Ser santos no es un mito

43 consejos del Papa Francisco para ser santos hoy

Antoine Mekary | ALETEIA | I.MEDIA

“La apuesta es la de cooperar en la formación de chicos abiertos, libres del prejuicio difundido según el cual para valer hay que ser competitivos, agresivos, duros hacia los demás, en especial hacia los que son diferentes, extranjeros o los que de algún modo son vistos como obstáculo para la propia afirmación.”

“Gaudete et Exsultate”, es el título de la nueva exhortación apostólica sobre el “Llamado a la Santidad en el Mundo Actual”

Después de dos mil años de historia, la Iglesia católica sigue marcando la pauta para que haya hombres y mujeres “felices” verdaderamente, “sin conformarse” con “una existencia mediocre, aguada, licuada”.

Pero, en nuestros días, ¿qué significa ser santo?, ¿cómo se logra esa santidad?. A esto responde el papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate, [‘Alégrense y muéstrense contentos’ (Mt 5,12)], publicada el 9 de abril de 2018 y cuyo título parafrasea a Jesús que se dirige a los que son perseguidos o humillados por su causa.

Francisco nos dice que desde el principio la Biblia, de diversas maneras, hace un llamado a la santidad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: «Camina en mi presencia y sé perfecto» (Gn 17,1).

Advierte que no es un tratado sobre la santidad. “Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad” en el contexto actual, “con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4)”.

CAPITULO I

1. Los santos nos alientan y acompañan

Cap 1. El Llamado a la Santidad. Los santos nos alimentan y acompañan. 4. “Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión”. El Papa presenta la santidad en una “dinámica popular, en la dinámica de un pueblo”. Y habla de la Iglesia militante. “La santidad ‘de la puerta de al lado’; «la clase media de la santidad”. 11. “No se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables”.

2. La Santidad es para ti

La santidad es para todos. ¿Consagrados y consagradas? “Sé santo viviendo con alegría tu entrega”. “¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa… ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”.

Francisco asegura en el punto 15: “En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad”. Y cita a Benedicto XVI: «La santidad no es sino la caridad plenamente vivida» (21). Cada santo encarna “en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio” (19).

3. La Santidad no es pasividad: ¡Más vivos!

El papa Francisco saca del sopor y de la pasividad a los fieles. “26. No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. 29. Esto no implica despreciar los momentos de quietud, soledad y silencio ante Dios”.

Instó a no tener miedo, como Juan Pablo II. 32. “No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó”. Y agrega una santa ambición: “No tengas miedo de apuntar más alto, no tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo en la vida”. Y citó a Léon Bloy: «Existe una sola tristeza, la de no ser santos»”.

CAPITULO II

4. Hay enemigos de la santidad

En el capítulo segundo, el Papa advierte de dos sutiles enemigos de la santidad. El Agnosticismo (Una mente sin Dios y sin carne) y el Pelagianismo actual (Una voluntad sin humildad). Sobre el agnosticismo, el uso del Dios spray, advierte que se trata de una “superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento”.

5. Salir de una lógica fría y de dominio

Advierte que (39) esto “puede ocurrir dentro de la Iglesia: pretender reducir la enseñanza de Jesús a una lógica fría y dura que busca dominarlo todo”.  El Papa sostiene que Dios está en todos y exhorta en favor de una doctrina que viva el misterio en cada persona. “42. Aun cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida”.

Escribió sobre los límites de la razón y de una soberbia que se viste de santidad, pero no lo es. “45. San Juan Pablo II les advertía de la tentación de desarrollar «un cierto sentimiento de superioridad respecto a los demás fieles».

6. La voluntad humana no es suficiente

Respecto al pelagianismo actual, expresión de una voluntad sin humildad. “49. Cuando algunos de ellos se dirigen a los débiles diciéndoles que todo se puede con la gracia de Dios, en el fondo suelen transmitir la idea de que todo se puede con la voluntad humana; Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas: «Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras» (San Agustín)”.

7. No son suficientes nuestras obras o esfuerzos

Reiteró una enseñanza de la Iglesia muchas veces olvidada: “52. […]no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa”. Nombró a los nuevos pelagianos: “58. Muchas veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Es quizás una forma sutil de pelagianismo”. En este sentido, resume la Ley: “60. «Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14)”.

CAPÍTULO III

8. Ser un buen cristiano significa seguir las Bienaventuranzas

En el capítulo III, titulado “A la luz del Maestro”, el papa Francisco en el punto 63 responde a «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?». “Es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las Bienaventuranzas”.

9. Para ser santo hay que ir contracorriente

De ahí que Jesús propone: “Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.  “69. Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con aquella «santa indiferencia» que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosa libertad interior. (70.) Ser pobre en el corazón, esto es santidad”.

10. Un santo soporta los defectos de los demás

Como indica Jesús: «Felices los mansos, porque heredarán la tierra». Francisco explica que (72.) para santa Teresa de Lisieux, «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades». 74. Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad”.

11. Un santo sabe llorar

“Felices los que lloran, porque ellos serán consolados”. El Papa insta (75) a salir de la lógica del mundo que nos hace gastar “muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento”. E invita a (76) “saber llorar con los demás, esto es santidad”.

12. Un santo defiende a los indefensos”

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados”. El Pontífice en el punto 79 explica que la palabra “justicia” puede ser sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios, pero si “le damos un sentido muy general olvidamos que se manifiesta especialmente en la justicia con los indefensos”. “Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad”.

13. Un santo es misericordioso

“Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Francisco recuerda que el Catecismo invita a aplicar esta ley «en todos los casos», de manera especial cuando alguien «se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil».

14. El corazón mueve al santo: mantenerlo limpio

El Papa doblega la racionalidad al corazón, que está guiado por la fe en Dios. “85. En las intenciones del corazón se originan los deseos y las decisiones más profundas que realmente nos mueven”. “86. Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad”.

15. Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad

«Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». En el punto 89, el Papa indica que no es fácil construir esta paz evangélica que no excluye a nadie sino que integra también a los que son algo extraños, a las personas difíciles y complicadas. Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad”.

16. Aceptar el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas

“«Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios». «Felices los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» 94. Las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad”.

17. Ver a Jesús en los extranjeros, en los enfermos

“95. «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme»”.

18. Ser cristiano es reconocer la dignidad del pobre

El Papa pide fidelidad al Maestro y cuestiona: “98. Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre. ¡Eso es ser cristianos!”.

19. No dejar que la ideología te separe de Jesús

“Las ideologías que mutilan el corazón del Evangelio”, expresó Francisco.  Y lamenta dos errores nocivos: “100. Por una parte, el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia”.

20. No sospechar siempre de los demás

El Papa considera nocivo e ideológico estar siempre sospechando (101)  “del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista”.

21. Defender al no nacido, pero también al nacido en miseria

“La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria”.

22. Defender a los migrantes

El papa Francisco explicó que defender a los migrantes o los extranjeros no es “un invento de un Papa o de un delirio pasajero”. “102. Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas «serios» de la bioética”.

23. Ser santo es cansarse para vivir las obras de misericordia

“107. Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia”.

24. Hedonismo y virtualidad nos alejan de quien sufre

“108. El consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos”.

25. Inspirarse en el testimonio de los santos

“109. La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final. Recomiendo vivamente releer con frecuencia estos grandes textos bíblicos, recordarlos, orar con ellos, intentar hacerlos carne. Nos harán bien, nos harán genuinamente felices”.

CAPÍTULO IV

En el capítulo cuarto, el papa Francisco presenta algunos puntos importantes de la santidad en el mundo actual, además de los tradicionalmente conocidos: “oración”,“Eucaristía y la Reconciliación”, sacrificios, entre otros. En el punto 111, destaca que existen riesgos en la cultura de hoy para atender las manifestaciones del amor de Dios y del prójimo. En ella se manifiestan: “la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios que reinan en el mercado religioso actual”.

26. Aguante, paciencia y mansedumbre

En este caso, el Papa invita al aguante, la paciencia y la mansedumbre (112). Se trata de la fidelidad al amor de Dios y la fidelidad al amor del prójimo. 113. Como pide San Pablo a los cristianos, no devolver el mal que los demás te hagan. 114. Insta a estar atentos a las propias manifestaciones de agresividad y egoísmo.

27. Nada de violencia en las redes e Internet

El Papa habla de una santidad que pasa por evitar la violencia verbal en Internet y en los diversos espacios digitales. Y advierte a los medios católicos para que se pongan limites porque es intolerable la difamación y la calumnia.

28. Un santo alegre y con sentido del humor

Francisco insiste en que un santo que se respete tiene mucha alegría y sentido del humor. Un santo aleja de sí la tristeza, la nostalgia. Ser cristianos es “alegría en el Espíritu Santo” porque el amor de la caridad sigue necesariamente la alegría”. 

29. Audacia y fervor

En el punto 129. El Papa indica que vivir con honestidad y transparencia necesita audacia. Por ello, Jesús insiste en que el cristiano no debe tener miedo.

30. Vivir y amar la comunidad

En el punto 140, enseña que luchar solo no tiene mucho sentido. Se necesita de la comunidad para salir airoso en Cristo de las insidias y de las tentaciones. “Si estamos muy solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos”.

31. Vivir en oración constante

El Papa expresó que parecería obvio y, en cambio, no lo es: rezar y es importante para estar todos los días abiertos a la trascendencia. El Santo es una persona del “espíritu” en oración que tiene necesidad de “comunicarse con Dios”.

Capítulo V

En el capítulo V, el Papa insta a combatir, vigilar y discernir.

32. Luchar siempre

“158. La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida”. 

33. Salir de la mediocridad


“159. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones. Es también una lucha constante contra el diablo. Jesús mismo festeja nuestras victorias”.

34. Ser santos no es un mito

“161. Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades”. 

35. Ser despiertos y confiados en Dios

162. Nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero.

36. Salir de la corrupción espiritual

“164. «No nos entreguemos al sueño». Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento”.

37. Dividir las cosas malas de las buenas

“166. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo; seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual.“

38. No ser marionetas a merced del mal

“167. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento”.

39: Siempre a la luz del Señor

“169. El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves. Nos hace falta siempre: muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante”.

40: Un don sobrenatural 

“171. Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir.”

41. Escuchar a Dios

“172. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. 173. No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado”. 

42. La lógica del don y de la cruz 

175. Hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.

43. La Virgen María, modelo y ayuda

“176. Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…».”

Fieles difuntos

Memoria litúrgica, 2 de noviembre


Conmemoración de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud en celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha del pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna.

Un poco de historia



La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.



Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.




Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.



A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.



Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.



 

La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. "No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos".



Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.



Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)



Costumbres y tradiciones.



El altar de muertos



Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.



Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.



Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.



Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.



Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.



El difunto ese día se convertía en el "huésped ilustre" a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.



Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.



La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.



El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.




Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.



Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.



El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.



El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.



Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.



Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.



La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:



1) La Iglesia Purgante, conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.



2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.



3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.



Cuida tu fe



Halloween o la noche de brujas: Halloween significa “Víspera santa” y se celebra el 31 de Octubre. Esta costumbre proviene de los celtas que vivieron en Francia, España y las Islas Británicas.



Ellos prendían hogueras la primera luna llena de Noviembre para ahuyentar a los espíritus e incluso algunos se disfrazaban de fantasmas o duendes para espantarlos haciéndoles creer que ellos también eran espíritus.



Podría distraernos de la oración del día de todos los santos y de los difuntos. Se ha convertido en una fiesta muy atractiva con disfraces, dulces, trucos, diversiones que nos llaman mucho la atención.



Puede llegar a pasar que se nos olvide lo realmente importante, es decir, el sentido espiritual de estos días.



Si quieres participar en el Halloween y pedir dulces, disfrazarte y divertirte, Cuídate de no caer en las prácticas anticristianas que esta tradición promueve y no se te olvide antes rezar por los muertos y a los santos.



Debemos vivir el verdadero sentido de la fiesta y no sólo quedarnos en la parte exterior. Aprovechar el festejo para crecer en nuestra vida espiritual.



Algo que no debes olvidar



La Iglesia ha querido instituir un día que se dedique especialmente a orar por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.



Los vivos podemos ofrecer obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación.



La Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo entre el 1 y el 8 de noviembre, podemos abreviar el estado de purificación en el purgatorio.



Oración


Que las almas de los difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea.

Novena de oración por nuestros difuntos

Catholic.net ha organizado, juntamente con diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, una novena de oraciones por todos los Fieles Difuntos, con adoraciones, oraciones, el rezo del rosario, y una intención especial en la Santa Misa el día 2 de noviembre celebrada por sacerdotes amigos de Catholic.net que se han sumado a nuestra primer Novena de los Fieles Difuntos.



Únase a nuestras oraciones, y envíenos los nombres de los difuntos a quienes usted desea que encomendemos. Tendremos un recuerdo especial para ellos durante los nueve días previos a la fiesta de los Fieles Difuntos el día 2 de noviembre. Si desea enviarnos los nombres y sus intenciones es muy sencillo, rellenando el formulario en nuestro sitio Novenas Catholic.net (click aquí) Nosotros enviaremos estos nombres e intenciones a los diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, y sacerdotes diocesanos que se han sumado a esta Novena de los Fieles Difuntos.

 7. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos

La séptima obra de misericordia espiritual nos enseña los infinitos tesoros de gracia que el Padre nos ha dado, haciéndonos sus hijos por medio de su Hijo Unigénito

Cuántas veces nos han dicho: “reza por mí”, o “te encomiendo en mis oraciones”. ¿Qué hay detrás de estas peticiones? ¿Cómo podemos ayudar a los demás con nuestras oraciones? No son solamente frases que buscan dar un consuelo sentimental a aquellos a quienes las proferimos. Si de verdad lo hacemos con todo nuestro corazón, y nos dirigimos a Dios pidiendo por estas personas, estamos realizando una verdadera obra de misericordia espiritual.

Esta obra de misericordia tiene un fundamento muy profundo, porque gracias a nuestro bautismo hemos sido “injertados en Cristo” (cf. Rm 6,5), empezamos a formar parte de su Cuerpo Místico. Gracias a esta íntima unión con Él, podemos recibir los infinitos tesoros de gracia que el Padre nos ha dado por los méritos de la muerte y resurrección de Jesucristo, haciéndonos sus hijos por medio de su Hijo Unigénito (cf. Ef 1,3-10).

Ahora, si somos miembros visibles del cuerpo de Cristo, ¿no se encargará Él de atender las oraciones que le hacemos por aquellos que tantos queremos? (cf. Mt 7,11). Él es el primer interesado en nuestro bien, el que conoce nuestras necesidades mucho antes de que se las manifestemos. Al ver un gesto de oración sincera por el bien de otra persona, su amor misericordioso no puede quedarse indiferente.

Pensemos en todas aquellas personas que se acercaron a Él en el Evangelio con una fe inquebrantable, seguros de su acción, en su mayoría “pecadores, pobres, marginalizados, enfermos y atribulados, y a todos Jesucristo les manifestó su misericordia” (cf. Papa Francisco, Misericordiae vultus, n.8), y no salieron decepcionados.

Si ya es grande el bien que podemos hacer por aquellos con los que convivimos en este mundo, pensemos lo que podrá significar ayudar a un alma llegar al gozo eterno con Dios. La séptima obra de misericordia espiritual también nos enseña a rezar por lo difuntos.

Pedir al Señor por los muertos y, de modo especial, por las almas del purgatorio, exige de nosotros ojos atentos de fe, pues ellos son los mendigos que transitan por las calles frías de nuestra indiferencia y tantas veces de nuestras distracciones diarias, con el vivo deseo de que les demos nuestra atención, y brindemos la ayuda que necesitan.

Las almas del purgatorio ya no tienen manos físicas para pedir auxilio y misericordia; no podemos, como a un mendigo en la tierra, mirar sus ojos tristes y cansados, dirigirle nuestras palabras y gestos, intentando ofrecerles un consuelo. Pero eso sí, con la valentía de nuestra fe, podemos dirigir nuestras oraciones al Padre, para que cuanto antes esas almas reciban la Gloria eterna, el consuelo y la paz que tanto anhelan.

Ofrecemos nuestras oraciones por las almas que están en el purgatorio porque creemos que el amor es más fuerte que la misma muerte. Nuestra fe nos da la certeza de que podemos seguir haciendo el bien a aquellos que amamos, y ni siquiera la barrera del sepulcro nos puede impedir manifestarles nuestro amor.

Benedicto XVI, antes de ser papa, escribía que “el hombre no dialoga en solitario con Dios, el diálogo cristiano con Dios pasa precisamente a través de los hombres, (…) este diálogo se da en el cuerpo de Cristo, en la comunión con el Hijo; comunión que es la que de verdad da al hombre la posibilidad de llamar a Dios su Padre” (cf. Joseph Ratzinger, Escatología, 176-177).

Ejercitémonos en este diálogo con Dios por medio de nuestra oración por nuestros hermanos, los hombres. Hagámoslo con una actitud llena de fe en la acción de Dios en favor de aquellos por quienes pedimos, para que nuestra oración sea escuchada, y la misericordia del Padre se haga presente en sus vidas.

«Ellos son el reflejo de la presencia de Dios»


Por: Mireia Bonilla | Fuente: Vatican News


En el día en el que la Iglesia Católica celebra la Fiesta de Todos los Santos, el Papa Francisco recuerda que los Santos y las Santas que hoy se celebran “no son simplemente símbolos, seres humanos lejanos e inalcanzables” sino “personas que han vivido con los pies en la tierra y han experimentado el trabajo diario de la existencia con sus éxitos y fracasos, encontrando en el Señor la fuerza para levantarse una y otra vez y continuar el camino”. En este sentido, el Pontífice además explicó que si se entiende esto, “se comprende que la santidad es una meta que no se puede alcanzar solo con las propias fuerzas, sino que es fruto de la gracia de Dios y de nuestra libre respuesta a ella”.

La santidad es Don y llamada


Antes de rezar a la Madre del cielo, Francisco también aseguró que “todos estamos llamados a la santidad” y que ésta es “un Don y una llamada”: Es Don – explica – porque es algo “que no podemos comprar ni intercambiar” sino “acoger”, participando así en la misma vida divina a través del Espíritu Santo que vive en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Esto significa – dice el Papa – “ser cada vez más conscientes de que estamos injertados en Cristo, cómo la rama está unida a la vid, y por lo tanto podemos y debemos vivir con Él y en Él como hijos de Dios”.

Pero la santidad, además de ser un don, “también es una vocación común de los discípulos de Cristo” señaló el Papa, “es el camino de plenitud que cada cristiano está llamado a seguir en la fe, avanzando hacia la meta final: la comunión definitiva con Dios en la vida eterna”. En este sentido, el Santo Padre puntualizó que la santidad es, por tanto, “una respuesta al Don de Dios” y se manifiesta “como una asunción de responsabilidad”, por ello es importante que todos asumamos un compromiso serio y diario de santificación “tratando de vivir todo con amor y con caridad”.

El ejemplo de los Santos nos ayuda a enfrentar los problemas de la vida


Durante su alocución, Francisco también explicó que los Santos que celebramos hoy “son hermanos y hermanas que han admitido en sus vidas que necesitan esta luz divina, abandonándose a ella con confianza y ahora, ante el trono de Dios, cantan su gloria eternamente”. Además, “mirando sus vidas – continúa – estamos estimulados a imitarlos” pues entre ellos “hay muchos testigos de una santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”. En sus palabras finales, el Papa señaló que al recordar a los Santos levantamos la mirada al cielo “no para olvidar las realidades de la tierra, sino para enfrentarlas con más coraje y esperanza”.

Memoria de los Fieles Difuntos

Se honraba el recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por las almas que partieron de este mundo.


Tras su muerte una persona ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí pueden ofrecer obras para que el difunto alcance la salvación. Con buenas obras y oración, se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios. A estas oraciones se las llama sufragios, y el mejor de ellos es la ofrenda de la santa misa.

La Memoria a los fieles difuntos

El 2 de noviembre es el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Es día de oración y de recuerdo hacia ellos. Es el día en el que la piedad del pueblo fiel visita los cementerios y recuerda y reza por los familiares y amigos difuntos.



La conmemoración litúrgica de los fieles difuntos es complementaria de la solemnidad de Todos los Santos. Nuestro destino, una vez atravesados con y por la gracia de Dios los caminos de la santidad, es el cielo, la vida para siempre. Y su inexcusable puerta es la desaparición física y terrena, la muerte.

La muerte es, sin duda alguna, la realidad más dolorosa, más misteriosa y, a la vez, más insoslayable de la condición humana. Sin embargo, desde la fe cristiana, esta realidad se ilumina y se llena de sentido. Dios, al encarnarse en Jesucristo, no sólo asumió la muerte como etapa necesaria de la existencia humana, sino que la transcendió, la venció.



La muerte es dolorosa, sí, pero para el cristiano ya no es el final del camino. La muerte es la llave de la vida eterna.



En el Evangelio y en todo el Nuevo Testamento, encontramos la luz y la respuesta a la muerte. Como el testimonio mismo de Jesucristo, muerto y resucitado por y para nosotros. Como el testimonio de los milagros que Jesús hizo devolviendo a la vida a algunas personas.



Creo en la resurrección de los muertos


Las vidas de los santos –de todos los santos: los conocidos y los anónimos, los santos de los altares y del pueblo- y su presencia tan viva y tan real entre nosotros a pesar de haber fallecido, corroboran el dogma central del cristianismo que es la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro, a imagen de Jesucristo, muerto y resucitado.



Por ello, el día de los Difuntos es ocasión para reflexionar sobre la vida, para hallar su verdadera sabiduría y sentido, que son la sabiduría y el sentido del Dios que ama y salva.



El día de los Difuntos es igualmente tiempo para recordar a los difuntos de cada uno, de cada persona, de cada familia, y para dar gracias a Dios por ellos; para comprobar que somos lo que somos gracias, en alguna medida, a ellos; que ellos interceden desde el cielo por nosotros.



También el día de los Difuntos es ocasión para meditar sobre los llamados “novísimos”: muerte, juicio y eternidad y recordar el estadio intermedio al cielo: el purgatorio, y la necesidad de rezar por las almas del purgatorio allí presentes para que pronto purguen sus deficiencias y pasen al gozo eterno de la visión de Dios.

¿Sirve de algo rezar por los difuntos?

Desde los comienzos del cristianismo la oración por los difuntos ha sido una costumbre que no se ha interrumpido nunca


Antiguo Testamento

Y, porque consideró que aquellos que se han dormido en Dios tienen gran gracia en ellos. Es, por lo tanto, un pensamiento sagrado y saludable orar por los muertos, que ellos pueden ser librados de los pecados” (2 Mac. 12,43-46).

En los tiempos de los Macabeos los líderes del pueblo de Dios no tenían dudas en afirmar la eficiencia de las oraciones ofrecidas por los muertos para que aquellos que habían partido de ésta vida encuentren el perdón por sus pecados y esperanza de resurrección eterna.

Nuevo Testamento

Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que apuntan a un proceso de purificación después de la muerte. Es por esto que Jesucristo declara (Mt. 12,32) “Y quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado: pero aquel que hable una palabra contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este mundo ni en el que vendrá”.

De acuerdo con San Isidoro de Sevilla (Deord. creatur., c. XIV, n. 6) estas palabras prueban que en la próxima vida “algunos pecados serán perdonados y purgados por cierto fuego purificador“.

San Agustín también argumenta, “que a algunos pecadores no se les perdonarán sus faltas ya sea en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) a quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir.” (De Civ. Dei, XXI, XXIV).

San Gregorio Magno (Dial., IV, XXXIX) hace la misma interpretación; San Beda (comentario sobre este texto) y San Bernardo (Sermo LXVI en Cantic., n.11) también lo entienden así.

Un nuevo argumento es dado por San Pablo en 1 Cor. 3,11-15: “Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. [14] Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. [15] Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego.”

Este pasaje es visto por muchos de los Padres y teólogos como evidencia de la existencia de un estado intermedio en el cual el alma purificada será salvada.

Tradición

El testimonio de la Tradición. es universal y constante. Llega hasta nosotros por un triple camino:

1) la costumbre de orar por los difuntos privadamente y en los actos litúrgicos;
2) las alusiones explícitas en los escritos patrísticos a la existencia y naturaleza de las penas del purgatorio;
3) los testimonios arqueológicos, como epitafios e inscripciones funerarias en los que se muestra la fe en una purificación ultraterrena.

Esta doctrina de que muchos que han muerto aún están en un lugar de purificación y que las oraciones valen para ayudar a los muertos es parte de la tradición cristiana más antigua.

Tertuliano (155-225) en “De corona militis” menciona las oraciones para los muertos como una orden apostólica y en “De Monogamia” (cap. X, P. L., II, col. 912) aconseja a una viuda “orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección”; además, le ordena “hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción,” y la acusó de infidelidad si ella se negaba a socorrer su alma.

Del siglo II se conservan ya testimonios explícitos de las oraciones por los difuntos. Del siglo III hay testimonios que muestran que es común la costumbre de rezar en la Misa por ellos.

San Cirilo de Jerusalén (313-387) explica que el sacrificio de la Misa es propiciatorio y que «ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y los difuntos» (Catequesis Mistagógicas 5,9: PG 33,1116-1117).

San Epifanio estima herética la afirmación de Aerio según el cual era inútil la oración por los difuntos (Panarión, 75,8: PG 42,513).

Refiriéndose a la liturgia, comenta San Juan Crisóstomo (344-407): «Pensamos en procurarles algún alivio del modo que podamos… ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren... Porque no sin razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes; digo el que en medio de los venerados misterios se haga memoria de los que murieron… Bien sabían ellos que de esto sacan los difuntos gran provecho y utilidad…» (In Epist. ad Philippenses Hom., 3,4: PG 62,203).

Y San Agustín (354-430): «Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre yla resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia» (Enquiridión, 109-110: PL 40,283).

 

Escribe San Efrén (306-373) en su testamento: “En el trigésimo de mi muerte acordáos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos” (Testamentum).

Entre los testimonios arqueológicos, se encuentra el conocido epitafio de Abercio. En este epitafio leemos: “Estas cosas dicté directamente yo, Abercio, cuando tenía claramente sesenta y dos años de edad. Viendo y comprendiendo, reza por Abercio”. Abercio era un cristiano, probablemente obispo de Ierápoli, en Asia menor, que antes de morir compuso de propia mano su epitafio, es decir la inscripción para su tumba. Se puede fácilmente comprender cómo la Iglesia primitiva, la Iglesia de los primeros siglos, creía en el Purgatorio y en la necesidad de rezar por las almas de los difuntos.

«Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos -escribía San Isidoro de Sevilla (560-636)- … es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios» (De ecclesiasticis officiis, 1,18,11: PL 83,757).
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BIBL.: S. TOMÁS DE APUINO, Suma teológica, Suppl. q71 ; (textos tomados de In IV Sent., d21, ql, al-8); íD, Summa contra Gentes, IV,91; iD, Contra errores graecorum, 32; fa, De rationibus lidei, c9; íD, Compendium theologiae, cl81; R. BELARMINO, De Ecclesia quae est in purgatorio, en Opera Omnia, II, Nápoles 1877, 351414; F. SUÁREZ, De poenitentia, disp. 45-48, 53; A. MICHEL, Purgatoire, en DTC 13,1163-1326; íD, Los misterios del más allá, San Sebastián 1954; H. LECLERCQ, Purgatoire, en DACL, XIV (II), 1978-1981 ; CH. JOURNET, Le purgatoire, Lieja 1932; M. JUGIE, Le purgatoire et les rnoyens de 1’éviter, París 1940; A. Royo MARíN, Teología de la salvación, Madrid 1956, 399-473; A. PIOLANTI, De Noaissimis el sanctorum communione, Roma 1960, 74-96; M. SCHMAUS, Teología Dogmática, t. VII: Los novísimos, Madrid 1964, 490-508; C. Pozo, Teología del más allá, Madrid 1968, 240-255.

Así se obtiene la Indulgencia Plenaria por un ser querido el Día de los Fieles Difuntos

Con una visita piadosa a una Iglesia se puede ganar la Indulgencia Plenaria por un difunto


Hoy es 2 de noviembre, es la fiesta de los Fieles Difuntos, ¿Sabías que es posible obtener la Indulgencia Plenaria por un ser querido fallecido?

Así lo determinó San Pablo VI en la Constitución Apostólica ‘Indulgentiarum doctrina', que en la norma 15 señala: "En todas las iglesias, oratorios públicos o -por parte de quienes los empleen legítimamente- semipúblicos, puede ganarse una indulgencia plenaria aplicable y solamente en favor de los difuntos, el día 2 de noviembre".

En dicho documento, también se indica: "Pero en las iglesias parroquiales se puede, además, ganar una indulgencia plenaria dos veces al año: el día de la fiesta del titular y el 2 de agosto, que se celebra la indulgencia de la ‘Porciúncula', o en otro día más oportuno que establezca el Ordinario (...) Todas las citadas indulgencias podrán ganarse o en los días indicados o, con permiso del Ordinario, el domingo anterior y el posterior (...)Las demás indulgencias adscritas a iglesias u oratorios serán revisadas cuanto antes".

Además, en la norma 16, se describe el modo de ganarla: "La obra prescrita para ganar la indulgencia plenaria adscrita a una iglesia u oratorio es una visita piadosa a éstos, en la que se recitan la oración dominical y el símbolo de la fe (Padrenuestro y Credo)".

Todo ello, con las condiciones acostumbradas para obtener la Indulgencia Plenaria, es decir, encontrarse en estado de gracia, con la firme intención de evitar cualquier pecado venial y mortal, y acercándose al Sacramento de la Reconciliación, recibir la Comunión Eucarística y orar por las intenciones del Santo Padre. Ofreciendo lo anterior por el alma del difunto por el cual se desea interceder.

La Indulgencia Plenaria también es posible obtenerla para aquellas almas del purgatorio, si se visita un cementerio entre el 1º hasta el 8 de noviembre. Así los señala el Decreto ‘Enchiridion Indulgentiarum' de la Penitenciaría Apostólica: "Al fiel cristiano que visite piadosamente un cementerio y que en su mente ore por los difuntos, se le concede indulgencia, aplicable sólo a las almas del Purgatorio; desde el día 1 hasta el 8 de noviembre todos los días plenaria; los demás del año será parcial".

De acuerdo con ‘Indulgentiarum doctrina', la Indulgencia "es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos".

Esta Indulgencia es parcial o plenaria, y el fiel la puede lucrar para sí o por los difuntos; y por medio de la Iglesia, como bien recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1478: "Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer obras de piedad, de penitencia y de caridad".

El Catecismo, asimismo, se refiere a la importancia de interceder por los fieles difuntos: "Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados".

De la redacción de Gaudium Press, con información de Constitución Apostólica ‘Indulgentiarum doctrina', Decreto ‘Enchiridion Indulgentiarum' de la Penitenciaría Apostólica y Catecismo de la Iglesia Católica.
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