El Espíritu Santo Paráclito

PENTECOSTES

La venida del Espíritu Santo en Pentecostes se compara a un viento que soplaba fuertemente   Hch 2,2. Qué significa esta imagen. El viento impetuoso nos hace pensar en una gran fuerza, pero que acaba en sí misma, es una fuerza que cambia la realidad. El viento trae cambios. Corrientes cálidas cuando hace frío, frescas cuando hace calor, lluvia cuando hay sequía… así actua.

También el Espíritu Santo, aunque a nivel totalmente distinto, actúa así. Es en la fuerza divina que cambia el mundo. La secuencia nos lo ha recordado el Espíritu es descanso de nuestro esfuerzo, gozo que enjuga las lágrimas y lo pedimos de esta manera Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermos, lava las manchas. El entra en las situaciones y las transforma, cambia los corazones y cambia los acontecimientos.

Cambia los corazones. Jesús dijo a sus Apóstoles recibiréis la fuerza dewl Espíritu Santo  y seréis mis testigos Hch 1,8. Y aconteció precisamente así

Los discípulos que al principio llenos de miedo; atrincherados con las puertas cerradas también después de la Resurreción del maestro, son transformados por el Espìritu y, como anuncia Jesús en el Evangelio de hoy, dan testimonio de EL Jn 15,27. De vacilantes pasan a ser valientes y, dejando Jerusalén, van hasta los confines del mundo. Llenos de temor cuando Jesús estaba con ellos, son valientes sin El, porque el Espíritu cambió sus corazones.

El Espíritu libera los corazones cerrados por el miedo. Vence las resistencias. A quien se conforma con medias tintas, le ofrece ímpetus de entrega. Ensancha los corazones estrechos. Anima a servir a quien se apoltrona en la  comodidad. Hace caminar al que se cree que ya ha llegado. Hace soñar al que cae en tibieza. He aquí el cambio del corazón.

Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renovaciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún  esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu es diferente, no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón, no nos libera de repente los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos, no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida.

El Espíritu mantiene joven el corazón esa renovada juventud. La juventud a pesar de todos los esfuerzos para alargarla, antes o después pasa. El Espíritu, en cambio, es el que previene  el único envejecimiento malsano, el interior y lo hace renovando  el corazón transformándolo de pecador en perdonado.

Abrir el corazón al Espíritu para que él nos enseñe a escuchar con el corazón

Misa de Vigilia de Pentecostés con el Papa Francisco

JUNIO 09, 2019 12:39RAQUEL ANILLO PAPA FRANCISCO, ROMA

(ZENIT – 9 junio 2019).- “Abran sus ojos y oídos, pero especialmente su corazón”, para escuchar el “grito oculto de la gente” en las ciudades: este es el llamado del Papa Francisco en esta víspera de Pentecostés, 8 de junio de 2019. Como Dios, el cristiano está invitado a tener un corazón “atento y sensible a los sufrimientos y sueños de los hombres”.

Celebrando ayer la misa de vigilia de Pentecostés en la Plaza de San Pedro, el Papa deseó que la Iglesia fuera “una madre con un corazón abierto” para todos “: “¡Como me gustaría que los que viven en Roma reconozcan a la Iglesia … por este ‘plus’ de ¡Misericordia, por ese ‘plus’ de humanidad y ternura, que tanto necesitamos! No por otras cosas … Nos sentiríamos como en casa, el “hogar materno” donde siempre somos bienvenidos y a donde siempre podemos regresar”.

AK

Homilía del Papa Francisco

También esta noche, la víspera del último día del tiempo de Pascua, la fiesta de Pentecostés, Jesús está en medio de nosotros  y proclama en voz alta: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura, ríos de agua viva brotarán de tu vientre” (Jn 7, 37-38). Es el “río de agua viva” del Espíritu Santo que brota del vientre de Jesús, de su costado traspasado por la lanza (cf. Jn 19,36), y que lava y fecunda a la Iglesia, la Esposa Mística, representada por María, la nueva Eva, al pie de la cruz.

El Espíritu Santo brota del vientre de la misericordia de Jesús Resucitado, llenando nuestro seno de una “buena medida, suave, llena y desbordante” de misericordia (cf. Lc 6,38) y nos transforma en una Iglesia-madre de misericordia, es decir, en una “madre de un corazón abierto” para todos! Cuánto me gustaría que la gente que vive en Roma reconociera a la Iglesia, que nos reconociera por esto más por la Misericordia, no por otra cosa, por esto lo más de humanidad y ternura, de lo cual hay tanta necesidad! Uno se sentiría como en casa, en la “casa materna” donde siempre se es bienvenido y donde siempre se puede volver. Se sentiría siempre bien recibida, escuchada, bien interpretada, ayudada a dar un paso adelante en la dirección del reino de Dios… Como sabe hacer una madre, incluso con sus hijos que han crecido.

Este pensamiento sobre la maternidad de la Iglesia me recuerda que hace 75 años, el 11 de junio de 1944, el Papa Pío XII hizo un acto especial de acción de gracias y súplica a la Virgen María, para la protección de la ciudad de Roma. Lo hizo en la iglesia de San Ignacio, donde había sido traída la venerada imagen de Nuestra Señora del Divino Amor. El Amor Divino es el Espíritu Santo, que brota del Corazón de Cristo. Él es la “roca espiritual” que acompaña al pueblo de Dios en el desierto para que sacando de él agua viva sacie su sed a lo largo del camino (cf. 1 Co 10,4).

En la zarza que no se consume imagen de la Virgen María y Madre está el Cristo resucitado que nos habla, nos comunica el fuego del Espíritu Santo, nos invita a descender en medio de la gente para escuchar el grito, nos envía a abrir el sendero a caminos de libertad que conducen a las tierras prometidas por Dios.

Lo sabemos: también hoy, como en todos los tiempos, hay quienes intentan construir “una ciudad y una torre que lleguen hasta el cielo” (cf. Gn 11,4). Son proyectos humanos, también nuestros proyectos, al servicio de un yo cada vez mayor, hacia un cielo donde ya no hay lugar para Dios. Dios nos deja hacerlo por un tiempo, para que podamos experimentar hasta qué punto del mal y de la tristeza podemos llegar sin Él…. Pero el Espíritu de Cristo, Señor de la historia, no puede esperar para tirarlo todo por la borda, para que volvamos a empezar de nuevo. Siempre somos un poco cortos de vista y de corazón;

Abandonados a nosotros mismos, terminamos perdiendo el horizonte; llegamos a convencernos de que lo hemos entendido todo, y acabamos de tomar en consideración todas las variables, y nos preguntamos, qué cosa sucederá y cómo va a pasar….

Estas son todas construcciones nuestras que se engañan a sí mismos de tocar el cielo. En cambio, el Espíritu irrumpe en el mundo desde lo alto, desde el vientre de Dios, donde nació el Hijo, y hace nuevas todas las cosas.

¿Qué celebramos hoy, todos juntos, en nuestra ciudad de Roma? Celebramos la primacía del Espíritu, que nos hace estar callados ante lo imprevisible del designio de Dios, y luego nos estremece la alegría: “Entonces esto fue lo que Dios tuvo en su seno para nosotros”, este camino de la Iglesia, este pasaje, este Éxodo, esta llegada a la tierra prometida, la ciudad-Jerusalén con  puertas siempre abiertas a todos, donde las diversas lenguas del hombre se componen en la armonía del Espíritu, porque el Espíritu es la armonía. Y si tenemos en mente los dolores del parto, entendemos que nuestro gemido, el de la gente que vive en esta ciudad y el gemido de toda la creación no son más que el gemido del mismo Espíritu: es el nacimiento del nuevo mundo. Dios es el Padre y la madre, Dios es la partera, Dios es el gemido,

Dios es el Hijo engendrado en el mundo y nosotros, la Iglesia, estamos al servicio de este nacimiento, no al servicio de nosotros mismos, no al servicio de nuestras ambiciones, de tantos sueños de poder, no, al servicio de esto, de lo que hace Dios, de estas maravillas que hace Dios.

“Si el orgullo y la presunta superioridad moral nos ofuscan nuestro oído, nos daremos cuenta que bajo el grito de tanta gente no hay nada más que un auténtico gemido del Espíritu Santo. Es el Espíritu que nos impulsa una vez más a no contentarnos, a tratar de volver a nuestro camino; es este Espíritu que nos salvará de toda “reorganización” diocesana (Discurso a la Convención Diocesana, 9 Mayo de 2019). El peligro es este, querer confundir la novedad del Espíritu con un método de organizar todo, no, esto no es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Dios cambia todo, nos hace comenzar, no desde el inicio sino de un nuevo camino

Dejémonos llevar por la mano del Espíritu y llevemos en medio del corazón de la ciudad para escuchar su grito, su gemido. A Moisés Dios le dice que este clamor oculto del pueblo ha llegado hasta Él: Lo ha escuchado, ha visto la opresión y el sufrimiento…. Y ha decidido intervenir enviando a Moisés para levantar y alimentar el sueño de libertad de los israelitas y para revelarles que este sueño es su voluntad: hacer de Israel un pueblo libre, su pueblo, un pueblo unido a él por una alianza de amor, llamado a dar testimonio de la fidelidad del Señor ante todas las naciones.

Pero para que Moisés pueda llevar a cabo su misión, Dios quiere que él “descienda” con él en medio de los israelitas. El corazón de Moisés debe volverse como el de Dios, atento y sensible a los sufrimientos y sueños de los hombres, a lo que gritan en secreto cuando levantan la mano al Cielo, porque ya no tienen ningún asidero en la tierra. Es el gemido del Espíritu, y Moisés debe escuchar, no con el oído sino  con el corazón.

Hoy nos pide a nosotros cristianos a aprender a escuchar con el corazón. El Maestro de esta escucha es el Espíritu, abrir el corazón para que él nos enseñe a escuchar con el corazón, abrirlo.

Para escuchar el grito de la ciudad de Roma, necesitamos que el Señor nos lleve de la mano y nos haga “descender”  descender de nuestras posiciones, bajar en medio de los hermanos  que viven en nuestra ciudad  para escuchar su necesidad de salvación, el grito que llega hasta Él y que nosotros normalmente no escuchamos. No se trata de escuchar ni explicar cosas intelectuales ni ideológicas  Me hace llorar cuando veo a una Iglesia que cree que es fiel al Señor, para actualizarse cuando se buscan caminos puramente funcionalistas, caminos que no provienen del Espíritu de Dios. Esta Iglesia no sabe descender, no sabe bajar y si no descienden no es el Espíritu quien manda. Se trata de una cuestión de abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón, escuchando con el corazón. Entonces nos pondremos en camino. Entonces sentiremos dentro de nosotros el fuego de Pentecostés, que nos impulsa a gritar a los hombres y mujeres de esta ciudad que su esclavitud ha terminado y que Cristo es el camino que conduce a la ciudad del cielo. Para esto necesitamos la  fe, hermanos y hermanas. Hoy pedimos el don de la fe para poder ir por este camino. Amén!

Efrén, Santo

Memoria Litúrgica, 9 de junio

Diácono y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Efrén, diácono y Doctor de la Iglesia, que primero ejerció en Nísibe, su patria, el ministerio de la predicación y la enseñanza de la doctrina, y más tarde, al invadir Nísibe los persas, se trasladó a Edesa, en Osroene, donde inició una escuela teológica con los discípulos que le habían seguido, en la que ejerció su ministerio con la palabra y los escritos. Fue célebre por su austeridad de vida y la riqueza de su doctrina, y por los exquisitos himnos que también compuso mereció ser llamado "cítara del Espíritu Santo" ( 373).

Breve Biografía

Poco es lo que sabemos de la vida de San Efrén. Nació en Nisibi, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. Por lo tanto, tenía siete años cuando Constantino promulgó el edicto de Milán. Pero parece que Efrén no pudo gozar de la libertad de culto en el seno de la propia familia, porque el padre era sacerdote pagano y no estaba de acuerdo con la formación cristiana que la piadosa madre quería impartirle. A Los 18 años recibió el bautismo y vivió del propio trabajo, en Edesa, como empleado en un baño público. En el 338 Nisibi fue atacada por Los Persas, y Efrén acudió en su ayuda.

Cuando Nisibi cayó en mano de Los Persas, Efrén, que ya era diácono, se estableció definitivamente en Edesa en el 365, y allí dirigió una escuela. Allí murió el 9 de junio del 373. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. No conocía el griego y probablemente esta era la razón por la cual no encontramos en su obra literaria ese influjo teológico contemporáneo, caracterizado por Las controversias trinitarias. Él es el transmisor genuino de la doctrina cristiana antigua. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se lo ha definido “la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo”.

En su época se estaba organizando el canto religioso “alternado” en Las iglesias. Los iniciadores fueron San Ambrosio en Milán y Diodoro en Antioquía. El diácono de Nisibi, en Las fronteras de la cristiandad y del mundo romano, compuso en la lengua nativa poesías de contenido didáctico o exhortativo, y propias para adaptarlas al canto colectivo. El carácter popular de sus poesias hizo que pronto se difundieran muchísimo. Gracias también a las cuidadosas traducciones en griego, pronto pasaron de Siria al Oriente mediterráneo.

Efrén no escribía para buscar éxitos literarios; él se servía de la poesía como un excelente medio pastoral. Hasta en las homilías y en los sermones usaba este medio como captación y seducción del espíritu. El profundo conocimiento de la Sagrada Escritura le ofrecía a su rica vena poética el elemento más original para penetrar en los misterios de la verdad y sacar útiles enseñanzas para el pueblo de Dios. Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción. El llamaba a María “más resplandeciente que el sol, conciliadora del cielo y de la tierra, paz, alegría y salud del mundo, corona de las vírgenes, toda pura, inmaculada, incorrupta, beatísima, inviolada, venerable, honorable...”.

A continuación compartimos uno oración mariana compuesta por San Efrén:

Mi santísima Señora,
Madre de Dios,
llena de gracia,
tú eres la gloria de nuestra naturaleza,
el canal de todos los bienes,
la reina de todas las cosas después de la Trinidad...,
la mediadora del mundo después del Mediador;
tú eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo,
la llave que nos abre las puertas del paraíso,
nuestra abogada,
nuestra mediadora.
Mira mi fe,
mira mis piadosos anhelos y acuérdate de tu misericordia y de tu poder.
Madre de Aquel que es el único misericordioso y bueno,
acoge mi alma en mi miseria y,
por tu mediación,
hazla digna de estar un día a la diestra de tu único Hijo.
Amén

Cultivar asiduamente nuestro trato con el Espíritu Santo

Santo Evangelio según San Juan 14, 15-16. 23-26. Pentecostés

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, que abra mi corazón a tus inspiraciones para poder cumplir siempre tu santa voluntad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 14, 15-16. 23-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad.

El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.

Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo cuanto yo les he dicho".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes» ¿Puede haber una frase más consoladora que esta? Al pensar en estas palabras que Jesús pronunció a sus discípulos, podemos imaginar cuánto amor encierra esta afirmación. Él rogará por nosotros, así nos lo dice, pero tenemos que leer en primera persona estas palabras; nos habla a cada uno de nosotros de forma particular. Él nos dará un Consolador, alguien que nos guíe y que no nos dejará solos jamás. Y nos toca a nosotros ahora no abandonarlo, o mejor dicho no creer que con nuestras propias fuerzas podremos superar todos los obstáculos «No permitan que el mundo les haga creer que es mejor caminar solos. No cedan a la tentación de ensimismarse, de volverse egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el éxito pasajero» Papa Francisco, mensaje para los jóvenes de Lituania.

«El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada». Somos morada del Espíritu Santo, eso es un regalo que se nos hace a partir de Bautismo. A partir de ese momento somos templo donde habita la Trinidad Beatísima. Por tanto, debemos cultivar en nuestra vida cotidiana el trato asiduo con Dios, pero no con formalidades rígidas que nos puedan asemejar con un fariseísmo, sino que debemos cultivar el trato filial, amoroso y sincero con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es una «familia» de tres Personas que se aman tanto que conforman una sola cosa.

Por último, pidamos a María, Reina de los apóstoles y madre de la Iglesia, que el día de hoy en el que celebramos la fiesta de Pentecostés interceda ante la Trinidad Beatísima, para que en nuestros corazones arda el fuego abrazador del amor divino y nos impulse a ser cada día más fieles a la voluntad de Dios.

«Mediante el Bautismo, el Espíritu Santo nos ha insertado en el corazón y en la vida misma de Dios, que es comunión de amor. Dios es una “familia” de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta “familia divina” no está cerrada en sí misma, sino que es abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para invitar a todos a formar parte de ella. El horizonte trinitario de comunión envuelve a todos y nos estimula a vivir en el amor y en el compartir fraterno, seguros que allí donde hay amor, allí está Dios.»

(Santísima Trinidad, ángelus del Papa Francisco, 22 mayo, 2016)

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré estar muy atento en la Santa Misa, sabiendo que, al igual que los discípulos, ahora yo me encuentro reunido, ya no en el cenáculo, pero si frente a la mesa de la Eucaristía como Iglesia militante, viviendo la comunión de los santos.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Pentecostés, fiesta grande para la Iglesia

Con el Espíritu Santo entramos en el mundo del amor. Gracias al Espíritu Santo cada bautizado es transformado en lo más profundo de su corazón.

Pentecostés fue un día único en la historia humana.

En la Creación del mundo, el Espíritu cubría las aguas, “trabajaba” para suscitar la vida.

En la historia del hombre, el Espíritu preparaba y enviaba mensajeros, patriarcas, profetas, hombres justos, que indicaban el camino de la justicia, de la verdad, de la belleza, del bien.

En la plenitud de los tiempos, el Espíritu descendió sobre la Virgen María, y el Verbo se hizo Hombre.

En el inicio de su vida pública, el Espíritu se manifestó sobre Cristo en el Jordán, y nos indicó ya presente al Mesías.

Ese Espíritu descendió sobre los creyentes la mañana de Pentecostés. Mientras estaban reunidos en oración, junto a la Madre de Jesús, la Promesa, el Abogado, el que Jesús prometió a sus discípulos en la Última Cena, irrumpió y se posó sobre cada uno de los discípulos en forma de lenguas de fuego (cf. Hch 2,1-13).

Desde ese momento empieza a existir la Iglesia. Por eso es fiesta grande, es nuestro “cumpleaños”.

Lo explicaba san Ireneo (siglo II) con estas hermosas palabras: “Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu (...) excluirse de la vida” (Adversus haereses III,24,1).

Con el Espíritu Santo tenemos el espíritu de Jesús y entramos en el mundo del amor. Gracias al Espíritu Santo cada bautizado es transformado en lo más profundo de su corazón, es enriquecido con una fuerza especial en el sacramento de la Confirmación, empieza a formar parte del mundo de Dios.

Benedicto XVI explicaba cómo en Pentecostés ocurrió algo totalmente opuesto a lo que había sucedido en Babel (Gen 11,1-9).

En aquel oscuro momento del pasado, el egoísmo humano buscó caminos para llegar al cielo y cayó en divisiones profundas, en anarquías y odios. El día de Pentecostés fue, precisamente, lo contrario.

“El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia.

El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor” (Benedicto XVI, homilía del 4 de junio de 2006).

Por eso mismo Pentecostés es el día que confirma la vocación misionera de la Iglesia: los Apóstoles empiezan a predicar, a difundir la gran noticia, el Evangelio, que invita a la salvación a los hombres de todos los pueblos y de todas las épocas de la historia, desde el perdón de los pecados y desde la vida profunda de Dios en los corazones.

Pentecostés es fiesta grande para la Iglesia. Y es una llamada a abrir los corazones ante las muchas inspiraciones y luces que el Espíritu Santo no deja de susurrar, de gritar. Porque es Dios, porque es Amor, nos enseña a perdonar, a amar, a difundir el amor.

Podemos hacer nuestra la oración que compuso el Cardenal Jean Verdier (1864-1940) para pedir, sencillamente, luz y ayuda al Espíritu Santo en las mil situaciones de la vida ordinaria, o en aquellos momentos más especiales que podamos atravesar en nuestro caminar hacia el encuentro eterno con el Padre de las misericordias.

“Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo:

Inspírame siempre
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia santificación.

Espíritu Santo,
dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.

Dame acierto al empezar,
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén” (Cardenal Verdier).

Pentecostés

La Fiesta de Pentecostés

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”.
Hechos de los Apóstoles 2, 1-5

Fiesta de Pentecostés

Originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (= cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex 34 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio.

En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.

En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento, Pentecostés se convierte también en fiesta cristiana de primera categoría (Hch 20 16; 1 Cor 168).

¿Quién es el Espíritu Santo?

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la "Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.


El Espíritu Santo, el don de Dios

"Dios es Amor" (Jn 4,8-16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". (Rom 5,5).

Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo, "La gracia del Señor Jesucristo, y la caridad de Dios, y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros." 2 Co 13,13; es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. Por el Espíritu Santo nosotros podemos decir que "Jesús es el Señor ", es decir para entrar en contacto con Cisto es necesario haber sido atraído por el Espíritu Santo.

Mediante el Bautismo se nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo.

Vida de fe. El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Sin embargo, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Sólo en los "últimos tiempos", inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, es cuando el Espíritu se revela y se nos da, y se le reconoce y acoge como Persona.

El Paráclito. Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

Espíritu de la Verdad: Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado.

El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.

Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.

Símbolos

Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:

Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.

Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.

Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.

Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.

Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.

La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".
La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

El Espíritu Santo y la vida cristiana

A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo. Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros.

El don del Espíritu Santo es el que:

- nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;

- nos permite conocerlo y amarlo;

- hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.
La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.

Dones

Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Estos dones son:

Don de Ciencia: es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.

Don de consejo: saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.

Don de Fortaleza: es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.

Don de Inteligencia: es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.

Don de Piedad: el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.

Don de Sabiduría: es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.

Don de Temor: es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.


Por otro lado, los frutos del Espíritu Santo son:

Caridad.
Gozo.
Paz.
Paciencia.
Longanimidad.
Bondad.
Benignidad.
Mansedumbre.
Fe.
Modestia.
Continencia.
Castidad.

¿Qué es Pentecostés?

Una festividad cristiana que data del siglo primero y estaba muy estrechamente relacionada con la Pascua

Originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (= cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex 34 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.

En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento, Pentecostés se convierte también en fiesta cristiana de primera categoría (Hch 20 16; 1 Cor 168).

PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...

La fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de inicio. Por lo tanto no podemos desvincularla de la Madre de todas las fiestas que es la Pascua.

En este sentido, Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día, son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que lleva a empobrecer su contenido.

Hay que insistir que, la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

Es bueno tener presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde vivir.

Culminar con una vigilia:

Entre las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran, las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y significativas para quienes participan en ellas.

Una vigilia, que significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme. Se trata de estar despiertos durante la noche a la espera de la luz del día de una fiesta importante, en este caso Pentecostés. En ella se comparten, a la luz de la Palabra de Dios, experiencias, testimonios y vivencias. Todo en un ambiente de acogida y respeto.

Es importante tener presente que la lectura de la Sagrada Escritura, las oraciones, los cantos, los gestos, los símbolos, la luz, las imágenes, los colores, la celebración de la Eucaristía y la participación de la asamblea son elementos claves de una Vigilia.

En el caso de Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por Jesús en reiteradas ocasiones y, ésta vigilia, puede llegar a ser muy atrayente, especialmente para los jóvenes, precisamente por el clima de oración, de alegría y fiesta.

Algo que nunca debiera estar ausente en una Vigilia de Pentecostés son los dones y los frutos del Espíritu Santo. A través de diversas formas y distintos recursos (lenguas de fuego, palomas, carteles, voces grabadas, tarjetas, pegatinas, etc.) debemos destacarlos y hacer que la gente los tenga presente, los asimile y los haga vida.

No sacamos nada con mencionarlos sólo para esta fiesta, o escribirlos en hermosas tarjetas, o en lenguas de fuego hechas en cartulinas fosforescentes, si no reconocemos que nuestro actuar diario está bajo la acción del Espíritu y de los frutos que vayamos produciendo.

Invoquemos, una vez más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.


Especial de Pentecostés

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