Volved a mí de todo corazón!
- 13 Marzo 2019
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Theosis
La Oración de Jesús
Existe una profunda relación entre la veneración milenaria al Santo Rostro de Jesucristo – Mandylion – y otras devociones también dirigidas a aspectos de su persona: a su Santo nombre, a la Eucaristía – devoción por excelencia -, a su Sagrado Corazón. En efecto, las cuatro se dirigen a los aspectos más significativos del ser humano y todas, en última instancia nos conducen a la persona misma del Dios encarnado:
1) el rostro, expresión del interior y que nos relaciona con el otro.
2) el corazón, sede de la vida y, por analogía, de la emoción más profunda y espiritual del ser humano, el amor. El amor es lo que define a Dios. Si era «El que es» en el Antiguo Testamento, Juan lo define como Amor en el Nuevo. De ese Ser, que es Amor, participamos. Y ese Ser por esencia, que es Amor, se manifiesta convirtiéndose en uno de nosotros con corazón humano y palpitante.
3) La Eucaristía, medio privilegiado escogido por Cristo para permanecer realmente entre nosotros, escondido a los ojos físicos humanos, pero vivo y real a los del espíritu creyente.
4) el nombre, que define la persona como un todo y que cuando lo invocamos, como hizo el ciego de Jericó, suplicamos con él a la persona que nombra, implorando su ayuda y misericordia: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!. La oración del corazón o la oración de la invocación de Jesús, se remonta a los orígenes del monacato. El primero en mencionarla explícitamente fue Diadoco de Fótice, en el siglo IV: Los que no cesan de meditar en las profundidades de su corazón el nombre de Jesús santo y glorioso podrán ver un día la luz en su espíritu. Pero su origen es más antiguo, pues se encuentra en los mismos Evangelios: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!, gritaba con insistencia el ciego que estaba al borde del camino de Jericó. Lo mismo clamaban los diez leprosos en tierras de Samaría: ¡Jesús. Maestro, ten piedad de nosotros! Y todos fueron sanados gracias a su fe y a la profundidad de su clamor. Esta invocación continua del nombre de Jesús, hecha de un deseo lleno de dulzura y de gozo hace que el espacio del corazón se desborde de alegría desde la serenidad y que a partir de que el pensamiento no cesa de invocar el nombre de Jesús, y el espíritu está totalmente atento a la invocación del nombre divino, la luz del conocimiento de Dios cubre con su sombra toda el alma como una nube inflamada en llamas.
La oración de Jesús está emparentada con el rosario a María en su origen último y objetivo: ambas tienen sus raíces en medios monásticos, de Oriente la primera, de Occidente la segunda; ambas son oraciones de súplica; en ambas imploramos aquello que más deseamos y necesitamos de verdad y que no sabemos pedir porque puede que lo desconozcamos; en ambas dejamos que el Espíritu hable en nosotros, utilizando para ello palabras de la Escritura o propuestas por la Iglesia y la Tradición; ambas son oraciones para todo tipo de personas, que recitadas con tranquilidad y sin prisas, concentrando dulcemente el ánimo en lo que decimos, producen sosiego y, con tiempo y perseverancia, paz duradera, reforma de vida.
La oración de Jesús, por su brevedad, puede rezarse en cualquier lugar y a todas horas. Aunque su base es la plegaria del ciego de Jericó, puede tener variantes personales: «Jesús Hijo de Dios, ten compasión de nosotros» o «Jesús Hijo de Dios, por medio de la Virgen María ten compasión de nosotros pecadores» etc.
Se ajusta esta oración perfectamente al consejo evangélico: Hay que orar continuamente, sin desfallecer. Si te ves llamado a seguir este camino de la oración del corazón, búscate un buen consejero que te guíe. Y comienza, ya: Dios irá haciendo el resto si es que desea que este sea tu forma de dirigirte a Él.
Si la Iglesia respira con dos pulmones – Oriente y Occidente- se puede decir que la Oración de Jesús es la expresión más característica de la espiritualidad de la Iglesia Oriental. Por el bien que ha hecho y hace allí, y por la influencia que actualmente tiene en Occidente, vale la pena conocer algo de este escondido venero de piedad y espiritualidad.
Raíces históricas de la Oración de Jesús
«Jesús, sálvame!»- «Kyrie eleison!» Este clamor del corazón que se encuentra en el centro de la plegaria de Oriente procede directamente del Evangelio: es el clamor del ciego de Jericó; la súplica del publicano. Esta llamada de auxilio, es, en primer lugar, un acto de fe en Jesús Salvador. El mismo nombre de Jesús significa salva y es una confesión, en el Espíritu Santo, de que es el Señor. Recuérdese que nadie puede pronunciar el Nombre de Jesús sin la inspiración del Espíritu Santo (ICor 12,3).
El Nombre de Jesús no es tan sólo el que le ponen sus padres cuando nace –de acuerdo con el mandato a José o lo que se dijo a María en la Anunciación: «Le pondrás por nombre Jesús» – sino también el nombre divino que le ha dado el Padre tal como dice Jesús en la oración sacerdotal (Jn 17,11): «Padre Santo guárdalos en tu nombre, aquel que me diste, para que sean uno como somos nosotros». También Pablo dirá en el himno de Fil. 2,9-11, a propósito de la humillación y exaltación de Cristo: «Le fue concedido el nombre sobre todo nombre para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre». La gloria del cristiano es proclamar este nombre, y su felicidad estriba en sufrir por él: Y si recibís insultos porque predicáis el nombre de Cristo ¡Felices vosotros! El Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros. (I Pe 4,13)
En su Nombre los cristianos somos bautizados y por causa de su Nombre, perseguidos. Por su Nombre sufriremos y seremos glorificados (textos de Lucas y libro de los Hechos). Pedro confiesa ante el Sanedrín (Hechos 4,12): La Salvación no se encuentra en nadie más, porque bajo el cielo Dios no ha dado a los hombres otro Nombre en el que puedan ser salvos. Pablo, después de perseguir a los que invocaban el Nombre del Señor (Hechos 9,14) se dirige en su primera carta a los Corintios a todos aquellos que invocan el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y anima a su estimado discípulo Timoteo a buscar la fe y la caridad con todos los que, con corazón puro, invocan el Nombre del Señor.
Los textos del Nuevo Testamento que hacen referencia al Nombre de Jesús son innumerables y pertenecen a todas las tradiciones: Pablo, Sinópticos, Juan. El nombre de Jesús es divino y fuerte. Y quien le invoca siempre es escuchado. Él mismo lo dice en Juan 16,23-24: «Con toda verdad os digo que mi Padre os concederá todo lo que le pidáis si lo hacéis en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; hacedlo en mi nombre y recibiréis todo lo que pidáis y vuestra alegría será plena».
El nombre de Jesús es Eucarístico
Todo lo que hagáis, sea de palabra, sea de obra, hacedlo en el nombre de Jesús, dirigiendo por Él a Dios la Acción de Gracias (que esto significa Eucaristía (Col 3,17). En Efesios, Lucas y Tesalonicenses se nos anima a orar en toda ocasión siempre y constantemente. La invocación al Señor es un plegaria interior porque nosotros no sabemos que hemos de pedir para rezar como es debido, es Él, el Espíritu, quien ora en lugar nuestro (Rom,8,26). Y nadie puede decir Jesús si no es movido por el Espíritu Santo (1Co,12,3) Así pues, el Nuevo Testamento legitima la invocación del Nombre de Jesús y de cómo se nos impone en la gracia bautismal.
Esta invocación del Nombre de Jesús no se convertirá en la Oración de Jesús hasta que no se le asocie al deseo de oración continua expresado en la invocaciones breves que contienen el nombre del Señor o de Jesús. Casiano y S. Agustín dan testimonio de la existencia de estas breves oraciones o jaculatorias entre los eremitas del desierto de Egipto.
Los Padres del Desierto
Los Padres del Desierto retoman la oración del publicano en el siglo IV. Ammonas, en el desierto egipcio, aconseja que se conserve siempre en el corazón las palabras del publicano, para experimentar la salvación y Macario, interrogado sobre cómo se ha de orar, enseña:
«No es necesario perderse en palabras; es suficiente con que extendáis las manos y digáis: Señor, como Tú quieres y como Tú sabes, ¡ten piedad! Y si viniera el combate (la tentación): ¡Señor, venid en mi auxilio!. Él sabe lo que nos conviene y tendrá misericordia».
Fue Diadoco de Fótice en el siglo V quien propuso invocar en el fondo del corazón sin interrupción al Señor Jesús y a su santo y glorioso nombre, para purificar y unificar el alma dividida por el pecado y experimentar la gracia como base del perpetuo recuerdo de Dios:
Cuando, recordando a Dios, cerramos las salidas del espíritu, éste sólo precisa que le dejen alguna actividad adecuada para mantener en acción su natural dinamismo. Es el momento de entregarle la invocación del Nombre de Jesús como única actividad en que puede concentrarse todo el que quiere. Está escrito: ‘Nadie puede decir Señor Jesús sino es en el Espíritu Santo’. Y Barsunufio insiste: ‘A nosotros, débiles, sólo nos resta refugiarnos en el Nombre de Jesús’.
Fue en Gaza, en el desierto palestinense, donde los monjes dieron a la invocación del Nombre de Jesús una formulación más desarrollada. El joven Dositeo mantuvo siempre la memoria de Jesús durante la grave de enfermedad de la que habría de morir. Su padre espiritual, Doroteo, le había enseñado a repetir sin descanso: «¡Hijo de Dios, venid en mi auxilio!» Esta era su oración continua. Y cuando ya estaba tan débil que no podía repetirla le aconsejó: «¡Ten presente solamente a Dios y piensa que está a tu lado!» Así pues, encontramos que la tradición de la invocación del Nombre de Jesús o Oración de Jesús se extendía por Palestina cuando comienza la segunda etapa en que se asocia al hesicasmo sinaítico y al del Monte Athos.
Monte Athos
En la segunda mitad del siglo XIII y a lo largo del XIV floreció en Athos, la santa montaña de Macedonia, el renacimiento del ideal hesicasta. La Oración de Jesús se acompañaba de una disciplina de la respiración, sistematizada por Nicéforo el Hesicasta y por Gregorio Sinaíta. El método se basa en ralentizar la respiración y buscar el lugar del corazón doblándose sobre sí mismo y concentrándose en el lugar del corazón. Todo ello simultaneado con la invocación repetida de la oración de Jesús: ¡Señor Jesucristo, «Hijo de Dios, tened piedad mi!» acompasada con la inspiración y la expiración.
Este movimiento de interiorización se hace en dos tiempos, según las dos partes que componen la fórmula de la oración: «Señor Jesús, hijo de Dios» y «ten compasión de mi pecador». El ritmo de la respiración y los latidos del corazón participan también de la oración, complementándose mutuamente: en simultaneidad con la primera parte de la oración, los pulmones inspiran el nombre de Jesús, lo cual permite a la diástole (dilatación) del corazón que el espíritu se lance por entero fuera de toda materia; y, simultáneamente a la segunda parte de la oración -«ten piedad de mí»-, los pulmones expiran el aire contaminado, a la vez que por la sístole (contracción) del corazón el espíritu reviene sobre sí mismo.
La oración de Jesús tiene, pues, un cierto aspecto técnico que precisa de un adiestramiento. Pero no se puede reducir a una simple mecánica, porque «nadie puede decir `Señor Jesús’ sino por influjo del Espíritu Santo» (1Cor 12,3). Lo cual no impide que las indicaciones concretas dadas por los monjes sean de una gran ayuda, porque son fruto de su propia experiencia.
El Hesicasmo
La palabra hesiquía en griego se traduce como estado de tranquilidad, de paz, o de reposo. Quien la posee se encuentra equilibrado, vive en paz y a la vez, calla y guarda silencio. Recuerda a la actitud que Platón afirma corresponde al auténtico filósofo: «que se mantiene tranquilo y se ocupa de lo que le pertenece». Y también se ajusta a las palabras del Libro de los Proverbios: «el hombre sensato sabe callar»; o al estilo del solitario de quien dice el profeta Baruq: «Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor».
En el Nuevo Testamento el mismo Cristo dice a sus discípulos: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os daré descanso. Aceptad mi yugo y haceos mis discípulos, ya que soy bueno y humilde de corazón, y encontraréis reposo (hesiquía) para vuestras almas pues mi yugo es suave y mi carga ligera».(Mt.11, 28-29). Ammonas, sucesor de San Antonio en Egipto habla de como la hesiquía es el camino propio del monje y escribe una carta mostrando que es el fundamento de todas las virtudes.
Fueron los anacoretas los primeros en llamarse hesicastas. Si la virtud de los cenobitas (monjes que viven en comunidad) es la obediencia, la de los hesicastas (anacoretas o solitarios) es la oración perpetua. La búsqueda de la hesiquía es tan antigua como la vida monástica.
En el siglo VI, S. Juan Clímaco, abad del monasterio del Sinaí y autor de la Escala del Paraíso, unió la hesiquía y el Recuerdo de Jesús. La hesiquía es la adoración perpetua en presencia de Dios: Que el recuerdo de Jesús se una a tu respiración y pronto te darás cuenta de la utilidad de la hesiquía. La oración ideal es la que elimina los raciocinios y se convierte en una sola palabra.
La Memoria de Jesús provee a este tipo de oración de forma y contenido. La unión del recuerdo de Jesús y la respiración será reemprendida por Hesiquio de Batos que ya la llama Oración de Jesús: Si con sinceridad quieres ahuyentar los pensamientos, vivir en quietud, sin dificultad, y ejercer la vigilancia sobre tu corazón debes adherir la Oración de Jesús a tu respiración y pronto lo conseguirás. La unión de respiración y Oración de Jesús en su fórmula desarrollada: «Señor Jesús, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí, pecador», constituirá el fundamento del hesicasmo bizantino y de Monte Athos en el siglo XIV.
«Cuando reces, inspira al mismo tiempo, y que tu pensamiento, dirigiéndose al interior de ti mismo, fije su meditación y su visión en el lugar del corazón de donde brotan las lágrimas. Que tu atención permanezca ahí, en la medida en que puedas. Te será de una gran ayuda. Esta invocación de Jesús libera al espíritu de su cautividad, otorga la paz y ayuda a descubrir la oración permanente del corazón por la gracia del Espíritu vivificante en Jesucristo Nuestro Señor».
La Filocalia
A finales del siglo XVIII se compila y traduce al eslavo la Filocalia con lo que la tradición hesicasta llegará primeramente a Rusia, luego a Rumania y desde allí a toda la Europa del Este ortodoxa. La Filocalia (término griego que significa amor a lo bello y bueno) está compuesta por una antología de textos ascéticos y místicos recopilados por Macario de Corinto y Nicodemo el Hagiorita. Fue publicada en Venecia en 1782 y se ha dicho de ella que constituye el breviario del hesicasmo. Su publicación coincide con el renacimiento de la fe ortodoxa en la Grecia del siglo XVIII y al ser traducida al eslavo por Paissy Velichkovsky y al ruso por Ignacio Brianchaninov, en 1857, marcó la renovación del monaquismo oriental. La Filocalia eslava fue utilizada por el gran santo Serafín de Sarov y constituye el núcleo de los Relatos Sinceros de un peregrino ruso a su padre espiritual, obrita que apareció en Kazan en 1870.
Los Relatos de un Peregrino Ruso
Los «Relatos de Un Peregrino Ruso» pertenecen al movimiento literario ruso del siglo XIX, en lo que tiene de más sereno y puro. El peregrino hace que el lector penetre en el corazón mismo de la vida rusa, poco después de la guerra de Crimea y antes de la abolición de la servidumbre o sea entre los años 1856 y 186l. Todo está encuadrado en una llanura inmensa con iglesias de colores claros y campanas refulgentes y sonoras.
Cristiano ortodoxo corno es, su preocupación es pasar de la noche oscura a la noche luminosa: la contemplación de la Santísima Trinidad.
El peregrino (strannik) describe su odisea a través de Rusia, que él recorre con un morral que contiene pan seco y la Biblia. En un monasterio, encuentra unstarets (Padre espiritual) y lo interroga sobre la manera de poder practicar el consejo del apóstol: orar sin cesar. El starets le explica la práctica de la oración de Jesús. Lo somete – si se puede hablar de ese modo – a un régimen de entrenamiento progresivo. Le hace decir la oración de Jesús, primero 3.000 veces por día, luego 6.000, finalmente 12.000 veces.
Luego el peregrino deja de contar el número de oraciones; asocia el «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador» con cada respiración, con cada latido del corazón. Llega el momento en que ya no se pronuncia ninguna palabra: los labios se callan y sólo resta escuchar hablar al corazón. Así, la oración de Jesús le sirve de alimento para el hambre, de bebida para la sed, de reposo en la fatiga, de protección contra los lobos. y los demás peligros; inspira las conversaciones que el peregrino entabla con las gentes que encuentra, gentes del simple pueblo, como el peregrino mismo. La fe del peregrino no es emotividad poética. Nutrido de las enseñanzas teológicas, todas sus acciones son guiadas por el deseo de la perfección de la vida espiritual, cuya finalidad es la contemplación. Si la fe precede alas obras, sin obras la fe no existe. Reuniendo todas las fuerzas de su espíritu para contemplar al Ser Absoluto, recibe a veces de Cristo, el nuevo Adán, algunos de los privilegios del Adán primero. Consigue ignorar el frío, el hambre y el dolor; la misma naturaleza le parece transfigurada.
Arboles, hierbas, tierra, aire, luz, todas estas cosas me dicen que existen para el hombre y que para el hombre dan testimonio de Dios: Todas oraban, todas cantaban: la gloria de Dios.
El campesino, en su peregrinar por las estepas de Rusia invocando constantemente el Nombre de Cristo y hablando a todos de la Oración de Jesús, conoce a condenados a trabajos forzados; desertores, nobles, miembros de diferentes sectas, sacerdotes del campo… Pero nada le detiene.
Este pequeño libro ha popularizado más este tipo de plegaria tanto en Oriente como en Occidente. Gracias a esta obra la Oración de Jesús, u Oración de Corazón, saltó los muros de los monasterios para pasar a la piedad popular. Alguien ha dicho que ha hecho más por la comprensión entre los cristianos esta obra que un sinnúmero de reuniones teológicas.
Recordemos textos selectos
«La plegaria de Jesús, interior y constante, es la invocación continua e ininterrumpida del Nombre de Jesús por medio de los labios, del corazón y de la inteligencia, sintiendo su presencia en todas partes y en todo momento incluso mientras dormimos. Se expresa con estas palabras: ¡Señor Jesucristo, tener piedad de mí! Aquel que se habitúa a esta invocación siente un gran consuelo y la necesidad de decirla siempre; y al cabo de un cierto tiempo ya no sabe estar sin decirla y ella sola nace en su interior».
«Siéntate en el silencio y en la soledad; inclina la cabeza y cierra los ojos; respira más suavemente, mira con tu imaginación al interior de tu corazón, recoge tu inteligencia, es decir, tu pensamiento, de la cabeza al corazón. Di mientras respiras en voz baja o simplemente en espíritu: ¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!. Esfuérzate en apartar todo pensamiento, sé paciente y repite este ejercicio a menudo».
«Todo mi deseo estaba fijo sobre una sola cosa: decir la oración de Jesús y, desde que me consagré a ello, estuve colmado de alegría y de consuelo. Era como si mis labios y mi lengua pronunciaran por sí mismos las palabras, sin esfuerzo por mi parte».
«…Entonces sentí como un ligero calor en mi corazón y tal amor por Jesucristo en mi pensamiento que me imaginé a mi mismo arrojándome a sus pies – ¡Ay, si pudiera verlo!– y reteniéndolo en mi abrazo, besando con ternura sus pies y agradeciéndole con lágrimas haberme permitido, en su gracia y su amor, encontrar en su nombre un consuelo tan grande – amí, su criatura indigna y pecadora. En seguida sobrevino en mi corazón un calor agradable que se expandió en todo mi pecho…’
«Algunas veces mi corazón resplandecía de alegría, en tanto que estaba liviano, pleno de libertad y de consuelo. A veces yo sentía un amor ardiente hacia Jesucristo y todas las criaturas de Dios… A veces, invocando el nombre de Jesús, estaba colmado de felicidad, ydespués de eso conocía el sentido de estas palabras: “El reino de Dios está dentro vuestro».
Los Relatos… ¿son, en verdad, una autobiografía? ¿O son una novela espiritual, tal vez una obra de propaganda? En ese caso, ¿de qué medio emanan? Se trata de preguntas que debemos dejar sin respuesta. No todo está allí hecho con un oro igualmente puro. La oración de Jesús está presentada, tal vez excesivamente, como actuando ex opere operato. Un teólogo, un higúmeno, un sacerdote que tenga almas a su cargo, se expresaría con mayor sobriedad y prudencia. Pero no se podría permanecer insensible a la frescura del relato, a su aparente sinceridad, a menudo, a su belleza espiritual y, finalmente a los dones literarios del autor. Los Relatos… tuvieron una continuación. Una segunda parte, atribuida al mismo autor que la primera, apareció veintiséis años después que ésta y en las mismas condiciones misteriosas . Esta segunda parte es muy diferente. Ella teologiza; reproduce conversaciones en las que intervienen, entre otros, un profesor y un starets; no tiene la ingenuidad (tal vez sólo aparente) y el encanto de la obra primitiva, y se encontrará poco verosímil que una y otra hayan sido escritas por la misma pluma.
Significado de la Oración de Jesús
«SEÑOR JESUCRISTO, HIJO DE DIOS, TENED PIEDAD DE MÍ, PECADOR!»
Señor: viene de Kyrios y es como decir: Dios. Pues para decir Jesús es Señor es precisa la ayuda del Espíritu Santo, Dios.
Jesús: Es nombre y misterio de Salvación.
Cristo: Quiere decir Mesías o sea, sacerdote, profeta y rey.
En el Antiguo Testamento el nombre de Dios pasa de ser pronunciable a indecible o inefable, por lo que se sustituye por Adonai al objeto de no hacer imágenes ni siquiera del nombre de Dios. En el Nuevo Testamento el nombre de Dios es pronunciable porque en la nueva economía Dios se une a nuestra carne. Le pondrás por nombre Jesús porque el salvará a su pueblo de sus pecados.
La plegaria hesicasta u oración de Jesús contiene toda la verdad de los Evangelios e incorpora los dos grandes misterios que caracterizan la revelación y la fe cristiana.
1) La Encarnación- Jesús (humanidad) Hijo de Dios y Señor (divinidad)
2) La Trinidad- Hijo de Dios (el Padre), Jesús-Señor (Espíritu Santo que nos da la fuerza para confesarlo). Es una plegaria de adoración y penitencia que unida a la inspiración expresa acogida y a la expiración, abandono. La Oración de Jesús aparece íntimamente vinculada a las actitudes de metanoia (cambio interior, nueva escala de valores); a la compunción y humildad; a la confianza segura y audaz; a la atención de los sentidos y el corazón a las palabras y a la Presencia; y en último término a hesiquía (búsqueda de la quietud y de la auténtica unificación interior a través de la invocación del nombre de Jesús).
La oración de Jesús puede practicarse en dos momentos diferentes:
1) Libre- Permite llenar el vacío entre lo tiempos de oración y las actividades ordinarias de la vida y unirnos a Dios en momentos de trabajo.
2) Formal- Concentrados y con exclusión de toda otra actividad. A ello ayuda estar sentados, con poca luz, los ojos cerrados, ayudándonos si es preciso de un rosario-oriental u occidental, son un medio- para concentrarnos mejor.
Se recomienda no cambiar demasiado la fórmula elegida desde un comienzo, aunque ciertos momentos de variación parecen oportunos para evitar el hastío. A los que empiezan se les recomienda la alternancia entre la invocación pronunciada por los labios y la oración interior: «Cuando se reza con la boca, hay que decir la oración con calma, dulcemente, sin agitación alguna, para que la voz no enturbie o distraiga la atención del espíritu, hasta que éste se habitúe y progrese en el trabajo de la oración y pueda rezar por sí solo, con la gracia del Espíritu Santo».
Todas estas indicaciones no tienen más objeto que el de lograr la concentración del cuerpo, del alma y del espíritu en Jesús. De hecho, las palabras que componen la oración de Jesús varían según las épocas y los autores. La fórmula más breve repite únicamente el nombre de «Jesús», y la más larga dice: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pobre pecador». Algunos Padres aconsejan a los principiantes permanecer fieles a una sola fórmula, la que ellos prefieran; pero, una vez elegida, recomiendan variarla lo menos posible.
Así, al estar integradas y unificadas todas las potencias y partes del ser humano en el corazón, «el corazón absorbe al Señor, y el Señor absorbe al corazón y los dos se hacen uno»` Y, a continuación, el mismo texto añade: «Pero esto no es obra de un día o de dos. Se requiere mucho tiempo. Hay que luchar mucho y durante mucho tiempo para lograr rechazar al enemigo y que Cristo habite en nosotros.
Este estallido de amor en el pobre corazón del hombre lo eleva por encima de todas las criaturas. Pero no se trata de una elevación que implique una exclusión, sino todo lo contrario:tal elevación de amor es una inefable inclusión de todo lo creado; es una capacidad y potencia de amor por todos los hombres y todas las cosas. Isaac el Sirio es quien mejor ha hablado en Oriente de este amor universal, con una ternura y sencillez que recuerdan a nuestro Francisco de Asís en Occidente:
«¿Qué es un corazón compasivo? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando piensa en ellos y cuando los ve, sus ojos se le llenan de lágrimas. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. Por eso es por lo que, con lágrimas, intercede sin cesar por los animales irracionales, por los enemigos de la verdad y por todos los que le molestan, para que sean preservados del mal y perdonados. Es la inmensa compasión que se eleva en su corazón – una compasión sin límites, a imagen de Dios»
Pero, sobre todo, no hay que forzar nada. La plegaria debe ir estableciendo su propio ritmo y acento. Que es el ritmo que Dios quiere para nosotros.
La Invocación del Nombre de Jesús en Occidente
La Iglesia romana tiene una fiesta del Santo Nombre de Jesús (y no la Iglesia ortodoxa); desde Pío X esta fiesta se celebra el domingo entre el primero de Enero y la Epifanía, o, en su defecto, el dos de enero. La misa y el oficio de la fiesta fueron compuestos por Bernardino dei Busti (+1500) y aprobados por el Papa Sixto IV: originalmente confinada a los conventos franciscanos, la fiesta se extendió más tarde a toda la Iglesia.
El estilo retrotrae a la época en que fueron compuestas y difiere mucho del antiguo estilo romano. No se puede más que admirar la belleza de las lecciones de la Escritura y– de las homilías de San Bernardo elegidas para los maitines. Los himnos Jesu dulcis memoria, Jesu rex admirabilis, falsamente atribuídos a San Bernardo, fueron tomados de un jubilus escrito por un desconocido del siglo XII. Las letanías del Santo Nombre de Jesús, aprobadas por Sixto V, son de origen dudoso; tal vez fueron compuestas, hacia comienzos del siglo XV por San Bernardino de Siena ‘y San Juan de Capistrano. Esas letanías, tal como lo muestran las invocaciones: «Jesús, esplendor del Padre… Jesús, sol de justicia… Jesús, dulce y humilde corazón… Jesús, aficionado de la castidad… etc.», están consagrados a los atributos más que al nombre mismo de Jesús; se podría, hasta cierto punto, compararlas con el acatiste del «muy dulce Jesús» en la Iglesia Bizantina. Se sabe que aquella devoción estuvo rodeada por el monograma JHS; que no significa, como se dice a menudo Jesus Hominum Salvator, sino que presenta simplemente una abreviación del nombre de Jesús. Los jesuitas, colocando una cruz por encima de la H, hicieron de ese monograma el emblema de la Compañía.
En 1564. el papa Pío IV aprobaba una Confraternidad de los Muy Santos Nombres de Dios y de Jesús, que, convertida más tarde en Sociedad del Santo Nombre de Jesús, todavía existe. Esta fundación fue consecuencia del Concilio de Lyon de 1274, que prescribió una devoción especial hacia el nombre de Jesús. La Inglaterra del siglo XV usaba un Jesus Psalter compuesto por Richard Whytfor; ese salterio de Jesús comprende una serie de peticiones de las cuales cada una comienza por la triple mención del nombre sagrado, está todavía en uso y hemos tenido en nuestras manos un ejemplar muy reciente.
El gran propagador de la devoción del nombre de Jesús durante la baja edad media fue San Bernardino de Siena (1380-1444); recomendaba llevar tablillas sobre las cuales estaba escrito el signo JHS. San Juan de Capistrano, discípulo de Bernardino, era también un propagador ferviente de la devoción al nombre de Jesús. Ambos santos pertenecían a la familia religiosa de San Francisco de Asís. Se sabe que el mismo Francisco se enternecía con el nombre de Jesús. El culto del Santo Nombre se convirtió en una tradición franciscana; es muy significativo que una versión italiana de las Florecillas realizada en Trevi en 1458, por un Hermano menor de la reforma de San Bernardino, contenga un capítulo adicional sobre el testimonio del culto rendido por San Francisco al nombre de Jesús.
Pero fue en definitiva Bernardo de Claraval, en el siglo XII, el más inspirado por el Nombre de Jesús. Especialmente cuando se lee su sermón XV, sobre el Cantar de los Cantares. Comentando la asimilación del nombre de Jesús al aceite derramado, hecha por el Cantar, desarrolla la idea de que el nombre sagrado, lo mismo que el aceite, ilumina, unge «¿No es en la luz de ese nombre que Dios nos ha llamado a su admirable luz?» (Se recordará alos hesicastas) «El nombre de Jesús no es sólo una luz, sino también un alimento». Y finalmente:
«Si escribes, yo no gusto de tus escritos, a menos que en ellos lea el nombre de Jesús. Si discutes o pronuncias una conferencia, no gusto de tu palabra, á menos que resuene en ella el nombre de Jesús, Jesús es miel en la boca, una melodía en el oído, una alegría en el corazón… Pero (el Nombre) es también un remedio ¿Alguno de nosotros está triste? Que Jesús llegue a su corazón, y desde allí, El brote en su boca…. ¿Alguno cae en el crimen?… Si invoca el nombre mismo de la vida, no respirará al mismo tiempo el aire de la vida?»
Esos pasajes contienen la más profunda teología del Nombre sagrado.
La Oración del Corazón
(Conferencia dictada por Olivier Clement a los monjes de la abadía de Tamie (Saboya) el 29 de mayo de 1970)
1.- EL CONTEXTO TEOLÓGICO Y SACRAMENTAL
Es muy importante, para comprender esta oración, situarla en su contexto teológico y eclesial: el hesicasta no está más allá de la Iglesia, él se coloca en su mismo centro, se hace íntegramente un hombre de Iglesia, capaz de «hacer eucaristía en todas las cosas», como lo pedía el apóstol (ITes 5,18). Que el hesicasmo constituye la contrapartida cristiana del yoga, que reubica en una actitud propiamente bíblica de reencuentro personal y de gracia una exploración de la interioridad que practican también las espiritualidades asiáticas, es más que probable. Y esto se debe a la estructura misma del hombre, creado a la imagen de Dios. Volveremos sobre esto. Pero, puesto que sólo Cristo puede recapitularlo todo y colocarlo todo en su verdadero lugar, el hesicasmo aparece como fundamentalmente crístico, como una ascesis cuyo fin es la toma de conciencia actuante de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu Santo y Casa del Padre…
a) Es necesario, en primer lugar, recordar algunos acercamientos teológicos. Cuando, en Occidente, pensamos en la noción de naturaleza, los hacemos a través de una sensibilidad filosófica modelada por el tomismo tardío, luego por el dualismo cartesiano, finalmente por las ciencias contemporáneas que rehabilitan – contra las ciencias humanas – ese «paradigma perdido» a partir de los datos de la biología, la ecología y la etología. Ahora bien, cada vez tenemos la impresión de que la gracia viene a agregarse a la naturaleza, para contrariarla o perfeccionarla… En el Oriente cristiano, me parece, la gracia es sentida. como presente en todo lo que existe. La verdadera naturaleza de los seres y de las cosas, es justamente esa transparencia a la gracia, ese dinamismo de unión con las energías divinas. Pues la gracia es increada, es Dios mismo que se hace participable voluntariamente, permaneciendo, al mismo tiempo, el Totalmente Otro, el inaccesible.
Seguir la naturaleza, en esta perspectiva, es abrirse a la gracia y unirse a Dios: el hombre no es verdaderamente hombre más que en Dios, no se puede hablar del hombre a su propio nivel y, como decía Berdiaev, empleando símbolos apocalípticos, no hay, a la larga, otra elección que la «divino-humanidad» o la «bestial-humanidad». El mundo caído, aunque sigue siendo creación de Dios, conoce una modalidad nocturna, o si se quiere, demasiado clara, luciferina, en el sentido del «palacio de cristal» de Dostoievsky. Ciertamente, es mantenido en el ser por la Sabiduría divina y, la reflexión científica más reciente, muestra hasta qué punto el orden cósmico se concerta sin cesar sobre el desorden, sobre el caos. Sin embargo, ese mundo de opacidad, de crueldad y de muerte, es parcialmente contra-natura: la verdadera naturaleza la descubrimos en el cuerpo «pneumatizado» del Resucitado, del que participamos en la eucaristía…
El hombre ha sido creado a imagen de Dios, llamado a transformar, en la gracia, la imagen a semejanza, en el sentido de una participación. La imagen designa, en primer lugar, al hombre en tanto que vocación a una existencia personal en comunión, a la manera de la Unitrinidad, y por transparencia de las energías trinitarias. Pero también designa esa naturaleza profunda, inseparable del cosmos, no fruto, sino motor secreto del devenir cósmico, y esta naturaleza es la aspiración a lo infinito, la esperanza de la deificación, la inmensa celebración de la que la India dice con profundidad que dormita en la piedra, sueña en la planta, despierta en el animal, se hace, o mejor dicho, se puede hacer consciente en el hombre. Todo el problema del hombre radica en expresar justamente ese movimiento hacia el infinito, unir el dinamismo interior del Soplo a la revelación del Logos, de otro modo ese impulso suscita las «pasiones» y las idolatrías.
Si se tiene presente la significación de esta noción de naturaleza, se comprende que el ser humano en su totalidad, y hasta en su estructura y ritmos corporales está constituido para llegar a ser el templo del Espíritu (la expresión es paulista, como se sabe). Hemos hecho del cristianismo un asunto del alma, un asunto psicológico (y finalmente, una ideología…). Pero, en la tradición de la Iglesia indivisa se encuentra esta idea muy fuerte de que el hombre es creado para ser unido a Dios en todo su ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, no considerándose aquí el espíritu como una facultad particular, sino como ese centro dónde todas las facultades se unen, dónde el hombre todo entero a la vez se reúne y se sobrepasa. En suma, la inscripción en toda la naturaleza del hombre de su vocación en persona. Un occidental, marcado por una especie de platonismo inconsciente, tiene tendencia a acercar el Espíritu al espíritu, despreciando el cuerpo. En realidad, el Dios viviente trasciende también radicalmente tanto lo inteligible como lo sensible y, cuando se da, transfigura tanto lo uno como lo otro. La antropología del hesicasmo es por consiguiente muy bíblica, es decir, muy unitaria. Pone el acento sobre los dos ritmos fundamentales de nuestra existencia psicosomática, el de la respiración y el del corazón. El ritmo respiratorio es el único que podemos utilizar voluntariamente, no para dominarlo sino para ofrecerlo; él determina nuestra temporalidad vivida, la acelera o la calma, la encierra sobre sí misma o la abre sobre la Presencia. El ritmo del corazón ordena el espacio-tiempo alrededor de un centro, del que todas las tradiciones espirituales saben que es abismal, que puede abrirse sobre la trascendencia; es la «caverna del corazón» de las tradiciones arcaicas y de la India… Esos dos ritmos nos han sido dados por el Creador para permitir a la vida divina apoderarse del trasfondo de nuestro ser y envolverlo, penetrar de luz toda nuestra existencia. Se podría casi decir, no solamente nuestra existencia corporal, sino a partir de nuestra existencia corporal, pues es sobre el Cuerpo de Cristo que somos injertados por el bautismo; es por la sangre («consanguíneos») y por el cuerpo («concorporales») que somos unidos á Cristo: ciertamente, el Cuerpo de Cristo designa su entera humanidad, pero la lengua no se equivoca, es el cuerpo el que constituye la raíz y la expresión última de la encarnación. Es necesario tomar en serio la exhortación: «No sabéis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo que mora en vosotros?. . Glorificad a Dios en vuestro cuerpo» (1Cor 6,19-20).
Una cierta poesía nos guía aquí, no hacia lo imaginario, sino hacia la profundidad, hacia un simbolismo verdadero que se inscribe en la naturaleza de las cosas, que el Logos ordena y que el Pneuma vivifica.
«El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en sus narices un soplo de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente» (Gn 2,7). Así se precisa una correspondencia, una analogía-participación entre el Espíritu, en tanto que soplo vivificante de Dios, y la respiración en tanto que soplo vital del hombre. El hombre es llamado a mezclar su soplo al Soplo divino, a «respirar el Espíritu Santo», como escribió Gregorio el Sinaíta. Es lo que él logra si puede «adherir» a su respiración el Nombre de Jesús, pues el Espíritu, en Dios como en el hombre, es el «enunciador del Verbo».
Existe igualmente una analogía semejante entre el corazón como centro de integración del hombre, «sol del cuerpo», y Cristo, «sol de justicia», corazón de la Iglesia y, por su intermedio, del universo, puesto que la Iglesia no es otra cosa que el universo en vías de transfiguración, vuelto atento a su corazón. Este tema del Cristo-corazón, corazón de la Iglesia y de cada uno de sus miembros, es fundamental en un espiritual y liturgista laico de fines de la Edad Media, Nicolás Cabasillas, que escribía para los laicos y daba a la tradición hesicasta una tonalidad directamente sacramental.
En efecto, el tema del corazón está ligado al de la sangre. Cuando el hombre arcaico y, por otra parte, el hombre bíblico, medita sobre la sangre, la ve líquida como el agua pero roja y caliente como el fuego. La sangre es, de algún modo, un agua pneumatizada portadora del misterio de la vida y que sólo pertenece a Dios. Las aguas simbolizan la vibración original de lo creado bajo el Soplo que suscita la vida. En el origen el Espíritu reposa sobre las aguas, las incuba, las vuelve dúctiles a las exhortaciones del Verbo. Y, ciertamente, en nosotros y alrededor de nosotros, el pecado endurece al ser creado, lo hace insensible al Espíritu. Solo la sangre que brota del costado y del corazón del Crucificado puede sacramentar de nuevo la tierra, sólo la sangre eucarística puede encender nuevamente el fuego del Espíritu en nuestra sangre, en nuestro corazón a condición de que la existencia en nosotros pierda su dureza, que el corazón de piedra se disuelva en las aguas nuevamente originales, matriciales, del bautismo, y de las lágrimas.
A través de esos símbolos que se corresponden, se puede apreciar como se enlazan el soplo humano y el soplo divino, la gracia bautismal, la sangre y el corazón.
Todo esto conduce a la idea de una inteligencia que no es solamente cerebral, inteligencia de la cabeza y de la racionalidad caídas – que opone o confunde – y también a la idea de un «sentir», de una «sensación» que no es sólo del corazón orgánico o de las entrañas.
Por consiguiente, a la idea de una inteligencia del corazón espiritual (que no coincide totalmente con el corazón físico pero se encuentra un poco más alto) y de una sensación del corazón espiritual. Como si el corazón uniera, metamorfoseara, en el crisol de la gracia, la cabeza y las entrañas, por un conocimiento de fe y de amor, por una «sensación de Dios» dónde el hombre íntegro se sobrepasa, se equilibra y se abrasa. La Biblia habla sin cesar de ese «corazón-espíritu», de ese corazón inteligente. El Evangelio dice: «Amarás a Dios con todo tu corazón»; en una redacción más tardía, adaptada a una mentalidad helénica, debió precisar: «con todo tu corazón y toda tu inteligencia». Pero, bíblicamente hablando, «con todo tu corazón» es suficiente. «Con todo tu corazón» significa «con toda tu inteligencia».
El fundamento de esas analogías es la creación del hombre a imagen de Dios, lo que explica que estén presentes, al menos en forma parcial en la mayoría de las tradiciones espirituales de la humanidad. Pero la creación no es realmente restaurada, o mejor, realmente instaurada, más que en Cristo, y es por ello que todas esas analogías encuentran en él su origen y su cumplimiento. Es él quién hizo de la humanidad el Templo del Espíritu, su soplo es el «principio de vida», su carne y su sangre, asumiendo a través del pan y el vino todo el cosmos y toda la historia de los hombres, son el único alimento de eternidad.
b) La oración de Jesús, por otra parte, está, ligada al misterio del nombre.
El tema del nombre se reencuentra por todas partes en la historia de las religiones, al igual que en la celebración poética o ritual, de las amistades o de los amores humanos. El nombre ha sido siempre sentido como la expresión de la Presencia. En las religiones arcaicas, de las que la magia está a menudo próxima, conocer el nombre del Dios, es dominar su poder (pero el Dios no es más que la apariencia de una divinidad impersonal). En la Biblia el cambio es sorprendente: no se trata de dominar el poder del Dios, el Dios viviente toma una distancia fulminante, se hace inaccesible. La invocación del Nombre se hace excepcional y terrorífica. El tetragramá era pronunciado sólo una vez por año, el día de Yom Kippour, cuando el gran sacerdote penetraba en el «santo de los santos». E incluso esta nominación se perdió, fue (¿voluntariamente?) olvidada. Se dijo Adonai, el Señor. O Elohim, un plural que designa el salto «fuera de sí» del Inaccesible. En las religiones de la trascendencia pura, Judaismo e Islam, no se pretende conocer el Nombre; se sabe solamente que Dios estableció soberanamente ciertos tipos de relaciones con el hombre y que, dada una de ellas, puede ser evocado por un nombre relativo por definición (no ya entonces el Nombre; sino los nombres: el Islam cuenta 99). Jesús nos revela el Nombre propio de Dios y es un Nombre ex-propiado. Dios sale de su trascendencia inaccesible y se revela a nosotros sobre la cruz. Es en esta kénosis inimaginable, en esta expropiación total, que nos revela su nombre propio. Jesús, no muy común en el antiguo Israel significa «Dios Salva», «Dios libera». Pero es sólo después del Gethsemaní y el Gólgota, después del descenso de Cristo en la muerte y en el infierno, que sabemos de qué somos salvados, de qué liberados.
La paradoja de lo Inaccesible y del Crucificado, esa gran antinomia, nos permite balbucir más allá de todo sentimentalismo la ecuación de Juan: «Dios es amor». Nosotros no invocamos el Nombre como los pueblos antiguos que querían dominar un poder: ofrendamos a una presencia infinitamente participable pero simultáneamente inaccesible.
No invocamos ya el Nombre en el temor y el temblor, como lo hacen el Judaísmo y el Islam, para los cuales se trata sobre todo de uno de esos nombres que constituyen algo así como el «reverso» misterioso de lo Trascendente. Dios, para nosotros, volvió al corazón de su creación por el sí de una mujer y, consumiendo el fuego, viene a nosotros, «dulce y humilde de corazón» en la presencia de Jesús, en el soplo ligero del Espíritu, en el balbuceo infantil, tan familiar, tan confiado: abba, Padre, en el pan y el vino compartidos de la eucaristía.
Es por ello que, contrariamente a lo que a menudo se piensa, el Nombre propio de Dios, el Nombre expropiado del Amor, no me parece que se limite a la sola invocación de Jesús. El se despliega en la fórmula íntegra: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios», y se trata de una fórmula trinitaria.
La «oración de Jesús», tal como se estereotipó en los siglos XIII y XIV, «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi», amalgama el llamado del publicano y el del ciego del Evangelio. Pero se trata de una invocación trinitaria. Invocamos a Jesús, le llamamos Cristo y Señor, por consiguiente confesamos su divinidad. Ahora bien, «nadie puede decir que Jesús es Señor, sino en el Espíritu Santo» (ICor 12,3) Decir que él es Cristo, es recordar que el Espíritu reposa sobre él, en él, pues el Espíritu es, desde toda la eternidad, la «unción del Hijo», como lo señalaba San Gregorio de Niceas. Invoquemos entonces en el Espíritu y designemos al Espíritu mismo designando la Unción que hace de Jesús el Cristo. Finalmente, digamos de éste, que es «Hijo de Dios». Y Dios, en esta fórmula, como en todo el cristianismo antiguo, es el Padre, «fuente» de la divinidad y «principio» del Hijo y del Espíritu. Decir «Jesucristo Hijo de Dios» es entrar en el misterio de la patri-filiación, es nombrar al Padre.
La «oración de Jesús» – y este es el último elemento de su contexto, del que me parece esencial hablar- se ubica en una perspectiva sacramental. Tiene por fin una toma de conciencia de la gracia bautismal, es un reencuentro personal con Cristo, que es al mismo tiempo una vida-en-Cristo, una «respiración del Espíritu» (puesto que el cuerpo sacramental de Cristo es un cuerpo «pneumático», un lugar pentecostal), una actualización de la energía trinitaria que, para un cristiano, no es jamás impersonal si no se realiza en el Espíritu, por Cristo, hacia el Padre.
El bautismo, y por consiguiente la crismación, que en el Oriente cristiano es inseparable de aquél, acentúa el aspecto carismático; el bautismo es la gran iniciación cristiana, descenso en las aguas de la muerte, descenso en el infierno con Cristo y vuelta a subir con él y en él; resurrección en Cristo, posibilidad de metamorfosear la angustia de la muerte en júbilo en el Espíritu. De modo que el bautizado lleva en adelante en su inconsciente, no sólo los rasgos de su destino individual o colectivo, sino al mismo Dios (lo que descubren a su manera los «psicoanalistas de la existencia»).
En adelante, una cierta exterioridad o impersonalidad de Dios es superada, exterioridad de las religiones de la trascendencia cerrada donde la fe permanece siendo de orden ético; impersonalidad de los orientes lejanos donde la inmersión en lo divino disuelve al hombre.
Mediante el bautismo, el Dios viviente, el Inaccesible, se vuelve plenamente participable en el «abismo» del corazón.
San Juan Crisóstomo afirma que un adulto, recibiendo el bautismo, percibe fugazmente una real iluminación, pero que ésta se oculta en seguida en el inconsciente. Es necesario entonces trabajar, y ese es todo el sentido de la ascesis, para volvernos conscientes de esta presencia que ocupa el fondo de nuestro ser. Existe la santidad, además, en nuestra existencia corporal misma, injertada por el bautismo en el cuerpo del «solo Santo», existe la santidad en nuestro cuerpo «con-corporal» al suyo, en nuestra sangre penetrada por la incandescencia eucarística. Es nuestra alma o, más precisamente, nuestra conciencia, la que se adultera y se prostituye, es ella la que es necesario volver atenta al misterio presente en el «corazón».
La «oración de Jesús» tiene por fin «circunscribir lo incorporal en lo corporal», reconstituir la unidad extática del «corazón consciente». Tomar consciencia de la gracia bautismal no se separa, por consiguiente, de tomar consciencia de la plenitud eucarística. Vivir en Cristo es volverse un hombre eucarístico, despertarse a la gran alegría de la eucaristía que es también una alegría pentecostal, puesto que cada vez que celebramos la eucaristía entramos en el lugar de un Pentecostés que no terminará jamás, que anticipa la Parusía y estallará en toda su fuerza en el momento de la Parusía: «Hemos visto la verdadera luz, hemos recibido el Espíritu celeste», cantan aquellos que vienen de comulgar. El fin de la «oración de Jesús» es ayudarnos a estabilizar, elucidar, interiorizar esta visión de la verdadera luz, esta recepción del Espíritu. La invocación del Nombre de Jesús debe llegar a ser una «epiclesis» cada vez más permanente.
El «corazón consciente» es, de este modo, un corazón eclesial. Es a la vez unificación del hombre y toma de consciencia de la consubstancialidad, en Cristo, de todos los hombres.
Por esto los carismas que reciben a veces los espirituales – de curación, de profecía, de clarividencia, de «simpatía», de discernimiento de los espíritus, de paternidad espiritual- son ordenados para la «edificación» de la Iglesia. Aunque permanezca solo y anónimo hasta el fin de su vida, el espiritual, por su solo acto de presencia, es una fuente de bendiciones para la Iglesia, la humanidad y el universo. Lo envuelve todo en su oración. Es la sal de la tierra y la luz del mundo, él que no busca, con el apóstol, más que aparecer como «la barredura» del mundo.
A esta toma de consciencia de la gracia sacramental se liga, inseparablemente, una lectura adoradora, y como sacramental, ella también, de la Palabra de Dios. Es lo que el monaquismo occidental denomina la lectio divina, esa incorporación casi eucarística del sentido espiritual. Una lectura semejante permite, luego, llevar en sí una frase o una palabra, como un germen de vida, como un perfume que ennoblece el alma durante horas. Se deja correr en sí los salmos, pero si repentinamente una frase, una expresión, toca el corazón, es necesario guardar en sí, preciosamente, esa herida de trascendencia: «Tu amor me ha herido, marcho cantándote», decía San Juan Clímaco.
Entre las historias del Desierto, se encuentra aquella del hombre que encontró a un abba y le preguntó como debía orar. «Es necesario recitar los salmos», respondió el monje. Y como el otro no sabía ninguno, le enseñó el primer versículo del primer salmo: «Feliz el hombre que no marcha según el consejo de los malvados…», agregando: «Ve, medita esas palabras, luego vuelve y te enseñaré la continuación». El hombre partió y el monje no lo volvió a ver.
Durante muchos años su meditación se alimentó de esas pocas palabras, y así se convirtió en un santo…
La Biblia y la Filocalia son, inseparables. El autor de los Relatos de un Peregrino ruso cuenta que sólo llevaba esos dos libros en su alforja: «El Evangelio es como la oración de Jesús, escribió, pues el Nombre divino encierra en sí todas las verdades evangélicas».
«Cuando comencé a comprender mejor la Biblia, gracias a la Filocalia, encontré cada vez menos pasajes oscuros. Los Padres tienen razón en decir que la Filocalia es la llave que descubre los misterios encerrados en la Escritura».
Es la hermeneútica de la oración, aquella de la que tenemos mayor necesidad hoy.
«Comencé a comprender el sentido oculto de la Palabra de Dios», agrega el Peregrino, «descubrí lo que significan expresiones como ‘el Hombre interior del corazón’, ‘la oración verdadera’, ‘la adoración en espíritu’, ‘el Reino en nuestro interior’, ‘la intercesión del espíritu’. Comprendí el sentido de estas palabras: ‘Vosotros estáis en mi’, ‘estar revestido en Cristo’, y muchas otras».
Se comprende que el Oriente cristiano haya llamado graphai, escrituras, indistintamente a la Biblia, sus comentarios litúrgicos y sus comentarios místicos; y también que ciertos espirituales de esta tradición hayan podido afirmar que la destrucción material de la Biblia no habría tenido para ellos ninguna importancia, no sólo porque la sabían de memoria, sino porque habían penetrado su corazón. En el límite, el corazón virgen del santo “iletrado” (agrammatos) se convierte en la página blanca dónde Dios inscribe directamente, en caracteres de fuego, su Verbo.
Rodrigo de Córdoba, Santo
Sacerdote y Mártir, 13 de marzo
Martirologio Romano: En Córdoba, en Andalucía (España), pasión de los santos Rodrigo, presbítero, y Salomón, mártires. El primero, al negarse a aceptar a Mahoma como el verdadero profeta enviado por el Omnipotente, fue encarcelado. En el cautiverio coincidió con Salomón, que algún tiempo antes había pertenecido a la religión mahometana, y al ser decapitados ambos a la vez, finalizaron gloriosamente el curso de su combate. († 857)
Breve Biografía
San Rodrigo mártir vivió bajo el reinado de Mohamed I, hijo de Abderramán II, en el emirato de Córdoba.
San Eulogio, obispo de esta ciudad, da cuenta del martirio sufrido por Rodrigo, juntamente con san Salomón, el día tercero de los dias de marzo (día 13) del año 895.
Natural de un pueblo próximo a Egabro (Cabra), cursó en esta ciudad los estudios eclesiásticos y se ordenó sacerdote.
Uno de sus hermanos, fanático de Mahoma, arremetió un día contra él y lo dejó malherido; y habiéndolo instalado en una camilla, lo paseó por la ciudad, explicando que de esta manera quería demostrar su fe musulmana. Pero habiéndose rehecho Rodrigo de sus heridas, logró escapar.
Su hermano, despechado, lo acusó ante el cadí de prevaricador y apóstata. Conducido a prisión, allí conoció a otro mozárabe, Salomón, acusado como él de haber renegado de Mahoma.
Después de numerosos intentos por convertirlos al Islam, el cadí los sentenció a muerte. Fueron degollados, y sus cuerpos, atados a pesadas piedras, fueron arrojados al río. Pero fueron hallados milagrosamente, y enterrados solemnemente, durante una procesión nocturna, precedida por el obispo Saúl.
La fiesta de san Rodrigo y san Salomón se celebra el 13 de marzo.
Signo y significado
Santo Evangelio según San Lucas 11, 29-32. Miércoles I de Cuaresma
Por: H. José Alberto Rincón Cárdenas, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, abre mis ojos para saber interpretar el signo con el que vienes a mí cada día.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 29-32
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La incredulidad; quizás sea ésta una de las faltas más graves de todo tiempo. Su raíz no es otra que la indiferencia. Y nuestra sociedad es muy indiferente. Como no sé realmente si lo que percibo es la verdad, prefiero pasar de largo, optar por no tomar partido. ¿Es ésta también mi actitud delante del crucifijo?
Dios continúa hablando a los hombres. Es más, no ha dejado de hacerlo desde que Adán caminó por el jardín del Edén. No obstante, los hombres no lo escuchamos. Podría decirse que nuestros ojos están vendados, o bien que no sabemos leer los signos divinos. Clamamos al cielo pidiendo que se nos envíe una señal. ¡Ciegos! ¡Sordos! ¡Duros de corazón!
Dios ha hablado ya su última palabra, la única que merece nuestra total confianza. ¿Y cuál es, sino la cruz? Ése es el signo del Hijo del hombre. Así como Jonás pasó tres días en el vientre del animal, el Hijo de Dios había de pasar tres días en las entrañas de la tierra. Ése es el significado. Por eso san Pablo se gloriaba solamente en la cruz de Cristo, pues en ella encontraba la verdadera causa de su felicidad y la certeza de la redención.
La generación de tiempos de Jesús no entendió la cruz; no entendió ni el signo ni el significado. La pregunta que debemos hacernos es si nuestra generación, después de 2000 años de testimonio en favor de la cruz, ha comprendido ya el signo que su Señor le dejó, y el significado de amor que conlleva.
«Esta Jornada Mundial de la Juventud es una oportunidad única para salir al encuentro y acercarse aún más a la realidad de nuestros jóvenes. Realidad llena de esperanzas y deseos, pero también hondamente marcada por tantas heridas. Con ellos podremos leer de modo renovado nuestra época y reconocer los signos de los tiempos porque, como afirmaron los padres sinodales, los jóvenes son uno de los “lugares teológicos” en los que el Señor nos da a conocer algunas de sus expectativas y desafíos para construir el mañana. Con ellos podemos visualizar cómo hacer más visible y creíble el Evangelio en el mundo que nos toca vivir; ellos son como termómetro para saber dónde estamos como comunidad y sociedad.»
(Discurso de S.S. Francisco, 24 de enero de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me tomaré un momento en el día para arrodillarme delante del crucifijo y reflexionar qué tanta importancia le doy en mi vida al signo con el que Dios se me quiso revelar.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El signo de los Sacramentos
Dios quizo comunicar su gracia de manera sensible para que al hombre le fuera más fácil entender.
Signo: Materia y Forma
Dios – que conoce la naturaleza humana – quizo comunicar su gracia de manera sensible para que al hombre le fuera más fácil entender. También Jesucristo quiso utilizar signos sensibles que demostraran la acción invisible del Espíritu Santo, utilizando elementos materiales y comunes a la vida diaria de los hombres.
Estos elementos materiales no fueron escogidos arbitrariamente, sino que llevan el significado de lo que desean obtener sobrenaturalmente y que unidos a unas palabras se lograra un efecto santificador. Ejemplo: el agua nos hace pensar en limpieza. En el Bautismo se utiliza el agua como señal de toda mancha de pecado que pudiera existir en el alma y que impide la santificación.
Estos signos son algo que implican un significado que demuestra otra cosa – la gracia -, al ser sensibles, se perciben por los sentidos. Existe una diferencia entre “signo” y “símbolo”. “Signo” es algo qué “está ocurriendo” en ese momento, existe una relación natural. La sonrisa de una persona, es signo de una alegría interior. El "símbolo” es algo que representa otra cosa. Aquí la relación es convencional. La bandera es un símbolo de un país, pero no es el país.
A estos elementos materiales los denominamos “materia” y las palabras que la acompañan son la “forma”. La materia y la forma son elementos constitutivos de los sacramentos y son la esencia misma de cada uno de ellos. Ambas son inseparables, significan una sola acción. Si falta la forma, no hay sacramento, si falta la materia, tampoco. La Iglesia, en su calidad de custodia de estos medios de salvación, no puede variar la esencia misma, solamente puede cambiar el rito . (Cfr. Ef. 5, 26; Hechos 6, 6; Sant. 5, 14).
La Materia es la “cosa sensible” ”lo que se realiza” que se emplea cuando se administran y que se percibe a través de los sentidos. Por ejemplo el agua en el Bautismo, el pan y el vino en la Eucaristía. Esa cosa sensible y unida a la forma es “signo” de otra cosa, la “gracia”.
La Forma son las palabras que se pronuncian, guardan una relación con la materia y ambas le dan sentido completo a la acción, que allí se está llevando a cabo. Ejemplo de palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, dichas mientras se derrama el agua sobre el bautizado.
Hitos del Pontificado de Francisco
Según Alessandro Gisotti, Director de la Sala de Prensa del Vaticano
Este miércoles 13 de marzo, el Papa Francisco cumplirá 6 años como Pontífice, aniversario que se produce mientras se encuentra en los ejercicios espirituales de Cuaresma junto con la Curia Romana.
Con motivo de este aniversario, Alessandro Gisotti, Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede desde diciembre de 2018, concedió una entrevista al medio Vatican News en la que analiza algunos de los hitos del Pontificado de Francisco.
Migrantes
Gisotti destacó la preocupación del Papa por los migrantes a lo largo de su pontificado: “El Papa muestra que los migrantes son personas y no cifras, y lo hace porque tiene una preocupación constante hacia ellos, mientras que vemos que, por desgracia con frecuencia, los medios se ocupan de los migrantes cuando hay una grave crisis, el naufragio de una embarcación o situaciones de emergencia por una guerra”.
“Además de su primer viaje a Lampedusa”, donde acudió poco después de su elección como Pontífice para consolar a los migrantes que en aquel momento estaban llegando en masa a esta isla italiana, “se han producido después muchos gestos de cercanía, de proximidad a los migrantes”.
En este contexto, situó su próximo viaje a Marruecos (del 30 al 31 de marzo), donde el Papa visitará un centro de Cáritas para migrantes. También en su próximo viaje a Bulgaria y a la República de Macedonia del Norte, del 5 al 7 de mayo, recorrerá un campo de refugiados.
Reconciliación
El Director de la Oficina de Prensa también se refirió a la implicación de Francisco en los diferentes procesos de paz y reconciliación en el mundo.
En concreto, habló de su reciente viaje a los Emiratos Árabes Unidos, del 3 al 5 de febrero, donde firmó con el Gran Imán de Al-Azhar, máxima autoridad religiosa islámica suní, una ‘Declaración común sobre la fraternidad humana’.
Esa Declaración “es un gesto profético y valiente del cual seguramente ya estamos recogiendo furtos, pero del que también recogeremos en el futuro”.
“El tema del diálogo es algo que está en el corazón del Papa y que lo contempla siempre con el binomio diálogo-amistad. No es nunca un diálogo con una finalidad específica, sino un diálogo que nace del encuentro”, explicó.
Protección de menores
En la entrevista, Alessandro Gisotti también valoró el Encuentro sobre protección de menores que se celebró en el Vaticano del 21 al 24 de febrero.
“Ha sido un encuentro necesario. Había la duda en muchas personas de si era apropiado tener esta reunión, sin embargo, el Papa ha dado una demostración de valentía y también, según mi opinión, de una valentía profética, porque, por primera vez, ante un escándalo terrible que pone en riesgo no solo la credibilidad, sino también algunos aspectos de la misma misión de la Iglesia, ha querido convocar a todos los presidentes de los episcopados”.
Un Papa sereno
Preguntado sobre qué aspecto le ha impactado más del Papa Francisco en estos dos meses y medio como director ad interim de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Alessandro Gisotti afirmó con rotundidad que “su serenidad”.
“Vivimos, y no se puede esconder, un momento muy delicado, en particular por el terrible escándalo de los abusos. A pesar, no obstante, de esta gran conciencia y también de esta gran valentía para afrontar tal situación, Francisco no pierde la calma, la serenidad”, aseguró.
Realmente, aseguró, “mirándolo en los momentos privados, se ve a un hombre en paz. Es una paz que, obviamente, no procede del mundo, sino que procede de Dios”.
¿Hay una devoción a la preciosa sangre de Cristo no aprobada por la Iglesia católica?
Es una devoción surgida en Nigeria y difundida por un falso vidente
DEVOCIÓN APROBADA POR LA IGLESIA
El santo papa Juan XXIII, “el treinta de junio de 1959, vigilia de la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado” publicó lacarta apostólica Inde a primis “sobre el fomento del culto a la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo”. Aunque ya se venía celebrando esta fiesta donde se rescata el carácter salvador de Cristo al derramar su preciosa sangre por cada uno de nosotros.
DEVOCIÓN NO APROBADA POR LA IGLESIA
Una devoción a la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo surgida en Nigeria se ha difundido en México y en otros países, esta se ha originado en Nigeria a partir del mes de julio de 1995.
En la Arquidiócesis de México se ha prohibido la difusión de esta devoción que se ha tomado del libro que no sólo se atribuye Bernabé Nwoye, posible vidente, sino que se afirma que habría sido dictado por Nuestro Señor Jesucristo a este supuesto vidente nigeriano.
Se afirma que diversos mensajes difundidos por Bernabé Nwoye provienen de la Santísima Virgen María y “una multitud de ángeles y santos, como San José, San Miguel Arcángel y otros arcángeles, San Antonio de Padua, Santa Brígida de Suecia, San Pío, Santa Gertrudis, San Judas Tadeo y muchos otros”.
También se señala que, en varias ocasiones, “Bernabé ha visto a la Santísima Trinidad simultáneamente bendiciendo cuando los sacerdotes pronuncian la bendición final en la Misa”.
La Arquidiócesis Primada de México el 20 de noviembre de 2015, en una carta circular, firmada por el Canciller, P. José V. Ortíz Montes, CCR, se da a conocer las conclusiones de las gestiones dirigidas por el Pbro. Dr. Rogelio Alcántara, director de la Comisión para la Doctrina de la Fe sobre este libro y en correspondencia sobre la devoción.
La Cancillería comunicó que ESTÁ TERMINANTEMENTE PROHIBIDA la literatura, iconografía y doctrina de la “Devoción a la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” venida de Olo, Nigeria.
A continuación los puntos no compatibles con la doctrina cristiana que señala la Arquidiócesis de México.
- La devoción afirma que la Iglesia Católica está “embriagada con hiel y amargura” (p. 641) y que ya no se puede confiar en ella porque: Saboteadores subversivos (masones) se han infiltrado en ella y han cambiado, y siguen cambiando, el Magisterio infalible de la Iglesia (p. 15 – 16).
- El Papa está bajo la influencia del demonio (pp. 18, 63; cf. p. 61), porque “en la Sede de Pedro” el demonio “ha levantado el trono de su abominable impiedad” (p. 64).
- El libro afirma que dicha infiltración se hizo para preparar la “apostasía final” mencionada en Dn 9, 21; Mt 24, 15 y 2Ts 2, 3. (p. 15 – 16).
- Sostiene que quien siga a la Iglesia Católica como actualmente se encuentra, muy probablemente “terminará en el infierno”, dado que “toda clase de evangelios están siendo predicados aún [sic] dentro del catolicismo” (p. 18). Según sus autores, esta devoción es para no perder la verdadera fe durante la Tribulación actual. No es para llevar un proceso de conversión que lleve a vivir las obras de misericordia.
- Presenta una devoción a la Preciosa Sangre totalmente ajena a la auténtica devoción ya secular en la Iglesia, promovida por santos como San Gaspar el Búfalo, San Juan XIII, etc.
- Dice que el rezo de sus oraciones hace que “la Hora del Reino en la tierra venga más pronto” (p. 58), por lo que pasan por alto que el Reino de Dios ya llegó con Jesucristo (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 541- 556) y que la salvación ha sido ya realizada por su Misterio Pascual.
- Afirma que si no se recibe el misterioso “Gran Sello de la Preciosa Sangre”, recibirá “el sello del enemigo, el 666” (p. 16). Este Sello se presenta como un pseudo-sacramento de naturaleza esotérica que concede la gracia santificante (p. 90), la presencia verdadera de Jesús “en [los] corazones” (p. 88), y la “gloria” divina (p. 90). Los ministros de este pseudo-sacramento, afirma, no son los sacerdotes, sino los mismos “ángeles de Dios” (p. 88).
- Presenta a este “Gran Sello” como superior a todas las devociones de la Iglesia, a todos sus sacramentos e incluso a la misma Iglesia. Promueven un reino puramente terreno que consistirá en la reunión de todas las tribus de Jacob en un “nuevo Israel”, una nueva Iglesia cuyo inicio se ha dado ya en Olo, Nigeria (p. 16).
Por ministerio, la aprobación de supuestas apariciones y revelaciones compete al Ordinario del lugar donde se dieron (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe:Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas Apariciones y Revelaciones, aprobado por Pablo VI en 1978). El Ordinario, en ese entonces, Mons. Anthony Gbuji, Obispo de Enugu, Nigeria, no solo NO aprobó la doctrina derivada de las supuestas apariciones a Bernabé Nwoye, sino que las prohibió, pidiendo a todos los seguidores de esta devoción en su Diócesis que obedecieran al Obispo.
Vivir la Cuaresma con la Virgen María
Caminemos en compañía de María la senda que nos conduce a Jesús
De la misma manera que el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para poder ingresar a la Tierra Prometida, la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, se prepara para vivir y celebrar la Pascua del Señor. A lo largo de cuarenta días nos vamos disponiendo para acoger cada vez más profundamente en nuestras vidas el misterio central de nuestra fe. A este tiempo especial de preparación para la Pascua lo llamamos "Cuaresma".
En efecto, la Cuaresma no es un viejo residuo de anticuadas prácticas ascéticas. Tampoco es un tiempo depresivo y triste. Se trata de un momento especial de purificación, para poder participar con mayor plenitud del misterio pascual del Señor (cf. Rm 8,17).
Tiempo de conversión
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con la gracia para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios y, por consiguiente, de nuestra felicidad y realización personal.
En efecto, la vida cristiana no es otra cosa que hacer eco en la propia existencia de aquel dinamismo bautismal, que nos selló para siempre: morir al pecado para nacer a una vida nueva en Jesús, el Hijo de María (cf. Jn 12,24). Esa es la opción del cristiano: la opción radical, coherente y comprometida, desde la propia libertad, que nos conduce al encuentro con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6), encuentro que nos hace auténticamente libres y nos manifiesta la plenitud de nuestra humanidad.
Todo esto supone una verdadera renovación interior, un despojarse del hombre viejo para revestirse del Señor Jesús. En palabras de Pablo VI: "Solamente podemos llegar al reino de Cristo a través de la metanoia, es decir, de aquel íntimo cambio de todo el hombre –de su manera de pensar, juzgar y actuar– impulsados por la santidad y el amor de Dios, tal como se nos ha manifestado a nosotros este amor en Cristo y se nos ha dado plenamente en la etapa final de la historia".
Esta es la gran aventura de ser cristiano, a la cual todo hijo de María está invitado. Camino que no está libre de dificultades y tropiezos, pero que vale la pena emprender, pues sólo así el ser humano da respuesta a sus anhelos más profundos, y encuentra su propia felicidad.
Viviendo la Cuaresma
Durante este tiempo especial de purificación, contamos con una serie de medios concretos que la Iglesia nos propone y que nos ayudan a vivir la dinámica cuaresmal. Ante todo, está la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, el creyente ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia divina penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la acción del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (cf. Lc 1,38).
Asimismo, también debemos intensificar la escucha y meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia frecuente al sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, lo mismo que la práctica del ayuno, según las posibilidades de cada uno (cf. SC,110).
La mortificación y la renuncia en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien, de saber ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas, de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y desprendimiento.
De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: "Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados".
Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. De esta manera, vamos construyendo en el otro "el bien más precioso y efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana" (Juan Pablo II).
María modelo y compañera
En este camino que nos prepara para acoger el misterio pascual del Señor, no puede estar ausente la Madre. María está presente durante la Cuaresma, pero lo está de manera silenciosa, oculta, sin hacerse notar, como premisa y modelo de la actitud que debemos asumir.
Durante este tiempo de Cuaresma, es el mismo Señor Jesús quien nos señala a su Madre. Él nos la propone como modelo perfecto de acogida a la Palabra de Dios. María es verdaderamente dichosa porque escucha la Palabra de Dios y la cumple (cf. Lc11,28).
Caminemos en compañía de María la senda que nos conduce a Jesús. Ella, la primera cristiana, ciertamente es guía segura en nuestro peregrinar hacia la configuración plena con su Hijo.