Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres
- 20 Septiembre 2019
- 20 Septiembre 2019
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103 mártires de Corea, Santos
Memoria Litúrgica, 20 de septiembre
Santos Martires Coreanos
Andrés Kim Tae-Gon y Pablo Chong Ha-Sang y 101 compañeros
Martirologio Romano: Memoria de los santos Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros, mártires en Corea. Se veneran este día en común celebración todos los ciento tres mártires que en aquel país testificaron intrépidamente la fe cristiana, introducida fervientemente por algunos laicos y después alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros. Todos estos atletas de Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en Corea (1839-1867).
Fecha de canonización: Los 103 mártires fueron canonizados por S.S. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984, en Seúl, Corea.
Integran el grupo: santos Simeón Berneux, Antonio Daveluy, Lorenzo Imbert, obispos; Justo Ranfer de Bretenières, Luis Beaulieu, Pedro Enrique Dorie, Padro Maubant, Jacobo Chastan, Pedro Aumaître, Martín Lucas Huin, presbíteros; Juan Yi Yun-il, Andrés Chong Hwa-gyong, Esteban Min Kuk-ka, Pablo Ho Hyob, Agustín Pak Chong-won, Pedro Hong Pyong-ju, Pablo Hong Yong-ju, José Chang Chu-gi, Tomás Son Cha-son, Lucas Hwang Sok-tu, Damián Nam Myong-hyog, Francisco Ch’oe Kyong-hwan, Carlos Hyon Song-mun, Lorenzo Han I-hyong, Pedro Nam Kyong-mun, Agustín Yu Chin-gil, Pedro Yi Ho-yong, Pedro Son Son-ji, Benedicta Hyon Kyongnyon, Pedro Ch’oe Ch’ang-hub, catequistas; Agueda Yi, María Yi In-dog, Bárbara Yi, María Won Kwi-im, Teresa Kim Im-i, Columba Kim Hyo-im, Magdalena Cho, Isabel Chong Chong-hye, vírgenes; Teresa Kim, Bárbara Kim, Susana U Sur-im, Agueda Yi Kan-nan, Magdalena Pak Pong-son, Perpetua Hong Kum-ju, Catalina Yi, Cecilia Yu Sosa, Bárbara Cho Chung-i, Magdalena Han Yong-i, viudas; Magdalena Son So-byog, Agueda Yi Kyong-i, Agueda Kwon Chin-i, Juan Yi Mun-u, Bárbara Ch’oe Yong-i, Pedro Yu Chong-nyul, Juan Bautista Nam Chong-sam, Juan Bautista Chon Chang-un, Pedro Ch’oe Hyong, Marcos Chong Ui-bae, Alejo U Se-yong, Antonio Kim Song-u, Protasio Chong Kuk-bo, Agustín Yi Kwang-hon, Agueda Kim A-gi, Magdalena Kim O-bi, Bárbara Han Agi, Ana Pak Ag-i, Agueda Yi So-sa, Lucía Pak Hui-sun, Pedro Kwon Tu-gin, José Chang Song-jib, Magdalena Yi Yong-hui, Teresa Yi Mae-im, Marta Kim Song-im, Lucía Kim, Rosa Kim, Ana Kim Chang-gum, Juan Bautista Yi Kwang-nyol, Juan Pak Hu-jae, María Pak Kuna- gi Hui-sun, Bárbara Kwon-hui, Bárbara Yi Chong-hui, María Yi Yon-hui, Inés Kim Hyo-ju, Catalina Chong Ch’or-yom, José Im Ch’i-baeg, Sebastián Nam I-gwan, Ignacio Kim Che-jun, Carlos Cho Shin-ch’ol, Julita Kim, Águeda Chong Kyong-hyob, Magdalena Ho Kye-im, Lucía Kim, Pedro Yu Taech’ol, Pedro Cho Hwa-so, Pedro Yi Myong-so, Bartolomé Chong Mun-ho, José Pedro Han Chae-kwon, Pedro Chong Won-ji, José Cho Yun-ho, Bárbara Ko Sun-i y Magdalena Yi Yong-dog.
Breve Semblanza
París, rue du Bac. La calle está hoy compartida. Una de sus aceras la ocupan casi íntegramente los inmensos almacenes "Au bon marché". La otra acera conserva todavía un cierto aire del primitivo París. Una puerta humilde, que da a un estrecho callejón, conduce a una iglesia objeto de la veneración de todos los católicos del mundo: la capilla de las apariciones de la Virgen Milagrosa. Siguiendo por la misma acera encontramos otro edificio, también humilde en apariencia, pero de enorme significación en la historia de la Iglesia: el seminario de misiones extranjeras. Allí se forjó un nuevo estilo en la manera de concebir la tarea misional y allí, por vez primera, en forma orgánica, el clero secular forjó sus armas para salir a luchar las rudas batallas contra el paganismo.
El seminario llevaba ya muchos años funcionando cuando en 1831 se confiaba a sus alumnos un nuevo territorio de misión: la península de Corea. Territorio muy vasto, su extensión equivale prácticamente a la de Italia, y cuya evangelización habría de resultar muy penosa. Pese a estar a la misma latitud que España o Italia, el clima es duro, continental, extremado. Por otra parte, el país es pobre, y no podría resultar fácil la vida de los misioneros. En cambio iban a tener éstos una ventaja: les esperaban unas cristiandades que habían sufrido ya su bautismo de sangre y la terrible prueba de la persecución.
Corea es uno de los pocos países del mundo en donde el cristianismo no fue introducido por los misioneros. Durante el siglo dieciocho se difundieron por el país algunos libros cristianos escritos en chino, y uno de los hombres que los leyeron, se las arregló para ingresar al servicio diplomático del gobierno coreano ante el de Pekín, buscó en la capital de China al obispo Mons. de Gouvea y de sus manos recibió el bautismo y algunas instrucciones. Este intelectual coreano, bautizado en Pekín, fue quien consiguió -a partir de su retorno en 1784- introducir el cristianismo en Corea.
Pero aquella naciente cristiandad sufrió una dura persecución y estuvo a punto de ser aniquilada. Sin embargo, cuando diez años más tarde, en 1794, un sacerdote chino vino de Pekín encontró todavía cuatro mil cristianos, tan fervorosos que en poco tiempo su número se duplicó. Siete años más tarde, en 1801, se produce una nueva represión, y el sacerdote fue ejecutado con unos trescientos cristianos, entre quienes destacaba la noble figura de Juan Niou y su mujer Lutgarda, que habían contraído matrimonio sin usar nunca del mismo.
Existe una carta escrita por los coreanos para implorar al Papa Pío VII que enviase sacerdotes a aquella pequeña grey que, sin embargo, ya había dado mártires a la Iglesia.
Treinta años después, la Sagrada Congregación de Propaganda erigía un vicariato apostólico en Corea y lo confiaba, según hemos dicho, al Seminario de Misiones Extranjeras, de París. Pese a que en 1815 y en 1827 había habido nuevas oleadas de persecución, el número de cristianos sobrepujaba ya los seis millares. Al frente del nuevo vicariato iba a ser colocado un fervoroso misionero de China: Lorenzo José Mario Imbert.
Su nombre es el primero y el más destacado de la larga relación de mártires cuya fiesta se celebra hoy. Había nacido en la diócesis de Aix-en-Provence. Su familia residía en Calas, y era harto pobre. Es conmovedor saber cómo aprendió a leer: un día encontró un centimillo en la calle, con el compró un alfabeto y rogó a una vecina que le enseñara las letras. Así, a fuerza de perseverancia, consiguió la preparación suficiente para poder ingresar, en 1818, en el seminario de Misiones Extranjeras. Después de dos años de estudios se embarca en Burdeos y marcha a trabajar a China.
En plena tarea apostólica le sorprende el nombramiento de vicario apostólico de Corea y su elevación al episcopado. En mayo de 1837 es consagrado en Seu-Tchouen, y al terminar el año llega a Corea.
No era el primero en llegar. Le habían precedido ya otros dos misioneros, llamados a compartir el martirio con él. Los dos franceses: Pedro Filiberto Maubant, nacido en la diócesis de Bayeux, y Santiago Honorato Castán, nacido en la diócesis de Digne. El primero había venido directamente de Francia. El segundo había trabajado anteriormente en Siam.
Inmediatamente pusieron manos a la obra. Ante todo fue necesario aprender la lengua coreana, tributaria del chino, pero con muchas analogías con los dialectos siberianos. Después pudieron ya ponerse de lleno al trabajo apostólico.
Escuchemos a monseñor Imbert lo que era su vida:
"No permanezco mas que dos días en cada casa que reúno los cristianos, y antes de que amanezca el tercer día paso a otra casa. Me toca sufrir mucha hambre, porque después de haberme levantado a las dos y media de la madrugada, esperar hasta el mediodía y recibir entonces una comida mala y floja, bajo un clima bajo y seco, no es cosa fácil. Después de comer reposo un poco, y a continuación doy clase de teología a mis seminaristas; después oigo confesiones hasta la noche. Me acuesto a las nueve sobre la tierra cubierta de una lona y un tapiz de lana de Tartaria, porque en Corea no hay ni camas ni mantas. He tenido, siempre un cuerpo débil y enfermizo, y a pesar de todo he llevado adelante una vida laboriosa y bien ocupada; pero aquí pienso haber llegado a lo superlativo y al nec plus ultra de trabajo. Ya os imaginaréis que con una vida tan penosa no tengamos miedo al golpe de sable que debe terminarla."
Todo esto había que hacerlo con el mayor secreto. Las quince o veinte personas a las que había atendido cada día: confesiones, bautismos, confirmaciones, matrimonios, etcétera, tenían que retirarse antes de la aurora. Aun así, aquella vida no pudo prolongarse mucho tiempo. Dos años después de su llegada, el 11 de agosto de 1839, monseñor Imbert era detenido por los perseguidores.
Comprendió bien que había llegado el final de su vida. Y creyó un deber, para evitar apostasías a los fieles seguidores, invitar a sus dos compañeros a entregarse. La tarjeta enviada por el obispo, que era una invitación al martirio, llegó primero al padre Maubant, quien la transmitió a su compañero el padre Castán. Ambos obedecieron sin vacilar. Cada uno redactó una instrucción para uso de sus fieles y luego en común unas líneas dirigidas a toda la cristiandad coreana. Escribieron una breve memoria para el Cardenal Prefecto de Propaganda Fide y una carta a sus hermanos de las Misiones Extranjeras para encomendarles a sus neófitos. En esta carta es donde alegremente, como si quisieran aliviarles la pena, dicen que "el primer ministro Ni, actualmente gran perseguidor, ha hecho fabricar tres grandes sables para cortar cabezas".
Todo esto llevaba la fecha del 6 de septiembre. Y una vez terminados los preparativos, los dos misioneros se unieron a su obispo. Los tres europeos comparecieron ante el prefecto y confesaron noblemente su fe: "Por salvar las almas de muchos, no hemos vacilado ante una distancia de diez millares de lys. Denunciar a nuestras gentes, y hacerles daño, olvidando los diez mandamientos, no lo haremos jamás, preferimos morir." Aquel mismo día 15 de septiembre recibieron la primera paliza, con bastones. Otra nueva les esperaba, después de un interrogatorio similar, el día 16. Por fin, el día 21 tuvo lugar el suplicio final.
Les desnudaron hasta la cintura, y les asaetearon cruelmente, de arriba a abajo, a través de las orejas, les colmaron de heridas y, por fin, los rociaron de cal viva. Después de obligarles a dar por tres veces la vuelta a la plaza, mostrándose al público que se burlaba de ellos, se les hizo arrodillarse. Los soldados empezaron a correr en su derredor y al pasar les golpeaban con su sable. El padre Castán se puso instintivamente de pie al recibir el primer golpe. Después se arrodilló junto a sus dos compañeros, que estaban inmóviles. Al poco tiempo, los tres habían muerto.
Pero no eran ellos solos. Antes y después iban a perecer en aquella misma persecución otros muchos cristianos.
El primer lugar, un sacerdote nativo: el padre Andrés Kim. De acuerdo con las mejores tradiciones del seminario de Misiones Extranjeras, los misioneros se habían preocupado de ir preparando, en lo posible, un clero nativo. Cuando ellos murieron, el padre Kim se esforzó por conseguir que vinieran nuevos misioneros. En estos afanes le sorprendieron los perseguidores. Después de larga estancia en la cárcel, fue decapitado en 1846.
En la misma persecución murieron también diez catequistas y una muchedumbre de fieles. De entre ellos se escogieron unos cuantos, a quienes hoy veneramos en los altares: setenta y cinco héroes "nobles y plebeyos, jóvenes y viejos, mujeres ya maduras y jóvenes en la más florida edad, que prefirieron las cárceles, los tormentos, el fuego, el hierro, las cosas más extremas a trueque de no apartarse de la religión santísima. Para tentar su fe, los bárbaros verdugos recurrieron a los tormentos más refinados. Unos fueron ahorcados, a otros les rompieron las piernas, otros fueron azotados hasta la muerte, otros quemados con planchas ardientes, otros enterrados vivos en nichos para que murieran de hambre, y así todos cambiaron esta vida por otra inmortal y feliz. Tantos y tan crueles suplicios los sufrieron todos con invicta fortaleza". Tales son las palabras del Decreto de beatificación expedido por el papa Pío XI. Porque, como ya anteriormente se había escrito en el Decreto de tuto, aquella muchedumbre, en la que había incluso niños de quince y trece años, "mostró tanta constancia en profesar la fe, que en manera alguna pudo la rabia de los perseguidores llegar a vencerla. Ni las cárceles largas y horribles, ni los tormentos crudelísimos, ni el hambre y la sed, con la que ellos eran probados, ni otros horrendos suplicios, ni el terror y los halagos de los jueces impíos, ni la edad juvenil o provecta, ni el amor materno, ni la piedad filial, ni el dulce yugo del matrimonio, fueron capaces de superar la fortaleza y firmeza de aquellos mártires".
No es extraño que muy pronto se extendiera por todo el mundo la fama de su admirable ejemplo. Por eso, el papa Pío XI, superando las dificultades de tipo jurídico que se oponían a su beatificación, pues resultaba muy difícil recoger las pruebas exigidas con todo el rigor canónico, teniendo en cuenta que había certeza absoluta de la realidad del martirio, los beatificó solemnemente en 1925. A esa lista se sumarían luego aquellos mártires que beatificó el papa Pablo VI el 6 de octubre de 1968. Finalmente, el papa Juan Pablo II rindió homenaje a todos los mártires de Corea, canonizando a estos confesores de la fe en la ciudad de Seúl el 6 de mayo de 1984,
Su sangre, como siempre ha ocurrido, fue semilla de nuevos cristianos, y hoy Corea, al menos en su parte Sur, libre del comunismo, es una de las cristiandades más florecientes y esperanzadoras de todo el Extremo Oriente.
Redescubrir por qué estás siguiendo a Jesús
Santo Evangelio según san Lucas 8, 1-3. Viernes XXIV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, gracias por regalarme este tiempo para estar juntos. Gracias porque me has escogido para ser tu amigo, y por acompañarme en cada paso de mi vida. Dame fe por favor, para que pueda ver mi vida y mi vocación como Tú las ves. Lléname de ti, renuévame con tu Espíritu Santo para que pueda ser tu apóstol con quien me encuentre hoy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 8, 1-3
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Por qué seguían a Jesús los doce y las mujeres de las que leemos hoy? ¿Cómo conquistó Jesús a cada uno de ellos? Puedes dedicarte un tiempo a hablar con Jesús de si Él te ha cautivado o no, o sobre qué es lo que te cautiva de Él. Tal vez es tiempo de redescubrir por qué estás siguiendo a Jesús, y de dejar que te renueve en tu vocación de apóstol de su Reino de amor, justicia y verdad. Para ello, puedes dedicar un tiempo para tomar a tu Padre bueno de la mano y con Él echar una mirada a las profundidades de tu corazón.
¿Qué ves, qué motivaciones, deseos o miedos tienes en tu vida? ¿Cómo te ve tu Padre amoroso?, ¿cómo es su mirada sobre ti?
«Los evangelios nos presentan a menudo esta imagen del Señor en medio de la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él. “Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen”. El Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo: el resplandor del Niño atrajo mansamente a pastores, a reyes y a ancianos soñadores como Simeón y Ana. También fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí: Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones...».
(Papa Francisco, Homilía 18 de abril de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a visitar a la Virgen María en una Iglesia para poner en sus manos mi vocación de apóstol y amigo de Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¿Por qué es necesario anunciar a Jesucristo?
Porque Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,4)
Es necesario anunciar a Jesucristo por numerosos y complementarios motivos. Lo requieren: Dios Padre, Jesucristo, el Espíritu Santo, el Evangelio, la persona humana, el cristiano, la Iglesia, la sociedad actual.
DIOS-PADRE quiere que el anuncio de su hijo jesucristo sea realizada todos.
¿Por qué motivo?
Porque Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,4).
Por eso:
- Él envía a Su Hijo Jesucristo, que es Su Palabra definitiva y perfecta, y nuestro Salvador;
- y dona el Espíritu Santo, gracias al cual creemos en Cristo e invocamos a Dios como Padre.
¿En qué modo dios quiere hacer conocer su hijo a todos los hombres?
Dios ha escrito en el corazón del hombre el deseo de conocerlo y amarlo, y no cesa de atraer a cada persona hacia Él, por medio de Su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Al mismo tiempo confía a los hombres, convocados por Él en la Iglesia Su Pueblo, la misión de hacer conocer a Su Hijo y de comunicar la salvación realizada por Él.
JESUCRISTO vino a este mundo “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
¿Cómo realiza Jesús ésta misión?
El:
- anuncia a todos la “Buena Noticia”. Ofrece su vida, muriendo en Cruz, “por muchos para el perdón de los pecados” (cf. Mt 26,28);
- antes de volver al Padre, dió este mandato a Sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19);
- Se presenta como diferente a los otros, como ¡Único!
¿Por qué Jesucristo es único?
En cuanto que Él es el Único Hijo de Dios, consusbtancial a Dios su Padre: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).
Por eso, Él, y sólo Él:
- nos hace conocer a Dios Padre de manera plena, perfecta y definitiva: “Quién me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9);
- nos dona, con Su muerte y Su Resurrección, la verdadera y plena salvación: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12).
¿Jesucristo quita algo al hombre?
Jesucristo no quita nada al hombre, al contrario, Él:
- dona la nueva vida divina de hijos de Dios;
- lleva a cumplimiento, después de haberlo purificado, cuanto hay de verdadero, bueno y bello, en cada persona y en cada religión;
- realiza plenamente las auténticas aspiraciones del hombre;
- abre nuevos horizontes al hombre, le muestra el camino y le dona la gracia para poder realizarlos;
- no disminuye, sino que exalta la libertad humana y la orienta hacia su cumplimiento, en el encuentro gozoso con Dios y en el amor gratuito y atento al bien de todos los hombres.
EL ESPÍRITU SANTO derramado en nosotros como un don de Dios Padre, por medio de Jesucristo muerto y resucitado, nos impulsa a ser anunciadores, para que todos “te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Con su luz y su gracia, la humanidad puede, en Cristo, “encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad”, como recuerda Juan Pablo ii, en la Encíclica Redemptoris Missio (n.8).
EL EVANGELIO de Cristo es anunciado a todos.
¿Por qué?
En cuanto que es capaz de:
- Entusiasmar a la persona de cualquier edad, cultura, lengua,...
- Penetrar toda forma de vida que a priori no la excluye. Y esto porque la Palabra de Cristo no está ligada “exclusiva e indisolublemente a ninguna raza o nación, a ningún género particular de costumbres, a ningún modo de ser, antiguo o moderno” (Conc. Vat. ii, GS 58). El Evangelio es para todas las culturas, y todas las culturas pueden ser “fermentadas” por el Evangelio: como la semilla que cae en tierra, y donde es posible germina y frutifica; o bien, como la levadura que fermenta la masa, o la sal que da sabor a la comida, o el rocío y la lluvia que le permite crecer a la vegetación
- “El Evangelio de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Continuamente purifica y eleva las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad.” (GS 58).
LA PERSONA HUMANA, en cuanto capaz de diálogo con su Creador, tiene el derecho y el deber de:
- escuchar la Verdad, de la manera más auténtica, íntegra y completa que sea posible: la “Buena Noticia” de Dios que se revela y se dona en Cristo. De este modo la persona realiza en plenitud su propia vocación;
- anunciar la Verdad, para compartir con los demás la propia fe: es propio del hombre el deseo y el empeño conreto de hacer participar a los demás de los propios bienes, que recibió como don y que aprecia;
- vivir en plenitud la propia vida: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4)
¿Por qué la persona tiene necesidad del anuncio de Cristo?
Porque Cristo:
- libera al hombre del pecado y lo convierte en Hijo de Dios;
- revela al hombre su propia, integral y original identidad;
- tiene una extraordinaria fuerza atracción y de convencimiento también para el hombre de hoy.
Por eso, es necesario anunciar a todos, de modo sereno y positivo, la Verdad cristiana en su integridad, armonia, y también en su belleza, que tanto fascina al hombre de hoy. De este modo será posible para la persona humana conocer y acoger aquel ‘splendor veritatis’ (esplendor de la verdad) que es Cristo mismo.
EL CRISTIANO, todo cristiano en cuanto tal, tiene el derecho y el deber de anunciar a Jesucristo.
¿Cuál es el fundamento de este derecho/deber?
Este derecho/deber:
- Tiene su fundamento en la libertad religiosa, derecho natural de cada hombre;
- Es una exigencia profunda de la vida de Dios en él. Esta necesidad de anunciar a todos el Evangelio, nace en el cristiano de la exigencia de compartir con los demás, todo aquello que de original, específico y único, él recibió de parte de Dios, es decir, la fe.
- Se funda en el mandato de Cristo: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda creatura; el que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”. (Mc 16,15-16).
- El anuncio de Cristo es indispensable para que los demás puedan conocer y acoger a Cristo para obtener la salvación. Para creer en Él, es necesario sentir hablar de Él, necesita uno que, después de haberlo conocido, lo anuncie a los demás. En efecto: “¿Cómo invocarán a aquel a quien no han creido? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?” (Rm 10,14).
LA IGLESIA, siempre y en todas partes, anunció a Cristo.
¿Por qué y en que modo?
- La Iglesia existe no para anunciarse a sí misma, ni para anunciar una nueva y extraña religión, sino para anunciar y comunicar a Cristo.
- El primer y principal empeño de la Iglesia en su tradición bimilenaria ha sido y es: La traditio evangelii (la transmisión del Evangelio).
- Es derecho y deber de la Iglesia, de toda la Iglesia, anunciar todo el Evangelio a todo el hombre y a todos los hombres, en el modo más fiel posible, evitando reduccionismos o ambigüedades, y reservando a este anuncio el primer lugar dentro de todas sus actividades y preocupaciones.
- Los mismos Apóstoles, al inicio de la vida de la Iglesia, dieron la prioridad al anuncio de Cristo: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espítitu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y la ministerio de la Palabra” (Hch 6, 2-4).
- Después de los Apóstoles, muchos otros hicieron propias las palabras de S. Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). ¡Es una obligación y un honor la predicación del Evangelio!
- Toda actividad de la Iglesia (incluída la actividad asistencial, la defensa de los derechos humanos, la promoción de la paz, etc.) debe ser inseparable del empeño de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe. Esta norma de conducta ha sido válida durante toda la historia de la Iglesia y continuará siéndolo siempre. Son innumerables las iniciativas que surgieron a lo largo de la historia para difundir el Evangelio y caracterizan profundamente toda la vida del Pueblo de Dios: esas conducen al encuentro con Cristo.
- La acción evangelizadora de la Iglesia no puede venir nunca a menos, porque nunca faltará la presencia del Señor con la fuerza del Espíritu Santo, según su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
- La Iglesia, anunciando a Cristo Verdad y salvación del hombre, va al enuentro de la necesidad de cuantos buscan sinceramente esta Verdad y salvación, estableciendo con ellos un diálogo motivado, finalizado y centrado en el amor a la Verdad.
- Cada uno es llamado a la santidad en la Iglesia. Ahora la santidad consiste en seguir las huellas de Jesús que vino a anunciar la salvación y confió tal misión de anunciador a cada cristiano y a toda la Iglesia.
LA SOCIEDAD ACTUAL tiene necesidad del anuncio del Evangelio
¿Cómo se manifiesta esta necesidad?
- El actual contexto cultural, caracterizado sea de un difuso relativismo como de un fácil pragmatismo, exige más que nunca el valiente anuncio de la Verdad que salva al hombre y a la sociedad;
- El orden ético social tiene necesidad de ser iluminado con el anuncio de Cristo. Y esto porque como afirmaba justamente el Papa Juan xxiii en la encíclica Mater et Magistra (n.193), “el orden ético religioso incide más que cualquier otro valor material sobre las direcciones y soluciones que se deben dar a los problemas de la vida individual y asociada, en el interno de la comunidad nacional y en las relaciones entre ellas”.
- El anuncio del Evangelio ayuda a comprender el patrimonio histórico-cultural de muchos pueblos y naciones. De hecho, los principios del Evangelio son parte constitutiva de tal patrimonio: la historia, la cultura, la civilización de muchas generaciones, a lo largo de los siglos, están impregnados de cristianismo e íntimamente enlazados al camino de la Iglesia. Lo testimonian no sólo las innumerables obras de arte, que embellecen diversos lugares del mundo, sino también las tradiciones, los usos, las costumbres, que caracterizan el pensar y el obrar de los diversos pueblos.
- El mundo de hoy, mientras facilita la comunicación, duda de la capacidad de la persona para conocer la verdad, o hasta niega la existencia de una única Verdad y sin embargo, al mismo tiempo, manifiesta en varios modos una necesidad de Absoluto, una sed insaciable de verdad y de certeza. El anuncio viene al encuentro de tales exigencias y está en grado de dar a ellas la plena satisfacción.
- El anuncio del Evangelio, afirma Juan Pablo ii en la encíclica Slavorum Apostoli (n.18), “no lleva al empobrecimiento o desaparición de todo lo que cada hombre, pueblo, nación y cultura reconocen y realizan en la historia como bien, verdad y belleza. Es más, el Evangelio induce a asimilar, desarrollar y vivir todos estos valores con magnanimidad y alegría, y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la Revelación”.
Por éstos y otros motivos, todavía es absolutamente necesario anunciar a Jesucristo que murió y resucitó por todos.
Que todos sean uno
El Papa a Sociedad de Derecho de Iglesias Orientales
Fuente: Vatican News
El papa recibió a la Sociedad por el Derecho de las Iglesias Orientales, profesores y expertos que están en Roma en el ámbito de la celebración del 50 aniversario de la sociedad, fundada en esta ciudad en 1969, poco después del Concilio Vaticano II. Esta fundación fue creada por el Padre Ivan uek, que como dijo el Santo Padre, trabajó tanto en el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales. En el ámbito de este aniversario, es que el patriarca Bartolomé, como vicepresidente de la Sociedad, está en Roma y pudo encontrarse con el Pontífice.
A todos ellos, el Papa les dijo que su estudio tiene una dimensión sinodal: caminan juntos y, en una escucha mutua, comparan sus tradiciones y experiencias para encontrar formas de unidad plena y acercarse al cumplimiento de la oración del Señor: "Que todos sean una cosa, [... ] para que el mundo pueda creer ".
La Sociedad: fundamental en diálogo ecuménico
“La actividad de estudio de la Sociedad, que reúne a expertos de diferentes Iglesias, católicos orientales, ortodoxos y ortodoxos orientales, es de ayuda fundamental para el diálogo ecuménico. ¡Cuántas cosas podemos aprender unos de otros! En todos los campos de la vida eclesial: en teología, en vida espiritual y litúrgica, en actividad pastoral y, obviamente, también en derecho canónico… esencial para el diálogo ecuménico”.
Muchos de los diálogos teológicos que lidera la Iglesia Católica, particularmente con la Iglesia Ortodoxa y las Iglesias Ortodoxas Orientales, son de naturaleza eclesiológica. Por lo tanto, afirmó Francisco, también tienen una dimensión canónica, ya que la eclesiología se expresa en las instituciones y en la ley de las Iglesias.
El diálogo ecuménico: enriquece el derecho canónico
“El diálogo ecuménico también es un enriquecimiento para el derecho canónico. Me gustaría dar un ejemplo: el de la sinodalidad”, les dijo el Papa, que traducida a ciertas instituciones y procedimientos de la Iglesia, muestra bien la dimensión ecuménica del derecho canónico. Por un lado, afirmó, tenemos la oportunidad de aprender de la experiencia sinodal de otras tradiciones, especialmente las de las Iglesias orientales. Por otro lado, señaló, está claro que la forma en que la Iglesia Católica experimenta la sinodalidad es importante para sus relaciones con otros cristianos. Es un desafío ecuménico.
“De hecho, "el compromiso de construir una Iglesia sinodal, una misión a la que todos estamos llamados, cada uno en el papel que el Señor le confía, está cargado de implicaciones ecuménicas". Basado en la herencia canónica común del primer milenio, el diálogo teológico actual entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa busca precisamente una comprensión común de la primacía y la sinodalidad, y de sus interrelaciones, al servicio de la unidad de la Iglesia”.
¿Quién puso capítulos a la Biblia?
Fueron los judíos quienes, al reunirse los sábados en las sinagogas comenzaron a dividir en secciones la Ley.
Un detalle no previsto
Dentro de las cientos de páginas que contiene la Biblia, es muy fácil encontrar exactamente una palabra o frase cualquiera en muy poco tiempo gracias al sistema de capítulos y versículos que tiene, y que se emplea para citarlas.
Pero cuando los autores sagrados compusieron individualmente los libros que luego formarían parte de la Biblia, no los dividieron así. En efecto, nunca imaginaron, mientras escribía cada uno su obra, que ésta terminaría siendo leída por millones y millones de personas, explicada a lo largo de los siglos, comentadas cada una de sus frases, analizado su estilo literario. Ellos simplemente dejaron correr la pluma sobre el papel bajo la inspiración del Espíritu Santo, y compusieron un texto largo y continuo desde la primera página hasta la última.
Fueron los judíos quienes, al reunirse los sábados en las sinagogas comenzaron a dividir en secciones la Ley (es decir, los cinco primeros libros bíblicos, o Pentateuco), y también los libros de los Profetas, a fin de poder organizar la lectura continuada.
Nació así la primera división de la Biblia, en este caso del Antiguo Testamento, que sería de tipo "litúrgica" puesto que era empleada en las celebraciones cultuales.
El ensayo judío
Como los judíos procuraban leer toda la Ley en el transcurso de un año, la dividieron en 54 secciones (tantas, cuantas semanas tiene el año) llamadas "perashiyyot" (= divisiones). Estas separaciones estaban señaladas en el margen de los manuscritos, con la letra "p".
Los Profetas no fueron divididos enteros en "perashiyyot", como la Ley, sino que se seleccionaron de ellos 54 trozos, llamados "haftarot" (= despedidas), porque con su lectura se cerraba en las funciones litúrgicas la lectura de la Biblia.
El evangelio de san Lucas (4, 16-19) cuenta que en cierta oportunidad Jesús fue de visita a su pueblo natal, Nazaret, en donde se había criado, y cuando llegó el sábado concurrió puntualmente a la sinagoga a participar del oficio como todo buen judío. Y estando allí lo invitaron a hacer la lectura de los Profetas. Entonces él pasó al frente, tomó el rollo y leyó la "haftarah" que tocaba aquel día, es decir, la sección de los Profetas correspondiente a ese sábado. Lucas nos informa que pertenecía al profeta Isaías, y que era el párrafo que actualmente ha quedado formando parte del capítulo 61 según nuestro moderno sistema de división.
El ensayo cristiano
Los primeros cristianos tomaron de los judíos esta costumbre de reunirse semanalmente para leer los libros sagrados. Pero ellos agregaron a la Ley y los Profetas también los libros correspondientes al Nuevo Testamento. Es por eso que resolvieron dividir también estos rollos en secciones o capítulos para que pudieran ser cómodamente leídos en la celebración de la eucaristía.
Nos han llegado hasta nosotros algunos manuscritos antiguos, del siglo V, en donde aparecen estas primeras tentativas de divisiones bíblicas. Y por ellos sabemos, por ejemplo, que en aquella antigua clasificación Mateo tenía 68 capítulos, Mc 48, Lc 83 y Jn 18.
Con este fraccionamiento de los textos de la Biblia se había logrado no sólo una mejor organización en la liturgia, y una celebración de la palabra más sistemática, sino que también servía para un estudio mejor de la Sagrada Escritura, ya que facilitaba enormemente el encontrar ciertas secciones, perícopas o frases que normalmente hubieran llevado mucho tiempo hallarlas en el intrincado volumen.
Lo hizo un arzobispo
Pero con el correr de los siglos se acrecentó el interés por la palabra de Dios, por leerla, estudiarla, y conocerla con mayor precisión. Ya no bastaban estas divisiones litúrgicas, sino que hacía falta otra más precisa, basada en criterios más académicos, donde se pudiera seguir un esquema o descubrir alguna estructura en cada libro. Además se imponía una división de todos los libros de la Biblia, y no sólo los que eran leídos en las reuniones cultuales.
El mérito de haber emprendido esta división de toda la Biblia en capítulos tal cual la tenemos actualmente correspondió a Esteban Langton, futuro arzobispo de Canterbury (Inglaterra).
En 1220, antes de que fuera consagrado como tal, mientras se desempeñaba como profesor de la Sorbona, en París, decidió crear una división en capítulos, más o menos iguales. Su éxito fue tan resonante que la adoptaron todos los doctores de la Universidad de París, con lo que quedó consagrado su valor ante la Iglesia.
Se conserva el manuscrito
Langton había hecho su división sobre un nuevo texto latino de la Biblia, es decir, de la Vulgata, que acababa de ser corregido y purificado de viejos errores de transcripción. Esta división fue luego copiada sobre el texto hebreo, y más tarde transcripta en la versión griega llamada de los Setenta.
Cuando en 1228 murió Esteban Langton, los libreros de París ya habían divulgado su creación en una nueva versión latina que acababan de editar, llamada "Biblia parisiense", la primera Biblia con capítulos de la historia.
Fue tan grande la aceptación que tuvo la minuciosa obra del futuro arzobispo, que la admitieron inclusive los mismos judíos para su Biblia hebrea. En efecto, en 1525 Jacob ben Jayim publicó una Biblia rabínica en Venecia, que contenía los capítulos de Langton. Desde entonces el texto hebreo ha heredado esta misma clasificación.
Hasta el día de hoy se conserva en la Biblioteca Nacional de París, con el número 14417, la Biblia latina que empleara el arzobispo de Canterbury para su singular trabajo y que, sin saberlo él, estaba destinado a extenderse por el mundo.
Más cortas, son mejores
Pero a medida que el estudio de la Biblia ganaba en precisión y minuciosidad, estas grandes secciones de cada libro, llamadas capítulos, se mostraron ineficaces. Era necesario todavía subdividirlos en partes más pequeñas con numeraciones propias, a fin de ubicar con mayor rapidez y exactitud las frases y palabras deseadas.
Uno de los primeros intentos fue el del dominico italiano Santos Pagnino, el cual en 1528 publicó en Lyon una Biblia toda entera subdividida en frases más cortas, que tenían un sentido más o menos completo: los actuales versículos.
Sin embargo no le correspondería a él la gloria de ser el autor de nuestro actual sistema de clasificación de versículos, sino a Roberto Stefano, un editor protestante. Éste aceptó, para los libros del Antiguo Testamento, la división hecha por Santos Pagnino, y resolvió adoptarla con pequeños retoques. Pero curiosamente el dominico no había puesto versículos a los 7 libros deuterocanónicos (es decir, a los libros de Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc), por lo cual Stefano tuvo que completar esta labor.
El trabajo definitivo
En cambio la división del Nuevo Testamento no fue de su agrado, y decidió sustituirla por otra, hecha por él mismo. Su hijo nos cuenta que se entregó a esta tarea durante un viaje a caballo de París a Lyon.
Stefano publicó primero el Nuevo Testamento en 1551, y luego la Biblia completa en 1555. Y fue él el organizador y divulgador del uso de versículos en toda la Biblia, sistema éste que con el tiempo se impondría en el mundo entero.
Esta división, al igual que la anterior en capítulos, también fue hecha sobre un texto latino de la Biblia. Sólo en 1572 se publicó la primera Biblia hebrea con los versículos.
Finalmente el papa Clemente VIII hizo publicar una nueva versión de la Biblia en Latín para uso oficial de la Iglesia, pues el texto anterior de tanto ser copiado a mano había sido deformado. La obra vio la luz el 9 de noviembre de 1592, y fue la primera edición de la Iglesia Católica que apareció con la ya definitiva división de capítulos y versículos.
No salió del todo bien
De esta manera quedó constituida la fachada actual que exhiben todas nuestras Biblias. Pero lejos de ser afortunadas, estas divisiones muestran muchas deficiencias, que revelan la manera arbitraria en que han sido colocadas, y que los estudiosos actuales pueden detectar pero que quienes las hicieron entonces no estaban en condiciones de saberlo.
Por ejemplo, Esteban Langton en el libro de la Sabiduría interrumpe un discurso sobre los pecadores para colocar el capítulo 2, cuando lo más natural hubiera sido colocarlo un versículo más arriba, donde naturalmente comienza. Otro ejemplo más grave es el capítulo 6 del libro de Daniel, que comienza en el medio de una frase inconclusa, cuando debería haberlo puesto pocas palabras más adelante.
También los versículos exhiben esta inexactitud. Uno de los casos más curiosos es el de Génesis 2, en el que el versículo 4 abarca dos frases. Pero la primera pertenece a un relato del siglo VI y la segunda a otro... ¡cuatrocientos años anterior! Y ambos forman parte de un mismo versículo. También en Isaías 22 tenemos que la primera parte del versículo 8 pertenece a un oráculo del profeta, mientras que la segunda, de otro estilo y tenor, fue escrita doscientos años más tarde.
La minuciosidad sabida
La disposición en capítulos y versículos de la Biblia ha sido el comienzo de un cada vez más profundo estudio de este libro.
Hoy de la Biblia conocemos hasta sus más pequeños detalles. Sabemos que sus capítulos son 1.328. Que posee 40.030 versículos. Que las palabras en el texto original suman 773.692. Que tiene 3.566.480
letras. Que la palabra Yahvé, el nombre sagrado de Dios, aparece 6.855 veces. Que el salmo 117 se encuentra justo en la mitad de la Biblia. Que si uno toma la primera letra "t" hebrea en la primera línea del Génesis, y luego anota las siguientes letras número 49 (49 es el cuadrado de 7) aparece la palabra hebrea "Torá" (= Ley) perfectamente escrita.
El libro ha sido puesto en la computadora, minuciosamente analizado, cuidadosamente enumerado en todos los sentidos, al derecho y al revés, y descubierto las combinaciones y las cábalas más curiosas imaginables. Se ha encontrado la frecuencia constante de determinadas palabras a lo largo de los distintos libros, hecho misterioso ya que quienes los escribían no sabían que iban a terminar formando parte de un volumen más grueso.
Ha sido sometida a cuantos estudios puedan hacerse. Ahora sólo falta que nos decidamos a vivir lo que enseña, y a creer lo que nos promete, con el mismo ahínco.
¿Qué significa tener fe?
Poner toda nuestra vida en las manos de Dios, totalmente, sin condiciones ni reservas
Charles Blondin fue un famoso equilibrista de cuerda floja y acróbata francés. Uno de sus actos más reconocidos fue cuando cruzó las cataratas del Niágara sobre una cuerda suspendida a una altura de 48 metros sobre el agua y una longitud de 335 metros. Acto que realizó por primera vez en 1859.
Después de aquella primera vez, continúo haciéndolo varias veces más, pero cada vez iba aumentando el grado de dificultad con actos variados. Primero, con los ojos vendados, luego, dentro de una bolsa y finalmente lo cruzó en zancos. Incluso, en una ocasión, se sentó a la mitad de la cuerda para cocinar y comer su almuerzo.
En una de esas ocasiones, miembros de la familia real de Inglaterra decidieron acudir a ver su acto. Era un duque junto con sus dos hijos. Esa mañana, cruzaría la cuerda arrastrando una carretilla. De inicio, lo hizo sin nada sobre ella; para luego, colocar una bolsa de papas, fue todo un éxito. Los aplausos de la gente no dejaban de sonar.
Luego, Blondin bajó hasta donde se encontraba la familia real y le preguntó al duque: Señor, ¿cree usted que yo podría cruzar a un hombre sobre esta carretilla hasta el otro lado del río?– ¡Sin duda alguna, claro que sí! Le dijo el duque. Pues lo invito a subir a usted, ¿Qué dice? Le dijo Blondin.
De inmediato se escuchó al unísono una expresión de sorpresa de toda la audiencia. Nadie podría creer lo que acababa de pasar. El duque, por su parte, se quedó frío y se puso muy nervioso, después de un momento, negó aquella invitación.
Entonces Blondin, luego de escuchar la negativa del duque, se volvió a la gente que estaba allí y dijo: ¿Hay alguien entre ustedes que crea que pueda hacerlo? El silencio inundó el lugar, todos se miraban entre sí pero nadie se ofrecía a ser parte de ese acto.
Después de un momento, se escuchó una voz: ¡Yo sí creo! Y de entre toda la multitud salió una mujer muy anciana. Subió entonces a la carretilla y fue llevada por el equilibrista hasta el otro lado y luego de regreso. Esa mujer era la madre de Blodin, la única dispuesta a poner su vida en las manos de aquel hombre.
Con esta historia podemos ejemplificar el significado de la fe. Es poner toda nuestra vida en las manos de Dios, totalmente, sin condiciones ni reservas. Ya nos dice San Pablo: “La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver.” (Hebreos, 11, 1) y como esa mujer, hay que atrevernos a ponemos toda nuestra confianza en aquel que con seguridad nos llevará del otro lado del camino.
“Quien tiene fe tiene la vida eterna, tiene la vida. Pero la fe es un don, es el Padre que nos la da” nos dice el Papa Francisco. Y si, la fe es el único camino para llegar a Dios, para alcanzar la vida eterna. Es tener la certeza de que no vamos solos, sino que Él camina con nosotros. ¿Te atreves a dejar tu vida en sus manos?