Mediante su cruz, en su persona, dio muerte al odio

Luisa de Marillac, Santa

Patrona de la Asistencia Social, 15 de marzo

Fundadora, con San Vicente de Paúl,
de la Hijas de la Caridad.

Martirologio Romano: En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl ( 1660).

Fecha de canonización: 11 de marzo de 1934 por el Papa Pío XI

Etimológicamente: Luisa = Aquella que es famoso en la guerra, es de origen germánico.

Breve Biografía

Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación..

Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.

Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.

A medida que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como "Hijas de la Caridad" y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.

En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.

En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso.

No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.

En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo". Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.

Oración
¡Oh gloriosa santa Luisa de Marillac!
esposa fiel, madre modelo.
formadora de catequistas,
maestras y enfermeras,
ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor:
socorro a los pobres,
alivio a los enfermos,
protección a los desamparados,
caridad a los ricos,
conversión a los pecadores,
vitalidad a nuestra Iglesia,
y paz a nuestro pueblo.
Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él.
Amén

Amar y perdonar

Santo Evangelio según San Mateo 5, 20-26. Viernes I de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, encomiendo mi vida a tu misericordia. Tú sabes cuántas dificultades tengo a lo largo de mi vida. Te pido, Madre mia, que me ayudes a tener una fe como la tuya.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.

Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El Evangelio que terminamos de leer deja un mensaje que es bastante claro. «Si al llevar tu ofrenda recuerdas que tu hermano tiene algo en contra de ti, deja tu ofrenda y ve a reconciliarte con tu hermano.» Cuán difícil es esto, y más cuando tenemos la razón y fue el otro quien cometió el error, pero Cristo hoy viene a decirnos que perdonemos y amemos como Él nos ha enseñado:

No quiero sacrificios sino misericordia. «¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices». (Mensaje del papa Francisco).

Hay que dar el primer paso, pero si la persona con la que se tiene una dificultad no escucha, eso ya es asunto de él. Lo importante es ser «misericordiosos como el Padre». Jesucristo, misericordioso de corazón, te pedimos que nos ayudes a saber perdonar como Tú perdonas y a amar como Tú amas. No permitas que el odio y el rencor nos definan, ayúdanos a saber olvidar y sanar esas heridas que solo Tú conoces.

«Es necesario rebajar tantas asperezas causadas por el orgullo y la soberbia.

Cuánta gente, quizás sin darse cuenta, es soberbia, áspera, no tiene esa relación de cordialidad. Hay que superar esto haciendo gestos concretos de reconciliación con nuestros hermanos, de solicitud de perdón por nuestras culpas. No es fácil reconciliarse, siempre se piensa: ¿quién da el primer paso? Pero el Señor nos ayuda a hacerlo si tenemos buena voluntad. La conversión, de hecho, es completa si lleva a reconocer humildemente nuestros errores, nuestras infidelidades, nuestras faltas.»

(Homilía de S.S. Francisco, 9 de diciembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. 

Revisar si guardo rencor o deseos de venganza contra alguien y pedirle a Jesús que me ayude a perdonar de corazón.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El Perdón en el Amor

El perdón es una manifestación del amor. "A mucho amor, mucho perdón"

En el transcurso del tiempo, en la vida de pareja pueden ir surgiendo diversos acontecimientos y hechos que pueden ir dañando la relación, es aquí donde nos vamos encontrando con el tema del perdón, que muchas veces resulta ser todo un reto, pero como bien indica el refrán:“a mucho amor, mucho perdón”.

En el matrimonio se suele ser más exigente en el ámbito emocional con la pareja que con el resto de las personas y esto se debe sencillamente a que solemos tener expectativas altas de esa persona a la que amamos, a la que le entregamos nuestra confianza y nuestra vida. Pensemos en una persona que nos encontramos en el supermercado y se muestra intolerante e incluso un tanto agresiva, seguramente al salir del lugar y haber pasado unas horas no pasará de un momento incomodo; en cambio si esta misma actitud surge de nuestra pareja en alguna ocasión, no tiene los mismos efectos, nos vemos más “afectados” en cuanto a intensidad y tiempo. Como bien anotaba William Blake, “es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo” y yo añadiría que es más fácil perdonar a un amigo que a la pareja en muchas de las veces.

Ante el panorama de que se pueden ir generando heridas a lo largo de la relación, incluso muchas veces sin la intención directa de causar daño, vamos percibiendo que el perdón es un tema fundamental en el amor, tanto así que “el que es incapaz de perdonar es incapaz de amar” indicaría Martin Luther King. El perdón es una manifestación del amor, Reinhold Niebuhr mencionaría incluso que “el perdón es la forma definitiva del amor”.

No puede ignorarse y dejar de lado que el perdonar, pocas veces resulta ser algo fácil y sencillo, no podemos hacernos como niños de preescolar que simplemente nos damos la mano y el daño ha pasado, ya lo decía  Gandhi: “perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar”. Cuando se ama es cuando más deberíamos perdonarnos y pareciera que es donde menos lo hacemos al ver a parejas que viven con rencor en lugar de reconciliación.

También suele dificultársenos perdonar porque no alcanzamos a comprender bien lo que es el perdón y lo que implica, dejándole al tiempo la esperanza de que cure los sinsabores de nuestra relación. Pero perdonar, aunque sí necesita de tiempo para muchas personas, requiere más que eso; “el perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor”.

Para perdonar, principalmente tenemos que querer perdonar, se requiere de la voluntad y la iniciativa de nosotros, el perdonar a alguien, a nuestra pareja, depende de nosotros, no lo podemos delegar a nadie más.

Por otra parte, tiene que quedarnos claro que “perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor, sin amargura, sin la herida abierta; perdonar es recordar sin andar cargando eso, sin respirar por la herida, entonces te darás cuenta que has perdonado”. Incluso el perdón en sí mismo no implica reconciliación, pero en la pareja, el llegar a la reconciliación será esencial.    

Algo que nos ayudará en el proceso del perdón es el tomar conciencia de que nosotros mismos no somos perfectos, podemos cometer errores y estamos sujetos a encontrarnos en el escenario en el cual nosotros somos los que pedimos perdón. De igual manera el tratar de comprender y entender a la pareja nos facilitará tener el beneficio y la liberación del perdón.
Importantísimo el perdonar para tener una buena relación de pareja, pero más importante el no dañar y causar heridas a la persona que amamos, es por eso que tenemos que hacer todo lo posible para evitar el que lleguemos a la situación de tener que pedir perdón. En palabras de José Ingenieros: “Enseñemos a perdonar; pero enseñemos también a no ofender. Sería más eficiente”.

La vida. El gran regalo que Dios nos dio

¡Esta vida se está yendo muy rápido! 

Este artículo quiero dedicarlo a todas las personas que se nos han adelantado de este mundo: a nuestros abuelitos, tíos o algún otro pariente de edad avanzada que descansan en paz pero también a nuestros papás, hermanos, amigos, vecinos o conocidos que sin padecer alguna enfermedad mortal, fueron llamados a la presencia de Dios.

Aunque no hay palabras que se puedan decir ante pérdidas tan lamentables como éstas, las vidas de estas personas nos dejan una gran enseñanza sobre la tierra y la más importante de todas es “el tiempo”. El hecho de reconocer que nadie sabemos el día ni la hora en que nos toque a nosotros estar en la presencia de Dios y pienso yo que mientras tengamos vida, tratar de valorar cada instante que nos toca vivir.

¡Esta vida se está yendo muy rápido! Quizás te pase como a mí, parece que fue ayer cuando comencé mi trabajo como maestra de preescolar y hoy en día van a visitarme a mi aula, alumnos de mis primeras generaciones ¡que ya están en secundaria! Pasa cada cosa en un abrir y cerrar de ojos.

Muchas veces desperdiciamos nuestros preciados días estando enojados por situaciones tan tontas que tienen pronta solución, peleando con quien se nos cruza en el camino, criticando a diestra y siniestra, quejándonos por todo, dedicándole mucho tiempo a actividades tan vanas o poco productivas en lugar de fijarnos metas y utilizar nuestro tiempo para hacer cosas que nos traigan algún beneficio y nos hagan crecer y aprender algo nuevo diariamente, ¡hay tantas cosas nuevas que aprender!

Perdemos nuestras tardes haciendo cuentas e ignoramos a nuestros pequeños que están a la espera de una mirada, de una sonrisa, de una caricia por parte de nosotros. O en otros casos, nos empeñamos en querer ahorrar el dinero que ganamos y claro, ¡hay que saber organizar nuestras finanzas! Pero también disfrutar ocasionalmente de paseos, viajes y conocer nuevos lugares.Permítete tener a tus mascotas más cerca de ti. No te pongas a guardar las cosas para utilizarlas “solamente en un momento especial” ¡Cada día es un momento especial!

Hemos venido a esta vida a no ser más que felices, si en tu relación de noviazgo no sientes la confianza, el amor pleno, la felicidad, la libertad, la protección y el cariño, créeme, por experiencia propia te digo, que estás mucho mejor por tu cuenta que con compañías que no le traigan bien a tu vida, que al pasar más tiempo contigo mismo y al gustarte más a ti mismo, te encontrarás cada vez más listo para aceptar nada menos de lo que tu mereces.

Y si llega, eh  Y si en tu matrimonio sientes que estás perdiendo la paciencia, la buena comunicación, la tolerancia, ¿por qué no volver al amor del principio?, dedicar una o muchas tardes para rememorar los momentos en que fue surgiendo el amor y todo lo que han vivido juntos hasta regresar las risas perdidas, el cariño y el afecto de un inicio.

Está vida está llena de ocupaciones, y cuanto más crecemos más va siendo así, pero a pesar de ello quiero preguntarte: ¿cuándo fue la última vez que le llamaste a alguno de tus grandes amigos?, ¿cuándo se vieron por última vez?, ¿cuántas veces han aplazado esa salida al café para platicar de sus vidas actuales?, ¿por qué no llamar ahora?, ¿Por qué guardar rencores?, ¿Por qué no perdonar ahora?, ¿Por qué no orar ahora en lugar de esperarnos hasta la hora de irnos a dormir? La espera es muy larga si aguardamos hasta Navidad, hasta que sea viernes, hasta el próximo año, hasta que tenga dinero, hasta que me llegue el amor.

La oportunidad la tenemos día con día, 24 horas que Dios nos regala diariamente para hacer nuestro paso por la tierra un lugar mejor, un lugar más agradable, un lugar más necesitado de nuestras sonrisas con las cuáles podamos predicar del gran amor de Él.

Amar más, perdonar más, abrazar más, vivir más intensamente y dejar el resto en las manos de Dios y cuando nos mande llamar a su presencia eterna, saber que supimos disfrutar de este gran regalo de la vida en su totalidad.

Y que mejor que seguir el consejo directamente de la Palabra de Dios que nos dice en Eclesiastés 3, 1-8.

Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer,

y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar,
y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir,
y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras,
y un tiempo para recogerlas;
un tiempo para abrazarse,
y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar,
y un tiempo para desistir;
un tiempo para guardar,
y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar,
y un tiempo para coser;
un tiempo para callar,
y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar,
y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra,
y un tiempo para la paz.”

¿Cómo recorrer bien estos días de Cuaresma? ¿de qué me voy a convertir?

La cuaresma es el tiempo de alegría en el que nos dirigimos al Señor y damos paso para el verdadero Amor.

Hemos comenzado la Cuaresma, un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe y redescubramos la alegría de vivir siguiendo los pasos de Jesús. Tenemos por delante un camino marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría de la Pascua.

Hemos escuchado en la primera lectura un texto del profeta Joel que nos llama a la conversión: «Ahora –oráculo del Señor– convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas» (Jl 2,12-13)

Son palabras pronunciadas por el profeta cuando Judá se encontraba sumida en una crisis profunda. Su territorio estaba desolado. Había pasado una plaga de saltamontes, que había arrasado todo: se habían comido todo lo que crecía en el campo, hasta los brotes de las viñas. Habían perdido por completo todas las cosechas y los frutos del año. Ante esas desgracias Joel invita al pueblo a reflexionar sobre su modo de vivir en los años anteriores. Cuando todo les iba bien, se habían olvidado de Dios, no rezaban, y se habían olvidado del prójimo. Contaban con que la tierra daba sus frutos por sí misma y les parecía que no le debían nada a nadie. Estaban cómodos haciendo lo que hacían y no se planteaban que fuera necesario vivir la vida de otra forma.

La crisis que estaban padeciendo, les sugiere Joel, debía hacerlos caer en la cuenta de por sí mismos, de espaldas a Dios, nada podían hacer. Si tenían paz y comida, no era por sus propios méritos. Todo eso es un don de Dios, que es necesario agradecer. De ahí la llamada urgente a que cambien: convertíos de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto, rasgad los corazones: ¡cambiad!

Al escuchar esas palabras tan fuertes del profeta, tal vez podemos pensar: Vale, vale, que cambien los habitantes de Judea, pero yo no tengo que cambiar: ¡estoy muy a gusto como estoy! Hace mucho tiempo que no he visto ni un saltamontes, tengo cosas ricas que comer y beber todos los días, tengo varias pelis pendientes de ver, esta semana tengo varios partidos que voy a ganar,… y no tengo prisa porque todavía los finales están muy lejos y ya estudiaré en serio cuando lleguen.

No sé a vosotros, pero a mí siempre me da mucha pereza ponerme en serio a cambiar algo en cuaresma. La verdad, de suyo no es un tiempo especialmente simpático como, por ejemplo, la Navidad.

Al escuchar el Salmo responsorial tal vez hemos pensado algo parecido: «Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados». E incluso al repetir «Misericordia, Señor, hemos pecado», tal vez se nos ocurría por dentro decir: Pero si yo no tengo pecados, … en todo caso «pecadillos». No le hago mal a nadie, no he robado ningún banco, no he matado a nadie, en todo caso, sólo «cosillas» de poca importancia. Y, además, no tengo nada contra Dios, no he querido ofenderlo. ¿Por qué voy a decir que he pecado ni a mendigar su misericordia?

Si vemos así las cosas, las palabras de San Pablo en la segunda lectura, nos pueden sonar a repetitivas, pero subiendo el tono, presionando: «Hermanos: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios».

¿Tan importante soy y tanta importancia tiene lo que yo haga, que hoy todos vienen contra mí: el profeta Joel, David con su Salmo, y San Pablo presionando?

Pues la verdad es que sí, para el Señor soy importante. Ninguno de nosotros le resulta indiferente a Dios, no somos un número más de los millones de personas que hay en el mundo. Soy yo, eres tú. Alguien en quien está pensando, a quien echa un poco de menos, con quiere hablar.

¿No te ha dado alegría alguna vez, al salir cansado de clase, recibir un mensaje en el móvil de alguien que te cae bien y que te pregunta: ¿Tienes algún plan esta tarde? ¡Bien! ¡por fin! ¡alguien que piensa en mí! En general, una de las cosas que dan más gusto es comprobar que hay gente que nos quiere, que piensa en nosotros, y nos llama para que nos veamos y pasemos juntos un rato agradable.

Esta semana me encontré leyendo la Biblia unas palabras de amor humano, que son divinas. Son el estribillo de una canción del Cantar de los Cantares que le canta el amado a su amada. Dicen así: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta que te quiero ver» (Cant 7,1).

En realidad parece que más que cantar invitan a bailar: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver». En hebreo suena bien: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… hasta tiene su ritmo. El verbo šubsignifica «volver, darse la vuelta», pero es el verbo que en la Biblia Hebrea también significa «convertirse».

Esas palabras del Cantar nos ayudan a comprender lo que está pasando hoy. Dios, el amado, nos invita a cada uno a bailar diciéndonos: «conviértete, date la vuelta, que te quiero ver».

La invitación a la conversión no es la riña de alguien exigente que está enfadado con lo que hacemos, sino una llamada amorosa a que demos media vuelta para encontrarnos cara a cara con el Amor. Nadie nos empuja para reñirnos. Alguien que nos quiere se ha acordado de nosotros y nos envía un mensaje para que nos veamos y hablemos a fondo, abriendo el corazón.

Bien. Pero, en cualquier caso, «no tengo pecados» ¿de qué me voy a convertir?

Hay muchos modos de explicar lo que es el pecado, pero me parece que también la Sagrada Escritura nos ayuda a aclararnos con lo que es.

En hebreo «pecado» se dice jattat. ¿Sabéis cuál es en la Biblia el antónimo, la palabra que expresa el concepto apuesto a jattat? En español tal vez diríamos que lo contrario de pecado es «buena acción», o algún teólogo diría que «gracia». En hebreo, el antónimo de jattat es šalom, paz. Esto quiere decir que para la Biblia ni «pecado» ni «paz» son exactamente lo mismo que para nosotros.

En el libro de Job se dice que aquel hombre al que Dios invita a reflexionar y cambia, experimentará šalom (la paz) en su tienda y cuando revisen su morada, no habrá jattat (no faltará nada) (cfr. Jb 5,24). Eran nómadas y para ellos la tienda era su casa. Una casa está en «pecado» cuando falta algo necesario o cuando lo que hay está desordenado. Está en «paz» cuando da gusto verla y estar allí: todo bien instalado, limpio y en su sitio.

Cuando nos miramos por dentro, tal vez nuestra alma y nuestro corazón están como nuestra habitación o como el piso en que vivimos: con la cama si hacer, la mesa sin quitar los restos de la cena, con unos periódicos tirados por encima del sofá, o el fregadero lleno de platos esperando que alguien los lave. ¡Qué a gusto se queda el alma y el corazón cuando limpiamos los cacharros, y ponemos orden! Por eso en la confesión, cuando hacemos zafarrancho de limpieza en el jattat que llevamos por dentro, nos dan la absolución y nos dicen «vete en paz (šalom)», estás en orden.

Hoy, que comenzamos la cuaresma, el Señor nos llama con amor: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «vuélvete, date la vuelta que te quiero ver». Él nos quiere y nos conoce bien. Sabe que a veces somos un poco descuidados, y quiere ayudarnos a hacer limpieza para que recuperemos la serenidad, la paz y la alegría.

Por eso es por lo que San Pablo nos insiste con tanta con fuerza: «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios», y ¿para qué retrasarlo? ¿por qué dejarlo para otro día? San Pablo también nos conoce y nos mete prisa: «mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación». Hoy. 22 de febrero de 2012. Miércoles de ceniza. Aquí mismo tenemos confesores, ahí arriba, que en cinco minutos nos ayudarán a ponernos en forma.

Y, una vez, con todo en orden, ¿cómo recorrer bien estos días de Cuaresma?

En el Evangelio de la Misa hemos escuchado que Jesús mismo nos da unas pistas interesantes para concretar unos propósitos que nos ayuden a redescubrir la alegría de amar a Dios y a los demás.

Lo primero que nos sugiere es que nos demos cuenta de que hay mucha gente necesitada a nuestro alrededor, cerca y lejos de nosotros, y no podemos quedar indiferentes ante quienes sufren.

En la primera lectura recordábamos que, ante la crisis de los saltamontes en Judea, Joel decía que es necesario rasgarse el corazón, compartir el sufrimiento con los que padecen.

Hoy día estamos viviendo en una profunda crisis económica. Más de cinco millones y medio de personas están en paro en España. Muchos sufren, sufrimos con ellos, la falta de trabajo y todas las necesidades que esto trae consigo. No podemos desentendernos de sus problemas, como si no pasara nada, ni cerrar nuestro corazón. Deben notar que estamos con ellos.

También en otros lugares del mundo la vida diaria es todavía más difícil que aquí, y necesitan ayuda urgente. «Cuando hagas limosna –dice Jesús–, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará» (Mt 6,3-4). Generosidad: este es un primer buen propósito para la Cuaresma.

También hay otro tipo de «limosna», que no lo parece, porque es muy discreta, pero es muy necesaria. En su mensaje para la Cuaresma de este año, Benedicto XVI nos hace notar que «hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos».

Ese modo eficaz de «limosna» al que se refiere el Papa es la corrección fraterna: ayudarnos unos a otros a descubrir lo que no va bien en nuestras vidas, o lo que puede ir mejor. Algo que tal vez no hacemos mucho hasta ahora, pero que es bien necesario y útil. «Pienso aquí –dice el Papa– en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien».

Aunque debamos superar la impresión de que nos estamos metiendo en la vida de los demás, no podemos olvidar que, sigo citando a Benedicto XVI, «es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cfr. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros».

Junto a la limosna, la oración. «Tú –nos dice Jesús–, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará» (Mt 6,6). La oración no es la mera recitación mecánica de unas palabras que aprendimos de pequeños, es tiempo de diálogo amoroso con quien tanto nos quiere. Son conversaciones íntimas donde el Señor nos anima, nos conforta, nos perdona, nos ayuda a poner orden en nuestra vida, nos sugiere en qué podemos ayudar a los demás, nos llena de ánimos y alegría de vivir.

Y, en tercer lugar, junto a la limosna y la oración, el ayuno. No tristes, sino alegres, como Jesús nos sugiere también en el Evangelio de hoy: «Tú cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6,17-18).

Actualmente mucha gente ayuna, se priva de cosas apetecibles, y no por motivos sobrenaturales, sino por guardar la línea o mejorar su forma física.

Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los cristianos es, en primer lugar, una «terapia» para curar todo lo que nos dificulta ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios.

En una cultura en la que no nos falta de nada, pasar algún día un poco de hambre es muy bueno, y no sólo para la salud del cuerpo. También de la del alma. Nos ayuda a hacernos cargo de lo mal que lo pasan tantas personas que no tienen que comer.

Es verdad que ayunar es abstenerse de comer, pero la práctica de piedad recomendada en la Sagrada Escritura, comprende también otras formas de privaciones que ayudan a llevar una vida más sobria.

Por eso, también es bueno que ayunemos de otras cosas que no son necesarias pero que nos cuesta prescindir de ellas.

Por ejemplo, podríamos hacer un ayuno de Internet limitándonos a usar la red lo necesario para el trabajo, y prescindiendo de navegar sin rumbo. Nos vendría bien para tener la cabeza despejada, leer libros y pensar en cosas interesantes.

También podríamos hacer ayuno de salir de copas en el fin de semana, le vendría bien a nuestro bolsillo, y estaríamos más frescos para hablar tranquilamente con los amigos.

O podríamos ayunar de ver películas y series en días entre semana, le vendría muy bien a nuestro estudio.

¿Pasaría algo si ayunásemos todo un día de mp3 y formatos parecidos, y fuésemos por la calle sin auriculares, escuchando el viento y el canto de los pájaros?

Privarse del alimento material que nutre el cuerpo, del alcohol que alegra el corazón, del ruido que llena los oídos y las imágenes que se suceden rápidamente sobre la retina, facilita una disposición interior a mirar a los demás, a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Dentro de unos momentos, los sacerdotes y diáconos impondrán la ceniza sobre nuestras cabezas mientras dicen: «Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás». No son palabras para asustarnos haciéndonos pensar en la muerte, sino para ponernos en la realidad y ayudarnos a encontrar la felicidad. Solos no somos nada: polvo y ceniza. Pero Dios ha diseñado para cada una y cada uno una historia de amor para hacernos felices. Como decía el poeta Francisco de Quevedo, refiriéndose a aquellos que han vivido cerca de Dios en su vida, que mantendrán su amor constante más allá de la muerte, «polvo serán, mas polvo enamorado».

Comenzamos el tiempo de cuaresma. Un tiempo alegre y festivo de dar la vuelta para dirigirnos al Señor y verlo cara a cara. šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «¡Vuélvete, vuélvete –nos dice una vez más–, date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver». No son días tristes. Son días para dejar paso al Amor.

A la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos acogemos para que al contemplar la realidad de nuestra vida, aunque sean patentes nuestras limitaciones y defectos, veamos la realidad: «polvo seremos, mas polvo enamorado». 

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