Han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído
- 04 Junio 2019
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Francisco Caracciolo, Santo
Presbítero y Fundador
Martirologio Romano: En Agnone, del Abruzo, Italia, San Francisco Caracciolo, presbítero, fundador de la Orden de Clérigos Regulares Menores, que amó de modo admirable a Dios y al prójimo († 1608).
Fecha de beatificación: 4 de junio de 1769 por el Papa Clemente XIV
Fecha de canonización: 24 de mayo de 1807 por el Papa Pío VII
Breve Biografía
El ambiente temporal en que Dios quiso ponerlo en el mundo es justo cuando soplan aires nuevos en la Iglesia después del concilio de Trento. Se estrena el barroco exuberante en el arte y hasta en la piedad que lleva a fundaciones nuevas, a manifestaciones y estilos vírgenes que intentan reformar todo aquello que peleó Trento.
Languidece el Renacimiento que emborrachó a Roma hasta llegar a embotarla y hacerla incapaz de descubrir los males que gestaba y que explotaron con Lutero. Es por eso tiempo de santos nuevos: Pío V, Carlos Borromeo, Ignacio, Juan de Ribera, Teresa, Juan de la Cruz, Francisco de Sales, Neri, Cariacciolo... y tantos. Papas, poetas, maestros, obispos, escritores y apóstoles para un tiempo nuevo -crecido con las Indias-que intenta con seriedad volver a la oración, huir del lujo, llenar los confesonarios, adorar la Eucaristía y predicar pobreza dando testimonio con atención a los desheredados y enfermos.
El año 1563 fue interpretado por alguno de los biógrafos de Francisco Caracciolo como un presagio; fue cuando termina el concilio de Trento y es también el año de su nacimiento en la región de los Abruzos, justamente en Villa Santa María, el día 13 de octubre, hijo de Francisco Caracciolo y de Isabel Baratuchi; es el segundo de cinco hijos y le pusieron el nombre de Ascanio.
Después de cursar los estudios propios del tiempo, Ascanio fue militar. Pero una enfermedad diagnosticada por los médicos como lepra va a cambiar el curso de su vida; por el peligro de contagio le han abandonado los amigos; la soledad y el miedo a la muerte le lleva a levantar los ojos al cielo y, como suele suceder en estos casos límite, llegó la hora de las grandes promesas: si cura de la enfermedad, dedicará a Dios el resto de sus días.
Y así fue. Nobleza obliga. Curado, marcha a Nápoles y pide la admisión en la cofradía de los Bianchi, los Blancos, que se ocupan de prestar atención caritativa a los enfermos, a los no pocos que están condenados a galera y a los presos de las cárceles.
El sacerdote Adorno, otro hombre con barruntos a lo divino y pieza clave en la vida de Caracciolo, ha pedido también la admisión en la cofradía de los Blancos. En compañía de un tercero, también pariente de Ascanio y con su mismo nombre, se reúnen durante cuarenta días en la abadía de los camandulenses, cerca de Nápoles, para redactar los estatutos de la fundación que pretenden poner en marcha porque quieren hacer algo por la Iglesia.
Sixto V aprobará la nueva Orden en Roma y la llamará de los «Clérigos menores»; además de los tres votos comunes a la vida religiosa se añade un cuarto voto consistente en la renuncia a admitir dignidades eclesiásticas. La terna de los fundadores constituye tres primeros socios. A partir de la profesión hecha en Nápoles, Ascanio se llamará ya Francisco. Pronto se les unen otros diez clérigos, con idénticas ansias de santidad y que desprecian frontalmente los honores, esa búsqueda de grandeza que tanto daño ha hecho a la Iglesia en el tiempo del Renacimiento. Ahora se reparten los días para mantener entre todos un ayuno continuo y se distribuyen las horas del día y de la noche para mantener permanente la adoración al Santísimo Sacramento.
Hace falta fundar en España pero Felipe II no les da facilidades. Piensa el rey que hay demasiados frailes en el Imperio y ha dictado normas al respecto. Regresando a Roma, insisten en el intento, consiguen nueva confirmación del papa Gregorio XVI para cambiar los ánimos de Felipe II. Ahora muere Adorno y Francisco Caracciolo es nombrado General. Nuevo intento hay en el Escorial, con mejor éxito, pero hubo borrasca de clérigos en Madrid, con suspenso. El papa Clemente VIII intercede y recomienda desde Roma y llegan mejores tiempos con el rey Felipe III.
En Valladolid consiguió fundar casa y en Alcalá montó un colegio que sirviera para la formación de sus «Clérigos Regulares Menores». Siguen otras fundaciones también en Roma y Nápoles.
La fuerte actividad obedece a un continuo querer la voluntad divina a la que no se resistió ni siquiera protestó cuando las incomprensiones y enredos de los hombres se hicieron patentes. Vive pobre y humilde fiel a su compromiso. Siempre se mostró delicado con los enfermos y generoso con los pobres. Llama la atención su espíritu de penitencia con ayunos y mortificaciones que se impone a sí mismo. Pidió se admitiese su renuncia al gobierno para dedicarse a la oración y, aceptada, eligió para vivir el hueco de la escalera de la casa que desde entonces es el único testigo mudo de su oración y penitencia. El amor a Jesucristo fue tan grande que a veces es suficiente la mirada a un crucifijo para entrar en éxtasis y el pensamiento elevado a la Virgen María le trae a los ojos lágrimas de ternura.
Cuando sólo tiene 44 años, murió en Nápoles el 4 de junio de 1608, con los nombres de Jesús y de María en la boca. El papa Pío VII lo canonizó en 1807. Su cuerpo se conserva en la iglesia de Santa María la Mayor de Nápoles y la iconografía muestra a Francisco Caracciolo con una Custodia en la mano, como símbolo del amor que tuvo a la Eucaristía y que debe mantener su Orden para ser fiel hasta el fin del tiempo.
Santo Evangelio según San Juan 17, 1-11. Martes VII de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias porque siempre que te hablo me escuchas. Yo creo y sé que me estás escuchando ahora mismo, y que me amas mucho más de lo que me puedo imaginar. Haz que te experimente hoy en el modo que Tú quieras. María, que creíste en las promesas de Dios en las buenas y en las malas, acompáñame en este rato de oración.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el poder que le diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has confiado. La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado.
Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora Padre, glorifícame en ti con la gloria que tenía, antes de que el mundo existiera.
He manifestado tu nombre a los hombres que tú tomaste del mundo y me diste. Eran tuyos y tú me los diste. Ellos han cumplido tu palabra y ahora conocen que todo lo que me has dado viene de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste; ellos las han recibido y ahora reconocen que yo salí de ti y creen que tú me has enviado.
Te pido por ellos; no te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo he sido glorificado en ellos. Ya no estaré más en el mundo, pues voy a ti; pero ellos se quedan en el mundo”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Piensa en tu mejor amigo. ¿Le negarías un favor si pudieras hacerlo? Un verdadero amigo sabe que puede confiar en ti. Sabe que realmente lo quieres, y que, si puedes, con gusto le echarás una mano. La confianza de tu amigo en ti nos ayuda a ver cómo es la confianza de Jesús con Dios nuestro Padre.
En este pasaje del Evangelio Jesús habla con su Papá en un tono de confianza y de cercanía muy grandes. De hecho, todo lo que Jesús dice es «Papá, tú me amas, y yo te amo. Yo te amo, y Tú me amas.» Te amo, y por eso te hablo. Me amas, y por eso te pido que me glorifiques. Te amo, y por eso he cumplido mi misión. Me amas, y por eso me has dado a mis amigos los apóstoles. Te amo...
El amor de Jesús y de Dios Padre no son palabras bonitas pero vacías. Es amor de verdad, del que se entrega cada día en lo ordinario. Amor real, pues «nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.» (Jn 15,13) De hecho, su Amor es el Espíritu Santo.
Nosotros, si estamos en gracia, también tenemos al Espíritu Santo en nuestros corazones. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.» (Rm 5,5) Es el Espíritu Santo quien nos guía y fortalece en la lucha diaria de la misión que Dios nos confía en la tierra, sea la familia, el trabajo o apostolado. En el Espíritu Santo podemos confiar en el Padre, pues, aunque seamos muy débiles, «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31) Padre, que confíe en Ti como Jesús, que experimente que eres mi Padre bueno que me ama de verdad.
«Todos tenemos necesidad de crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús. Él puede ayudarnos a encontrar la vía cuando hemos perdido la brújula de nuestro camino; cuando el camino no parece ya plano sino áspero y arduo; cuando es fatigoso ser fieles con nuestros compromisos. Es importante alimentar cada día nuestra fe, con la escucha atenta de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal como «grito» hacia Él —“Señor, ayúdame”—, y con actitudes concretas de caridad hacia el prójimo. Encomendémonos al Espíritu Santo para que Él nos ayude a perseverar en la fe. El Espíritu infunde audacia en el corazón de los creyentes; da a nuestra vida y a nuestro testimonio cristiano la fuerza del convencimiento y de la persuasión; nos anima a vencer la incredulidad hacia Dios y la indiferencia hacia los hermanos.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 20 de agosto de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama. Jesús, confío en Ti, o al menos quiero confiar y creer que eres bueno, me amas y buscas mi bien. Aumenta mi confianza. María, enséñame a confiar en Dios como tú, en horas felices y al pie de la cruz. Haz que como tú, yo esté abierto al Espíritu Santo.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un rato de oración pediré al Espíritu Santo que me ayude a ser dócil a sus inspiraciones.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Jesús se dirige al Padre en la oración.
Catequesis de SS Juan Pablo II. Julio 22 de 1987.
1. Jesucristo es el Hijo íntimamente unido al Padre; el Hijo que “vive totalmente para el Padre”(cf. Jn 6, 57); el Hijo, cuya existencia terrena total se da al Padre sin reservas. A estos temas desarrollados en las últimas catequesis, se une estrechamente el de la oración de Jesús: tema de la catequesis de hoy. Es, pues, en la oración donde encuentra su particular expresión el hecho de que el Hijo esté íntimamente unido al Padre, esté dedicado a Él, se dirija a Él con toda su existencia humana. Esto significa que el tema de la oración de Jesús ya está contenido implícitamente en los temas precedentes, de modo que podemos decir perfectamente que Jesús de Nazaret “oraba en todo tiempo sin desfallecer” (cf. Lc 18, 1 ). La oración era la vida de su alma, y toda su vida era oración. La historia de la humanidad no conoce ningún otro personaje que con esa plenitud -de ese modo- se relacionara con Dios en la oración como Jesús de Nazaret, Hijo del hombre, y al mismo tiempo Hijo de Dios, “de la misma naturaleza que el Padre”.
2. Sin embargo, hay pasajes en los Evangelios que ponen de relieve la oración de Jesús, declarando explícitamente que “Jesús rezaba”. Esto sucede en diversos momentos del día y de la noche y en varias circunstancias. He aquí algunas: “A la mañana, mucho antes de amanecer, se levantó, salió y se fue aun lugar desierto, y allí oraba” (Mc 1, 35). No sólo lo hacía al comenzar el día (la “oración de la mañana”), sino también durante el día y por la tarde, y especialmente de noche. En efecto, leemos:“Concurrían numerosas muchedumbres para oírle y ser curados de sus enfermedades, pero Él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración” (Lc 5, 15-16). Y en otra ocasión: “Una vez que despidió a la muchedumbre, subió a un monte apartado para orar, y llegada la noche, estaba allí solo” (Mt 14, 23).
3. Los evangelistas subrayan el hecho de que la oración acompañe los acontecimientos de particular importancia en la vida de Cristo: “Aconteció, pues, que, bautizado Jesús y orando, se abrió el cielo...” (Lc 3, 21), y continúa la descripción de la teofanía que tuvo lugar durante el bautismo de Jesús en el Jordán. De forma análoga, la oración hizo de introducción en la teofanía del monte de la transfiguración:“...tomando
4. Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte para orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó...”(Lc 9, 28-29).
La oración también constituía la preparación para decisiones importantes y para momentos de gran relevancia de cara a la misión mesiánica de Cristo. Así, en el momento de comenzar su ministerio público, se retira al desierto a ayunar y rezar (cf. Mt 4, 1-11 y paral.); y también, antes de la elección de los Apóstoles, “Jesús salió hacia la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sí a los discípulos y escogió a doce de ellos, a quienes dio el nombre de apóstoles”(Lc 6, 12)13). Así también, antes de la confesión de Pedro, cerca de Cesarea de Filipo:“...aconteció que orando Jesús a solas, estaban con Él los discípulos, a los cuales preguntó: ¿Quién dicen las muchedumbres que soy yo? Respondiendo ellos, le dijeron: ´Juan Bautista; otros Elías; otros, que uno de los antiguos Profetas ha resucitado´. Díjoles Él: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Respondiendo Pedro, dijo: “El Ungido de Dios” (Lc 9, 18-20).
5. Profundamente conmovedora es la oración de antes de la resurrección de Lázaro: “Y Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: !Padre: te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que tú me has enviados!” (Jn 11, 41-42).
6. La oración en la última Cena (la llamada oración sacerdotal), habría que citarla toda entera. Intentaremos al menos tomar en consideración los pasajes que no hemos citado en las anteriores catequesis. Son éstos: “...Levantando sus ojos al cielo, añadió (Jesús): ´Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo para que tu hijo te glorifique, según el poder que le diste sobre toda carne, para que a todos los que tú le diste les dé Él la vida eterna´" (Jn 17, 1-2). Jesús reza por la finalidad esencial de su misión: la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Y añade: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios Verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, tú, Padre glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo existiese” (Jn 17, 3-5).
7. Continuando la oración, el Hijo casi rinde cuentas al Padre por su misión en la tierra: “He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran, y tú me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora saben que todo cuanto me diste viene de ti” (Jn 17, 6-7) Después añade: “Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste, porque son tuyos...” (Jn 17, 9). Ellos son los que“acogieron” la palabra de Cristo, los que “creyeron” que el Padre lo envió. Jesús ruega sobre todo por ellos, porque “ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti” (Jn 17, 11). Ruega para que “sean uno”, para que “no perezca ninguno de ellos” (y aquí el Maestro recuerda “al hijo de la perdición”), para que “tengan mi gozo cumplido en sí mismos”(Jn 17, 13): En la perspectiva de su partida, mientras los discípulos han de permanecer en el mundo y estarán expuestos al odio porque “ellos no son del mundo”, igual que su Maestro, Jesús ruega: “No pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal”(Jn 17, 15).
8. También en la oración del cenáculo. Jesús pide por sus discípulos: “Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 17-19). A continuación Jesús abraza con la misma oración a las futuras generaciones de sus discípulos. Sobre todo ruega por la unidad, para que “conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como tú me amaste a mí” (Jn 17, 25). Al final de su invocación, Jesús vuelve a los pensamientos principales dichos antes, poniendo todavía más de relieve su importancia. En ese contexto pide por todos los que el Padre le “ha dado” para que “estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado; porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).
9. Verdaderamente la “oración sacerdotal” de Jesús es la síntesis de esa autorrevelación de Dios en el Hijo, que se encuentra en el centro de los Evangelios. El Hijo haba al Padre en el nombre de esa unidad que forma con Él (“Tú, Padre, estás en mí y yo en ti” Jn 17, 21). Y al mismo tiempo ruega para que se propaguen entre los hombres los frutos de la misión salvífica por la que vino al mundo. De este modo revela el mysterium Ecclesiae, que nace de su misión salvífica, y reza por su futuro desarrollo en medio del “mundo”. Abre la perspectiva de la gloria, a la que están llamados con Él todos los que “acogen” su palabra.
10. Si en la oración de la última Cena se oye a Jesús hablar al Padre como Hijo suyo “consubstancial”, en la oración del Huerto, que viene a continuación, resalta sobre todo su verdad de Hijo del Hombre. “Triste está mi alma hasta la muerte. Permaneced aquí y velad” (Mc 14, 34), dice a sus amigos al llegar al huerto de los olivos. Una vez solo, se postra en tierra y las palabras de su oración manifiestan la profundidad del sufrimiento. Pues dice: “Abbá, Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz, mas no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres” (Mt 14, 36).
11. Parece que se refieren a esta oración de Getsemaní las palabras de la Carta a los Hebreos. “Él ofreció en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte”. Y aquí el Autor de la Carta añade que “fue escuchado por su reverencial temor” (Heb 5, 7). Sí. También la oración de Getsemaní fue escuchada, porque también en ella -con toda la verdad de su actitud humana de cara al sufrimiento- se hace sentir sobre todo la unión de Jesús con el Padre en la voluntad de redimir al mundo, que constituye el origen de su misión salvífica.
12. Ciertamente Jesús oraba en las distintas circunstancias que surgían de la tradición y de la ley religiosa y de Israel, como cuando, al tener doce años, subió con los padres al templo de Jerusalén (cf. Lc 2, 41 ss.), o cuando, como refieren los evangelistas, entraba “los sábados en la sinagoga, según la costumbre” (cf. Lc 4, 16). Sin embargo, merece una atención especial lo que dicen los Evangelios de la oración personal de Cristo. La Iglesia nunca lo ha olvidado y vuelve a encontrar en el diálogo personal de Cristo con Dios la fuente, la inspiración, la fuerza de su misma oración. En Jesús orante, pues, se expresa del modo más personal el misterio del Hijo, que “vive totalmente para el Padre”, en íntima unión con Él.
El Rostro de Cristo, ¿cómo es?
Hay un retrato de Jesús que sí tiene mucha influencia en los demás y es la imagen que damos los cristianos
Hace un tiempo unos supuestos científicos se atrevieron a presentar un retrato de Cristo. Decían basarse en el hallazgo de un cráneo de una persona judía contemporánea de Jesús. La conclusión parece un poco atrevida, puesto que es como si después de veinte siglos intentaran descubrir cómo era Miss España 2000 por la cabeza de una persona poco agraciada de la misma época. En aquel tiempo habría, como ahora, altos y
bajos, guapos y feos, de todo...
Lo cierto es que el presunto retrato de Jesús, difundido por los presuntos investigadores, da un poco de pánico. Sin embargo, aunque de la tradición y de los datos que ofrece el Evangelio parece desprenderse la idea de un Jesús atractivo, no tendría por qué extrañarnos que Jesús hubiera sido una persona fea.
Dicha teoría existe, basada en el cántico del "Siervo de Yahvé" de Isaías. La defendieron autores tan famosos como San Justino, San Basilio, San Cirilo y Tertuliano, en principio hostiles a todo lo que el cuerpo significa. Pero otros Padres de la época como San Jerónimo, San Gregorio de Nisa, o San Juan Crisóstomo, defendieron lo contrario.
En todo caso Jesús, que asumió la pobreza y debilidad humanas, pudo haber asumido perfectamente la fealdad corporal. Pero parece que no ha sido así. Por lo tanto el mencionado retrato virtual parece, cuando menos, una impertinencia.
Hay un retrato de Jesús que sí tiene mucha influencia en los demás y es la imagen que damos los cristianos, la imagen que da la Iglesia.
Y últimamente, por eso de que siempre destaca más lo negativo, dicha imagen en los medios de comunicación no ha salido tampoco demasiado bien parada. Que si los Obispos no condenan claramente el terrorismo, que si los misioneros, que si un cura hizo o dijo no sé qué...
En la mayoría de estos casos si uno se deja llevar de la primera impresión, de los titulares y aún de los primeros comentarios, se comprende que puedan suscitar un sentimiento de indignación.
Pero a medida que se va profundizando en las noticias y recogiendo datos, las cosas se ven de otra manera.
Pero vamos a ponernos en el peor de los casos: que los miembros de la Iglesia cometemos errores o que nuestra manera de actuar pueda causar escándalo (unas veces con razón y otras sin ella). Lo primero que debería tener presente la persona escandalizada es aquella frase de Jesús a los fariseos que querían apedrear a la mujer: "el que esté limpio de pecado que tire la primera piedra".
Y no olvidemos que la Iglesia somos todos, no sólo las Jerarquías eclesiásticas, sino en primer lugar todos los bautizados. Ya el Concilio dejó bien clara la doble condición de la Iglesia "santa y pecadora".
No es lo preocupante que el rostro de Jesús sea feo o guapo, sino que la mencionada investigación no responde a criterios objetivos. No es lo preocupante la imagen a veces lamentable de la Iglesia sino la incomprensión, sensacionalismo fariseísmo o mala uva con que algunos que también forman parte de ella se regodean.
Es como si alguien se recreara en reirse o divulgar los defectos o debilidades de una persona. Pero sobre todo la belleza de la divinidad de Jesús y de la Iglesia, en cuanto sacramento de salvación, es algo que no deja lugar para la duda.