¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna

Nuestra Señora de los Dolores

Memoria Litúrgica, 15 de septiembre
Memoria

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores, que de pie junto a la cruz de Jesús, su Hijo, estuvo íntima y fielmente asociada a su pasión salvadora. Fue la nueva Eva, que por su admirable obediencia contribuyó a la vida, al contrario de lo que hizo la primera mujer, que por su desobediencia trajo la muerte.

Los Evangelios muestran a la Virgen Santísima presente, con inmenso amor y dolor de Madre, junto a la cruz en el momento de la muerte redentora de su Hijo, uniéndose a sus padecimientos y mereciendo por ello el título de Corredentora.

La representación pictórica e iconográfica de la Virgen Dolorosa mueve el corazón de los creyentes a justipreciar el valor de la redención y a descubrir mejor la malicia del pecado.

Bajo el título de la Virgen de la Soledad o de los Dolores se venera a María en muchos lugares.

Un poco de historia

Bajo el título de la Virgen de la Soledad o de los Dolores se venera a María en muchos lugares. La fiesta de nuestra Señora de los Dolores se celebra el 15 de septiembre y recordamos en ella los sufrimientos por los que pasó María a lo largo de su vida, por haber aceptado ser la Madre del Salvador.

Este día se acompaña a María en su experiencia de un muy profundo dolor, el dolor de una madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado por los temerosos apóstoles, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no la comprendamos.

Es Ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor, en los sufrimientos diarios. Pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de Ella y comprender que, en el dolor, somos más parecidos a Cristo y somos capaces de amarlo con mayor intensidad.

¿Que nos enseña la Virgen de los Dolores?

La imagen de la Virgen Dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufri-mientos.

Cuida tu fe:

Algunos te dirán que Dios no es bueno porque permite el dolor y el sufrimiento en las personas. El sufrimiento humano es parte de la naturaleza del hombre, es algo inevitable en la vida, y Jesús nos ha enseñado, con su propio sufrimiento, que el dolor tiene valor de salvación. Lo importante es el sentido que nosotros le demos.

Debemos ser fuertes ante el dolor y ofrecerlo a Dios por la salvación de las almas. De este modo podremos convertir el sufrimiento en sacrificio (sacrum-facere = hacer algo sagrado). Esto nos ayudará a amar más a Dios y, además, llevaremos a muchas almas al Cielo, uniendo nuestro sacrificio al de Cristo.

Oración:

María, tú que has pasado por un dolor tan grande y un sufrimiento tan profundo, ayúdanos a seguir tu ejemplo ante las dificultades de nuestra propia vida.

La misericordia de Dios

Santo Evangelio según san Lucas 15, 1-32. Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dame la gracia de hacer una experiencia de tu misericordia en mi vida para que pueda ser un testigo de tu gran amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.

También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En este Evangelio se muestran tres actitudes de la misericordia de Dios: salir en busca, reconstruir y regresar al Padre. Dios sale en busca de aquellos que se han perdido porque son parte de su propia familia divina, ninguna persona queda excluida de su amor y, por esto, Él siempre sale al encuentro de los que se han alejado.

Otra forma en la que Dios, nuestro Padre, nos muestra su misericordia es la ayuda que nos da para reconstruir nuestra vida cuando nos hemos desviado del camino que Él nos proponía, el plan original; primero debemos darnos cuenta de que hemos hecho mal para que así podamos aceptar nuestros errores y remediarlos con la gracia que Dios nos dona.

Por último, pero no menos importante, está el regreso al Padre; después de haber emprendido un camino lejos de Él, en el que hemos experimentado la miseria, hay algo que nos llama a regresar al Padre y, al hacerlo, nos damos cuenta por lo que Él siempre nos había estado esperando y nunca había perdido la fe en nosotros. La llamada del Padre que nos toca en lo más profundo es sutil porque Él no nos obliga a volver, sino que nos deja a que nosotros tomemos la decisión y nos demos cuenta de que la mejor opción es regresar.

«Es cierto, son tantas las circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación; son innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y a dividirnos. No podemos negarlo. Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz. Pero la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos. Por eso Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Sólo desde ahí podremos redescubrirnos cada día como hermanos. Sólo desde ese horizonte amplio, capaz de ayudarnos a trascender nuestras miopes lógicas divisorias, seremos capaces de alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa. Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos».

(Homilía de S.S. Francisco, 31 de marzo de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En un momento, en silencio, reflexionaré sobre mi propio pecado y el amor comprensivo que Dios me muestra.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Ahora que el Jubileo de la Misericordia se acerca a su fin vale la pena releerlo.

«El nombre de Dios es Misericordia». Una conversación con Andrea Tornielli

Tres pasajes del libro-entrevista del Papa Francisco, publicado con motivo del Jubileo de la Misericordia

Por: Papa Francisco / Andrea Tornielli | Fuente: www.lastampa.it/vaticaninsider/es

Tiempo de misericordia  

Puedo leer mi vida a través del capítulo 16 del Libro del profeta Ezequiel. Leo esas páginas y digo: «¡Pero todo esto parece escrito para mí!”. El profeta habla de la vergüenza, y la vergüenza es una gracia: cuando uno siente la misericordia de Dios, tiene una gran vergüenza de sí mismo, del proprio pecado. Hay un buen ensayo de un gran estudioso de la espiritualidad, el padre Gaston Fessard, dedicado a la vergüenza, en su libro La Dialectique des “Exercises spirituels” de S. Ignace de Loyola. La vergüenza es una de las gracias que san Ignacio hace pedir en la confesión de los pecados ante Cristo crucificado. Ese texto de Ezequiel enseña a avergonzarte, hace que tú te puedas avergonzar: con toda tu historia de miseria y de pecado, Dios permanece fiel y de eleva. Yo siento esto. No tengo recuerdos particulares de cuando era niño. Pero de chico sí. Pienso en el padre Carlos Duarte Ibarra, el confesor que encontré en mi parroquia aquel 21 de septiembre de 1953, en el día en el que la Iglesia celebra a san Mateo apóstol y evangelista. Tenía 17 años. Me sentí acogido por la misericordia de Dios al confesarme con él. Aquel sacerdote era originario de Corrientes, pero se encontraba en Buenos Aires para curarse de la leucemia. Murió al año siguiente. Todavía reucerdo que después de su funeral y de su sepultura, al volver a casa, me sentí como si me hubiera quedado abandonado. Y lloré mucho esa noche, mucho, escondido en mi habitación. ¿Por qué? Porque había perdido a una persona que me hacía sentir la misericordia de Dios, ese «miserando atque eligendo», una expresión que entonces no conocía y que después elegí comolema episcopal. La habría encontrado después, en las homilías del monje inglés san Beda el Venerable, que, al describir la vocación de Mateo, escribió: «Jesús vio a un publicano y, como lo vio con sentimiento de amor y lo eligió, le dijo: “Sígueme”». Esta es la traducción que comúnmente se ofrece de la expresión de san Beda. A mí me gusta traducir miserando con un gerundio que no existe: “misericordiando”, dándole misericordia. Entonces «misericordiándolo y eligiéndolo», para describir la mirada de Jesús que da misericordia y elige y toma consigo. 

Pecador como Simón Pedro  

El Papa es un hombre que necesita de la misericordia de Dios. Lo he dicho sinceramente, también a los detenidos de Palmasola, en Bolivia, frente a esos hombres y a esas mujeres que me acogieron con tanto calor. Les recordé que también san Pedro y san Pablo fueron encarcelados. Tengo una relación especial con los que vive en la cárcel, privados de su libertad. Siempre he sido estado muy cerca de ellos, justamente por esta conciencia de mi ser pecador. Cada vez que entro a una cárcel para una celebración o para una visita, siempre me viene este pensamiento: ¿por qué ellos y yo no? Yo debería estar aquí, merecería estar aquí. Sus caídas habrían podido ser las mías, no me siento mejor de las personas que tengo enfrente. Así, me encuentro repitiendo y rezando: ¿por qué él y no yo? Esto puede escandalizar, pero me consuelo con Pedro: había renegado a Jesús y, a pesar de ello, fue elegido. […]  

He leído, en la documentación del proceso de beatificación de Pablo VI, el testimonio de uno de sus secretarios, al que el Papa […] le confió: «Para mí siempre ha sido un gran misterio de Dios, que yo me encuentre en mi miseria y me encuentre frente a la misericordia de Dios. Yo soy nada, soy un mísero. Dios Padre me quiere mucho, me quiere savlar, me quiere sacar de esta miseria en la que me encuentro, pero yo no soy capaz de hacer esto por mí mismo. Entones manda a su Hijo, un Hijo quel leva justamente la misericordia de Dios traducida en un acto de amor hacia mí… Pero, para ello, se requiere una gracia especial, la gracia de una conversión. Yo debo reconocer la acción de Dios Padre en su Hijo hacia mí. Cuando yo he reconocido esto, Dios opera en mí mediante su Hijo». 

Es una síntesis bellísima del mensaje cristiano. Y qué decir de la homilía con la que Albino Luciani comenzó su episcopado en Vittorio Veneto, diciendo que la decisión hacía caído en él porque ciertas cosas, en lugar de escribirlas en bronce o mármol, el Señor prefería eescribirlas en el polvo: así, si la escritura hubiera permanecido, habría quedado claro que el mérito había sido completamente y solo de Dios. Él, el obispo, futuro Papa Juan Pablo I, se definía «polvo». Debo decir que cuando hablo de esto, siempre pienso en lo que Pedro dijo a Jesús el domingo de su Resurrección, cuando se lo encontro a solas. Un encuentro al que alude el evangelista Lucas (24, 34). ¿Qué le habrá dicho Simón al Mesías apenas resucitado del sepulcro? ¿Le habrá dicho que se sentía un pecador? ¿Habrá pensado en lo que había sucedido pocos días antes, cuando en tres ocasiones hizo finta de no conocerlo, en el patio de la casa del Sumo Sacerdote? ¿Habrá pensado en su llanto amargo y público?

Si Pedro hace esto, y si los Evangelios nos describen su pecado, su renegar, y si, a pesar de todo esto, Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas» (Evangelio de Juan, 21, 16), no creo que haya que maravillarse si también sus sucesores se describen como «pecadores». No es una novedad. 

¿Demasiada misericordia?  

La Iglesia condena el pecado porque debe decir la verdad: esto es un pecado. Pero al mismo tiempo abraza al pecador que se reconoce como tal, lo acerca, le habla sobre la misericordia infinita de Dios. Jesús perdonó incluso a los que lo pusieron en la cruz y lo despreciaron. Debemos volver al Evangelio. Ahí encontramos que no se habla solo de acogida y de perdón, sino que se habla de “fiesta” por el hijo que vuelve. La expresión de la misericordia es la alegría de la fiesta, que econtramos bien expresada en el Evangelio de Lucas: «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (15, 7). No dice: «¡Y si luego recae, retrocede, comete otros pecados, que se las arregle solo!». No, porque a Pedro, que le preguntaba cuántas veces había que perdonar, Jesús le dijo: «Setenta veces siete» (Evangelio de Mateo, 18, 22), es decir siempre. 

Al hijo mayor del padre misericordioso (se refiere a la parábola del Hijo pródigo, ndr.) se le permitió decir la verdad sobre todo lo que había sucedido, aunque no comprendiera, porque el otro hermano, comenzó a acusarse, no tuvo tiempo para hablar: el padre lo detuvo y lo abrazó. Justamente porque existe el pecado en el mundo, justamente porque nuestra naturaleza humana está herida por el pecado original, Dios que ha dado a su Hijo por nosotros no puede más que revelarse como misericordia […] 

Siguiendo al Señor, la Iglesia está llamada a efundir su misericordia sobre todos los que se reconocen pecadores, responsables del mal cometido, que sienten necesidad de perdón. La Iglesia no está en el mundo para condenar, sino para permitir el encuentro con ese amor visceral que es la misericordia de Dios. Para que esto suceda, lo repito a menudo, es necesario salir. Salir de las Iglesias y de las parroquias, salir e ir a buscar a las personas en donde viven, en donde sufren, en donde esperan. El hospital de campo, la imagen con la que me gusta describir a esta “Iglesia en salida”, tiene la característica de surgir en donde se combate: no es la estructura sólida, dotada de todo, a donde vamos a curarnos pequeñas y grandes enfermedades. Es una estructura móvil, de urgencias, de internención rápida, para evitar que los combatientes mueran. En ella se practica la medicina de urgencia, no se hacen análisis especializados. Espero que el Jubileo extraordinario haga surgir cada vez más el rostro de una Iglesia que vuelve a descubrir las vísceras maternas de la misericordia y que sale al encuentro de todos los «heridos» que necesitan escucha, comprensión, perdón y amor. 

Papa Francesco, «Il nome di Dio è Misericordia», una conversazione con Andrea Tornielli (Piemme, pagg. 120, 15 euro) 

© 2016 - Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano  

© 2016 - EDIZIONI PIEMME Spa, Milano 

No basta la interpretación privada de la Biblia

Hay pasajes difíciles de entender, y el tema aquí tratado es, sin lugar a dudas, uno de ellos.

No basta la interpretación privada de la Biblia: tradición, magisterio y escritura.

Los hermanos separados dicen que basta la libre interpretación de la Biblia, es decir, que uno solo, por sí mismo (dicen que con la ayuda del Espíritu Santo) puede entenderla, y que no se requiere que alguna autoridad (en este caso el Magisterio o Tradición de la Iglesia Católica) nos de la interpretación correcta. Esta concepción equivocada de las cosas, es la que precisamente ha dado origen a la aparición de miles y miles de sectas, cada cual llamándose a sí mismas cristianas y arrogándose el derecho de poseer la interpretación verdadera de la Escritura. La doctrina católica sobre este punto dice que la interpretación fiel y verdadera, la da el Magisterio de la Iglesia (es decir el Papa reunido con los Obispos), basado en la Tradición Apostólica (es decir la enseñanza que se conserva fielmente en nuestra Iglesia Católica desde los orígenes del cristianismo).

Como ejemplos bíblicos de que ya entonces, en la época que se escribió el Nuevo Testamento, existía la Tradición, es decir, la transmisión de la enseñanza religiosa de forma exclusivamente oral, tenemos los siguientes:

Mt 2.23 Así había de cumplirse lo que dijeron los profetas: lo llamarán nazareno.

Jud 14-15 El patriarca Enoc, el séptimo después de Adán dijo: ‘El Señor viene con miles de ángeles para juzgar a todos’.

1 Cor 5.9 En mi carta (falta una carta a los Corintios) les decía que no tuvieran trato con la gente de mala conducta.

Vemos en el primer caso que Mateo habla de la enseñanza de los profetas de que Jesús sería llamado “nazareno”, pero como podemos comprobar, esto sólo se conservó gracias a la Tradición, porque no existe ningún libro de la Escritura que anteriormente al Evangelio, mencione que Jesús sería llamado así. En el segundo caso, Judas en su carta cita el libro de Enoc, que no es un libro canónico; es decir, no se encuentra dentro del canon de los libros de la Biblia, pese a lo cual Judas lo toma de referencia al escribir. Por último, en el tercer ejemplo, vemos que Pablo en su primera carta a los corintios les habla de una carta anterior a ésta, que no se ha conservado, o en todo caso, no se ha encontrado aún. Esto nos dice que no toda la enseñanza de los apóstoles ha llegado hasta nuestros días de manera escrita, pero sin embargo, se ha guardado fielmente en la Tradición Apostólica, que celosamente preserva la Iglesia Católica.

En las citas que vienen a continuación, podemos notar que no todo lo que se enseñó en la Iglesia desde el principio se escribió, sino que gran parte de la enseñanza se hizo de forma oral, con el ejemplo de vida. Todas esas enseñanzas que no están escritas son las que constituyen la Tradición de la Iglesia, y que no hay que confundir con costumbres o hábitos, que pueden variar de acuerdo a las épocas históricas.

Jn 21.25 Jesús hizo también otras muchas cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros.

2 Tes 2.15 Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y guarden fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra o por carta.

2 Tim 3.10 Tú, en cambio, has seguido de cerca mi enseñanza, mi modo de vida, mis proyectos, mi fe.

2 Jn 12 Tendría muchas más cosas que escribirles, pero prefiero no hacerlo por escrito … Espero ir a verlos y hablarles personalmente.

3 Jn 13 -14 Tendría muchas cosas más que decirte, pero no quiero hacerlo por escrito, … Espero verte pronto y hablaremos cara a cara.

Fil 4.9 Pongan en práctica todo lo que han aprendido, recibido y oído de mí, todo lo que me han visto hacer.

1 Cor 11.34 Lo demás ya lo dispondré cuando vaya.

Por otra parte, encontramos también pasajes bíblicos que nos hacen notar que no basta la interpretación personal para entender correctamente la Palabra de Dios, sino que se requiere de una autoridad competente (en este caso el Magisterio de la Iglesia Católica), para comprender fielmente el sentido pleno de la Sagrada Escritura. Lo contrario, es la causa de la aparición de nuevas sectas cada día, cada una más apartada de la verdad.

Hch 8.31 El etíope contestó: ‘¿Cómo lo voy a entender si no tengo quien me explique?’.

Rom 6.19 Ven que uso figuras muy humanas, pues tal vez les cueste entender.

2 P 1.20 Sépanlo bien: ninguna profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia.

2 P 3.16 Hay en ellas (cartas de Pablo) algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes y poco firmes en la fe interpretan torcidamente.

2 Cor 4.3 Si a pesar de eso permanece oscuro el Evangelio que proclamamos, la oscuridad es para los que se pierden.

Por último, la Iglesia Católica, que es la que persiste desde el principio, fundada por Cristo sobre Pedro, ha sido llamada a ser celosa guardiana del depósito de la fe, de la sana enseñanza y con la responsabilidad de dar la interpretación correcta de la Sagrada Escritura. La Tradición Apostólica se ha transmitido y se sigue transmitiendo al Papa y los Obispos, sucesores de los apóstoles. La Iglesia Católica es la única garantía, con la ayuda del Espíritu Santo, de que el mensaje evangélico ha de permanecer inalterado hasta el fin de los siglos.

1 Tes 4.2 Conocen las tradiciones que les entregamos con la autoridad del Señor Jesús.

1 Tim 5.22 No impongas a nadie las manos a la ligera, pues te harías cómplice de los pecados de otro.

1 Tim 6.3 Si alguno enseña en otra forma y no se atiene a las palabras auténticas, que son las de Cristo Jesús, y a la enseñanza que honra a Dios.

2 Tim 2.2 Cuanto has aprendido de mí, confíalo a personas que merezcan confianza y que puedan instruir después a otros.

2 Tim 1.13 Toma como norma la sana doctrina que has oído de mí sobre la fe y el amor según Cristo Jesús. Conserva el precioso depósito.

2 Tim 1.14 Conserva el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

2 Tim 3.14 Tú, en cambio, quédate con lo que has aprendido y de lo que estás seguro, sabiendo de quiénes lo recibiste.

2 Tim 4.13 Cuando vengas, tráeme la capa que dejé en Tróade, en casa de Carpo, y también los libros, sobre todo los pergaminos.

1 Jn 2.24 Permanezca en Uds. lo que oyeron desde el principio; si permanece en Uds. … permanecerán en el Hijo y en el Padre.

Recordemos, para terminar, que durante los primeros años de la predicación de los apóstoles, la enseñanza de la doctrina cristiana se hacía única y exclusivamente de manera oral, es decir, por la Tradición Apostólica, pues hasta entonces no se habían escrito ni los evangelios ni las cartas apostólicas. Sólo posteriormente se fueron redactando los libros que conforman el Nuevo Testamento. Cabe mencionar; además, que quién determinó que libros pertenecían y cuáles no al canon bíblico (o sea la relación oficial de los libros de la Escritura) fue la Iglesia Católica, a fines del siglo IV.

Yo creo, Señor; en Ti
que eres la Verdad Suprema.
Creo en todo lo que me has revelado.
Creo en todas las verdades
que cree y espera mi Santa Madre
la Iglesia Católica y Apostólica.
Fe en la que nací por tu gracia,
fe en la que quiero vivir y luchar
fe en la que quiero morir.

Novena a Nuestra Señora de las Mercedes

Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (15 al 23 de septiembre)

Por la señal de la Santa Cruz...

Señor mío, Jesucristo...

ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

Soberana Virgen María, Reina de los Ángeles, Emperatriz de los cielos, elegida Madre de Dios, concebida en gracia, a quien rinden veneración todos los coros de los Ángeles y Santos del cielo. A Ti me acerco para rogarte que, puesto que bajaste del cielo a la tierra declarando que eres Madre de Merced y de las Misericordias, usa tu piedad con este humilde devoto tuyo. Y para más obligarte, Madre de pecadores, consuelo de los afligidos, socorro de todas las necesidades, me consagro una vez más a ti, como esclavo y servidor tuyo. Dirígeme, encamíname y ampárame, Señora y Madre mía, para que acierte a servirte y logre lo que en esta novena pido y deseo, si es del agrado de tu precioso Hijo Jesús, que vive y reina con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén

Rezar a continuación la oración del día que corresponda:

DÍA PRIMERO

Señor, Dios Omnipotente y Misericordioso, que así para librar a tu pueblo escogido de la esclavitud de Egipto hablaste a Moisés en el monte Horeb, desde una zarza que ardía sin consumirse, así mismo hablaste en Barcelona al Patriarca San Pedro Nolasco para que rescatase a los cautivos cristianos, siendo la mensajera tu Santísima Madre, la Virgen María, que bajó del cielo y desde el primer instante de su vida fue como zarza milagrosa, pues jamás la tocó la llama de la culpa, ni perdió la hermosura de la gracia, ni su original pureza; te ruego que por la intercesión de la misma Santísima Madre tuya, no se abrase mi cuerpo en las llamas de la impureza, ni se manche mi alma con el pecado de la sensualidad, para que, a imitación de esta celestial Señora, exhale mi corazón fragancias de pureza.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA SEGUNDO

Rey soberano, Padre de Misericordia y Dios de todo consuelo, que con la virtud de la vara de Moisés diste a conocer al Faraón la eficacia de tu Divino Poder, pues con ella fue quebrantada la dureza de aquel perverso corazón y consiguió la libertad tu pueblo escogido; humildemente te rogamos, por la intercesión de la virgen Santísima de la Merced, refrenes mis pasiones y ablandes la dureza de mi pobre corazón, para que, logrando con tu gracia quebrantar las cadenas de mis culpas, me vea libre de la esclavitud del pecado; y concediéndome la merced de tu caridad y justicia, me des también el don de la perseverancia final, para merecer y lograr la gloria eterna. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA TERCERO

Poderosísimo Señor y Padre compasivo que después de librarlos del cautiverio, diste a los israelitas una columna de esperanza y consuelo, pues durante el día, en forma de nube los defendía de los rayos y ardores del sol, y por la noche, en figura de fuego, les iluminaba para librarlos de todo riesgo y peligro; humildemente te suplico por mediación de María Santísima de la Merced, que consigamos vernos libres de los rigores de tu justicia y merezcamos, por tu piedad, el fuego del divino amor que abrase siempre nuestros corazones y sirva de luz que disipe las sombras de nuestra ignorancia para que no perdamos nunca el camino del cielo. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA CUARTO

¡Dulcísimo Jesús, Dios infinito, hijo Unigénito de María!; pues manifestaste a los hombres que te es agradable el título de la Merced con que veneramos a tu Santísima Madre: haz, Señor, que experimentemos el Poder de este celestial nombre y singular devoción, y que la Reina del cielo y tierra nos defienda del enemigo infernal y de todas sus asechanzas y tentaciones, para que acertemos a servirte en esta vida y después podamos cantarte himnos de alabanza por toda la eternidad. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA QUINTO

Clementísimo Señor, Padre amoroso y benignísimo creador nuestro, somos pecadores y por ellos merecedores de castigo en este mundo y en el otro, más por tu infinita misericordia, nos concedes un refugio seguro en la protección de tu Santísima Madre; continúa derramando sobre cuantos la veneramos como a Madre de Merced y Misericordia tus divinas bendiciones, para que, libres de los peligros de este mundo, lleguemos con su protección, al Puerto seguro de la Gloria. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA SEXTO

Señor, Dios de la Misericordia, que por medio de la reina Esther libraste a los israelitas de la sentencia de muerte dictada por Asuero; te rogamos, piadoso dueño de nuestras almas, que por la intercesión de la Santísima Virgen María de la Merced, nos libres de la muerte del pecado, concediéndonos la libertad de los Hijos de Dios y vivir en gracia hasta que podamos gozar eternamente en la gloria. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA SÉPTIMO

Eterno y Omnipotente Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que coronaste a la Santísima Virgen María de estrellas y la vestiste de Gloria y Majestad, dándole poder contra todos nuestro enemigos; te suplicamos con la mayor confianza, nos otorgues el favor de considerarnos como devotos y esclavos de tan esclarecida Señora, pues la invocamos como Madre de la Merced y Misericordia, para que así nos veamos libres de las asechanzas del enemigo infernal ahora y en la hora de nuestra muerte y podamos conseguir la Gloria eterna. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA OCTAVO

Amantísimo Dios y piadoso Señor, que para librar del castigo de la muerte a tu siervo Nabal, dispusiste que bajara del monte la prudente Abigail, para postrarse ante el Rey David; te suplicamos rendidamente que por los ruegos de la hermosísima y prudente Virgen María de la Merced, tu Madre, que bajó del monte de la gloria a la ciudad de Barcelona para dar consuelo a todos los afligidos y libertad a los cautivos cristianos, nos libres de todo peligro de cuerpo y alma y nos concedas entrada segura en la gloria celestial. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

DÍA NOVENO

Dios y Señor de todo el Universo, que compadecido de nuestras miserias te dignaste bajar a redimirnos de la esclavitud del pecado haciéndote hombre en las purísimas entrañas de María; te rogamos por ese infinito amor tuyo, que pues elegiste a la Virgen Madre tan pura y tan misericordiosa, hagas que ella derrame sobre todos tus devotos la lluvia de sus bondades, para que mereciendo subir pro la senda de las virtudes, logremos, por la intercesión de la virgen María de la Merced, gozar de la Bienaventuranza Eterna, adorándote en tus moradas celestiales, donde vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS

Salutaciones. Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Hija del Eterno Padre y te consagro mi alma con todas sus potencias. Dios te salve, María...

Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Madre de Dios Hijo y te consagro mi cuerpo con todos sus sentidos. Dios te salve, María...

Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Esposa del Espíritu Santo y te consagro mi corazón con todos sus afectos, pidiéndote que me obtengas de la santísima trinidad todos los medios y gracias que necesito para mi salvación eterna. Dios te salve, María...

Oración. ¡Oh, Bendita Virgen María de la Merced! ¿Quién podrá darte las debidas gracias y alabanzas por la solicitud tan maternal con que siempre has atendido a todas las almas? ¿Qué alabanzas podrá tributarte el frágil mortal que no haya aprendido de ti, Madre mía?

Dígnate aceptar nuestras plegarias que con todo fervor te dirigimos para agradecerte tantos y tan grandes favores que hemos recibido de tu maternal bondad. Son pobres y desproporcionadas a tus beneficios, pero no pongas tus ojos en ellos, piensa más bien que somos tus hijos y que, como hijos muy amantes te las dirigimos. A recibirlas alcánzanos el perdón de nuestros pecados y redímenos del castigo por ellos tenemos merecido. Escucha propicia nuestras plegarias y haz que consigamos la dicha eterna.

Recibe nuestras ofrendas, accede a nuestras súplicas, disculpa nuestras faltas, pues eres la única esperanza de los pecadores. Por tu intercesión ante tu Hijo esperamos el perdón de nuestros pecados y en ti, oh Madre celestial, tenemos toda nuestra esperanza. Virgen excelsa de la Merced; socorre a los desgraciados, fortalece a los débiles, consuela a los tristes, ruega por nuestra Patria, intercede por el Papa, por los Obispos, por los Sacerdotes, por los presos y sus familias; que experimenten tu protección maternal todos cuantos se acerquen a ti con devoción y confianza. Está siempre dispuesta a escuchar las oraciones de los que acuden a tus plantas, de manera que vean siempre cumplidos sus deseos. Ruega sin cesar por todo el pueblo cristiano tú, oh Virgen dichosa, que mereciste llevar en tus entrañas purísimas al Redentor del mundo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Papa Francisco: no importa cuántos errores cometas Dios te perdona

Antoine Mekary | ALETEIA | I.MEDIA

Vatican Media | Sep 15, 2019

En su alocución previa al rezo mariano de hoy domingo, el Papa, recordando las tres parábolas de Jesús, la de la oveja y la moneda pérdidas y la del hijo pródigo, nos habla del infinito amor y misericordia de Dios.

En su alocución previa al rezo mariano de hoy domingo, el Papa retomó el Evangelio de hoy, que comienza diciendo que algunos criticaban a Jesús, por estar con recaudadores de impuestos y pecadores. El Papa nos recuerda que, en cada misa, en cada iglesia, Jesús da la bienvenida a los pecadores y come con ellos, es feliz de recibirlos en su mesa, donde se ofrece por nosotros.

Dios no se resigna le importas tú

En el Evangelio, Jesús les responde con tres parábolas: la de la oveja y la moneda pérdidas y la del hijo pródigo. Sobre estas parábolas, el Papa nos dice que Dios no se resigna, a él realmente importamos.

“A él realmente le importas tú, que aún no conoces la belleza de su amor, tú que aún no has recibido a Jesús en el centro de tu vida, tú que no puedes vencer tu pecado”.

Sólo con Dios podemos vencer al mal

Nadie puede reemplazarnos en el corazón de Dios, somos valiosos para Dios. Dios nos espera, no se cansa ni se desanima, cada uno de nosotros es aquel hijo que vuelve a abrazar. Y aunque hayamos cometido demasiados errores, el Papa nos anima

diciendo que no tenemos que tener miedo, Dios nos ama y sabe que solo su amor puede cambiar nuestras vidas.

No es un dios riguroso es un Dios misericordioso

Dios no es un dios riguroso que “derrota al mal con el poder en lugar del perdón, dijo más adelante el Pontífice, Dios salva con misericordia, con amor no con la fuerza, se propone sin imponerse.

Para perdonar es necesario dejar de lado la pretensión de creernos justos, y que los malos son los demás. Es necesario, dijo el Papa, sentir la necesidad de ir al Señor, que nos está esperando para perdonarnos.

“Muchas veces nos equivocamos cuando creemos que tenemos razón, y pensamos que los malos son los demás. El Papa aseveró: “No nos creamos buenos, porque solos, sin la ayuda de Dios que es bueno, no sabemos cómo vencer el mal”. El mal se vence aceptando el perdón de Dios.”

Sucede cada vez que vamos a confesarnos: allí recibimos el amor del Padre que vence nuestro pecado: no hay más, Dios lo olvida. No como nosotros, afirmó Francisco, que después de decir “no pasa nada”, en la primera oportunidad nos recordamos con los intereses de las faltas sufridas. No, Dios cancela el mal, nos hace nuevos por dentro y nos trae alegría. Ánimo, con Dios ningún pecado tiene la última palabra.

Ángelus: “Vencer al mal acogiendo el perdón de Dios”

Palabras del Papa antes de la oración mariana

SEPTIEMBRE 15, 2019 13:49 RAQUEL ANILLOANGELUS Y REGINA COELI

(ZENIT – 15 septiembre 2019).- A las 12 del mediodía de hoy, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio en del
Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos reunidos en la Plaza San Pedro en este 24º domingo del Tiempo Ordinario.

Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (Lc 15, 1-32) comienza con algunos que critican a Jesús, viéndolo en compañía de publicanos y pecadores, y dicen con desprecio: “Él acoge a los pecadores y come con ellos” (v.2). Esta frase se revela en realidad como un anuncio maravilloso. Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Esto es lo que sucede con nosotros, en cada Misa, en cada iglesia: Jesús se alegra de acogernos en su mesa donde se ofrece así mismo por nosotros. Es la frase que podríamos escribir en las puertas de la nuestras iglesias: “Aquí Jesús acoge a los pecadores y los invita a su mesa”. Y el Señor, respondiendo a aquellos que lo criticaban, cuenta tres maravillosas parábolas, que muestran su predilección por los que se sienten lejos de Él.

Hoy sería lindo que cada uno de ustedes tomara el Evangelio, el Evangelio de Lucas, capítulo 15, y leyera las tres parábolas. Son estupendas.

En la primera parábola dice: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja a las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada hasta que la encuentra?” (v. 4) ¿Quién de ustedes? Una persona con sentido común no hace dos cálculos y sacrifica uno para mantener las noventa y nueve. Dios, en cambio, no se resigna, a Él le importas tú, que todavía no conoces la belleza de su amor, tú que todavía no has acogido a Jesús en el centro de tu vida, tú que no logras superar tu pecado, tú que quizás por las cosas malas que han acaecido en tu vida, no crees en el amor.

En la segunda parábola, tú eres esa pequeña moneda que el Señor no se resigna a perder y busca sin cesar: quiere decirte que eres precioso a sus ojos, que eres único. Nadie puede sustituirte en el corazón de Dios. Tienes un lugar, eres tú, nadie puede sustituirte; y tampoco a mí, nadie puede sustituirme en el corazón de Dios.

Y en la tercera parábola Dios es padre que espera el regreso del hijo pródigo: Dios siempre nos espera, no se cansa, no se desanima. Porque somos nosotros, cada uno de nosotros, ese hijo en sus brazos de nuevo, esa moneda encontrada de nuevo, esa oveja acariciada y puesta sobre los hombros. Él espera cada día que nos demos cuenta de su amor. Si tú dices: “Pero yo me he equivocado demasiado!” No tengas miedo: Dios te ama, te ama como eres y sabe que sólo su amor puede cambiar tu vida.

Pero este amor infinito de Dios por nosotros pecadores, que es el corazón del Evangelio, puede ser rechazado. Eso es lo que hace el hijo mayor de la parábola. No entiende la parábola y tiene en mente más a un dueño que a un padre. Es un riesgo para nosotros también: creer en un dios que es más riguroso que misericordioso, un dios que derrota al mal con poder en vez de con perdón.

No es así, Dios salva con el amor, no con la fuerza; proponiéndose, no imponiéndose. Pero el hijo mayor, que no acepta la misericordia de su padre, se encierra, comete un error peor: se presume justo, se presume traicionado y juzga todo en base de su pensamiento de justicia. Así se enoja con el hermano y reprocha al padre: “Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, haces matar para él el ternero engordado” (cf. v. 30).

“Este hijo tuyo”: no lo llama hermano, sino tu hijo. Se siente hijo único. También nosotros nos equivocamos cuando nos creemos justos, cuando pensamos que los malos son los otros. No nos creamos buenos porque solos, sin la ayuda de Dios, que es bueno, no sabemos vencer el mal. Hoy no se olviden, tomen el Evangelio y lean las tres parábolas de Lucas, capítulo 15. Les hará bien, será salud para ustedes.

¿Cómo se hace para vencer el mal? Acogiendo el perdón de Dios, acogiendo el perdón de los hermanos. Sucede cada vez que nos confesamos: allí recibimos el amor del Padre que vence nuestro pecado: ya no está más, Dios lo olvida. Dios, cuando perdona, pierde la memoria, se olvida de nuestros pecados, se olvida. Es tan buen Dios con nosotros! No como nosotros, que después de decir “No es nada”, a la primera oportunidad que acordamos con intereses de los males que hemos sufrido.

No, Dios borra el mal, nos hace nuevos dentro y así hace renacer la alegría en nosotros, no la tristeza, no la oscuridad en el corazón, no la sospecha, la alegría.

Hermanos y hermanas, coraje, ánimo, con Dios, ningún pecado tiene la última palabra. La Virgen, que desata los nudos de la vida, nos libere de la pretensión de creer que somos justos y nos haga sentir la necesidad de ir hacia el Señor, que siempre nos espera para abrazarnos, para perdonarnos.

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