Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo
- 17 Marzo 2019
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Superar la soledad que convierte la vida en un infierno
Afirma Papa Francisco este sábado 16 de marzo en el Aula Pablo VI
El Papa Francisco afirmó que la cooperación, aplicada en los diferentes aspectos de la realidad, ayuda a “superar la soledad que convierte la vida en un infierno”.
En una audiencia que concedió este sábado 16 de marzo en el Aula Pablo VI del Vaticano a miembros de la Confederación Italiana de Cooperativas, el Santo Padre explicó que “cuando el hombre se siente solo, experimenta el infierno”.
“Cuando, por otro lado, siente que no está siendo abandonado, entonces puede enfrentarse a todo tipo de dificultades y fatigas. Nuestro mundo está enfermo de soledad”, destacó. También aseguró que la cooperación es una herramienta para superar el individualismo y la indiferencia ante los que sufren.
Referido al ámbito de la economía, el Papa destacó la importancia del modelo económico y productivo cooperativo, recordó que se asienta en la Doctrina Social de la Iglesia y señaló que “corrige ciertas tendencias propias del colectivismo y del estatismo, que a veces son letales para la iniciativa privada; y al mismo tiempo, frena las tentaciones del individualismo y del egoísmo propios del liberalismo”.
En su discurso, Francisco afirmó que la clave del modelo cooperativo es la combinación, por un lado, de “la lógica de la empresa y, por otro, la de la solidaridad: solidaridad interna con sus miembros y solidaridad externa con los destinatarios”.
Esta forma de vivir el modelo cooperativo “ya ejerce una influencia significativa en las empresas que están demasiado atadas a la lógica del beneficio, porque las empuja a descubrir y evaluar el impacto de la responsabilidad social”, aseguró.
Sin embargo, también reconoció que la sociedad avanza por un camino opuesto, contradictorio con el modelo cooperativo.
En este sentido, subrayó que “nunca debemos olvidar que esta visión de la cooperación, basada en las relaciones y no en el beneficio, va en contra de la mentalidad del mundo”.
Reconoció que “solo si descubrimos que nuestra verdadera riqueza son las relaciones y no los meros bienes materiales, podremos encontrar formas alternativas de vivir en una sociedad que no esté gobernada por el dios dinero, un ídolo que la engaña y luego la deja cada vez más inhumana e injusta”.
El Papa, en su discurso, fue más allá de la economía y propuso convertir la cooperación en un modo de vida. Para ello, pidió gestos como ofrecer “un trabajo bien remunerado, permitir a los agricultores, que se han visto en una situación de debilidad por culpa del mercado, que formen parte de una comunidad que los fortalezca y los apoye, o permitir que un pescador solitario se una a un grupo de compañeros”.
Además, Francisco se refirió a la cooperación como un “milagro” que puede derribar los muros de la indiferencia ante los excluidos.
“Cuando permanezco ciego ante el sufrimiento y la fatiga de los demás, realmente permanezco ciego ante lo que podría hacerme feliz: no se puede ser feliz solo”. Por ello, insistió en la idea de que la cooperación ayuda a romper con la soledad y a abrir la puerta hacia una vida plenamente feliz.
«Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió»
El episodio de la Transfiguración, que en el Evangelio de Lucas sigue inmediatamente a la invitación del Maestro: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9,23), domina la liturgia de este segundo domingo de Cuaresma Ciclo C. Extraordinario acontecimiento, sin duda, que nos alienta a seguir a Jesús monte arriba, hasta coronar con Él la cima. Toda existencia cristiana consiste, a fin de cuentas, en un incesante subir y subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que de allí se derivan, a fin de servir a nuestros hermanos con el mismo divino amor. La frase de santo Tomás de Aquino «entregar a los demás lo contemplado» (contemplata aliis tradere) constituye un exhorto a la contemplación, de la que derivan la doctrina y la predicación («ex plenitudine contemplationis derivatur doctrina et praedicatio»). Como en los apóstoles y, según salta a la vista absorta de esta radiante cristofanía del Tabor, como en Jesús.
La luz tabórica empezó a iluminar sus vestidos, y estos a brillar de resplandor. El evento que celebramos reviste los síntomas de una teofanía. Más en concreto aún: de una cristofanía, dado que afecta al propio Jesús / Xristós. De repente, dos hombres conversan con él: son Moisés y Elías, que, aparecen con gloria, hablan de su éxodo, el que iba a consumar en Jerusalén. Los tres predilectos están muertos de sueño, pero se espabilan de pronto y alcanzan a ver su gloria y a los dos hombres que con él conversan.
Luego, a medida que se van alejando, dice Pedro a Jesús: -«Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Lc 9,33). No sabía lo que decía. En estas estaba, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Y al entrar en ella se llenaron de temor. De pronto, salió de la nube una voz que decía: –«Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle» (v.35). Oída la voz, se encontró Jesús solo. Ellos, por entonces, a nadie contaron lo que habían visto y oído.
La Transfiguración nos recuerda que las alegrías que Dios otorga en la vida no son puntos de llegada, sino luces dadas en la peregrinación terrena para que «Jesús solo» sea nuestra ley, y su Palabra, el criterio que guía nuestra existencia. El Tabor es, en resumen, contrapunto de Getsemaní. San Lucas no habla de Transfiguración, pero describe lo que pasó mediante dos elementos: el rostro de Jesús que cambia y su vestido que se vuelve blanco y resplandeciente, en presencia de Moisés y Elías, símbolo de la Ley y los Profetas.
A los tres discípulos que asisten a la escena les dominaba el sueño: es la actitud de quien, aun siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la lucha contra el sopor que los asalta permite a Pedro, Santiago y Juan «ver» la gloria de Jesús. Mientras Moisés y Elías se separan del Maestro, Pedro habla y, mientras está hablando, una nube los cubre con su sombra. Nube que, al envolverlos, revela la gloria de Dios, como sucedió para el pueblo que peregrinaba en el desierto. Los ojos ya no pueden ver, es cierto, pero los oídos sí pueden oír la voz que de la nube sale: «Este es mi Hijo, el elegido; escuchadle» (v. 35).
Los discípulos ya no tienen delante un rostro transfigurado, ni un vestido blanco, ni una nube que revela la presencia divina. Delante de sus ojos está «Jesús solo» (v.36). Y Jesús solo ante su Padre, mientras reza. Pero, al mismo tiempo, «Jesús solo» es todo cuanto se les da a los discípulos y a la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre: lo que debe bastar en el camino. Es la única voz que se debe escuchar, el único a quien seguir en la subida a Jerusalén, donde dará la vida, y quien un día «transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3,21).
Escuchar al Hijo amado, la eterna Palabra del Padre, fue también el mensaje en el Bautismo de Jesús: escuchadle. Un imperativo salvador que brilla con luz propia en la actitud de María: hágase en mí su Palabra; que guardará en su corazón aunque no entienda; e invitará a los sirvientes de Caná a hacer lo que Jesús diga; y por ello Él la llamará bienaventurada: por escuchar la Palabra de Dios cada día y por vivirla. Incluso al pie de la cruz donde la muerte pendía, María permaneció fiel presintiendo los latidos resucitados de la vida.
Pedro propone hacer del Tabor un oasis, donde descansar / realizar sus sueños. Pero Jesús lo invitará a bajar al valle de lo cotidiano, donde la fidelidad de Dios seguirá rodeándonos, con soles claros o con nubes espesas, dirigiéndonos su Palabra que seguirá resonando en la Iglesia, en el corazón y en la vida. Tiempo es este de la Cuaresma para escuchar esta voz.
Esta «aparición pascual anticipada», en frase del papa Francisco, supera las barreras de tiempo y espacio y está cargada de significado teológico. El Apóstol Pedro explicaba a los primeros cristianos: «Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad.
Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: “Éste es mi Hijo muy amado en quien me complazco”. Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo» (2 Pt 1,16-18).
El monte representa en la Biblia la cercanía con Dios. Allí Moisés y Elías tuvieron coloquios íntimos con el Señor (cfr. Éx 24 y 1 Re 19). Ambos aparecen ahora gloriosos y hablando con Jesús. Representan la Ley y los Profetas, que anuncian el misterio de la Pasión y la Resurrección del Mesías, como Jesús resucitado explicará a los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,1ss). En el pasaje se revela además «toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa.
La enseñanza más importante, así y todo, se condensa en la invitación que hace la voz acerca de Jesús: «Escuchadle». Moisés anunció que Dios suscitaría un profeta como él, uno al que había que escuchar (cfr. Dt 18,15). La voz, pues, presenta al nuevo Moisés: o sea el Hijo que nos revela con autoridad al Padre, Hijo a quien debemos escuchar. Para esto necesitamos seguir el ejemplo del Maestro: subir al monte de la oración, reservar cada día en nuestro horario tiempos de exclusivo diálogo con Dios.
Y es que la Transfiguración no se debe separar del camino que Jesús está recorriendo: se ha dirigido ya resueltamente hacia la meta de su misión, a sabiendas de que, para llegar a la resurrección, tendrá que pasar por la pasión y la muerte de cruz. De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales, sin embargo, no han entendido; o peor aún, han rechazado esta perspectiva porque no piensan como Dios, sino como los hombres (cf. Mt 16,23). De ahí que Jesús se lleve consigo a tres de ellos al monte y les revele su gloria, esplendor de Verdad y de Amor.
Quiere Jesús que esta luz ilumine sus corazones cuando el escándalo de la cruz sea insoportable para ellos. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus más íntimos amigos la experiencia de esta luz, que en él habita. Así, después de este episodio, él será en ellos una luz interior, capaz de protegerlos de los asaltos de las tinieblas. Incluso en la más oscura noche, Jesús es la luz que nunca se apaga. San Agustín resume este misterio con una expresión muy bella. Dice: «El mismo Jesús resplandeció como el sol, para significar que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que es este sol para los ojos de la carne, lo es aquél [Cristo] para los ojos del corazón» (Sermón 78,2).
Todos, al fin y al cabo, precisamos de luz interior para superar las pruebas de la vida. Esta luz viene de Dios, y nos la da Cristo, en quien habita la plenitud de la divinidad (cf. Col 2,9). Bueno será subir con Jesús al monte de la oración y, contemplando su rostro lleno de amor y de verdad, dejarnos bañar interiormente por su luz.
San Lucas pone particularmente de relieve el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual por Jesús vivido en un alto monte acompañado de sus predilectos Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8,51; 9,28).
El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9,22), ofrece a estos discípulos un adelanto de su gloria. En la Transfiguración también, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo» (9,35).
La presencia luego de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a Él, a Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9,31), no hacia la Tierra prometida como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo. Cristo y sus predilectos representan al Nuevo Testamento, siendo Jesús la Palabra tanto del Antiguo como del Nuevo. La intervención de Pedro: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» (9,33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: « [Pedro]... en el monte... tenía a Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, teniendo los santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres?» (Sermón 78, 3).
Meditando este pasaje del Evangelio, podemos obtener una enseñanza muy significativa e importante. Ante todo, el primado de la oración, sin cuyo influjo el compromiso inexcusable del apostolado y de la caridad se ve reducido a estéril activismo.
En Cuaresma aprendemos a dar el tiempo justo a la oración, personal y comunitaria, que ofrece aliento a nuestra vida espiritual. La oración, por otra parte, no es aislarse del mundo y sus contradicciones, como habría querido Pedro en el Tabor, sino vuelta al camino, a la acción, a la dura y a veces compleja realidad.
Patricio, Santo
Obispo y patrón de Irlanda, 17 de marzo
Martirologio Romano: San Patricio, obispo, que, siendo joven, fue llevado cautivo desde Gran Bretaña a Irlanda, y después, recuperada la libertad, quiso ser contado entre los clérigos y regresar a la misma isla, donde, hecho obispo, anunció con vehemencia el Evangelio y organizó con firmeza la Iglesia, hasta que en la ciudad de Down se durmió en el Señor († 461).
Etimológicamente: Patricio = Aquel que es un patricio o noble, es de origen latino
Breve Biografía
Nacido en Gran Bretaña (Bennhaven Taberniae (pueblecito de Escocia que hoy no se encuentra en los mapas) hacia el 385, muy joven fue llevado cautivo a Irlanda, y obligado a guardar ovejas. Recobrada la libertad, abrazó el estado clerical y fue consagrado obispo Irlanda, desplegando extraordinarias dotes de evangelizador, y convirtiendo a la fe a numerosas gentes, entre las que organizó la Iglesia. Murió el año 461, en Down, llamado en su honor Downpatrik (Irlanda).
No se conoce con exactitud los datos cronológicos del Apóstol de Irlanda. Por lo que el santo dice de si mismo, se supone que era de origen romano-bretón. Su padre Calpurnio era diácono y oficial del ejercito romano; su madre era familia de San Martín de Tours; su abuelo había sido sacerdote ya que en aquellos tiempos no se había impuesto aún la ley del celibato sacerdotal en todo el occidente.
Se afirma que fue alrededor del año 403, a la edad de 16 años, que cayó prisionero de piratas junto con otros jóvenes para ser vendido como esclavo a un pagano del norte de Irlanda llamado Milcho. Lo sirvió cuidando ovejas. Trató de huir varias veces sin éxito.
La Divina Providencia aprovechó este tiempo de esclavitud, de rudo trabajo y sufrimiento, para espiritualizarlo, preparándolo para el futuro, ya que el mismo dijo que hasta entonces "aún no conocía al verdadero Dios", queriendo decir que había vivido indiferente a los consejos y advertencias de la Iglesia.
Se cree que el lugar de su cautiverio fue en las costas de Mayo, al borde del bosque de Fochlad (o Foclut). De ser así, el monte de Crochan Aigli, que fue escenario del famoso ayuno de San Patricio, también fue el lugar donde vivió los tristes años de su juventud.
Lo mas importante es que para entonces, como el lo dice: "oraba de continuo durante las horas del día y fue así como el amor de Dios y el temor ante su grandeza, crecieron mas dentro de mí, al tiempo que se afirmaba mi fe y mi espíritu se conmovía y se inquietaba, de suerte que me sentía impulsado a hacer hasta cien oraciones en el día y, por la noche otras tantas. Con este fin, permanecía solo en los bosques y en las montañas. Y si acaso me quedaba dormido, desde antes de que despuntara el alba me despertaba para orar, en tiempos de neviscas y de heladas, de niebla y de lluvias. Por entonces estaba contento, porque lejos de sentir en mi la tibieza que ahora suele embargarme, el espíritu hervía en mi interior".
Después de seis años en tierra de Irlanda y de haber rezado mucho a Dios para que le iluminara sobre su futuro, una noche soñó que una voz le mandaba salir huyendo y llegar hasta el mar, donde un barco lo iba a recibir. Huyendo, caminó mas de 300 kilómetros para llegar a la costa. Encontró el barco, pero el capitán se negaba rotundamente a transportarlo. Sus reiteradas peticiones para que le dejasen viajar gratis fueron siempre rechazadas, hasta que al fin, después de mucho orar con fervor, el capitán accedió a llevarlo hasta Francia. La travesía fue aventurada y peligrosa. Después de tres días de tormenta en el mar, tocaron tierra en un lugar deshabitado de la costa, caminaron un mes sin encontrar a nadie y hasta las provisiones se agotaron. Patricio narra esa aventura diciendo:
"llegó el día en que el capitán de la nave, angustiado por nuestra situación, me instaba a pedir el auxilio del cielo. ´¿Cómo es que nos sucede esto, cristiano? Dijiste que tu Dios era grande y todopoderoso, ¿por qué entonces no le diriges una plegaria por nosotros, que estamos amenazados de morir por hambre? Tal vez no volvamos a ver a un ser humano…´ A aquellas súplicas yo respondí francamente: ´Poned toda vuestra confianza y volved vuestros corazones al Señor mi Dios, para quien nada es imposible, a fin de que en este día os envíe vuestro alimento en abundancia y también para los siguientes del viaje, hasta que estéis satisfechos puesto que El tiene de sobra en todas partes´. Fue entonces cuando vimos cruzar por el camino una piara de cerdos; mis compañeros los persiguieron y mataron a muchos. Ahí nos quedamos dos noches y, cuando todos estuvieron bien satisfechos y hasta los perros que aún sobrevivían, quedaron hartos, reanudamos la caminata. Después de aquella comilona todos mostraban su agradecimiento a Dios y yo me convertí en un ser muy honorable a sus ojos. Desde aquel día tuvimos alimento en abundancia."
Finalmente llegaron a lugar habitado y así Patricio quedó a salvo a la edad de veintidós o veintitrés años y volvió a su casa. Con el tiempo, durante las vigilias de Patricio en los campos, se reanudaron las visiones y, a menudo, oía "las voces de los que moran mas allá del bosque Foclut, mas allá del mar del oeste y así gritaban todas al mismo tiempo, como si salieran de una sola boca, estas palabras: ´Clamamos a ti, Ho joven lleno de virtudes, para que vengas entre nosotros nuevamente´ ". "Eternas gracias deben dársele a Dios, agrega, porque al cabo de algunos años el Señor les concedió aquello por lo que clamaban".
No hay ninguna certeza respecto al orden de los acontecimientos que se produjeron desde entonces.
Los primeros biógrafos del santo dicen que Patricio pasó varios años en Francia antes de realizar su trabajo de evangelización en Irlanda. Existen pruebas firmes de que pasó unos tres años en la isla de Lérins, frente a Canes, y después se radicó en Auxerre durante quince años mas. También hay sólidas evidencias de que tenía buenas relaciones personales con el obispo San Germán de Auxerre. Durante este tiempo le ordenaron sacerdote.
Algunos historiadores sostienen, que en esa época hizo un viaje a Roma y que, el Papa Celestino I fue quien le envió a Irlanda con una misión especial, ya que su primer enviado Paladio nunca logró cumplir porque a los doce meses de haber partido murió en el norte de Britania. Para realizar esa misión encomendada por el Pontífice, San Germán de Auxerre consagró obispo a Patricio.
Puesto que dependemos de datos confusos, legendarios y muchas veces contradictorios, de sus primeros biógrafos, es materialmente imposible obtener detalles del heroico trabajo en las tierras donde había estado cautivo. La tradición afirma que trabajó en el norte, en la región de Slemish, que dicen fue la misma donde Patricio cuidaba el ganado y oraba a Dios cuando era un joven esclavo. Una anécdota que antiguamente la tenían por auténtica en Irlanda relata que cuando el amo se enteró del regreso de Patricio convertido en venerado predicador, se puso tan furioso que prendió fuego a su propia casa, pereciendo en medio de las llamas.
Se afirma que, a su arribo a tierras irlandesas, San Patricio permaneció una temporada en Ulster, donde fundó el monasterio de Saúl y que con la energía que lo caracterizaba se propuso la tarea de conquistar el favor del "Gran Rey" Laoghaire, que vivía con su corte en Tara, de la región de Meath.
Utilizaba un lenguaje sencillo al evangelizar. Por ejemplo, para explicarles acerca de la Santísima Trinidad, les presentaba la hoja del trébol, diciéndoles que así como esas tres hojitas forman una sola verdadera hoja, así las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, forman un solo Dios verdadero. Todos lo escuchaban con gusto, porque el pueblo lo que deseaba era entender.
San Patricio y sus enemigos
Sus acérrimos opositores fueron los druidas, representantes de los dioses paganos. También sufrió mucho a manos de los herejes pelagianos, que para arruinar su obra recurrieron inclusive a la calumnia. Para defenderse, Patricio escribió su Confessio. Por fortuna poseemos una colección bastante nutrida de esos escritos, que nos muestra algo de el mismo, como sentía y actuaba.
Circulaba entre los paganos un extraño vaticinio, una profecía, respecto al santo, que Muirchu, su historiador nos transmite textualmente así: "Cabeza de azuela (referencia a la forma aplanada de la cabeza tonsurada) vendrá con sus seguidores de cabezas chatas, y su casa (casulla o casuela, es decir casa pequeña) tendrá un agujero para que saque su cabeza. Desde su mesa clamará contra la impiedad hacia el oriente de su casa. Y todos sus familiares responderán, Amén, Amén". Los augurios agregaban esto todavía: "Por lo tanto, cuando sucedan todas estas cosas, nuestro reino, que es un reinado de idolatría, se derrumbará".
En la evangelización, San Patricio puso mucha atención en la conversión de los jefes, aunque parece ser que el mismo rey Laoghaire no se convirtió al cristianismo, pero si, varios miembros de su familia. Consiguió el amparo de muchos jefes poderosos, en medio de muchas dificultades y constantes peligros, incluso el riesgo de perder la vida (mas de cinco veces) en su trato con aquellos bárbaros. Pero se notaba que había una intervención milagrosa de Dios que lo libraba de la muerte todas las veces que los enemigos de la religión trataban de matarlo. En un incidente que ocurrió en misión, su cochero Odhran, quizás por algún presentimiento, insistió en reemplazar al santo en el manejo de los caballos que tiraban del coche, por consiguiente fue Odhram quien recibió el golpe mortal de una lanza que estaba destinada a quitarle la vida a San Patricio.
No obstante los contratiempos, el trabajo de la evangelización de Irlanda, siguió firme. En varios sitios de Irlanda, construyó abadías, que después llegaron a ser famosas y alrededor de ellas nacieron las futuras ciudades. En Leitrim, al norte de Tara, derribó al ídolo de Crom Cruach y fue uno de los lugares donde edificó una de las iglesias cristianas. En la región de Connaught, realizó cosas notables. En la población de Tirechan se conservó para la posteridad la historia de la conversión de Ethne y Fedelm, hijas del rey Laoghaire. También existen las narraciones de las heroicas predicaciones de San Patricio en Ulster, en Leinster y en Munster.
Por su santidad, manifiesta en su carácter su lenguaje sencillo al evangelizar y por el don de hacer milagros, San Patricio logró muchas victorias sobre sus oponentes paganos y hechiceros. Ese triunfo le sirvió para que los pobladores de Irlanda se abrieran a la predicación del cristianismo. De hecho hacen referencias en los textos del Senchus Mor (el antiguo código de las leyes irlandesas) a cierto acuerdo concertado en Tara entre los paganos y el santo y su discípulo San Benigno (Benen). Dicen esos libros que "Patricio convocó a los hombres del Erin para que se reunieran todos en un sitio a fin de conferenciar con él. Cuando estuvieron reunidos, se les predicó el Evangelio de Cristo para que todos lo escucharan. Y sucedió que, en cuanto los hombres del Erin escucharon el Evangelio y conocieron como este daba frutos en el gran poder de Patricio demostrado desde su arribo y al ver al rey Laoghaire y a sus druidas asombrados por las grandes maravillas y los milagros que obraba, todos se inclinaron para mostrar su obediencia a la voluntad de Dios y a Patricio".
Hay muchas fantasías sobre las confrontaciones de San Patricio con los magos druidas pero también hay relatos que tienen un trasfondo sin duda histórico. Dicen que un Sábado Santo, cuando nuestro santo encendió el fuego pascual, se lanzaron con toda su furia a apagarlo, pero por más que trataron no lo lograron. Entonces uno de ellos exclamó: "El fuego de la religión que Patricio ha encendido, se extenderá por toda la isla". Y se alejaron. La frase del mago se ha cumplido; la religión católica se extendió de tal manera por toda Irlanda, que hoy sigue siendo un país católico, iluminado por la luz de la religión de Cristo, y que a su vez a dado muchos misioneros a la Iglesia.
El Sínodo
Hay muchas y buenas razones para creer que San Patricio convocó a un sínodo, seguramente en Armagh, no se mencionó el sitio. Muchos de los decretos emitidos en aquella asamblea, han llegado hasta nosotros tal como fueron redactados, aunque no cabe dudas que a varios de ellos se le hicieron añadiduras y enmiendas. En esa época San Patricio era ya un anciano con la salud quebrantada por el desgaste físico de sus austeridades y de sus treinta años de viajes de evangelización. Probablemente el sínodo haya tenido lugar cuando los días del santo ya estaban contados
Vida de Santidad
Solo llegaremos a comprender el hondo sentimiento humano que tenía el santo y el profundo amor a Dios que lo animaba, si estudiamos detenidamente sus escritos contenidos en las "Confesiones", la Lorica y la carta a Coroticus de San Patricio. Conoceremos el secreto de la extraordinaria impresión que causaba a los que lo conocían personalmente. Patricio era un hombre muy sencillo, con un gran espíritu de humildad. Decía que su trabajo misionero era la simple actuación de un mandamiento divino y que su aversión contra los pelagianos se debía al absoluto valor teológico que él atribuía a la gracia. Era profundamente afectuoso, por lo que vemos en sus escritos referirse tantas veces al inmenso dolor que le produjo separarse de su familia de sangre y de su casa, a la que le unía un gran cariño. Era muy sensible, le hacía sufrir mucho que digan que trabajaba en la misión que había emprendido para buscar provecho propio, por eso insistía tanto en el desinterés que lo animaban a seguir trabajando.
De sus Confesiones: "Incontables dones me fueron concedidos con el llanto y con las lágrimas. Contrarié a mis gentes y también, contra mi voluntad, a no pocos de mis mayores; pero como Dios era mi guía, yo no consentí en ceder ante ellos de ninguna manera. No fue por mérito propio, sino porque Dios me había conquistado y reinaba en mí. Fue El quien se resistió a los ruegos de los que me amaban, de suerte que me aparté de ellos para morar entre los paganos de Irlanda, a fin de predicarles el Evangelio y soportar una cantidad grande de insultos por parte de los incrédulos, que me hacían continuos reproches y que aun desataban persecuciones contra mí, en tanto que yo sacrificaba mi libertad en su provecho. Pero si acaso se me considera digno, estoy pronto a dar hasta mi vida en nombre de Dios, sin vacilaciones y con gozo. Es mi vida la que me propongo pasar aquí hasta que se extinga, si el Señor me concede esa gracia".
La santidad da frutos
El buen éxito de la misión de San Patricio se debe ante todo a su fe por la que se disponía a cualquier sacrificio y a la inteligente organización que supo crear en esa isla, carente de ciudades y dividida en muchas tribus o clanes, dirigidos por un jefe independiente cada una. El supo adaptarse a las condiciones sociales del lugar, formando un clero local, consagró obispos y sacerdotes y fundo monasterios y pequeñas comunidades cristianas dentro del mismo clan, sin rechazar usos ni costumbres tradicionales. Tuvo la feliz idea de que el obispo de cada región fuera al mismo tiempo el Abad o superior del monasterio más importante del lugar, así cada obispo era un fervoroso religioso y tenía la ayuda de sus monjes para enseñar la religión al pueblo. Las vocaciones que consiguió para el sacerdocio y la vida religiosa fueron muchísimas.
La obra de evangelización pudo progresar rápidamente gracias también a que San Patricio atrajo muchos discípulos fieles, como Benigno quién estaba destinado a sucederle. Siempre fue muy fiel a la Iglesia y, a pesar de la distancia, el santo se mantenía en contacto con Roma. En el año 444 se fundó la iglesia catedral de Armagh (hoy Armoc), la sede principal de Irlanda, dato que está asentado en los "Anales de Ulster". Es probable que no haya pasado mucho tiempo antes que Armagh se convirtiera en un gran centro de educación y administración.
San Patricio, en el transcurso de 30 años de apostolado, convirtió al cristianismo a "toda Irlanda". El propio santo alude, mas de una vez, a las "multitudes", a los "muchos miles" que bautizó y confirmó. "Ahí", dice San Patricio, "donde jamás se había tenido conocimiento de Dios; allá, en Irlanda, donde se adoraba a los ídolos y se cometían toda suerte de abominaciones, ¿cómo ha sido posible formar un pueblo del Señor, donde las gentes puedan llamarse hijos de Dios? Ahí se ha visto que hijos e hijas de los reyezuelos escoceses, se transformen en monjes y en vírgenes de Cristo". Sin embargo, como es lógico pensar, el paganismo y el vicio no habían desaparecido por completo. En las "Confesiones", que fueron escritas hacia el fin de su vida, dice el santo: "A diario estoy a la espera de una muerte violenta, de ser robado, de que me secuestren para servir como esclavo, o de cualquier otra calamidad semejante". Pero más adelante agrega: "Me he puesto en manos del Dios de misericordia, del Todopoderoso Señor que gobierna toda cosa y, como dijo el profeta: ´Deja tus cuidados con el Señor y El proveerá la manera de aliviarlos". En esta confianza estaba, sin duda su incansable valor y la firme decisión de San Patricio a lo largo de su heroica carrera. Su fortaleza de no permitir a los enemigos del catolicismo que propagaran por allí sus herejías, fue una de las razones para que Irlanda se haya conservado tan católica.
La obra del incansable misionero dio muchos frutos con el tiempo: Lo vemos en el maravilloso florecimiento de santos irlandeses. Logró reformar las leyes civiles de Irlanda, consiguió que la legislación fuera hecha de acuerdo con los principios católicos, lo cual ha contribuido a que esa nación se haya conservado firme en la fe por mas de 15 siglos, a pesar de todas las persecuciones.
Según un cronista de Britania, Nennius, San Patricio subió a una montaña a rezar y hacer ayuno y "desde aquella colina, Patricio bendijo al pueblo de Irlanda y, el objeto que perseguía al subir a la cima, era el de orar por todos y el de ver el fruto de sus trabajos…Después, en edad bien avanzada, fue a recoger su recompensa y a gozar de ella eternamente. Amén". Patricio murió y fue sepultado en el año 461, en Saúl, región de Stragford Lough, donde había edificado su primera iglesia.
Debemos vivir la experiencia con Cristo
La tarea central del catequista es la de presentar la persona de Cristo en nuestras comunidades
Lograr la experiencia con Dios, fue la exhortación que hizo Mons. Ricardo Centellas a los catequistas durante la Eucaristía de Inauguración del V Congreso Nacional de Catequistas. El prelado subrayó que la tarea central del catequista es la de presentar la persona de Cristo en nuestras comunidades
Cristo nos invita a percibirlo "a través de los acontecimientos, a través de los hermanos", por ello - afirmó Mons. Centellas - es que "tenemos que preocuparnos para que en nuestra vida de catequistas haya y hagamos la experiencia de Dios".
En esta línea, el prelado manifestó que la espiritualidad, tema central del Congreso, debe estar marcado por percibir esa presencia de Cristo. "Si descubrimos que Dios está presente en nuestra vida, en la vida de nuestras comunidades, de nuestras jurisdicciones siempre podremos caminar hacia adelante (y) nadie podrá separarnos del amor de Dios".
Mons. Centellas también recordó que en la tarea catequética el catequista no es lo "central", sino lo fundamental es "presentar a la persona de Jesús, la vida de Jesús (y) su mensaje".
En este sentido el prelado pidió a Dios que ilumine y oriente esta labor, haciendo que los catequistas "pasemos desapercibidos" y que sea "Jesús quien mueva todo, quien congregue todo, quien cambie las cosas y la vida para que nuestra catequesis produzca esto que siempre ha proclamado el hombre: Que viva con Dios y se deje iluminar por Él".
Comentario a la Liturgia II Domingo TC C
El camino de la cuaresma nos tiene que llevar no solo a descubrir este rostro de Gloria de Jesús en la cotidianidad
Seguimos los pasos del Señor en esta cuaresma. Nos adentramos a ella conscientes de que hay una meta. No es el ayuno ni la penitencia el fin de nuestra cuaresma sino que la resurrección. Esta experiencia de resurrección es anticipada para los apóstoles en la transfiguración. Para nosotros hoy también se nos anticipa el anuncio de lo que estamos llamados a ser: transparencia de la Gloria de Dios.
El evangelista Lucas, antes de describir el viaje que realizó Jesús con sus discípulos hacia Jerusalén para morir en la cruz, coloca el relato de la transfiguración. Es como si el evangelista quisiera hacer ver que el camino hacia la cruz, hacia la muerte, es iluminado por la esperanza de la resurrección a través de la transfiguración. En nuestro camino cuaresmal la Iglesia quiere hacer lo mismo. Nos detiene un momento para decirnos: el camino vale la pena. En la cima del monte clavario no sólo está la muerte. Aquí, en la cima del monte Tabor, estamos viendo el destino que llena de sentido el camino al calvario: la transfiguración definitiva.
La descripción del evento de la transfiguración recoge algunos elementos de las grandes teofanías del AT. Una teofanía es la manifestación visible de Dios al hombre. El primero es una nube. Cuando el pueblo de Israel estaba en el desierto la presencia de Dios era acompañada por una nube. La nube tiene esa consistencia que nos permite ver pero a la vez no. Esa es la forma en la que se manifiesta Dios a nosotros. Sabemos que él está ahí, que se hace presente, que muestra su bondad pero a la vez nos implica fe. Ya que solo lo podemos ver, escuchar y tocar, con los ojos, oídos y manos de la fe.
Otro elemento de las grandes teofanías del AT es la voz. En el Sinaí se describe que cuando estaba la presencia de Dios se escuchaba una voz refiriéndose al sonido de un trueno. En cambio en el Deuteronomio se describe este mismo evento pero se dice con claridad que aquello que los israelitas escuchaban era la voz de las palabras de Dios. En la transfiguración es precisamente lo que se escucha. No es solo un sonido de un fenómeno natural como lo es el trueno. Es más personal. Es un Dios que se quiere relacionar con su pueblo con un diálogo; a través de la voz de sus palabras. Es así también con nosotros. El Señor se quiere manifestar a cada uno de nosotros que en la fe creemos en su presencia y lo hace a través de su Palabra.
Jesús es ese rostro de Dios que se muestra a los discípulos pero les implicó un gran camino el reconocerlo como Dios. Era un hombre que hacía grandes prodigios y milagros. Pero de ahí a considerarlo como Dios les iba a implicar una grande fe. Es por eso que Jesús les concede la posibilidad de ver su divinidad. Su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. Este cambio de aspecto mostraba quien es él en verdad. Jesús es la Gloria de Dios. Por eso el texto nos dice que los apóstoles vieron la gloria de Jesús. Es decir, descubrieron que él es la presencia visible del Dios invisible. El camino de la cuaresma nos tiene que llevar no solo a descubrir este rostro de Gloria de Jesús en la cotidianidad sino que a darnos cuenta de que el destino de Jesús es el mismo que el nuestro. También nuestro rostro esta llamado a cambiar de aspecto. También nuestras vestiduras deben hacerse blancas y relampagueantes. Estamos llamados a ser para los demás el rostro de Dios y a que lo reconozcan a él cuando vean nuestros vestidos blancos y puros. Pidamos a Dios esta gracia durante esta cuaresma: «Señor Jesús transfigurado, tranfigúranos. Haznos comprender que mientras más nos vaciamos de nosotros y nos llenamos de tu Gloria más podremos reflejar tu amor a los demás. Que nuestro rostro cambie de aspecto y sea como el tuyo para mirar como tu miras, hablar como tu hablas y amar como tu amas. Amén».
Ángelus 17 Marzo 2019 © Vatican Media
Jesús nos muestra la gloria que nos espera
Demos espacio a la oración y a la Palabra de Dios
MARZO 17, 2019 13:32
RAQUEL ANILLOANGELUS Y REGINA CAELI
(ZENIT 17 marzo 2019).- El Papa Francisco presidió la oración del Ángelus este domingo 17 de marzo de 2019, desde la ventana del despacho del Palacio Apostólico Vaticano, que da a la Plaza de San Pedro.
En este segundo domingo de cuaresma el Papa nos invita a permanecer algún momento en recogimiento cada día fijando la mirada interior en el rostro de Jesús y dejando que su luz penetre e irradie en nuestra vida.
El evangelista Lucas insiste en el hecho de que Jesús se transfiguraba mientras oraba.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos permite contemplar el evento de la Transfiguración, en el que Jesús otorga a los discípulos Pedro, Santiago y Juan un anticipo de la gloria de la Resurrección: una parte del cielo en la tierra. El evangelista Lucas (ver 9,28-36) nos muestra a Jesús transfigurado en la montaña, que es el lugar de la luz, un símbolo fascinante de la experiencia única reservada para los tres discípulos.
Suben con el Maestro a la montaña, lo ven sumergiéndose en la oración, y en cierto momento “su rostro cambió de apariencia” (v. 29). Acostumbrados a verlo a diario en la simple apariencia de su humanidad, frente a ese nuevo esplendor, que también envuelve a toda su persona, quedan sorprendidos. Y junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, quienes hablan con él sobre su próximo “éxodo”, es decir, de la Pascua de muerte y resurrección, una anticipación de la Pascua. Entonces Pedro exclama: “Maestro, es bueno para nosotros estar aquí” (v. 33). ¡Quisiera que ese momento de gracia no terminara nunca!.
La Transfiguración tiene lugar en un momento muy preciso en la misión de Cristo, es decir, después de que Él les confió a los discípulos que debía “sufrir mucho, […] ser asesinado y resucitar al tercer día” (v. 21). Jesús sabe que no aceptan esta realidad, la realidad de la cruz, la realidad de la muerte y por eso quiere prepararlos para soportar el escándalo de la pasión y muerte de cruz, para que sepan que este es el camino a través del cual el Padre celestial hará alcanzar la gloria a su Hijo elegido resucitándolo de los muertos. Y este también será el camino de los discípulos: nadie viene a la vida eterna, sino siguiendo a Jesús, llevando su propia cruz en la vida terrenal.
Cada uno de nosotros tiene su propia cruz, el Señor nos hace ver el final de este recorrido que es la resurreción, la belleza, por lo tanto hay que llevar la propia cruz.
Por lo tanto, la Transfiguración de Cristo nos muestra la perspectiva cristiana del sufrimiento: no es un sadomasoquismo el sufrimiento, es un pasaje necesario pero transitorio. El punto de llegada al que estamos llamados es luminoso, como el rostro de Cristo transfigurado: en él está la salvación, la felicidad, la luz, el amor de Dios sin límites. Al mostrar así su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades en las que luchamos tienen su solución y su superación en la Pascua.
Por lo tanto, en esta Cuaresma, nosotros también subamos la montaña con Jesús, ¿de qué modo?, con la oración. Subamos a la montaña con la oración, la oración silenciosa, la oración del corazón, la oración siempre buscando al Señor.
Permanezcamos algún momento en recogimiento, cada día un momento, fijemos la mirada interior en el rostro de Jesús y dejemos que su luz penetre e irradie en nuestra vida. De hecho, el evangelista Lucas insiste en el hecho de que Jesús se transfiguraba”mientras oraba” (v. 29). Sumergido en una conversación íntima con el Padre, en la que también resonaban la Ley y los Profetas, Moisés y Elías, y mientras se adhería con todo su ser a la voluntad del Padre, incluida la cruz, la gloria de Dios lo invadió transfigurando también el exterior. Esto es así: la oración en Cristo y en el Espíritu Santo transforma a la persona desde dentro y puede iluminar también a los demás y al mundo que nos rodea. Cuantas veces hemos encontrado a personas que iluminan, que sale la luz de los ojos, que tienen esa mirada luminosa y oran y la oración hace esto, nos hace resplandecer con la luz del Espíritu Santo.
Continuemos nuestro viaje de Cuaresma con alegría. Demos espacio a la oración y a la Palabra de Dios, que la liturgia nos ofrece abundantemente en estos días.
La Virgen María nos enseñe a permanecer con Jesús incluso cuando no lo entendamos y no lo comprendamos, porque solo permaneciendo con Él veremos su gloria.