Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor

Ramón Nonato, Santo

Cardenal, 31 de agosto

Martirologio Romano: En Cardona, de Cataluña, san Ramón Nonato, que fue uno de los primeros socios de san Pedro Nolasco en la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced, y es tradición que, por el nombre de Cristo, sufrió mucho para la redención de los cautivos (c. 1240).

Fecha de canonización: Su culto fue confirmado en 1657 por el Papa Alajandro VII

Patronato: mujeres embarazadas, de las parturientas, madres que dan de lactar, de los niños, de los inocentes.

Breve Biografía

Nació en los mismos comienzos del siglo XIII. Su nombre deja boquiabierto a quien lo oye o lo lee por primera vez. Nonnato -Nonato por más breve- sugiere a un santo sólo potencial; como si la palabra fuera un slogan publicitario que estuviera invitando a quien lo lee o escucha a que se decidiera a iniciar una programa que acabara con la santidad del guión preestablecido. De hecho, significa no-nacido. ¿Pretenderá decir el extraño nombre que, por no haber nacido todavía el santo que rellene el expediente completo de sus cualidades y virtudes, está como esperando la Iglesia a que haya uno que se decida de una vez a reproducirlas? Eso sería, lógicamente, confundir la santidad como algo que brota de la voluntad y decisión humana, cuando ella es en verdad el resultado de la acción del Espíritu Santo con quien se coopera libremente. Sería sencillamente pelagianismo.




El calificativo -que ha pasado ya a ser nombre- le viene a Ramón por el hecho de haber sido sacado del claustro materno, por medio de una intervención quirúrgica, cuando ya había muerto su madre. Por eso no nació como nacen normalmente los niños, lo extrajeron. Fue en Portell, en Lérida, cuando se iniciaba el siglo XIII.



La buena y alta situación de su padre le posibilitó crecer en buen ambiente y formación, aunque sin el cariño y los cuidados de una madre. Cuentan de su primera juventud la devoción especialísima a la santísima Virgen que le llevaba con frecuencia a visitar la ermita de san Nicolás donde pasaba ratos mientras sus rebaños pastaban. Luego su padre quiso irlo incorporando poco a poco a las tareas de administración de sus posesiones y esa fue la razón por la que se le encuentra en Barcelona en el intento de aprender letras y números. Allí tuvo ocasión de trabar amistad con Pedro Nolasco -que por aquel entonces era comerciante- y de compartir mutuamente los deseos de fidelidad a la fe cristiana vivida con radicalidad, llegando incluso a considerar la posibilidad de entrar en el estado clerical.



Como el padre disfruta de un gran sentido práctico, lo reincorpora al terruño de Portell y le encarga la explotación de varias de sus fincas. Pero, sigue diciendo la antigua crónica, que la misma Virgen María le comunica su deseo de que ingrese en la recién fundada Orden de la Merced y allí está de nuevo en Barcelona puesto a disposición completa en las manos de su antes amigo Pedro Nolasco.



Noviciado, profesión, ordenación sacerdotal y ministerio en el hospital de santa Eulalia se suceden con la normalidad propia de quien tiene prisa para cumplir el cuarto voto mercedario consistente en redimir a los cautivos y servir de rehén en su lugar si procede.



En el norte del continente negro predica, consuela, cura, fortalece, atiende y transmite paciencia a los cautivos de los piratas berberiscos; comprende bien su situación y se hace cargo de que están rodeados de todos los peligros para su fe. Incluso él mismo tuvo que soportar cárcel y la tortura de que sellaran sus labios por ocho meses con un candado para impedirle la predicación.




A su vuelta a España entre el clamor de las multitudes, lo nombra Cardenal de la Iglesia el papa Gregorio IX, reconociendo sus méritos y virtud de la caridad practicada de modo heroico; pero no le dio tiempo a llegar a Roma por morir, antes de cumplir los cuarenta años, cuando se disponía a hacerlo.



Por el empeño de hacerse cargo de su cuerpo tanto los frailes mercedarios como los nobles señores de Cardona, decidieron de común acuerdo darle sepultura allá donde lo decidiera una mula ciega que lo llevó a lomos hasta que quiso pararse ante la ermita de San Nicolás, de Portell.



Desaparecieron las reliquias, irrecuperables ya para la veneración, en el año 1936.



Lo que no ha sido relegado al olvido por sus paisanos es la figura del santo y su acción caritativa. Esa devoción secular que se refleja incluso en las fiestas y en el folklore. No digamos nada sobre la devoción que le profesan todas las parturientas que lo tienen como especial patrón para su trance.



Se divulgó por el mundo la pintura que lo muestra con la Custodia en la mano derecha expresando así la fuente de su caridad con los hombres.


El don de mi vida

Santo Evangelio según san Mateo 25, 14-30. Sábado XXI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Señor que cada día me conozca más para poder reconocerte en mi vida.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Mateo 25, 14-30



En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco millones; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue.

El que recibió cinco millones fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un millón hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores.

Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco millones me dejaste; aquí tienes otros cinco, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.

Se acercó luego el que había recibido dos millones y le dijo: ‘Señor, dos millones me dejaste; aquí tienes otros dos, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor'.

Finalmente, se acercó el que había recibido un millón y le dijo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu millón bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo’. El señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco para que, a mi regreso, lo recibiera yo con intereses? Quítenle el millón y dénselo al que tiene diez. Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene. Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’”.



Palabra del Señor.




Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



Dios nos colma de bendiciones en nuestra vida y algunos son talentos que Él nos da, con el pasar del tiempo empezamos a descubrir cuales son y para qué nos los dio. La misión a la que Dios nos llama es personal, adecuada a cada persona porque somos únicos e irrepetibles. Durante el proceso de descubrimiento, para ver qué es lo que Dios quiere y cómo lo quiere, nos encontramos con que es una cosa de toda la vida porque somos un misterio para nosotros mismos y como misterio debemos seguir profundizando en nosotros mismos a la luz de Dios en nuestras vidas.

Una vez que hayamos encontrado la misión que está en nosotros comenzamos una nueva etapa en nuestra vida sabiendo que Dios es nuestro creador y sabe lo que necesitamos, con su ayuda y nuestro esfuerzo cotidiano podemos hace nuestra misión como Él quiere y tendremos un gran sentido de felicidad porque haremos lo que Él nos dijo.



«La parábola del Evangelio nos habla precisamente de dones. Nos dice que somos destinatarios de los talentos de Dios, “cada cual según su capacidad”. En primer lugar, debemos reconocer que tenemos talentos, somos “talentosos” a los ojos de Dios. Por eso nadie puede considerarse inútil, ninguno puede creerse tan pobre que no pueda dar algo a los demás. Hemos sido elegidos y bendecidos por Dios, que desea colmarnos de sus dones, mucho más de lo que un papá o una mamá quieren para sus hijos. Y Dios, para el que ningún hijo puede ser descartado, confía a cada uno una misión».
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de noviembre de 2017).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.



Propósito



Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Pedirle a Dios que me ilumine para conocer y aceptar la misión que Él tiene para mí.



Despedida


Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Escuchar con los ojos

Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona.


Había oído la expresión hablar con los ojos, pero nunca había visto escuchar con los ojos, si se puede decir así. Y es cierto; lo vi en una misa, en directo, en la catedral de san Agustín.



El P. Rene Robert hablaba a los sordomudos en su lenguaje. Cuando él callaba, Maureen Ann Longo traducía a los presentes. Johnny Mayoral, que hacía de monaguillo, tenía una traductora para él sólo. Al presenciar esta maravilla de comunicación pensé que Dios habla a cada uno acomodándose a nuestro lenguaje.



El Señor se complace en aquellos que escuchan su palabra y los colma de bendiciones (Gn 22,17), da vida al alma (Is 55,1-3) y establece su morada en medio de su pueblo (Lv 26,12). Escuchar a Dios es la fuente de la felicidad y de la vida. Hemos de escuchar a Dios en el momento presente y llevar lo que se escucha a la vida.



Dios nos escucha en silencio y propone el mismo método para escucharle. "Dios es la Palabra y, al mismo tiempo, el gran Oyente, que acoge nuestras palabras dispersas, despeinadas, inquietas, y les va restituyendo su profundidad. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho", dice Melloni.



Dios habla, se revela, pero hace falta que alguien recoja su palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. La fe nace de la escucha.



El Señor constantemente suplica a su pueblo que le escuche: "Escucha, Israel" (Dt 6,4). "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios" (Jr 7,23). "Éste es mi hijo muy amado... Escuchadlo" (Mc 9,7). La escucha es la condición primera y fundamental para el amor de Dios, y es este amor a Dios el mejor fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al creyente a la escucha.



Escuchar supone abandonarse en fe, esperanza y amor, tener la misma actitud de Abraham, Samuel y María. La escucha requiere confianza en los interlocutores.



Quien es de Dios escucha a Dios (Jn 8,47) y ha de escuchar al pobre, al huérfano y al necesitado (St 5,4). Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón (Hb 3,7). Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma (Is 55,2-3). Todo el que es de Dios escucha sus palabras (Jn 8,47) y las pone en práctica (Mt 7,26). Todo el que pertenece a la verdad escucha su voz (Jn 18,37).



Dios me habla hoy, a mí, en este mismo momento. Él quiere dialogar conmigo. Me ofrece su vida y su amistad.



Quien quiera tener vida deberá alimentarse de todo lo que sale de la boca de Dios, tendrá que escucharlo "hoy" y grabarlo en el corazón.


¿En qué debería centrar mi atención cuando rezo el Rosario?

Tu atención debe estar centrada en Dios. A continuación te damos algunos consejos para concentrarte mejor en el rezo del Rosario.

Pregunta: 

Estimado Dan, yo tenía el hábito de rezar el rosario a diario, pero últimamente me he sentido frustrado al rezarlo. Me siento muy confundido porque no sé en qué debería concentrarme al hacer esta oración. Por ejemplo al rezar un Ave María, medito el dolor de Cristo en la flagelación y el grandísimo amor que a través de eso nos expresa. Sin embargo, mientras hacía esto, no estaba poniendo atención a las palabras del Ave María o pidiéndole a la Virgen que «ruegue por nosotros pecadores».



Respuesta:

Querido amigo, qué buena pregunta. La respuesta es sencilla: tu atención debe estar centrada en Dios. Te invito a repasar lo que dice el Catecismo al hablar de la oración vocal (n. 2700):

Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquel a quien hablamos en la oración: «Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas».

Si tu corazón de alguna manera está enfocado o se siente atraído hacia Dios, estás caminando en la dirección correcta. Para ser mas específico, en cuanto al Rosario te recomiendo leer la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae del Papa Juan Pablo II en la que entre otras cosas escribió:

«María propone continuamente a los creyentes los "misterios" de su Hijo, con el deseo que sean contemplados, para que puedan derramar todas su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María».

Por eso, cuando rezamos el Rosario, lo rezamos con María y a través de los ojos de María, centrando nuestra atención, al igual que ella, en Jesús mismo

Nuestra primera tarea al rezar el Rosario es unirnos a María en cada escena (misterio) que se presenta. Al hacerlo, le pedimos su ayuda y sus oraciones mientras contemplamos a Cristo. Para traer esta realidad más cerca de nuestro corazón, podemos imaginarnos que estamos de pie al lado de María. Los dos miramos a Cristo en su agonía en el huerto. Le susurramos a nuestra Madre que ruegue por nosotros mientras consideramos lo que Cristo sufre. Le repetimos nuestra petición mientras los dos continuamos penetrando más profundamente el misterio.

Principios para mantener la paz



Sin importar dónde nos encontremos después de nuestro esfuerzo inicial por centrar nuestra oración en Cristo, hay varios principios que pueden ayudarnos a mantener la paz cuando nos distraemos:

•    Las distracciones son normales: Nuestro trabajo consiste en rechazar la distracción de manera apacible, ejercitando nuestra voluntad, y regresar nuestra atención a Dios. Si pasamos todo nuestro tiempo de oración volviéndonos hacia Él, la hemos hecho bien.

•    Cristo es la clave: Cada vez que nuestros corazones se sientan atraídos hacia Cristo, debemos procurar dejarnos atraer. Algunas veces, debemos seguir esta atracción hasta la contemplación silenciosa en la que dejamos de lado la oración vocal o discursiva para simplemente contemplarlo a Él. Si no estamos obligados por algún compromiso religioso a rezar oraciones de alguna forma específica, tenemos la libertad de dejar estas oraciones formales, una vez que ellas nos han llevado a la verdadera razón y al más alto objetivo de nuestro esfuerzo en la oración: adorarlo a Él.

Al final, lo importante es que tu alma descanse en Él y en la obra que Él realiza en ti. Sí, debes esforzarte en aumentar tu devoción y atención a Él en la oración. Sin embargo, cuando nuestros corazones fervientes se topan con la frustración, es buena señal que el enfoque en nuestra oración está mal encaminado.

¿Cómo realizar un momento de adoración con NIÑOS?

Algunas recomendaciones para realizar un momento de Adoración Eucarística con niños y jóvenes

Este texto fue preparado para los docentes de las escuelas donde soy capellán, pensando en cómo introducir a los alumnos -niños y jóvenes- en la adoración al Santísimo. Me pareció oportuno compartirlo, ya que puede ayudar a vivir esos momentos no sólo en el ámbito de la Escuela Católica sino también en la catequesis parroquial y en los movimientos y grupos de pastoral infantil.

“El Maestro está aquí y te llama” (Jn 11, 28)

Algunas recomendaciones para realizar un momento de Oración con niños y jóvenes en el Oratorio de la Escuela.

El presente texto tiene como finalidad ayudar a los docentes a realizar un momento de Oración-Adoración con niños y jóvenes en el Oratorio de una Escuela Católica.

Las sugerencias generales necesitan ser adaptadas y adecuadas a la realidad concreta de cada grupo, sea del nivel inicial, primario o secundario.

El testimonio del docente

Un elemento muy importante es que la fe y el amor se transmiten no sólo ni principalmente con palabras y discursos. Antes de las palabras, podemos decir que la conciencia de la Presencia Real de Jesús se comunica por el contacto vital entre el educador y los alumnos.

La unción y reverencia con que los docentes realicen la genuflexión (saludo a Jesús Eucaristía doblando la rodilla derecha hasta tocar el suelo), la piedad con que se hace la señal de la Cruz, la actitud y el porte reverente y sosegado, la verdad e intensidad de las palabras que se utilicen, crean un clima idóneo para todo momento de oración con los alumnos. Un docente que mira con amor el Crucifijo, que tiene un gesto de ternura cariñosa hacia una imagen de María, que manifiesta reconocer en el Sagrario la Presencia Real, educa a sus niños o jóvenes en la fe casi sin proponérselo.

La Preparación

Conviene que si se lleva a un grupo de alumnos a hacer un momento de oración, se los prepare al menos brevemente. No conviene pasar, por ejemplo, directamente del recreo al oratorio, porque es probable que estén un tanto agitados e inquietos.

En el salón, antes de ir al encuentro de Cristo, se les puede recordar brevemente el sentido de ese espacio y a quién vamos a ver. Siempre conviene detenerse antes de ingresar, y recordarles –sin temor a ser pesados, con insistencia pedagógica- con quién vamos a estar, qué vamos a hacer, cómo saludar a Jesús presente en el Sagrario (genuflexión), qué importancia tiene el silencio… Esto puede parecer redundante y un tanto agotador, pero es un trabajo necesario para que ellos puedan ir interiorizando la importancia de su Presencia.

La Periodicidad

Es conveniente que cada grupo de niños tenga su visita semanal o quincenal a Jesús eucaristía. En lo posible, es conveniente reservar una hora determinada de la semana, y mantener ese día, creando el hábito y a la vez suscitando la expectativa. Laperiodicidad le permitirá al docente planificar los momentos de adoración, evitando caer en la improvisación y/o en la repetición de aquellos que puede variar, como son los texto s bíblicos o los cantos.

Entrar en oración

Al ingresar al oratorio, es conveniente esperar que todos hagan serena y devotamente su genuflexión, y se ubiquen en los bancos. Se puede invitarlos a dejar el cuerpo en reposo, a hacer silencio de la boca y del corazón. En el caso de los niños es conveniente reiterar siempre la recomendación de no mirar hacia atrás, ni hacia los costados, de no molestar al de al lado ni al de adelante…

Sin pretender descender a todos los detalles, será oportuno observar que no queden tan juntos en los bancos, ya que esta incomodidad corporal no puede menos que repercutir negativamente en la posibilidad de que hagan oración. Y también recordarles, sobre todo a los niños más pequeños, no balancear los pies…

No estará de más invitarlos a que cierren los ojos un momento, e incluso que respiren serena y hondamente por la nariz, lo que puede favorecer mucho su quietud externa e interna.

Cantar para iniciar… o escuchar un canto.

La música ha sido y sigue siendo una “herramienta” valiosísima para introducir a la oración. Teniendo en cuenta la diversidad de los grupos en cuanto a la edad y hábitos de oración, es conveniente usar durante cierto tiempo la misma canción para abrir el momento de adoración, de modo que puedan llegar a aprenderla y cantarla, pensando en el contenido de la letra y en Aquel a quien se dirige.

Los niños más pequeños suelen cantar con mucho entusiasmo. Ya en los últimos años de la educación primaria la participación activa disminuye, hasta casi desaparecer en la escuela secundaria, por diferentes motivos,

Para los jóvenes, entonces, hay que contar con que no van a cantar con tanta facilidad, pero escuchan con gusto y suelen ser “tocados” por canciones bien elegidas y reproducidas con cierta calidad.

Los cantos pueden usarse también en el medio de las oraciones para hacer un corte de las palabras y silencios, y también para finalizar, donde siempre será valioso invocar a María Santísima.

El Espíritu Santo

Nunca debemos olvidar las palabras que San Pablo nos ha legado en la Primera Carta a los Corintios: “Nadie puede decir Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu Santo”. Y en la de los Romanos afirma: “no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, e intercede por nosotros con gemidos inefables”.

Por eso es importante invocar al Espíritu Santo al iniciar el momento de oración, pidiéndole que ilumine nuestra inteligencia e inflame nuestro corazón. Se les puede hacer repetir una oración breve, o una canción sencilla al Espíritu que puedan aprender fácilmente.

María

María es “Mujer Eucarística”. Es la primera que adoró. Es también maestra de oración. En algún momento de la oración, o en varios, es conveniente pedirle que venga a estar al lado y en medio nuestro. Más aún, se le puede pedir que nos ayude a adorar a Jesús estando en su regazo.

Probablemente el mejor momento sea al finalizar el momento de oración y confiar a María los propósitos e inspiraciones que el Señor haya puesto en nuestro corazón. También es conveniente enseñar a los niños algún canto sencillo, que les permita expresar su cariño con piedad.

Siempre utilizar la Palabra de Dios.

Luego de invitar a los alumnos a hacerse la señal de la Cruz piadosamente y pensando en lo que hacen, es siempre conveniente utilizar un texto bíblico que inspire la oración. Se buscará un texto que se adapte a la finalidad que tenga ese momento de oración, ya sea que se quiera instruir a los niños en la fe en la Presencia de Jesús, se les quiera hablar sobre algún aspecto de la vida moral (los mandamientos), se los quiera prepara para una Confesión…

También es importante adaptar la extensión del texto leído a la edad y capacidad de atención de los chicos. Con los más pequeños, siempre es eficaz acompañar el texto con alguna imagen impresa o proyectada (si es que el oratorio ofrece esa posibilidad)

También los salmos –recitados o cantados- pueden ser expresión espléndida de la oración.

Antes de leer el texto bíblico, conviene introducirlo, invitando a los niños y jóvenes a abrir el oído y el corazón, y a imaginar y hacer un acto de fe de que es el mismo Jesús que está en el Sagrario el que habla a sus corazones, y les habla a cada uno de ellos. De acuerdo a las posibilidades reales, se puede entonar también el Aleluya

Hablar de Jesús, hablar desde Jesús, hablar a Jesús.

Los docentes serán cuidadosos de alternar de modo adecuado las diferentes “orientaciones” de sus palabras.

Algunas veces serán palabras que el maestro dirige a sus alumnos, diciendo, por ejemplo: “queridos jóvenes, estamos delante de Jesús, Él nos ha llamado a su presencia” o “en el texto se nos cuenta que un hombre fue a postrarse delante de Jesús, y nosotros estamos también así”.

Otras veces, teniendo cuidado de hacer notar el cambio de dirección –introduciéndolas, por ejemplo, al decir “Jesús desde el Sagrario te invita… te dice…” pueden ser palabras dichas por Jesús a los allí postrados, como cuando se dice, por ejemplo: “querido joven… yo sé que has venido cansado, que traes en tu corazón muchas cosas para entregar. Aquí estoy yo, tu Señor, tu Creador. Adórame y encontrarás tu perfecta libertad”. “Querido niño… confía en mí… eres único, eres valioso para mí”

Por último, muchas veces –este es tal vez el modo que más tiempo debería ocupar a medida que los alumnos estén más acostumbrados- dará voz a la oración de todos, adorará y alabará en nombre de la asamblea: “Jesús, hijo de David, hijo de Dios, ten piedad de nosotros. Acuérdate de nosotros cuando llegues en tu Reino. Tú lo sabes todo, sabes que te queremos…”

Espontáneo-preparado

Otro elemento a tener en cuenta es la alternancia entre la lectura de un texto preparado y la oración espontánea. Los docentes que tengan mucha experiencia de conducir momentos de oración, pueden aventurarse a él con sólo la Sagrada Escritura e ir improvisando la reflexión, la oración…

No obstante, y no sólo para los que recién incursionan en este campo, puede ser valioso tener a mano algún texto de soporte y brindar materia a la oración cuando pueda faltar la inspiración.

Más allá de esos momentos  los escritos de los santos o de orantes que hayan ya hecho un camino, leídos con corazón orante, pueden enriquecer notablemente el momento.

Participación de los chicos en la oración

Sobre todo en los momentos en que el que guía invoca al Espíritu Santo y le habla a Jesús, puede invitar a los chicos a hacerlo también en alta voz, no sólo con el canto, sino emitiendo su propia plegaria de modo espontáneo.

Puede hacerlo simplemente invitando a la asamblea: “alabemos al Señor, sin temor, sin vergüenza: Él nos escucha”,

Es probable que a los chicos no les resulte fácil orar de modo espontáneo, y por eso puede introducirse esta participación invitando a los chicos a que las repitan una frase todos juntos (como las oraciones de los fieles de la Misa). Por ejemplo: “ayúdanos Jesús”

“Te adoramos Señor” “Ten Piedad de nosotros”

Silencios

Es muy importante ir habituando a los niños y jóvenes a orar en silencio. Se les puede ayudar explicándoles que en ese silencio ellos pueden escuchar la Voz de Jesús. También en ese momento pueden reflexionar sobre su propia vida y aquellas cosas que la Palabra de Jesús les haya hecho ver que deben mejorar. También se les puede explicar que en ese silencio pueden hablar con Jesús en su interior.

Es bueno que el docente tenga una verdadera fe en la presencia y acción del Espíritu, y no caiga en la tentación de querer monopolizar el diálogo con el Señor, como si dudara de que Él habla a los corazones… mucho mejor que nosotros.

Este silencio se introducirá para los niños y jóvenes diciendo: “ahora vamos a hacer un instante de silencio. Jesús quiere hablarte al corazón. Puedes cerrar nuevamente los ojos, o mirar fijamente la hostia consagrada o la cruz”

Cuidado del lugar

Es importante que el oratorio o capilla sea siempre un lugar acogedor. Que este limpio y ventilado, y que tenga una iluminación suficiente. No es necesario que haya potentes reflectores: a veces una luz tenue invita más a la oración
Conviene recordar que la luz que emanan los cirios tiene un valor estético y simbólico inigualable. En un cirio que se consume delante del Santísimo hay toda una catequesis sobre la vida cristiana y la vida de oración. La luz de la llama simboliza la fe que ilumina; el calor, la caridad que adora; la orientación de la llama siempre hacia lo alto, la esperanza, que pese a cualquier dificultad tiende hacia lo alto. El cirio adora. Sí, aunque suene raro.

Posturas, gestos corporales y signos

En algunos momentos de la Adoración, puede ser más conveniente sugerir posturas corporales, como invitar a ponerse de pie o invitar a ponerse de pie o de rodillas

Lo mismo vale para los gestos, como puede ser el extender las manos, levantarlas o juntarlas.

Con los niños conviene simplemente decirles: “ahora todos nos ponemos de rodillas” o “todos juntamos las manos”. Con los jóvenes conviene más bien sugerir, ya que forzar gestos de piedad puede ser contraproducente en ellos.

Para los niños más pequeños, puede ser útil imaginar algún gesto que manifieste su entrega a Jesús, ya sea llevando algo ante el Sagrario, o pasando y dando un beso, o arrodillándose delante del Señor uno por uno.

Un recurso que puede ayudar es el de hacerlos dibujar o escribir, lo primero para los niños y lo segundo tanto para ellos como para los jóvenes. También podría ser otros gestos o signos como encender o llevar una vela. Sin desdibujar el momento de adoración

(donde el centro siempre debe ser Jesús) se abre aquí un espacio legítimo de creatividad.

La Iglesia es una, y ha de guardarse unida en doctrina y disciplina

Confesamos en el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica (Vat. II, LG 8)


–¿Y no se cansa de combatir errores?
–No, por gracia de Dios. Y que Él me asista siempre para enseñar la verdad y para reprobar los errores contrarios.
«Confesamos en el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica» (Vat. II, LG 8)
* * *
–La Iglesia es una

El Sumo Sacerdote «profetizó que Jesús había de morir por el pueblo, y no sólo por el pueblo, sinopara congregar en la unidad a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,51-52). En la Cruz, pues, al precio de la sangre de Cristo, se formó la unidad de la Iglesia. El mismo términoEcclesia nos hace ver que es la Con-vocada: la reunión de todos aquellos hombres elegidos y llamados que, por la gracia de Dios, han escuchado y seguido esa vocación excelsa.
«Sólo hay un cuerpo y un espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todo, por todos y en todos» (Ef 4,4-6). Babel es orgullo, pecado, mentira, división. Pentecostés es humildad, gracia, verdad, unión. «La Iglesia es una debido a su “alma”: “el Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles, y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia”» (Catecismo 813, citando a Clemente de Alejandría)
«Es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una» (LG 8). La unidad interna de la Iglesia está causada por la voluntad de Cristo y su oración continua: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Siendo  las divisiones internas (Babel) lo más frecuente en el mundo,la unidad interna de la Iglesia (Pentecostés) es un milagro permanente, que no se ha dado ni remotamente en modo semejante en ningún lugar, institución, ni época de la historia.
El cardenal Ratzinger, en su introducción a la declaración Dominus Jesus, de la Congregación de la fe  (6-VIII-2000)  indica que «la pretensión de unicidad y universalidad salvífica del Cristianismo proviene esencialmente del misterio de Jesucristo, que continúa su presencia en la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa». El evangelio de San Mateo termina con estas palabras de Jesús, en las que se funda la unidad de la Iglesia: «Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (28,20).

–La Iglesia es única

Cristo es la Cabeza, el Esposo, el Pastor de la Iglesia: no tiene varios Cuerpos, ni varias Esposas, ni varios rebaños distintos. Llamar Iglesias a las comunidades cristianas separadas de la Iglesia, no tiene sentido. La declaración Dominus Iesus afirma que «las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico (Vat. II, UR 22), no son Iglesia en sentido propio» (n.17).
 
–Los Pastores han de guardar en la unidad al pueblo de Dios que han recibido a su cuidado

Ésa es la imagen fundacional de la Iglesia: los que habían recibido la fe y el bautismo «perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles, y en la unión, en la fracción del pan y en la oración» (Hch 2,42). «Vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común» (2,44). «La muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola» (4,32).
 
–La verdad es una y une. Los errores son innumerables y dividen

La verdad católica une; los errores doctrinales y morales dividen. Como dice el Vaticano II, «la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros» (DV 10). Forman un triángulo equilátero, en el que cada uno de los lados sostiene a los otros dos. La unidad interna de la Iglesia se fundamenta, pues, en la verdad revelada, y ésta fluye de la triple fuente única: Escritura, Tradición y Magisterio apostólico. Toda doctrina o disciplina que no tenga su fundamento en esa fuente es causa necesaria de división interna en la Iglesia.

La Iglesia de Cristo es una. Y si no es una, no es la Iglesia de Cristo.  

La Iglesia nunca contra-dice su propia doctrina. Ésta se va desarrollando por obra del Espíritu Santo, que la guía hacia «la verdad completa» (Jn 16,13), pero siempre en el mismo pensamiento y sentido. Crece la doctrina católica como crece un árbol: siempre fiel a sí mismo. La Iglesia es una en su doctrina: no enseña una cosa en cierta nación, acomodándose a su cultura, y en otra nación otra cosa distinta y contraria. No sería entonces «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). Eso explica la pasión de los primeros apóstoles por la unidad del pueblo cristiano: la unidad en la caridad, por supuesto; pero también en la doctrina de la fe: «una sola fe».

San Pablo: «Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros cisma, sino que seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir» (1Cor 1,10). «Haced pleno mi gozo, teniendo todos el mismo pensar, la misma caridad, el mismo ánimo, el mismo sentir» (Flp 2,2). San Pablo no pretende hacer «paulinos», sino discípulos de Cristo, «cristianos» católicos.
 
–En el post-Concilio ya se fue disgregando en no pocos lugares la unidad de la Iglesia, sobre todo en el Occidente más rico e ilustrado. Es decir, fue acrecentándose la apostasía. Los Papas declararon abiertamente la profunda des-unión interna generalizada en amplias zonas de la Iglesia.

-Pablo VI, poco después del Concilio que presidió, afirmó en varias ocasiones que la unidad de la Iglesia en doctrina y disciplina se iba quebrantando más y más. «La Iglesia se encuentra ahora en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de autodemolición… Está prácticamente golpeándose a sí misma (7-XII-1968)… «se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-VI-1972). Es lamentable «la división, la disgregación, que por desgracia se encuentra en no pocos sectores de la Iglesia» (30-VIII-1973) -San Juan Pablo II: «se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia» (6-2-1981). -El cardenal Ratzinger, un mes antes de ser constituido papa Benedicto XVI, en el Via Crucis del Coliseo: «¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!… Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo» (25-III-2005).

–Actualmente esa falta interna de unidad en la Iglesia ha llegado con demasiada frecuencia a extremos clamorosos. Y la divisiones que contraponen a los mismos Pastores de la Iglesia la ponen en peligro de ruina, porque la Iglesia o es una o no es Iglesia. Ya traté de este tema, con ocasión de los Sínodos, en el artículo (342) Agua y aceite. Concretamente, en torno al capítulo 8º de la Amoris lætitia las enseñanzas contrarias entre sí abundan escandalosamente en no pocos Obispos y Cardenales, teólogos y fieles, tratándose a veces de temas graves, como es la posibilidad de comulgar en los divorciados vueltos a casar, antes llamados adúlteros...

–Cuando fracasa definitivamente un matrimonio, puede Dios permitir un segundo matrimonio, que exige la misma fidelidad que exigía el primero, y que ha de considerarse muchas veces como «un regalo de Dios», un «camino de perfección» evangélica. –La misericordia de Pedro no ha de ser menor que la de Moisés, que toleró el divorcio y el matrimonio nuevo posterior. –El matrimonio es ciertamente indisoluble; pero en algunos casos es disoluble. –Privar de la comunión a ese segundo matrimonio aleja de la Iglesia a sus hijos. –El bien de los hijos, incluso el espiritual, exige no pocas veces que se prolongue la unión adúltera indefinidamente. –Privar de la Eucaristía a parejas «irregulares» es una crueldad inexcusable: Dios Padre no excluye de su mesa a ninguno de sus hijos. –Simplemente, deben ir confiadamente a comulgar todos los que en conciencia se sienten en paz con Dios misericordioso. –Cristo no dudó en comer con los publicanos y pecadores públicos. –Es evidente que hay actos intrínsecamente malos, gravemente prohibidos por la ley divina, que ninguna circunstancia puede justificar (Veritatis splendor 67); pero en ciertas situaciones (como la creada en un segundo matrimonio fiel y estable), pueden ser realizados sin culpa, sin perder la gracia de Dios, más aún, haciendo así la concreta voluntad de Dios providente. –Pueden darse situaciones en que la obediencia estricta a un mandamiento de Dios no pueda darse sin pecar. –Los que rechazan algunos puntos de la Amoris laetitia suelen ser eclesiásticos o laicos frustrados, que «buscan dividir», lo que es propio del diablo. Et sic de caeteris.

Esos argumentos vergonzosos son lanzados hoy por algunos Cardenales, Obispos y teólogos contra otros Cardenales, Obispos y teólogos… Ignominioso… ¿La Iglesia ES una?
Solamente en la verdad católica puede darse la unidad de la Iglesia.

–Esta situación no durará indefinidamente

Tres cosas. 1ª) Si se acepta que actos intrínsecamente malos pueden ser lícitos en ciertos casos, y se aplica ese principio, por ejemplo, a la anticoncepción, al aborto, al fraude, al homicidio exigido por el honor familiar, a la homosexualidad operativa, a la pederastia, a la comunión de los adúlteros, etc., cae arruinada toda la moral católica, como bien lo muestra y demuestra el profesorJosef Seifert. 2ª) La Iglesia Católica ya no sería «una», pues quedaría dividida en partes irreconciliables, ya que están separadas por doctrinas abiertamente contrarias entre sí. 3) En medio de las infinitas divisiones que caracterizan al mundo, la Iglesia no será ya «columna y fundamento de la verdad (1Tim 3,15)… Las tres cosas nos hacen prever que esta situación no puede durar mucho, pues nuestro Señor y Salvador Jesucristo profetizó la indefectibilidad de la Iglesia.
 
–El Papa, como sucesor de Pedro, es el primer ministro de la unidad eclesial

La autoridad doctrinal y pastoral del Obispo de Roma se extiende a toda la Iglesia. Él está especialmente asistido por Cristo para guardar a la Iglesia, es decir, a todos los Obispos y fieles católicos, «en la paz y la unidad», que en la Eucaristía, antes de la comunión, pedimos al Señor todos los días. No olvidemos que, precisamente, la Eucaristía es el sacramento que causa y expresa la unidad de la Iglesia.
Veinte siglos llevamos pidiendo a Dios en la Misa «por tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa N., con nuestro obispo N., y todos los demás obispos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica» (Canon romano). Y lo mismo pedimos antes de la comunión en todas las Plegarias eucarísticas postconciliares.


 El Papa tiene como ministerio propio, establecido y asistido por Cristo

–guardar la unidad doctrinal de la Iglesia, «confortando en la fe» (Lc 22,31-32) a sus hermanos Obispos y a todos sus hijos católicos. Ello exige confesar aquella fe que nace de Escritura–Tradición–y Magisterio apostólicos (DV 10). Precisamente por eso los Papas deben ser muy moderados a la hora de irradiar a toda la Iglesia sus opiniones personales, sus ocurrencias, sus preferencias teológicas en temas discutidos, porque no pocos cristianos más o menos afectados depapolatría: los más sencillos, por ignorancia, y algunos eclesiásticos carrieristas, por oportunismo –denunciados éstos por Francisco en su discurso sobre «las 15 enfermedades»–. Unos y otros tomarían en todo su palabra pontificia como doctrina de la Iglesia, que exige la adhesión de todos los fieles. En tal supuesto, el Papa sería una de las causas principales de la des-unión interna de la Iglesia.

–guardar la unidad de todos en la caridad. Precisamente por eso los Papas deben moderar muy atentamente la manifestación exterior de sus preferencias personales en temas doctrinales o pastorales discutidos. Si alabaran y promovieran a aquellos que más participan de sus opiniones y tendencias personales, y si vituperaran y degradaran a otros que no participan de ellos, no serían para la Iglesia causa de unión, sino de profundas des-uniones y agravios comparativos.
 
–El Papa, en cuanto a sus modos propios de ser y de obrar, no está en la Sede de Pedro como ejemplo a imitar por todos los Obispos y fieles

No es ése su carisma y su ministerio propio, ni tampoco lo es en el Obispo respecto de su diócesis.El Papa y los Obispos van cambiando, y suelen ser bastante diferentes unos de otros (Pío X, Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco…) Si la adhesión fiel de los católicos al Papa y a su Obispo propio exigiera esta asimilación profunda de sus modos personales de ser, de sus tendencias y preferencias, de sus estilos pastorales, al cabo de unos años, habiéndose sucedido un buen número de Papas y Obispos diocesanos, los fieles católicos, y especialmente los sacerdotes, acabaríamos todos esquizofrénicos.

En este sentido, si el Papa, concretamente, procurara que todos los Obispos y fieles piensen, sean y operen como él, aceptando su estilo pastoral en seminarios y universidades, parroquias y movimientos; es decir, si el Obispo de Roma quisiera infundir en la totalidad de la Iglesia católica su modo de pensar, su estilo pastoral, sus maneras de enfrentar los conflictos morales, necesariamente favorecería a quienes aceptasen serle clónicos, y se  mostraría hostil a los diferentes. De nuevo venimos a concluir que, en tal supuesto, el Papa no sería de hecho causa de unidad en la Iglesia, sino el principal promotor de divisiones y tensiones sin fin.

La configuración estricta a los modos personales del Papa causaría graves daños sobre todo en aquellas Iglesias locales de muy antigua tradición, que en su larga historia han ido desarrollando ciertos modos propios de servir a Cristo y de difundir su Reino. No pueden, no deben ir cambiando su propia historia para acomodarla cada pocos años a las preferencias personales del Papa reinante, que puede durar 10 o 30 años, para dar paso después a otro Papa que, probablemente, será bastante diferente.

–«La enfermedad de divinizar a los jefes»

A fines de diciembre de 2014, el papa Francisco tuvo su encuentro anual con la Curia Vaticana en la Sala Clementina para intercambiar las felicitaciones de Navidad. Y en su discurso a los miembros de los dicasterios, tribunales, consejos, oficinas y comisiones advirtió del peligro de 15 enfermedades que podrían afectarles. La 10ª de éstas es:

«La enfermedad de divinizar a los jefes: Es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, con la esperanza de conseguir su benevolencia. Son víctimas del arribismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios. Son personas que viven el servicio pensando sólo en lo que tienen que conseguir y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal». Sin duda, el peligro es real, no es meramente imaginario.

–Hace unos pocos años declaraba un Arzobispo, todavía no Cardenal, que él quería ser un Obispo clónico del papa Francisco. Ya es Cardenal. –Por ese mismo tiempo, un Monseñor de la Congregación de Educación y Seminarios decía en una entrevista que su Congregación tenía ahora la gran tarea de acomodar todos los Seminarios de la Iglesia a la mentalidad y criterios personales del papa Francisco… En el supuesto de que el próximo Papa sea un León XIV, ¿tendrá que volver la Congregación a hacer una tarea análoga?

–Los Papas, Obispos y sacerdotes que la Iglesia declara «santos» son los modelos de los Pastores de hoy

Para eso los ha canonizado la Iglesia. Pedro y Pablo, Atanasio, el Crisóstomo, Agustín, Borromeo, Mogrovejo, Vianney, Pío X, Juan Pablo II, etc., ésos y otros también canonizados como santos, son los Pastores que, configurando su vida y ministerio al Buen Pastor por obra del Espíritu Santo, son puestos por la Iglesia como intercesores y como ejemplares a los que deben seguir, según sus condiciones y gracias propias, los Pastores actuales.

Los excelentes documentos de la Iglesia sobre el sacerdocio, por otra parte,trazan también con Autoridad apostólica los grandes criterios de fe que deben guiar establemente, aunque con importantes desarrollos homogéneos, la vida y ministerio de Obispos y Presbíteros. Recordemos algunos documentos:

Haerent animo (San Pío X), Ad catholici sacerdotii (Pío XI), Menti Nostra (Pío XII), Sacerdotii nostri primordia (San Juan XXIII), Sumi Dei Verbum (Pablo VI), Sacerdotalis caelibatus (Pablo VI), Pastores dabo vobis (San Juan Pablo II), así como los grandes documentos del Concilio Vaticano II (Christus Dominus, Presbyterorum Ordinis, Optatam totius), etc. Es previsible que esta serie formidable de textos pontificios sea también continuada por el papa Francisco.
 
–«Nihil violentum durabile»

La Iglesia es una. En todo lo fundamental en  doctrina, moral y disciplina, la unidad pertenece a la Iglesia como nota propia de su naturaleza. Puede sobrevivir la Iglesia a pesar de los pecados personales de sus Pastores y fieles, como veinte siglos de historia lo demuestran. Pero va en contra de la naturaleza de la Iglesia, es decir, le es violenta, toda des-unión en doctrinas y normas fundamentales. Es, pues, inadmisible  que en ciertos sitios se combata siempre el mal intrínsecamente prohibido («por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio»;Catecismo 1756), y que en otros se permita ese mal en ciertos casos–.

Pues bien, nada que violente la unión propia de la Iglesia es tolerable, pues atenta contra su propia naturaleza. Más aún: como afirma el adagio antiguo, nihil violentum durabile. Nada que sea violento puede ser duradero.


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