nuestros defectos y nos permite valorar las cosas con menos egoísmo y con más sencillez.

No siempre es fácil descubrir lo bueno que se esconde en las aventuras de la vida. Lo negro destaca sobre el folio, pero lo blanco domina en muchas superficies.

El mal hace noticia, pero el bien escribe la historia. El dolor nos angustia y nos desconcierta, pero muchos pueden descubrir a Dios en la cama de un hospital.

La traición nos llena de amargura, pero por encima de ella hay quien nos ama y confía en nosotros, a pesar de todo.

Es difícil ponerse en manos de Dios si queremos llevar la vida según nuestros proyectos, como si todo dependiese de nosotros. Es muy fácil, en cambio, confiar en Él si descubrimos que nos ama.

Dios tiene planes que nosotros no podemos comprender. Algún día, cuando se deshaga nuestra tienda mortal, comprenderemos.

Ahora caminamos con la lámpara de la fe. Con ella se iluminan las tinieblas y se suavizan los dolores. Y cada amanecer nos recuerda el cariño de un Dios que viste a las flores silvestres y hace cantar a los jilgueros.

¿Qué es la ley natural?

Hay una ley natural y esta ¡nos hace libres!

No sería de extrañar que muchas veces hayas escuchado la palabra ley y la palabra libertad. Tengo suficientes elementos para temer que no te hayan presentado ni de una ni de otra el verdadero concepto.

Hoy en día se exalta mucho la libertad, sin hacer las aclaraciones que corresponden; y no se habla de la ley sino en un sentido empobrecido; y probablemente la mayoría de nuestros contemporáneos se formen una idea de estos dos conceptos como el de dos pugilistas que se dan tortazos sobre el ring de nuestra conciencia. Si yo quiero ser libre, la ley me frena; si intento imponer la ley, confino mi libertad o la de mis semejantes. Con una idea así no tendrán mucho futuro los que quieran hablarme de los mandamientos de Dios. ¡Y qué pensarás de mí si te vengo a decir que los mandamientos de Dios te liberan y te abren horizontes desconocidos! ¿Me creerás o pensarás que hablo como un cura que viene a imponerte mojigaterías?

Y sin embargo, quisiera llamar tu atención sobre este punto, porque si no comprendes la potencia liberadora de los mandamientos y de la ley (natural y divina) te aseguro que no te están desatando ninguna cadena sino que te están robando las piernas con las que camina tu verdadera libertad.

Antes de proseguir, quiero aclarar un punto para que no nos confundamos. Hablaré indistintamente (para simplificar las cosas) de los mandamientos de Dios (odecálogo, o sea diez palabras o leyes) y de la ley natural, como si fueran la misma cosa. No lo son, pero coinciden sustancialmente. La ley natural es la ley que está grabada en nuestro corazón, desde el momento en que hemos sido creados (todo ser la lleva grabada en su naturaleza). El decálogo ha sido revelado por Dios en varias oportunidades; la más solemne fue la revelación de Dios a Moisés sobre el monte Sinaí; pero más veces aún lo repite nuestro Señor en los Evangelios. En realidad el decálogo es una expresión privilegiada de la “ley natural”. Como la sustancia de los mandamientos pertenece a la ley natural, se puede decir que, si bien han sido revelados, son realmente cognoscibles por nuestra razón, y, al revelarlos, Dios no hizo otra cosa que recordarlos (añadiendo indudablemente algunas precisiones o aplicaciones estrictamente reveladas). San Ireneo de Lyon decía: “Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo”[1]. La humanidad pecadora necesitaba esta revelación; lo dice San Buenaventura: “En el estado de pecado, una explicación plena de los mandamientos del Decálogo resultó necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y de la desviación de la voluntad”[2]. Por esto, conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la conciencia moral.

Si comparamos los Diez Mandamientos de la Ley Antigua, los de la Ley de Cristo y la ley natural veríamos esta correlación:

El Ciego que Veía el Misterio (sobre las cicatrices del odio)

Contemplar el Misterio y abrir nuestro corazón para poder borrar las cicatrices del odio.

Desde que cayó el Muro no había vuelto a Berlín. Me encuentro una ciudad casi desconocida. Aquel Muro, símbolo de una escisión en dos de la humanidad, ha quedado reducido a una cicatriz en forma de reguero de adoquines que atraviesa la ciudad recordando aquel trazado infame. Cuando escribo estas líneas escucho con horror las noticias de un atentado en el mercadillo que rodea los restos de la iglesia memorial del káiser Guillermo, de nuevo otra cicatriz en sin maquillar de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Hace pocos días que pasé por allí, camino del recinto que en la capital de Alemania han dedicado a la Topografía del Horror, la memoria del nazismo, donde en un tiempo la Gestapo urdía sus planes asesinos. Más horror, muerte, odio. Luego fui a Auschwitz-Birkenau. El gueto de Cracovia. Más vestigios de una ideología de muerte que, lejos de ser pasado, está tanto o más viva que nunca. Porque es la ideología que anula el corazón humano y lo ahoga en el odio, la barbarie, la desesperanza.

Y en medio de este aluvión de impresiones y experiencias, de recuerdos y de reflexiones, me viene a la memoria constantemente el descubrimiento de la primera obra de teatro de Jean-Paul Sartre, Barioná, el Hijo del Trueno. ¿Para qué tantos memoriales, si no somos capaces de leer los signos, de mirar con ojos renovados las cicatrices del odio, de abrir el corazón a la esperanza?

En aquella obra de teatro, escrita en la Navidad de 1940 en el campo de prisioneros que los nazis crearon en el pueblo de Tréveris para encerrar a 15.000 soldados del ejército francés, el ateo Sartre se puso en juego, quiso afrontar el diálogo entre el dolor y la esperanza, entre la muerte y la vida, entre el odio y el amor. Una de las lecciones magistrales de esa obra es, precisamente, que la única posibilidad de esperanza reside en el convencimiento firme de que Dios ha entrado en la historia no para cambiarla de un plumazo, o con un gesto atronador, sino para que los hombres comprendamos que el cambio real lo tenemos que hacer nosotros, y no es otro que el del corazón. Descubrir y publicar Barioná en español hace más de diez años supuso romper un silencio de varias décadas sobre el autor que, capaz de describir la náusea como nadie, supo también dejarse cautivar por la ternura del misterio de Belén. Los hombres necesitamos contemplar el Misterio para comprender mejor la realidad. No hablo de tolerar que algunos crean. No digo que racionalicemos el misterio. No pretendo que lo creamos como si fuera el parte meteorológico. Nada de eso. Hablo de contemplar, esto es, de mirar con el corazón. Es lo que aquella noche de Navidad de 1940 hizo Sartre en persona. Y lo que ofreció a sus compañeros de prisión. No hay más que releer la obra y detenernos en los detalles escondidos en personajes y gestos secundarios, que escapan a los grandes discursos que intercambian Barioná, el existencialista, y Baltasar, el sabio sensato. Y me gustaría recordar hoy al Narrador, ese ciego que a modo de los juglares medievales presenta los grandes actos de la obra describiendo unos cuadros que su padre le dejó en herencia

Aquel nieto de pastor protestante descreído, huérfano desde los dos años, inicia la obra con un personaje que se confiesa “ciego por accidente”, que antes veía, y que se encargará de describir los grandes misterios que confluyen en esa noche de la encarnación. No quiso que ningún actor encarnara a los protagonistas del Misterio… al tiempo que reconocía que al ser la noche de Navidad los espectadores tenían derecho a que se les mostrara el Misterio. Entonces es cuando ese “ciego por accidente”, ese que antes veía describe como nadie ha hecho antes en la literatura, la ternura de una leche materna que se convierte en la carne de Dios, la fragilidad de un niño que desconcertará al mundo, la grandeza de un Dios al que se puede colmar de besos, “un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que vive”.

Quien no es capaz de contemplar el Misterio no puede abrir su corazón a la ternura de Dios. La petrificación del odio en el corazón humano sólo puede venir de una razón ensoberbecida, convertida en juez de sí misma, incapaz de integrar desde el amor la debilidad, el límite, la ternura. Aunque se disfrace con ropajes religiosos. Porque el odio anida en el corazón cerrado en sí mismo. Por eso pudo prologar Sartre aquella obra con su intención de “hacer realidad, esa noche de Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes”. Sin el Misterio, la unión es imposible. Sin el Misterio, el corazón humano pierde la mirada que lo engrandece. Sin el Misterio, las cicatrices del odio seguirán multiplicándose.

Las Bienaventuranzas nos ayudan a no confiar en las cosas materiales

Papa Francisco durante el rezo del Ángelus este domingo

Pedro del Vaticano, el Papa Francisco afirmó que las Bienaventuranzas nos ayudan a no confiar en las cosas materiales o pasajeras.

En su reflexión ante miles de fieles presentes, el Santo Padre reflexionó sobre el Evangelio del día, en el que San Lucas narra el episodio de las Bienaventuranzas: “Son un mensaje decisivo que nos alienta a no poner nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no crear la felicidad siguiendo a los vendedores de humo, que muchas veces son vendedores de muerte, a los profesionales de la ilusión. No los sigan. Son incapaces de dar esperanza”, dijo.

Mediante las Bienaventuranzas, “el Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una mirada más penetrante sobre la realidad, a curar la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia”.

“El texto se articula en cuatro Bienaventuranzas y cuatro advertencias formuladas con la expresión ‘ay de vosotros’. Con estas palabras, fuertes e incisivas, Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su mirada más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con fe”.

En su sermón, “Jesús declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos; y advierte a aquellos que son ricos, siempre sonrientes, que están saciados, y que son aclamados por la gente”.

El Papa explicó que “la razón de estas bienaventuranzas paradójicas está en el hecho de que Dios es cercano a aquellos que sufren, e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús ve esto, ve la bienaventuranza más allá de la realidad negativa”.

Del mismo modo, “el ‘ay de vosotros’, dirigido a aquellos que lo pasan bien, sirve para despertarlos del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos a la lógica del amor, mientras estén a tiempo de hacerlo”.

Según explicó Francisco, las palabras de Jesús en el Monte de las Bienaventuranzas son una enseñanza contra el peligro de la idolatría: “La página del Evangelio de hoy nos invita, por lo tanto, a reflexionar sobre el sentido profundo de tener fe, que consiste en fiarse totalmente del Señor. Se trata de derrumbar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo Él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y, al mismo tiempo, tan difícil de alcanzar”. De hecho, “son muchos, también en nuestros días, aquellos que se presentan como dispensadores de felicidad: prometen el éxito en poco tiempo, grandes ganancias entregadas en mano, soluciones mágicas a todo problema… Y aquí es fácil deslizarse sin darse cuenta hacia el pecado contra el primer Mandamiento: la idolatría, sustituir a Dios por un ídolo”.

“Idolatría e ídolos parecen cosas de otros tiempos, pero en realidad pertenecen a todos los tiempos”, advirtió el Papa. “Describen algunas actitudes contemporáneas mejor que muchos análisis sociológicos”.

Por ello, “Jesús nos abre los ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo conseguimos en la medida en que nos situamos de parte de Dios, de su Reino, de la parte de aquello que no es efímero, sino que dura para la vida eterna”.

“Somos felices si nos reconocemos necesitados delante de Dios y si, como Él y con Él, permanecemos cercanos a los pobres, a los afligidos, a los hambrientos. También nosotros delante de Dios somos pobres, afligidos y hambrientos”.

“Somos capaces de la alegría cada vez que, poseyendo bienes en este mundo, no nos hacemos ídolos a los que entregar nuestra alma, sino que somos capaces de compartirlo con nuestros hermanos”, destacó el Papa.

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