El camino hacia Jerusalén

Teresa del Niño Jesús, Santa

Memoria Litúrgica, 1 de octubre

Virgen y Doctora de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre ( 1897)

Fecha de canonización: 17 de mayo de 1925, por el Papa Pío XI

Breve Biografía

Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux. Sencillez y perfección en las cosas pequeñas, la Iglesia le dedica este día para que la conozcamos y tratemos de imitar sus virtudes de delicadeza y pefección en las cosas pequeñas.

Hay dos santas con el mismo nombre: Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux y 
Santa Teresa de Ávila (15 de Octubre). Ambas fueron monjas carmelitas, nos dejaron una autobiografía y son santas doctoras de la Iglesia.


María Francisca Teresa (Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux) nació el 2 de Enero de 1873 en Francia. Hija de un relojero y una costurera de Alençon. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota.

En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el ciudado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María y Paulina que era la mayor se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Les leía mucho en el invierno.

Cuando Teresita tenía 9 años, Paulina ingresó al convento de las carmelitas. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.

Cuando Teresita tenía catorce años, su hermana María se fue al convento de las carmelitas igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la expeirencia que ella llamó su “conversión”. Dice ella que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.
Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para entrar al convento de las carmelitas y él dijo que sí. Las monjas del convento y el obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.

Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación por el jubileo sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frenta al Papa para recibir su bendición, rompió el silencio y le pidió si podía entrar en el convento a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la voluntad de Dios así sería

Teresita rezó mucho en todos los santuarios de la peregrinación y con el apoyo del Papa, logró entrar en el Carmelo en Abril de 1888. Al entrar al convento, la maestra de novicias dijo; “ Desde su entrada en la orden, su porte tenía una dignidad poco común de su edad, que sorprendió a todas las religiosas.” Profesó como religiosa el 8 de Septiembre de 1890. Su deseo era llegar a la cumbre del monte del amor.

Teresita cumplió con las reglas y deberes de los carmelitas. Oraba con un inmenso fervor por los sacerdotes y los misioneros. Debido a esto, fue nombrada después de su muerte, con el título de patrona de las misiones, aunque nunca habia salido de su convento.

Se sometió a todas las austeridades de la orden, menos al ayuno, ya que era delicada de salud y sus superiores se lo impidieron. Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno en el convento. Pero ella decía “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos.” Y un día pudo exclamar “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce.”

En 1893, a los veinte años, la hermana Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias. Prácticamente ella era la maestra de novicias, aunque no tuviera el título. Con respecto a esta labor, decía ella que hacer el bien sin la ayuda de Dios era tan imposible como hacer que el sol brille a media noche.

Su padre enfermó perdiendo el uso de la razón a causa de dos ataques de parálisis. Celina, su hermana, se encargó de cuidarlo. Fueron unos año difíciles para las hijas. Al morir el padre, Celina ingresó al convento con sus hermanas.

En este mismo año, Teresita se enfermó de tuberculosis. Quería ir a una misión en Indochina pero su salud no se lo permitió. Sufrió mucho los últimos 18 meses de su vida. Fue un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. En junio de 1897 fue trasladada a la enfermería del convento de la que no volvió a salir. A partir de agosto ya no podía recibir la Comunión debido a su enfermedad y murió el 30 de Septiembre de ese año. Fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925. Se le presenta como una monja carmelita con un crucifijo y rosas en los brazos. Ella decía que después de su muerte derramaría una lluvia de rosas.
El culto a esta santa comenzó a crecer con rapidez. Los milagros hechos gracias a su intercesión atrajeron a atención de los cristianos del mundo entero.

Escribió el libro “Historia de un alma” que es una autobiografía. Escribe frases preciosas como éstas en ese libro: “Para mí, orar consiste en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi graitud y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba.”; “Te ruego que poses tus divinos ojos sobre un gran número de almas pequeñas.” Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas, decía “Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor.”

¿Qué nos enseña Santa Teresita?

Nos enseña un camino para llegar a Dios: la sencillez de alma. Hacer por amor a Dios nuestras labores de todos los días. Tener detalles de amor con los que nos rodean. Esta es la “grandeza” de Santa Teresita. Decía: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra.”El secreto es reconocer nuestra pequeñez ante Dios, nuestro Padre. Tener una actitud de niño al amar a Dios, es decir, amarlo con simplicidad, con confianza absoltua, con humildad sirvendo a los demás. Esto es a lo que ella llama su “caminito”. Es el camino de la infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta a Dios.

Nos enseña a servir a los demás con amor y perfección viendo en ellos a Jesús. Toda su vida fue de servicio a los demás. Ser mejores cada día con los demás en los detalles de todos los días.
Nos enseña a tener paciencia ante las dificultades de la vida. Su enfermedad requi-rió de mucha paciencia y aceptación. Sólo estando cerca de Dios el sufrimiento se hace dulce.

Nos enseña a tener sentido del humor ante lo inevitable. Dicen que durante la meditación en el convento, una de las hermanas agitaba su rosario y esto irritaba a Santa Teresita. Decidió entonces en lugar de tratar de no oir nada, escuchar este ruido como si fuera una música preciosa. En nuestras vidas hay situaciones o acciones de los demás que nos molestan y que no podemos evitar. Debemos aprender a reirnos de éstas, a disfrutarlas por que nos dan la oportunidad de ofrecer algo a Dios.

Nos enseña que podemos vivir nuestro cielo en la tierra haciendo el bien a los que nos rodean. Actuar con bondad siempre, buscando lo mejor para los demás. Esta es una manera de alcanzar el cielo.

Nos enseña a ser sencillos como niños para llegar a Dios. Orar con confianza, con simplicidad. Sentirnos pequeños ante Dios nuestro Padre.

Oración
Virgen María y Santa Teresita, ayúdenme a tener más amor a Dios para servir mejor a los que me rodean.

Si quieres saber más de la vida de Santa Teresa del Niño Jesús en corazones.org encontrarás un sitio hermoso para seguir consultando

Misionero en las sombras

Santo Evangelio según san Lucas 9, 51-56. Martes XXVI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, permíteme llegar con mi oración hasta los confines de la tierra, para que allá llegue tu salvación.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 51-56

Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando entré en el noviciado me sentí muy triste de no poder participar en las misiones de Semana Santa que se realizan, de modo particular las que se llevan a cabo en México. Pero escuché una iniciativa que surgió en ese país; invitaban a la gente a participar como misioneros del sagrario, un misionero que, desde las sombras de la modestia, de la oración y del servicio a los que le rodean en el día a día, hacía misiones rezando por los misioneros, a ejemplo de santa Teresa del Niño Jesús, que hoy celebramos. Es interesante que esta monja de clausura sea declarada patrona de las misiones, porque nos da ejemplo a quienes, en un momento de la vida, nos llama el Señor, a ser misioneros del sagrario.

Quiero proponer un nuevo modelo de misionero, al cual nos ayuda el ejemplo de santa Teresa del Niño Jesús, el misionero que le enseña a sus hermanos a amar a Dios, el misionero que es ejemplo de virtud para quienes nos rodean, el misionero que enseña los valores, el misionero que, en su modo de actuar, hace presente a Dios en su vida y contagia a los demás de su buen espíritu.

Señor, concédeme ser un discípulo de tu amor para que todo el que me vea pueda verte a ti y que quien de mi aprenda no pueda no comunicar tu Evangelio con su conducta de vida.

«La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las variadas circunstancias en que se encuentran y rezar para que no les falte el amor y la esperanza. Así lo decía santa Teresita del Niño Jesús: “Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno”».

(Homilía de S.S. Francisco, 21 de enero de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Enseñaré a un conocido alguna cosa que me ha parecido interesante sobre la religión o el valor de una virtud.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El Dios del diálogo

Dios se revela a ti, como a Moisés, como fuego, es decir como algo que tú no puedes tomar ni retener en tus manos.

No te adelantes para considerar a Dios como un espectáculo extraño, sino descálzate ante él.

Si quieres conocer a Dios, debes poner tus pies en los pasos de los grandes orantes de la Biblia a los que él se ha revelado. Contempla hoy la escena de la zarza ardiendo (Ex. 3,1-6):

Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El Ángel de Yavé se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que no se consumía. Dijo pues Moisés: "Voy a contemplar este extraño caso: por qué no se consume la zarza". Cuando vio Yavé que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza diciendo: "¡Moisés, Moisés!" El respondió: "Héme aquí". Le dijo: "No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies porque el lugar en que estás es tierra sagrada". Y añadió: "Yo soy el Dios de tu padre Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios

Con Moisés, descálzate para conocer a Dios y él se te revelará como un fuego devorador.

En primer lugar, mira cómo Moisés se adentra en el desierto; siempre es en un "más allá" como se llega a la montaña de Dios. Pero aún allá, Moisés debe cambiar de plan y convertirse. Se adelanta para observar este espectáculo extraño y ver por qué la zarza no se consume. Moisés es curioso, es atraído por lo sensacional y quiere dar la vuelta a la pregunta de Dios: "Moisés se acercaba para mirar" (Ex 3, 4).

Trata de comprender desde fuera el "por qué" de Dios por medio de consideraciones racionales. No puedes acercarte a Dios como un curioso pues él no se deja encerrar en propósitos humanos. El está siempre más allá de tus ideas y es irreductible a tus posturas. Dios no es un problema que hay que resolver sino un misterio que hay que descubrir. Una persona no se deja captar por un estudio psicológico, se te escapa cuando quieres resumiría o explicarla. Dios es el incognoscible, el inexplicable: "Una cosa explicada deja de interesarnos"~ escribía Nietzsche, por eso ¡Dios nos interesará siempre!

Por eso Yavé va a tomar la iniciativa del encuentro llamando a Moisés por su nombre. La única actitud ante Dios es decirle: "Héme aquí". Es un acto de disponibilidad, de humildad, de pobreza y de consentimiento. Yavé pide a Moisés que se descalce, es decir, que renuncie a todas sus seguridades, sus protecciones y sus ideas sobre él. Yavé es el tres veces Santo que se revela en un diálogo de libertad y de adoración.

Conocer a Dios, es reconocer que está ahí, irreductible a tus ideas y que se revela cuando quiere y a quien quiere. En la oración, rechaza toda representación inmediata de Dios. Estás siempre bajo el régimen de la fe y no de la clara visión. San Pablo dirá que "el misterio de Dios sobrepasa todo conocimiento". Tú captas lo absoluto de Dios "como en un espejo", como un enigma, añade precisando más (1 Cor 13, 12).

No trates de adelantarte hacia Dios para inventariarle. Deja de tratarle como a un objeto e invócale como a un sujeto libre. El primer gesto que ´te llevará a este resultado es el gesto de bajar las manos o de descalzarte. El momento decisivo en que comienza el verdadero encuentro con Dios no está en el movimiento que tú haces hacia él, sino en el movimiento de retroceso, de humildad en el que tú te difuminas ante él. Dios no es un país conquistado sino una tierra santa que debes pisar con los pies desnudos.

Cuando has aceptado el dejar de tener ideas sobre el tema, Dios mismo se revela. Y aún entonces, no llegarás a traducir esta experiencia en términos claros y precisos. Yavé se revela a ti, como a Moisés, como fuego, es decir como algo que tú no puedes tomar ni retener en tus manos. Se da como un fuego devorador. El fuego es una materia fascinante y extraña, ilumina y transforma en él todo lo que toca. Cuando san Juan de la Cruz evocará las más altas cimas de la unión con Dios, utilizará la comparación de la zarza consumida por el fuego.

En la oración, manténte pobre y desnudo ante la zarza ardiente e incandescente. No digas nada sino ofrece a este fuego devorador toda la superficie desnuda de tu ser. Dios es el que quiere devorarte. Formas un ser con él y te conviertes en participante de la naturaleza divina. Transforma en él a los que se ofrecen a su gracia transformante en una actitud de descalzamiento. Por tu unión con él, es bastante poderoso para abrazar misteriosamente el mundo de fuego de su amor.

El Papa instituye el «Domingo de la palabra de Dios»

Carta Apostólica en forma Motu Proprio del Santo Padre

“Que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos”, lo establece el Papa Francisco en su Carta Apostólica en forma Motu Proprio “Aperuit Illis”, con la que instituye el Domingo de la Palabra de Dios, documento que fue publicado este 30 de septiembre, en la memoria litúrgica de San Jerónimo en el inicio del 1600 aniversario de su muerte.

Valor ecuménico de la Sagrada Escritura
El Santo Padre señala que, “no se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios”, sino que  “expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad”. Asimismo, el Pontífice explica que esta Carta Apostólica tiene la intención de “responder a las numerosas peticiones que me han llegado del pueblo de Dios, para que en toda la Iglesia se pueda celebrar con un mismo propósito el Domingo de la Palabra de Dios”.

El carácter performativo de la Palabra
El Papa Francisco recuerda que, “el Concilio Vaticano II dio un gran impulso al redescubrimiento de la Palabra de Dios con la Constitución dogmática Dei Verbum”. Y para aumentar esa enseñanza, Benedicto XVI convocó en el año 2008 una Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el tema “La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”, publicando a continuación la Exhortación Apostólica Verbum Domini, que constituye una enseñanza fundamental para nuestras comunidades. “En este Documento – precisa el Papa – en particular se profundiza el carácter performativo de la Palabra de Dios, especialmente cuando su carácter específicamente sacramental emerge en la acción litúrgica”.

Un día solemne de servicio a la Palabra
Por ello, el Obispo de Roma invita a vivir este Domingo como un día solemne. “Será importante que en la celebración eucarística se entronice el texto sagrado, a fin de hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios. En este domingo, de manera especial, será útil destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor”. Los Obispos podrán celebrar el rito del Lectorado o confiar un ministerio similar para recordar la importancia de la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia. Es fundamental, subraya el Papa, que no falte ningún esfuerzo para que algunos fieles se preparen con una formación adecuada a ser verdaderos anunciadores de la Palabra, como sucede de manera ya habitual para los acólitos o los ministros extraordinarios de la Comunión y poder resaltar la importancia de seguir en la vida diaria la lectura, la profundización y la oración con la Sagrada Escritura, con una particular consideración a la lectio divina.

La Biblia no es sólo patrimonio de algunos
Asimismo, el Papa Francisco recuerda que, por la gran enseñanza que contiene la Biblia, “no puede ser sólo patrimonio de algunos, y mucho menos una colección de libros para unos pocos privilegiados”. Pertenece, en primer lugar, al pueblo convocado para escucharla y reconocerse en esa Palabra. A menudo se dan tendencias que intentan monopolizar el texto sagrado relegándolo a ciertos círculos o grupos escogidos. No puede ser así. La Biblia es el libro del pueblo del Señor que al escucharlo pasa de la dispersión y la división a la unidad. La Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo.

Los Pastores responsables de la Sagrada Escritura
En este sentido de búsqueda de la unidad, el Santo Padre señala que, los Pastores son los primeros que tienen la gran responsabilidad de explicar y permitir que todos entiendan la Sagrada Escritura. Puesto que es el libro del pueblo, los que tienen la vocación de ser ministros de la Palabra deben sentir con fuerza la necesidad de hacerla accesible a su comunidad. La homilía, en particular, tiene una función muy peculiar, porque posee «un carácter cuasi sacramental». Ayudar a profundizar en la Palabra de Dios, con un lenguaje sencillo y adecuado para el que escucha, le permite al sacerdote mostrar también la «belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien».

La Sagrada Escritura, la fe y los sacramentos
Por ello, el Papa Francisco afirma que, es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes. Porque como dice San Pablo a los Romanos: “la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo”, de esto deriva la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal. El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento entre las personas que se pertenecen. El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada

Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera.

Bienaventurado el que cree en la Palabra
El Papa concluye invitando a que, el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra «está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas». Ya que en el camino de escucha de la Palabra de Dios, nos acompaña la Madre del Señor, reconocida como bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho.

¿Sirve de algo rezar por los difuntos?

Desde los comienzos del cristianismo la oración por los difuntos ha sido una costumbre que no se ha interrumpido nunca

Antiguo Testamento

Y, porque consideró que aquellos que se han dormido en Dios tienen gran gracia en ellos. Es, por lo tanto, un pensamiento sagrado y saludable orar por los muertos, que ellos pueden ser librados de los pecados” (2 Mac. 12,43-46).

En los tiempos de los Macabeos los líderes del pueblo de Dios no tenían dudas en afirmar la eficiencia de las oraciones ofrecidas por los muertos para que aquellos que habían partido de ésta vida encuentren el perdón por sus pecados y esperanza de resurrección eterna.

Nuevo Testamento

Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que apuntan a un proceso de purificación después de la muerte. Es por esto que Jesucristo declara (Mt. 12,32) “Y quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado: pero aquel que hable una palabra contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este mundo ni en el que vendrá”.

De acuerdo con San Isidoro de Sevilla (Deord. creatur., c. XIV, n. 6) estas palabras prueban que en la próxima vida “algunos pecados serán perdonados y purgados por cierto fuego purificador“.

San Agustín también argumenta, “que a algunos pecadores no se les perdonarán sus faltas ya sea en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) a quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir.” (De Civ. Dei, XXI, XXIV).

San Gregorio Magno (Dial., IV, XXXIX) hace la misma interpretación; San Beda (comentario sobre este texto) y San Bernardo (Sermo LXVI en Cantic., n.11) también lo entienden así.

Un nuevo argumento es dado por San Pablo en 1 Cor. 3,11-15: “Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. [14] Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. [15] Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego.”

Este pasaje es visto por muchos de los Padres y teólogos como evidencia de la existencia de un estado intermedio en el cual el alma purificada será salvada.

Tradición

El testimonio de la Tradición. es universal y constante. Llega hasta nosotros por un triple camino:

1) la costumbre de orar por los difuntos privadamente y en los actos litúrgicos;

2) las alusiones explícitas en los escritos patrísticos a la existencia y naturaleza de las penas del purgatorio;

3) los testimonios arqueológicos, como epitafios e inscripciones funerarias en los que se muestra la fe en una purificación ultraterrena.

Esta doctrina de que muchos que han muerto aún están en un lugar de purificación y que las oraciones valen para ayudar a los muertos es parte de la tradición cristiana más antigua.

Tertuliano (155-225) en “De corona militis” menciona las oraciones para los muertos como una orden apostólica y en “De Monogamia” (cap. X, P. L., II, col. 912) aconseja a una viuda “orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección”; además, le ordena “hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción,” y la acusó de infidelidad si ella se negaba a socorrer su alma.

Del siglo II se conservan ya testimonios explícitos de las oraciones por los difuntos. Del siglo III hay testimonios que muestran que es común la costumbre de rezar en la Misa por ellos.

San Cirilo de Jerusalén (313-387) explica que el sacrificio de la Misa es propiciatorio y que «ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y los difuntos» (Catequesis Mistagógicas 5,9: PG 33,1116-1117).

San Epifanio estima herética la afirmación de Aerio según el cual era inútil la oración por los difuntos (Panarión, 75,8: PG 42,513).

Refiriéndose a la liturgia, comenta San Juan Crisóstomo (344-407): «Pensamos en procurarles algún alivio del modo que podamos… ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren... Porque no sin razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes; digo el que en medio de los venerados misterios se haga memoria de los que murieron… Bien sabían ellos que de esto sacan los difuntos gran provecho y utilidad…» (In Epist. ad Philippenses Hom., 3,4: PG 62,203).

Y San Agustín (354-430): «Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia» (Enquiridión, 109-110: PL 40,283).

Escribe San Efrén (306-373) en su testamento: “En el trigésimo de mi muerte acordáos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos” (Testamentum).

Entre los testimonios arqueológicos, se encuentra el conocido epitafio de Abercio. En este epitafio leemos: “Estas cosas dicté directamente yo, Abercio, cuando tenía claramente sesenta y dos años de edad. Viendo y comprendiendo, reza por Abercio”. Abercio era un cristiano, probablemente obispo de Ierápoli, en Asia menor, que antes de morir compuso de propia mano su epitafio, es decir la inscripción para su tumba. Se puede fácilmente comprender cómo la Iglesia primitiva, la Iglesia de los primeros siglos, creía en el Purgatorio y en la necesidad de rezar por las almas de los difuntos. 

 «Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos -escribía San Isidoro de Sevilla (560-636)- … es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios» (De ecclesiasticis officiis, 1,18,11: PL 83,757).

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BIBL.: S. TOMÁS DE APUINO, Suma teológica, Suppl. q71 ; (textos tomados de In IV Sent., d21, ql, al-8); íD, Summa contra Gentes, IV,91; iD, Contra errores graecorum, 32; fa, De rationibus lidei, c9; íD, Compendium theologiae, cl81; R. BELARMINO, De Ecclesia quae est in purgatorio, en Opera Omnia, II, Nápoles 1877, 351414; F. SUÁREZ, De poenitentia, disp. 45-48, 53; A. MICHEL, Purgatoire, en DTC 13,1163-1326; íD, Los misterios del más allá, San Sebastián 1954; H. LECLERCQ, Purgatoire, en DACL, XIV (II), 1978-1981 ; CH. JOURNET, Le purgatoire, Lieja 1932; M. JUGIE, Le purgatoire et les rnoyens de 1’éviter, París 1940; A. Royo MARíN, Teología de la salvación, Madrid 1956, 399-473; A. PIOLANTI, De Noaissimis el sanctorum communione, Roma 1960, 74-96; M. SCHMAUS, Teología Dogmática, t. VII: Los novísimos, Madrid 1964, 490-508; C. Pozo, Teología del más allá, Madrid 1968, 240-255.

¿Cómo relacionarme con mi Ángel de la Guarda?

Recordemos que ellos fueron colocados a nuestros lado para librarnos del infierno y llevarnos al Cielo

Ya sabemos cual es la misión de los ángeles de la guarda: conducirnos al Cielo y a la salvación -eterna. Pero, ¿cómo nos relacionamos concretamente con ellos, en el día a día?

Ante que nada, nuestros ángeles son nuestros amigos. No existen secretos entre nosotros. Ellos saben todo lo que hacemos y -al contrario de los demonios que no ven a Dios cara a cara- saben también lo que pensamos, cuando Dios se los comunica.

Lo mínimo a hacer con relación a ellos es saludarlos e invocarlos constantemente durante el día, recordando también a los ángeles de otras personas. Al saludar a alguna persona es interesante crear el hábito de saludar también a su santo ángel. Eso, además de ayudar al relacionamiento con ella, nos hace honrar una persona santa, que está al lado de ella y, al mismo tiempo, al lado de Dios.

En las Sagradas Escrituras, el ángel Rafael se ofrece para acompañar al joven Tobías en viaje: "Le Preguntó Tobías: "Conoces el camino que va para a Media? El respondió: "Sin duda. Pues estuve allá algunas veces y tengo experiencia y conozco todos los caminos" [1]

Los ángeles conocen las cosas mucho mejor que nosotros. Por eso, también podemos pedir consejos a ellos, siempre que pasamos por dificultades y peligros. Su auxilio es importante especialmente delante de las tentaciones, al final, ellos fueron colocados a nuestros lado para librarnos del infierno y llevarnos al Cielo.

De los santos también aprendemos lecciones valiosas para actuar con nuestros ángeles de la guarda.

El papa San Juan XXIII, por ejemplo, cuando tenía que resolver algún problema difícil durante su trabajo en la nunciatura de Paris, apostaba a la "diplomacia de los ángeles": mandaba a su santo ángel a conversar con los ángeles de sus interlocutores, para que ellos ayudasen a solucionar cualquier cuestión.

El padre Pío de Pietralcina insistía bastante con sus dirigidos espirituales, para que enviasen a el sus ángeles de la guarda, delante de cualquier necesidad. Era frecuente que el santo no duerma a la noche atendiendo a los pedidos que sus hijos espirituales le presentaban por medio de sus ángeles.

Santa Teresita del Niño Jesús, en su poesía: "A mi Ángel de la Guarda", escribía:

"Tú que los espacios cruzas
más rápido que el relámpago,
vuela por mí muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de tus ojos
con la pluma de tu ala,
y cántales al oído
cuán bueno es nuestro Jesús.
¡Oh, diles que el sufrimiento
tiene también sus encantos!
Y luego, murmúrales
quedo, muy quedo, mi nombre...." [2]

Vale recordar también que no sólo las personas poseen ángeles de la guarda, como también instituciones, parróquias, diócesis, ciudades y países. Cuando San Juan María Vianney entró en Ars, impregnado de la consciencia sobrenatural, no dejó de saludar al ángel de aquella parroquia, juntamente con los ángeles de todos los parroquianos. San Francisco de Sales, en carta a un Obispo, recomendó que él invocase al ángel de su diócesis. Y en Portugal, hay una fiesta para el ángel del país, el mismo que apareció a los partorcitos de Fátima.

Importa, por fin, principalmente, imitar a los ángeles de la guarda, buscando ser como ángeles para las otras personas y haciendo de todo para que ellas lleguen al Cielo, donde un día, contemplaremos todos juntos, la faz de Dios.
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NOTAS:

[1] Tb 5, 5-6
[2] Santa Teresita del Niño Jesús, A mi Ángel de la Guarda.

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